Terario de
Acuario nunca ha sido un hombre supersticioso, pero ante las palabras de la
amazona que le advirtió la tragedia que se cernía sobre Souva de Escorpión, se
obligó a considerar que realmente podría suceder.
Como su maestro
se encontraba en la misma barcaza del santo de Escorpión, la preocupación se
apoderó de él, por lo que buscó consejo en sus antiguos compañeros de
entrenamiento, Singa y Velder.
Los tres se
reunieron en la explanada donde en tiempos de paz los ritos para Odín se
efectuaban, sabiendo que nadie los escucharía. En el altar frente al dios, su
armadura sagrada permanecía como vigía.
— Entiendo tu
mortificación, Terario. Pero debes confiar en el maestro —dijo Velder, tocando
levemente el parche que cubre su ojo derecho—, ¿o qué? Sólo porque te volviste
un santo de oro crees que todos están por debajo de tu condición? —se atrevió a
bromear—. Estoy seguro de que aún puede tumbarte al suelo en pocos movimientos.
— Comparto la
preocupación de Terario —dijo Singa—, el maestro se ha comportado muy extraño
desde el momento en que decidió venir a Asgard. Además, quizá intuyó que en
Bluegrad habría problemas… ya saben que pese a todo, siempre ha intentado
protegernos.
— Es cierto
—concordó Velder—. Pero ya no somos unos niños y él se vuelve cada vez más viejo
¿hasta cuándo se dará cuenta de eso? —suspiró, resignado—. Ni hablar, si tanto les
preocupa, seré voluntario para ir y buscarlo, a él y al santo de Escorpión.
Terario iba a
espetar pero Singa se anticipó—. Lo más correcto es que permanezcas aquí, no
puedes dejar desprotegido Asgard y a su gente ante tantas incertidumbres. Es
preferible continuar siendo precavidos.
— Tienen razón
—alcanzó a decir Terario antes de que los tres se tensaran al percibir un
violento cosmos golpeando su psique.
Voltearon hacia
el mismo lugar sin poder reconocer al dueño de dicho cosmos, mas el corazón de
Terario sintió un sobresalto al ser capaz, de alguna manera, de escuchar la voz
de Natasha, llamándolo.
— Eso proviene
de… —Velder tardó en encontrar el origen de ese estallido, pero en cuanto
Terario comenzó a correr en dirección al palacio, supo que debía seguirlo.
Los tres no
pudieron avanzar mucho cuando Terario frenó inesperadamente, y con un codazo
empujó a Singa y sujetó a Velder para alejarlos del camino que seguían.
Fueron
movimientos inesperados para ambos, pero en cuanto el suelo junto a ellos
explotó sonoramente, supieron que Terario los había salvado.
Inmediatamente,
Terario se volvió hacia la explanada, donde distinguió una figura fuertemente acorazada.
La armadura
color zafiro destelló en el cuerpo del guerrero que apareció en Palacio del
Valhalla.
— Qué mal, de
haber recibido mi primer ataque se habrían ganado una muerte rápida. Pero es la
única oportunidad que pienso darles, ya sólo les queda sufrir una muerte mucho más
violenta y dolorosa —dijo el individuo de cabello negro, bajando lentamente la
mano de la que aquella poderosa ráfaga emergió.
— Pero… ¿quién
es ese hombre? —preguntó Singa, poniéndose de pie.
El santo de
Acuario se adelantó a sus camaradas, a quienes les dio la espalda—. Si no me
equivoco, fuiste tú uno de los Patronos que atacó al Santuario junto a los Apóstoles
de Ra, ¿cierto?
— Excelente memoria
para alguien que no conozco… es claro que eres un santo dorado, pero temo que
no hemos sido debidamente presentados —el Patrono habló con osadía—. No te
equivocas, puedes llamarme Nergal, Patrono del Zohar de Brontes.
— Nergal…¿qué es
lo que pretendes viniendo a este lugar? —el santo preguntó.
— Vaya, qué descortés,
pese a que te he dado mi nombre me niegas el tuyo —dijo en tono burlón—. Haces
una pregunta estúpida, yo sólo he venido a terminar con lo que mis ineficientes
compañeros no lograron antes —respondió tranquilamente—. Soy el ángel de la
muerte que viene a llevarse al primogénito consentido de Asgard.
— No viniste solo,
alguien más te acompaña.
— Nuevas reglas
que debo acatar —aclaró Nergal—. Pero no te preocupes, prometo que tendrás toda
mi atención… aunque me pregunto si yo tendré la tuya —musitó con malicia,
mirando fijamente a los jóvenes sin armadura que Terario protegía.
— Singa, Velder,
váyanse ahora, Natasha los necesita —Terario les pidió, intuyendo que serían
blanco del Patrono si permanecían más tiempo allí.
— ¡No podemos
dejarte solo! —aclaró Velder, dispuesto a combatir, mas su compañero Singa le
sujetó el puño que acababa de alzar.
— Velder,
hagamos lo que él dice, de otro modo seremos un lastre para nuestro hermano —le
pidió.
Velder lanzó una
mirada al santo de Acuario, entendiendo que las palabras de Singa tenían
validez.
Tras dudarlo un
poco más, ambos terminaron por retirarse hacia el palacio, dejando a Terario y
a Nergal solos.
— Estoy seguro de
que Hécate les dará un mejor trato que yo. Has hecho bien, no sufrirán
demasiado —Nergal comentó con arrogancia.
— Han tenido mucha actividad últimamente… me
pregunto, qué es lo que ahora estará sucediendo en Bluegrad —Terario se
aventuró a obtener información fingiendo conocimientos.
— Digamos que la
muerte de uno de los nuestros fue suficiente para que decidiéramos tomarnos las
cosas en serio —sonrió, sarcástico—. Ya que la atención está centrándose ahora
en la Atlántida y Bluegrad, creímos que sería un momento apropiado para
concluir lo que aquí se comenzó, pensando en que sólo deberíamos lidiar con
pocos dioses guerreros… ¡Pero vaya sorpresa que me encuentro! Un santo de oro
frente a mí, parece que el destino me permitirá cobrarme la humillación de la
que fui objeto.
— ¿Ahora van
tras la cabeza de Poseidón? —Terario preguntó, ocultando su sobresalto—. A este
paso se convertirán en enemigos de todo el mundo, ¿qué sentido tiene?
— ¡Que abran los
ojos a la verdad! ¡Este mundo se volvió nuestro enemigo hace quince años,
cuando diezmaron a la humanidad con un aterrador resplandor! —Nergal gritó.
— El mundo iba a
perecer… se tuvo que pagar un precio para que tuviéramos una nueva oportunidad
—Terario comentó para sorpresa de Nergal.
— ¿Tú sabes la
verdad…? —el Patrono preguntó, con una sádica expresión—.Y aun así pareces
aceptarlo de muy buena gana…
— No discutiré
si fue o no la mejor elección… eso es
algo que ni a ti ni a mi nos competió en su momento, lo único que tenemos es el
ahora. El Patriarca me pidió proteger
Asgard y a los miembros de la familia real, por lo que sin importar tu ambición
no te dejaré pasar.
