Dentro de la recámara de una amplia
mansión, donde los colores opacos de las paredes hacen resaltar los pintorescos
juguetes en los estantes, un bebé dormía plácidamente dentro de unmoisés, rodeado
por cortinas traslúcidas.
Sus respiraciones e involuntariosrespingos
eran los únicos sonidos que se escuchaban esa noche, hasta que una sombra,
entre muchas, cobró vida, desplazándose con libertad por la habitación. Dio un
cuidadoso rodeo hasta asegurarse de que no hubiera nada que delatara su
intrusión.
Convencido de no ser descubierto,
se acercó a la cuna, apartando con cuidado los velos para contemplar al bebé,
que fue iluminado por la tenue luz de la luna que entraba por la ventana.
La sombra permaneció allí, de
pie, mirando a ese bebé cuyos bracitos se aferraban a un par de muñecos de
peluche.
Aún le parecía increíble aceptar
que dentro de tan indefensaenvoltura
se oculte una monstruosa fuerza que sería capaz de cambiar el rumbo del mundo,
sobre todo en estos tiempos de confusión.
Alargó los brazos hacia el
pequeño con la intención de tomarlo y llevárselo de allí, pero como si el bebé
hubiera soñado con el futuro que le esperaba si tales manos se apropiaban de
él, bastó un leve sollozo de su parte para que el rugido de una bestia resonara
por el lugar.
La sombra se apartó
repentinamente, evitando que los afilados colmillos de una criatura cuadrúpeda
se le encajaran en el brazo. En su sobresalto, tumbó una mesa que a su vez
quebró un florero, logrando una reacción en cadena de ruidos que sólo
incrementaron los llantos inconsolables del infante, quien terminó por despertar.
La sombra contempló a la criatura
de pelaje negro que había optado por permanecer junto a la cuna, como un perro
guardián. Era tan grande como un tigre y sus ojos azules se acentuaban en una
mirada hostil.
Para cuando la sombra se decidió
a actuar, metiendo una mano dentro de las mangas de sus ropas, se percató de cómo
un báculo de oro estaba apuntándole. Entendió que debía detenerse, pues el señor
de la mansión había aparecido.
En la oscuridad del lugar, la
sombra sólo podía distinguir con claridad el oro del largo báculo con la figura
de un sol en su extremo superior, y los cristales de los lentes que se
acomodaban sobre la nariz del amo de la pantera.
Entre el intruso y el amo hubo un
silencio espeluznante, que terminó hasta que el dueño de la mansión habló por
encima de los llantos del infante.
— Creí haber sido claro cuando te
dije que te mantuvieras alejado de mi hijo —habló con un tono serio—. ¿Sabes la
grave falta que has cometido? ¿Entrar a mi casa, sin invitación, con la
intención de secuestrar a mi primogénito…? Pasé por alto muchas de tus
groserías por respeto y consideración a tu madre, pero esta es una afrenta que
no estoy dispuesto a tolerar, Engai.
— No me has dejado otra
alternativa Hiragizawa —respondió el ensombrecido, cuyo rostro finalmente se
iluminó por la luz del exterior—. Intenté hacerte entrar en razón, pero es
claro que quieres quedarte con todo ese poder sólo para ti.
— Ya me cansé de explicarte que
la situación no es como la planteas…
— Quizá deberíamos dejar que el
consejo lo decida, ¿no te parece? —Engai amenazó una vez más.
— ¿Crees que el consejo te creerá
a ti por encima de mi palabra? —Hiragizawa cuestionó.
— Es un riesgo que comienzo a
considerar el más viable, sobretodo por tus rotundas negativas —Engai respondió
con claro cinismo—. Es probable que no me crean del todo, pero la duda se
sembrará, comenzarán las preguntas y tú deberás dar respuestas que desean ocultar a todos los corderos que tienen en sus corrales.
— Tú, como los demás, debiste
olvidar… sigo sin entender cómo es que fuiste capaz de permanecer con todo ese
conocimiento, pero habría sido mejor para ti perder tus memorias.De ese modo no
te habrías obsesionado en buscar la verdad, no te habrías enfocado en mí, ni en
mi hijo…
— ¿Sabes? Erras en una cosa, yo
sí olvidé, como todas tus ovejas, pero —Engai sacó un reluciente rubí que
mantuvo entre los dedos—, hay cosas en este mundo que retienen muy bien los
recuerdos —sonrió—. Esto no tiene que llegar a oídos de todos, afectaría mucho
a tu reputación y credibilidad dentro de nuestra comunidad, no es algo
conveniente para ti, ni para el Shaman King. Todavía creo que podemos trabajar
juntos… pero si no es tu deseo, entonces sólo dame al niño y nunca volverá a
ser tu problema… Yo guardaré silencio y tú podrás seguir con tu cómoda vida como el líder de los
hechiceros —rió.
Hiragizawa calló por segundos que
le parecieron una eternidad— ¿A cuántos más se lo has dicho? —preguntó, con
desconfianza.
— A los suficientes para
asegurarme de que si algo me ocurre, ellos se encargarán de que tu acción no
quede impune.
El hechicero que sostenía el báculo
de oro como una espada, cerró los ojos por unos instantes en los que Engai
creyó que estaba reconsiderandosus palabras.
Para cuando el hechicero
Hiragizawa volvió a abrir sus ojos, estos brillaron con una convicción única y
peligrosa.
— Siento pena por aquellos a los que
has condenado con tu imprudencia —sentenció el hombre, cuyos lentes
resplandecieron con una luz dorada, misma que activó un circulo a sus pies que
se extendió por todo el suelo de la habitación, subiendo por las paredes y el
techo, dejando símbolos y escritos que simularonlos barrotes de una jaula. Al
paso de todas esas letras y signos, los objetos dentro de la habitación
desaparecían sin dejar rastro, incluyendo a la bestia con fisionomía de pantera
y el bebé, cuyo llanto se desvaneció como un eco que se perdía en el fondo de
una cueva profunda.
— ¿Así que al final has decidido
pelear? —musitó Engai, cerrando completamente la mano sobre la joya roja.
— No —respondió de forma
inmediata el líder de los hechiceros—, he tomado la decisión de que tendré que ejecutarte.
Engai ocultó su sobresalto ante
la sentencia, pero al saberse dentro del kekkai* del líder de la orden, no
existía otra forma de salir más que derrotarlo.
— Al fin demuestras tu verdadera
naturaleza —el cuerpo de Engai comenzó a emitir una poderosa aura roja que
arremolinó su oscuro cabello—. Me permites comprobar que pese a todo, mis
afirmaciones son ciertas, no eres más que un tirano queactúa como mesías ante
un rebaño lleno de ciegos y crédulos. Sólo un monstruo como tú podría aspirar a
engendrar a otro monstruo.
— En toda mi larga vida, hay decisiones que pesan en mi alma.Ésta formará parte
de tal listado, pero… por encima de mi propia convicción y moral, está la
promesa que le hice a mi esposa. Prefiero ser yo quien se manche las manos a
permitir que tú, o cualquiera, convierta la luz que mi hijo puede traer a este
mundo en oscuridad.
— ¿Oscuridad? ¿Así es como llamas
al intento por defender a nuestra gente? —Engai cuestionó, conmocionado—. ¡Tú
mejor que nadie entiendes el peligro que nos rodea en este mundo! —el hechicero
liberó una violenta descarga que tomó la forma de un relámpago rojo.
El líder de los hechiceros
interpuso el símbolo del sol de su báculo, el cual resistió el embiste
constante del ataque escarlata.
—¡No sólo el Shaman King es una individuo
poderoso, sino también entidades durmientes e inmortales que no demorarán en
despertar! —Engai replicó, incrementando su energía espiritual, la cual generó
una estridente tormenta eléctrica dentro de todo el lugar—. ¡¿Crees que alguno
de ellos no se levantará queriendo reclamar este nuevo mundo?! ¡¿Convertirnos
en sus esclavos?! ¡¿Crees que esta farsa de la que has sido uno de los arquitectos durará para
siempre?!
El báculo dorado emitió un
resplandor que cubrió el cuerpo del líder de los hechiceros, volviendo el
símbolo del sol en un pararrayos que atrapó todas las centellas que buscaban
dañarlo.
— ¡Necesitamos prepararnos para
el peor escenario, tú, como nuestro líder, deberías comprenderlo mejor que
nadie!¡La fuerza primigenia que has depositado dentro de tu vástago es lo que
necesitamos para asegurar nuestra supervivencia, y yo, en este mundo, soy el
único que puede transformar esa fuerza en la mejor de las armas! ¡Lo sabes!
—clamó, mostrándose cansado por sus vanos intentos en superar la magia de su
contrincante.
— Engai, lamento que no seas
capaz de vivir con la mente en paz en esta Era que recién empieza, y en la que
todos ganamos una segundad oportunidad… una nueva vida. Antes de llevar a cabo
la sentencia, es mi deber decirte, sin buscar excusarme, que soy consciente del
miedo del que hablas —Hiragizawa dio un leve golpe en el suelo con el extremo inferior
de su báculo, siendo el instante en que una línea de escritos y símbolos dorados
se despegara delos muros para servir como una cadena que sujetó el brazo
derecho del hechicero renegado—, sin embargo, nuestra existencia no puede
reducirse sólo a temer aquello que nos rodea.
