sábado, 26 de abril de 2014

El Legado de Atena. Capitulo 42 - Imperio Azul Parte VI - Reunión de reyes

Terario de Acuario nunca ha sido un hombre supersticioso, pero ante las palabras de la amazona que le advirtió la tragedia que se cernía sobre Souva de Escorpión, se obligó a considerar que realmente podría suceder.
Como su maestro se encontraba en la misma barcaza del santo de Escorpión, la preocupación se apoderó de él, por lo que buscó consejo en sus antiguos compañeros de entrenamiento, Singa y Velder.
Los tres se reunieron en la explanada donde en tiempos de paz los ritos para Odín se efectuaban, sabiendo que nadie los escucharía. En el altar frente al dios, su armadura sagrada permanecía como vigía.
— Entiendo tu mortificación, Terario. Pero debes confiar en el maestro —dijo Velder, tocando levemente el parche que cubre su ojo derecho—, ¿o qué? Sólo porque te volviste un santo de oro crees que todos están por debajo de tu condición? —se atrevió a bromear—. Estoy seguro de que aún puede tumbarte al suelo en pocos movimientos.
— Comparto la preocupación de Terario —dijo Singa—, el maestro se ha comportado muy extraño desde el momento en que decidió venir a Asgard. Además, quizá intuyó que en Bluegrad habría problemas… ya saben que pese a todo, siempre ha intentado protegernos.
— Es cierto —concordó Velder—. Pero ya no somos unos niños y él se vuelve cada vez más viejo ¿hasta cuándo se dará cuenta de eso? —suspiró, resignado—. Ni hablar, si tanto les preocupa, seré voluntario para ir y buscarlo, a él y al santo de Escorpión.
Terario iba a espetar pero Singa se anticipó—. Lo más correcto es que permanezcas aquí, no puedes dejar desprotegido Asgard y a su gente ante tantas incertidumbres. Es preferible continuar siendo precavidos.
— Tienen razón —alcanzó a decir Terario antes de que los tres se tensaran al percibir un violento cosmos golpeando su psique.
Voltearon hacia el mismo lugar sin poder reconocer al dueño de dicho cosmos, mas el corazón de Terario sintió un sobresalto al ser capaz, de alguna manera, de escuchar la voz de Natasha, llamándolo.
— Eso proviene de… —Velder tardó en encontrar el origen de ese estallido, pero en cuanto Terario comenzó a correr en dirección al palacio, supo que debía seguirlo.
Los tres no pudieron avanzar mucho cuando Terario frenó inesperadamente, y con un codazo empujó a Singa y sujetó a Velder para alejarlos del camino que seguían.
Fueron movimientos inesperados para ambos, pero en cuanto el suelo junto a ellos explotó sonoramente, supieron que Terario los había salvado.
Inmediatamente, Terario se volvió hacia la explanada, donde distinguió una figura fuertemente acorazada.
La armadura color zafiro destelló en el cuerpo del guerrero que apareció en Palacio del Valhalla.

— Qué mal, de haber recibido mi primer ataque se habrían ganado una muerte rápida. Pero es la única oportunidad que pienso darles, ya sólo les queda sufrir una muerte mucho más violenta y dolorosa —dijo el individuo de cabello negro, bajando lentamente la mano de la que aquella poderosa ráfaga emergió.
— Pero… ¿quién es ese hombre? —preguntó Singa, poniéndose de pie.

El santo de Acuario se adelantó a sus camaradas, a quienes les dio la espalda—. Si no me equivoco, fuiste tú uno de los Patronos que atacó al Santuario junto a los Apóstoles de Ra, ¿cierto?
— Excelente memoria para alguien que no conozco… es claro que eres un santo dorado, pero temo que no hemos sido debidamente presentados —el Patrono habló con osadía—. No te equivocas, puedes llamarme Nergal, Patrono del Zohar de Brontes.
— Nergal…¿qué es lo que pretendes viniendo a este lugar? —el santo preguntó.
— Vaya, qué descortés, pese a que te he dado mi nombre me niegas el tuyo —dijo en tono burlón—. Haces una pregunta estúpida, yo sólo he venido a terminar con lo que mis ineficientes compañeros no lograron antes —respondió tranquilamente—. Soy el ángel de la muerte que viene a llevarse al primogénito consentido de Asgard.
— No viniste solo, alguien más te acompaña.
— Nuevas reglas que debo acatar —aclaró Nergal—. Pero no te preocupes, prometo que tendrás toda mi atención… aunque me pregunto si yo tendré la tuya —musitó con malicia, mirando fijamente a los jóvenes sin armadura que Terario protegía.
— Singa, Velder, váyanse ahora, Natasha los necesita —Terario les pidió, intuyendo que serían blanco del Patrono si permanecían más tiempo allí.
— ¡No podemos dejarte solo! —aclaró Velder, dispuesto a combatir, mas su compañero Singa le sujetó el puño que acababa de alzar.
— Velder, hagamos lo que él dice, de otro modo seremos un lastre para nuestro hermano —le pidió.
Velder lanzó una mirada al santo de Acuario, entendiendo que las palabras de Singa tenían validez.
Tras dudarlo un poco más, ambos terminaron por retirarse hacia el palacio, dejando a Terario y a Nergal solos.
— Estoy seguro de que Hécate les dará un mejor trato que yo. Has hecho bien, no sufrirán demasiado —Nergal comentó con arrogancia.
—  Han tenido mucha actividad últimamente… me pregunto, qué es lo que ahora estará sucediendo en Bluegrad —Terario se aventuró a obtener información fingiendo conocimientos.
— Digamos que la muerte de uno de los nuestros fue suficiente para que decidiéramos tomarnos las cosas en serio —sonrió, sarcástico—. Ya que la atención está centrándose ahora en la Atlántida y Bluegrad, creímos que sería un momento apropiado para concluir lo que aquí se comenzó, pensando en que sólo deberíamos lidiar con pocos dioses guerreros… ¡Pero vaya sorpresa que me encuentro! Un santo de oro frente a mí, parece que el destino me permitirá cobrarme la humillación de la que fui objeto.
— ¿Ahora van tras la cabeza de Poseidón? —Terario preguntó, ocultando su sobresalto—. A este paso se convertirán en enemigos de todo el mundo, ¿qué sentido tiene?
— ¡Que abran los ojos a la verdad! ¡Este mundo se volvió nuestro enemigo hace quince años, cuando diezmaron a la humanidad con un aterrador resplandor! —Nergal gritó.
— El mundo iba a perecer… se tuvo que pagar un precio para que tuviéramos una nueva oportunidad —Terario comentó para sorpresa de Nergal.
— ¿Tú sabes la verdad…? —el Patrono preguntó, con una sádica expresión—.Y aun así pareces aceptarlo de muy buena gana…
— No discutiré si fue o no la mejor elección…  eso es algo que ni a ti ni a mi nos competió en su momento, lo único que tenemos es el ahora. El Patriarca me pidió proteger Asgard y a los miembros de la familia real, por lo que sin importar tu ambición no te dejaré pasar.
Nergal rió— Un solo santo de oro jamás podrá contra mí —advirtió.
Terario alzó su cosmos dorado en respuesta—. No menosprecies el poder del cero absoluto.


