viernes, 15 de enero de 2016

EL LEGADO DE ATENA - Capitulo 53. Oscura rebelión, Parte III

Clyde, dios guerrero de Megrez, avanzaba por un largo túnel dejando residuos de su sangre en cada paso; incluso cuando apoyaba las manos contra los muros sus huellas quedaban impresas en color escarlata.
Lo único que motivaba a su cuerpo fatigado y herido a no detenerse era la esperanza de estar por llegar al final de la gruta. Tal aferro a vivir le resultaba irónico, pues en el pasado deseó casi a diario que la muerte llegara a él y ahora suplicaba para que no lo alcanzara… todavía no.

Tras abandonar Asgard aquel día, se adentró a Bluegrad en la búsqueda de una valiosa información. Impulsado por los consejos del shaman Vladimir, Clyde viajó al reino que se había vuelto una extensión más del territorio del dios Poseidón, descubriendo lo corrompida que se encontraba por malos espíritus.
Pese a estar consciente de la situación del reino no buscó ser un héroe, nunca lo ha sido. Sólo entró sin que nadie se percatara de su presencia, rebuscó dentro de la famosa biblioteca de Bluegrad y salió de ella en cuanto obtuvo lo que necesitaba. No fue una tarea sencilla pero su magia y habilidades le abrieron las puertas necesarias.

Bluegrad fue una pequeña parada pues el único propósito era encontrar el camino hacia el continente Mu*, la tierra que fue sumergida en el océano por designio de los dioses desde la era mitológica, siendo centurias después que comenzó a ser utilizada por el Shaman King y la Tribu de los Apaches como un lugar sagrado.
Pocos lo saben pero allí se encuentra el santuario del Shaman King, siendo el sitio donde cada quinientos años se libra la pelea que decide quién se convertirá en el nuevo Rey.

Se dice que en el nivel más profundo de tal santuario se encuentra la morada del Shaman King y es en donde Yoh Asakura se encontraba actualmente… o eso le aseguró Vladimir.
El problema fue que el misterioso Vladimir no le facilitó cómo llegar al recinto sagrado, por lo que tuvo que valerse de sus propios medios para lograrlo.
En un viejo pergamino encontró las pistas que lo condujeron allí, donde no fue recibido como un intruso, sino como alguien lo suficientemente tenaz que sería puesto a prueba.

Aquellos que deseen ver al Shaman King sin que éste los haya invitado, tienen que descender por cada uno de los niveles que están custodiados por poderosos shamanes. No existe forma alguna de que las puertas de cada escenario se abran a menos que el  custodio en turno lo permita… o que este sea derrotado.

Clyde maldijo su suerte repetidas veces, pues el cuerpo que tanto se empecinó en estropear durante años le dificultó mucho el recorrido. Tuvo suerte también, tenía que admitirlo, en ciertos niveles los custodios estaban ausentes y eso era un paso automático al siguiente escenario; otros sólo fueron curiosos y tras algunas preguntas lo dejaron pasar; el resto lo enfrentaron y tras comprobar su valía como guerrero le concedieron el paso…. Sólo uno de ellos lucho con él hasta las últimas consecuencias y estuvo a punto de morir a su lado de no ser por algunas pócimas que le ayudaron a seguir con vida pese a su convalecencia.

El peto y casco de su armadura fueron pulverizados en las batallas, y las piezas que aún se aferraban a su cuerpo estaban cuarteadas y deshaciéndose en pequeños trozos. La magnánima espada de hielo redujo su función a tener que servir de bastón para el tullido guerrero de Megrez.

Clyde llegó al final de aquel pasadizo que lo condujo a una amplia y vacía cámara. No había ningún objeto, mueble o escultura en ella, sólo las paredes y piso de piedra totalmente alisadas. Algunos muros estaban parcialmente cubiertos por lianas y hojas, el techo se perdía en la negrura de las sombras y sólo hasta el fondo del sitio se distinguía una construcción.
Clyde avanzó un poco más, distinguiendo las escaleras y el pedestal donde un trono de roca se alzaba un metro por encima del nivel del recinto. En él estaba sentado un hombre de largo cabello oscuro que vestía una túnica color ocre; sus ojos estaban cerrados, como si durmiera, pero el dios guerrero no se confió.
— Tú debes ser Yoh Asakura —Clyde habló al detener su andar, mas no obtuvo respuesta ni reacción.
— El Shaman King —prosiguió, esperanzado—... Vine hasta aquí buscando tu ayuda, me dijeron que eras el único capaz de reparar mi error. —El dios guerrero dio unos pasos más para acercarse a las escaleras, mas antes de que alcanzara a pisar el primer peldaño fue abatido por una fuerza abrasante que lo empujó varios metros hacia atrás.
Clyde de Megrez cayó pesadamente de espaldas, quedando en shock unos instantes, asimilando la energía que lo atacó.
Logró ponerse de pie, mirando hacia el asiento del Rey para percatarse de una presencia. Por encima del durmiente Shaman King se manifestó un ave de luz blanca, tan pura y reluciente que no lastimaba los ojos. El ave mantenía sus alas extendidas, pero no necesitaba aletear para mantenerse en el aire; la entidad carecía de rasgos mas el sonido que emitió era propio de un águila.

— ¿Qué significa esto? ¿Para esto abandoné mi reino, a mi gente y crucé este infierno al que llamas “santuario”? ¿Para ser ignorado? —Clyde cuestionó, frustrado—. ¡Respóndeme!
En respuesta, aparecieron otras dos aves más a los costados de la original, que al instante se abalanzaron sobre el dios guerrero. En esta ocasión fueron contenidas por el poder de Clyde, quien blandió la espada flamígera de hielo y cortó a ambas entidades que terminaron por desvanecerse.
— ¡Si quieres echarme tendrás que hacer algo mejor que eso! —bramó, siendo la ira lo que revitalizó su cuerpo maltrecho—. Deseé ser políticamente correcto, pero veo que aquí, como en muchos otros reinos, la fuerza es el lenguaje predilecto.
Ante sus palabras, las apariciones se multiplicaron más allá de sus expectativas. Alrededor de toda la vasta cámara se posicionaron cientos de aves luminosas, siendo Clyde el centro de su atención y blanco.
En el momento en que Clyde sujetó la espada de fuego con ambas manos, las criaturas atacaron de manera simultánea. El dios guerrero logró deshacerse de las que su espada cortaba, pero por número y velocidad las aves alcanzaban a golpearlo, hiriéndolo y transmitiéndole un dolor insufrible en cada embestida, como si las criaturas lo atravesaran y quemaran su interior.
Aunque su espada eliminaba a todas las que tocaba estas parecían ser infinitas, pues el arte que les daba vida se encargaba de crear una nueva y reponer un espacio.
Clyde cayó de nuevo, golpeándose la boca contra el suelo. Giró un poco el rostro en el momento justo en que la parvada se precipitó contra él como pájaros hambrientos sobre una hogaza de pan.
El dios guerrero de Megrez pudo haber desaparecido en medio de los graznidos de la parvada, mas su terca alma continuó negándose a la rendición.
Con un grito atronador el cosmos invernal de Clyde se extendió en forma de ventisca, empujando a los entes luminosos, haciéndolos desaparecer ante su rugido.
Su voz se apagó pero no las llamas de su cosmos, el dios guerrero miró hacia el trono del Rey cuando fue sacudido por un ataque de tos, el cual lo derrumbó sobre sus rodillas. Se tapó la boca con desesperación en un intento de controlar su malestar, pero esto sólo ocasionó que le sangre emergiera como abundante vomito.

