domingo, 8 de abril de 2012

El legado de Atena CAPITULO 26. El vórtice de la tormenta Parte II


Asgard, quince años atrás.

Bud colocó la leña que partió formando una pila de maderos secos, cubriéndolos con cuidado para su conservación y futura venta.

El tiempo que vivió como vasallo de Hilda y los años en que sólo respiraba para entrenar, le habían hecho olvidar lo que era el trabajo duro y honesto de un hombre común.

Tras dar la debida sepultura a su hermano, Bud regresó al único sitio al que él puede llamar hogar. Pensar en su futuro lo hacía sentir a la deriva en un mar de incertidumbre, por lo que sólo esa humilde cabaña le servía como un puerto seguro del que no estaba deseoso partir.

Ahora que era un hombre nuevo, sus ojos le permitían ver de otra manera al mundo. A su regreso se llenó de remordimiento al ver la casa de su padre al borde del derrumbe, con maderos enmohecidos y agujeros rellenados con frágil paja seca.

Por supuesto que no esperó una bienvenida cordial del leñador al que por mucho tiempo creyó su auténtico padre, después de todo él fue quien se marchó cuando los alrededores se volvieron inapropiados para su entrenamiento; sumando el temor que tenía por la posibilidad de ser descubierto por Syd o alguien cercano a él.

Al verlo después de tantos inviernos, el recuerdo del hombre fuerte que talaba enormes árboles a pocos tajos había quedado muy atrás, como si hubiera sido atacado por una vejez prematura los últimos meses. Los ojos gastados del leñador tardaron en reconocer a aquel joven que bajó del caballo. Pero una vez reconocido, el anciano de tosco aspecto respondió como un verdadero padre, pues con un afectuoso abrazo sostuvo a su hijo, iluminándosele el rostro que pareció recobrar un poco de juventud.

El viejo leñador apenas y podía continuar con sus labores, por lo que para Bud fue fácil tomar la decisión de asentarse allí con él, cuando menos hasta decidir cuál rumbo tomar.

Han pasado pocos días desde que la guerra contra el Santuario llegó a su fin, y en ese lapso Bud dio un techo más fuerte a la cabaña del leñador, así como nuevos muros e incluso una pequeña ampliación a la morada.

Mantenerse ocupado era su mayor preocupación. La lesión en su brazo no era un impedimento para realizar el trabajo diario, una sola mano le bastaba para alzar hasta el árbol más grueso de esos bosques.

Estaba viviendo la que habría sido su vida de no haber descubierto la verdad sobre su nacimiento. Bud sonrió pensando en lo irónico de la situación.

Cuando se dispuso a entrar a la cabaña, escuchó cascos de caballos aproximándose. Se tensó al ver los estandartes del Valhala en manos de los jinetes que escoltaban un carruaje.

Para alivio del dios guerrero, el leñador había marchado al pueblo en su lugar, de lo contrario hubiera sido una inocente victima de todo esto.

Despojado de cualquier armadura o arma, vistiendo sólo tela rudimentaria de color blanco y pieles oscuras protegiéndolo del frío, Bud permaneció inmóvil frente al umbral de la choza, decidido a enfrentar a cualquier asesino que Hilda haya enviado.

Los jinetes en caballos grises se adelantaron al carruaje para aproximarse a la casa. Los dos soldados permanecieron en sus monturas con las espadas envainadas y los estandartes en alto. Uno de ellos, cuyo cabello rubio sobresalía por debajo del casco vikingo, se aventuró a preguntar tras haber estudiado al campesino.

— ¿Eres tú Bud de Alcor Zeta?

Con cierto recelo, el dios guerrero respondió en un intento de evitar una confrontación— Soy un simple leñador, señor.

El carruaje, que era jalado por dos yeguas blancas, se detuvo ante la maniobra del cochero. El color azul zafiro del vehículo y los relieves dorados que adornaban los marcos de las ventanillas revelaban que algún noble viajaba en el.

— No tiene sentido que evadas mi pregunta —aclaró el soldado—. Aunque debo decir que hasta yo dudaría y seguiría mi camino. Pensé que todos los dioses guerreros eran de familias aristócratas y no simples plebeyos —comentó sarcástico.

— Soldado, le suplico que por favor se retracte y muestre el debido respeto— reprendió una voz femenina que sorprendió hasta al mismo Bud—. Esa no es la forma en la que debe dirigirse a un guerrero de Odín.

De la pequeña puerta del coche descendió la bella mujer que dirigía al pueblo de Asgard. Ayudada por el cochero a bajar, la sacerdotisa de Odín avanzó sin precauciones o escoltas hacia la vivienda.

Bud pestañeó incrédulo ¿realmente se trataba de Hilda? ¿La misma Hilda de Polaris que declaró la guerra al Santuario? No, la mujer que estaba ahí no encajaba en lo absoluto con la tirana que recordaba.

El mismo rostro, el mismo cabello, la misma piel… pero la ausencia de la frialdad que habitaba en sus ojos le permitía dudar.

Bud quedó consternado por la calidez que desprendía esa mirada azul, tan pura, tan serena… Esos no eran los ojos ante los que se humilló en el pasado.