Engai intentó liberarse, pero
otro golpe del báculo de oro en el suelo liberó una segunda cadena que hirió la
mano con la que sujetaba su joya roja, obligándolo a soltarla. Tras dos toques
más, el hechicero renegado ya se encontraba encadenado y de rodillas ante el
líder de la orden, quien entre la oscuridad y el contraste dela luz dorada de
su artilugio mágico, revelaba una apariencia intimidante, totalmente distinta a
la del hombre amable y paciente que dirigía de forma caballa Orden de la Hechicería.
Hiragizawa avanzó hacia él,
pisando el rubí que estaba en el suelo, rompiéndolo con la facilidad con la que
habría pulverizado una ordinaria baratija de cristal.
El joven Engai sudó copiosamente
ante la siniestrafigura, en cuyos ojos podía verse reflejado por los lentes que
portaba.
— Lo único que puedo prometerte
es que defenderé a nuestra comunidad a toda costa. Tengo fe en aquellos que
ahora lideran nuestro mundo, pero tienesmi palabra de que en el instante en que
alguno de ellos busque romper con esa tregua, protegeréa nuestra gente con la
misma ferocidad con la que tú me has desafiado —Hiragizawa prometió.
— ¡Podrás engañar a todos con tu hipocresía,
pero yo…! ¡¡Ojalá todos puedan ver lo que en verdad eres... maldito!! —Engai escupió
en un desesperado arranque, lo que llevó a que otra cadena más se le metiera
entre los dientes, impidiéndole hablar, sólo bufar de rabia.
Hiragizawa alzó su báculo con una
sola malo, ladeándolo de tal forma en la que los largos y filosos picos que
forman los rayos del sol tomaran la función de cuchillas cortantes.
— Es cierto… he mentido, aunque
si pudiera olvidar todo lo que sé, lo haría con gusto… pero las fuerzas de este
mundo son sabias y han elegido a quienes merecen conservar los recuerdos
tortuosos de la vieja Era;a veces como un premio, aotros como un castigo. Para
mí es lo segundo.En ambos casos, todos compartimos el mismo objetivo: guiar a
nuestra gente, protegerla… —habló de una manera tan suave e impasible, que
resultó inesperado el golpe que dio con su báculo.
Engai gorgoteó sangre por la boca
cuando el filo más largo de ese sol se le incrustara en la base izquierda del
cuello, en un golpe descendente que bien pudo haberle alcanzado el corazón.
— Y es cuando debo repetirte, que
por encima de tales maldiciones y obligaciones, siempre —tomó una larga
bocanada de aire para musitar—… siempre estará Sugita —con una terrorífica
frialdad.
Capitulo
43
Imperio
Azul, parte VII
Ventanas al pasado.
La Atlántida,
reino de Poseidón.
Engai, Patrono de la Stella de
Fortis, arremetía con ataques rápidos que emergían de dos rubíes que flotaban a
su alrededor.
El Patrono había lanzado al aire
seis joyas rojas de diferentes tamaños, las cuales permanecieron suspendidas en
el aire, formando un halo alrededor de sus hombros. Ante cada ataquea
distancia, sólo dos de ellas disparaban ráfagas fulminantes que Sugita se
limitó a desviar con el filo de su brazo derecho, ocasionando sonoras
explosiones que impactaban contra los duros muros que los rodeaban.
El santo dorado se permitía
retroceder al sentir curiosidad por la historia que relataba su enemigo,
demorando su decisión para contraatacar, pero al mismo tiempo estudiando su
estilo de combate.
Los proyectiles del Patrono eran
veloces, sin embargo, el santo de Atena era capaz de rebotar dos de ellos en un
sólo movimiento.
— Tú padre es un asesino nato que
no tuvo clemencia. Y el muy canalla
ocultó su ruin acción sin que nadie pudiera vincularlo con mi desaparición
—continuó el hechicero cubierto por una armadura aguamarina.
— Si tus palabras son verídicas,
¿cómo es que pudiste sobrevivir? —cuestionó el santo dorado de Capricornio,
utilizando su velocidad para evadir una última descarga.
— Experimenté el frío de la
muerte, una sensación que me eriza la piel cada que recuerdoel momento —Engai se
frotó las manos por mero reflejo—. Me perdí dentro de un foso de oscuridad y de
pronto me encontré en ese limbo blanco dondeahora
mora la muerte y te conduce hacia el destino final —el Patrono detuvo su
ofensiva, mirando al santo aún desde lo alto—. Es un lugar donde no controlas
tu cuerpo ni piensas con claridad, mis piernas avanzaban por sí mismas hacia
ese aterrador tornado de luz del que pude escuchar la voz de mifallecido padre,
llamándome —cerró los ojos, golpeado por esas sensaciones que recordaba con
claridad—.Admito que sentí una paz abrumadora y un deseo de verlo más allá de
mi control, por lo que dejé de pensar en cómo es que había llegado allí, ni
temí a la idea de estar muerto.Lo único que piensas es llegar a ese sitio donde
alguien amado te espera con los brazos abiertos…. ¡Es sencillamente cruel y
aterrador si lo meditas! —Bramó, sonriendo ante lo contrastante de sus palabras
con sus verdaderos sentimientos—.Pero cuando todavía ese portal estaba lejos de
mi alcance, sentí cómo alguien sujetó mi brazo para detenerme.
Engai estiró su brazo hacia
atrás, buscando recrear pobremente el suceso que relatan sus labios—. Y al
mirar sobre mi hombro, vi a un hombre sosteniendo mi muñeca, y con su simple
tacto, mis pies, controlados por los hilos de la muerte, dejaron de moverse.
El Patrono se quedó mirando el
vacío, reviviendo en su mente el instante en que tal presencia hizo contacto
con él y lo salvó de la muerte—. Creí que se trataría de la misma parca
encarnada, por el halo místico que lo cubría.Pero cuando me preguntó:“¿A dónde vas?”, con tan simples
palabras pude despertar de ese trance maligno. Él me soltó, pero con tan sólo
haberme tocado, fue como si la muerte ya no tuviera poder sobre mí, o más bien,
que temiera ponerme un dedo encima con él
presente —sonrió con una mezcla de admiración
y cinismo—.Es cuando pude decidir si continuar con mi camino, o rechazar
el final de mis días para caminar a su
lado. El señor Avanish me salvó, por eso decidí servirle, sobretodo porque él compartemi
mismo temor… en este mundo de ciegos e ignorantes, sólo pocos estamos
dispuestos a hacer lo necesario para salvarlo de los antiguos males, que ni
siquiera tanta destrucción ha logrado purgar de este mundo.
Engai suavizó la mirada un
instante en que devolvió su atención al guerrero de Atena, quien había
escuchado cada palabra. El Patrono se sintió cómo un padre contando una fábula.
— Él me prometió darme poder para
lograr mi meta, a cambio de que olvidara mi deseo de venganza contra
Hiragizawa… ¿Imaginas lo difícil que fue?, pero logré contenerme, sólo porque
él me lo pidió —explicó, como si el tema careciera de importancia—. Tu padre tiene el poder de la clarividencia,
así es como pudo deshacerse de aquellos que fueron mis subordinados antes de
que pudieran actuar… Pero es como he dicho siempre, un monstruo sólo puede
engendrar a otro monstruo —dijo, dedicándole una mirada acusadora.
Sugita tragó un poco de saliva, sintiéndose
muy confundido. Se negaba apensar que su padre podría ser la clase de hombre
que recurriera a acciones tan despiadadas. Le era difícil de creer tras haberse
reencontrado con él después de tantos años, sabiéndolo un hombre tan bondadoso
y afable.
— Parece que te has quedado sin
palabras… lo que admiro es que no estás preguntando por lo que acabo de decirte
sobre ti mismo…. ¿O es que acaso ya lo sabías? —el Patrono se mostró curioso.
— No creo que tus palabras sean
de confianza —el santo aclaró, con el ceño fruncido—… Eres mi enemigo, y el de
mi padre, ¿cómo saber que hay verdad en ellas?
— Entiendo perfectamente tu sentir.
Yo… es cierto que mi promesa me obligó a dejar mi absurdo objetivo pero, no significa que haya dejado de observar lo
que antes fue mi mundo, mi hogar. Y tras ese día puedo decir con seguridad que
tu padre entendió que lo nuestro no terminaría allí. De pronto, el conocido
hijo de Hiragizawa desapareció, y el padre alegó que fue entregado a un tutor
que se encargaría de su educación hasta llegar a la mayoría de edad… así es
como te volviste un rumor que voló lejos de ese círculo… incluso yo te perdí la
pista. Al pasar los años, me desentendí por completo ya que había planes mucho
más importantes que requerían mi atención… Pero lo último que hubiera imaginado
es que te volvería a ver de esta forma… ¡y que te convertirías en un santo de
Atena! —Engai celebró la ironía, alzando los brazos—.El destino tiene un
sentido del humor extraño… o quizá el señor Avanish lo sabía y por eso me pidió
esperar —comenzó a deducir, restándole importancia a la pelea que había pausado—,
sabiendo que un día volvería a encontrarte… en un momento justo y mucho más
adecuado que hace catorce años.