Capítulo 42.
Imperio Azul Parte VI
Reunión de reyes

Natasha ahogó un grito de espanto al ver a Bud de Mizar caer de rodillas al suelo. La joven permaneció abrazada a otra chica con quien se encontraba atendiendo a un enfermo justo antes de que el caos comenzara.
Todo había sucedido tan de repente que le era difícil de entender lo que pasaba. Ella sólo estaba moliendo algunas hierbas cuando las exaltaciones se dejaron escuchar, pues la aparición de una mujer en armadura esmeralda sorprendió a todos.
La mujer no pronunció palabra, sólo miró en redondo hasta que las amazonas enmascaradas la enfrentaron y cuestionaron. Aunque las jóvenes guerreras intentaron luchar, la mujer emitió resplandores que lanzaron a una al suelo, y la segunda se precipitó hacia la gruesa puerta que se rompió en pedazos por el impacto de su cuerpo.
De inmediato apareció Bud de Mizar, buscando a la responsable con quien intercambió un breve dialogo. El dios guerrero la atacó ferozmente aun cuando se encontraba desprotegido de cualquier armadura.
Se movieron muy rápido y los estruendos la obligaron a cerrar los ojos, por lo que Natasha estaba lejos de poder saber cómo es que el dios guerrero terminó hincado, palpándose el pecho con cierta desesperación, intentando arrancarse algo que se había adherido a su cuerpo y era el causante de la sangre que emergía por su espalda. Poco a poco sus movimientos se hicieron más lentos hasta que finalmente cesaron, quedando completamente inmóvil.

La mujer a la que llaman Hécate, avanzó lentamente hacia donde el dios guerrero de Mizar se detuvo.
— Duerme y descansa señor de Asgard —musitó para el hombre que en su posición parecía reverenciarla—.  Sólo porque eres un hombre prominente es que te he concedido el regalo de la paz perpetua.
Las personas que aún permanecían en la habitación estaban espantadas, pero no se dejaron llevar por el pánico como para levantarse e intentar salir de allí, sabían que sería inútil o sólo provocaría que fueran blancos de esa mujer. Hécate los miró detenidamente, siendo una mujer que se abstenía de herir a los enfermos y convalecientes. En sus ojos hasta hubo un brillo de piedad por ellos.
Ella alargó la mano para tocar la cabeza de Bud, pero antes de que le pusiera un dedo encima, unos hilos resplandecientes la rodearon. Cayeron como una lluvia de telarañas, envolviéndola, así como al dios guerrero de Mizar.
El cuerpo de Bud fue jalado por esos hilos de plata, hasta llegar a los pies de Alwar de Benetnasch, quien estaba preparado para protegerlo.
— Ustedes de nuevo —al dios guerrero de Benetnasch le fue claro que se trataba de uno de los Patronos.
— Dios guerrero de Benetnasch, sé que fuiste el responsable de causarle muchos contratiempos a uno de los míos —dijo la mujer, quedándose quieta entre los hilos del arpa que la sujetaban—. Pero entenderás que tus técnicas no tendrán el mismo efecto en mí — aclaró.
Alwar lo comprendía: a diferencia de su anterior batalla con Dahak, Patrono de la Stella de Arges, aquella mujer estaba cubierta totalmente por la resistente armadura sobre la que sus hilos no tienen poder, no sería capaz de dañarla utilizando las mismas tácticas.
La armadura de Hécate resplandeció, liberándola de los hilos que fueron cortados sin más resistencia.
— Apártate de mi camino, dios guerrero de Eta, y tendré piedad de ti.
— Señora, sabe bien que jamás haría algo como eso —dijo, manteniéndose como escudo entre ella y Bud.
— Jóvenes… —Hécate se lamentó, alzando la mano hacia Alwar, esperando que le ocurriera lo mismo que sucedió con las amazonas, pero cuando alguien le sujetó la mano y la alzó hacia el techo quedó sorprendida.
Hécate estaba cara a cara con una mujer que llevaba una armadura y máscara de oro. La guerrera dorada estaba allí, frente a ella, alzándole el brazo con fuerza.
No la sintió venir en ningún momento, y fue tan rápida como para pasar a través del lugar y pararse frente a ella sin que pudiera defenderse.

— Qué irresponsables, iniciar un enfrentamiento en un lugar de reposo y curación —dijo la amazona dorada, Calíope de Tauro—. Si necesitas luchar con alguien, lo harás contra mí, pero no aquí —aclaró, soltando la muñeca de la Patrono, quien permaneció con una actitud pasiva.
— ¿Otra guerrera del Santuario, aquí? No, sólo el santo de Acuario custodiaba el palacio, ¿cómo es qué llegaste a este reino tan de pronto? —preguntó Hécate, sabiendo bien la ubicación de los guerreros de Atena en Asgard y Bluegrad.
Calíope dio un paso hacia atrás, dándose media vuelta con entera confianza—. Responderé todas tus preguntas una vez que salgamos de aquí, por lo que si me sigues…
Mas la Patrono no se movió, sonrió ante la prepotencia de la amazona de Tauro.
— No, la verdad que no tengo interés en iniciar una contienda contigo… Mi misión consistía en tres pasos… el primero se ha dado con éxito, por lo que aún hay una última cosa que debo hacer en esta habitación.
Calíope se preparó para responder cualquier agresión hacia su persona, mas la ráfaga de energía que Hécate expulsó se dirigió hacia un único objeto en la habitación.
La amazona de Tauro quedó pasmada al ver cómo es que la armadura de la Copa estalló en cientos de fragmentos que volaron por la habitación.
— ¡Eres una…! —Calíope corrió hacia ella, lanzándole un puñetazo que atravesó la imagen de Hécate como si se tratara de un espejismo.
Lo siento guerrera de Atena, pero ya que he concluido mis deberes debo retirarme. Si buscas satisfacer tu hambre de violencia, uno de mis compañeros permanecerá aquí, puedes buscarlo para saciar tu apetito —dijo la mujer, despidiéndose con una sonrisa, desapareciendo en el aire.
— ¡Maldita sea! — la amazona exclamó, enfurecida.

*********

La Atlántida, Reino de Poseidón, región del Atlántico Norte.