Las vestimentas de la gobernante también habían cambiado, apartando la imagen de mujer cruel y déspota por la de una doncella modesta y hasta dulce por el abrigo rosado y vestido largo de suave color azul que arrastraba un poco por la nieve.

— Mis más humildes disculpas señorita Hilda, le imploro me perdone señor —el soldado aceptó la reprimenda, bajando del caballo e inclinando levemente la cabeza para acatar la orden.

La hermosa sacerdotisa detuvo sus pasos y dedicó a Bud una ligera pero sincera sonrisa como forma de saludo.

Bud no se arrodilló como debería de hacer y eso molestó en gran medida al séquito de guardias. Para lo que él entendía, Hilda lo había tachado como traidor terminando así cualquier asociación entre ellos, no le debía nada.

Cierto es que Bud, como otros tantos, no conocían esa faceta de la señorita Hilda. Aquellos que la trataron antes del fatídico día en que la sortija Nibelungo la poseyó, sabrían que esa era su auténtica naturaleza.

— No sabes la alegría que siento por saberte con vida, Bud —su voz perdió el tono malicioso y malintencionado con el que confabulaba hasta entre sus propios allegados, ahora podía sentir sinceridad en sus palabras.

— ¿Qué dices? —la sombra de Syd no creyó lo que escuchó—. ¿Acaso has venido a terminar el trabajo tú misma, Hilda? —respondió con un deje de resentimiento.

Hilda inclinó la cabeza, avergonzada al recordar las crueles y engañosas palabras que dedicó al dios guerrero por influencia del anillo Nibelungo.

— Tal vez no vayas a creerme Bud, pero no soy la misma mujer que anteriormente conociste —habló con tranquilidad, volviendo a alzar el mentón con propiedad—… He viajado hasta aquí con el único propósito de pedir tu perdón, y también para explicarte lo que realmente sucedió… la razón por la cual Asgard llora a sus hijos caídos injustamente en batalla.

Bud quiso convencerse de que todo se trataba de un engaño, pero nada en la representante de Odín evidenciaba lo contrario. Veía en ella culpa y tristeza, pero a la vez ternura y amor.

Influenciado por los pocos buenos modales que se permite aplicar, Bud la invitó a pasar a su morada poniendo como pretexto el clima.

Hilda sintió un gran alivio, agradeció el tener una oportunidad de explicarse. Entró sin temor a la cabaña, no juzgó el pobre contenido y aspecto ya que bien sabía que la mayoría de los habitantes de su nación eran gente humilde y sin demasiados bienes materiales.

La Princesa se sentó en un banco circular junto a la mesa sobre la que había algunos trastes de cerámica. Bud echó tres leños a la chimenea empedrada y ahí decidió permanecer, removiendo los maderos entre el fuego con indiferencia.

Hilda contempló discretamente al lugar, pequeño y cuadrado. Era visible que faltaba el toque femenino que sólo una madre o esposa podían darle a un espacio como ese.

Bud notó la inspección, y sarcástico comentó— Jamás imaginé que la gran Hilda de Polaris pudiera frecuentar lugares como este.

— Para mí es algo normal, considerando que mi pueblo es carente de muchas cosas.

— ¿Desde cuándo eso te ha importado? —inquirió Bud molesto, atento a la reacción de la doncella quien atinó a suspirar con pesar, pareciendo incómoda ante el reclamo— Tampoco es de mi agrado que la mujer que me utilizó y después quiso matarme goce de la hospitalidad de mi techo, pero dices tener algo importante que decirme… Estoy dispuesto a escucharte, pero no prometo que vaya a interesarme o creerte.

— Me parece justo. Mi debilidad le ha costado a Asgard a sus hombres más prominentes, por ello mi penitencia será una tarea ardua y difícil —la sacerdotisa dijo con solemnidad, dispuesta a confesar lo que al mismo Odín le dijo aquel día—… Pero debo comenzar a reparar el daño que causé, y tú Bud, por encima de todos los demás mereces saber la verdad sobre lo que ocurrió. Después de todo, eres el único dios guerrero que queda con vida tras la mortal batalla contra los santos de Atena.

Para Hilda aún era difícil hablar sobre su encuentro con Poseidón y cómo es que ante la negativa de ella por propiciar una guerra contra el Santuario, el dios del mar la maldijo con el anillo Nibelungo, una joya que convierte a las personas en siervos del mal. Habló sobre la cruel forma en la que su naturaleza fue corrompida para servir a las ambiciones del emperador del mar, las mismas que la llevaron a llamar a los siete dioses guerreros y retar a Atena para buscar su muerte. Sólo hasta que los santos del Santuario recolectaron los siete zafiros de Odín, invocando la armadura divina junto a la espada Balmung, es que fue libre del maleficio del anillo endemoniado.

La sacerdotisa relató también la forma en la que ante su fracaso, Poseidón decidió actuar, comenzando una nueva guerra contra Atena y sus guerreros que se llevó a cabo en las profundidades del mar mientras el mundo sufría de terribles lluvias y tormentas provocadas por el dios del océano con el fin de borrar a la humanidad de la faz de la Tierra.