Sugita de Capricornio recapituló
por unos instantes su vida, la corta infancia que vivió con su padre en un
sitio inhóspito, el tiempo que entrenó junto a su maestro viajando
constantemente por el mundo y cómo es que desde que arribó al Santuario mucho
de ese pasado que ignoraba ha buscado alcanzarlo. Sin contar muchos sucesos
extraños que lo han acompañado desde que tiene memoria, las voces que suele
escuchar y la forma tan rápida que sus heridas sanan a diferencia de todos los
demás guerreros. Pese a que creyó que había encontrado la verdad en la Atlántida
a través de Sorrento, continuaban los extraños enigmas de su origen… ¿fue tan
desafortunada la estrella bajo la que nació, como para tener que cargar con el
peso de tantas maldiciones y responsabilidades? ¿Hay alguna razón para que en
él se encierren tantos secretos? Y por encima de todo, ¿mantener oculto tales
secretos valdrá la pena como para que su padre, un hombre recto y respetado,
haya decidido silenciar a todos los que pusieron en peligro la cerradura de tal
verdad?
Tras sacudir la cabeza de forma
negativa, Sugita logró decir—. Es cierto que mi vida ha estado repleta de vacíos
que poco a poco se han ido llenando… pero, aunque tus palabras sean ciertas, no
me puedo permitir, en este momento, poner en duda mi propia existencia —Sugita
dijo con gran determinación—.Sea un monstruo o un humano, un marino o un santo,
seré un hombre fiel a los ideales que he aprendido por mí mismo todo estos años
—elevó su cosmos dorado, blandiendo el filo de Excalibur en su brazo derecho—.
El hombre que soy ahora es lo que importa, lo que aconteció en mi pasado,
incluso lo que sucedió antes de mi nacimiento, no va a apartarme del camino que
he elegido. ¡Soy el santo de Capricornio, el guardián de la decima casa del
zodiaco, y si me enfrento a ti no es por las rencillas que tengas con mi padre,
sino por la afrenta que ustedes, los Patronos, han cometido contra el Santuario!
— Valientes palabras —Engai rió—.
Si esa es tu posición, disculparás que yo no pueda tratarte con la misma indiferencia…
¡esta es una pelea personal, y con mi triunfo obtendré una gran satisfacción
que me ha estado aguardando durante años!
El cosmos del Patrono de Fortis
desató una tormenta eléctrica, cuyos rayos rojos destrozaban todo lo que
tocaban. Sugita se movilizó sagazmente entre ellos, abriéndose camino por la
tempestad. Se percató de cómo su capa se deshizo al ser atravesada por un par
de saetas.
Buscó una abertura por la que
pudiera atacar, lanzando su golpe cortante con gran precisión. La energía
dorada viajó a través del suelo y los relámpagos para golpear al creador de la
tormenta.
Engai se percató del inminente
impacto, pero sólo le bastó un pensamiento para que uno de sus rubíes
reaccionara y emitiera un resplandor que se extendió como un manto protector
que lo envolvió. La energía cortante luchó por atravesar ese campo, pero terminó
dispersándose en inofensivas partículas luminosas.
La sorpresa fue clara en la
expresión del santo de Capricornio, lo que obligó al Patrono a sonreír todavía
más.
— Con esa clase de ataques tan
insignificantes nunca mepodrás vencer.Esperaba un poco más de los nombrados
santos de Atena, pero sigues siendo un muchacho… tan inexperto —Engai habló,
comenzando a levitar por acción de uno de los rubíes. El campo protector lo
envolvió hasta crear una esfera perfecta a su alrededor—. Pero no te puedo
culpar, yo también fui como tú, cuando ilusamente intenté combatir con tu
padre. ¿Me arrepiento? No del todo, pues esa derrota me enseñó mucho y me
mostró una vereda por la que he podido pulir mis habilidades —una de las
piedras rojas se separó de las demás y se posó sobre el dedo índice de Engai—.
Mi magia jamás habría alcanzado estos límites de no ser por ello, pero ya lo
experimentarás en carne propia…
En el suelo bajo el que el
Patrono flotaba, unas ramas espinosas comenzaron a brotar, delgadas, rectas y
zigzagueantes, que cubrieron gran parte del campo de batalla, creciendo comouna
telaraña torcida en la superficie. Las ramificaciones parecían estar hechas de rubísólido,
pero de alguna manerapalpitabantal cual fueran venas que conducían sangre.
— Comencemos —el Patrono musitó,
dejando que su energía fluyera por todas esa estructura carmesí.
*-*-*-
Sin vacilación, Caribdis de
Scylla se arrojó sobre la rival que eligió. La rodeó con sus brazos y tras un
impulso de su cosmos la llevó lo más lejos que le fuera posible de los demás.
Leviatán de Coto se dejó
arrastrar durante segundos en los que no opuso resistencia, aunque en sus ojos
continuaba el desconcierto que encadenaban sus brazos y suprimían su violencia.
Mascuando su confusión se volvió frustración, inmediatamente desplegó su
energía para liberarse.
Cuando el forcejeo entre ambas
comenzó, Caribdis sólo fue capaz de retenerla un par de segundos más, hasta que
la Patrono zafó su brazo derecho y asestó un fuerte puñetazo en el rostro de la
marine shogun.
— ¡Ya suéltame! —bramó
enfurecida.
Caribdis se alejó sólo para, tras
un pestañeo,nuevamente lanzarsea toda velocidad contra su enemiga, a la cual
pateó bruscamente por un costado.
— ¡¿Por qué?! —Leviatán bramó con
poco aliento, sobreponiéndose inmediatamente al golpe sólo para contraatacar.
Ambas guerreras se enfrentaron
con ataques físicos a la velocidad de la luz. El intercambio de golpes las
llevó a desplazarse por el interior del palacio hasta que Caribdis sujetara a
la Patrono por los hombros y, sin soltarla, la estrellara contra un muro que
logró mantenerse en pie.
En respuesta, Leviatán la imitó.Cambiando
la situación, ella estrelló a la marine shogun, rompiendo la superficie cuarteada
por la que salió como bólido hacia el exterior del palacio marino.
— ¡Basta Karón! ¡Ya basta! — Gritó
la Patrono, permaneciendo en el umbral derruido. Miró con furia a la marine
shogun, quien a lo lejos ya se encontraba de pie y con la guardia en alto.
— ¡Sé que eres tú, Karón!
—insistió la malhumorada Patrono, quien haciendo gran esfuerzo frenaba su
instintiva agresividad—. ¡¿Acaso no me reconoces?! ¡Soy yo, Leviatán!
— Tu presentación erainnecesaria
—respondió la marine shogun con un gesto inexpresivo —. Pero es descortés no decir
tu nombre a quien te ha dado el suyo —recordó que alguna vez la reprendióBehula
por ello—… mi nombre es Caribdis —terminó
diciendo, al mismo tiempo que elevó su cosmos, el cual fluyó como una feroz
ventisca a su alrededor —,y me niego a hablar más contigo.
El viento que rodeaba a la marine
shogun tomó inesperadamente la forma de
un enorme osoque la silueta de Caribdis parecía controlar desde dentro.
— ¡Oso infernal!
Leviatán vio a esa gigantesca
bestia saltarle encima, no pudo siquiera parpadear cuando recibió un zarpazo en
el costado, hiriendosu piel expuesta.
La Patrono fue lanzada hacia el
aire, víctima de la potencia de esa fuerza descomunal, tras lo que terminó por caer al suelo. Lejos de encontrarse aturdida,
se incorporó lentamente, palpando su costado herido. Contempló la sangre en su
mano manchada para después dedicarle una expresión de indignación a la marine
shogun.
— Karón… ¿por qué? ¿Qué es lo que
te han hecho? —cuestionó en un hilo de voz, para después exclamar—. ¡¿De verdad
no me recuerdas?! ¡¿Es que acaso decidiste traicionar todo lo que juramos?! ¡¿O
ese monstruo de Poseidón trastornó tu cabeza para que levantaras tu puño contra
tu propia gente?! ¡Respóndeme!
Sin mostrarse afectada por los
reclamos, Caribdis elevó su cosmos una vez más, el cual volvió a girar como un
tornado a su alrededor para tomar una gigantesca forma.
— ¡Serpiente asesina!
La serpiente alcanzó a Leviatán,
envolviéndola como a una presa a la que buscaba estrangularcon fuertes
apretujones.
La Patrono lanzó un par de
quejidos ante la tortura, reprendiéndose a sí misma por permitirse caer en las
técnicas de su enemiga.