— Estúpido cuerpo —musitó, apenas pudiendo respirar—… No quisiste morir cuando debiste… así que ahora debes resistir… no es el momento… aún no… No hasta que... haya cumplido… mi deseo…
El dios guerrero calló al ver que en el cielo la parvada de aves volvió a materializarse para continuar con una batalla que tendría un solo final.
Clyde se alzó pese a que sus piernas se resistieron. Con su cosmos brillante en alto y la espada de cristal a su costado, estaba decidido a superar a sus enemigos.
Las aves se alistaron para repetir la estrategia anterior, lanzándose en picada contra el dios guerrero. Pero como si el tiempo se hubiera detenido súbitamente, los entes luminosos se quedaron congelados en el aire y en completo silencio.
Clyde pestañeó, incrédulo y desconfiando de aquel fenómeno que no le afectó, pero se sorprendió cuando escuchó unos pasos. Por instinto giró el cuerpo hacia el trono del rey de los shamanes, viendo para su sorpresa que este se había puesto de pie y descendía lentamente los escalones.
No hubo palabras o acciones. Con tan sólo mirarlo caminar hacia él, Clyde sintió que algo lo desarmó pese a que la espada llameante continuaba en su mano; que algo lo retenía pese a que no había sogas en sus extremidades; que la muerte se acercaba pese a que era sólo un hombre en sandalias el que venía en su dirección.

El Shaman King pasó a través de las criaturas de luz que estaban en su camino sin ninguna clase de percance.
Yoh Asakura se detuvo a un paso de distancia, siendo Clyde quien terminara de rodillas en el suelo… Podría pensarse que fue por el cansancio y el dolor, pero el asgardiano tendría que admitir que fue por más que eso.
El dios guerrero de Megrez retuvo la mirada del Shaman King, encontrándose con un rostro que no esperaba ver en una autoridad como la suya.
Hola —fueron las palabras del Rey tras una respetuosa y afable sonrisa.




Capítulo 53. Oscura Rebelión, Parte III

En algún lugar dentro del plano astral.

Iblis, Patrono de la Stella de Nereo, contempló con asombro la forma en que las puertas a otra dimensión se abrieron y cerraron por voluntad del santo de Géminis.
Al igual que Albert, él también se preguntó qué sucedería con el alma del santo de Libra, a qué remota región del plano astral viajaría o es que acaso sería destruida por las fuerzas que rigen aquel reino repleto de misterios.

Iblis descendió hasta que sus pies tocaron el suelo, mirando a lo lejos al santo de Géminis, quien se mantuvo con un temple tranquilo y meditabundo contemplando el cielo, justo el punto en el cual Nauj de Libra fue visto por última vez. Quizás aguardaba una reaparición milagrosa y audaz.
— No volverá —dijo Iblis, manteniendo los brazos cruzados—, ni siquiera yo puedo sentir residuos de su alma en este plano —explicó, confiado en sus habilidades—, y mira que lo estoy intentando.
— ¿Estás seguro? —cuestionó Albert, manteniendo su posición.
— Totalmente. Admito que me intriga, pero sea lo que sea lo que tu técnica hizo con él, lo envió lejos.
— Bien —musitó Albert—. Significa que el plan puede continuar…
— Sí, todo ha salido bastante bien —secundó el Patrono—. Tuve mis dudas, pero hice bien en elegirte a ti, Albert. Aunque creo que ya te he dejado jugar lo suficiente con los santos, es hora de que cumplas con el evento principal: asesinar al Patriarca. Sé que es algo que has esperado por mucho tiempo, al fin podrás cumplir con tal anhelo —se regocijó pensando en el próximo drama que  atestiguaría.
Albert se giró hacia el Patrono con un gesto serio.
— Tienes razón, pero incluso por encima de tal “anhelo”, como tú lo llamas, hay otro que me gustaría ver cumplido primero…
Iblis tardó en comprender, y sólo lo hizo cuando un inmenso dolor entró por su espalda.
El Patrono gimió, sus sentidos se descuadraron unos instantes sin poder apartar la vista de Albert, quien sonreía con satisfacción en la lejanía.
Cuando escupió sangre a borbotones de su boca, Iblis se obligó a mirar hacia abajo para encontrar la aterradora imagen de un puño ensangrentado emergiendo de su pecho. Aunque sus piernas perdieron fuerzas para mantenerse en pie, no cayó al suelo por la presencia del brazo que se albergaba dentro de su caja torácica.
Iblis intentó girar el cuello y ver el rostro de su atacante, pero no pudo voltear lo suficiente, sólo hasta que su asesino habló es que entendió todo.
— Sí, no sentía que fuera correcto proseguir con el plan si no me encargaba de ti primero, Iblis.
El Patrono se confundió al reconocer la voz de Albert proveniente de su espalda y ver claramente su imagen allá en la distancia.
— Tuve razón al suponer que tus habilidades sólo te permitían conocer lo que había a mi alrededor, mas no leer mis pensamientos, jamás lo hiciste, de lo contrario no estarías a punto de morir —el santo se mofó, haciendo desaparecer la ilusión que vistió con su imagen para engañar al Patrono de Nereo—. Debo admitir que actuaste bastante bien tu papel de fantasma, pero estás a poco de conocer lo que es en verdad ser un espectro.
— ¡Albert…! ¡Tú…! —gruñó con la boca repleta de sangre, gritando cuando el santo removió un poco el brazo que mantenía dentro de sus entrañas.
— No sabes cuánto ansiaba acabar con tu miserable vida. Siempre he sido un hombre paciente, tenía que esperar hasta encontrar el momento correcto —habló sin consideración por el dolor ajeno—. Imaginaba que mientras continuaras dentro del plano astral sería imposible para mí liquidarte, por ello tuve que buscar la forma de convencerte de que me trajeras hasta ti.
— … ¿Có… mo te atreves? Creí que… —el Patrono intentó decir, interrumpido por un ataque de tos.
El santo de Géminis prosiguió, ignorando sus reproches y convulsiones—: Fue una decisión arriesgada, pero con tal de deshacerme de ti decidí aventurarme y al final logré mi cometido —rio sarcástico—. Lo que nos dijiste fue verdad, pelear con Nauj de Libra me permitió comprobar que estando aquí serías un blanco fácil. Pude engañar tus sentidos como lo habría hecho en el mundo terrenal si no fueras una rata cobarde.
— … El señor Avanish no… no perdonará que tú… lo traiciones —Iblis se esforzó por decir.
Albert rio de nuevo—: Con esta acción al único que estoy traicionando es a ti —explicó—, no a él. Tú error fue creer que te debía completa sumisión cuando lo único que sentía por ti era desprecio. ¿De verdad creíste que perdonaría la humillación que me hiciste pasar? —cuestionó con furia, ensañándose con su brazo—. Como te dije una vez, yo no te debo nada… Excepto el haberme llevado ante el señor Avanish —agregó, con fingido agradecimiento—… y sólo por eso es que no te torturaré más. ¡Desaparece, basura!

