Terario de
Acuario se encontraba invadido por cierta intranquilidad que compartía con sus
dos antiguos compañeros de entrenamiento. El que su maestro haya decidido
marchar junto con el santo dorado de Escorpión les resultó extraño… de hecho, todo el viaje hasta Asgard
lo era.
Por un lado, el
santo de Acuario consideraba que su maestro sería una influencia positiva sobre
Souva, de seguro él sabrá cómo manejar al santo de Escorpión en cualquier
situación que allá encontraran.
El problema es
que Natasha aún no lo sabía, y estaba indeciso si decírselo o guardar silencio.
Pero al verla allí, atendiendo tan concentrada a los heridos y enfermos, prefirió
esperar cualquier noticia antes de hacerlo.
Buscó no
distraerla de sus tareas, siendo su interés el acercarse al lugar donde una de
las amazonas del Santuario atendía al dios guerrero de Épsilon. Su lobo mascota
permanecía echado bajo el catre donde el inconsciente guerrero reposaba, quieto
y obediente, sabiendo que mientras menos llamara la atención menos insistirían en
que abandonara el aula.
— ¿Cómo se
encuentra? —Terario preguntó a la enmascarada.
— Pudimos cerrar
la herida, necesita descansar pero dentro de muy poco estará bien —ella aseguró,
intentando que el durmiente Sergei pudiera tomar un poco de agua de un cuenco
de madera.
Discretamente,
Terario notó la presencia de la armadura de plata de la que tanto le habló
Souva la última vez. Se sintió un poco incómodo al crecer en él una necesidad
alimentada por su propia curiosidad. Se convenció de que sólo echaría una
mirada, únicamente para comprobar si los disparates del Escorpión eran ciertos
o no.
En silencio y
sin que la amazona lo notara hasta después, se aproximó a la cloth, buscando un
reflejo en el agua que en ella se acumulaba.
Lo que allí vio
lo hizo retroceder un paso, un poco confundido. Su exaltación fue advertida por
la amazona, quien por debajo de su máscara sonrió. Ella, al igual que muchos
otros en el Santuario, consideraban al señor Terario un hombre muy serio y
disciplinado, pero en el fondo una persona de gran corazón, por lo que el ver
un gesto de sorpresa en su rostro fue agradable.
— ¿Todo está
bien, señor? —preguntó la amazona.
Avergonzado por su
comportamiento, Terario carraspeó la garganta para volver a tomar compostura,
evitando mirar una vez más su reflejo.
— ¿Vio algo, no
es verdad? —se interesó la joven.
— Ya había
escuchado sobre la leyenda en torno a la armadura de la Copa —confesó.
— Fue Souva de Escorpión,
¿cierto? Nuestra maestra nos pide que lo mantengamos alejado de la cloth, pero
se ha mostrado muy insistente desde que llegamos aquí.
Terario asintió.
— La mayoría de
nosotras evita reflejarse en el agua. Yo nunca he tenido el valor, quizá lo que
allí vea no me agrade —añadió con amabilidad—. Sé que es mucho mi atrevimiento
pero, ¿podría saber qué es lo que vio? Es probable que vaya a ser su futuro…
El santo de
Acuario volvió a mostrarse incómodo por la pregunta, mas se limitó a responder—
Si es así, entonces me han bendecido con la oportunidad de llegar a mi vejez.
— Eso es bueno,
considerando los peligros que vivimos hoy en día —comentó la mujer tras
terminar de darle de beber al dios guerrero.
— Pero Souva dijo
que no vio su reflejo en el agua —agregó Terario, intentando comprender por qué
le habría dicho una mentira como esa en vez de presumir. Cuando la amazona dejó
caer el cuenco vacío al suelo, supo que había dicho algo que la alteró.
El santo se
intrigó por la reacción de la mujer quien lo miró perpleja.
— Es… ¿es cierto
eso señor Terario? —preguntó, preocupada.
Terario asintió.
La amazona se le acercó y con voz temblorosa logró decir— No creo que el señor
Souva lo supiera pero… dicen que… a-aquellos que no pueden ver su reflejo en el
agua sagrada es —pareció dudar, mas el santo de oro insistió con una fuerte
mirada—… es porque no tienen un futuro —musitó con tristeza—… es porque su
muerte está muy próxima. ¡El señor Souva va a morir!
Capítulo
41. Imperio Azul, Parte V
El gigante y los
condenados
Bluegrad.
— ¡Impulso
azul! —Alexer gritó, maximizando su cosmos para generar una ventisca
congelante contra su adversario.
Vladimir
interpuso su escudo circular para defenderse. Pese a su reducido tamaño, el
cristal del que estaba formado se extendió hasta volverse una coraza alargada
que lo cubrió por completo, sirviendo de muro contra el que la ventisca golpeó sonoramente.
El guerrero
shaman extendió las alas espirituales de
su espalda, retrocediendo por el golpeteo constante del aire congelado.
En el cielo,
Vladimir utilizó su hacha de combate para cortar el flujo de la ventisca de
hielo contra su escudo.
Alexer se quejó
repentinamente de un dolor en los brazos, lo cual acabó con su concentración y
terminó abruptamente con su técnica.
— Es iluso de tu
parte creer que tus técnicas basadas en los elementos funcionarán contra mí.
Como shaman tengo alto conocimiento sobre el flujo de la energía, por lo que si
vas a luchar conmigo te aconsejo que lo hagas con toda tu fuerza.
— El combate
directo no representa ningún problema para mí —advirtió Alexer, confiado. El
blue warrior movió los brazos para adoptar una pose ofensiva en la que las
palmas de sus manos permanecieron abiertas y estiradas como las puntas de una
espada.
Alexer entendió
que los ataques a distancia serían inútiles contra su oponente, por lo que
debía buscar el momento justo para emplear su cosmos congelante.
El shaman se
dejó ir en picada sobre el blue warrior, que lo esperaba en uno de los techos
de la ciudad. Vladimir antepuso su escudo de cristal para embestir a Alexer,
mas el blue warrior lanzó un golpe recto con su brazo izquierdo. Los dedos de
Alexer impactaron en el punto medio del escudo espiritual sin que alguno crujiera
o se rompiera, permaneciendo ambos guerreros inmóviles ante la fuerza del otro.
— Hace poco
dijiste que este pueblo estaba maldito… Tienes razón —Vladimir dijo en voz
baja.