Para Bud habría sido difícil de creer tal situación de no ser porque es testigo del cambio en Hilda. Durante el relato de la Princesa, el asgariano centró toda su atención en busca de engaños, pero su honestidad era genuina. Además, la forma en la que Hilda se expresaba dejaba ver su dolor ante lo que había hecho bajo el control de la sortija que mencionó: sus manos temblaban por la rabia que sentía, y sus ojos se mostraron cristalinos a punto de romperse en lágrimas por el recuerdo de Sigfried, Syd, Alberich, Mime, Hagen, Phenril y Tholl.

En algún momento ansió el consolarla, pero toda esa historia removió muchas de sus propias penas. El saber que todo había sido acto de un dios infame como Poseidón lo llenó de cólera y frustración. Los dioses guerreros no lucharon por designio de Odín, murieron cruelmente engañados… ¡Su hermano había muerto por nada!

El estrés que sacudió todo su ser hizo que sus heridas le volvieran a doler como en el mismo instante en que las obtuvo.

Hilda abrió los ojos preocupada por la salud de Bud. Rápidamente abandonó su asiento para acuclillarse al lado del joven guerrero quien le pidió no tocarlo.

— Esas heridas… las tienes por mi culpa —señaló afligida ante el rechazo de Bud.

— Es lo que me gané por confiar en alguien —desvió la mirada y buscó ponerse de pie, mas la mano de Hilda lo detuvo al sujetarlo por la muñeca.

— ¿Qué es lo que estás…?

La sacerdotisa le sonrió con dulzura cuando su cosmos blanquecino la rodeó. Bud dejó de verla como una amenaza al instante en que percibió un cosmos tan tranquilo y confortante proviniendo de ella. No se parecía en nada al de antes, era una energía intensa pero amigable y llena de paz.

La Princesa de Polaris extendió su mano hacia el cuello del tigre blanco, cerrando los ojos para una mayor concentración.

Bud se atragantó al sentir algo cálido sobre el corte de su cuello, para después desaparecer. Lo mismo sucedió cuando la mujer acercara los dedos a su hombro herido.

— Ya no te molestarán más —la mujer dijo al desvanecerse el aura celestial que inundó la cabaña.

Incrédulo, Bud apartó el vendaje de su brazo, notando la desaparición de la herida, ni siquiera una cicatriz era visible.

— Hilda… ¿en verdad esta eres tú? —Bud preguntó contrariado, comenzando a sentir vergüenza por la forma tan despectiva con la que la había tratado.

— Lo descubrirás si me das la oportunidad—ella respondió con alegría—. Pese a lo trágico de la situación, todo lo acontecido me ha hecho darme cuenta que las cosas en Asgard deben cambiar, y el primer paso debo darlo yo —la distancia entre ellos se había acortado al fin, permanecieron uno cerca del otro junto al calor de la chimenea. Bud se sentía cautivado al contemplar a Hilda a la luz del fuego.

— El gran Odín me ha indicado el camino que debo seguir —ella prosiguió—, por eso en el futuro necesitaré del apoyo y trabajo duro de hombres como tú Bud, aunque yo sé que en estos momentos es pedirte demasiado…

— Señorita Hilda —su voz expresó al fin respeto por la gobernante de Asgard— … Yo…

— No necesitas responder ahora, aún hay tiempo— Hilda dijo comprensiva, percibiendo los titubeos del guerrero—. Además, en estos momentos me encuentro en una travesía diferente. He visitado a algunas de las familias de los dioses guerreros, es lo menos que puedo hacer. Decirles que todos ellos fueron héroes que cayeron con honor protegiendo a Asgard, y que serán honrados como tales a partir de ahora. Claro que no todos ellos tenían la dicha de tener un padre o una madre, pero es lo menos que puedo hacer —añadió con tristeza.

Para realizar un acto como ese no sólo se necesita de caridad sino de gran valentía. El ser mensajero de tan malas noticias no debía ser fácil. Eso es lo que pensaba Bud, sin poder apartar sus ojos de la princesa quien buscó algo dentro de su abrigo rosa.

— Casi he terminado, pero entonces pensé en ti Bud, y en lo mucho que te debo… así como a Syd —mostró un pequeño sobre negro con el sello del Valhala— Es algo que debes hacer, no por mí, sino por él.

— ¡¿N-no estarás sugiriendo que yo…?! —de alguna manera adivinó la intención de Hilda, y la sola idea lo estremeció—. No, lo siento, pero no lo haré —de nuevo su rostro mostró indignación, rompiendo con el lazo que habían logrado crear.

Bud se levantó, mirando con furia a la sacerdotisa quien permaneció en el suelo, impasible y silenciosa.

— ¿Por qué he de hacer tal cosa? ¿Acaso les deseas la muerte a tan acaudalada pareja? Si llegase a verlos no aseguro lo que podría pasar— alegó indignado.

— ¿Tanto los odias Bud?...

— Por supuesto— respondió sin vacilar.

— Entonces díselos…

— ¿Cómo dices...? —repitió conmocionado—. ¿Acaso estás burlándote de mí?