La fuerza aplicada en ella
buscaba sin duda matarla, por lo que Leviatán entendió que esa chica no estaba
fingiendo, ni mucho menos bromeando, en verdad la consideraba su enemiga y
estaba peleando para defender al señor de los sietes mares.
Leviatán decidió que no podía
dejarse morir sólo porque dudaba en atacar a una antigua amiga. Pero también,
protegió su conciencia pensando en que podría tratarse de alguien que se le
pareciese, una impostora, sería fácil sólo creer en ello y combatirla sin
compasión… aunque una parte de ella, la quele exigía su yo del pasado, estaba
dispuesta a confirmarlo.
La Patrono expulsó su energía, la
cual actuó como una barrera entre su cuerpo y el viento comprimido que le daba
forma a la serpiente, expandiéndose poco a poco hasta que, tras un grito de
Leviatán estalló en miles de ráfagas cortantes que desbarataron la imagen del
reptil.
Caribdis se impulsó hacia atrás,
evadiendo el torrente violento de cosmos. Iba a contraatacar de inmediato
cuando Leviatán extendió los brazos hacia ella e inmovilizó por completo su
cuerpo.
— He sido amable contigo sólo por
el pasado que nos ata… pero llegó el momento de que conozcas mi verdadera
fuerza —la Patrono dijo, empleando la telequinesis sobre su rival.
Caribdis sintió la pesadez en su
cuerpo y cómo es que sus piernas estaban siendo obligadas a tocar el suelo,
pero tras un fuerte suspiro, la marine shogun logró alzar los brazos, imitando
a la Patrono y logrando el mismo efecto en ella.
Leviatán abrió los ojos
sorprendida al resentir esa fuerza psíquica en su cuerpo, por lo que tuvo que
dividir esfuerzos para defenderse y al mismo tiempo continuar con el ataque.
El rostro de Caribdis se mantuvo
sereno pese a la batalla mental.
Tras un bufido, Leviatán logró
enviar una onda psíquica que golpeó el rostro de la marine shogun. Caribdis
resintió una intensa punzada en la frente que separó su casco de su cabeza. Fue
un mero momento en que permaneció con la barbilla hacia el cielo, pero al
volver a mirar a Levitan, ésta pudo salir de su gran duda.
Las escamas rosadas que tupían la
frente de la marine shogun de Caribdis confirmaron su alegría, pero a la vez
temor.
— Karón, en verdad eres tú… Quizá
todo habría sido más sencillo si fueras otra persona, pero el destino decidió
divertirse con nosotras. ¡Es momento de que te dejes de juegos! —rugió, superando
la fuerza psíquica de Caribdis por unos instantes.
La marine shogun sintió cómo su
cuerpo se doblaba hacia atrás, pero logró
mantenerse en pie.
— ¡Dime si realmente no me
recuerdas, Karón! ¡Dímelo! —Leviatán exigió, enfurecida ante el rostro indiferente
de la guerrera—. ¡O sólo admite que te volviste una traidora!
— Mi nombre… es Caribdis —musitó, instantes antes de que
su telequinesis superara la de Leviatán y la alzara violentamente en el aire,
rompiendosus defensas psíquicas y torciendo bruscamente su cuerpo—. El
Emperador Poseidón me dio ese nombre.
— Ya veo… parece que ese maldito
se encargó de fastidiarte la memoria sólo para tenerte como subordinada
—Leviatán llegó a tal conjetura—. Pero no te preocupes Karón, me encargaré de
que me recuerdes, ¡aunque tenga que ser a golpes! —empleando gran
concentración, Leviatán realzó sus barreras mentales, por lo que se liberó de
la telequinesis de su oponente.
Conforme descendía a tierra tras una
larga caída, observó cómo la marine shogun se alistó para atacarle.
— ¡Ataque Vampiro! — el
viento que Caribdis manipulaba con maestría, la cubrió hasta tomar la forma de
un fiero murciélago que ascendió en su dirección.
— ¡Tonta! ¡¿De verdad crees que
el poder de tus miserables bestias se compara con la que me respalda?! ¡Patada
de Leviatán! —su cuerpo giró sobre su propio eje, generando un tornado
que se extendió hasta adoptar la forma de un dragón de viento.
La colisión de ambas fuerzas
causó un estruendo que terminó con la visión de Leviatán encajando ambos
talones en el vientre de la marine shogun.
La potencia con la que la Patrono
arrastró e impactó a la marine shogun contra el suelo resultó devastadora.
Caribdis dio un fuerte grito de
dolor, escupiendo sangre. Leviatán la levantó por el cuello usando su telequinesis,
estirando sus brazos como si cadenas invisibles la ataran al cielo.
La Patrono arremetió contra ella,
dándole sonoros puñetazos por todo el cuerpo.
— ¡Verte vestida con esta
armadura me repugna! ¡La hare añicos!—clamó la despiadada chica de cabello
azul, sin dejar de arremeter contra Caribdis—. ¡¿Cómo pudiste ser tan débil?!
¡Fuiste reducida a un peón! ¡Pero no te preocupes amiga mía, yo te liberaré, te
haré recordar!
Antes de que un severo puñetazo
le golpeara el estómago, la marine shogun volvió a retomar el control de su
cuerpo, pudiendo atrapar entre sus puños los de la Patrono.
Ambas comenzaron un duelo de
fuerza en las que sus manos no se soltaban ni se doblaban por la presión
ejercida.
En los ojos de Leviatán de Coto
había una mezcla de dolor y odio, mientras que en los de Caribdis de Scyllapersistíala
calma e indiferencia.
— No tengo nada que recordar….
—la marine shogun musitó, teniendo hilillos de sangre corriendo por su mentón.
Leviatán tensó la mirada aún más,
materializando su cosmos torrencial, pero Caribdis fue más rápida y tras un
estruendoso cabezazo terminó con el duelo de fuerza.
La marine shogun dio un pequeño
salto hacia atrás sólo para expulsar de manera violenta su cosmos huracanado,
el cual adoptó la forma de un ave de grandes alas.
— ¡Águila poderosa!
Leviatán interpuso las manos,
desplegando su propia ventisca para defenderse. El cosmos de Caribdis la empujó
varios metros en los que sus pies dejaron trazos en el suelo. La Patrono creyó
haberla repelido, pero el águila aleteó bruscamente, generando un aire cortante
que partió en dos el campo protector de Leviatán, una brecha por el que logró
entrar y golpearla en la cabeza.
Las garras del ave pasaron por el
rostro de la chica, volándole el casco en su ascenso.
Leviatán rodó en el suelo, pero
con un bufido repuso fuerzas, logrando frenar e incorporarse. Se limpió la
sangre que brotó de la profunda herida en su pómulo izquierdo.
— “No tengo nada que recordar” —la Patrono repitió con incredulidad,
dedicándole una mirada de desprecio, pasándose la mano por la frente que se
encontraba llena de escamas de color zafiro—. Eres una atlante, justo como yo
¿eso lo has olvidado? —cuestionó, mostrándole el mismo rasgo de nacimiento que compartían—.
¿Olvidaste lo que significaeso? ¿Olvidaste nuestra cárcel? ¿Olvidaste nuestro
infortunio? —reprochó—. Mi querida amiga, la maldición que ese tirano ha puesto
en ti me motiva aún más para desear su muerte y olvido. No sé si aún pueda
hacer algo por ti, pero ya que estás en mi camino, no me queda más remedio que
apartarte —sentenció.
La energía de Leviatán se elevó a
niveles que sobrepasaban los que había mostrado con anterioridad. El resplandor
azul de su aura envolvió aquella zona y le dio la apariencia de la lúgubre
morada en la que tuvo el infortunio de nacer.
El estremecimiento en el aire no
parecía impresionar a Caribdis, quien permaneció muda y en espera.
— Lástima que no lo recuerdes,
quizá así te abstendrías de buscar batalla conmigo, pero siempre fui más fuerte
que tú, mucho más capaz… y ya que he aprendido a dominar el poder que circula
por nuestra sangre, la de nuestro despreciable padre, Poseidón, lo usaré sin
remordimiento.
— No deberías hablar de esa forma
de tu Emperador —la marine shogun advirtió.
— ¡Yo ya tengo un Emperador! —gritó furiosa, al tiempo en
que su cosmos se extendiera aún más, formando una tormenta de fuertes
corrientes que incluso removieron el agua sobre sus cabezas.
Cuando un poco de agua salada
cayó sobre su rostro, Caribdis frunció el entrecejo al ver cómo es que la
tormenta creada por la Patrono deformaba ese pequeño trozo del reino de su
señor, y causaba estragos en su palacio.
Los estruendos y centellas que
circularon por el aire rezumbaron en los oídos de la marine shogun, quien había
sido atrapada por ese cosmos huracanado.
— ¡Y él me ha dado la libertad
para devastar este reino hasta sus cimientos si es mi deseo! ¡Karón, contempla
el poder que por tanto tiempo buscamos! ¡Aquel que prometimos usar para liberar
a nuestro pueblo! —Leviatán cruzó los brazos de manera horizontal para
separarlos súbitamente hacia los costados— ¡Tormento Atlántico!