En los ojos de
Alexer se vislumbró un breve sobresalto, pero en vez de palabras respondió
con fieros golpes y patadas que
resonaron en el escudo del shaman. Vladimir se veía obligado a retroceder sin
poder hacer más que defenderse, saltando sobre los edificios con gran destreza.
Alexer se impuso
en el combate cuerpo a cuerpo, pero inesperadamente,tras un puñetazo, su mano
pasó a través del escudo en cuanto el hielo que le daba forma se abriera y
cerrara sobre su muñeca como un grillete del que Vladimir jaló para atestarle
un rodillazo, sólo para precipitar un golpe con su hacha.
Alexer logró
contorsionar el cuerpo para evitar el paso del arma espiritual, mas quedó
sorprendido al ver que logró cortar la hombrera de su armadura.
Vladimir volvió
a empujarlo, alistando un segundo golpe que fue retenido por Alexer al sujetarle
el brazo. Ante el contacto, el gobernante de Bluegrad intentó congelarle la
extremidad, pero Vladimir logró retirarla a tiempo.
Anteponiendo su
fuerza física, Vladimir logró que sus pies giraran en el suelo, alzando a
Alexer para arrojarlo hacia una construcción cercana.
La potencia con
la que fue lanzado estropeó sus movimientos por unos instantes, pero antes de
que se estrellara contra un muro, Alexer logró maniobrar y caer de pie sobre
otro tejado.
Vladimir batió
sus alas para posarse sobre una chimenea, desde donde lo contempló.
— Tienes un gran
problema aquí Alexer —dijo el shaman al percatarse de cómo es que algunos
pueblerinos comenzaron a aparecer en los techos de las viviendas cercanas.
Alexer quedó
sorprendido al verlos subir por los muros con movimientos más propios de
reptiles que de humanos; en las calles, otros más aguardaban de pie, hombres,
mujeres y niños, atentos a cualquier movimiento del shaman.
— ¡No! ¡Esperen!
—Alexer clamó, anticipando que algunos de ellos se lanzarían contra Vladimir.
El shaman atinó
a moverse ágilmente, eludiendo con facilidad a las personas que se abalanzaban
como fieras.
— ¡Deténganse!
¡Yo me encargaré de él! —Alexer volvió a gritar.
En cierto
momento, Vladimir lanzó un golpe vertical contra una mujer que sin duda
quedaría destrozada por el filo de su hacha, sin embargo, Alexer logró
interponerse, apartando a la mujer pero recibiendo una herida en el peto de su
ropaje.
Las fuerzas del
blue warrior no flaquearon, aprovechó esos escasos instantes entre la sorpresa
y el desconcierto del shaman para ejecutar su técnica a tan corta distancia.
— ¡Impulso
Azul!
Vladimir fue
arrastrado y herido por la ventisca de cristales afilados. Numerosos cortes en
su piel se abrieron hasta el instante en que cayó al suelo. La nieve amortiguó
levemente el impacto, pero de inmediato vio cómo se encontraba rodeado por la
población de ese reino. Toda una horda de seres cuyos rostros se deformaban
constantemente, compartiendo el mismo gesto sonriente al verlo herido e
indefenso.
Desde el balcón
de una vivienda, Alexer contempló el escenario. Esas personas no lo escucharían
pese a que lo intentara, sabía que era más su repulsión y miedo hacia el shaman
que cualquier convenio que existía
entre ellos. Permaneció expectante, como ha tenido que hacerlo desde que tal
maldición contaminó Bluegrad.
Alexer ya daba
por terminada la batalla cuando la primera ola de ciudadanos se abalanzó como
una jauría sobre el shaman, pero la luz que cubrió a Vladimir sirvió como un
escudo que repelió cualquier agresión.
El resplandor
que envolvió su cuerpo mantuvo a raya a cualquier atacante. Sin dificultad
alguna, Vladimir se puso de pie, mirando con frialdad a todos los que allí se
habían amontonado para destruirlo. Él entendía por qué se sentían amenazados,
esa fue la razón por la que decidieron dejar las charadas y demostrar lo que
realmente vive en el interior de cada uno de ellos.
El shaman giró
su cuerpo hacia donde se encontraba Alexer, hablándole únicamente a él.
— Finalmente lo
he comprobado… es una verdadera plaga la que ha invadido tu reino, en verdad
mis condolencias.
Alexer
permaneció en silencio, pero en el fondo de su corazón una pequeña esperanza
comenzó a brillar.
— Sería sencillo
para mí eliminarlos a todos —Vladimir movió su hacha, comprobando la
preocupación que hizo temblar los ojos de Alexer—. Pero como representante del
Shaman King, es mí deber el salvaguardar la vida de las personas inocentes y
regresar a los seres impíos al abismo del que no debieron emerger.
El hacha del
shaman se transformó en un arma de luz, la cual destelló como el mismo sol. Tal
fulgor cegó a todos los ciudadanos allí reunidos, alargando las sombras de cada
uno en el suelo.
Alexer quedó
sorprendido al ver que cada una de esas sombras no concordaba con siluetas
humanas, sino que dibujaban formas deformes y monstruosas provenientes de
un mundo de pesadillas.
Vladimir clavó
su arma brillante en el suelo, la cual actuó como un grillete para que ninguno
de esos cuerpos humanos pudiera moverse.
— ¡Observa muy
bien Alexer! —clamó Vladimir, liberando su poder espiritual al máximo al
instante en que cerró los ojos—. ¡Que con esta fuerza romperé las cadenas que
te atan al mal!
Vladimir manchó
sus dedos con la sangre que corría por sus heridas, la cual sirvió como tinta
con la que dibujó un par de símbolos arcanos que se marcaron en el aire, al
mismo tiempo que recitó una oración en un tono apenas audible.
Los símbolos
abandonaron su tono rojizo para volverse dorados, haciendo reaccionar a todas
las gotas de sangre que Vladimir ha dejado caer durante su lucha contra Alexer.
Por más
minúsculos que hayan sido esos puntos de sangre perdidos en la nieve o en los
edificios, éstos se alzaron en el aire, por encima de las construcciones
cercanas, volviéndose gotas de luz blanca, las cuales adoptaron una forma
definida con rapidez.
En pocos
segundos, en el cielo se manifestó toda una parvada de búhos blancos.
El blue warrior
quedó boquiabierto al ver cómo esos búhos estaban hechos de energía pura, eran
totalmente blancos, sin detalles como plumas definidas, picos u ojos.
Esos entes
espectrales no tenían que aletear para mantenerse suspendidos en el cielo, pero
en cuanto Vladimir lo dispuso, actuaron con agresividad.
