sábado, 26 de abril de 2014

El Legado de Atena. Capitulo 41 - Imperio Azul Parte V - El gigante y los condenados

Terario de Acuario se encontraba invadido por cierta intranquilidad que compartía con sus dos antiguos compañeros de entrenamiento. El que su maestro haya decidido marchar junto con el santo dorado de Escorpión les resultó  extraño… de hecho, todo el viaje hasta Asgard lo era.
Por un lado, el santo de Acuario consideraba que su maestro sería una influencia positiva sobre Souva, de seguro él sabrá cómo manejar al santo de Escorpión en cualquier situación que allá encontraran.
El problema es que Natasha aún no lo sabía, y estaba indeciso si decírselo o guardar silencio. Pero al verla allí, atendiendo tan concentrada a los heridos y enfermos, prefirió esperar cualquier noticia antes de hacerlo.
Buscó no distraerla de sus tareas, siendo su interés el acercarse al lugar donde una de las amazonas del Santuario atendía al dios guerrero de Épsilon. Su lobo mascota permanecía echado bajo el catre donde el inconsciente guerrero reposaba, quieto y obediente, sabiendo que mientras menos llamara la atención menos insistirían en que abandonara el aula.
— ¿Cómo se encuentra? —Terario preguntó a la enmascarada.
— Pudimos cerrar la herida, necesita descansar pero dentro de muy poco estará bien —ella aseguró, intentando que el durmiente Sergei pudiera tomar un poco de agua de un cuenco de madera.
Discretamente, Terario notó la presencia de la armadura de plata de la que tanto le habló Souva la última vez. Se sintió un poco incómodo al crecer en él una necesidad alimentada por su propia curiosidad. Se convenció de que sólo echaría una mirada, únicamente para comprobar si los disparates del Escorpión eran ciertos o no.
En silencio y sin que la amazona lo notara hasta después, se aproximó a la cloth, buscando un reflejo en el agua que en ella se acumulaba.
Lo que allí vio lo hizo retroceder un paso, un poco confundido. Su exaltación fue advertida por la amazona, quien por debajo de su máscara sonrió. Ella, al igual que muchos otros en el Santuario, consideraban al señor Terario un hombre muy serio y disciplinado, pero en el fondo una persona de gran corazón, por lo que el ver un gesto de sorpresa en su rostro fue agradable.
— ¿Todo está bien, señor? —preguntó la amazona.
Avergonzado por su comportamiento, Terario carraspeó la garganta para volver a tomar compostura, evitando mirar una vez más su reflejo.
— ¿Vio algo, no es verdad? —se interesó la joven.
— Ya había escuchado sobre la leyenda en torno a la armadura de la Copa —confesó.
— Fue Souva de Escorpión, ¿cierto? Nuestra maestra nos pide que lo mantengamos alejado de la cloth, pero se ha mostrado muy insistente desde que llegamos aquí.
Terario asintió.
— La mayoría de nosotras evita reflejarse en el agua. Yo nunca he tenido el valor, quizá lo que allí vea no me agrade —añadió con amabilidad—. Sé que es mucho mi atrevimiento pero, ¿podría saber qué es lo que vio? Es probable que vaya a ser su futuro…
El santo de Acuario volvió a mostrarse incómodo por la pregunta, mas se limitó a responder— Si es así, entonces me han bendecido con la oportunidad de llegar a mi vejez.
— Eso es bueno, considerando los peligros que vivimos hoy en día —comentó la mujer tras terminar de darle de beber al dios guerrero.
— Pero Souva dijo que no vio su reflejo en el agua —agregó Terario, intentando comprender por qué le habría dicho una mentira como esa en vez de presumir. Cuando la amazona dejó caer el cuenco vacío al suelo, supo que había dicho algo que la alteró.
El santo se intrigó por la reacción de la mujer quien lo miró perpleja.
— Es… ¿es cierto eso señor Terario? —preguntó, preocupada.
Terario asintió. La amazona se le acercó y con voz temblorosa logró decir— No creo que el señor Souva lo supiera pero… dicen que… a-aquellos que no pueden ver su reflejo en el agua sagrada es —pareció dudar, mas el santo de oro insistió con una fuerte mirada—… es porque no tienen un futuro —musitó con tristeza—… es porque su muerte está muy próxima. ¡El señor Souva va a morir!



Capítulo 41. Imperio Azul, Parte V
El gigante y los condenados

Bluegrad.

¡Impulso azul! —Alexer gritó, maximizando su cosmos para generar una ventisca congelante contra su adversario.
Vladimir interpuso su escudo circular para defenderse. Pese a su reducido tamaño, el cristal del que estaba formado se extendió hasta volverse una coraza alargada que lo cubrió por completo, sirviendo de muro contra el que la ventisca golpeó sonoramente.
El guerrero shaman  extendió las alas espirituales de su espalda, retrocediendo por el golpeteo constante del aire congelado.
En el cielo, Vladimir utilizó su hacha de combate para cortar el flujo de la ventisca de hielo contra su escudo.
Alexer se quejó repentinamente de un dolor en los brazos, lo cual acabó con su concentración y terminó abruptamente con su técnica.
— Es iluso de tu parte creer que tus técnicas basadas en los elementos funcionarán contra mí. Como shaman tengo alto conocimiento sobre el flujo de la energía, por lo que si vas a luchar conmigo te aconsejo que lo hagas con toda tu fuerza.
— El combate directo no representa ningún problema para mí —advirtió Alexer, confiado. El blue warrior movió los brazos para adoptar una pose ofensiva en la que las palmas de sus manos permanecieron abiertas y estiradas como las puntas de una espada.