El santo generó en su brazo una resplandeciente luz que prendió totalmente en llamas al Patrono de Nereo, éste se retorció con violencia, aullando con todas sus fuerzas mientras la energía cósmica consumía su cuerpo en tan singular hoguera.

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Cementerio del Santuario de Atena, Grecia.

Albert de Géminis abrió los ojos, encontrándose a sí mismo postrado de cuclillas en el suelo. Parpadeó un par de veces, alzándose con lentitud para encontrarse con las miradas interrogantes de dos santos de plata que custodiaban la zona y su bienestar.
— Señor Albert, ¿está todo bien? —preguntó Vergil, santo de Cerbero.
— Cumplí con mi cometido, espero que no haya ocurrido ningún contratiempo —Géminis respondió, aliviado de que su intuición fuera acertada: tras la muerte del Patrono pudo regresar al mundo que conocía.
— Ninguno —respondió Vergil de Cerbero.
— ¿Qué espera que hagamos con esto? —cuestionó Nimrod de Centauro, señalando con su barbilla el cuerpo inerte del santo de Libra tirado a sus pies.
— No presenta signos vitales —explicó el santo de Cerbero—. Al verlo caer durante nuestra vigilia supusimos que fue usted quien ganó la batalla. Nos preocupamos por su tardío reaccionar.
Albert avanzó hacia el cuerpo del Nauj de Libra, dedicándole una rápida mirada antes de dar media vuelta, en dirección a las doce casas.
— Entiérrenlo —ordenó sin remordimiento—, sin demoras. Esta noche será muy agitada y es seguro que tendrán que cavar muchas más tumbas por la mañana.

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Ciudad de Meskenet, Egipto

Kenai de Cáncer y Calíope de Tauro viajaron a Egipto con el propósito de encontrar y detener al Patrono Sennefer. Sabiendo la historia y obsesión que el Patrono tenía con las tierras de Ra, imaginaron que los Apóstoles serían los mejores aliados para tal encrucijada.
Arribaron a la ciudad en reconstrucción sin ninguna clase de aviso, pero no por ello fueron mal recibidos, por el contrario creyeron que habían sido convocados a la reunión que estaba por celebrarse.
Habían escuchado que la ciudad  quedó prácticamente en ruinas tras la batalla contra los Patronos, pero había muchos edificios y viviendas con tan buena apariencia y arquitectura que parecía imposible que todo aquello pudiera alzarse con simple mano de obra en tan poco tiempo.

Ambos quedaron cautivados por el palacio, jamás creyeron que podrían ver una pieza arquitectónica como aquella en la actualidad. Toda la antigua cultura del desierto sólo se encontraban en ilustraciones, simulaciones o escenografías, pero esto era auténtico.

— Este lugar es… reconfortante —dijo el santo de Cáncer al mirar a través de los pilares de la estancia—. Puedo sentir cómo los espíritus cabalgan en el viento, la armonía de este lugar es casi perfecta… mucho más pura que en la misma aldea de los Apaches —comentó al mover la mano por delante de su rostro, como si quisiera tocar algo con respeto y fascinación.
— Me pones nerviosa cuando comienzas a hablar solo —dijo Calíope, quien lo acompañaba en la estancia de aquel jardín. Frente a ella tenía a la vista el Nilo y sus aguas resplandecientes por el brillo de la luna, era como mirar un río de plata.
— ¿Quién dijo que hablo solo? ¿Estás aquí, no? —Kenai de Cáncer aclaró, tomando asiento en el banquillo acolchonado más cercano.
— Te he visto hablando con tu cuervo… Por cierto, ¿dónde está? —la amazona preguntó al notar la ausencia del pajarraco de plumas plateadas que no solía alejarse de Kenai.
— Lo envié a explorar los alrededores, sólo por si acaso.
— Aún no puedo creer que el señor Seiya nos haya dejado abandonar el Santuario con tanta facilidad —la amazona comentó—, pensé que pondría mayor resistencia. Aunque también me extrañó que el Patriarca no nos recibiera en el Gran Salón.
— Debió estar atendiendo algo sumamente importante —Kenai dijo, despreocupado—. Pero no me sorprende que nos hayan dado permiso para venir aquí. Según tengo entendido no hace mucho recibieron a un enviado de la aldea de los Apaches, quizás trataron un tema delicado como este que tenemos entre manos.
— ¿Sin avisarte a ti?
— Recuerda que estuve “fuera” los últimos días—el santo le recordó—. No hubo tiempo para ponernos al día.
Entonces se vieron interrumpidos por una tercera voz que dijo—: ¿Y qué es lo que ustedes dos están haciendo aquí? Hasta donde me informaron se decidió no involucrar al Santuario.
Kenai y Calíope se pusieron de pie al reconocer al santo del Fénix, Ikki. Aunque ninguno de los dos lo conocía de manera personal, su renombre ante la nueva generación era tal como para que dos santos de oro le concedieran el debido respeto.
— Señor Ikki, escuchamos que ahora residía aquí en Meskenet —la amazona inclinó un poco la cabeza—. Es un gusto volver a verlo.
— Si no mal recuerdo ustedes son… Calíope de Tauro y… Kenai de Cáncer —Ikki se remontó a las últimas visitas hechas al Santuario.
— Efectivamente —Kenai confirmó—. Pero qué quiso decir con que no estábamos invitados, ¿qué está ocurriendo?
— Supongo que es como dicen, o es una gran coincidencia—el santo del Fenix mantuvo su distancia—, o es la mano del destino moviéndose. Bien, me pidieron venir y cuestionarlos acerca de sus intenciones, por lo que les sugiero que sean breves.
— Es acerca de Sennefer —respondió el santo de Cáncer.
Ikki guardó silencio un momento en lo que una fugaz sonrisa cruzó por su cara. — ¿Coincidencia? No lo creo— se mofó—. Vengan, les explicaré en el camino.
Kenai y Calíope intercambiaron miradas antes de seguir el camino por el que el santo del Fénix se adelantó.