El shaman abrió
súbitamente los ojos para decir—¡Devoren el mal y que retorne el equilibrio!
Los búhos se
dejaron caer en picada, cada uno con un objetivo definido: coger entre sus
garras alguna de las sombras monstruosas.
Las aves de luz
lograron sujetar los mantos de tinieblas, luchando por arrancarlas del suelo.
Gritos humanos e
inhumanos se mezclaron con los chillidos de las aves en un estruendo que abrumó
al regente de Bluegrad.
Alexer se
desesperó al ver a sus súbditos sufrir, mas aunque intentó interferir, seis de
esas entidades lo rodearon, y con sus graznidos lo debilitaron de una forma que
no logró comprender, quedando de rodillas en aquel balcón.
Cada que uno de
esos búhos lograba su cometido, una persona caía inconsciente al suelo. Las
aves de luz se llevaban consigo un pedazo de oscuridad, la cual devoraban con
facilidad antes de desaparecer en el firmamento.
En cuestión de
segundos, toda la población quedó sumida en un profundo sueño alrededor del
shaman. Cuando el último de ellos cayó, los búhos que custodiaban a Alexer se
desvanecieron también.
Vladimir suspiró
para apaciguar su poder. Arrancó el hacha del suelo, la cual dejó de
resplandecer.
Para cuando
Alexer logró reponerse, saltó del balcón, corriendo presuroso hacia donde el
cuerpo de su hermana yacía. Por un instante la creyó muerta, pero al escucharla
respirar un gran alivio recorrió su ser. La estrechó con dulzura antes de mirar
al shaman, quien ya se encontraba a su diestra. Si fuera su deseo, Vladimir
podría decapitarlo y el regente estaría dispuesto a aceptar el castigo.
—… Tú, ¿qué es
lo que has hecho? —deseó saber.
— No tienes que
preocuparte más… los espíritus que poseyeron a toda tu gente han sido
exorcizados —Vladimir explicó—. Ellos estarán bien, un poco confundidos al
principio pero terminarán creyendo que sólo fue un mal sueño.
— ¿Cómo es que
descubriste que…?
— Es una
pregunta absurda sabiendo que soy un shaman. Incluso antes de arribar a Bluegrad
percibí una fuerte presión espiritual rodeándola. Sólo me bastó poner un pie en
tu reino y que un campesino me mirara, para saber que tu comunidad se
encontraba manchada por la corrupción de espíritusmalignos.
Alexer
permaneció callado, por lo que Vladimir continuó—.Llegué a creer que todos se
encontraban en la misma situación, pero entonces me topé contigo y descubrí que
eras el único que permanecía limpio.
Quise saber la razón y por un momento pensé que tú mismo fuiste el causante de
la desgracia de tu pueblo —confesó—, que estabas de acuerdo con que esos espíritus
hubieran profanado a toda esta gente, pero al ver cómo te preocupabas por
ellos, e incluso recibiste un golpe de mi hacha para proteger a una mujer,
descubrí parte de la verdad que mis búhos lograron arrancar de Bluegrad.
Alexer dejó a
Natassia en el suelo, poniéndose de pie para encarar una vez más a Vladimir
quien se había convertido en su juez.
— Ahora Alexer,
te pido que me cuentes el resto… ¿Quién es el responsable de este acto tan atroz?
El regente de
Bluegrad decidió hablar, como era su deseo desde el principio—. Comenzó hace
muchos días, un emisario del Shaman King arribó horas antes trayendo consigo un
manuscrito que me pidió guardar en la gran biblioteca. Un soldado me informó
que estábamos siendo atacados. Yo y el resto de los blue warriors acudimos sin
demora, encontrándonos con un grupo de guerreros encabezado por dos mujeres que
poseían un poder devastador. Muchos de mis amigos murieron en el primer
enfrentamiento, creí que acabarían con todos en el reino hasta que una de
ellas, Danhiri, dijo que no tenían interés en destruirnos, sino que al
contrario, buscaban nuestra colaboración. En ese momento, también descubrí que
algunos de los exiliados de Asgard que admitimos en nuestra comunidad habían
conspirado para que se lograra el ataque...
Alexer exhaló
aire con enojo—. Por supuesto que me negué, pero fueron claras en que no tenía
alternativa, y así fue. De alguna manera, trajeron consigo una ola de espectros
que se alojaron en los cuerpos de todos los habitantes sin importar su edad o género,
sólo yo quedé fuera de tal selección, pero con un propósito: despistar a todos
los que pudieran percatarse de lo ocurrido. Además, si continuaba negándome a
cooperar matarían a toda la población… lo dejaron muy claro cuando una anciana se
cortó la yugular frente a mis ojos —recordó con frustración.
— Esas mujeres,
deben ser parte de los guerreros que han atacado el Santuario, Egipto y
recientemente a Asgard, ¿no es verdad? —cuestionó Vladimir.
— Sí.
Convirtieron a Bluegrad en una base de operaciones. Tomaron un puñado de
hombres y mujeres, sumados a los exiliados que los apoyaron por voluntad propia;
los envistieron con extrañas armaduras y
partieron hacia Asgard después de la visita de Cygnus Hyoga.
— El Santo del
Cisne… no se ha sabido nada de él desde que vino aquí. ¿Dónde está, Alexer? —se
interesó Vladimir, sabiendo que era algo que preocupaba a los gobernantes de
Asgard—. ¿Acaso está muerto?
Alexer tardó en
responder, pero finalmente lo hizo—. No estoy seguro. Me hicieron atraerlo a
una trampa deliberada. No fui testigo de lo que sucedió cuando llegó a la
mansión. Solo sé que utilizaron a mi hermana para bloquear su visión sobre el
verdadero peligro que corría, y el resto quedó en manos de una mujer a la que
llaman Hécate —explicó, avergonzado—. Percibí el inicio de una batalla que a
los pocos segundos se definió… siendo el santo de Cisne quien fue derrotado
—aclaró—. Desconozco qué fue de él, ni siquiera puedo decir que vi su cadáver o
que se lo llevaran prisionero. Lo único que puedo garantizarte es que no se
encuentra en mi reino.
— Te creo —dijo
Vladimir—, pero dudo que la maldad haya terminado allí. En vista que fallaron
en su incursión hacia Asgard, ¿qué es lo que los mantiene aún en el reino de
Bluegrad?