Behula de Chrysaor contempló a aquel gigante acorazado con evidente sorpresa, pero recuperó el valor en el instante en que él se moviera para atacarla.
Pese a su tamaño, el gigante se movía a una gran velocidad. La marine shogun lo esquivó repetidamente, viendo cómo es que cada que esos golpes fallaban en encontrar su blanco, en el agua se creaba un vacío profundo que separaba las aguas hasta mostrar el fondo.
Behula empleó sagazmente su lanza contra su adversario, mas el coloso se cubría con los antebrazos para desviar sus estocadas, todo a una velocidad propia de guerreros divinos.
El cuerpo del gigante se cubrió de energía oscura, la cual se acumuló en sus dos puños. Behula se percató de que no sería capaz de esquivar el siguiente golpe, por lo que interpuso su lanza como un escudo.
El impacto la empujó varios metros hacia atrás, resintiendo la fuerza del golpe que la obligó a escupir sangre.
Sin darle tregua, el gigante ya estaba nuevamente sobre ella, mas Behula volvió a citar el mantra—Om Mani Padme Hum—con el que invocó los numerosos brazos armados para respaldarla.
Los brazos sujetaron al coloso, impidiéndole seguir avanzando, lo que le permitió a Behula un rápido respiro para poder efectuar su técnica— ¡Danza de los mil brazos!
Como si un vasto ejército de lanceros y espadachines lo hubieran atacado, el gigante salió despedido, cayendo en el agua que lo cubrió parcialmente.
La marine shogun no podía estar segura de si sus ataques eran eficientes contra el misterioso enemigo, pues continuaba sin poder sentir una energía proveniente de él. Mas no tardó en comprender que requeriría de emplear mucho más de sí misma para vencerle.
El gigante se puso de pie, en su coraza había rasguños producidos por las lanzas y las espadas, mas de ella sólo emergía agua con la que el cuerpo del gigante se había llenado al caer.
— Sin duda eres una abominación… He escuchado de artes místicas que pueden darle vida a objetos inanimados. ¡Quienquiera que sea el titiritero que jala las cuerdas de este muñeco, responde!
En respuesta, el gigante alzó los brazos: en sus palmas creó una esfera de energía de su mismo tamaño, alrededor de ella circulaban relámpagos dorados.
El coloso dio un gran salto, y desde las alturas lanzó su ataque de energía.
Los sentidos de Behula le advirtieron que no debía dejarse alcanzar por esa esfera de destrucción, por lo que con un gran sobreesfuerzo se alejó del punto en donde aquello impactaría.
En cuanto la energía impactó contra el suelo, detonó su verdadera fuerza, expandiéndose como una bomba que arrasó con el terreno.
Por unos segundos hasta dejó de llover sobre el profundo y vasto cráter que dejó la explosión, el cual comenzó a llenarse en cuanto las aguas volvieron a su cauce.
Hundida en las paredes de dicho cráter se encontraba Behula, quien abrió los ojos, adolorida.
Sabía que de no haber utilizado su escudo energético, el daño habría sido mayor.
Le sangraba la nariz y tenía algunas laceraciones en la piel. Perdió su casco mientras la hombrera y brazal derecho de su scale fueron destruidos.
Los atronadores pasos del gigante sobre el agua la apresuraron a incorporarse. El suelo retumbaba a su paso imparable.
Behula cerró los ojos, como si estuviera decidida a entregarse a la derrota, pero en el último momento en que el coloso estaba por pasar por encima de ella, el agua bajo el gigante se disparó como geiser, levantándolo.
Atrapado dentro del ascendente torrente de agua, el coloso tenía una clara visión, por lo que pudo ver cómo es que la marine shogun voló hasta darle alcance en su ascenso, generando una bola de fuego que disparó en su contra.
El agua se evaporó ante la presencia de las brasas anaranjadas, impactando de lleno al gigante quien se precipitó una vez más a tierra.

La armadura viviente logró levantarse con clara torpeza. Behula ya había descendido suavemente al suelo.
Con sencillos movimientos de sus manos, pareció manipular la tierra, pues grandes columnas de roca se levantaban para golpear al gigante.
Una vez que el coloso pudiera imponerse a los constantes golpeteos, sus brazos destruían las columnas de tierra, abriéndose paso hacia la marine shogun.
Behula giró su lanza y al instante el agua bajo ella se arremolinó para alzarla en un tobogán que inmediatamente se convirtió en hielo.
El gigante golpeó ferozmente el camino de cristal, dividiéndolo en miles de astillas de hielo.
Manipulando el aire y el agua, la marine shogun de Chrysaor logró que cada una de esas astillas se convirtieran en lanzas afiladas, las cuales se precipitaron junto con la lluvia hacia el gigante.
El coloso se cubrió con los brazos, pero terminó siendo sepultado por las lanzas de hielo que formaron un extraño montículo: un arbusto de cristal con ramas afiladas hechas de hielo.

La guerrera cayó sobre las columnas abatidas por el gigante, quedando fuera del agua. Con respiración agitada, esperó que la escultura de hielo permaneciera intacta, de lo contrario la pelea continuaría… y si eso sucedía, sus fuerzas terminarían agotadas.
Por un efímero momento, pensó que había vencido, pero cuando un leve temblor sacudió el agua y el suelo, salió de su fantasía.
Con un furioso rugido, el gigante destrozó su prisión, expulsando ferozmente su energía que transformó en partículas de cristal todo el hielo.
— Eres demasiado resistente… ni el poder de los elementos es capaz de frenarte por mucho tiempo —habló Behula, más para convencerse a sí misma que para el monstruo.
El gigante la miró desde la distancia, desafiante.
— Está bien, aún tengo un último truco, ¿preparado? —anunció, bajando la punta de su lanza para que apuntara al suelo y su mano izquierda subiera a la altura de su rostro,  manteniendo sólo el  dedo índice y medio alzados.
Behula cerró los ojos, moviendo los labios al recitar un cántico que sólo imploró en su mente. El coloso no esperó ni un segundo cuando de la delgada línea vacía de su yelmo se generó un resplandor dorado, disparando una fulminante ráfaga de energía.
El impacto parecía inminente, mas la marine shogun alcanzó a pronunciar— Om — para que una línea de agua, otra de fuego, de tierra y una más de aire se movieran a su alrededor tomando las formas de elipses que giraban constantemente a su alrededor, formando una esfera protectora.
El ataque del coloso se desvaneció en el momento en que tocó las elipses. Behula movilizó su lanza sin que su técnica de defensa se viera afectada por ello.
La marine shogun se impulsó a gran velocidad, volando hacia su oponente contra el que chocó.
La esfera de protección hizo retroceder el gigante, y aunque él buscó romperla con la fuerza de sus puños, no le fue posible. En cambio, la lanza de Behula lograba emerger del campo protector, atinando con fiereza a la armadura viviente, atravesándola incesantemente.
La marine shogun de Chrysaor atacaba rápidamente, golpeando y cortando con su lanza sagrada.
Al gigante se le dificultó reaccionar debido a ese campo de fuerza que entorpecía sus movimientos por los constantes empujones. Tuvo que retroceder ante los feroces ataques de la lanza de Chrysaor que, pese a  rasgar su armadura, no parecían causar suficiente daño como para vencerlo.
Behula lo sabía, por lo que tras un último golpe en la cabeza del gigante, retrocedió con un gran salto para transformar las fuerzas de su defensa en ataque.
Las elipses se unieron en la punta de la lanza sagrada de Chrysaor, girando como una hélice colorida a gran velocidad que tomó las tonalidades propias de un arcoíris.
Behula  alistó su técnica, apuntó al enemigo, exclamando — ¡Sucumbe ante el poder de los elementos! ¡Furia de la naturaleza!
Precipitando la lanza hacia su adversario, del filo emergió un rayo multicolor que atravesó fácilmente la coraza del gigante.
El coloso fue arrastrado por la energía, que abrió un enorme boquete en su peto, el diámetro que fundió la armadura fue tan amplio que apenas y dejó una delgada estructura que mantenía unidos los miembros y la cabeza del guerrero.
El gigante cayó aparatosamente en el agua, hundiéndose en el fondo del cráter que anteriormente creó.
Hasta verlo desaparecer dentro del agua, Behula se permitió caer de rodillas, sosteniéndose de su lanza para no terminar de bruces contra el suelo.
Por momentos se le nublaba la vista, pero aunque su cuerpo le pedía un descanso, la victoria todavía estaba lejos de pertenecerle.