— Como saben, el llamado Sennefer es una maldición milenaria que nació en el reino de Egipto —Ikki explicó—; por ende el Chaty regente y sus guerreros tienen la responsabilidad de ponerle fin. Pasaron por una grave situación que finalmente han podido estabilizar, lo que les permite prestar la atención debida a la búsqueda del enemigo que asesinó a su antiguo Faraón.
— Es admirable lo rápido que lograron reponerse —añadió Kenai, distrayéndose un poco por los murales y objetos decorativos que dejaban atrás, lamentando no poder detenerse para admirarlos apropiadamente.
— Aún se necesita de trabajo, pero confío en que la comunidad superará todo esto— Ikki comentó sin mirar hacia atrás—.  Hace algunos días recibimos una visita inesperada, imaginarán cuál fue mi sorpresa al encontrarme con un dios guerrero de Odín a las afueras del palacio.
— ¿Un asgardiano? ¿Buscando refugio en Meskenet acaso? —inquirió Calíope de Tauro, pensando en  la familia real de Asgard que ahora se refugiaba en el Santuario.
— No. Dijo traer una información importante para los Apóstoles y el Faraón: la ubicación de Sennefer y el Cetro de Anubis.
— ¡¿Qué?! ¿Y es verídica? —Kenai preguntó, asombrado.
Ikki asintió—: Se enviaron exploradores capacitados esperando confirmarlo, todo indica que es verdad. Tras eso, nos ha pedido que invoquemos a ciertos señores de casas importantes de shamanes y hechiceros siguiendo las órdenes del mismo Shaman King.
— ¿El Shaman King? ¿De verdad ha regresado?
— Es algo que muchos desearían, pero no es así —Ikki respondió con cierta frustración—. Ya lo escucharán del dios guerrero de Megrez, es por él que esta reunión se llevará a cabo. Ustedes arribaron antes que algunos de los invitados, por lo que será mejor que se comporten —les indicó como si fueran unos niños.

Los santos de oro fueron conducidos por el interior del palacio, sin toparse con servidumbre ni guardias, sólo antorchas y lámparas que iluminaron perfectamente su andar.
Bajaron un par de escaleras hacia pasillos subterráneos, llegando al fin al lugar destinado. Allí dos porteros en armaduras de bronce empujaron las puertas para permitirles el paso, cerrándolas en cuanto los invitados entraron.
Con tan sólo cruzar el marco de la entrada, Kenai resintió la fuerza espiritual que trabajaba sobre la estancia, no algo dañino ni mucho menos maligno, sino algo protector.
Los santos se encontraron dentro de una cámara completamente sellada, sin ventanas ni otras salidas más la que acababan de atravesar. Era una habitación lujosa y opulenta, el suelo y muros de mármol blanco, con jeroglíficos grabados en oro en las paredes y estatuas conmemorativas de los dioses del reino.
Divisaron un trono de oro vacío, y frente a este se hallaba una larga mesa rectangular, revestido con un mantel de seda blanca y costuras azules. En la superficie se distribuyó un banquete con charolas llenas de frutas de la región, jabalí y pato asado, pescado, cangrejo y diversas tartas junto a jarrones de vino. Había diez sillas de respaldo alto flanqueando la mesa, pero sólo dos asientos estaban ocupados.
Calíope miró con curiosidad al hombre de cabello y barba trenzada que vestía una armadura azulada visiblemente dañada, este los miró con extrañeza.
— ¿Santos de oro? —preguntó el dios guerrero de Megrez, permaneciendo de brazos cruzado y apático hacia todos los presentes.
— No fui yo quien los llamó —se adelantó Ikki—. Dicen que fue una simple coincidencia.
— “No existen las coincidencias, sólo existe lo inevitable” —dijo el segundo de los invitados, quien sí se aprovechaba de la ocasión para comer. Aún con la boca un poco llena de carne sus palabras fueron claras—, esa frase la escuché mucho en la batalla de hace quince años, por lo que creo que es apropiada. —Pasó el bocado con un trago a su bebida antes de volverse y sonreírles—. Lamento eso, el viaje fue muy largo hasta aquí y no había comido nada en días. Soy Horokeu Usui*, un gusto en conocerlos—saludó el simpático hombre de cabello blanco en puntas y ojos azules. Vestía con ropas ligeras negras llenas de gruesos bordados azules y una bandana atada alrededor de su frente.
Kenai reconoció los símbolos en la ropa de aquel hombre, indicándole que se trataba de un shaman de la tribu ainu de Japón. Pese a actuar con una actitud relajada y hasta atolondrada, Horokeu Usui contaba con una tremenda fuerza espiritual.

El santo de Cáncer les explicó brevemente los motivos por los que estaban en Meskenet, y al mencionar al “Espíritu de la Muerte” el shaman de cabello blanco casi escupió la comida al intentar reprimir una risa. Él se disculpó pero no dio una explicación, sólo musitó un leve —: Volverá a pasar— y continuó comiendo.

Una vez que todos tomaron un lugar en la mesa, no pasó mucho tiempo para que ingresaran dos personas más a la estancia.
Uno era un hombre de mediana edad, de piel clara y complexión robusta que llevaba ropas con diseño oriental de dos piezas, la superior de colores rojizos con largas mangas y cuello alto; la inferior un pantalón blanco holgado. Tenía el cabello blanco que apenas cubría un poco su frente y tapaba su nuca. Él mantenía los ojos cerrados, lo que permitía que otros contemplaran las viejas quemaduras sobre sus párpados y alrededor de ellos.

El segundo era un hombre de la misma edad, alto, delgado y con aire sofisticado pues lucía un traje de sastre y corbata de color negro y camisa tinta. Su cabello también era blanco, largo hasta la cintura y una pequeña pinza detrás de su cabeza hacía que tres mechas de cabello sobresalieran como las puntas de un tridente sobre su sien. Pero lo que más resaltaba en él, sobre todo para Kenai de Cáncer, era el feroz color dorado de sus ojos.

Ambos despedían un poder espiritual arrollador.

— ¡Ah, llegaron tarde, como siempre! ¿Acaso vinieron juntos? —preguntó Horokeu, sosteniendo una pierna asada y jugosa a la que estuvo a  punto de encajarle los dientes segundos antes—. Cielos, ¿desde cuándo no nos veíamos?— Se levantó para saludarlos con un fuerte apretón de manos y palmadas en los hombros.
El de ropas orientales respondió al saludo, pero el hombre de traje mantuvo los brazos cruzados y sólo recibió las palmadas.
— ¿De qué rayos hablas? Si nos vimos el año pasado en el cumpleaños de tu hija —respondió el trajeado con cierto fastidio.
— Sigue siendo mucho tiempo —dijo Horokeu.

Mientras ellos tres hablaban animadamente, eran observados por los santos y el dios guerrero, cada uno con sus impresiones diferentes, pero teniendo una inquietud en común: ¿Por qué los tres tenían el cabello blanco? ¿Casualidad, moda o existía una historia detrás?