Alexer entendió que los ataques a distancia serían inútiles contra su oponente, por lo que debía buscar el momento justo para emplear su cosmos congelante.
El shaman se dejó ir en picada sobre el blue warrior, que lo esperaba en uno de los techos de la ciudad. Vladimir antepuso su escudo de cristal para embestir a Alexer, mas el blue warrior lanzó un golpe recto con su brazo izquierdo. Los dedos de Alexer impactaron en el punto medio del escudo espiritual sin que alguno crujiera o se rompiera, permaneciendo ambos guerreros inmóviles ante la fuerza del otro.
— Hace poco dijiste que este pueblo estaba maldito… Tienes razón —Vladimir dijo en voz baja.
En los ojos de Alexer se vislumbró un breve sobresalto, pero en vez de palabras respondió con  fieros golpes y patadas que resonaron en el escudo del shaman. Vladimir se veía obligado a retroceder sin poder hacer más que defenderse, saltando sobre los edificios con gran destreza.
Alexer se impuso en el combate cuerpo a cuerpo, pero inesperadamente,tras un puñetazo, su mano pasó a través del escudo en cuanto el hielo que le daba forma se abriera y cerrara sobre su muñeca como un grillete del que Vladimir jaló para atestarle un rodillazo, sólo para precipitar un golpe con su hacha.
Alexer logró contorsionar el cuerpo para evitar el paso del arma espiritual, mas quedó sorprendido al ver que logró cortar la hombrera de su armadura.
Vladimir volvió a empujarlo, alistando un segundo golpe que fue retenido por Alexer al sujetarle el brazo. Ante el contacto, el gobernante de Bluegrad intentó congelarle la extremidad, pero Vladimir logró retirarla a tiempo.
Anteponiendo su fuerza física, Vladimir logró que sus pies giraran en el suelo, alzando a Alexer para arrojarlo hacia una construcción cercana.
La potencia con la que fue lanzado estropeó sus movimientos por unos instantes, pero antes de que se estrellara contra un muro, Alexer logró maniobrar y caer de pie sobre otro tejado.
Vladimir batió sus alas para posarse sobre una chimenea, desde donde lo contempló.
— Tienes un gran problema aquí Alexer —dijo el shaman al percatarse de cómo es que algunos pueblerinos comenzaron a aparecer en los techos de las viviendas cercanas.
Alexer quedó sorprendido al verlos subir por los muros con movimientos más propios de reptiles que de humanos; en las calles, otros más aguardaban de pie, hombres, mujeres y niños, atentos a cualquier movimiento del shaman.
— ¡No! ¡Esperen! —Alexer clamó, anticipando que algunos de ellos se lanzarían contra Vladimir.
El shaman atinó a moverse ágilmente, eludiendo con facilidad a las personas que se abalanzaban como fieras.
— ¡Deténganse! ¡Yo me encargaré de él! —Alexer volvió a gritar.
En cierto momento, Vladimir lanzó un golpe vertical contra una mujer que sin duda quedaría destrozada por el filo de su hacha, sin embargo, Alexer logró interponerse, apartando a la mujer pero recibiendo una herida en el peto de su ropaje.
Las fuerzas del blue warrior no flaquearon, aprovechó esos escasos instantes entre la sorpresa y el desconcierto del shaman para ejecutar su técnica a tan corta distancia.
¡Impulso Azul!
Vladimir fue arrastrado y herido por la ventisca de cristales afilados. Numerosos cortes en su piel se abrieron hasta el instante en que cayó al suelo. La nieve amortiguó levemente el impacto, pero de inmediato vio cómo se encontraba rodeado por la población de ese reino. Toda una horda de seres cuyos rostros se deformaban constantemente, compartiendo el mismo gesto sonriente al verlo herido e indefenso.
Desde el balcón de una vivienda, Alexer contempló el escenario. Esas personas no lo escucharían pese a que lo intentara, sabía que era más su repulsión y miedo hacia el shaman que cualquier convenio que existía entre ellos. Permaneció expectante, como ha tenido que hacerlo desde que tal maldición contaminó Bluegrad.

Alexer ya daba por terminada la batalla cuando la primera ola de ciudadanos se abalanzó como una jauría sobre el shaman, pero la luz que cubrió a Vladimir sirvió como un escudo que repelió cualquier agresión.
El resplandor que envolvió su cuerpo mantuvo a raya a cualquier atacante. Sin dificultad alguna, Vladimir se puso de pie, mirando con frialdad a todos los que allí se habían amontonado para destruirlo. Él entendía por qué se sentían amenazados, esa fue la razón por la que decidieron dejar las charadas y demostrar lo que realmente vive en el interior de cada uno de ellos.
El shaman giró su cuerpo hacia donde se encontraba Alexer, hablándole únicamente a él.
— Finalmente lo he comprobado… es una verdadera plaga la que ha invadido tu reino, en verdad mis condolencias.
Alexer permaneció en silencio, pero en el fondo de su corazón una pequeña esperanza comenzó a brillar.
— Sería sencillo para mí eliminarlos a todos —Vladimir movió su hacha, comprobando la preocupación que hizo temblar los ojos de Alexer—. Pero como representante del Shaman King, es mí deber el salvaguardar la vida de las personas inocentes y regresar a los seres impíos al abismo del que no debieron emerger.
El hacha del shaman se transformó en un arma de luz, la cual destelló como el mismo sol. Tal fulgor cegó a todos los ciudadanos allí reunidos, alargando las sombras de cada uno en el suelo.
Alexer quedó sorprendido al ver que cada una de esas sombras no concordaba con siluetas humanas, sino que dibujaban formas deformes y monstruosas provenientes de un  mundo de pesadillas.
Vladimir clavó su arma brillante en el suelo, la cual actuó como un grillete para que ninguno de esos cuerpos humanos pudiera moverse.
— ¡Observa muy bien Alexer! —clamó Vladimir, liberando su poder espiritual al máximo al instante en que cerró los ojos—. ¡Que con esta fuerza romperé las cadenas que te atan al mal!
Vladimir manchó sus dedos con la sangre que corría por sus heridas, la cual sirvió como tinta con la que dibujó un par de símbolos arcanos que se marcaron en el aire, al mismo tiempo que recitó una oración en un tono apenas audible.
Los símbolos abandonaron su tono rojizo para volverse dorados, haciendo reaccionar a todas las gotas de sangre que Vladimir ha dejado caer durante su lucha contra Alexer.
Por más minúsculos que hayan sido esos puntos de sangre perdidos en la nieve o en los edificios, éstos se alzaron en el aire, por encima de las construcciones cercanas, volviéndose gotas de luz blanca, las cuales adoptaron una forma definida con rapidez.
En pocos segundos, en el cielo se manifestó toda una parvada de búhos blancos.
El blue warrior quedó boquiabierto al ver cómo esos búhos estaban hechos de energía pura, eran totalmente blancos, sin detalles como plumas definidas, picos u ojos.
Esos entes espectrales no tenían que aletear para mantenerse suspendidos en el cielo, pero en cuanto Vladimir lo dispuso, actuaron con agresividad.
El shaman abrió súbitamente los ojos para decir—¡Devoren el mal y que retorne el equilibrio!
Los búhos se dejaron caer en picada, cada uno con un objetivo definido: coger entre sus garras alguna de las sombras monstruosas.
Las aves de luz lograron sujetar los mantos de tinieblas, luchando por arrancarlas del suelo.
Gritos humanos e inhumanos se mezclaron con los chillidos de las aves en un estruendo que abrumó al regente de Bluegrad.
Alexer se desesperó al ver a sus súbditos sufrir, mas aunque intentó interferir, seis de esas entidades lo rodearon, y con sus graznidos lo debilitaron de una forma que no logró comprender, quedando de rodillas en aquel balcón.
Cada que uno de esos búhos lograba su cometido, una persona caía inconsciente al suelo. Las aves de luz se llevaban consigo un pedazo de oscuridad, la cual devoraban con facilidad antes de desaparecer en el firmamento.
En cuestión de segundos, toda la población quedó sumida en un profundo sueño alrededor del shaman. Cuando el último de ellos cayó, los búhos que custodiaban a Alexer se desvanecieron también.