El monstruo emergió de las profundidades, y con fiereza se lanzó contra la marine shogun. Aunque Behula intentó defenderse, fue golpeada con una fuerza devastadora que despedazó lo que quedaba del peto de su armadura. La potencia la lanzó lejos, cayendo contra un coral en el que terminó por soltar su lanza.
Con desesperación se arrastró hacia su arma, pero el pie del gigante le pisó la espalda para impedírselo. La marine shogun gritó de dolor, retorciéndose por el brutal pisotón, seguido de otros más que le rompieron más de un hueso.
Tosiendo sangre, fue alzada por el gigante, cuyas manos se cerraron sobre su cuerpo como si deseara exprimirle la vida.
En sus gritos de agonía, logró ver una espeluznante visión, en la que en el enorme hueco de la armadura viviente se materializó un repulsivo ojo de reptil.
Con sus huesos siendo triturados a cada segundo, Behula sabía que todo había terminado para ella. Le apenaba no haber podido vencer a un enemigo de naturaleza tan sombría y desconocida.
Sabía que las disculpas no servían para nada, pero aun así, pensó en el Emperador al que le había fallado, y en sus camaradas que dejaba a la deriva en la batalla.
La marine shogun terminó por perder el sentido en un último estrujamiento que la hizo mancharse aún más los labios con su propia sangre. Pero el monstruo no dejaba de apretarla, no lo haría hasta que el último suspiro se diera.
Sin embargo, cuando el agua a sus pies bajó su nivel drásticamente, el monstruo se percató de la inmensa ola de agua que se había alzado para precipitarse sobre ambos.
La marejada los empujó y arrastró por el territorio marino. El oleaje le impidió moverse a voluntad, por lo que fue incapaz de imponerse al tsunami. En la confusión, el gigante perdió el cuerpo de la marine shogun de Chrysaor.
Finalmente, el coloso terminó estampado en el muro de un risco y poco a poco el agua volvió tornarse calma pese a que la lluvia persistía.
Para cuando logró levantarse y buscar el origen de la fuerza que se atrevió a atacarlo, lo que delató su posición fue la capa blanca que se ondeaba a espaldas del marine shogun del Atlántico del Norte, Enoc, quien en brazos cargaba a una agonizante Behula.

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Palacio de Poseidón.

Leviatán de Coto encabezaba al grupo de Patronos que tranquilamente entraron al palacio del dios de los mares. Encontraron todo tan silencioso que en algún momento pensaron que se toparían con alguna clase de trampa, pero su recorrido resultó tranquilo.

— Quién lo diría —comenzó a decir Engai, el Patrono de la Stella de Fortis—. De verdad creí que ese marine shogun no abandonaría su puesto… pero parece que no era tan desalmado como para desamparar a sus compañeros. Parece que Sennefer de verdad sabe cómo atraer la atención cuando se lo propone.
— Entre los tres habríamos acabado con él en un parpadeo —añadió la joven e irritable Leviatán—, no entiendo por qué tanta ceremonia.
— Nuestro deber es confrontar a Poseidón, reservar nuestra fuerza para tal enfrentamiento es necesario —respondió Caesar, repitiendo las indicaciones de su superior.
— Habría sido un gasto insignificante de energía, nada más —volvió a insistir la joven.
— No hay enemigo insignificante —musitó Caesar.
Leviatán lo ignoró, no estando de humor para aceptar consejos de él.

La Patrono los digirió, no porque conociera los caminos del Palacio, sino porque su instinto le indicaba la dirección que debía seguir. Pasaron de largo el salón del trono que de antemano, sabían se encontraría vacío. Arribaron a la gran explanada que en tiempos mejores estaba llena de vida por la población que solía convivir en el exterior del palacio.
Leviatán se detuvo de pronto, siendo la primera sorprendida, pues en medio del lugar y sus fuentes, había tres siluetas que estaban esperándolos.
— Vaya… esto sí que es inesperado —Engai sonrió bastante divertido ante la visión frente a sus ojos, mientras Caesar frunció el entrecejo.

— Sé que buscan una audiencia con el Emperador, pero tendrán que pasar sobre nosotros primero. El dios del mar no recibe traidores y seres inmundos como ustedes— la que habló fue la joven Caribdis, marine shogun de Scylla—. No lo voy a permitir —anunció, sin sobresaltos.
Leviatán abrió aún más los ojos al escuchar a la marine shogun hablar, mirándola con tal estupefacción que momentáneamente se desconectó del presente para remontarse a un pasado distante.
— Una marine shogun y dos santos dorados del Santuario —comentó Engai, observando detenidamente a quienes se interponían en su camino—. Después de todo, no pudimos librarnos de la intervención del exterior. Cómo es que llegaron aquí, me pregunto.
— Ya nos encontrábamos en el reino submarino mucho antes de que decidieran iniciar su ataque —respondió el más joven de los santos dorados, Sugita de Capricornio.
— Vaya coincidencia —comentó el Patrono de Fortis, lejos de poder creerlo.
— No existen las coincidencias, sólo existe lo inevitable —a Sugita de Capricornio le nació decir.
El Patrono calló, manteniendo un gesto de extrañeza al ser las palabras de alguien cuya apariencia, por  escasos segundos, se sobrepuso a la del santo dorado Capricornio.