Por otro lado, Kenai de Cáncer permaneció absorto, sin poder apartar la vista del hombre trajeado. Pestañeó repetidas veces pero la ilusión persistía, sus labios se movían como si quisiera formular la pregunta que su cabeza le exigía hacer mas su prudencia callaba.
Cuando el hombre de traje se sentó, descubrió la forma nada discreta en la que era observado por el santo de Cáncer. Se sostuvieron las miradas unos segundos en los que Kenai soltó un titubeante —: Tú… usted se parece…
Horokeu sonrió traviesamente y musitó para que su amigo escuchara—: Esa cara, todos hacen esa cara —se burló—. Ahí viene, tres… dos… uno….
— ¿Por qué es que…? —intentó decir Kenai, pero el hombre de ojos dorados se adelantó.
— Antes de que digas algo estúpido e irritante, permíteme detenerte —alzando la palma de la mano para frenar su balbuceo—; la pregunta correcta sería: “¿por qué es que el Espíritu de la Muerte se parece a usted?” Jamás al revés.
Kenai se sintió aún más confundido pues era verdad, ante él tenía a un hombre con la apariencia que la Muerte suele tomar en su reino. Por supuesto que la entidad se manifestaba en una versión más joven y con el cabello negro, pero eran prácticamente idénticos, como si fueran padre e hijo, incluso compartían el mismo semblante serio e impaciente al hablar con los demás…
Horokeu Usui rio un poco—: Por favor discúlpenlo, aquí mi amigo Ren Tao* es de poca paciencia y siempre pasa lo mismo cuando se topa con individuos que han visto a la Muerte en persona. Es un tema sensible para él… —dijo susurrando, como si de verdad creyera que el aludido no podría escucharlo aún al tenerlo a su diestra.
— Estás exagerando —comentó Ren Tao sin tomarlo a gracia—. Siempre hacen mucho escándalo al respecto, eso es lo irritante y nada más.
— La duda es entendible —intervino el hombre ciego, manteniendo una actitud pasiva—, no es complicado de explicar, sino de creer. Sólo puedo decirte que nosotros tres estuvimos muy involucrados en una de las batallas que trajeron la Nueva Era, y cuando se necesitó regresar el equilibrio al mundo una parte de nosotros fue tomada para tal proceso… Es por ello que la similitud es impresionante.
Kenai asintió, luchando por no indagar en el asunto, intentando armar por sí mismo el resto del rompecabezas.

Los demás se sintieron excluidos de aquella conversación, mas antes de que buscaran una mejor explicación a la reunión se presentaron el Chaty y los Apóstoles Sagrados de Osiris, Isis y Horus, acompañados por un jovencito.
— Bienvenidos sean todos al palacio de Meskenet —saludó el Chaty al encaminar al joven hacia el púlpito del trono—. Agradecemos a todos los que han acudido al llamado no sólo de mi pueblo, sino del Shaman King.
La Apóstol Sagrada de Isis permaneció junto a las puertas; el Chaty y el Apóstol Sagrado de Osiris tomaron un lugar en la mesa; y finalmente el joven príncipe se sentó en el trono del salón siendo el Apóstol Sagrado de Horus el que se mantuvo a su diestra como su leal guardián.
— Ya que todos los invocados han llegado, no hay razón para demorarnos más— el Chaty añadió antes de sentarse a la cabeza del tablón del banquete—. El príncipe y heredero al trono, Attem I, estará presente sólo como oyente.
Ninguno de los invitados objetó, imaginaban que su presencia era por fines educativos y nada más.
— Señor Ren Tao, señor Horoken Usui y señor Syaoran Li*, como expliqué en mi mensaje acudimos a ustedes en tiempos de gran necesidad, guiados por el consejo que el señor Asakura ha enviado a través de un mensajero que aquí nos acompaña— el Chaty explicó.
— Ju, típico de Yoh, seguramente se metió en un lío muy grande y ahora pretende que nosotros lo solucionemos —comentó Ren Tao con desagrado.
— Sí —secundó Horokeu al echarse para atrás en su asiento y poner los brazos atrás de la cabeza—, uno que lo llama para invitarlo a convivios familiares y él sólo devuelve la llamada para invitaciones mortales y apocalípticas.
— Y sin embargo ninguno de nosotros se lo perdería —aseguró Syaoran Li, sabiendo que Ren y Horokeu jamás abandonarían a Yoh Asakura—. Debe ser algo que nos concierne a todos, de otro modo jamás nos habría reunido.
— Ese fue el trato —agregó Ren con cierto hastío—, uno que supe incumpliría tarde o temprano. Por lo que vamos, digan de una buena vez qué es lo que ese bueno para nada quiere ahora.

Clyde de Megrez tomó la palabra para relatar brevemente su viaje hacia el continente Mu, donde encontró a Yoh Asakura del que esperaba recibir ayuda, pero a cambio el Shaman King se la pidió a él.
Clyde omitió el acuerdo al que llegaron y sólo transmitió el mensaje importante: la localización de Sennefer y la urgencia por detenerlo. En otras circunstancias Yoh Asakura confiaría en la fuerza de los Apóstoles y Santos combinada para frenar sus ambiciones, pero el Apóstol caído se hará de una gran fuente de poder que le permitirá doblegar al mundo si es su deseo, y por ello es que recurrió a los tres guerreros en los que más confía.
De la misma forma, entre el Chaty y Kenai de Cáncer actualizaron a los tres hombres peliblancos sobre lo ocurrido, desde la aparición de los Patronos hasta el altercado en el reino de la Atlántida, así como la advertencia del Espíritu de la Muerte.

— ¿Y si el mundo está despedazándose, por qué él no nos buscó en persona? ¿Por qué no está aquí? ¿Qué es lo que está haciendo exactamente? —Ren Tao cuestionó con dureza.
— Dijo tener asuntos que finalizar —respondió Clyde en total calma—, pero una vez concluidos aparecerá ante ustedes.
— Desde que se convirtió en Shaman King se volvió el señor misterioso —comentó el shaman Horokeu, quien mordisqueaba un dulce dátil—. Cuando se separó de Anna fue la primera señal.
— Ninguno de nosotros puede juzgar al señor Asakura —alegó Kenai—, nadie en esta sala entiende o conoce lo que conlleva el peso del manto del Shaman King, por lo que les pido que nos enfoquemos en lo que nosotros podemos hacer ante esta amenaza y no los que otros tendrían que hacer.
— Concuerdo—dijo Syaoran Li.
— Calma, calma chico —Horokeu pidió—, nadie aquí está negándose a ayudarlos. Es más, no olvido que aún le debo un favor a la antigua Faraona Inet. En verdad lamento mucho su muerte —dijo con solemnidad, buscando que el príncipe lo escuchara.
— Sugiero que si vamos a hacer algo sea ya —aclaró Ren Tao—. Por lo que entiendo, su falta de prisa por cazar a un enemigo potencialmente peligroso fue su más grave error, lo subestimaron y eso les costó no sólo la vida de sus reyes sino una humillación imborrable. Así que, antes de que sea demasiado tarde vayamos y acabemos con esa serpiente llamada Sennefer.