Vladimir suspiró para apaciguar su poder. Arrancó el hacha del suelo, la cual dejó de resplandecer.
Para cuando Alexer logró reponerse, saltó del balcón, corriendo presuroso hacia donde el cuerpo de su hermana yacía. Por un instante la creyó muerta, pero al escucharla respirar un gran alivio recorrió su ser. La estrechó con dulzura antes de mirar al shaman, quien ya se encontraba a su diestra. Si fuera su deseo, Vladimir podría decapitarlo y el regente estaría dispuesto a aceptar el castigo.
—… Tú, ¿qué es lo que has hecho? —deseó saber.
— No tienes que preocuparte más… los espíritus que poseyeron a toda tu gente han sido exorcizados —Vladimir explicó—. Ellos estarán bien, un poco confundidos al principio pero terminarán creyendo que sólo fue un mal sueño.
— ¿Cómo es que descubriste que…?
— Es una pregunta absurda sabiendo que soy un shaman. Incluso antes de arribar a Bluegrad percibí una fuerte presión espiritual rodeándola. Sólo me bastó poner un pie en tu reino y que un campesino me mirara, para saber que tu comunidad se encontraba manchada por la corrupción de espíritusmalignos.
Alexer permaneció callado, por lo que Vladimir continuó—.Llegué a creer que todos se encontraban en la misma situación, pero entonces me topé contigo y descubrí que eras el único que permanecía limpio. Quise saber la razón y por un momento pensé que tú mismo fuiste el causante de la desgracia de tu pueblo —confesó—, que estabas de acuerdo con que esos espíritus hubieran profanado a toda esta gente, pero al ver cómo te preocupabas por ellos, e incluso recibiste un golpe de mi hacha para proteger a una mujer, descubrí parte de la verdad que mis búhos lograron arrancar de Bluegrad.
Alexer dejó a Natassia en el suelo, poniéndose de pie para encarar una vez más a Vladimir quien se había convertido en su juez.
— Ahora Alexer, te pido que me cuentes el resto… ¿Quién es el responsable de este acto tan atroz?
El regente de Bluegrad decidió hablar, como era su deseo desde el principio—. Comenzó hace muchos días, un emisario del Shaman King arribó horas antes trayendo consigo un manuscrito que me pidió guardar en la gran biblioteca. Un soldado me informó que estábamos siendo atacados. Yo y el resto de los blue warriors acudimos sin demora, encontrándonos con un grupo de guerreros encabezado por dos mujeres que poseían un poder devastador. Muchos de mis amigos murieron en el primer enfrentamiento, creí que acabarían con todos en el reino hasta que una de ellas, Danhiri, dijo que no tenían interés en destruirnos, sino que al contrario, buscaban nuestra colaboración. En ese momento, también descubrí que algunos de los exiliados de Asgard que admitimos en nuestra comunidad habían conspirado para que se lograra el ataque...
Alexer exhaló aire con enojo—. Por supuesto que me negué, pero fueron claras en que no tenía alternativa, y así fue. De alguna manera, trajeron consigo una ola de espectros que se alojaron en los cuerpos de todos los habitantes sin importar su edad o género, sólo yo quedé fuera de tal selección, pero con un propósito: despistar a todos los que pudieran percatarse de lo ocurrido. Además, si continuaba negándome a cooperar matarían a toda la población… lo dejaron muy claro cuando una anciana se cortó la yugular frente a mis ojos —recordó con frustración.
— Esas mujeres, deben ser parte de los guerreros que han atacado el Santuario, Egipto y recientemente a Asgard, ¿no es verdad? —cuestionó Vladimir.
— Sí. Convirtieron a Bluegrad en una base de operaciones. Tomaron un puñado de hombres y mujeres, sumados a los exiliados que los apoyaron por voluntad propia; los  envistieron con extrañas armaduras y partieron hacia Asgard después de la visita de Cygnus Hyoga.
— El Santo del Cisne… no se ha sabido nada de él desde que vino aquí. ¿Dónde está, Alexer? —se interesó Vladimir, sabiendo que era algo que preocupaba a los gobernantes de Asgard—. ¿Acaso está muerto?
Alexer tardó en responder, pero finalmente lo hizo—. No estoy seguro. Me hicieron atraerlo a una trampa deliberada. No fui testigo de lo que sucedió cuando llegó a la mansión. Solo sé que utilizaron a mi hermana para bloquear su visión sobre el verdadero peligro que corría, y el resto quedó en manos de una mujer a la que llaman Hécate —explicó, avergonzado—. Percibí el inicio de una batalla que a los pocos segundos se definió… siendo el santo de Cisne quien fue derrotado —aclaró—. Desconozco qué fue de él, ni siquiera puedo decir que vi su cadáver o que se lo llevaran prisionero. Lo único que puedo garantizarte es que no se encuentra en mi reino.
— Te creo —dijo Vladimir—, pero dudo que la maldad haya terminado allí. En vista que fallaron en su incursión hacia Asgard, ¿qué es lo que los mantiene aún en el reino de Bluegrad?
— ¿Acaso no es obvio? —cuestionó Alexer con agresividad—. Bluegrad no sólo colinda con el reino de Odín sino que también es una de las entradas terrestres hacia el reino de Poseidón. ¡Yo… es frustrante todo lo que han hecho frente a mis narices y no haber sido capaz de detenerlos! —oprimió sus puños con fuerza—. Justo ahora han marchado hacia la Atlántida todo un grupo de guerreros que buscan erradicar al Emperador y a los marinos. Es imposible para mí ir allá. A estas alturas ya debieron bloquear cualquier acceso… no permitirán intervenciones.
— Eso es lamentable…
— ¿Lamentable? —repitió Alexer, enfadado—. ¡Lamentable es que sólo hasta ahora los shamanes se percataran del sucio juego que aquí ocurría! ¿Acaso no son ustedes los responsables de mantener al ras a todos aquellos que utilizan sus artes para quebrantar las reglas de su rey? ¡Si hubieran llegado antes nada de esto estaría pasando! ¿Por qué el Shaman King no ha hecho nada? ¿Dónde está ahora? —reclamó.
—… Lo desconozco —fue la breve respuesta de Vladimir. Él también estaba intrigado por la actitud que el Shaman King ha tomado desde que todos estos conflictos comenzaron. No era capaz de entenderlo, ni tampoco le fue informado pese a ser uno de los diez oficiales de la aldea Apache. Quizá alguno de sus viejos camaradas lo sepan… pero tendría que dejar tal enigma para otra ocasión, lo supo cuando un estruendo sacudió  Bluegrad y una llamarada de humo rojo se alzara por encima de todo.
Para los sentidos de ambos, fue el cosmos del Santo de Escorpiónlo que provocó tal estallido.