Dentro de la zona de batalla, la
tormenta sopló con una fuerza avasalladora de diez huracanes. Aunque la marine
shogun de Scylla mantuvo los pies en el suelo por escasos momentos, terminó
siendo levantada por la feroz ventisca.
El fenómenoestalló con un rugido
bestial, la presión y el golpeteo afilado del viento derrumbó el ala frontal
del palacio de Poseidón, arrastrando todos y cada uno de los escombros de la
construcción, así como algunos grandes pedazos de piedra que fueron arrancados
del suelo y de las cordilleras cercanas.
En el aire, todos esos objetos
terminaban por reducirse a polvo por la intensa fuerza que los aplastaba y
cortaba.
Caribdis de Scylla gritó
adolorida, pero todos los sonidos se perdían dentro del soplido del cosmos de
Leviatán.
Sobre ellas, en el techo
oceánico, se marcó un enorme boquete que abarcaba la circunferencia de la
tormenta que obligó al agua a girar como un remolino marino, succionando todo
lo que llegaba a él.
Caribdis sufrió múltiples heridas
que inyectaron un abominable dolor por su cuerpo, mientras todos sus sentidos
se saturaron por el poder de la monstruosa tormenta. Su scale sagrada terminó
por romperse, quedando sólo vestigios de su hermosa estructura cubriendo brazos
y piernas.
La marine shogun siguió con la
mirada el trayecto de esas piezas doradas y anaranjadas, las cuales se precipitaron
a mayor velocidad hacia aquel agujero negro en el mar.
Caribdis abrió los ojos
espantada, reviviendo las memorias angustiantes de su pasado, el momento en que
enfrentó aquel tétrico portal acuático…Pero en esta ocasión no había una mano
firme sujetando la suya con camaradería y confianza.
El terror del pasado la paralizó
por completo, por lo que su cuerpo terminó por ser devorado por aquel remolino
que, ante sus ojos, eran las fauces de un abominable dragón.
*-*-*-*-*-*
Enoc, dragón del mar,miró por breves
segundos a la inconscienteBehula, a quien sujetaba en brazos. La sabía con
vida, pero desconocía por cuanto tiempo.
Allí de pie, lejos del palacio
del Emperador, tenía pensamientos confusos sobre cómo es que terminó por dejar
su puesto…
Sólo escuchó la voz de Caribdis
en su mente, suplicándoselo. Ella le aseguró que protegería el palacio en su
lugar, pero tenía que salvar a la marine shogun de Chrysaor, era el único con
la posición adecuada para llegar a tiempo. Por supuesto que Enoc rechazó tal ruego,
sin embargo, en cuanto una voz masculina fuera quien diera la orden, sus pies se pusieron en marcha.
En ese momento, creyó que se
trataba del Emperador, sus sentidos reconocieron la fuerza del cosmos que llegó
al suyo, por lo que no lo dudó… No hasta
ahora.
Enoc sólo pudo cuestionarse sobre
ello tras haber cumplido con ese mandato, el cual entendía no provino del
Emperador, ni denadie que conociera dentro del reino submarino… ¿Cómo es que
terminó por caer en esa sujeción?
El marine shogun resintió
desconfianza por la situación, pero al detectar que el enemigoal que Behula
falló en derrotar, estaba por atacarle, decidió concentrarse en él.
El coloso se movió a una
increíble velocidad, llegando hasta donde Enoc se encontraba, mas el enorme
puño arremetió contra el aire.
La capa de dragón marino se ondeó
en otro lugar retirado, tras haber eludido al enemigo. Depositó el cuerpo de su
compañera en el suelo, manteniéndose de espaldas al gigante.
El coloso decidió repetir la
acción pese a la ineficiencia del primer intento, pero a medio traslado, a la
velocidad del relámpago, la rodilla del marine shogun lo interceptó y frenó en
pleno aire al golpearle la cabeza. Fue toda una sorpresa para el robusto
guerrero, que terminó siendo arrojado al suelo tras un severo puntapié.
Enoc lo contempló en silencio,
pacientemente esperó a que se pusiera de pie. El coloso dio un rugido
ensordecedor que hizo vibrar el agua y ciertas superficies, mas el marine
shogun se mantuvo imperturbable.
Dragón marino entendió que
trataba con algo que no podía calificar como humano, el gran y vacío boquete que el gigante tenía en el pecho lo
aclaraba. Estaba lejos de comprender por qué Behula, quien siempre fue una
mujer habilidosa,terminó siendo vencida por tal enemigo… pero no por nada él
estaba por encima de los siete marines shoguns, el resultado sería diferente.
Enoc se permitió ser blanco de
los ataques de ese gigante, quien al acercarse lanzó una serie de golpes
rápidos y potentes.
El marine shogun se limitó a
esquivarlos sin ningún esfuerzo evidente. Cuando Enoc lo creyó conveniente,
alzó la mano para interceptar el último golpe.
El choque retumbó en losoídos de
ambos.Pese a la diferencia de tamaños y dimensiones, el brazal del coloso fue
el que se cuarteo tras ese impacto.
Permanecieron inmóviles por unos
segundos en los que Enoc mantenía la palma de su mano abierta contra la que el
puño acorazado se estrelló y terminó fracturándose.
— Qué lamentable que Behula haya
sido derrotada por un enemigo tan diminuto —musitó ante la perplejidad del
coloso.
Enoc elevó su cosmos y lo liberó
en un torrente luminoso que golpeó de lleno a su enemigo.
El coloso fue arrastrado por ese
resplandor que fisuró más piezas de su armadura, quedando humeante y de
rodillas en la distancia.
Enoc lo creyó vencido, incluso estuvo
a punto de ya no pensar en él cuando volvió a detectar movimientos en esa
armadura vacía.
Una energía oscura comenzó a
emerger como vapor por las grietas de la armadura viviente, ocultándola tras un
nubarrón negro del que emergieron sonidos grotescos y chillidos demetal siendo
comprimido.
El marine shogun decidió aguardar
en vez de sólo arrojarse sobre lo desconocido.
Para cuando el humo se disipó por
completo gracias a la lluvia, Enoc se percató de que los daños en el guerrero
habían desaparecido por completo. La armadura que lo cubría estaba totalmente
renovada, pero lo que realmente llamó su atenciónera que el guerrero había
reducido su tamaño, ahora parecían compartir la misma talla.
Enoc no comprendió la razón de
ese cambio hasta que lo tomara totalmente desprevenido que desapareciera de su
vista, pudiendo detectarlo sólo hasta que su mano oscura lo sujetó por el casco
y lo arrastró por el suelo.
La ranura en el yelmo oscuro se
prendió en luz dorada que disparó en un fino rayo sobre Enoc a corta distancia,
mas el marine shogun se defendió con un puñetazo que le volteó el rostro a su
oponente.
La ráfaga dorada terminó
dirigiéndose hacia un montículo de rocas que estalló sonoramente, hasta
reducirse a cenizas.
Tras un rápido forcejeo, Enoc se
liberó, empujando a su oponente quien sólo
logró quedarse con el casco de su scale.
— Ya veo, redujiste tu tamaño sólo
para volverte más rápido —fue la suposición del marine shogun—. Aun así, no
tienes oportunidad contra mí —aclaró, lejos de sentirse amedrentado. Si se tomaba
la situación en serio, teníala confianza de continuar superándolo… y no se
equivocó.
Para frustración de Sennefer
quien controlaba a ese muñeco oscuro, el marine shogun seguíaeludiéndolo,
siendo incapaz de asestar algún otro golpe.
Sus fuerzas se equipararon, eso se
comprobó cuando Enoc volvió a atrapar su puño y por un instante se vio obligado
a retroceder.
El marine shogun comenzó a
atacarlo a corta y media distancia, empleando su cosmos. Lanzó una tras otra
esferas que estallaban contra el coloso. La armadura resistía, mas cuando otra
descarga explotaba de manera inmediata sobre la misma superficie se creaban
fisuras. Lamentable era que estas líneas de destrucción volvían a rellenarse de
oscuridad que terminaba por reconstruir cada parte dañada.
Enoc no volvió a permitirle a su
enemigo el acercarse, persistiendo con su cosmos destructivo. Tras comprobar que
sus poderes regenerativos parecían no tener fin, optó por intentar reducirlo a
nada con un solo ataque.
El coloso intentaba abrirse paso
hasta su enemigo, pero los estallidos lo alcanzaban y lo empujaban cientos de
metros hacia atrás sin permitirle resistencia alguna. Lanzó ataques energéticos
que terminaban siendo consumidos por el brillante cosmos del marine shogun.
Sennefer entendió que su
marioneta no podría superar la habilidad del dragón marino, sin embargo,
esperaba que, a la larga, la balanza terminara por inclinarse a su favor;después
de todo, la energía de un ser vivo no es infinita y termina agotándose en una
batalla, mientras que su coloso jamás sufriría de agotamiento. Sólo tenía que
esperar a que eso ocurriera… era cuestión de tiempo.