— Para forjar un nuevo camino primero se debe arreglar el pasado… Mientras una persona no enfrente a sus demonios nunca podrá avanzar hacia el futuro. Tu dolor no debe aprisionarte más en la oscuridad Bud, es momento de que dejes de ser una sombra y camines en la luz, con orgullo y valentía.

— ¡¿Estás diciendo que soy cobarde?! —espetó, frunciendo el ceño.

Hilda no se dejó intimidar, por lo que prosiguió— ¿No crees que es lo que hubiera querido Syd?

Las últimas palabras de Syd susurraron en su mente, logrando que sus sentimientos entraran en un terrible conflicto.

— Dudo que hubiera querido ver a sus padres sufrir todavía más —masculló aún furioso.

— Eres un buen hombre Bud, me apenaría ver que decidieras permanecer en el abismo del odio estando con vida a diferencia de los demás… Sé que Syd hubiera querido que fueses su sucesor, pero no pienso darle el puesto de dios guerrero a un hombre que tiene miedo de enfrentar su pasado —ella misma estaba enfrentando las consecuencias de sus acciones, eso la hacía sentir más fuerte y decidida—. La vida suele poner estas pruebas, eso es lo que significa ser humanos, enfrentar los contratiempos, avanzar y ser mejores cada día.

Bud se giró hacia la puerta, no iba a soportar por mucho más esos sermones. Decidió callar para controlar sus emociones.

— La vida es un reto, y desafío tras desafío es lo que te hace una mejor persona. Yo misma pienso iniciar mi encrucijada hacia el futuro que idealizo para Asgard y me gustaría que me acompañaras…

La princesa dejó la carta sobre la mesa una vez de pie para después caminar lentamente hacia la salida. Permaneció bajo el marco de la puerta para agregar— Pero si tu decisión es permanecer aquí y ser un pacifico leñador, prometo respetar eso —musitó al partir.

Bud no se dignó a agregar nada más, ni siquiera una despedida. Permaneció allí en una esquina de la cabaña, inmóvil, pensativo, en silencio.


Capitulo 26. El vórtice de la tormenta, Parte II

Lobos y murciélagos.

Sergei, dios guerrero de Épsilon, corría por las estepas congeladas a gran velocidad. Ni la nieve, ni el viento eran capaces de frenarlo. Junto a él su compañero cuadrúpedo corría con la misma facilidad entre la tormenta.

Gracias a sus habilidades físicas e instintivas, es por lo que le fue encomendada la misión de dirigirse hacia Bluegard en búsqueda del señor Hyoga. Las explicaciones fueron escasas, pero entendía que la razón por la que debía atravesar kilómetros de tundra era para mitigar los temores de la Princesa Flare.

Tal encargo no le molestaba en lo absoluto. Pese a que lo consideraba una pérdida de tiempo, lo hizo por gusto ya que correr de esa manera por los valles congelados desenterraba las memorias de su niñez.

Su pasado era nebuloso, pero en las dunas blancas solían reflejarse fragmentos de recuerdos borrosos. A veces podía verse a sí mismo cuando era un niño que vivía en una humilde cabaña junto al bosque, la cálida sonrisa de su madre y el afectuoso rostro de su padre; el día que encontró a Aullido siendo un lobezno que quedó herido al ser prensado por una trampa, la manera en la que su padre curó al pequeño y le permitió conservarlo… Desgraciadamente también veía las imágenes de los hombres que violaron la integridad de su hogar, asesinando a su madre frente a sus ojos, la forma en la que fue privado de la libertad al ser llevado a ese horrible lugar donde borraron la mayoría de sus memorias y estuvieron a punto de desaparecer su voluntad.

La angustia solía embargarlo ante las remembranzas de las experiencias sufridas en ese espantoso sitio, sobre todo al recordar al viejo amigo con el que esperó poder escapar para recuperar sus vidas, pero tal deseo jamás llegó a ser… y quizá él tampoco lo hubiera logrado de no ser por el Patriarca del Santuario. En aquel entonces todavía sólo era el santo del Dragón, pero gracias a él logró sobrevivir a la destrucción de ese lugar infernal.

De repente, Sergei frenó al mismo tiempo que Aullido, permaneciendo ambos expectantes dentro del interior de la tormenta. El dios guerrero alzó un poco el mentón, intrigado por lo que olfateaba en el aire. El pelaje de Aullido se erizó al percibir un peligro que se aproximaba justamente por el frente. El guerrero de Épsilon compartió el mismo sentimiento.

Se apresuraron a subir a un lugar mucho más elevado donde pudieron obtener una vista panorámica del extenso valle rodeado por las montañas. Sergei concentró sus sentidos, pudiendo sobrepasar el límite del ojo humano para encontrar aquello que había alterado sus instintos.

El dios guerrero de Épsilon se alarmó al divisar en la distancia varias siluetas avanzando por las tierras de Odín.

El esfuerzo combinado de la visión de amo y lobo les permitió observar la peligrosa marejada que corría en dirección al Valhala. Se trataba de un grupo de hombres acorazados que, como una manada de animales salvajes, se desplazaban presurosos por las estepas de hielo. Había alrededor de cuarenta guerrero nómadas y todos ellos estaban envueltos por una estela siniestra a la que Sergei y Aullido fueron muy sensibles.