— Alexer, no puedo darte las respuestas que buscas, ni tampoco voy a excusar a mi gente por su falta de acción—musitó Vladimir, viendo la columna roja—. En verdad lamento que tu pueblo haya sufrido de esta manera, pero aunque sea tarde para algunos, aún es posible que podamos castigar a los culpables, y de que tú puedas retomar el puesto que en verdad mereces.
— El señor Poseidón jamás perdonará mi traición… y eso es lo que espero, ni yo mismo seré capaz de hacerlo —musitó Alexer con gran pesar, avivando su cosmos gélido—. No tengo nada más que ofrecerle mi vida y exterminar al enemigo que aún pisa la tierra de Bluegrad. ¡Esa será mi última misión que como marine shogun de Kraken llevaré a cabo! —Alexer avanzó por entre los cuerpos durmientes, alejándose de ellos para poder exclamar—. ¡Armadura, si aún me aceptas, responde a mi llamado! ¡Ven y cubre mi cuerpo!
Hubo un instante en que Vladimir dudó que el espíritu de la scale de Kraken aceptara  reunirse con el regente de Bluegrad. El mismo Alexer también lo creyó, pero aun sin ella, estaba listo para acudir a la batalla y hacerle pagar a Danhiri todo el mal que ha logrado a sus expensas.
Para sorpresa del blue warrior, fue alcanzado por un cometa que se dividió en numerosas piezas, las cuales se ensamblaron sobre su cuerpo y sustituyeron su armadura azul.
Vestido con la scale de Kraken, Alexer sintió su espíritu fortalecido.
— Vayamos —animó Vladimir, al ver cómo una llamarada de fuego ascendía por el firmamento, adquiriendo una forma  intimidante —. Algo me dice que esta es una pelea que el santo de Escorpión no podrá superar solo.

****

La Atlántida. Reino de Poseidón.

Leviatán de Coto contemplaba el palacio desde la cima del camino escalonado que conducía hacia él. Lo mismo sucedía con los guerreros que vestían armaduras azules, quienes compartían el mismo interés de la Patrono de la Stella de Coto.
De cierta manera, los Patronos Caesar y Engai respetaban ese silencio, conscientes de lo que para todos ellos significaba haber llegado al reino de Poseidón.
Leviatán se giró hacia sus hermanos, con quienes no sólo compartía su sangre sino también su sufrimiento y deseos de venganza, mirándolos con la altivez de una general.
— ¡Henos aquí! ¡En las tierras del tirano quien condenó a nuestros antepasados al exilio! ¡Al fin, después de soñarlo con desesperación cumpliremos el deseo de nuestros padres, de nuestros abuelos! —exclamó con un júbilo que contagió a su batallón—. ¡Ya que nuestro pueblo sucumbió por milenios en la oscuridad y en el olvido, ha llegado nuestro turno de destruirlos a plena luz del día y ante el conocimiento de todos!
Los guerreros asintieron, aceptando sus palabras, sabiendo que no todos lograrían sobrevivir a lo que estaba por venir, pero cuando abandonaron la prisión en la que nacieron, decidieron que no tenían nada que perder y mucho que ganar.
— ¡Borremos nuestro deshonroso pasado y alcémonos hacia un radiante futuro! —fueron las palabras con las que Leviatán impulsó a que sus hermanos avanzaran. Algunos siguieron el camino escalonado, otros se dejaron caer de los riscos, pero al final se reunirían en el palacio.