El enfrentamiento los había
alejado del lugar en donde iniciaron su conflicto. Cuando la lluvia dejó de
caer sobre ellos, se percataron de lo lejos que se encontraban de la región del
OcéanoAtlántico del Norte.
Enoc detuvo sus ataques unos
instantes sólo para concentrar todo su poder en una solatécnica. El coloso
permaneció a la expectativa al ser consiente del incremento en la fuerza desu
rival.
— Ya he perdido demasiado tiempo
en esta insulsa pelea.Pongámosle fin.
Con cierta solemnidad, Enoccolocó
sus manos a la altura del pecho, donde nació una esfera incandescente, una
estrella que contuvo entresus palmas.
El gigante esperó a que la
lanzara, decidido a eludirla, pero cuando el marine shogun precipitó su poder
hacia el cielo, quedó un poco confundido.
Ese meteoro fugaz se perdió en la
inmensidad del océano sobre sus cabezas, pero súbitamente un inmenso resplandor
brotó del agua y cayó sobre la armadura viviente.
— ¡Juicio Final!
Enoc precipitó las manos hacia el
suelo al mismo tiempo que un resplandor blanco rompiera las barreras del cielo
de la Atlántida y se precipitara sobre su enemigo. Esa columna de luz abarcó
varios metros de circunferencia,engullendo por completo a la marioneta de
Sennefer con una fuerza desintegradora.
Alaridos inhumanos escaparon del
interior del cilindro luminoso que hizo
temblar el suelo bajo sus pies, fundiendo las rocas a su paso y expulsando todo
objeto que no resistiera los intensos vientos generados.
Al final, un tremendo estallido convirtió
la luz en estelas de humo que terminaron por ocultar el cielo, que pronto
recuperó su apariencia.
Enoc no se movió ni un
centímetro, pero al ras de sus botas se encontraba la línea del enorme agujero
dentro del que su enemigo había desaparecido.
El marine shogun se limitó a
inclinar un poco la vista hasta donde la oscuridad de las profundidades se lo permitió,
sin percibir algún movimiento o indicio de vida…
Por precaución aguardó un par de
minutos en los que pudo estar conforme con su victoria.
Se dispuso a marchar, por lo que
al dar media vuelta se contrarió por ver a alguien más allí.
Recargado tranquilamente sobre un
montículo de escombros, Nihil, marine shogun de Lymnades había contemplado la
batalla. ¿Desde cuándo? Difícil de saber, quizá desde el inicio o apenas llegó
a la conclusión… Enoc jamás lo sabría.
— Nihil, ¿qué es lo que estás
haciendo aquí? Tenía entendido que el Emperador te dio una misión importante
—cuestionó, intentando recordar que eran comunes las apariciones espontáneas
del guardián del océano Antártico.
El joven Lymnades lo miró
tranquilamente, abandonando el cómodo lugar sobre el que había descansado. En
su hombro izquierdo, el cuervo negro que llegó con los santos del Santuario se
mantenía como un amigo inseparable.
— La misión se llevó a cabo con
éxito, pero con muchas novedades —aseguró Nihil, mirando hacia el abismo —. Al
volver a este reino nos enteramos de los desafortunados sucesos, es por eso que
decidimos venir y asistirte —dijo, señalando al ave sobre su hombrera.
— Llegas un poco tarde —aclaró
Enoc—. Pero percibo que aún hay muchos enemigos a los que podrías atender…
Aunque Enoc avanzó, Nihil y el
cuervo permanecieron con la vista en el enorme agujero en la tierra.
— Enoc, eres nuestro líder y
respeto tu autoridad, por lo que me apena tener que informarte que estás
equivocado —fueron las palabras por las que el Dragón Marino se giró hacia su
compañero, dándose cuenta que hablaba con razón.
Del gigantesco hueco marcado en
el suelo de la Atlántida, comenzaron a emerger esferas de luz azuladas
brillando y tintineando de forma espectral. La cantidad parecía incontable,
pero todas eran entidades inofensivas que se limitaban a oscilarse en el aire.
— ¿Qué significa esta
manifestación? —preguntó Enoc.
— Son almas —Nihil respondió con
brevedad.
— ¿Almas? —el marine shogun
repitió, escéptico.
— No me gusta ser yo quien te lo
diga, pero de haberse tratado de un enemigo más ordinario, tu poder lo habría
destruido por completo, de eso no tengo dudas —agregó Nihil—. Pero estamos
tratando con una abominación diferente…
Esas pequeñas almas se
mantuvieron suspendidas sobre el abismo, algunas se movían ligeramente como
luciérnagas confundidas, pero cuando parecían haber reunido la autonomía para
volar con libertad, de la oscuridad bajo ellas emergieron brazos oscuros y
deformes que las retuvieron.
Esos innumerables brazos formaron
una red que las contuvo a todas, comenzando a comprimirlas hastaque adaptasenuna
forma determinada. La red pronto se moldeó hasta formar un cuerpo humanoide, un
esqueleto dentro del que toda esa energía espectral se encontraba cautiva,
recubriéndola con hilos de oscuridad que rápidamente comenzaron a devolverle la
vida al coloso de Sennefer.
— ¿Acaso es inmortal? —cuestionó
el dragón marino con leve fastidio, sin sentirse intimidado por el regreso del
enemigo.
— No precisamente pero, ninguno
de los dos contamos con los medios para darle fin—respondió el marine shogun de
Lymnades —. Además, mientras sus fuerzas parecen inagotables, las nuestras se
debilitan, inconveniencias de nuestra humanidad.Debemos buscar la conclusión
pronta de esta batalla —sugirió, sin poder apartar la vista de lo que la oscuridad
tejía frente a sus ojos—.De lo contrario, las cosas serán desfavorables para
nosotros.
— Si viniste hasta aquí es porque
tienes algo en mente —comentó Enoc, confiando en el ermitaño del océano
Antártico.Le constaba cómo es que su enemigo no se debilitaba, ni moría, pese a
que lo ha atacado con todas sus fuerzas.
— El santo de Cáncer lo ha hecho,
en realidad —aclaró el joven marine shogun.
— ¿Y vas a confiar en él?
—inquirió Enoc con cierta desconfianza.
— No es cuestión de confianza,
sino en elegir el mejor método —dijo Nihil—. Pensé en otras estrategias, sobre
todo al saber que mis técnicas sí lo afectarán —eso se lo aseguró el santo
dorado de Cáncer—. Pero el camino que él muestra es el mejor para erradicar a
nuestro enemigo en el menor tiempo posible.
— Si tan seguro estás, la
responsabilidad recaerá en ti —advirtió el dragón marino—. ¿Qué es lo que debo
hacer?
Para cuando Nihil terminó de explicar
el plan que debía seguirse, el coloso volvió a regenerarse, manteniendo su
reducido tamaño, pero su armadura lucía mucho más resistente que la anterior.
Del orificio alargado en su yelmo
emergieron descargas energéticas que pusieron en movimiento a los dos marines
shoguns.
Enoc fue el primero en eludir y
precipitarse sobre su enemigo, pero la técnica de Nihil lo alcanzó antes.
— ¡Cola de Salamandra!
En los brazales del marine shogun
de Lymnades se encendieron llamas anaranjadas que se alargaron y tejieron entre
si hasta formardoslátigos flameantes atados a sus muñecas, como un par de
grilletes infernales. Con ellos, Nihil, arremetió de manera inesperada contra el
coloso.El golpe empujó al guerrero violentamente hacia atrás, resintiendo las
vibraciones por todo su ser.
Para Enoc, fue inesperado
escuchar a su enemigo gemir de la manera en la que lo hizo con ese ataque, a la
vista tan sencillo, pero laborioso en su raíz.
Cuando el látigo de fuego tocó la
estructura de la armadura oscura, la placa metálica se ondeó por un instante en
el que pareció cambiar a un estado gaseoso. Las flamas arrancaron una fracción
de esa oscuridad para que instantes después el metal volviera a solidificarse,
dejando únicamente una delgada línea de daño, pero el coloso se agitó de manera
insufrible.
Enoc siguió de cerca su trayectoria,
golpeándolo indiscriminadamente con sus puños y cosmos.
El coloso respondía a las
agresiones de Enoc, pero en el instante en que lograba imponérsele, Nihil lo
atacaba con su látigo de fuego y todo volvía a repetirse.
Para cuando el guerrero de armadura
oscura se concentraba en atacar al marine shogun de Lymnades, Enoc se
interponía sagazmente y lo embestía con su cosmos.
— ¿Cómo es que eso muestra más dolor hacia tus técnicas
que hacia las mías? —Enoc preguntó,intrigado por conocer la diferencia.
Nihil dilató en responder —Mi fuego eterno afecta la mente y el
espíritu de un oponente, por consiguiente, el mayor impacto es a nivel mental y
espiritual. Si esta criatura es la concentración de miles de almas perdidas,
imagina el dolor que se genera dentro de él con cada impacto. Sin buscar desacreditarte,
esa es la razón por la que lo hiero de manera más profunda que cualquiera de
los residentes del reino.