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Grecia, El Santuario de Atena, Star Hill.

En la cima de la montaña sagrada se daba la ilusión de que el resto del mundo había desaparecido. Sólo el manto celeste y las nubes acaparaban la visión, todo se encontraba sumido en el silencio y los sentidos no podían conectarse a nada ni a nadie que estuviera fuera de Star Hill. Lo mismo ocurría a la inversa, quien permanecía allí desaparecía para todos los habitantes de la Tierra.
La falta de distracciones facilitaba a los elegidos la serenidad necesaria para encontrar la iluminación de las estrellas.
El tiempo de meditación, la afinidad de sus sentidos, el dominio sobre el cosmos y la bendición de la diosa de la sabiduría, han permitido que el Patriarca sea alcanzado por visiones que al principio fueron confusas y breves.
Pedía respuestas al universo y éste respondía enviándoselas, mas era tarea del Patriarca entenderlas e interpretarlas. Tomó su tiempo, y poco a poco las predicciones se volvieron secuencias de imágenes que le mostraban lo inevitable. Quizá debió abandonar Star Hill desde la revelación de la primera de ellas, pero las estrellas continuaron hablando y sintió que su deber era aguardar hasta asimilar cada una de sus advertencias.

Vio al sol extender sus llamas contra la Tierra, acabando con todo aquello que sustentaba la vida en ella; reduciendo a cada  ser pensante en esqueléticos y cenizos cadáveres  incendiados dentro de una atmósfera ígnea. Agónicos alaridos y desgarradores lamentos se escuchaban por doquier, pero detrás de los tronidos del fuego sobre los restos humanos comenzaron a brotar risas, primero tan leves que eran opacadas por los sollozos, pero aumentaba cada vez más su número y estruendo hasta volverse una multitud conforme las llamas sobre los cadáveres se tornaban oscuras. El fuego ganaba una consistencia sólida y flexible dentro de la que los restos humanos desaparecieron y adquirieron nuevas formas, humanoides sí, pero estaban hechos de oscuridad, con ojos blancos y bocas sonrientes que no paraban de reír y mofarse pese a que el cielo empezó a caer sobre sus cabezas y el océano entero se alzó para evitar su derrumbe.

Más allá de la atmósfera, sólo la constelación de Escorpión permanecía opaca por el luto a quien fue su representante, el resto de las estrellas del zodiaco brillaban de manera majestuosa, hasta que de la constelación de Géminis se desprendió una ola oscura que paulatinamente creció hasta cubrir todo el firmamento, dejando en la negrura total al Santuario.

Shiryu respingó tal cual hubiera despertado de una pesadilla, sudando y con la respiración agitada. Se llevó una mano a la frente, luchando por aclarar su mente y aceptar que no había error y aquello que creyó una absurda jugarreta del destino no era más que la verdad.
— Albert… —susurró con agónica decepción, sintiéndose incapaz de alzarse del trono pétreo en el cual se hallaba sentado dentro de la oscura capilla.
— “Llámeme y allí estaré” —Shiryu escuchó dentro del pequeño templo—. Esa fue la promesa que juré cumplir el día que me convertí en su discípulo, ¿lo recuerda, Patriarca?
Advertido del mal augurio que rodeaba a la constelación de Géminis, Shiryu se levantó para confrontar al recién llegado.
— Aquí estoy —dijo el santo dorado, inclinando el cuerpo de forma irreverente, deteniéndose a varios metros de la ubicación del trono.
La capilla era un lugar enclaustrado, sin ventanas o agujeros por los cuales pueda entrar la luz con excepción de la entrada principal que el santo deliberadamente bloqueaba.
— Albert, ¿qué es lo que estás haciendo aquí? —Shiryu inquirió—. Tú mejor que nadie sabe que éste es un sitio prohibido, incluso para los santos dorados.
Géminis guardó silencio unos segundos antes de decir—: Usted sabe qué es lo que planeo hacer aquí —aclaró tras sondear un poco la mente del Patriarca—. Ninguno de los dos tiene que fingir ya más.
El Patriarca percibió el asalto psíquico, sorprendiéndose pues jamás Albert había sido capaz de leer sus pensamientos. ¿Desde cuándo había incrementado sus habilidades?
Pero no se lo volvería a permitir; Shiryu protegió su mente como había aprendido hace algunos años.

— Albert, te conozco mejor que nadie. Te instruí desde que eras un niño, por lo que esa parte de mí, aquella que te educó como un hijo, se resiste a creer lo que ha visto —el Patriarca dijo con sinceridad—. Y aun cuando te presentas aquí me es imposible creer que te convertirás en la oscuridad que podría destruir al Santuario.
Después de la oscuridad siempre hay un nuevo amanecer—citó con solemnidad—. El cosmos le advierte de una era de tinieblas ¿pero acaso será perpetua? —Albert cuestionó con calma.
— El peligro que se cierne sobre la humanidad es inminente, y ahora más que nunca es cuando el Santuario necesita unir sus fuerzas. ¿Por qué lo haces? Tú que juraste proteger este recinto sagrado, quien juró no caer bajo la maldición de la constelación de Géminis, dime Albert: ¿qué es lo que sucedió para que estés a punto de traicionar tus propias convicciones? —el Patriarca cuestionó con dureza—. ¿O es que desde el principio sólo actuaste tu papel de hombre honesto?
— Estoy al tanto del peligro—el santo respondió sin remordimientos—. Es más, lo he sabido desde hace algún tiempo y sé que dará inicio en cuanto el sol se alce hoy por el oriente. No necesité ayuda de las estrellas para conocer el futuro de la humanidad —dijo con sarcasmo—, pero no tema, soy leal a mi puesto como protector del Santuario y es por ello que he tomado medidas que asegurarán nuestra supervivencia y tras ello podré establecer un nuevo orden que lo perdure —explicó, seguro de sí mismo—. Desafortunadamente, para lograrlo se necesita eliminar todo aquello que representa un obstáculo y eso lo incluye a usted, mi antiguo venerable maestro —sentenció con malicia.
Shiryu frunció el entrecejo al sentir que el cosmos de Albert se tornaba agresivo. El santo de Géminis ha evidenciado sus intentos por derrocarlo, ante la clara traición sus pensamientos deberían ser claros, pero aun así no podía dejar de sentir dudas.
— ¡Detente Albert! Si te atreves a alzar un puño contra mí no habrá marcha atrás —advirtió el Pontífice, dispuesto a defenderse y luchar—. Desconozco si tu insurrección es algo reciente o la has orquestado desde tiempo atrás, y aunque es mi obligación dejar caer sobre ti el castigo máximo estoy dispuesto a darte una oportunidad para que rectifiques tu camino, de lo contrario las consecuencias serán inmediatas.
— ¿Rectificar mi camino? —repitió Albert con ironía—. Es justamente lo que planeo hacer —musitó antes de cubrir su brazo derecho con su cosmos y precipitarse hacia el Pontífice.
Albert desapareció dentro del fulgor de su cosmos dorado, con la intención de perforar el corazón del Patriarca con su puño, sin embargo, éste bloqueó el ataque con su mano izquierda.