Nergal rió— Un solo
santo de oro jamás podrá contra mí —advirtió.
Terario alzó su
cosmos dorado en respuesta—. No menosprecies el poder del cero absoluto.
Capítulo
42.
Imperio
Azul Parte VI
Reunión de reyes
Natasha ahogó un
grito de espanto al ver a Bud de Mizar caer de rodillas al suelo. La joven
permaneció abrazada a otra chica con quien se encontraba atendiendo a un
enfermo justo antes de que el caos comenzara.
Todo había
sucedido tan de repente que le era difícil de entender lo que pasaba. Ella sólo
estaba moliendo algunas hierbas cuando las exaltaciones se dejaron escuchar,
pues la aparición de una mujer en armadura esmeralda sorprendió a todos.
La mujer no
pronunció palabra, sólo miró en redondo hasta que las amazonas enmascaradas la
enfrentaron y cuestionaron. Aunque las jóvenes guerreras intentaron luchar, la
mujer emitió resplandores que lanzaron a una al suelo, y la segunda se
precipitó hacia la gruesa puerta que se rompió en pedazos por el impacto de su
cuerpo.
De inmediato
apareció Bud de Mizar, buscando a la responsable con quien intercambió un breve
dialogo. El dios guerrero la atacó ferozmente aun cuando se encontraba
desprotegido de cualquier armadura.
Se movieron muy
rápido y los estruendos la obligaron a cerrar los ojos, por lo que Natasha
estaba lejos de poder saber cómo es que el dios guerrero terminó hincado,
palpándose el pecho con cierta desesperación, intentando arrancarse algo que se
había adherido a su cuerpo y era el causante de la sangre que emergía por su
espalda. Poco a poco sus movimientos se hicieron más lentos hasta que
finalmente cesaron, quedando completamente inmóvil.
La mujer a la
que llaman Hécate, avanzó lentamente hacia donde el dios guerrero de Mizar se detuvo.
— Duerme y
descansa señor de Asgard —musitó para el hombre que en su posición parecía
reverenciarla—. Sólo porque eres un
hombre prominente es que te he concedido el regalo de la paz perpetua.
Las personas que
aún permanecían en la habitación estaban espantadas, pero no se dejaron llevar
por el pánico como para levantarse e intentar salir de allí, sabían que sería
inútil o sólo provocaría que fueran blancos de esa mujer. Hécate los miró detenidamente,
siendo una mujer que se abstenía de herir a los enfermos y convalecientes. En
sus ojos hasta hubo un brillo de piedad por ellos.
Ella alargó la
mano para tocar la cabeza de Bud, pero antes de que le pusiera un dedo encima,
unos hilos resplandecientes la rodearon. Cayeron como una lluvia de telarañas,
envolviéndola, así como al dios guerrero de Mizar.
El cuerpo de Bud
fue jalado por esos hilos de plata, hasta llegar a los pies de Alwar de Benetnasch,
quien estaba preparado para protegerlo.
— Ustedes de
nuevo —al dios guerrero de Benetnasch le fue claro que se trataba de uno de los
Patronos.
— Dios guerrero
de Benetnasch, sé que fuiste el responsable de causarle muchos contratiempos a
uno de los míos —dijo la mujer, quedándose quieta entre los hilos del arpa que
la sujetaban—. Pero entenderás que tus técnicas no tendrán el mismo efecto en
mí — aclaró.
Alwar lo
comprendía: a diferencia de su anterior batalla con Dahak, Patrono de la Stella
de Arges, aquella mujer estaba cubierta totalmente por la resistente armadura
sobre la que sus hilos no tienen poder, no sería capaz de dañarla utilizando
las mismas tácticas.
La armadura de Hécate
resplandeció, liberándola de los hilos que fueron cortados sin más resistencia.
— Apártate de mi
camino, dios guerrero de Eta, y tendré piedad de ti.
— Señora, sabe
bien que jamás haría algo como eso —dijo, manteniéndose como escudo entre ella
y Bud.
— Jóvenes… —Hécate
se lamentó, alzando la mano hacia Alwar, esperando que le ocurriera lo mismo
que sucedió con las amazonas, pero cuando alguien le sujetó la mano y la alzó
hacia el techo quedó sorprendida.
Hécate estaba
cara a cara con una mujer que llevaba una armadura y máscara de oro. La
guerrera dorada estaba allí, frente a ella, alzándole el brazo con fuerza.
No la sintió
venir en ningún momento, y fue tan rápida como para pasar a través del lugar y
pararse frente a ella sin que pudiera defenderse.
— Qué
irresponsables, iniciar un enfrentamiento en un lugar de reposo y curación
—dijo la amazona dorada, Calíope de Tauro—. Si necesitas luchar con alguien, lo
harás contra mí, pero no aquí —aclaró, soltando la muñeca de la Patrono, quien
permaneció con una actitud pasiva.
— ¿Otra guerrera
del Santuario, aquí? No, sólo el santo de Acuario custodiaba el palacio, ¿cómo
es qué llegaste a este reino tan de pronto? —preguntó Hécate, sabiendo bien la
ubicación de los guerreros de Atena en Asgard y Bluegrad.
Calíope dio un
paso hacia atrás, dándose media vuelta con entera confianza—. Responderé todas
tus preguntas una vez que salgamos de aquí, por lo que si me sigues…
Mas la Patrono
no se movió, sonrió ante la prepotencia de la amazona de Tauro.
— No, la verdad
que no tengo interés en iniciar una contienda contigo… Mi misión consistía en tres
pasos… el primero se ha dado con éxito, por lo que aún hay una última cosa que
debo hacer en esta habitación.
Calíope se
preparó para responder cualquier agresión hacia su persona, mas la ráfaga de
energía que Hécate expulsó se dirigió hacia un único objeto en la habitación.
La amazona de
Tauro quedó pasmada al ver cómo es que la armadura de la Copa estalló en
cientos de fragmentos que volaron por la habitación.
— ¡Eres una…! —Calíope
corrió hacia ella, lanzándole un puñetazo que atravesó la imagen de Hécate como
si se tratara de un espejismo.
— Lo siento guerrera de Atena, pero ya que he
concluido mis deberes debo retirarme. Si buscas satisfacer tu hambre de violencia,
uno de mis compañeros permanecerá aquí, puedes buscarlo para saciar tu apetito
—dijo la mujer, despidiéndose con una sonrisa, desapareciendo en el aire.
— ¡Maldita sea!
— la amazona exclamó, enfurecida.
*********
La
Atlántida, Reino de Poseidón, región del Atlántico Norte.
Behula de Chrysaor
contempló a aquel gigante acorazado con evidente sorpresa, pero recuperó el
valor en el instante en que él se moviera para atacarla.
Pese a su
tamaño, el gigante se movía a una gran velocidad. La marine shogun lo esquivó
repetidamente, viendo cómo es que cada que esos golpes fallaban en encontrar su
blanco, en el agua se creaba un vacío profundo que separaba las aguas hasta mostrar
el fondo.