Sólo los Patronos y el gigante permanecieron allí, inmóviles y expectantes.
— Leviatán, de verdad me hiciste sentir lástima por ellos, y admito que eso es algo difícil de lograr —comentó el Patrono de la Stella de Fortis, Engai. Un hombre de largo cabello negro y ojos azules. Su armadura de color aguamarina no lucía tan impresionante como el Zohar de Caesar, pero reflejaba la luz como un espejo—. ¿Estás consiente de que pese que por sus venas corre la sangre de un olímpico, no fueron entrenados como guerreros? ¿Cuánto tiempo crees que les duren a los marines shoguns?
— El tiempo suficiente para llegar hasta donde se encuentra Poseidón —respondió Leviatán, sin remordimientos por su gente—. Pero no creas que soy tan desalmada como tú, Engai. Ellos sólo atraerán a los marines shoguns y al resto de los marinos, pero para entonces, aquí este mastodonte se encargará de aplastarlos a todos, ¿no es verdad? —preguntó con una cínica sonrisa, palpando el brazal del gigante.
El guerrero acorazado emitió un leve bufido en respuesta.
— Con el marine shogun de Kraken e Hipocampo lejos de la Atlántida, sólo quedan pocos obstáculos.
— Enviar a tres Patronos para esta misión indica la importancia y peligrosidad de la misma —comentó Engai—. Es una lástima que Tara haya perdido el enfoque del futuro —dijo sarcástico, mirando fijamente a Caesar, quien es una de las razones del trastorno en la mente de la vidente.
— No trataremos con un niño y sus soldados de juguete —se adelantó Caesar, el Patrono de Sacred Python—. Poseidón es la única deidad que permanece en este mundo consiente de su verdadero ser, y puede utilizar plenamente sus poderes contra cualquier amenaza. Nuestra victoria sobre él será la mayor que podremos obtener para el señor Avanish.
— Pelear contra un dios, suena tan épico —dijo Engai, sonriendo—… Me pregunto si al final se nos considerará héroes como a todos aquellos mortales que en la antigüedad han desafiado a los dioses.
— No es gloria lo que buscamos, Engai —aclaró Caesar con determinación, avanzando junto con Leviatán.
— Sí lo sé, pero, ¿sabes que las buenas intenciones son el camino más próximo al infierno? —cuestionó el Patrono de Forcis, siguiéndolos.

Leviatán se detuvo un instante, mirando al gigante quien permaneció aún de cuclillas, sabiendo que su papel no era el acompañarles.
— Quizá sea demasiado pedírtelo, pero aun así lo haré —le dijo la chica—. Si está a tu alcance, por favor, procura que las bajas sean mínimas.
El guerrero movió la cabeza, la cual estaba cubierta por un casco completamente sellado de color negro. Pareció mirar a Leviatán y considerar su petición. No hubo una respuesta verbal, pero el gigante se puso de pie para dar comienzo a su misión.

*-*-*-

Para Enoc, marine shogun de dragón marino, fueron predecibles los movimientos de los enemigos. Aunque se dispersaron de manera individual hacia diferentes direcciones dentro del reino submarino, perseguirlos a todos ellos tomaría tiempo y seguramente es lo que esperaban que sucediera. Pero distraerse en búsquedas inútiles no estaba en los planes de Enoc, ni mucho menos el dejar sin protección el palacio de su Emperador.


Tras haber enviado a Sorrento a informar y proteger al Emperador, el marine shogun decidió lanzar un abierto desafío a todos los que habían osado invadir el reino de la Atlántida.
Junto a Behula y Caribdis, elevaron sus cosmos deliberadamente para  indicar su posición. El eco de sus cosmos unidos llegó a los sentidos de los merodeadores, quienes esperaron instrucciones de sus superiores.

Leviatán de Coto pudo escuchar las preguntas de sus hermanos en su mente, por lo que tras discutirlo con los otros Patronos es cuando Engai sugirió un cambio de planes.

Los minutos pasaron y ninguna batalla daba inicio.

Desde su posición, Enoc era capaz de sentir cómo algunos comenzaron a reunirse formando pequeños grupos, el número no le preocupaba, pero sí cuántos de ellos podrían tratarse de los individuos que han sido capaces de enfrentar a los guerreros del Santuario, Asgard y Egipto.

Pensó en que debía ser paciente y esperar que ellos tuvieran el valor de acercarse, pero lo que escuchó y vio a lo lejos lo dejó completamente azorado.

Fue un estruendo que sorprendió a los marines shoguns que continuaban en el reino.
Sorrento de Siren sufrió una clase de deja vu en cuanto a sus oídos llegó tal fragor. Inmediatamente buscó algo en el firmamento marino, deseando no encontrar nada.

Para Enoc, Behula y Caribdis, era la primera vez que veían cómo la lluvia caía dentro del reino de Poseidón. A lo lejos, en el cielo, pudieron distinguir el inicio de una intensa precipitación una vez que los sonoros estruendos cesaran.
— N-no lo puedo creer —musitó Behula, intuyendo lo sucedido.
— El Pilar del Océano Atlántico del Norte ha caído —reveló Caribdis de Scylla con una seguridad de la que Enoc y Behula no dudaron.
Algo como “eso es imposible” no pudo escapar de los labios del general dragón marino. Su conocimiento sobre los sucesos de la anterior guerra contra los santos de Atena le impedían pensar en ello. Pero, ¿cómo es que sus enemigos tienen la fuerza o armas necesarias para derribar uno de los siete pilares? Su pilar.
Lo más desconcertante es que no percibía ningún cosmos poderoso proviniendo de dicha dirección. ¿Qué es lo que pudo haber ocurrido?
— Es claramente una provocación— musitó Enoc con el ceño fruncido—. Buscan que abandonemos nuestro puesto actual… quieren alejarnos del palacio sea como sea…
— Si son capaces de derribar uno de los pilares podrían intentar hacer lo mismo con el resto  —señaló Behula—. Permíteme ir detrás de los responsables. Caribdis y yo podemos encargarnos de los intrusos que se alejan mientras tú y Sorrento custodian el palacio.
Enoc lo meditó unos pocos segundos antes de asentir. Entendía el caos que se desataría en la Atlántida si los pilares cayeran, por lo que no podía encerrarse en la necedad y permitir que los derribaran.
— Está bien. Vayan… y no se molesten en tomar prisioneros— dragón marino recalcó.
— Sabes que no puedo prometerte eso —aclaró Behula de Chrysaor.