Aunque el santo de Géminis logró empujar al Patriarca, él contuvo todo ese poder desplegado y retuvo con fuerza el puño de Albert con una sola mano. Ni el Pontífice ni el santo realizaron otro movimiento inmediato pese a encontrarse tan cerca el uno del otro. Ambos estudiaron ese primer impacto: Shiryu jamás imaginó que en su vida tendría que enfrentar a su antiguo discípulo en una batalla a muerte, sin embargo reconocía el crecimiento de Albert como guerrero y sabía que doblegarlo sería complicado; Albert por su parte sonrió satisfecho, seguro de que él sería el triunfador.

— Haz rechazado la clemencia —dijo el Patriarca con voz severa—, y optaste por seguir el sendero de la oscuridad. Albert de Géminis, por tu intento de rebelarte contra el Santuario y a Athena no me dejas otra alternativa más que despojarte del honor conferido a ti por nuestra diosa —determinó elevando su cosmos, el cual comenzó a reaccionar con el ropaje sagrado de Géminis—. A partir de este momento te desconozco como el santo de la  tercera casa del Zodiaco y tacho tu nombre con el estigma de traidor.
Albert retrocedió por sí mismo mientras su armadura destellaba, deteniéndose cuando ésta  se separó de su cuerpo para armarse en su forma original, lejos de él.
— La cloth de Géminis no volverá a responder a tu llamado ni reaccionará a tus deseos— el Patriarca decretó sin que su cosmos esmeralda perdiera fulgor—. Has dejado de ser un santo ante los ojos del Santuario y serás juzgado por tu falta.
Albert no mostró preocupación al estar protegido sólo por su vestimenta grisácea sobra la que resaltaban una pechera, brazales, guantes, cinturón, rodilleras y botas negras unidas por gruesas correas.
— ¿No fue usted quien me dijo que no es la armadura lo que hace a un santo? —Albert cuestionó con hilaridad—. Si cree que esto va a amedrentarme, de verdad no me conoce.
El peliazul dejó que su cosmos fluyera, esta vez con un renovado destello, como si su armadura sólo hubiera estado opacando su auténtico brillo.
— Me juzga con tanta severidad sólo por lo que cree que haré en el futuro, ¿qué cambiará si se entera de lo que ya he puesto en marcha? —cuestionó.
— Albert, ¿qué es lo que has hecho?—el Patriarca exigió saber, temiendo por la seguridad de sus allegados.
— Nada que no fuera necesario —respondió tranquilamente antes de extender su brazo y que de sus nudillos emergieran múltiples rayos de luz zigzagueantes que flanquearon al Patriarca en todas direcciones.
El Pontífice movió su brazo derecho atinadamente para bloquear todos y cada uno de los impactos dirigidos a su cuerpo, a una velocidad impresionante que a simple viste pareció que los detuvo con el poder de su mente, pero los sonoros choques delataban la presencia de una cuchilla anteponiéndose a los ataques.
El Patriarca terminó con la manga derecha de su túnica vuelta girones, pero su brazo totalmente intacto.
— Necesitarás más que eso para derrotarme—aclaró el Patriarca sin moverse de su sitio—. No pienso permitir que la historia se repita en este lugar, el Santuario no volverá a ser cubierto por las sombras de la maldad sólo por el deseo de un hombre ambicioso.
— Usted fue testigo de mis intentos por evitar que el ciclo se repitiera —añadió el santo desertor—, pero descubrí que estaba yendo en contra de mi propia naturaleza, acallando la voz que me pedía ascender más, hasta alcanzar mi destino.
Albert se impulsó hacia el Patriarca tal cual en su juventud cuando entrenaba bajo su tutela, lanzando veloces y potentes golpes que tomaron desprevenido al Pontífice y lo obligaron a retroceder, dificultándosele el encontrar un espacio por el cual poder contraatacar.
Shiryu bloqueó puñetazos y patadas usando brazos y piernas, esquivando lo necesario, pero sin importar su maestría resintió la fricción que quemaba su piel y cortaba la tela de su ropa.
El Patriarca admiró en silencio la actual habilidad de Albert, pese haberlo instruido ha sido mucho el tiempo transcurrido desde su último combate. Siempre estuvo consciente de su potencial pero jamás imaginó que algún día tendría que cruzar puños con él como su enemigo. Nunca antes había percibido su deseo de sangre como lo hacía ahora, ¿qué es lo que pudo cambiar en él para que estuviera dispuesto traicionar todo aquello por lo que trabajó tanto? ¿Acaso era inevitable que los santos de la constelación de Géminis caigan en la desgracia?

¡Rozan Ryū Hi Shō! (¡Dragón Volador!)  — En un instante que logró sacar de equilibrio a Albert, el Patriarca desató la furia de su cosmos, transformándose en un dragón esmeralda que arremetió contra su enemigo.
Vapuleado por las feroces garras del dragón, Albert salió despedido de la capilla, cayendo de espaldas contra el suelo, visiblemente adolorido, pero en vez de inmovilizarse por el dolor, aprovechó el rebote de su cuerpo para girar y quedar de rodillas.
Albert se mantuvo así por unos segundos en los que tosió y escupió sangre bajo el cielo estrellado donde una inmensa luna era el único testigo de su pelea.
El Patriarca salió del templo, donde escuchó la respiración doliente de su oponente, la cual terminó abruptamente al tomar una larga bocanada de aire para sonreír.
— Podría ser mi imaginación pero… sus golpes ya no duelen como antes, antiguo maestro —dijo el peliazul antes de erguirse y limpiarse la sangre de la barbilla con el antebrazo.
— Te has vuelto muy fuerte, Albert —el Patriarca dijo, admirado por la fortaleza de Albert pese a no contar con la protección de la cloth dorada de Géminis.
— Tenía que serlo —añadió el santo desertor—, de otro modo jamás podría tomar su lugar.
En el cosmos de Albert se reflejaron imágenes del universo, donde estrellas y astros comenzaron a seguir su voluntad — ¡Galaxian Explosion! (¡Explosión de Galaxias!)
El cuerpo del Patriarca desapareció dentro de la resplandeciente aura dorada que arrastró asteroides y planetas. La explosión iluminó la cima de Star Hill tal cual hubiera ocurrido una erupción dorada.
Para cuando las nubes de residuos cósmicos comenzaron a desvanecerse, un sonido metálico atrajo la atención de Albert, por lo que pudo contemplar cómo el casco dorado del Patriarca rodó por el suelo hasta atorarse en cierta saliente irregular del terreno.
No se engañaba, su antiguo maestro no moriría con tal sencillez, pero las semillas de su victoria ya estaban germinando.
Con su habilidad, Albert atrajo a sus manos el casco del Pontífice, reflejando no sólo su imagen sino también la de Shiryu en la distancia.