Behula empleó
sagazmente su lanza contra su adversario, mas el coloso se cubría con los
antebrazos para desviar sus estocadas, todo a una velocidad propia de guerreros
divinos.
El cuerpo del
gigante se cubrió de energía oscura, la cual se acumuló en sus dos puños.
Behula se percató de que no sería capaz de esquivar el siguiente golpe, por lo
que interpuso su lanza como un escudo.
El impacto la empujó
varios metros hacia atrás, resintiendo la fuerza del golpe que la obligó a
escupir sangre.
Sin darle
tregua, el gigante ya estaba nuevamente sobre ella, mas Behula volvió a citar
el mantra—Om Mani Padme Hum—con el que
invocó los numerosos brazos armados para respaldarla.
Los brazos
sujetaron al coloso, impidiéndole seguir avanzando, lo que le permitió a Behula
un rápido respiro para poder efectuar su técnica— ¡Danza de los mil brazos!
Como si un vasto
ejército de lanceros y espadachines lo hubieran atacado, el gigante salió
despedido, cayendo en el agua que lo cubrió parcialmente.
La marine shogun
no podía estar segura de si sus ataques eran eficientes contra el misterioso
enemigo, pues continuaba sin poder sentir una energía proveniente de él. Mas no
tardó en comprender que requeriría de emplear mucho más de sí misma para
vencerle.
El gigante se
puso de pie, en su coraza había rasguños producidos por las lanzas y las
espadas, mas de ella sólo emergía agua con la que el cuerpo del gigante se
había llenado al caer.
— Sin duda eres
una abominación… He escuchado de artes místicas que pueden darle vida a objetos
inanimados. ¡Quienquiera que sea el titiritero que jala las cuerdas de este
muñeco, responde!
En respuesta, el
gigante alzó los brazos: en sus palmas creó una esfera de energía de su mismo
tamaño, alrededor de ella circulaban relámpagos dorados.
El coloso dio un
gran salto, y desde las alturas lanzó su ataque de energía.
Los sentidos de
Behula le advirtieron que no debía dejarse alcanzar por esa esfera de
destrucción, por lo que con un gran sobreesfuerzo se alejó del punto en donde
aquello impactaría.
En cuanto la
energía impactó contra el suelo, detonó su verdadera fuerza, expandiéndose como
una bomba que arrasó con el terreno.
Por unos
segundos hasta dejó de llover sobre el profundo y vasto cráter que dejó la
explosión, el cual comenzó a llenarse en cuanto las aguas volvieron a su cauce.
Hundida en las
paredes de dicho cráter se encontraba Behula, quien abrió los ojos, adolorida.
Sabía que de no
haber utilizado su escudo energético, el daño habría sido mayor.
Le sangraba la
nariz y tenía algunas laceraciones en la piel. Perdió su casco mientras la
hombrera y brazal derecho de su scale fueron destruidos.
Los atronadores
pasos del gigante sobre el agua la apresuraron a incorporarse. El suelo
retumbaba a su paso imparable.
Behula cerró los
ojos, como si estuviera decidida a entregarse a la derrota, pero en el último
momento en que el coloso estaba por pasar por encima de ella, el agua bajo el
gigante se disparó como geiser, levantándolo.
Atrapado dentro
del ascendente torrente de agua, el coloso tenía una clara visión, por lo que
pudo ver cómo es que la marine shogun voló
hasta darle alcance en su ascenso, generando una bola de fuego que disparó en
su contra.
El agua se
evaporó ante la presencia de las brasas anaranjadas, impactando de lleno al
gigante quien se precipitó una vez más a tierra.
La armadura
viviente logró levantarse con clara torpeza. Behula ya había descendido
suavemente al suelo.
Con sencillos
movimientos de sus manos, pareció manipular la tierra, pues grandes columnas de
roca se levantaban para golpear al gigante.
Una vez que el
coloso pudiera imponerse a los constantes golpeteos, sus brazos destruían las columnas
de tierra, abriéndose paso hacia la marine shogun.
Behula giró su
lanza y al instante el agua bajo ella se arremolinó para alzarla en un tobogán
que inmediatamente se convirtió en hielo.
El gigante
golpeó ferozmente el camino de cristal, dividiéndolo en miles de astillas de
hielo.
Manipulando el
aire y el agua, la marine shogun de Chrysaor logró que cada una de esas astillas
se convirtieran en lanzas afiladas, las cuales se precipitaron junto con la
lluvia hacia el gigante.
El coloso se
cubrió con los brazos, pero terminó siendo sepultado por las lanzas de hielo que
formaron un extraño montículo: un arbusto de cristal con ramas afiladas hechas
de hielo.
La guerrera cayó
sobre las columnas abatidas por el gigante, quedando fuera del agua. Con respiración
agitada, esperó que la escultura de hielo permaneciera intacta, de lo contrario
la pelea continuaría… y si eso sucedía, sus fuerzas terminarían agotadas.
Por un efímero
momento, pensó que había vencido, pero cuando un leve temblor sacudió el agua y
el suelo, salió de su fantasía.
Con un furioso
rugido, el gigante destrozó su prisión, expulsando ferozmente su energía que
transformó en partículas de cristal todo el hielo.
— Eres demasiado
resistente… ni el poder de los elementos es capaz de frenarte por mucho tiempo
—habló Behula, más para convencerse a sí misma que para el monstruo.
El gigante la
miró desde la distancia, desafiante.
— Está bien, aún
tengo un último truco, ¿preparado? —anunció, bajando la punta de su lanza para
que apuntara al suelo y su mano izquierda subiera a la altura de su rostro, manteniendo sólo el dedo índice y medio alzados.
Behula cerró los
ojos, moviendo los labios al recitar un cántico que sólo imploró en su mente.
El coloso no esperó ni un segundo cuando de la delgada línea vacía de su yelmo
se generó un resplandor dorado, disparando una fulminante ráfaga de energía.
El impacto
parecía inminente, mas la marine shogun alcanzó a pronunciar— Om — para que una línea de agua, otra de
fuego, de tierra y una más de aire se movieran a su alrededor tomando las
formas de elipses que giraban constantemente a su alrededor, formando una
esfera protectora.
El ataque del
coloso se desvaneció en el momento en que tocó las elipses. Behula movilizó su
lanza sin que su técnica de defensa se viera afectada por ello.
La marine shogun
se impulsó a gran velocidad, volando hacia su oponente contra el que chocó.
La esfera de
protección hizo retroceder el gigante, y aunque él buscó romperla con la fuerza
de sus puños, no le fue posible. En cambio, la lanza de Behula lograba emerger
del campo protector, atinando con fiereza a la armadura viviente, atravesándola
incesantemente.
La marine shogun
de Chrysaor atacaba rápidamente, golpeando y cortando con su lanza sagrada.
Al gigante se le
dificultó reaccionar debido a ese campo de fuerza que entorpecía sus
movimientos por los constantes empujones. Tuvo que retroceder ante los feroces
ataques de la lanza de Chrysaor que, pese a
rasgar su armadura, no parecían causar suficiente daño como para
vencerlo.