Caesar avanzó para adelantarse a sus camaradas, sabiéndolos confusos e intrigados por la presencia de los guerreros de los dioses.
— Era demasiado pedir que el plan no sufriera imprevistos —dijo el Patrono de Sacred Python—. Pero lo ocurrido en Asgard no volverá a repetirse, esta vez nadie claudicará
— Es bastante irónico que haya guerreros de Atena dispuestos a defender la vida de Poseidón, considerando que han sido enemigos acérrimos desde tiempos inmemoriales —comentó el llamado Engai, saliendo de su desconcierto anterior—. ¿No lo crees así, Leviatán?
La joven Leviatán se encontraba en un duelo de miradas con la marine shogun de Scylla, por lo que dijo—. Atena… maldita sea ella también. Las alianzas de los marinos con los santos sólo acaban en desgracia. Pobres infelices, debieron quedarse en su Santuario. ¡Pero ya que optaron por entrometerse, adelantaremos la sentencia que ya hemos decidido unánimemente!

Tomándolo como una declaración irreversible de guerra, la marine shogun se lanzó sobre Leviatán de Coto. Caribdis cerró sus brazos alrededor del cuerpo de la Patrono, y tras un impulso de su cosmos la llevó lejos de allí.
La actitud de la marine shogun no fue desconcertante para nadie, pero Caesar y Engai quedaron intrigados por Leviatán, sabiendo que ella habría sido capaz de defenderse, pero simplemente decidió no hacerlo.
— Parece que así será entonces, nobles batallas de uno a uno, justo como a Atena le agradan ¿o me equivocó?— cuestionó Engai, Patrono de la Stella de Fortis.
— No tomes esto a la ligera, Engai —advirtió Caesar.
— No lo haré, pero permíteme elegir a mi oponente, ¿quieres?
Engai movió su mano para que en ella se materializara una pequeña piedra roja, como un rubí que resplandeció con intensidad—. Ya que no quiero ser molestado, imitaré a esa chica marina y llevaré mi batalla lejos de aquí —explicó.
El fulgor escarlata emitido por el rubí se extendió por un instante en el que con su luz deformó el entorno, cegando a los presentes.

Para cuando Sugita de Capricornio logró recuperar la vista, se encontraba en otro lugar del reino submarino.
Confundido, miró en todas direcciones, rodeado por altas planicies, sabiéndose en el fondo de un profundo arrecife; la única forma de salir era escalando.
—Supongo que aquí podremos charlar un poco antes de tener que matarte —escuchó la voz del Patrono de Fortis, quien se hallaba de pie sobre una gran formación de roca cubierta por corales anaranjados.
Sugita se centró en su enemigo, encarándolo con valentía.
— Me retracto cuando dije que ‘serían combates justos’, no tienes oportunidad contra mí —Engai dijo, permaneciendo en lo alto—. Pero antes quisiera preguntarte algo… personal.
Sugita respondió con su simple silencio, siendo tomado como una afirmación para hablar con libertad.
— Tú eres hijo de Hiragizawa, ¿cierto?
El santo abrió los ojos sorprendido, para terminar diciendo —: ¿Conoces a mi padre?
El Patrono comenzó a reír para desconcierto del joven.
— Vaya, vaya, vaya… jamás creí que me encontraría con tal sorpresa viniendo a la Atlántida. De todos los lugares en los que imaginé que Hiragizawa pudo haber escondido a su hijo, nunca pensé que fuera dentro de las filas de los guerreros de Atena. Tienes su misma mirada, chico.
— ¿Qué es lo que tratas de decir? Me es claro que tú y mi padre tienen su historia y sus diferencias —Sugita percibía un gran rencor arraigado en los ojos del Patrono con sólo mencionar a su padre.
— ¿Diferencias? Sí. Mientras él predicaba sobre confianza y honestidad, yo descubrí su pequeño y oscuro secreto, aquel por el que este mundo cambió drásticamente y en el que logró subir hasta el sitio más alto de todos los hechiceros del mundo. Era de esperarse que decidiera conservar a su lado a la fuerza que inició todo esto hace un poco más de quince años.
Sugita negó con la cabeza —Escucha, los problemas entre tú y mi padre no me conciernen, por lo que…
— ¡Te equivocas! —Engai clamó con disgusto, haciéndolo callar—. Parece que la venda que tienes en los ojos sigue sostenida por un apretado nudo. Pues bien, quizá el destino me puso deliberadamente aquí para cortarla de un solo tajo, pero primero quisiera comprobar qué tan fuerte eres ahora que hasta Atena ha aceptado dentro de sus filas a un monstruo como tú.
— ¿Un —Sugita tardó en repetir—… monstruo?
— Oh, ¿acaso no lo sabías? —cuestionó, sarcástico—. Siempre dicen que hablo demasiado, lo siento si herí susceptibilidades, pero es tal y como escuchas. Aunque no debería ser tan injusto, quizá deba comenzar mi relato de otra forma —Engai se tocó la barbilla, meditando el mejor uso para sus palabras—. Los últimos meses de la antigua era fueron un total desastre, pero a diferencia de mis otros compañeros de lucha, sé que no sólo hay que culpar a los dioses malhumorados como Poseidón y Hades, sino también a la misma humanidad que por su cuenta ayudaron a que todo terminara en el caos.
— ¿Quién eres exactamente tú? —el santo deseó saber.
— ¿Yo? Bueno, no es que me guste recordar esos tiempos —respondió, cruzándose de brazos—. Pero alguna vez colaboré con tu padre, fui miembro activo del consejo de hechicería dentro del cual él fue elegido como líder absoluto —explicó con tono irónico—. Muy cómico que le concedieran tal título siendo él uno de los causantes del fin del mundo, es algo que sólo yo logré descubrir… así como el secreto que en el interior de su primogénito encerró.
— Estas desvariando —intentaba convencerse el santo.
— Es lo que suelen decirme a menudo, pero ¿no es común también que digan que los locos siempre hablan con la verdad? —cuestionó—. Supongo que podrás creerme cuando tome de ti lo que me impidieron aquel día, lo que por derecho debería ser una fuerza que pudiéramos utilizar para prosperar…¡es lo menos que nos deben tú y los monstruos que desequilibraron el mundo!
Engai alzó su energía en un segundo, liberando una descarga rojiza que Sugita logró repeler con la palma de su mano.

*-*-*-*

Sorrento de Siren permanecía custodiando el exterior de los aposentos del Emperador de los mares.
Siguiendo las luchas de los otros guerreros a través de su cosmos, es algo que lo había hecho demorar en entrar al templo. Pensaba que el Emperador no se había manifestado confiando en que su armada sería capaz de hacerle frente a cualquier problema, pero llegó un momento en que le extrañaba que ni siquiera lo mandara llamar, causándole un mal presentimiento.
Subió las escalinatas corriendo, pero antes de que su mano pudiera empujar la gran puerta blanca, una pared invisible lo evitó, dejando un vacío impasable entre el marine shogun y el portón.
Preocupado, Sorrento golpeó varias veces ese muro invisible, llamando al Emperador, pero soltó un grito de dolor cuando una intensa descarga le sacudió el cuerpo por haber tocado tal campo de fuerza.
Salió expulsado, rodando por las escaleras hasta que logró aferrarse a los escalones. Con el cuerpo un poco entumecido, miró hacia la construcción que a simple vista no parecía encontrarse cubierta por una maligna presencia.
Sorrento volvió a intentarlo, elevando su cosmos con el que esperó romper el campo que le impedía el pase. Su fuerza combatió contra la que se alzaba alrededor del templo, generando centellas que retumbaron por el palacio hasta que finalmente fue el marine shogun quien volvió a ser expulsado por las escalinatas.
El guerrero logró incorporarse, pero cuando lo golpeó un severo dolor de cabeza terminó de rodillas en el suelo. Se sujetó la frente, luchando contra el ataque psíquico del que estaba siendo objeto.