— ¿Acaso no es
obvio? —cuestionó Alexer con agresividad—. Bluegrad no sólo colinda con el
reino de Odín sino que también es una de las entradas terrestres hacia el reino
de Poseidón. ¡Yo… es frustrante todo lo que han hecho frente a mis narices y no
haber sido capaz de detenerlos! —oprimió sus puños con fuerza—. Justo ahora han
marchado hacia la Atlántida todo un grupo de guerreros que buscan erradicar al
Emperador y a los marinos. Es imposible para mí ir allá. A estas alturas ya
debieron bloquear cualquier acceso… no permitirán intervenciones.
— Eso es
lamentable…
— ¿Lamentable?
—repitió Alexer, enfadado—. ¡Lamentable es que sólo hasta ahora los shamanes se
percataran del sucio juego que aquí ocurría! ¿Acaso no son ustedes los responsables
de mantener al ras a todos aquellos que utilizan sus artes para quebrantar las
reglas de su rey? ¡Si hubieran llegado antes nada de esto estaría pasando! ¿Por
qué el Shaman King no ha hecho nada? ¿Dónde está ahora? —reclamó.
—… Lo desconozco
—fue la breve respuesta de Vladimir. Él también estaba intrigado por la actitud
que el Shaman King ha tomado desde que todos estos conflictos comenzaron. No
era capaz de entenderlo, ni tampoco le fue informado pese a ser uno de los diez
oficiales de la aldea Apache. Quizá alguno de sus viejos camaradas lo sepan…
pero tendría que dejar tal enigma para otra ocasión, lo supo cuando un
estruendo sacudió Bluegrad y una llamarada
de humo rojo se alzara por encima de todo.
Para los
sentidos de ambos, fue el cosmos del Santo de Escorpiónlo que provocó tal
estallido.
— Alexer, no
puedo darte las respuestas que buscas, ni tampoco voy a excusar a mi gente por
su falta de acción—musitó Vladimir, viendo la columna roja—. En verdad lamento
que tu pueblo haya sufrido de esta manera, pero aunque sea tarde para algunos,
aún es posible que podamos castigar a los culpables, y de que tú puedas retomar
el puesto que en verdad mereces.
— El señor
Poseidón jamás perdonará mi traición… y eso es lo que espero, ni yo mismo seré
capaz de hacerlo —musitó Alexer con gran pesar, avivando su cosmos gélido—. No
tengo nada más que ofrecerle mi vida y exterminar al enemigo que aún pisa la
tierra de Bluegrad. ¡Esa será mi última misión que como marine shogun de Kraken
llevaré a cabo! —Alexer avanzó por entre los cuerpos durmientes, alejándose de
ellos para poder exclamar—. ¡Armadura, si aún me aceptas, responde a mi
llamado! ¡Ven y cubre mi cuerpo!
Hubo un instante
en que Vladimir dudó que el espíritu de la scale
de Kraken aceptara reunirse con el regente
de Bluegrad. El mismo Alexer también lo creyó, pero aun sin ella, estaba listo
para acudir a la batalla y hacerle pagar a Danhiri todo el mal que ha logrado a
sus expensas.
Para sorpresa
del blue warrior, fue alcanzado por un cometa que se dividió en numerosas
piezas, las cuales se ensamblaron sobre su cuerpo y sustituyeron su armadura
azul.
Vestido con la
scale de Kraken, Alexer sintió su espíritu fortalecido.
— Vayamos —animó
Vladimir, al ver cómo una llamarada de fuego ascendía por el firmamento,
adquiriendo una forma intimidante —.
Algo me dice que esta es una pelea que el santo de Escorpión no podrá superar solo.
****
La Atlántida.
Reino de Poseidón.
Leviatán de Coto
contemplaba el palacio desde la cima del camino escalonado que conducía hacia
él. Lo mismo sucedía con los guerreros que vestían armaduras azules, quienes
compartían el mismo interés de la Patrono de la Stella de Coto.
De cierta
manera, los Patronos Caesar y Engai respetaban ese silencio, conscientes de lo
que para todos ellos significaba haber llegado al reino de Poseidón.
Leviatán se giró
hacia sus hermanos, con quienes no sólo compartía su sangre sino también su
sufrimiento y deseos de venganza, mirándolos con la altivez de una general.
— ¡Henos aquí!
¡En las tierras del tirano quien condenó a nuestros antepasados al exilio! ¡Al
fin, después de soñarlo con desesperación cumpliremos el deseo de nuestros
padres, de nuestros abuelos! —exclamó con un júbilo que contagió a su batallón—.
¡Ya que nuestro pueblo sucumbió por milenios en la oscuridad y en el olvido, ha
llegado nuestro turno de destruirlos a plena luz del día y ante el conocimiento
de todos!
Los guerreros
asintieron, aceptando sus palabras, sabiendo que no todos lograrían sobrevivir
a lo que estaba por venir, pero cuando abandonaron la prisión en la que
nacieron, decidieron que no tenían nada que perder y mucho que ganar.
— ¡Borremos
nuestro deshonroso pasado y alcémonos hacia un radiante futuro! —fueron las
palabras con las que Leviatán impulsó a que sus hermanos avanzaran. Algunos
siguieron el camino escalonado, otros se dejaron caer de los riscos, pero al
final se reunirían en el palacio.
Sólo los
Patronos y el gigante permanecieron allí, inmóviles y expectantes.
— Leviatán, de
verdad me hiciste sentir lástima por ellos, y admito que eso es algo difícil de
lograr —comentó el Patrono de la Stella de Fortis, Engai. Un hombre de largo
cabello negro y ojos azules. Su armadura de color aguamarina no lucía tan
impresionante como el Zohar de Caesar, pero reflejaba la luz como un espejo—. ¿Estás
consiente de que pese que por sus venas corre la sangre de un olímpico, no
fueron entrenados como guerreros? ¿Cuánto tiempo crees que les duren a los
marines shoguns?
— El tiempo
suficiente para llegar hasta donde se encuentra Poseidón —respondió Leviatán,
sin remordimientos por su gente—. Pero no creas que soy tan desalmada como tú,
Engai. Ellos sólo atraerán a los marines shoguns y al resto de los marinos,
pero para entonces, aquí este mastodonte se encargará de aplastarlos a todos, ¿no
es verdad? —preguntó con una cínica sonrisa, palpando el brazal del gigante.
El guerrero
acorazado emitió un leve bufido en respuesta.
— Con el marine
shogun de Kraken e Hipocampo lejos de la Atlántida, sólo quedan pocos
obstáculos.