Behula lo sabía,
por lo que tras un último golpe en la cabeza del gigante, retrocedió con un
gran salto para transformar las fuerzas de su defensa en ataque.
Las elipses se
unieron en la punta de la lanza sagrada de Chrysaor, girando como una hélice
colorida a gran velocidad que tomó las tonalidades propias de un arcoíris.
Behula alistó su técnica, apuntó al enemigo,
exclamando — ¡Sucumbe ante el poder de los elementos! ¡Furia de la naturaleza!
Precipitando la
lanza hacia su adversario, del filo emergió un rayo multicolor que atravesó
fácilmente la coraza del gigante.
El coloso fue
arrastrado por la energía, que abrió un enorme boquete en su peto, el diámetro
que fundió la armadura fue tan amplio que apenas y dejó una delgada estructura
que mantenía unidos los miembros y la cabeza del guerrero.
El gigante cayó
aparatosamente en el agua, hundiéndose en el fondo del cráter que anteriormente
creó.
Hasta verlo
desaparecer dentro del agua, Behula se permitió caer de rodillas, sosteniéndose
de su lanza para no terminar de bruces contra el suelo.
Por momentos se
le nublaba la vista, pero aunque su cuerpo le pedía un descanso, la victoria todavía
estaba lejos de pertenecerle.
El monstruo
emergió de las profundidades, y con fiereza se lanzó contra la marine shogun.
Aunque Behula intentó defenderse, fue golpeada con una fuerza devastadora que despedazó
lo que quedaba del peto de su armadura. La potencia la lanzó lejos, cayendo
contra un coral en el que terminó por soltar su lanza.
Con
desesperación se arrastró hacia su arma, pero el pie del gigante le pisó la
espalda para impedírselo. La marine shogun gritó de dolor, retorciéndose por el
brutal pisotón, seguido de otros más que le rompieron más de un hueso.
Tosiendo sangre,
fue alzada por el gigante, cuyas manos se cerraron sobre su cuerpo como si
deseara exprimirle la vida.
En sus gritos de
agonía, logró ver una espeluznante visión, en la que en el enorme hueco de la
armadura viviente se materializó un repulsivo ojo de reptil.
Con sus huesos
siendo triturados a cada segundo, Behula sabía que todo había terminado para
ella. Le apenaba no haber podido vencer a un enemigo de naturaleza tan sombría
y desconocida.
Sabía que las
disculpas no servían para nada, pero aun así, pensó en el Emperador al que le
había fallado, y en sus camaradas que dejaba a la deriva en la batalla.
La marine shogun
terminó por perder el sentido en un último estrujamiento que la hizo mancharse
aún más los labios con su propia sangre. Pero el monstruo no dejaba de
apretarla, no lo haría hasta que el último suspiro se diera.
Sin embargo,
cuando el agua a sus pies bajó su nivel drásticamente, el monstruo se percató
de la inmensa ola de agua que se había alzado para precipitarse sobre ambos.
La marejada los
empujó y arrastró por el territorio marino. El oleaje le impidió moverse a
voluntad, por lo que fue incapaz de imponerse al tsunami. En la confusión, el
gigante perdió el cuerpo de la marine shogun de Chrysaor.
Finalmente, el
coloso terminó estampado en el muro de un risco y poco a poco el agua volvió
tornarse calma pese a que la lluvia persistía.
Para cuando
logró levantarse y buscar el origen de la fuerza que se atrevió a atacarlo, lo
que delató su posición fue la capa blanca que se ondeaba a espaldas del marine
shogun del Atlántico del Norte, Enoc, quien en brazos cargaba a una agonizante
Behula.
*-*-*-*-*
Palacio de
Poseidón.
Leviatán de Coto
encabezaba al grupo de Patronos que tranquilamente entraron al palacio del dios
de los mares. Encontraron todo tan silencioso que en algún momento pensaron que
se toparían con alguna clase de trampa, pero su recorrido resultó tranquilo.
— Quién lo diría
—comenzó a decir Engai, el Patrono de la Stella de Fortis—. De verdad creí que
ese marine shogun no abandonaría su puesto… pero parece que no era tan desalmado
como para desamparar a sus compañeros. Parece que Sennefer de verdad sabe cómo
atraer la atención cuando se lo propone.
— Entre los tres
habríamos acabado con él en un parpadeo —añadió la joven e irritable Leviatán—,
no entiendo por qué tanta ceremonia.
— Nuestro deber
es confrontar a Poseidón, reservar nuestra fuerza para tal enfrentamiento es
necesario —respondió Caesar, repitiendo las indicaciones de su superior.
— Habría sido un
gasto insignificante de energía, nada más —volvió a insistir la joven.
— No hay enemigo
insignificante —musitó Caesar.
Leviatán lo
ignoró, no estando de humor para aceptar consejos de él.
La Patrono los
digirió, no porque conociera los caminos del Palacio, sino porque su instinto
le indicaba la dirección que debía seguir. Pasaron de largo el salón del trono
que de antemano, sabían se encontraría vacío. Arribaron a la gran explanada que
en tiempos mejores estaba llena de vida por la población que solía convivir en
el exterior del palacio.
Leviatán se
detuvo de pronto, siendo la primera sorprendida, pues en medio del lugar y sus
fuentes, había tres siluetas que estaban esperándolos.
— Vaya… esto sí
que es inesperado —Engai sonrió bastante divertido ante la visión frente a sus
ojos, mientras Caesar frunció el entrecejo.
— Sé que buscan
una audiencia con el Emperador, pero tendrán que pasar sobre nosotros primero. El
dios del mar no recibe traidores y seres inmundos como ustedes— la que habló
fue la joven Caribdis, marine shogun de Scylla—. No lo voy a permitir —anunció,
sin sobresaltos.
Leviatán abrió
aún más los ojos al escuchar a la marine shogun hablar, mirándola con tal estupefacción
que momentáneamente se desconectó del presente para remontarse a un pasado
distante.
— Una marine
shogun y dos santos dorados del Santuario —comentó Engai, observando detenidamente
a quienes se interponían en su camino—. Después de todo, no pudimos librarnos
de la intervención del exterior. Cómo es que llegaron aquí, me pregunto.
— Ya nos
encontrábamos en el reino submarino mucho antes de que decidieran iniciar su
ataque —respondió el más joven de los santos dorados, Sugita de Capricornio.
— Vaya
coincidencia —comentó el Patrono de Fortis, lejos de poder creerlo.
— No existen las
coincidencias, sólo existe lo inevitable —a Sugita de Capricornio le nació
decir.
El Patrono
calló, manteniendo un gesto de extrañeza al ser las palabras de alguien cuya
apariencia, por escasos segundos, se
sobrepuso a la del santo dorado Capricornio.
Caesar avanzó
para adelantarse a sus camaradas, sabiéndolos confusos e intrigados por la
presencia de los guerreros de los dioses.