Las marines shoguns partieron con rumbo a la región del Atlántico norte, más Caribdis prefirió seguir su propio camino tras haber detectado a un grupo de enemigos reuniéndose hacia el noreste.
Behula de Chrysaor prosiguió hacia el Atlántico Norte, guiada por su sexto sentido, pero también por el deseo de ver la caída del pilar con sus propios ojos.
Conforme se adentraba a los dominios de dragón marino, la lluvia salada la alcanzó. Corrió, atravesando aquel diluvio, mirando la rasgadura en el cielo submarino que representaba una herida por la que el océano buscaba retomar su espacio.
Para cuando el agua le llegó a las pantorrillas, se detuvo. Sabía que a esa distancia ya debería ser capaz de ver el pilar del océano Atlántico Norte, pero no se encontraba allí.
Ante tal visión, por un instante temió el resultado de esta nueva guerra, pero debió salir de su estupor cuando se supo rodeada.
Había alrededor de una veintena de guerreros con armaduras azules, cuyas intenciones eran claras. La marine shogun de Chrysaor los examinó con cuidado, sin detectar algún cosmos superior.
— Su atrevimiento les costará caro —Behula fue la primera en hablar—. Pero aun cuando su intrusión al glorioso reino de Poseidón parece imperdonable, les concedo la oportunidad de rendirse, nuestro dios podría tratarlos con misericordia.
Las palabras de Behula tardaron en lograr reacción en aquel batallón, pero las respuestas fueron bufidos de enojo y otras risas sarcásticas.
— Sabemos muy bien la clase de misericordia que el tirano ofrece —dijo uno de ellos al terminar de reír—. ¡Ahórrate el sermón, marina! ¡No nos rendiremos hasta que cumplamos nuestro objetivo! ¡Hoy la Atlántida y Poseidón desaparecerán para siempre!
Clamó el guerrero, logrando que el resto lanzaran sus propios gritos de guerra. Behula se sorprendió al sentir una presión sobre su cuerpo cuando cinco de ellos expulsaron sus cosmos, uniéndolos en un vendaval que la empujó hacia otro grupo que estaban listos para recibirla con los puños cerrados.
Behula movió su lanza sagrada, la cual encajó en el suelo para maniobrar sobre ella y patear sin consideración alguna a quien se acercara, terminando por hacer girar su lanza con las manos y emplear la cuchilla sobre el pecho de uno de ellos. El filo de su lanza atravesó la armadura con suma facilidad para golpear un punto vital, retirándola sólo para que el flujo de sangre salpicara el agua.
Cuando el primero de los guerreros cayó exánime, el resto de sus compañeros gritaron al unísono como si se tratara de una jauría salvaje.
Elevaron sus cosmos y como tormenta desataron su fuerza sobre ella. La marine shogun pegó la lanza a su costado y colocó su mano libre a la altura de su rostro al instante en que su cosmoenergía se alzó y extendió como una cúpula que la protegió del ataque combinado.
El campo de energía dorada resistió, y tras haber absorbido las energías que se impactaron sobre ella, se expandió en un fuerte ola dorada que golpeó a todos los que se encontraban a su alrededor.
Algunos guerreros lograron repeler el ataque mientras que otros  resultaron abatidos por el soplido de poder. Sin embargo, ninguno de ellos estaba dispuesto a claudicar en su intento por enfrentarla.
— Me intriga conocer la razón de su particular odio hacia nuestro reino —comentó, al percibir sentimientos negativos de todos ellos, profundos y tan intensos que  le resultaban abrumadores—. Pero no puedo perder mi tiempo con ustedes. Son fuertes, pero no lo suficiente como para enfrentar a una marine shogun, ni siquiera todos juntos —aclaró, pese a que en ningún momento imaginó que su advertencia lograría que desistieran.

Ninguno de ellos habló, como toda una unidad, se alzaron para preparar el siguiente ataque. Todos se lanzaron sobre Behula, pensando en que cuando menos algunos de ellos tendrían la fortuna de herirla.
La marine shogun de Chrysaor cerró los ojos para susurrar —Om Mani Padme Hum*.
Elevando una vez más su cosmos, sujetó la lanza dorada con ambas manos. Tan sencilla acción fue el inicio de una técnica que relució a la vista de todos.
Dentro del cosmos dorado de la guerrera, numerosos brazos se manifestaron, enfilados como si se trataran de plumas de la cola de un pavorreal. Cada una sujetaba una lanza o sable dorado que apuntaron a sus enemigos.
¡Danza de los mil brazos! —Behula exclamó con fuerza para que cada una de esas manifestaciones atacara al ritmo de su propia lanza.
En cuestión de segundos, los alaridos se escucharon. La marine shogun debió girar sólo dos veces su arma para desatar una lluvia escarlata que se perdió en el torrente salado del cielo. Los diecinueve guerreros exhalaron gritos de dolor cuando sus cuerpos fueron heridos por las cuchillas, que danzaron alrededor de la mujer como un tornado.
Los guerreros cayeron en el agua, algunos inertes, pero la mayoría de ellos fueron capaces de sacar la cabeza del agua para no ahogarse, aunque rápidamente se percataron de que ninguno de ellos estaba en condiciones para luchar, pues las heridas en sus piernas les impedirían la acción.

— Como el viejo maestro bodhisatva* solía decirme, los cielos me concedieron estos poderes para salvar las almas de aquellos que merecen ser salvados —le dijo a aquel hombre que yacía más cerca de sus pies—. Ustedes están llenos de odio y sufrimiento, algo que les despierta un hambre insaciable de venganza. Mi deber es proteger a los inocentes de ustedes,  manada de chacales sedientos de sangre… pero al mismo tiempo buscar la sanación de sus espíritus.
Behula bajó su lanza, sabiendo que ya no sería necesaria allí—. Aquellos que aún conservan vida en sus pechos pueden permanecer aquí, tendrán la oportunidad de expiar sus culpas. El juicio llegará pronto…
— ¡No queremos… tu compasión, bruja! —dijo ese mismo hombre, al volverse sobre el agua y mirar fijamente a Behula al rostro.
La marine shogun quedó sorprendida al ver la frente descubierta de ese guerrero, pues su casco fue partido por la técnica efectuada.
— ¿Qué significa esto…? ¿Por qué tu frente…? —dudó en sus palabras, observando detenidamente su frente tupida por escamas rojas—. ¿Quiénes son ustedes?
El hombre rió, buscó levantarse pero le resultó imposible en el primer intento— Somos los hijos desterrados de esta tierra maldita… ¡Conocemos perfectamente la clase de juicio que nos espera, y es por ello que… no tenemos opción más que morir… o ganar! —gritó adolorido, logrando ponerse de pie junto con otros seis guerreros malheridos—. Aunque tú no nos mates, tu dios seguramente lo hará…
Behula quedó sobrecogida por la convicción en los guerreros y el misterio de sus identidades. Permaneció en silencio sin decidir qué hacer, aun cuando ellos estaban listos para atacarla.