Ambos mostraron los colmillos al reconocerlos como un peligro. Si continuaban a esa velocidad y numero, el Valhala sería muy pronto atacado, necesitaba conseguir tiempo para que el resto de los dioses guerreros estuvieran consientes de la amenaza y tomaran medidas.

El dios guerrero de Épsilon intercambió una mirada con su fiel lobo, compartiendo así una idea que podría funcionar. Sergei dio un último vistazo hacia el horizonte, todavía confundido por esa única presencia que no le atemorizaba pese a ser quizá la más imponente de todas.

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Caesar, Patrono del Zohar de Sacred Python, encabezaba la horda de guerreros destinada a destruir todo vestigio del reino de Odín en la Tierra.

A su diestra Dahack, Patrono de la Stella de Arges, avanzaba a su lado. La Stella de Arges era de un color verde oscuro, con un diseño ligero por el que sus partes vitales se encontraban cubiertas, el casco con una celada adornada con relieves que formaban un gran ojo era la característica que compartía con otros de sus compañeros.

Y para su disgusto, a la izquierda caminaba una criatura disfrazada de hombre, un monstruo que servía a Sennefer con devoción. No se interesó en recordar su nombre, ni mucho menos conocer su habilidad. Tras las insistencias de Sennefer, el señor Avanish le pidió llevarlo a la misión como si se tratara un perro que necesita un paseo.

Caesar tenía claro su objetivo, él habría preferido algo mucho más discreto, pero aprovecharía la confusión numérica para alcanzar a su presa. A través de sus sentidos, la espada que se le fue confiada le transmitía la dirección que debía seguir.

El Patrono de Sacred Python vio algo a lo lejos, la tormenta le dio una forma antropomorfa, alguna especie de hombre bestia, pero conforme se acercaba la visión se separó en dos individuos. Sería fácil permitir que toda la fuerza detrás de él lo embistiera y borrara del camino, sin embargo decidió detenerse, siendo imitado por los demás.

Frente a toda la línea de guerreros y Patronos, el dios guerrero de Épsilon se plantó como el único obstáculo en el blanco valle.

Caesar no sabía si sentir admiración o echarse a reír, por lo que el silencio fue su única reacción. En su lugar Dahack se carcajeó ante la abrupta pausa.

— ¡Qué extraño, creí que una vez que se dieran cuenta se reunirían en un sólo lugar para enfrentarnos, pero en vez de eso envían a un único emisario! ¿O será acaso que piensas que es mejor lanzarte al suicido que vivir la agonía de una larga lucha? —Dahack gritó.

— ¡No sé quiénes sean pero no les permitiré avanzar más! —respondió con un gruñido de advertencia— ¡Puede que caminen y actúen como hombres, pero su disfraz no les servirá conmigo! ¡No permitiré que su pestilencia profane la sagrada Asgard! ¡Cuidado ya que caminan por hielo delgado!

Todos ellos miraron al osado guerrero, sólo Caesar prestó atención al lobo que lo acompañaba, nadie le dio importancia más que él. Se perdió en sus ojos amarillentos, para subir hacia las puntiagudas orejas recubiertas con un pelaje negruzco que se extendía a otras regiones del cuerpo excepto en el pecho, el rostro, las patas y la punta de la cola que respetaban un color blanco.

De cierto modo le pareció algo inusual ver a un lobo como ese domesticado, no lo consideraba una amenaza pero el animal removió algo en su interior.

¿Podría ser posible? —pensó por un instante.

Muchos de los guerreros se sorprendieron ante las palabras de Sergei de Alioth, como si hubiera descubierto un secreto que deseaban esconder.

— Parece que los asgarianos son extremadamente arrogantes —Dahack se adelantó pocos pasos—, uno solo de ellos se cree capaz de detenernos. No sé si llamar a eso valentía o estupidez.

— En mi opinión ustedes son los estúpidos por no seguir mi advertencia…

Sergei elevó su cosmos sin dudar, a su lado el lobo también se rodeó por una bruma destellante al aullar al cielo.

Dahack sonrió irónico, dispuesto a ser quien derramara las primeras gotas de sangre de esta guerra. Mas Caesar lo detuvo al sostenerle el brazo.

Antes de que el Patrono pudiera preguntar la razón, Sergei de Alioth lanzó un tremendo grito, avivando la intensidad de su cosmos.

El dios guerrero de Épsilon impactó su puño contra el suelo sobre el que de manera inmediata se trazaron líneas entre la nieve como si se tratara de un espejo rompiéndose.

La fuerza del golpe cuarteó el piso, revelando que lo dicho por el dios guerrero no sólo había sido una metáfora, en verdad estaban sobre un gran lago congelado que la nieve escondió con majestuosidad. Sólo verdaderos nativos de la región sabrían tomar precauciones.

Las fisuras se extendieron con gran velocidad, obligando a los guerreros a desplazarse hacia diferentes direcciones, dispersándose. La mayoría fueron lo suficientemente hábiles para saltar entre el hielo y llegar a una lejana orilla, el resto cayó dentro del agua helada, sufriendo el castigo de la madre naturaleza que se encargó de sepultarlos en las profundidades del lago.