— Era demasiado
pedir que el plan no sufriera imprevistos —dijo el Patrono de Sacred Python—. Pero
lo ocurrido en Asgard no volverá a repetirse, esta vez nadie claudicará
— Es bastante
irónico que haya guerreros de Atena dispuestos a defender la vida de Poseidón,
considerando que han sido enemigos acérrimos desde tiempos inmemoriales
—comentó el llamado Engai, saliendo de su desconcierto anterior—. ¿No lo crees
así, Leviatán?
La joven
Leviatán se encontraba en un duelo de miradas con la marine shogun de Scylla,
por lo que dijo—. Atena… maldita sea ella también. Las alianzas de los marinos
con los santos sólo acaban en desgracia. Pobres infelices, debieron quedarse en
su Santuario. ¡Pero ya que optaron por entrometerse, adelantaremos la sentencia
que ya hemos decidido unánimemente!
Tomándolo como
una declaración irreversible de guerra, la marine shogun se lanzó sobre
Leviatán de Coto. Caribdis cerró sus brazos alrededor del cuerpo de la Patrono,
y tras un impulso de su cosmos la llevó lejos de allí.
La actitud de la
marine shogun no fue desconcertante para nadie, pero Caesar y Engai quedaron
intrigados por Leviatán, sabiendo que ella habría sido capaz de defenderse, pero
simplemente decidió no hacerlo.
— Parece que así
será entonces, nobles batallas de uno a uno, justo como a Atena le agradan ¿o
me equivocó?— cuestionó Engai, Patrono de la Stella de Fortis.
— No tomes esto
a la ligera, Engai —advirtió Caesar.
— No lo haré,
pero permíteme elegir a mi oponente, ¿quieres?
Engai movió su
mano para que en ella se materializara una pequeña piedra roja, como un rubí
que resplandeció con intensidad—. Ya que no quiero ser molestado, imitaré a esa
chica marina y llevaré mi batalla lejos de aquí —explicó.
El fulgor
escarlata emitido por el rubí se extendió por un instante en el que con su luz
deformó el entorno, cegando a los presentes.
Para cuando
Sugita de Capricornio logró recuperar la vista, se encontraba en otro lugar del
reino submarino.
Confundido, miró
en todas direcciones, rodeado por altas planicies, sabiéndose en el fondo de un
profundo arrecife; la única forma de salir era escalando.
—Supongo que
aquí podremos charlar un poco antes de tener que matarte —escuchó la voz del
Patrono de Fortis, quien se hallaba de pie sobre una gran formación de roca
cubierta por corales anaranjados.
Sugita se centró
en su enemigo, encarándolo con valentía.
— Me retracto
cuando dije que ‘serían combates justos’, no tienes oportunidad contra mí
—Engai dijo, permaneciendo en lo alto—. Pero antes quisiera preguntarte algo…
personal.
Sugita respondió
con su simple silencio, siendo tomado como una afirmación para hablar con
libertad.
— Tú eres hijo
de Hiragizawa, ¿cierto?
El santo abrió
los ojos sorprendido, para terminar diciendo —: ¿Conoces a mi padre?
El Patrono
comenzó a reír para desconcierto del joven.
— Vaya, vaya,
vaya… jamás creí que me encontraría con tal sorpresa viniendo a la Atlántida.
De todos los lugares en los que imaginé que Hiragizawa pudo haber escondido a
su hijo, nunca pensé que fuera dentro de las filas de los guerreros de Atena.
Tienes su misma mirada, chico.
— ¿Qué es lo que
tratas de decir? Me es claro que tú y mi padre tienen su historia y sus
diferencias —Sugita percibía un gran rencor arraigado en los ojos del Patrono
con sólo mencionar a su padre.
— ¿Diferencias?
Sí. Mientras él predicaba sobre confianza y honestidad, yo descubrí su pequeño
y oscuro secreto, aquel por el que este mundo cambió drásticamente y en el que
logró subir hasta el sitio más alto de todos los hechiceros del mundo. Era de
esperarse que decidiera conservar a su lado a la fuerza que inició todo esto hace un poco más de quince años.
Sugita negó con
la cabeza —Escucha, los problemas entre tú y mi padre no me conciernen, por lo
que…
— ¡Te equivocas!
—Engai clamó con disgusto, haciéndolo callar—. Parece que la venda que tienes
en los ojos sigue sostenida por un apretado nudo. Pues bien, quizá el destino
me puso deliberadamente aquí para cortarla de un solo tajo, pero primero
quisiera comprobar qué tan fuerte eres ahora que hasta Atena ha aceptado dentro
de sus filas a un monstruo como tú.
— ¿Un —Sugita
tardó en repetir—… monstruo?
— Oh, ¿acaso no
lo sabías? —cuestionó, sarcástico—. Siempre dicen que hablo demasiado, lo
siento si herí susceptibilidades, pero es tal y como escuchas. Aunque no
debería ser tan injusto, quizá deba comenzar mi relato de otra forma —Engai se
tocó la barbilla, meditando el mejor uso para sus palabras—. Los últimos meses
de la antigua era fueron un total desastre, pero a diferencia de mis otros
compañeros de lucha, sé que no sólo hay que culpar a los dioses malhumorados
como Poseidón y Hades, sino también a la misma humanidad que por su cuenta
ayudaron a que todo terminara en el caos.
— ¿Quién eres
exactamente tú? —el santo deseó saber.
— ¿Yo? Bueno, no
es que me guste recordar esos tiempos —respondió, cruzándose de brazos—. Pero
alguna vez colaboré con tu padre, fui miembro activo del consejo de hechicería
dentro del cual él fue elegido como líder absoluto —explicó con tono irónico—. Muy
cómico que le concedieran tal título siendo él uno de los causantes del fin del
mundo, es algo que sólo yo logré descubrir… así como el secreto que en el
interior de su primogénito encerró.
— Estas
desvariando —intentaba convencerse el santo.
— Es lo que
suelen decirme a menudo, pero ¿no es común también que digan que los locos
siempre hablan con la verdad? —cuestionó—. Supongo que podrás creerme cuando tome
de ti lo que me impidieron aquel día, lo que por derecho debería ser una fuerza
que pudiéramos utilizar para prosperar…¡es lo menos que nos deben tú y los
monstruos que desequilibraron el mundo!
Engai alzó su
energía en un segundo, liberando una descarga rojiza que Sugita logró repeler
con la palma de su mano.
*-*-*-*
Sorrento de
Siren permanecía custodiando el exterior de los aposentos del Emperador de los
mares.
Siguiendo las
luchas de los otros guerreros a través de su cosmos, es algo que lo había hecho
demorar en entrar al templo. Pensaba que el Emperador no se había manifestado
confiando en que su armada sería capaz de hacerle frente a cualquier problema,
pero llegó un momento en que le extrañaba que ni siquiera lo mandara llamar,
causándole un mal presentimiento.
Subió las
escalinatas corriendo, pero antes de que su mano pudiera empujar la gran puerta
blanca, una pared invisible lo evitó, dejando un vacío impasable entre el
marine shogun y el portón.
Preocupado,
Sorrento golpeó varias veces ese muro invisible, llamando al Emperador, pero
soltó un grito de dolor cuando una intensa descarga le sacudió el cuerpo por
haber tocado tal campo de fuerza.