Pero antes de que cualquiera de ellos reiniciara el combate, un rugido bestial acaparó toda la atención.
Behula se volvió rápidamente, distinguiendo un bólido oscuro que estaba por caer sobre ella. La marine shogun logró saltar y evitar que aquello la golpeara. El impacto sobre el suelo removió el agua con gran fiereza, arrastrando los cadáveres y a los heridos, pocos pudieron permanecer de pie.
Behula miró a la entidad cubierta por una armadura oscura que lentamente se erguía. Lo que más intrigaba a la marina era que no podía percibir ninguna presencia alrededor de ese guerrero de aspecto siniestro.
Los demás guerreros lo miraron con familiaridad, por lo que comprendió que se trataba de otro miembro de la manada. Tenía una altura de tres metros pero sus extremidades carecían de grandes músculos.
La ausencia de un cosmos o cualquier clase de presencia mantuvo  a Behula inmóvil, más aún cuando tras esos orificios vacíos del yelmo no encontró más que oscuridad, haciéndole entender la gran peligrosidad de ese individuo.


Behula se preparó para cualquier agresión, pero le sorprendió que ella no fuera el blanco de ninguna.
El guerrero oscuro emitió un leve resplandor en su armadura, de la que brotaron proyectiles invisibles que perforaron los cuerpos de los atlantes heridos.
Fueron ataques fulminantes que les evitaron una larga agonía, casi todos quedaron bocabajo flotando en el agua, sólo un par fue capaz de sobrevivir para escupir sangre, ver los grandes agujeros en sus pechos y en los cuerpos de sus camaradas caídos.
Agonizantes, cayeron de rodillas, mas deseaban saber la razón de  tal traición. Uno de ellos logró formular palabras y gritar— Pero… ¡¿por qué…?! —de un modo tan lastimero que estremeció a la misma Behula.
El guerrero de armadura oscura giró un poco la cabeza, señalando con su mano al abatido atlante, sentenciándolo así a morir…

El atlante quedó perplejo cuando la lanza dorada de la marine shogun cortó la mano de su verdugo, cambiando así su destino.
Con gran rapidez, Behula había desmembrado a su enemigo y alejado un poco a los dos guerreros atlantes que estaban lejos de poder agradecer o siquiera decir algo ante la desinteresada acción de su enemiga.
La marine shogun sólo les dedicó una mirada compasiva antes de volverse hacia su verdadero oponente.
— Asesinar a tus propios compañeros es un acto vil que no puedo dejar impune —habló con clara indignación.
El guerrero vio su extremidad cortada, de la que no brotó sangre de ningún tipo, mas se preocupó por mostrarle a la marine shogun lo que había en su interior.
Behula pestañeó incrédula al ver el vacío de ese hueco, como si se tratara de una armadura viviente sin nadie que la mueva desde su interior.
— ¿Qué clase de abominación es esta? ¡¿Qué eres?! —exigió saber, amenazándolo una vez más con su lanza.
El guerrero emitió unos leves bufidos que bien pudieron escucharse como una risa lúgubre, pero no hubo palabras que explicaran su ser.
Una vez más, un aura oscura se encendió alrededor de la armadura viviente, la cual se extendió hasta alcanzar los cuerpos de los caídos que flotaban a su alrededor. Los cadáveres comenzaron a brillar en una tenue luz azul, la cual fue absorbida por esa bruma oscura hasta dejarlos completamente vacíos.
Behula creyó estar sólo imaginándolo, quizá por el agua que caía constantemente ante sus ojos, pero descubrió con horror la verdad. Ese guerrero comenzó a aumentar su tamaño, su altura se duplicó, adquiriendo una anatomía mucho más recia e intimidante.
El gigante rugió, exteriorizando su renovado poder en una ventisca ante la que Behula logró mantenerse en pie al usar la punta de su lanza como ancla.
La marine shogun  tensó el entrecejo, sabiendo que no le esperaba una batalla fácil. Sin duda estaba ante aquel que fue capaz de destruir el pilar del Atlántico del Norte.

— Sí que eres despiadado —comentó sarcásticamente Ehrimanes desde su cómodo lugar en la cámara de Sennefer—. Matar a esos pobres infelices aun después de que prometiste a la pequeña Leviatán que velarías por ellos.
En medio del lugar, Sennefer meditaba ante el centro de Anubis, permaneciendo con los ojos cerrados.
— Yo no di mi palabra… y seguro que en el fondo ella tampoco esperaba tal cosa de mí —respondió sin perder concentración en su labor—. Admito que no estaba en mis planes, pero me tomó más energía de lo que preví para echar abajo ese pilar. Necesitaba recuperar lo que perdí por lo que pensé que sería la mejor opción —explicó sin arrepentimientos—. Creí que esa marine shogun me ahorraría las molestias, pero su repentina compasión me obligó a tener que ser yo quien me encargara de ellos. Aunque estoy sorprendido… sin duda estas almas son la descendencia de un dios… resultaron más valiosas de lo que pude haber imaginado —sonrió, alzando las manos como si en ellas estuviera sosteniendo algo tan pequeño  e invisible que cabía en sus palmas.
— Quizá después de esto deba enviarte a que extermines a todos los que quedaron prisioneros… aunque se trate de ancianos y niños,  sus almas poseen un valor mucho más alto que como seres vivos —Sennefer rió con perversidad.
— Hablas mucho en soledad pero permaneces en silencio ante tu adversaria. Miro su cara y hay tantas preguntas, ¿te dignarás a mostrarle que hay algo de inteligencia dentro de tu marioneta gigante? —cuestionó Ehrimanes, cerrando también los ojos y pudiendo ver aquella zona de batalla pese a la enorme distancia.
— Despierta mucho más terror cuando no se obtienen razones… hay mucha más desesperación cuando no hay respuestas… Enfrentar a un enemigo que carezca de palabras y motivos es mucho más aterrador que uno que exprese su maldad con efímeras palabras… —respondió Sennefer en voz baja.
— No entiendo porqué no fuiste tú mismo a la Atlántida en vez de enviar a esa criatura… ¿acaso temías ser derrotado? —se aventuró a decir Ehrimanes.
— Preferí ser precavido, sería un desperdicio arriesgar mi integridad en una cruzada incierta, sobretodo al tratarse de un dios como Poseidón —admitió—. Prefiero aprender desde la distancia en vez de exponerme inútilmente, sabes que tengo mis propios planes. Además, me ha servido para experimentar un poco. Sin importar el tiempo que trascurra, el Cetro de Anubis continúa sorprendiéndome…
— Es un arma bastante versátil —comentó Ehrimanes, siendo un objeto que envidiaba y desearía poseer—, te ha permitido crear una extensión tuya utilizando un puñado de almas para lograr la materialización, y al mismo tiempo es lo que le da poder… además que puedes continuar alimentándolo al absorber victimas más frescas.
— No sabes lo que he sacrificado para darle toda esta fuerza —recordó Sennefer al notar la avaricia y el deseo por su artilugio mágico—. Mientras esté en mi poder, jamás moriré… y jamás serviría a otro amo —aclaró con un deje de advertencia.
Ehrimanes guardó silencio, pero en el fondo sonreía pues sabía mejor que nadie los giros imprevistos que daba el futuro como para mofarse de la seguridad con la que Sennefer hablaba.