Sergei y Aullido también retrocedieron para no caer victimas de su propia trampa. El dios guerrero estaba consciente que eso no los detendría, pero obligarlos a separarse fue el principal objetivo. Cruzar el lago era el camino más rápido y recto para llegar hacia el Valhalla, por lo que al destruir ese punto obligaría a los invasores a tomar las rutas más largas y complicadas, dividiendo sus fuerzas al mismo tiempo.

Tras apenas conseguir llegar a tierra firme, Sergei se volvió para contemplar su obra, quedando boquiabierto al ver a una sola figura levitando por encima del hielo flotante.

Dos largas alas negras es lo que mantenían en el aire a ese hombre que portaba una armadura oscura con una apariencia extraña, no parecía estar formada por resistentes placas metálicas, sino por algún material orgánico.

El guerrero volador se dirigió hacia esa misma orilla, aterrizando a una distancia prudente de Sergei y su lobo quien mostraba los colmillos.

Sergei miró con dureza al guerrero de largo cabello anaranjado, consternado por el ropaje que lo cubría casi en su totalidad, cediéndole largas garras en las manos, las alas en su espalda y un casco con un par de crestas que le daban un aspecto diabólico. Sin embargo el rostro del hombre debajo de toda esa abominación tenía una expresión seria y demasiado pasiva que contrastaba enormemente con su coraza protectora.

Los dos combatientes se miraron en silencio hasta que el peli naranja dijo —No nos dimos cuenta que bajo nuestros pies existía una magnifica tumba.

— ¿Es el momento en que vas a decirme que todos ustedes pueden volar como aves? —espetó Sergei, quien alejó a Aullido para tener mayor libertad de reacción.

— No —respondió con excesiva tranquilidad—. Nosotros somos únicos. Los otros encontrarán la manera de llegar a su destino, yo me he quedado para enfrentarte —explicó.

— ¿Y quién demonios son ustedes, engendros? ¿Por qué invaden nuestro reino?

— La destrucción y la muerte son nuestras únicas intenciones. Muere ahora guerrero de Asgard, quizá podrás renacer en un renovado mundo la próxima vez —dijo al extender la mano y que numerosos cortes aparecieran sobre la armadura de Épsilon.

Sergei sintió la extraña opresión que lo golpeó, pero gracias a su rapidez fue capaz de salir de la embestida de poder para evitar un daño total. El dios guerrero notó las profundas cuarteadas que se marcaron en su manto divino, enfureciéndose.

— Oh, eres ágil —el invasor señaló con leve admiración—, supongo que nos servirás para probar nuestro nuevo poder…

El guerrero de Épsilon tensó los brazos hacia los costados —¡Hay muchas presas a las que tengo que darles caza, no me estorbarás mucho tiempo! — gruñó antes de lanzarse a la ofensiva.

Sergei empleó las zarpas del ropaje de Épsilon para atacarlo, pero el enemigo se movió con destreza para eludir cada uno de los impactos.

El peli naranja volvió a emplear sus garras para atacar, mas esta vez Sergei las golpeó con sus propias zarpas para contrarrestarlas. Los choques entre ambos continuaron de manera incesante, retumbando como si todo un ejército peleara usando afiladas espadas.

En un rápido giro, el guerrero enemigo usó su ala izquierda para golpear al guerrero asgariano. Sergei se repuso al empujón en el aire, cayendo sobre sus piernas para impulsarse inmediatamente hacia su rival.

— ¡¡Garra nocturna!! —exclamó, liberando un centenar de ráfagas cortantes.

El invasor movió las garras con tal velocidad que rebotó cada uno de los cortes con sus movimientos.

Sergei quedó sorprendido por la demostración de destreza. Le habían alertado sobre el misterioso grupo de guerreros que atacaron el Santuario, capaces de enfrentar a los santos de oro y a los Apóstoles de Egipto… ahora había llegado su turno de probar fuerzas contra ellos.

Pero ¿qué era ese monstruo delante de él? Jamás había conocido a alguien que despidiera esa mezcla de olores y energías que circulaban como un vórtice oscuro a su alrededor.

— Parece que en habilidad, los santos y los apóstoles son superiores… —meditó el peli naranja en voz alta—… o quizá nos hemos vuelto más fuertes desde entonces —musitó, mirándose los brazos.

— Fueron ustedes quienes arrasaron con la capital del desierto.

Estuvimos allí.

— ¿Planean repetir esa hecatombe aquí? No les será tan fácil…. ¡no lo permitiremos!

— Esas palabras… las hemos oído de tantas lenguas y todos terminan muertos ¿habrá alguien que de verdad cumpla tal promesa? —el invasor cuestionó inexpresivo.

— ¡Haré hasta lo imposible para conseguirlo, aunque eso signifique perecer contigo! —clamó, siendo respaldado por Aullido a quien finalmente le permitió participar en el combate.

— Será inútil tu intento, la muerte no tiene poder alguno sobre nosotros mientras sirvamos fielmente al amo.

— No existe algo como la inmortalidad.

— Eres demasiado ignorante, humano.