Salió expulsado,
rodando por las escaleras hasta que logró aferrarse a los escalones. Con el
cuerpo un poco entumecido, miró hacia la construcción que a simple vista no
parecía encontrarse cubierta por una maligna presencia.
Sorrento volvió
a intentarlo, elevando su cosmos con el que esperó romper el campo que le
impedía el pase. Su fuerza combatió contra la que se alzaba alrededor del
templo, generando centellas que retumbaron por el palacio hasta que finalmente
fue el marine shogun quien volvió a ser expulsado por las escalinatas.
El guerrero
logró incorporarse, pero cuando lo golpeó un severo dolor de cabeza terminó de
rodillas en el suelo. Se sujetó la frente, luchando contra el ataque psíquico
del que estaba siendo objeto.
Apretó
fuertemente los párpados, aguantó el dolor que súbitamente se desvaneció en
cuanto una voz llegara a sus oídos.
— Lo siento, pero nadie debe importunar a los
reyes mientras charlan.
Ante la voz
femenina, Sorrento inmediatamente abrió los ojos, encontrándose con una joven mujer.
De alguna
manera, fue transportado a un lugar de blancura infinita, donde sólo él y ella
flotaban en la inmensidad de la nada.
— ¿Quién eres?
¿A dónde me has traído? —preguntó, estudiando a la hermosa joven de cabello
azul y ojos cerrados.
— No te angusties demasiado Sorrento de Siren,
tu cuerpo permanece justo donde te encontrabas, es sólo tu mente la que viajó
hasta aquí —explicó la mujer, quien portaba una armadura ligera de color
esmeralda sobre un vestido blanco, dotándole de un aspecto de princesa pues una
pequeña tiara plateada adornaba su sien—. Mi
deseo no es pelear contigo— aclaró en cuanto supiera que Sorrento estaba
por soplar sobre su flauta —. Además, tus
poderes aquí no funcionarán, estás en un lugar creado por mí… aunque admito que
oír tus melodías sería maravilloso, he escuchado que son hermosas…
De alguna
manera, Sorrento sabía que no mentía, por lo que optó por averiguar las
intenciones de la mujer— Tengo entendido que los Patronos son seres
inmisericordes que sólo traen devastación al lugar que deciden atacar… por lo
que me inquietan tus palabras.
— No debes juzgar a todos por igual… aunque
caminamos la misma senda, todos somos individuos que buscan un objetivo
personal y cada uno de nosotros actúa acorde a ello.
— ¿Eres tú quien
ha encerrado al Emperador dentro de esa barrera?
—
Lo soy. Mi nombre es Tara, Patrono de la Stella de Euribia.
— Debes ser
alguien de inmenso poder para lograr tal hazaña —comentó Sorrento.
— Estas sobreestimándome me temo —la joven
sonrió tímidamente—. Tu Emperador no es
prisionero, le bastaría sólo abrir esa puerta para salir, lo único que mi campo
logra alrededor de su templo es aislarlo del resto del mundo…
— ¿Aislarlo?
Tara asintió— Mi barrera impide que las energías del
exterior lleguen a su percepción, así como cualquier evento, sonido o
individuo… No es algo fácil, debo admitir, tuve que esperar a encontrar un
espacio que me permitiera poner mi campo a su alrededor sin que se percatara de
mi intento —explicó—.Es afortunado que su mortalidad le permita
momentos de vulnerabilidad como dormir…
Estoy empleando toda mi capacidad para lograrlo… tu dios es por algo tan temido
y venerado. Son esas aptitudes por las que quizá mi señor ha decidido
encontrarse con él en persona.
— ¿Quieres decir
que en este momento hay alguien más con el Emperador? —Sorrento temió.
— En un inicio mi barrera sólo serviría para
enmascarar nuestro arribo, acabar con toda resistencia sin que el dios del mar
se percatara de ello hasta que fuera muy tarde… Pero el señor Avanish decidió
tomar esta oportunidad para hablar con él… dijo que le fascinaría poder
intercambiar palabras con un viejo conocido, por última vez.
*-*-*-*
Una brisa fría y
sobrenatural dentro de la alcoba real, sopló sobre el rostro del durmiente dios
de los océanos. Éste abrió los ojos lentamente, mostrando una mirada inhumana
al estar llenos de una divina energía color esmeralda.
Él permaneció
sentado en el sillón de alto respaldo en el que terminó rindiéndose al sueño
horas atrás. Le resultó de mal gusto que su descanso terminara de manera tan
abrupta por la osada intrusión a su recámara.
Miró con dureza
al hombre de túnica blanca que jamás fue invitado a visitar su morada.
— Tú… ¿a qué se
debe tal atrevimiento? —cuestionó Poseidón con una calma propia de él—. Desconozco
cuál es tu intención, pero eres muy valiente como para presentarte ante mí sin
el debido anuncio, y demasiado ingenuo como para creer que escaparás con
impunidad.
— Mi estimado
señor —musitó con respeto el hombre de túnica blanca—. Sé que ha pasado tiempo
desde la última vez que nos vimos… Y ambos hemos sido transformados por el paso
del padre tiempo que no ha sido generoso con ninguno, así que no lo juzgo por
no poder recordar a un insignificante hombre como yo, es parte propia de
ustedes olvidar a los mortales con tal facilidad.
El hombre se
llevó las manos a la cabeza, retirando la capucha de su resplandeciente prenda—
Zeus me llamó “Avanish” en ese
entonces, un nombre que me he rehusado a abandonar pese a todo lo que
aconteció… y ahora soy sólo el Patriarca
de guerreros dedicados únicamente a la muerte de los inmortales.
Ante Poseidón se
descubrió un hombre de aspecto joven, piel blanquísima y lampiña, ojos grandes
y rojizos que adornaban un gesto sereno, de largo cabello gris.
Avanish se
preocupó por realizar los mismos movimientos de aquel entonces, cuando el padre
del Olimpo lo presentó al resto de sus hermanos e hijos, facilitando en la
memoria del dios del mar reconocerlo.
— Así que, la
creencia de que el Shaman King era quien se encontraba detrás de los guerreros
que llaman Patronos era cierta… pero se equivocaban al pensar que se trataba de
Yoh Asakura. Imposible percatarse de la equivocación cometida, pues sólo se
permite a un rey por generación. Dime
Avanish, primer Shaman King de la antigüedad*, ¿cómo es que estás aquí? —cuestionó
Poseidón, cuando su mirada recuperara su aspecto humano y compasivo.
Avanish sonrió
levemente— Mi historia es larga, Emperador, ¿está seguro de que desea
escucharla?
— Es posible que
no haya una segunda ocasión para hacerlo —Poseidón le concedió la oportunidad de
hablar, así como una seña en la que lo invitó a sentarse en el sillón vacío a
su diestra.
— Prometo ser
breve— el llamado antiguo rey de los shamanes accedió a sentarse junto al rey
del océano.
Hubo un silencio
prolongado antes de que volvieran a dirigirse la palabra, pero con gran
solemnidad es como Avanish se dirigió al dios.