Los tres se mantuvieron en
movimiento, desplazándose a grandes velocidades por los páramos del reino
submarino, dejando zanjas y boquetes por los arrecifes de corales que con su
belleza natural adornaban los escenarios.
Para cuando los marines shoguns
divisaron uno de los siete pilares del reino de Poseidón a lo lejos, supieron
que estaba pronto el momento.
El coloso caía repetidas veces en
el suelo, dando giros y destruyendo todo a su paso, sin oportunidad alguna de imponerse.
Su armadura resistió mucho más esta vez, pero en ella se marcaban los pasos de
las llamas que Nihil empleaba en su contra, las cuales lograron abrir pequeñas
grietas que no se cerraban, a comparación de las producidas por los fieros
ataques de Enoc.
El guerrero oscuro terminó por
estrellarse contra el pilar del OcéanoÁrtico, sin causarle ninguna fractura.Resbaló
desde lo alto hasta caer aparatosamente a los pies del pilar y rodar por las
escaleras.
El coloso se levantó instantáneamente,
bufando de furia y agonía. Ante él se encontraba el dragón marino, el obstáculo
que no ha podido destruir por más que lo ha anhelado. Tras dar el primer paso
para atacarle, los látigos de fuego lo atraparoncomo si fueran serpientes,
dificultándole el moverse.
— Espero hayas guardado las
energías necesarias, Comandante —comentó Nihil, empleando todo de sí para
mantener inmóvil al enemigo.
—No me contendré, por lo que
espero te prepares… —repuso Enoc, elevando su cosmos hasta su punto máximo.
El aura que rodeó al dragón
marino hizo que el viento rugiera por la intensidad con la que fue golpeado.
— Yo te expulso del sagrado reino
de Poseidón —musitó el dragón marino, manteniendo los brazos a los costados
sólo para precipitarlos hacia el cielo con un rápido movimiento—.¡Cataclismo
marino!
El cosmos de Enoc se liberó tras
un estruendoso rugido por el que el suelo tembló. Con la fuerza de un despiadado
maremoto, su energía se proyectó contra el guerrero de armadura oscura,
embistiéndolo brutalmente con esa marejada de poder que subió hasta el cielo
marino.
Esa ola atravesó el cielo y sus
aguas a gran velocidad. Enoc permaneció con los brazos alzados, siendo empapado
por el chubasco que cayó del cielo antes de que volviera a la normalidad.
— Dejo eso en tus manos, Nihil
—musitó el dragón marino.
Lejos de allí, en la superficie,
donde enormes glaciares flotan en las aguas gélidas al norte del mundo, la tranquilidad
de la tundra se rompe con el estruendoso geiser luminoso que emergió por debajo
de los casquetes de hielo.
Con las gotas de agua y
fragmentos de cristal cayendo por todos lados, el guerrero de armadura negra
terminó por estrellarse sobre el duro suelo recubierto de nieve. Su cuerpo aún
se encontraba aprisionado por las largas cuerdas de fuego que permitieron a Nihil
acompañarlo en su travesía hacia la superficie, usándolo de trineo en un viaje
en el que no sufrió rasguño alguno.
El marine shogun cayó de pie,
pero al ser la primera visita al mundo exteriordespués de muchos años, sintió
un desequilibrio incomprensible que lo sobrecogió, provocando que sus látigos
flameantes se desvanecieran. Admiró en silencio el lugar al que habían llegado,
le recordó a la antesala del más allá por la blancura del suelo, pero el
cielo era una pintura viviente que
atrapó por completo su atención.
El panorama estaba ligeramente
oscuro, pero el campo celeste se veía iluminado por una colorida aurora boreal,
un fenómeno de la naturaleza tan hermoso que no podría ser apreciado por la
marioneta de Sennefer.
Sennefer descubrió la treta tras
ese último ataque, pero eran unos ilusos al pensar que no podría lograr que su
juguete regresara a la Atlántida de manera triunfal.
Entendía que ese marine shogun
contaba con habilidades shamánicassuficientes para enfrentar a la extensión de
su voluntad, pero sin la protección del DragónMarino, sería fácil aplastarlo.
Pensaba en ello al verlo de
espaldas, creyendo que se trataba de un intento de provocación, pero Sennefer nunca
imaginaría que verdaderamente Nihil olvidó por breves instantes que se
encontraba en medio de una pelea encarnizada…
El Patrono estuvo a escasos
instantes de atacarlo, cuando una voz retuvo todas sus intenciones.
— Así que, tú eres Sennefer
—escuchó de pronto, a través de su conexión con la armadura viviente.
El coloso giró lentamente el
rostro para permitirle a su amo una visión clara, mostrándole a través de la
delgada ranura de su yelmo que un santo dorado se encontraba allí, en medio de
la inmensidad de la tundra—. Cierto, no exactamente él pero sé que puedes
escucharme —corrigió el santo dorado de Cáncer, Kenai.
El guerrero oscuro permaneció
inmóvil, a la expectativa del santo del que percibía una inusual presencia a
diferencia del resto de los guerreros de Atena que ha enfrentado.
— Eres muy astuto, utilizar todos
esos espíritus para lograr una posesión de objetos de alto nivel. Empleas el
Cetro de Anubis para usar la energía de su rabia, estrés y confusión—Kenai
comenzó a repetir todo lo que ya había logrado deducir a través de su cuervo—.¡Por
los Grandes Espíritus…! Son demasiados… No dudo que eran muchos más antes de
tus andanzas por laAtlántida… toda la fuerza, ira y tormento de tantos hombres
en una sola criatura… es monstruoso.
— Eso lo explica… ese porte, esa arrogancia… eres un shaman… ¿Qué buscas
conmigo, shaman? — dijo la voz de Sennefer, quien finalmente permitió que
sus sentidos se conectaran en su totalidad en esa armadura—. Muchos han sido los de tu clase que se presentaron ante mí con el
mismo objetivo iluso… ¿Acaso es lo que buscas? ¿La victoria sobre el inmortal?
—cuestionó con prepotencia.
— No seré yo quien te venza,
Sennefer… pero el espíritu de la muerte te envía sus saludos, y está ansioso
por el que acudas a la cita que tienes pendiente con él —el santo explicó,
osado—. Yo sólo estoy aquí para ayudar a que se reúnan pronto.
— ¡Me diviertes, santo de Atena! Pero como tú, muchos han asegurado mi aniquilación
y son los que terminan reuniéndose con la muerte en mi lugar —Sennefer
semofó con una voz retumbante y macabra.
— Aquellos que te enfrentan
olvidan que eres un espíritu errante, y tomas fuerza de otras almas atrapadas
en el cetro de Anubis. No sucederá lo mismo conmigo… lo que has creado aquí
debe desaparecer —sentenció el santo, materializando su cosmos.
En pocos segundos, la cosmoenergía
de Kenai lo envolvió por completo en llamas de fuego dorado que le cedieron un
aspecto espectral e intimidante en el que resaltaban las flamas azules en su
rostro
— Los santos de Atena son siempre tan osados… no creo que tú… —pero
Sennefer no logró terminar de hablar, cuando el caballero dorado se desplazó a
una velocidad desconcertante hacia él. El santo no golpeó o atravesó a su
enemigo, en vez de eso, logró introducirse dentro de la oscuridad de su
armadura.
Empleando sus poderes
espirituales, Kenai abandonó el mundo de los mortales para sumirse en ese
espacio dimensional creado por el cetro de Anubis. El interior de esa armadura
viviente era un sitio de oscuridad interminable donde las almas cautivas
circulaban frenéticas, y donde sus voces gritaban sin cesar.
El santo de Cáncer resintió la
terrible atmósfera, siendo la primera vez que el paso hacia el mundo espiritual
le resultaba tan sofocante e hiriente. Sin duda combatía con una fuerza mítica,
tanto del objeto que mantiene ese reino existente, como la del hombre que lo
sostiene en su mano.
— Esto sí
que es inesperado —escuchó la voz de Sennefer, proveniente de cada rincón y
retumbando por encima de la multitud que gemía—. Jamás creí que por voluntad propia decidieras entregarme tu alma
—rió—.No tienes salida…
Kenai se sobrepuso a cualquier
malestar, impidiendo que las llamas de su cosmos se desvanecieran por la
tormentosa presión.
— No deberías tomarme a la
ligera… si decidí entrar aquí… fue con un objetivo preciso —aclaró, elevando su
poder espiritual—. Si no te venzo, te garantizo que lo pensarás dos veces antes
de crear más de estos guerreros… ¡pues
son tu mayor debilidad, y ahora voy a demostrártelo! ¡Posesión de almas! —gritó, estirando la mano con la que atrapó una
de las miles de llamas espectrales que revoloteaban como un enjambre a su
alrededor—.¡Fusión de almas!
Las flamas doradas que cubrían su
cuerpo comenzaron a absorber una cantidad descomunal de almas dentro de su
propio ser.