— Enviar a tres
Patronos para esta misión indica la importancia y peligrosidad de la misma
—comentó Engai—. Es una lástima que Tara haya perdido el enfoque del futuro —dijo sarcástico, mirando fijamente a Caesar,
quien es una de las razones del trastorno en la mente de la vidente.
— No trataremos
con un niño y sus soldados de juguete —se adelantó Caesar, el Patrono de Sacred
Python—. Poseidón es la única deidad que permanece en este mundo consiente de
su verdadero ser, y puede utilizar plenamente sus poderes contra cualquier
amenaza. Nuestra victoria sobre él será la mayor que podremos obtener para el
señor Avanish.
— Pelear contra
un dios, suena tan épico —dijo Engai, sonriendo—… Me pregunto si al final se nos
considerará héroes como a todos aquellos mortales que en la antigüedad han
desafiado a los dioses.
— No es gloria
lo que buscamos, Engai —aclaró Caesar con determinación, avanzando junto con
Leviatán.
— Sí lo sé, pero,
¿sabes que las buenas intenciones son el camino más próximo al infierno? —cuestionó
el Patrono de Forcis, siguiéndolos.
Leviatán se
detuvo un instante, mirando al gigante quien permaneció aún de cuclillas,
sabiendo que su papel no era el acompañarles.
— Quizá sea
demasiado pedírtelo, pero aun así lo haré —le dijo la chica—. Si está a tu
alcance, por favor, procura que las bajas sean mínimas.
El guerrero movió
la cabeza, la cual estaba cubierta por un casco completamente sellado de color
negro. Pareció mirar a Leviatán y considerar su petición. No hubo una respuesta
verbal, pero el gigante se puso de pie para dar comienzo a su misión.
*-*-*-
Para Enoc,
marine shogun de dragón marino, fueron predecibles los movimientos de los
enemigos. Aunque se dispersaron de manera individual hacia diferentes
direcciones dentro del reino submarino, perseguirlos a todos ellos tomaría
tiempo y seguramente es lo que esperaban que sucediera. Pero distraerse en búsquedas
inútiles no estaba en los planes de Enoc, ni mucho menos el dejar sin
protección el palacio de su Emperador.
Tras haber
enviado a Sorrento a informar y proteger al Emperador, el marine shogun decidió
lanzar un abierto desafío a todos los que habían osado invadir el reino de la Atlántida.
Junto a Behula y
Caribdis, elevaron sus cosmos deliberadamente para indicar su posición. El eco de sus cosmos
unidos llegó a los sentidos de los merodeadores, quienes esperaron
instrucciones de sus superiores.
Leviatán de Coto
pudo escuchar las preguntas de sus hermanos en su mente, por lo que tras discutirlo
con los otros Patronos es cuando Engai sugirió un cambio de planes.
Los minutos
pasaron y ninguna batalla daba inicio.
Desde su posición,
Enoc era capaz de sentir cómo algunos comenzaron a reunirse formando pequeños
grupos, el número no le preocupaba, pero sí cuántos de ellos podrían tratarse
de los individuos que han sido capaces de enfrentar a los guerreros del
Santuario, Asgard y Egipto.
Pensó en que
debía ser paciente y esperar que ellos tuvieran el valor de acercarse, pero lo
que escuchó y vio a lo lejos lo dejó completamente azorado.
Fue un estruendo
que sorprendió a los marines shoguns que continuaban en el reino.
Sorrento de
Siren sufrió una clase de deja vu en
cuanto a sus oídos llegó tal fragor. Inmediatamente buscó algo en el firmamento
marino, deseando no encontrar nada.
Para Enoc,
Behula y Caribdis, era la primera vez que veían cómo la lluvia caía dentro del
reino de Poseidón. A lo lejos, en el cielo, pudieron distinguir el inicio de
una intensa precipitación una vez que los sonoros estruendos cesaran.
— N-no lo puedo
creer —musitó Behula, intuyendo lo sucedido.
— El Pilar del
Océano Atlántico del Norte ha caído —reveló Caribdis de Scylla con una
seguridad de la que Enoc y Behula no dudaron.
Algo como “eso es imposible” no pudo escapar de
los labios del general dragón marino. Su conocimiento sobre los sucesos de la
anterior guerra contra los santos de Atena le impedían pensar en ello. Pero, ¿cómo
es que sus enemigos tienen la fuerza o armas necesarias para derribar uno de
los siete pilares? Su pilar.
Lo más
desconcertante es que no percibía ningún cosmos poderoso proviniendo de dicha
dirección. ¿Qué es lo que pudo haber ocurrido?
— Es claramente
una provocación— musitó Enoc con el ceño fruncido—. Buscan que abandonemos
nuestro puesto actual… quieren alejarnos del palacio sea como sea…
— Si son capaces de derribar uno de los pilares podrían
intentar hacer lo mismo con el resto —señaló
Behula—. Permíteme ir detrás de los responsables. Caribdis y yo podemos
encargarnos de los intrusos que se alejan mientras tú y Sorrento custodian el
palacio.
Enoc lo meditó
unos pocos segundos antes de asentir. Entendía el caos que se desataría en la Atlántida
si los pilares cayeran, por lo que no podía encerrarse en la necedad y permitir
que los derribaran.
— Está bien.
Vayan… y no se molesten en tomar prisioneros— dragón marino recalcó.
— Sabes que no
puedo prometerte eso —aclaró Behula de Chrysaor.
Las marines
shoguns partieron con rumbo a la región del Atlántico norte, más Caribdis
prefirió seguir su propio camino tras haber detectado a un grupo de enemigos
reuniéndose hacia el noreste.
Behula de Chrysaor
prosiguió hacia el Atlántico Norte, guiada por su sexto sentido, pero también
por el deseo de ver la caída del pilar con sus propios ojos.
Conforme se
adentraba a los dominios de dragón marino, la lluvia salada la alcanzó. Corrió,
atravesando aquel diluvio, mirando la rasgadura en el cielo submarino que
representaba una herida por la que el océano buscaba retomar su espacio.
Para cuando el
agua le llegó a las pantorrillas, se detuvo. Sabía que a esa distancia ya
debería ser capaz de ver el pilar del océano Atlántico Norte, pero no se
encontraba allí.
Ante tal visión,
por un instante temió el resultado de esta nueva guerra, pero debió salir de su
estupor cuando se supo rodeada.
Había alrededor
de una veintena de guerreros con armaduras azules, cuyas intenciones eran
claras. La marine shogun de Chrysaor los examinó con cuidado, sin detectar
algún cosmos superior.