Apretó fuertemente los párpados, aguantó el dolor que súbitamente se desvaneció en cuanto una voz llegara a sus oídos.
Lo siento, pero nadie debe importunar a los reyes mientras charlan.
Ante la voz femenina, Sorrento inmediatamente abrió los ojos, encontrándose con una joven mujer.
De alguna manera, fue transportado a un lugar de blancura infinita, donde sólo él y ella flotaban en la inmensidad de la nada.
— ¿Quién eres? ¿A dónde me has traído? —preguntó, estudiando a la hermosa joven de cabello azul y ojos cerrados.
No te angusties demasiado Sorrento de Siren, tu cuerpo permanece justo donde te encontrabas, es sólo tu mente la que viajó hasta aquí —explicó la mujer, quien portaba una armadura ligera de color esmeralda sobre un vestido blanco, dotándole de un aspecto de princesa pues una pequeña tiara plateada adornaba su sien—. Mi deseo no es pelear contigo— aclaró en cuanto supiera que Sorrento estaba por soplar sobre su flauta —. Además, tus poderes aquí no funcionarán, estás en un lugar creado por mí… aunque admito que oír tus melodías sería maravilloso, he escuchado que son hermosas…
De alguna manera, Sorrento sabía que no mentía, por lo que optó por averiguar las intenciones de la mujer— Tengo entendido que los Patronos son seres inmisericordes que sólo traen devastación al lugar que deciden atacar… por lo que me inquietan tus palabras.
No debes juzgar a todos por igual… aunque caminamos la misma senda, todos somos individuos que buscan un objetivo personal y cada uno de nosotros actúa acorde a ello.
— ¿Eres tú quien ha encerrado al Emperador dentro de esa barrera?
— Lo soy. Mi nombre es Tara, Patrono de la Stella de Euribia.
— Debes ser alguien de inmenso poder para lograr tal hazaña —comentó Sorrento.
Estas sobreestimándome me temo —la joven sonrió tímidamente—. Tu Emperador no es prisionero, le bastaría sólo abrir esa puerta para salir, lo único que mi campo logra alrededor de su templo es aislarlo del resto del mundo…
— ¿Aislarlo?
Tara asintió— Mi barrera impide que las energías del exterior lleguen a su percepción, así como cualquier evento, sonido o individuo… No es algo fácil, debo admitir, tuve que esperar a encontrar un espacio que me permitiera poner mi campo a su alrededor sin que se percatara de mi intento —explicó—.Es afortunado que su mortalidad le permita momentos de vulnerabilidad como dormir… Estoy empleando toda mi capacidad para lograrlo… tu dios es por algo tan temido y venerado. Son esas aptitudes por las que quizá mi señor ha decidido encontrarse con él en persona.
— ¿Quieres decir que en este momento hay alguien más con el Emperador? —Sorrento temió.
En un inicio mi barrera sólo serviría para enmascarar nuestro arribo, acabar con toda resistencia sin que el dios del mar se percatara de ello hasta que fuera muy tarde… Pero el señor Avanish decidió tomar esta oportunidad para hablar con él… dijo que le fascinaría poder intercambiar palabras con un viejo conocido, por última vez.

*-*-*-*

Una brisa fría y sobrenatural dentro de la alcoba real, sopló sobre el rostro del durmiente dios de los océanos. Éste abrió los ojos lentamente, mostrando una mirada inhumana al estar llenos de una divina energía color esmeralda.
Él permaneció sentado en el sillón de alto respaldo en el que terminó rindiéndose al sueño horas atrás. Le resultó de mal gusto que su descanso terminara de manera tan abrupta por la osada intrusión a su recámara.
Miró con dureza al hombre de túnica blanca que jamás fue invitado a visitar su morada.
— Tú… ¿a qué se debe tal atrevimiento? —cuestionó Poseidón con una calma propia de él—. Desconozco cuál es tu intención, pero eres muy valiente como para presentarte ante mí sin el debido anuncio, y demasiado ingenuo como para creer que escaparás con impunidad.
— Mi estimado señor —musitó con respeto el hombre de túnica blanca—. Sé que ha pasado tiempo desde la última vez que nos vimos… Y ambos hemos sido transformados por el paso del padre tiempo que no ha sido generoso con ninguno, así que no lo juzgo por no poder recordar a un insignificante hombre como yo, es parte propia de ustedes olvidar a los mortales con tal facilidad.
El hombre se llevó las manos a la cabeza, retirando la capucha de su resplandeciente prenda— Zeus me llamó “Avanish” en ese entonces, un nombre que me he rehusado a abandonar pese a todo lo que aconteció… y ahora soy sólo el Patriarca de guerreros dedicados únicamente a la muerte de los inmortales.
Ante Poseidón se descubrió un hombre de aspecto joven, piel blanquísima y lampiña, ojos grandes y rojizos que adornaban un gesto sereno, de largo cabello gris.
Avanish se preocupó por realizar los mismos movimientos de aquel entonces, cuando el padre del Olimpo lo presentó al resto de sus hermanos e hijos, facilitando en la memoria del dios del mar reconocerlo.
— Así que, la creencia de que el Shaman King era quien se encontraba detrás de los guerreros que llaman Patronos era cierta… pero se equivocaban al pensar que se trataba de Yoh Asakura. Imposible percatarse de la equivocación cometida, pues sólo se permite a un rey por generación. Dime Avanish, primer Shaman King de la antigüedad*, ¿cómo es que estás aquí? —cuestionó Poseidón, cuando su mirada recuperara su aspecto humano y compasivo.
Avanish sonrió levemente— Mi historia es larga, Emperador, ¿está seguro de que desea escucharla?
— Es posible que no haya una segunda ocasión para hacerlo —Poseidón le concedió la oportunidad de hablar, así como una seña en la que lo invitó a sentarse en el sillón vacío a su diestra.
— Prometo ser breve— el llamado antiguo rey de los shamanes accedió a sentarse junto al rey del océano.
Hubo un silencio prolongado antes de que volvieran a dirigirse la palabra, pero con gran solemnidad es como Avanish se dirigió al dios.
— ¿Qué es lo qué recuerda exactamente? De mí —deseó saber, para elegir por dónde comenzar.
Poseidón lo meditó unos segundos antes de dar una respuesta— Cuando se creó al hombre y las primeras generaciones sucumbieron por sus instintos salvajes y primitivos, los dioses tuvimos piedad de ellos. Recuerdo que hubo un momento de paz que terminó cuando nos percatamos de cómo es que diversos humanos comenzaron a manifestar poderes que no estaban en nuestro plan. En un principio, algunos de mis hermanos y hermanas lo vieron con curiosidad y afección, yo y otros más lo estudiamos con precaución— pausó, intentando ordenar sus recuerdos, pues mientras más pasaba en el cuerpo de Julián Solo, más sentía que esas memorias le pertenecían a alguien ajeno a su propia persona.