— ¿Qué es lo qué
recuerda exactamente? De mí —deseó saber, para elegir por dónde comenzar.
Poseidón lo
meditó unos segundos antes de dar una respuesta— Cuando se creó al hombre y las
primeras generaciones sucumbieron por sus instintos salvajes y primitivos, los dioses
tuvimos piedad de ellos. Recuerdo que hubo un momento de paz que terminó cuando
nos percatamos de cómo es que diversos humanos comenzaron a manifestar poderes
que no estaban en nuestro plan. En un principio, algunos de mis hermanos y
hermanas lo vieron con curiosidad y afección, yo y otros más lo estudiamos con
precaución— pausó, intentando ordenar sus recuerdos, pues mientras más pasaba
en el cuerpo de Julián Solo, más sentía que esas memorias le pertenecían a
alguien ajeno a su propia persona.
— El tiempo
siguió su flujo, años para los mortales, leves parpadeos para nosotros, mas el
número de seres humanos que continuaron naciendo con dones especiales iba en
aumento, y aquello que en un momento se consideró tierno e indefenso se volvió
una semilla de la que nacería una planta espinosa.
— Los hombres
desarrollaron sus dones, aunque en un inicio intentaban usarlos para el bien de
sus congéneres, su poderío comenzó a causar celos, miedos y disputas entre
aquellos que carecían de habilidades, hasta incluso entre los que eran sus
iguales. Los conflictos se volvieron incontrolables y algunos empezaron a
llamarse a sí mismos dioses… Zeus entendió que no podía permitir que esa
semilla siguiera expandiéndose, sobretodo al percibir malos augurios para el
Olimpo, por lo que, aconsejado y animado por el resto de los dioses, le dio a
Apolo la tarea de eliminar a todos esos seres de habilidades sobrehumanas.
— Apolo —Avanish
pronunció el nombre con arrogancia, mirando su propia mano izquierda, la cual
estaba cubierta por vendas negras—.Las heridas que me provocaron sus llamas aún
arden en mi alma.
— Apolo y sus ángeles
bajaron a la tierra buscando purgar a la humanidad de sus miembros más peligrosos,
sin hacer distinción entre inocentes y pecadores.
— Fue irónico
que la lucha contra los dioses y sus ángeles fue lo que unió una vez más a la humanidad
—Avanish comentó con nostalgia hacia aquel pasado tan distante—. Se olvidaron
todos los rencores y disputas, el deseo de vivir se volvió más fuerte y unieron
sus fuerzas para una batalla que consumió a cientos… —lamentando aún las
pérdidas.
— Jamás
discutiré la valentía con la que lucharon por sus vidas, pero enfrentar la ira
de Apolo, un simple mortal, era… el final estaba decidido antes de comenzar.
— Sí, yo morí
cuando sus llamas fulminaron mi corazón —Avanish palpó su pecho—, pero gracias
a ello es que descubrí el camino que mis sucesores han seguido desde entonces…
en la muerte encontré a la madre de todos, escuché por primera vez la voz de la
Gran Voluntad —relató con la alegría de un niño recordando a su amorosa madre—,
siendo ella quien me guiara por la senda en que me convertiría en el primer
Shaman King de la Historia… Una vez que dejara atrás mi cascarón mortal, pude
volverme uno de ustedes… por supuesto que algo así para los dioses fue
risible y bastante intolerante.
— Fueron otros tiempos,
ahora incluso tu descendiente me simpatiza —Poseidón aclaró con prontitud.
— Quizá sea
porque Yoh Asakura no ha tomado debidamente el ritual… si se volviera un dios,
como debió haber hecho desde que tomó el título, es posible que no tendría esa
opinión de él —dijo Avanish tras una leve risita—. Pero fue un chico listo…
permanecer como mortal es una muestra de humildad ante los dioses con quienes
debió tratar todo este tiempo. Así les mostraba que pese a su peso e influencia
en el mundo, él seguía estando por debajo de ustedes…
— Es cierto que
en épocas remotas actuamos convencidos del mal que habita en el corazón de los
hombres… pero esta es una nueva era y algunos hemos abierto nuestras mentes —el
dios añadió.
— Ah, claro…
debería sentirme afortunado de que finalmente se respire la paz entre los
dioses y los humanos —Avanish comentó con hilaridad—. Sólo porque Zeus accedió
a los deseos de la Gran Madre, no es garantía de que no vuelva a suceder lo
mismo… sólo recuerde, Poseidón… las
historias se repiten, una y otra vez hasta que alguien corta el ciclo…
— ¿Acaso ya lo
ha olvidado, Emperador? La historia se recrea ante nuestros ojos nuevamente…
yo, que logré ascender al cielo gracias a la Gran Voluntad pude enfrentar a
Apolo, atrayendo la atención de todo el Olimpo. Fue entonces cuando la sabia
Atena y la bondadosa Deméter, junto a los ruegos de Gea, convencieron a Zeus,
quien por si mismo ya había comenzado a recapacitar su sentencia, de que detuviera el genocidio. Ellas abogaron por los
seres humanos e imploraron a Zeus de llegar al dialogo. Inspirado por la
compasión de su hermana, y las palabras llenas de esperanza de su hija Atena,
el dios del rayo accedió a darnos una oportunidad… ¿no le parece que ha
revivido esa escena recientemente? —Avanish cuestionó, sarcástico.
— Las
diferencias están presentes… una prueba clara es que yo te he dado la
oportunidad de gozar de mi cortesía pese a que no la merezcas —Poseidón musitó,
entrecerrando los ojos.
— Y agradezco su
generosidad, no esperaba menos del dios del mar. Para mí sigue siendo
fascinante la forma en la que te has
transformado de uno de los mayores enemigos de la humanidad, al dios piadoso
que eres considerado ahora... pero, lamento decir que eso no te excluirá del
destino que te espera.
— ¿Esa es una
abierta declaración de guerra? —preguntó Poseidón.
— La guerra se
declaró hace ya mucho tiempo, Emperador —respondió impasible.
— ¿Por qué es
tanto tu odio hacia el Olimpo y los otros reinos celestiales? Muchos de nosotros
ya hemos pagado con creces nuestra arrogancia. Tú, quien fuiste defendido por
mi hermana y la Gran Madre, deberías ser capaz de alejar antiguos odios y
prejuicios.
Avanish río
abiertamente, arrepintiéndose un poco pues se cubrió la boca con su mano
vendada—. Lamento eso, es sólo que… me es gracioso que pienses que soy injusto
por dejarme llevar por eventos tan antiguos… considerando que ni tú mismo, en
toda tu nueva faceta, eres incapaz de perdonar a aquellos que has dejado
enjaulados en la oscuridad —dijo, retomando compostura.
Poseidón frunció
levemente el entrecejo, sabiendo exactamente de lo que hablaba.
— Pero no te
preocupes… estoy cansado de que las tragedias de nuestro mundo se repitan
incesantemente, seré yo quien corte esos círculos para que en verdad comience
una nueva era para todos —Avanish prosiguió—. Es por eso que volví… mis errores
como Shaman King yo también los pagué… y durante milenios he tenido que existir
en las sombras, exiliado, siendo testigo de todo lo que han seguido haciendo
humanos y dioses por igual… Por eso no pienso permitir que de nuevo se engañen
unos a otros… es por eso que yo y aquellos que me siguen lucharemos hasta el
final.