La risa de Sennefer retumbó en
sus oídos — ¿Acaso buscas apropiarte de estos espectros? Imposible, aunque tu
mente, cuerpo y espíritu fueran capaces de albergar esta gran cantidad de
almas, jamás desobedecerán mi voluntad, buscarán la forma de volver a mí, su
amo y maestro. ¿Sabes lo que eso significa? ¡Te destrozarán por completo!
*-*-
En el exterior, Nihil de Lymnades
se vio obligado a dejar de estudiar el paisaje cuando un cuervo de plumaje plateado
se posó sobre su hombro y le picoteó ligeramente el casco que le cubría la
cabeza. Sin dejar de graznar, el cuervo exigió su atención.
— Qué ruidoso —musitó con total
tranquilidad, girando un poco para ver cómo es que el guerrero oscuro y el
santo de Cáncer se mantenían de pie, frente a frente e inmóviles. La batalla entre
ambos había pasado a un plano astral diferente, por lo que sus cuerpos físicos
parecían haberse congelado.
El marine shogun notóque el gesto
durmiente del santo de Cáncer comenzó a cambiar a uno de gran congoja y dolor. Nihil
se mantuvo lejos de él, sabedor de las horribles sensaciones por las que pasaba
Kenai. Si lo prolongaba por más tiempo, el cuerpo del santo dorado terminaría
por despedazarse, fue evidente cuandoempezó a escupir sangre por la boca, y
líneas carmesí salieron de su nariz y lagrimales. Kenai cerró con fuerza sus
dientes y puños, sobre exigiéndose para no claudicar.
El marine shogun volvió a poner
su vista sobre la aurora boreal en el firmamento —Es tal y cómo me lo dijiste,
Kenai de Cáncer —musitó, cubriéndose con su cosmos—… En esta ocasión es
preferible pedir “perdón” que “permiso” al amo del más allá…
Juntó las manos, de tal manera en la que sus dedos formaron
las aristas de un rombo en cuyo interior acumuló su cosmoenergía.
Es cierto que sus habilidades
naturales le permitirían enfrentar a la marioneta de Sennefer, pero eso no
garantizaba una victoria; lo mismo aplicaba para Kenai. Sin embargo, ambos
concordaron que si trabajaban juntos, triunfarían
— Puertas del sueño negro —
murmuró al proyectar su energía hacia el cielo, en el que se marcó el perímetro
del rombo sobre el manto de la aurora boreal.
*-*-*
Kenai sentía que su alma estaba
siendo desgarrada desde su interior, sobresaltándose tras los instantes en los
que perdía conciencia de sí mismo,pues su voluntad intentaba desaparecer para
formar parte de ese ejército de almas.
— Tus
esfuerzos son inútiles, jamás podrás purificar estas almas. Termina ya con tu
ingenio intento y piérdete dentro de este torrente espectral.
— Como ya dije… no me habría
lanzado a esta tortura al creerlo inútil —respondió Kenai débilmente—. No
cuando aquí… y sólo aquí… es donde expones totalmente tu alma…
— ¿Qué dices? —Sennefer se intrigó.
— Como escuchas… estas almas son
tu fuerza pero también tu mayor debilidad —aclaró—… No esperaba liberarlas de
tu dominio, pero ellas tienen un fuerte vínculo con el cetro de Anubis, que a
su vez está conectado con tu propia alma… ¡es a través de ellas que he
encontrado un camino hasta ti, siendo el Cetro de Anubis el conducto!
El santo de Cáncer abrió los ojos,
estirando los brazos hacia la oscuridad.
— El espíritu de la muerte no
puede alcanzarte, pero jalando las cadenas con las que atas a estas almas a la
tuya, ¡los arrojaré a todos al limbo donde la muerte los estará esperando!
Kenai expulsó su cosmos dorado,
junto al que liberó todas las almas que había absorbido dentro de sí mismo,
convertidas en cuervos de oro que llevaban consigo interminables cadenas
espirituales hacia las tinieblas.
*-*-
En su lugar de reposo, Sennefer
sintió una fuerte opresión en el pecho, como si un gancho se hubiera aferrado a
sus pulmones, impidiéndole respirar. Abrió ampliamente los ojos, impresionado
por el que el santo de Cáncer hubiera sido capaz de atacarle directamente.
— ¡Esto es… imposible! —exclamó,
cuando del Cetro de Anubis seis cuervos dorados emergieron, y a la velocidad de
la luz le atravesaron el cuerpo, dejando adheridas a su alma las cadenas que
arrastraron en su vuelo.
Sennefer luchó contra la fuerza
que estaba jalando su alma para sacarla de su cuerpo. Se retorció de dolor, y
por unos instantes el pánico deformó su rostro.
El único testigo de la escena eraEhrimanes,
quien con una disimulada sonrisa analizaba qué era lo más conveniente para él.
*-*-
Nihil mantuvo su posición, esperando
paciente e imperturbable pese a escuchar la respiración forzada y atragantada
del santo de Cáncer.
Fue entonces cuando Kenai abrió
los ojos, siendo claro su regreso hacia el mundo de los mortales. Caminó con
dificultad hacia el aún inmóvil guerrero oscuro, tocándolo con la palma de su
mano izquierda, manteniéndola allí.
Alzó su tembloroso brazo derecho
hacia el cielo, pues resentía un dolor devastador.Al contemplar por un segundo
el bello campo celeste, su mente le permitió unos segundos de paz y confort al
venir a él un viejo recuerdo, protagonizado por él y su abuelo, en los
días en que era apenas un niño que gustaba pescar en el hielo y escuchar
historias alrededor de la fogata.
Una noche como ésta, en Alaska,
el sabio hombre le dijo —Hace mucho tiempo
ya, mi abuelo me contó que la aurora boreal está formada por los espíritus de
la tierra— le aseguró—.Es una ventana
hacia el deslumbrante más allá del que algún día formaremos parte.
El entonces pequeño Kenai se maravilló
ante la idea—Eso quiere decir, ¿que papá
está viéndonosdesde allí? —sonrió optimista.El anciano asintió, conmovido
por la inocencia de su nieto.
Kenai cerró los ojos al serle
imposible mantenerlos abiertos por el dolor que lo atravesaba. Concentró toda
la fuerza y energía que le quedaba en su ser para mantener el control sobre esas
almas. Ignorando la abundante sangre que emanaba por todas partes de su cuerpo
y el fuerte bombeo de su corazón y cabeza,logró decir — ¡Nihil, debe ser ahora!
— Puertas del sueño negro —el marine shogun volvió
a repetir, esta vez con un tono solemne y maximizando su cosmos al límite—… por
el nexo de la antigua hermandad entre la muerte y el sueño, ábranse.
Dentro del espacio romboide que
mantenía proyectado en el cielo, se creó un portal dentro del que se vislumbraba
un paraje perpetuamente blanco.
En cuanto percibió aquella abertura
en el velo espiritual, Kenai extendió el dedo índice de su mano derecha,
apuntándolo justamente hacia el portal para exclamar — ¡Ondas infernales!
El cosmos dorado de Kenai
envolvió por completo a su enemigo, formando una enorme llama de la que se
desprendían fragmentos de fuego que simularon plumas arrastradas por la fuerza
espiritual de Kenai, y qué seguían el trayecto que el cosmos de Nihil les
indicaba.
La gran flama poco a poco se iba
haciendo más pequeña, pero Kenai tenía muchos problemas para jalar a aquella
que era su prioridad, pues luchaba por permanecer en la oscuridad. El resto de
las almas entraron por esas puertas para perderse en su interior.
Por un momento fugaz, Kenai
sintió que estaba por alcanzar su objetivo, sin embargo, aun con los ojos
cerrados, su visión extrasensorial le permitió ver una garra oscura precipitándose
contra él.
— Espero que te hayas divertido —Kenai escuchó en un rincón de su
mente—. Ganaste la batalla, pero tu
jueguito se acabó —antes de que una horrible punzada en su cabeza desatara
una ola de dolor en su sien y le enfriara el corazón.
Nihil percibió una energía
maligna, aunque le fue imposible determinar su origen. Se alarmó ante ese
disturbio por el que se obligó a cerrar su mente y alma para protegerlas de
aquella entidad por la que se sentía acechado, terminando todo vínculo con
Kenai y el vórtice hacia el otro mundo, que se cerró tras las cortinas de la
aurora.
El marine shogun miró sobre su
hombro para ver cómo el santo de Cáncer colapsaba en el suelo, con los ojos
abiertos y totalmente en blanco. Lo que había quedado de la armadura viviente
se consumió en el aire, desapareciendo al fin.
FIN DEL CAPITULO 43
Kekkai*: Se le llama así auna
barrera psíquica o espiritualcreada por una persona que impide que la gente
inocente salga dañada cuando una batalla da inicio, así como que se destruya el
entorno donde se suscita. El kekkai
puede ser destruido si hieren de gravedad o matan al creador de la barrera, así
mismo cualquier daño que sufra el interior del kekkai se verá reflejado en el mundo real si el creador muere.
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