*-*-*

Asgard, palacio del Valhalla.

Para todos que lo vieron pasar por los pasillos hacia el salón donde refugiaron a los heridos, era claro que Bud de Mizar estaba lejos de querer ser molestado o detenido por alguien. En su expresión había una advertencia que salvaba a todos los que pudieron haber necesitado hablarle.
La razón de su actual condición era la conversación que tuvo con Hilda, y tras darle fin abandonó la recámara que compartieron durante todos esos años de matrimonio.

Aun cuando necesitaba un poco de espacio para digerir lo que Hilda confesó sobre la identidad de Syd y los planes de Odín, la sacerdotisa llegó a acompañarlo en la terraza de la alcoba.
Aunque se percató de su presencia, Bud permaneció con la vista hacia las montañas, esperando que el viento frío le helara los pensamientos.
Bud —lo llamó Hilda con la suave voz con la que lo había enamorado.
Él prefirió callar, por lo que la mujer prosiguió.
Sé que ha sido difícil para ti… enterarte de esta forma sobre la identidad de Syd, me disculpo por ello pero no creo que debas sentirte tan desdichado.
— ¿Que no debo sentirme tan desdichado? —repitió Bud con incredulidad ante lo que escuchó, dedicándole una mirada resentida a su esposa.
Querido, por favor —ella quiso acercarse—. Si guardé silencio todo este tiempo fue porque…
Ahórrate las explicaciones —Bud rechazó el intento de Hilda por tomar su mano—, me es claro que caí una vez más en tus manipulaciones, nuevamente sólo fui una herramienta para tus fines, mujer.
Bud, ¿pero qué estás diciendo? Eso no es cierto y tú lo sabes —Hilda lo miró suplicante.
Lo que ahora sé es que si Odín hubiera elegido a cualquier otro hombre en el mundo tú sólo te habrías entregado sin importarte de quién se tratara —dijo, dolido—, sin importar si tenías sentimientos por él o no… si Odín lo ordenaba tú no lo discutirías ya que es lo que como gran sacerdotisa es tu deber hacer, ¿o me equivoco?… Siempre fue por deber… yo… yo sólo me vi beneficiado porque Skuld me eligió… ¡Me permitiste compartir tu cama sólo porque así te lo señalaron! —el dios guerrero de Mizar apoyó las manos sobre la barandilla de piedra, encorvando la espalda para ocultar su rostro.
¡No! ¡No!—Hilda repitió muchas veces al abrazarlo por el brazo—. Las cosas no fueron así Bud, por favor, escúchame. Aunque hubiera sucedido como dices, aunque sólo fuiste un nombre en la lista de las nornas, yo te elegí a ti como mi esposo porque me enamoré de ti… No creas lo contrario, te lo ruego —le pidió, con lágrimas en los ojos al serle desgarrador escuchar tales reclamos—. Todo lo que hemos vivido juntos, son sentimientos que jamás podría fingir… no pienses así de mí, por favorDebes confiar en mí así como yo confío en ti… Te amo… es la verdad… no permitas que esos pensamientos tuyos nos separen… no ahora.
Bud se atragantó al escucharla llorar y cómo es que se esforzaba para que la mirara a la cara, pero el tigre de Zeta sabía que si veía dentro de esos ojos azules quedaría rendido a sus pies, estaría dispuesto a creer en su palabra y todo se resolvería… pero la necedad de su corazón herido y su propio orgullo lo llevaron a evitarlo, no quería que eso sucediera, todavía no… tenía que convencerse por sí mismo de la verdad.
Bud la sujetó por los brazos y la separó de él, marchándose de la terraza una vez que dijera —Necesito tiempo… lejos de ti.

De haber sabido que el destino estaba atento para jugar con sus deseos, quizá Bud habría decidido usar otras palabras con  su esposa.

Bud sólo tenía que girar en la esquina para llegar al ala médica, pero faltándole algunos pasos vio cómo un cuerpo salió despedido, destrozando la puerta del lugar hasta estrellarse contra el muro. Reconoció inmediatamente a una de las amazonas del Santuario, la cual quedó exánime en el suelo tras el feroz golpe recibido. Al ver los ojos de la guerrera supo que no tenía caso brindarle ayuda, murió antes de caer al suelo.
Bud se apresuró a entrar a aquella habitación, permaneciendo en el marco de la puerta destrozada, sin mirar a los enfermos aterrados y a quienes los asistían, sólo le prestó atención a la mujer de armadura jade que allí se encontraba.
La mujer estaba contemplando la armadura de la Copa cuando la presencia de Bud la obligó a girarse hacia él, reconociéndolo.
— Bud de Mizar, esperaba que nuestros caminos se cruzaran —ella dijo con un tono respetuoso.
— ¿Qué estás haciendo aquí? ¡Responde! —cuestionó, exaltado.
— Te he traído un obsequio Bud, uno que te hará dormir plácidamente —ella musitó, extendiendo los brazos a sus costados—. Llegó la hora de descansar. De esta guerra y de todas tus preocupaciones ya no tendrás ni el recuerdo.

FIN DEL CAPITULO 41



* Om Mani Padme Hum: Es un mantra con el que se calma la mente y confiere serenidad. Significa: "Saludo a la joya en el loto".


* Bodhisatva: se le llama así a un ser humano que teniendo una existencia ética, compasiva, generosa y sabia puede alcanzar la iluminación o el Nirvana, pero al estar a punto de alcanzarla, renuncian a ella y hacen el voto de llevar a todos los seres primeramente a la iluminación.

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