— Si los dioses
obsequiaron la Tierra a los mortales, ¿por qué hay quienes se empecinan en
vivir entre ellos? Disculpa que no pueda creer en sus bellas intenciones, pero
todo suele terminar en tragedia.
— ¿Y crees que
tu insensata odisea será benéfica para los humanos que intentas proteger de
nosotros? —cuestionó Poseidón—. Hacerte enemigo de los dioses sólo desatará una
gran tormenta sobre la Tierra. ¿Es ese tu verdadero fin? ¿Destruir este mundo?
Avanish se
levantó, caminando a pasos lentos hacia la salida, girándose nuevamente al
Emperador.
— No, ese jamás
ha sido mi deseo… pero en toda guerra la gente sufre sin importar su posición,
aunque… las guerras también enseñan, y yo he estado aprendiendo mucho de este
nuevo mundo y la gente que mora en él —pareció desvariar por unos segundos—.
Amo tanto a esta Tierra que no pienso permitir que se cometan las mismas injusticias del pasado —aclaró, volviendo a
cubrirse la cabeza con su manto—. Tampoco busco viajar al mismo Olimpo u otro
reino para exterminar a los de tu raza, no, eso sería demasiado presuntuoso de
mi parte —admitió, sonriente—. Sólo quiero que el mensaje llegue fuerte y
claro, pues aunque Atena defendió este mundo y a la humanidad como nadie,
ningún dios volverá a ser bienvenido aquí, y eso te incluye.
— Qué osado
—musitó Poseidón una vez que se pusiera de pie, siendo mucho más alto que el
mismo Avanish, quien debió ladear la cabeza para mirarlo a los ojos—. Hasta el
momento te has visto resguardado bajo el lado amable de mi paciencia, pero todo
tiene un límite. Te he permitido hablar con tanta libertad pues deseaba conocer
la razón de tu locura… pero ahora me es claro que sólo eres un hombre que está
enfermo de odio. Pregonas el bien pero actúas con extrema maldad… Es cierto que
yo también desaté males en este mundo buscando mejorarlo, pero ahora entiendo
que ese no es el camino apropiado. He sido testigo de los incontables
sacrificios que se han tenido que realizar para llegar a estos momentos de paz
y progreso como para que un rey sin trono, que ha deshonrado todo aquello que
alguna vez representó, lo termine.
— Estás lejos de
temer mis palabras… —Avanish musitó, sin miedo.
— He visto
horrores inimaginables en mi existencia, pero tú, Avanish, estas lejos de poder
hacerme temblar.
— No deseo tu
miedo, Poseidón… sólo tu fin.
— ¿Viniste a mí
sólo para enfrentarme? —cuestionó el dios.
— Cierta vez,
escuché a un sabio dirigente decir: “un rey no mata a otro rey”, por lo que
no, no será de mi mano por la que llegue
tu muerte, sino de aquellas de los que he guiado para ese único propósito.
— Confías
demasiado en la fuerza de tus guerreros —advirtió.
— Más allá de lo
que tú crees —Avanish recalcó.
— No pienso
dejarte salir de aquí, y lo sabes. Tu cruzada sangrienta ha terminado—Poseidón
sentenció.
Avanish guardó
silencio, sonriendo deliberadamente ante las palabras del dios.
— Sé que esto
competería más a la tribu de los shamanes, pero su reciente actitud y la del
Shaman King ha creado dudas y desconfianza. Me queda claro que tú has sido responsable
de ello. Dime Avanish, ¿qué es lo que has hecho con Yoh Asakura? —el dios
cuestionó.
— Yoh Asakura
—Avanish repitió, pausando unos cortos segundos antes de proseguir—… Tan noble,
tan positivo e idealista, me recordó a mí mismo en mis años de juventud… pero
que no te engañe, a diferencia del resto de los mortales, su alma es vieja,
repleta de experiencias de vidas pasadas que no ha dejado atrás. Él mejor que
nadie sabe la clase de mal que podría desatar un enfrentamiento entre él y yo
en este mundo, por eso lo invité a participar en un juego —respondió, para
inquietud del Emperador—. Él ha seguido las reglas tal cual fue el convenio, y
a su manera ha estado combatiendo mi lucha tal cual preví que haría, porque,
¿sabes? No fui tan ingenuo como para pensar que mi guerra sería fácilmente ignorada
por los dioses, por lo que tenía que asegurarme de que alguien evitara a toda
costa que decidieran intervenir… Es allí donde entra mi actual sucesor, pues si
aún no ha caído el infierno sobre la Tierra, es por su trabajo. De alguna
manera ha logrado que prevalezca el pacto que hace quince años se hizo con los
reinos celestiales —el antiguo Shaman King explicó, sonriendo ampliamente.
— Así que,
mientras él busca que prevalezca la paz, mi intención es quebrarla… Ese es el
juego en el que él y yo nos hemos movido desde que todo esto comenzó —rió un
poco—. Sé que en estos momentos muchos lo tienen en un terrible concepto e
incluso lo creen el responsable de todo… pero tienen mucho que agradecerle,
incluso yo, ya que al ser un sujeto de corazón tan predecible, logré dejarlo
sin salidas para que al final se convirtiera en una pieza más de mi tablero.
Para el dios que
escuchaba atentamente, muchas cosas finalmente estaban quedando claras.
El cosmos
aguamarina de Poseidón cubrió su cuerpo mortal. En respuesta, Avanish protegió
el suyo elevando su propio poder espiritual.
— Tus palabras
comienzan a ser detestables, ya no quiero escuchar más —determinó el dios.
— Percibo tu
deseo de sangre, y no tendría inconveniente por equiparar mi fuerza con la tuya
—Avanish respondió, separando los brazos hacia sus costados y que su túnica se
abriera al mismo tiempo en que la puerta detrás de él lo hizo —. Sin embargo,
estoy seguro de que deberás atender otras cosas más prioritarias.
Con el estruendo
de las puertas golpeando los muros de su aposento, Poseidón fue consciente de
la realidad cuando el viento del exterior golpeó su rostro.
En un instante
volvió a él la conexión con todo su reino, pudiendo percatarse de las diversas
situaciones, los avances y los peligros
latentes que han osado contaminar su reino.
Su estupor fue
breve, pero cuando sintió que su mente regresó a su cuerpo, Avanish había
desaparecido.
La furia que
bombeó en el corazón del Emperador se manifestó dentro de su propio reino, pues
las aguas claras del mar sobre ellos, que siempre se han mantenido limpias y
claras, se volvieron oscuras y tormentosas como las que avisan la llegada de un
terrible tifón.
FIN DEL CAPITULO 42
*Avanish es un
personaje inventado al que le he dado el título del primer Shaman King de este
universo.
*En la serie de
Shaman King, es verdad que el que toma el título pasa por un ritual que lo
vuelve un ‘dios’.
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