Guerrero y lobo elevaron sus cosmos ante la mirada expectante del peli naranja. Para el invasor era todo un fenómeno que un animal posea un espíritu de lucha así como la capacidad de canalizar un cosmos. La bestia no era alguien de su especie, por lo que no podía atribuir tal capacidad a ello… De alguna manera el lobo está conectado con el dios guerrero y viceversa, un vínculo que les permite intercambiar y compartir aptitudes.

— Maravilloso…. —musitó para sí al contemplar que brillaban cual estrellas gemelas.

Sergei y Aullido se lanzaron al mismo tiempo contra su adversario— ¡¡Aullido final!! —Sergei exclamó con ferocidad. Hombre y bestia se transformaron en saetas luminosas que se desplazaron a la velocidad de la luz. La nieve se cuarteó a su paso hasta alcanzar al individuo a vencer.

Amo y lobo pasaron a través del enemigo, quedando de espaldas a él. Escucharon la piel abrirse y la sangre brotar de numerosas heridas, por lo que al volverse esperaron ver a un agónico rival lamentándose, aunque lo que vislumbraron fue algo totalmente diferente.

El guerrero de vestimenta oscura se giró para que a la vista resaltaran las grietas sufridas a su armadura, pero sobre todo la manera en la que escurría un fluido negruzco de ella al haber sido dañada. La piel que quedó al descubierto se mostraba ilesa, lo que significaba que estaba exento de cualquier dolor.

Más asombroso fue cuando de las grietas de la coraza negra emergieron pequeños y delgados tentáculos que se enlazaron unos a otros para reparar el ropaje del peli naranja, siendo una reconstrucción casi instantánea.

Los sonidos que escuchó provenir de la armadura oscura confundieron aún más a Sergei, sobretodo cuando distinguió un extraño palpitar proveniente de ella.

— ¡Esto es imposible! —el guerrero de Alioth bramó frustrado.

— Veo que tu técnica tiene algo de potencia —el peli naranja dijo con indiferencia, manchándose las manos con la sustancia viscosa que emergió de su ropaje—… Lograste lastimar nuestra coraza… parece que aún le falta ganar resistencia, pero mientras sigamos enfrentándonos a sujetos como tú alcanzaremos un nivel muy superior al imaginado —caviló, apartando la vista por unos segundos de su contrincante.

— ¡Tu armadura… está viva…! ¡Es un ser viviente! —descubrió alarmado, sabiendo que el liquido oscuro no fue otra cosa más que su sangre, los constantes crujidos los movimientos de sus músculos y aquel palpitar que tamboreaba en sus oídos era un corazón.

— Te diste cuenta muy rápido… nos sorprendes —el peli naranja volvió a tenerlo en la mira, extendiendo las alas de murciélago al mismo tiempo que dos puntos verdes se encendieron en su casco como ojos abominables—. Aun con tu limitado poder has contribuido con tu pequeño grano de arena… ya no tienes nada que nos interese.

— ¡Eres un monstruo de dos cabezas! —rugió enfurecido, volviendo a atacarlo con una combinación de golpes y patadas que fueron bloqueadas por el enemigo.

Al peli naranja le tomó por sorpresa que el lobo se uniera a la lucha, por lo que sólo cuando éste encajara los afilados colmillos a su pantorrilla entendió que no debía subestimarlo.

Los esfuerzos unidos de los dos lobos hicieron retroceder al siniestro guerrero, pero en un instante él frenó tal trabajo en equipo.

El peli naranja sujetó por el rostro a ambos con una fuerza tremenda. En un instante las grandes manos del invasor se prendieron en fuego negro con lo que quemó a sus adversarios.

Aullido chilló por el tormento. Sergei gritó agonizante conforme le humeaba la cabeza, sintiendo como su casco comenzaba a derretirse. Retorciéndose de dolor logró zafar su cabeza de la corona que lo aprisionaba en tal tortura. En cuanto sus pies tocaron el suelo lanzó un zarpazo para liberar a Aullido. El peli naranja lo soltó, alejándose para esquivar las ráfagas cortantes que le siguieron después.

El lobo cayó malherido, las llamas dejaron terribles quemaduras en su cabeza, hocico, orejas y ojos. Debilitado y totalmente ciego permaneció tendido en el piso, convulsionándose con violencia.

Poseído por la rabia al ver a su amigo lastimado, Sergei superó su propia velocidad para golpear repetidas veces al enemigo en el pecho, tras una patada el peli naranja cayó en el suelo, resbalando varios metros sobre la nieve.

El guerrero con alas de murciélago se levantó despacio, conservando una mirada tranquila pese a todo, a diferencia del dios guerrero cuyos ojos lucían como los de una auténtica bestia sedienta de sangre.

— No eres alguien fácil de matar… ninguno de los guerreros sagrados que hemos enfrentado antes lo han sido —el enemigo de Asgard comentó con seriedad—. Sirves la voluntad de un amo, justo como nosotros, por ello respetamos tu tenacidad… te daremos el honor de sucumbir ante nuestra más reciente fuerza, aquella con la que el amo nos ha bendecido por nuestro sacrificio y lealtad.