— El tiempo siguió su flujo, años para los mortales, leves parpadeos para nosotros, mas el número de seres humanos que continuaron naciendo con dones especiales iba en aumento, y aquello que en un momento se consideró tierno e indefenso se volvió una semilla de la que nacería una planta espinosa.

— Los hombres desarrollaron sus dones, aunque en un inicio intentaban usarlos para el bien de sus congéneres, su poderío comenzó a causar celos, miedos y disputas entre aquellos que carecían de habilidades, hasta incluso entre los que eran sus iguales. Los conflictos se volvieron incontrolables y algunos empezaron a llamarse a sí mismos dioses… Zeus entendió que no podía permitir que esa semilla siguiera expandiéndose, sobretodo al percibir malos augurios para el Olimpo, por lo que, aconsejado y animado por el resto de los dioses, le dio a Apolo la tarea de eliminar a todos esos seres de habilidades sobrehumanas.
— Apolo —Avanish pronunció el nombre con arrogancia, mirando su propia mano izquierda, la cual estaba cubierta por vendas negras—.Las heridas que me provocaron sus llamas aún arden en mi alma.
— Apolo y sus ángeles bajaron a la tierra buscando purgar a la humanidad de sus miembros más peligrosos, sin hacer distinción entre inocentes y pecadores.
— Fue irónico que la lucha contra los dioses y sus ángeles fue lo que unió una vez más a la humanidad —Avanish comentó con nostalgia hacia aquel pasado tan distante—. Se olvidaron todos los rencores y disputas, el deseo de vivir se volvió más fuerte y unieron sus fuerzas para una batalla que consumió a cientos… —lamentando aún las pérdidas.
— Jamás discutiré la valentía con la que lucharon por sus vidas, pero enfrentar la ira de Apolo, un simple mortal, era… el final estaba decidido antes de comenzar.
— Sí, yo morí cuando sus llamas fulminaron mi corazón —Avanish palpó su pecho—, pero gracias a ello es que descubrí el camino que mis sucesores han seguido desde entonces… en la muerte encontré a la madre de todos, escuché por primera vez la voz de la Gran Voluntad —relató con la alegría de un niño recordando a su amorosa madre—, siendo ella quien me guiara por la senda en que me convertiría en el primer Shaman King de la Historia… Una vez que dejara atrás mi cascarón mortal, pude volverme uno de ustedes… por supuesto que algo así para los dioses fue risible  y bastante intolerante.
— Fueron otros tiempos, ahora incluso tu descendiente me simpatiza —Poseidón aclaró con prontitud.
— Quizá sea porque Yoh Asakura no ha tomado debidamente el ritual… si se volviera un dios, como debió haber hecho desde que tomó el título, es posible que no tendría esa opinión de él —dijo Avanish tras una leve risita—. Pero fue un chico listo… permanecer como mortal es una muestra de humildad ante los dioses con quienes debió tratar todo este tiempo. Así les mostraba que pese a su peso e influencia en el mundo, él seguía estando por debajo de ustedes…
— Es cierto que en épocas remotas actuamos convencidos del mal que habita en el corazón de los hombres… pero esta es una nueva era y algunos hemos abierto nuestras mentes —el dios añadió.
— Ah, claro… debería sentirme afortunado de que finalmente se respire la paz entre los dioses y los humanos —Avanish comentó con hilaridad—. Sólo porque Zeus accedió a los deseos de la Gran Madre, no es garantía de que no vuelva a suceder lo mismo… sólo recuerde, Poseidón…  las historias se repiten, una y otra vez hasta que alguien corta el ciclo…

— ¿Acaso ya lo ha olvidado, Emperador? La historia se recrea ante nuestros ojos nuevamente… yo, que logré ascender al cielo gracias a la Gran Voluntad pude enfrentar a Apolo, atrayendo la atención de todo el Olimpo. Fue entonces cuando la sabia Atena y la bondadosa Deméter, junto a los ruegos de Gea, convencieron a Zeus, quien por si mismo ya había comenzado a recapacitar su sentencia, de que detuviera el genocidio. Ellas abogaron por los seres humanos e imploraron a Zeus de llegar al dialogo. Inspirado por la compasión de su hermana, y las palabras llenas de esperanza de su hija Atena, el dios del rayo accedió a darnos una oportunidad… ¿no le parece que ha revivido esa escena recientemente? —Avanish cuestionó, sarcástico.
— Las diferencias están presentes… una prueba clara es que yo te he dado la oportunidad de gozar de mi cortesía pese a que no la merezcas —Poseidón musitó, entrecerrando los ojos.
— Y agradezco su generosidad, no esperaba menos del dios del mar. Para mí sigue siendo fascinante la forma en la que te has transformado de uno de los mayores enemigos de la humanidad, al dios piadoso que eres considerado ahora... pero, lamento decir que eso no te excluirá del destino que te espera.
— ¿Esa es una abierta declaración de guerra? —preguntó Poseidón.
— La guerra se declaró hace ya mucho tiempo, Emperador —respondió impasible.
— ¿Por qué es tanto tu odio hacia el Olimpo y los otros reinos celestiales? Muchos de nosotros ya hemos pagado con creces nuestra arrogancia. Tú, quien fuiste defendido por mi hermana y la Gran Madre, deberías ser capaz de alejar antiguos odios y prejuicios.
Avanish río abiertamente, arrepintiéndose un poco pues se cubrió la boca con su mano vendada—. Lamento eso, es sólo que… me es gracioso que pienses que soy injusto por dejarme llevar por eventos tan antiguos… considerando que ni tú mismo, en toda tu nueva faceta, eres incapaz de perdonar a aquellos que has dejado enjaulados en la oscuridad —dijo, retomando compostura.
Poseidón frunció levemente el entrecejo, sabiendo exactamente de lo que hablaba.
— Pero no te preocupes… estoy cansado de que las tragedias de nuestro mundo se repitan incesantemente, seré yo quien corte esos círculos para que en verdad comience una nueva era para todos —Avanish prosiguió—. Es por eso que volví… mis errores como Shaman King yo también los pagué… y durante milenios he tenido que existir en las sombras, exiliado, siendo testigo de todo lo que han seguido haciendo humanos y dioses por igual… Por eso no pienso permitir que de nuevo se engañen unos a otros… es por eso que yo y aquellos que me siguen lucharemos hasta el final.