— Su
atrevimiento les costará caro —Behula fue la primera en hablar—. Pero aun
cuando su intrusión al glorioso reino de Poseidón parece imperdonable, les
concedo la oportunidad de rendirse, nuestro dios podría tratarlos con
misericordia.
Las palabras de
Behula tardaron en lograr reacción en aquel batallón, pero las respuestas
fueron bufidos de enojo y otras risas sarcásticas.
— Sabemos muy
bien la clase de misericordia que el tirano ofrece —dijo uno de ellos al
terminar de reír—. ¡Ahórrate el sermón, marina! ¡No nos rendiremos hasta que
cumplamos nuestro objetivo! ¡Hoy la Atlántida y Poseidón desaparecerán para
siempre!
Clamó el
guerrero, logrando que el resto lanzaran sus propios gritos de guerra. Behula
se sorprendió al sentir una presión sobre su cuerpo cuando cinco de ellos
expulsaron sus cosmos, uniéndolos en un vendaval que la empujó hacia otro grupo
que estaban listos para recibirla con los puños cerrados.
Behula movió su
lanza sagrada, la cual encajó en el suelo para maniobrar sobre ella y patear
sin consideración alguna a quien se acercara, terminando por hacer girar su
lanza con las manos y emplear la cuchilla sobre el pecho de uno de ellos. El
filo de su lanza atravesó la armadura con suma facilidad para golpear un punto
vital, retirándola sólo para que el flujo de sangre salpicara el agua.
Cuando el
primero de los guerreros cayó exánime, el resto de sus compañeros gritaron al unísono
como si se tratara de una jauría salvaje.
Elevaron sus
cosmos y como tormenta desataron su fuerza sobre ella. La marine shogun pegó la
lanza a su costado y colocó su mano libre a la altura de su rostro al instante
en que su cosmoenergía se alzó y extendió como una cúpula que la protegió del
ataque combinado.
El campo de
energía dorada resistió, y tras haber absorbido las energías que se impactaron
sobre ella, se expandió en un fuerte ola dorada que golpeó a todos los que se
encontraban a su alrededor.
Algunos
guerreros lograron repeler el ataque mientras que otros resultaron abatidos por el soplido de poder.
Sin embargo, ninguno de ellos estaba dispuesto a claudicar en su intento por
enfrentarla.
— Me intriga
conocer la razón de su particular odio hacia nuestro reino —comentó, al
percibir sentimientos negativos de todos ellos, profundos y tan intensos que le resultaban abrumadores—. Pero no puedo
perder mi tiempo con ustedes. Son fuertes, pero no lo suficiente como para
enfrentar a una marine shogun, ni siquiera todos juntos —aclaró, pese a que en
ningún momento imaginó que su advertencia lograría que desistieran.
Ninguno de ellos
habló, como toda una unidad, se alzaron para preparar el siguiente ataque.
Todos se lanzaron sobre Behula, pensando en que cuando menos algunos de ellos
tendrían la fortuna de herirla.
La marine shogun
de Chrysaor cerró los ojos para susurrar —Om Mani Padme Hum*.
Elevando una vez
más su cosmos, sujetó la lanza dorada con ambas manos. Tan sencilla acción fue
el inicio de una técnica que relució a la vista de todos.
Dentro del
cosmos dorado de la guerrera, numerosos brazos se manifestaron, enfilados como
si se trataran de plumas de la cola de un pavorreal. Cada una sujetaba una
lanza o sable dorado que apuntaron a sus enemigos.
— ¡Danza
de los mil brazos! —Behula exclamó con fuerza para que cada una de esas
manifestaciones atacara al ritmo de su propia lanza.
En cuestión de
segundos, los alaridos se escucharon. La marine shogun debió girar sólo dos
veces su arma para desatar una lluvia escarlata que se perdió en el torrente
salado del cielo. Los diecinueve guerreros exhalaron gritos de dolor cuando sus
cuerpos fueron heridos por las cuchillas, que danzaron alrededor de la mujer
como un tornado.
Los guerreros
cayeron en el agua, algunos inertes, pero la mayoría de ellos fueron capaces de
sacar la cabeza del agua para no ahogarse, aunque rápidamente se percataron de que
ninguno de ellos estaba en condiciones para luchar, pues las heridas en sus
piernas les impedirían la acción.
— Como el viejo
maestro bodhisatva* solía decirme, los cielos me concedieron estos
poderes para salvar las almas de aquellos que merecen ser salvados —le dijo a
aquel hombre que yacía más cerca de sus pies—. Ustedes están llenos de odio y
sufrimiento, algo que les despierta un hambre insaciable de venganza. Mi deber
es proteger a los inocentes de ustedes, manada
de chacales sedientos de sangre… pero al mismo tiempo buscar la sanación de sus
espíritus.
Behula bajó su
lanza, sabiendo que ya no sería necesaria allí—. Aquellos que aún conservan
vida en sus pechos pueden permanecer aquí, tendrán la oportunidad de expiar sus
culpas. El juicio llegará pronto…
— ¡No queremos…
tu compasión, bruja! —dijo ese mismo hombre, al volverse sobre el agua y mirar
fijamente a Behula al rostro.
La marine shogun
quedó sorprendida al ver la frente descubierta de ese guerrero, pues su casco
fue partido por la técnica efectuada.
— ¿Qué significa
esto…? ¿Por qué tu frente…? —dudó en sus palabras, observando detenidamente su
frente tupida por escamas rojas—. ¿Quiénes son ustedes?
El hombre rió, buscó
levantarse pero le resultó imposible en el primer intento— Somos los hijos
desterrados de esta tierra maldita… ¡Conocemos perfectamente la clase de juicio
que nos espera, y es por ello que… no tenemos opción más que morir… o ganar!
—gritó adolorido, logrando ponerse de pie junto con otros seis guerreros
malheridos—. Aunque tú no nos mates, tu dios seguramente lo hará…
Behula quedó
sobrecogida por la convicción en los guerreros y el misterio de sus identidades.
Permaneció en silencio sin decidir qué hacer, aun cuando ellos estaban listos
para atacarla.
Pero antes de
que cualquiera de ellos reiniciara el combate, un rugido bestial acaparó toda
la atención.
Behula se volvió
rápidamente, distinguiendo un bólido oscuro que estaba por caer sobre ella. La
marine shogun logró saltar y evitar que aquello la golpeara. El impacto sobre
el suelo removió el agua con gran fiereza, arrastrando los cadáveres y a los
heridos, pocos pudieron permanecer de pie.