Sergei jadeaba como un animal salvaje, llegando a encorvarse hasta que sus dedos rozaran ligeramente el suelo, su enemigo lo desconocía pero una vez que entraba a ese trance dejaba de reconocer incluso el idioma de los hombres, se volvía el contenedor dentro del que hierven instintos asesinos hasta el momento de estallar.

El peli naranja encendió su cosmos, teniendo la apariencia de llamas oscuras que sofocaron todo el entorno. La nieve a sus pies se derritió al instante, descubriendo el suelo rocoso que escondía debajo de ella. A su alrededor los copos de la tormenta se desvanecían, creando un vacio en el que la madre naturaleza no podía penetrar.

Tras un grito feroz, Sergei elevó su cosmos invernal, moviéndose a la velocidad de la luz con movimientos zigzagueantes que confundieron momentáneamente a su rival. Se encerraron dentro de un tornado de golpes, garras y sangre que desgastaron sus respectivas armaduras y acumularon heridas en sus cuerpos.

Ambos eran bastante resistentes al dolor, aunque las magulladuras se marcaban más en el dios guerrero, el daño que recibía del fuego emergente de las extremidades de su oponente estaba consumiéndolo con rapidez, algo de lo que el peli naranja se percató pronto.

Un golpe llameante en la quijada y Sergei cayó de bruces contra el suelo, envuelto por vapor y sangre que escupió en la blancura del piso.

Gruñendo como un animal herido, pero aún desafiante, Sergei de Alioth pudo ponerse de pie, debiendo alzar la vista al cielo cuando su adversario voló hacia allá.

Las llamas negras lo cubrieron en su totalidad, dándole la apariencia de una criatura salida de los mismos infiernos.

¡Aleteo abismal! —clamó el monstruo al lanzarse en picada contra el dios guerrero de Alioth.

Antes de siquiera pensar en cómo debía reaccionar, Sergei fue alcanzado por una fuerza demoledora que destruyó completamente su armadura.

Aquel monstruo del abismo pasó a través de él, embistiéndolo con el poder de su fuego infernal. El impacto lo hizo elevarse por los aires, envuelto en un vendaval de fuego, escuchando como su manto divino estallaba sobre su cuerpo.

El dios guerrero ni siquiera gritó, aunque el dolor que sintió fue brutal duró apenas un segundo, después ya no sintió nada. No tuvo pensamientos coherentes durante el descenso, todo estaba nublándose… sin embargo durante la inminente caída a las frías aguas tuvo una extraña visión antes de que todo se ennegreciera: en una lejana orilla del lago vislumbró a una radiante mujer montada en un caballo blanco.

La potencia del ataque lo alejó de la orilla para terminar dentro de la oscuridad y el hielo. El guerrero de Épsilon desapareció dentro de las profundidades del lago después de un sonoro “splash”.

El siniestro guerrero volvió a tierra tras extinguir las oscuras llamas de su cuerpo. Miró con detenimiento hacia el agua como si una diminuta parte de él esperara que su adversario emergiera de ella, pero tal cosa resultaría absurda, había dejado de sentir cualquier vestigio de vida… podía asegurar su muerte.

Tan absorto estaba en ello que no anticipó la llegada de alguien más a la escena.

— Oye tú, esbirro de Sennefer —escuchó de pronto.

Al reaccionar con prontitud, pudo distinguir la silueta de Caesar, Patrono del Zohar de Sacred Python, en lo alto de un peñasco.

El peli naranja batió sus alas para volar hacia él.

Masterebus es nuestro nombre —corrigió con tono indiferente.

Caesar enarcó las cejas, extrañado, ¿por qué hablaba en plural? ¿Qué es lo que Sennefer tenía bajo su mando? Se preguntaba con desconfianza. No fue testigo de todo el combate, sólo del flameante final; sin mencionar que en ese momento veía cómo la armadura de la criatura se curaba por sí misma, habiendo una mezcla de sangre roja y negruzca por todas las heridas sufridas.

— No me interesa tu nombre, pero me ha impresionado tu desempeño. Al principio creí que sólo serías un estorbo como los demás… pero el señor Avanish decidió darte la oportunidad de unirte a nuestra lucha, bien hecho —le dijo con sinceridad.

Masterebus inclinó la cabeza con humildad, aunque su amo y el Patrono de Sacred Python vivían en constante rivalidad, aceptaba sin problemas la jerarquía de Caesar.

— Ante este inesperado suceso los hombres se han dividido —el Patrono dijo con aburrimiento—. Tú debes seguir al resto rumbo al Valhalla, yo tengo que dar un pequeño rodeo…

— ¿A qué se debe eso?

— El objetivo principal no se encuentra en el palacio, pero aún así es conveniente diezmar a los guerreros de Odín ¿crees poder contribuir? —Caesar preguntó, autoritario.

— Ya hay uno menos del cual preocuparse, con gusto comenzaré la caza de los otros guerreros sagrados.

Caesar asintió, satisfecho por tal respuesta— Vete ya, nos reuniremos pronto.

Masterebus aceptó la orden, volando hacia una dirección opuesta a la que Caesar se giró.

En la mente del Patrono ya se había dibujado el escenario en el cual encontraría a su presa. Una mansión muy cerca del Palacio Valhalla, allí es a donde debe dirigirse.

FIN DEL CAPITULO 26