— Si los dioses obsequiaron la Tierra a los mortales, ¿por qué hay quienes se empecinan en vivir entre ellos? Disculpa que no pueda creer en sus bellas intenciones, pero todo suele terminar en tragedia.
— ¿Y crees que tu insensata odisea será benéfica para los humanos que intentas proteger de nosotros? —cuestionó Poseidón—. Hacerte enemigo de los dioses sólo desatará una gran tormenta sobre la Tierra. ¿Es ese tu verdadero fin? ¿Destruir este mundo?
Avanish se levantó, caminando a pasos lentos hacia la salida, girándose nuevamente al Emperador.
— No, ese jamás ha sido mi deseo… pero en toda guerra la gente sufre sin importar su posición, aunque… las guerras también enseñan, y yo he estado aprendiendo mucho de este nuevo mundo y la gente que mora en él —pareció desvariar por unos segundos—. Amo tanto a esta Tierra que no pienso permitir que se cometan las mismas  injusticias del pasado —aclaró, volviendo a cubrirse la cabeza con su manto—. Tampoco busco viajar al mismo Olimpo u otro reino para exterminar a los de tu raza, no, eso sería demasiado presuntuoso de mi parte —admitió, sonriente—. Sólo quiero que el mensaje llegue fuerte y claro, pues aunque Atena defendió este mundo y a la humanidad como nadie, ningún dios volverá a ser bienvenido aquí, y eso te incluye.
— Qué osado —musitó Poseidón una vez que se pusiera de pie, siendo mucho más alto que el mismo Avanish, quien debió ladear la cabeza para mirarlo a los ojos—. Hasta el momento te has visto resguardado bajo el lado amable de mi paciencia, pero todo tiene un límite. Te he permitido hablar con tanta libertad pues deseaba conocer la razón de tu locura… pero ahora me es claro que sólo eres un hombre que está enfermo de odio. Pregonas el bien pero actúas con extrema maldad… Es cierto que yo también desaté males en este mundo buscando mejorarlo, pero ahora entiendo que ese no es el camino apropiado. He sido testigo de los incontables sacrificios que se han tenido que realizar para llegar a estos momentos de paz y progreso como para que un rey sin trono, que ha deshonrado todo aquello que alguna vez representó, lo termine.
— Estás lejos de temer mis palabras… —Avanish musitó, sin miedo.
— He visto horrores inimaginables en mi existencia, pero tú, Avanish, estas lejos de poder hacerme temblar.
— No deseo tu miedo, Poseidón… sólo tu fin.
— ¿Viniste a mí sólo para enfrentarme? —cuestionó el dios.
— Cierta vez, escuché a un sabio dirigente decir: “un rey no mata a otro rey”, por lo que no,  no será de mi mano por la que llegue tu muerte, sino de aquellas de los que he guiado para ese único propósito.
— Confías demasiado en la fuerza de tus guerreros —advirtió.
— Más allá de lo que tú crees —Avanish recalcó.
— No pienso dejarte salir de aquí, y lo sabes. Tu cruzada sangrienta ha terminado—Poseidón sentenció.
Avanish guardó silencio, sonriendo deliberadamente ante las palabras del dios.

— Sé que esto competería más a la tribu de los shamanes, pero su reciente actitud y la del Shaman King ha creado dudas y desconfianza. Me queda claro que tú has sido responsable de ello. Dime Avanish, ¿qué es lo que has hecho con Yoh Asakura? —el dios cuestionó.
— Yoh Asakura —Avanish repitió, pausando unos cortos segundos antes de proseguir—… Tan noble, tan positivo e idealista, me recordó a mí mismo en mis años de juventud… pero que no te engañe, a diferencia del resto de los mortales, su alma es vieja, repleta de experiencias de vidas pasadas que no ha dejado atrás. Él mejor que nadie sabe la clase de mal que podría desatar un enfrentamiento entre él y yo en este mundo, por eso lo invité a participar en un juego —respondió, para inquietud del Emperador—. Él ha seguido las reglas tal cual fue el convenio, y a su manera ha estado combatiendo mi lucha tal cual preví que haría, porque, ¿sabes? No fui tan ingenuo como para pensar que mi guerra sería fácilmente ignorada por los dioses, por lo que tenía que asegurarme de que alguien evitara a toda costa que decidieran intervenir… Es allí donde entra mi actual sucesor, pues si aún no ha caído el infierno sobre la Tierra, es por su trabajo. De alguna manera ha logrado que prevalezca el pacto que hace quince años se hizo con los reinos celestiales —el antiguo Shaman King explicó, sonriendo ampliamente.

— Así que, mientras él busca que prevalezca la paz, mi intención es quebrarla… Ese es el juego en el que él y yo nos hemos movido desde que todo esto comenzó —rió un poco—. Sé que en estos momentos muchos lo tienen en un terrible concepto e incluso lo creen el responsable de todo… pero tienen mucho que agradecerle, incluso yo, ya que al ser un sujeto de corazón tan predecible, logré dejarlo sin salidas para que al final se convirtiera en una pieza más de mi tablero.
Para el dios que escuchaba atentamente, muchas cosas finalmente estaban quedando claras.
El cosmos aguamarina de Poseidón cubrió su cuerpo mortal. En respuesta, Avanish protegió el suyo elevando su propio poder espiritual.
— Tus palabras comienzan a ser detestables, ya no quiero escuchar más —determinó el dios.
— Percibo tu deseo de sangre, y no tendría inconveniente por equiparar mi fuerza con la tuya —Avanish respondió, separando los brazos hacia sus costados y que su túnica se abriera al mismo tiempo en que la puerta detrás de él lo hizo —. Sin embargo, estoy seguro de que deberás atender otras cosas más prioritarias.

Con el estruendo de las puertas golpeando los muros de su aposento, Poseidón fue consciente de la realidad cuando el viento del exterior golpeó su rostro.
En un instante volvió a él la conexión con todo su reino, pudiendo percatarse de las diversas situaciones, los avances  y los peligros latentes que han osado contaminar su reino.
Su estupor fue breve, pero cuando sintió que su mente regresó a su cuerpo, Avanish había desaparecido.
La furia que bombeó en el corazón del Emperador se manifestó dentro de su propio reino, pues las aguas claras del mar sobre ellos, que siempre se han mantenido limpias y claras, se volvieron oscuras y tormentosas como las que avisan la llegada de un terrible tifón.


FIN DEL CAPITULO 42


*Avanish es un personaje inventado al que le he dado el título del primer Shaman King de este universo.


*En la serie de Shaman King, es verdad que el que toma el título pasa por un ritual que lo vuelve un ‘dios’.

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