Behula miró a la
entidad cubierta por una armadura oscura que lentamente se erguía. Lo que más
intrigaba a la marina era que no podía percibir ninguna presencia alrededor de
ese guerrero de aspecto siniestro.
Los demás
guerreros lo miraron con familiaridad, por lo que comprendió que se trataba de
otro miembro de la manada. Tenía una altura de tres metros pero sus
extremidades carecían de grandes músculos.
La ausencia de
un cosmos o cualquier clase de presencia mantuvo a Behula inmóvil, más aún cuando tras esos
orificios vacíos del yelmo no encontró más que oscuridad, haciéndole entender
la gran peligrosidad de ese individuo.
Behula se
preparó para cualquier agresión, pero le sorprendió que ella no fuera el blanco
de ninguna.
El guerrero oscuro
emitió un leve resplandor en su armadura, de la que brotaron proyectiles
invisibles que perforaron los cuerpos de los atlantes heridos.
Fueron ataques
fulminantes que les evitaron una larga agonía, casi todos quedaron bocabajo flotando
en el agua, sólo un par fue capaz de sobrevivir para escupir sangre, ver los grandes
agujeros en sus pechos y en los cuerpos de sus camaradas caídos.
Agonizantes, cayeron
de rodillas, mas deseaban saber la razón de
tal traición. Uno de ellos logró formular palabras y gritar— Pero… ¡¿por
qué…?! —de un modo tan lastimero que estremeció a la misma Behula.
El guerrero de
armadura oscura giró un poco la cabeza, señalando con su mano al abatido
atlante, sentenciándolo así a morir…
El atlante quedó
perplejo cuando la lanza dorada de la marine shogun cortó la mano de su verdugo,
cambiando así su destino.
Con gran
rapidez, Behula había desmembrado a su enemigo y alejado un poco a los dos
guerreros atlantes que estaban lejos de poder agradecer o siquiera decir algo
ante la desinteresada acción de su enemiga.
La marine shogun
sólo les dedicó una mirada compasiva antes de volverse hacia su verdadero oponente.
— Asesinar a tus
propios compañeros es un acto vil que no puedo dejar impune —habló con clara
indignación.
El guerrero vio
su extremidad cortada, de la que no brotó sangre de ningún tipo, mas se
preocupó por mostrarle a la marine shogun lo que había en su interior.
Behula pestañeó
incrédula al ver el vacío de ese hueco, como si se tratara de una armadura
viviente sin nadie que la mueva desde su interior.
— ¿Qué clase de
abominación es esta? ¡¿Qué eres?! —exigió saber, amenazándolo una vez más con
su lanza.
El guerrero emitió
unos leves bufidos que bien pudieron escucharse como una risa lúgubre, pero no
hubo palabras que explicaran su ser.
Una vez más, un
aura oscura se encendió alrededor de la armadura viviente, la cual se extendió
hasta alcanzar los cuerpos de los caídos que flotaban a su alrededor. Los
cadáveres comenzaron a brillar en una tenue luz azul, la cual fue absorbida por
esa bruma oscura hasta dejarlos completamente vacíos.
Behula creyó
estar sólo imaginándolo, quizá por el agua que caía constantemente ante sus
ojos, pero descubrió con horror la verdad. Ese guerrero comenzó a aumentar su
tamaño, su altura se duplicó, adquiriendo una anatomía mucho más recia e
intimidante.
El gigante
rugió, exteriorizando su renovado poder en una ventisca ante la que Behula
logró mantenerse en pie al usar la punta de su lanza como ancla.
La marine
shogun tensó el entrecejo, sabiendo que
no le esperaba una batalla fácil. Sin duda estaba ante aquel que fue capaz de
destruir el pilar del Atlántico del Norte.
— Sí que eres
despiadado —comentó sarcásticamente Ehrimanes desde su cómodo lugar en la
cámara de Sennefer—. Matar a esos pobres infelices aun después de que
prometiste a la pequeña Leviatán que velarías por ellos.
En medio del
lugar, Sennefer meditaba ante el centro de Anubis, permaneciendo con los ojos
cerrados.
— Yo no di mi
palabra… y seguro que en el fondo ella tampoco esperaba tal cosa de mí
—respondió sin perder concentración en su labor—. Admito que no estaba en mis
planes, pero me tomó más energía de lo que preví para echar abajo ese pilar.
Necesitaba recuperar lo que perdí por lo que pensé que sería la mejor opción
—explicó sin arrepentimientos—. Creí que esa marine shogun me ahorraría las molestias,
pero su repentina compasión me obligó a tener que ser yo quien me encargara de
ellos. Aunque estoy sorprendido… sin duda estas almas son la descendencia de un
dios… resultaron más valiosas de lo que pude haber imaginado —sonrió, alzando
las manos como si en ellas estuviera sosteniendo algo tan pequeño e invisible que cabía en sus palmas.
— Quizá después
de esto deba enviarte a que extermines a todos los que quedaron prisioneros… aunque se trate de ancianos
y niños, sus almas poseen un valor mucho
más alto que como seres vivos —Sennefer rió con perversidad.
— Hablas mucho
en soledad pero permaneces en silencio ante tu adversaria. Miro su cara y hay
tantas preguntas, ¿te dignarás a mostrarle que hay algo de inteligencia dentro
de tu marioneta gigante? —cuestionó Ehrimanes, cerrando también los ojos y pudiendo
ver aquella zona de batalla pese a la enorme distancia.
— Despierta
mucho más terror cuando no se obtienen razones… hay mucha más desesperación
cuando no hay respuestas… Enfrentar a un enemigo que carezca de palabras y
motivos es mucho más aterrador que uno que exprese su maldad con efímeras
palabras… —respondió Sennefer en voz baja.
— No entiendo
porqué no fuiste tú mismo a la Atlántida en vez de enviar a esa criatura…
¿acaso temías ser derrotado? —se aventuró a decir Ehrimanes.
— Preferí ser
precavido, sería un desperdicio arriesgar mi integridad en una cruzada incierta,
sobretodo al tratarse de un dios como Poseidón —admitió—. Prefiero aprender
desde la distancia en vez de exponerme inútilmente, sabes que tengo mis propios
planes. Además, me ha servido para experimentar un poco. Sin importar el tiempo
que trascurra, el Cetro de Anubis continúa sorprendiéndome…
— Es un arma
bastante versátil —comentó Ehrimanes, siendo un objeto que envidiaba y desearía
poseer—, te ha permitido crear una extensión tuya utilizando un puñado de almas
para lograr la materialización, y al mismo tiempo es lo que le da poder… además
que puedes continuar alimentándolo al absorber victimas más frescas.
— No sabes lo
que he sacrificado para darle toda esta fuerza —recordó Sennefer al notar la
avaricia y el deseo por su artilugio mágico—. Mientras esté en mi poder, jamás
moriré… y jamás serviría a otro amo —aclaró con un deje de advertencia.
Ehrimanes guardó
silencio, pero en el fondo sonreía pues sabía mejor que nadie los giros
imprevistos que daba el futuro como para mofarse de la seguridad con la que Sennefer
hablaba.
*-*-*
Asgard, palacio
del Valhalla.
Para todos que
lo vieron pasar por los pasillos hacia el salón donde refugiaron a los heridos,
era claro que Bud de Mizar estaba lejos de querer ser molestado o detenido por alguien.
En su expresión había una advertencia que salvaba a todos los que pudieron
haber necesitado hablarle.
La razón de su
actual condición era la conversación que tuvo con Hilda, y tras darle fin
abandonó la recámara que compartieron durante todos esos años de matrimonio.
Aun cuando
necesitaba un poco de espacio para digerir lo que Hilda confesó sobre la
identidad de Syd y los planes de Odín, la sacerdotisa llegó a acompañarlo en la
terraza de la alcoba.
Aunque se
percató de su presencia, Bud permaneció con la vista hacia las montañas,
esperando que el viento frío le helara los pensamientos.
— Bud —lo llamó Hilda con la suave voz con
la que lo había enamorado.
Él prefirió callar,
por lo que la mujer prosiguió.
— Sé que ha sido difícil para ti… enterarte de
esta forma sobre la identidad de Syd, me disculpo por ello pero no creo que
debas sentirte tan desdichado.
— ¿Que
no debo sentirme tan desdichado? —repitió Bud con incredulidad ante lo
que escuchó, dedicándole una mirada resentida a su esposa.
— Querido, por favor —ella quiso
acercarse—. Si guardé silencio todo este
tiempo fue porque…
— Ahórrate las explicaciones —Bud rechazó
el intento de Hilda por tomar su mano—, me
es claro que caí una vez más en tus manipulaciones, nuevamente sólo fui una
herramienta para tus fines, mujer.
— Bud, ¿pero qué estás diciendo? Eso no es
cierto y tú lo sabes —Hilda lo miró suplicante.
— Lo que ahora sé es que si Odín hubiera
elegido a cualquier otro hombre en el mundo tú sólo te habrías entregado sin
importarte de quién se tratara —dijo, dolido—, sin importar si tenías sentimientos por él o no… si Odín lo ordenaba
tú no lo discutirías ya que es lo que como gran sacerdotisa es tu deber hacer,
¿o me equivoco?… Siempre fue por deber… yo… yo sólo me vi beneficiado porque
Skuld me eligió… ¡Me permitiste compartir tu cama sólo porque así te lo señalaron!
—el dios guerrero de Mizar apoyó las manos sobre la barandilla de piedra,
encorvando la espalda para ocultar su rostro.
— ¡No! ¡No!—Hilda
repitió muchas veces al abrazarlo por el brazo—. Las cosas no fueron así Bud, por favor, escúchame. Aunque hubiera sucedido
como dices, aunque sólo fuiste un nombre en la lista de las nornas, yo te elegí
a ti como mi esposo porque me enamoré de ti… No creas lo contrario, te lo ruego
—le pidió, con lágrimas en los ojos al serle desgarrador escuchar tales
reclamos—. Todo lo que hemos vivido
juntos, son sentimientos que jamás podría fingir… no pienses así de mí, por
favor… Debes confiar en mí así como
yo confío en ti… Te amo… es la verdad… no permitas que esos pensamientos tuyos
nos separen… no ahora.
Bud se atragantó
al escucharla llorar y cómo es que se esforzaba para que la mirara a la cara,
pero el tigre de Zeta sabía que si veía dentro de esos ojos azules quedaría
rendido a sus pies, estaría dispuesto a creer en su palabra y todo se
resolvería… pero la necedad de su corazón herido y su propio orgullo lo llevaron
a evitarlo, no quería que eso sucediera, todavía no… tenía que convencerse por sí
mismo de la verdad.
Bud la sujetó
por los brazos y la separó de él, marchándose de la terraza una vez que dijera
—Necesito tiempo… lejos de ti.
De haber sabido
que el destino estaba atento para jugar con sus deseos, quizá Bud habría
decidido usar otras palabras con su
esposa.
Bud sólo tenía
que girar en la esquina para llegar al ala médica, pero faltándole algunos
pasos vio cómo un cuerpo salió despedido, destrozando la puerta del lugar hasta
estrellarse contra el muro. Reconoció inmediatamente a una de las amazonas del Santuario,
la cual quedó exánime en el suelo tras el feroz golpe recibido. Al ver los ojos
de la guerrera supo que no tenía caso brindarle ayuda, murió antes de caer al
suelo.
Bud se apresuró
a entrar a aquella habitación, permaneciendo en el marco de la puerta
destrozada, sin mirar a los enfermos aterrados y a quienes los asistían, sólo
le prestó atención a la mujer de armadura jade que allí se encontraba.
La mujer estaba
contemplando la armadura de la Copa cuando la presencia de Bud la obligó a
girarse hacia él, reconociéndolo.
— Bud de Mizar,
esperaba que nuestros caminos se cruzaran —ella dijo con un tono respetuoso.
— ¿Qué estás
haciendo aquí? ¡Responde! —cuestionó, exaltado.
— Te he traído
un obsequio Bud, uno que te hará dormir plácidamente —ella musitó, extendiendo los
brazos a sus costados—. Llegó la hora de descansar. De esta guerra y de todas tus
preocupaciones ya no tendrás ni el recuerdo.
FIN DEL CAPITULO 41
* Om Mani
Padme Hum: Es un mantra con el que se calma la mente y confiere
serenidad. Significa: "Saludo a la
joya en el loto".
* Bodhisatva:
se le llama así a un ser humano que teniendo una existencia ética, compasiva,
generosa y sabia puede alcanzar la iluminación o el Nirvana, pero al estar a
punto de alcanzarla, renuncian a ella y hacen el voto de llevar a todos los
seres primeramente a la iluminación.
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