La construcción que momentos antes estaba detrás del Patriarca había desaparecido, consumida por la explosión. El Pontífice mantenía las manos abiertas y alzadas hacia el frente, como si estas hubieran funcionado como escudo contra la técnica de Albert. En su túnica maltrecha había manchas de sangre. Cierta fatiga resonaba en su respiración y de su nariz emanaba sangre que goteaba constantemente.
Tal desgaste en su cuerpo y energía lo consternaban, ¿se había vuelto tan débil? ¿O en verdad su oponente estaba en un nivel muy superior?

Albert se mantuvo estoico mirando el casco del Patriarca, como si su propio reflejo lo hubiera paralizado y mitigado su sed de sangre, o eso percibió el Patriarca a través de sus sentidos.
El hombre peliazul tocó el centro de su frente con la punta de sus dedos, rascando ligeramente la piel quemada que el flequillo de su cabello ocultaba, la vacilación fue evidente en su cosmos… pero sólo por un instante.
— Hace unos momentos, dijo que no permitiría que se repitiera la historia… Si le soy honesto, yo tampoco lo espero… lo único que me permitiré imitar de mi antecesor es una simple cosa: el asesinato del Patriarca. Así que no tema, no pretendo usurpar su identidad —Albert aclaró—. Una vez que todo esto termine, podré poner esta corona sobre mi cabeza por mérito propio. Detendré a Sennefer y al resto de los Patronos, así el señor Avanish me dará lo que quede del mundo, esa será mi recompensa.
— ¿A eso llegó tu obsesión Albert? —el Patriarca cuestionó con furia—. ¿Ha aliarte con los enemigos de los dioses? Un hombre que desea el puesto del Sumo Pontífice para satisfacer su propio ego no es digno de representar a la diosa Atena en la Tierra.
— ¿Quiere decir que sólo aquellos que no sueñan con tal honor son los llamados a vestir la túnica del Patriarca? —Albert sonrió irónico—. Ahora sé porque sólo hombres sin visión son los que se han sentado en el trono del Santuario.
— Me cuesta decirlo, pero ahora entiendo que todos estos años confundí tu evidente ambición por la Orden con devoción. Ese es un error que pienso rectificar ahora. —El Patriarca volvió a mostrar su imponente cosmos—. Sumando tu alianza con los enemigos del Santuario a tus actuales acusaciones, es claro que tu castigo inmediato debe ser la muerte.
Albert rio—: Es la segunda persona que me ha condenado a muerte el día de hoy—dijo con sorna—. Pero aún no, todavía no es momento de que pise el limbo de la muerte, pero sí es tiempo de que usted cumpla con su papel en mi historia. Será el mártir que servirá como piedra angular para mi ascenso —explicó, revestido por su cosmos dorado.

Albert concentró todo su cosmos para responder el siguiente ataque de su maestro cuando  reconoció la pose ofensiva que decidió tomar.
¡Rozan Shō Ryū Ha! (¡Dragón Ascendente!) —En un sólo golpe el Patriarca desató toda la ira y la fuerza del dragón, revolviendo el viento que mimetizó el rugido de la bestia milenaria.
En ningún momento Albert intentó evadir la técnica, por el contrario, se movió imitando la técnica del dragón, liberando su cosmos de manera torrencial para contrarrestar las garras que seguramente lo despedazarían.
Ambas fuerzas impactaron y detonaron en centellas que empujaron a los contendientes peligrosamente hacia las orillas de la cima de Star Hill.
Albert no recibió más daño, pero en cambio los quejidos del Patriarca delataron su condición.
Shiryu  enfocó sus sentidos en aquel punzante dolor que se concentraba en el lado izquierdo de su pecho, sólo hasta que sus dedos tocaron el objeto agresor pudo tenerlo claro en su mente—: Esto es…
Dos rosas rojas atravesaron la piel del Patriarca y sus tallos alcanzaron a herir su corazón, un dolor que no desconocía pero no por ello dejaba de ser agobiante e insoportable.
— ¿Adonisia?— adivinó al retirar las flores de su cuerpo. Permaneció contrariado pues sólo hasta ese momento pudo percibir su presencia y ubicarla dentro del campo de batalla —. ¿Desde hace cuánto tiempo ha estado allí?— se preguntó, desconcertado.

La amazona se mantuvo sentada y de piernas cruzadas sobre un peldaño rocoso —: Tuviste razón Albert, sí tenía un punto débil — dijo la mujer con serenidad al quitar la rosa blanca de un colorido arreglo de flores injertado en su cabello largo.
— ¿Dudaste de mi indicación? —dijo sarcástico el peliazul.
— Entonces tú también eres parte de esta rebelión —preguntó el Patriarca, comenzando a sentir los acelerados efectos del veneno de la rosa roja.
— A diferencia de Albert, no es nada personal Patriarca—respondió la guerrera con total indiferencia—, él me indicó cuál era su debilidad. Me sorprendió que alguien con su fuerza tuviera un punto débil de ese tipo, pero si soy honesta, de haberse encontrado en óptimas condiciones quizás hubiera errado —admitió.
¿Óptimas condiciones? —Shiryu repitió en su mente— ¿Acaso…?
— Me gustaría que muriera de manera pacífica gracias al veneno de mis rosas, pero no espero que un hombre como  usted se mantenga inmóvil hasta que suceda —prosiguió la amazona.
— Esto siempre se trató de un asesinato —intervino Albert, caminando hacia el centro del lugar—. Un enfrentamiento de mil días no era lo más conveniente, ni yo ni alguno de mis allegados puede permitirse acumular heridas en un momento tan crucial. Adonisia utilizó las habilidades de un magnifico espécimen de su creación para tal propósito.
La amazona sujetó un pétalo aguamarina que revoloteaba en el viento, único sobreviviente de los racimos que dejó esparcidos en el interior del destruido Templo de Star Hill antes de su destrucción.
— Mis rosas marinas son invisibles para la mayoría de los sentidos, esconden su aroma y el veneno que liberan en el entorno. Incluso aquellos con un sexto sentido altamente desarrollado resultan presas fáciles y no descubren su peligrosidad hasta que es muy tarde —explicó la amazona con cierto orgullo—. Para la vista son hermosas y tal magnetismo es su única debilidad… pero ante su conveniente incapacidad Patriarca fueron totalmente inadvertidas —enfatizó, paseando el pétalo aguamarina por delante de sus propios ojos—. Lo que trato de decir es que desde el instante en que puso un pie en este lugar ha estado expuesto a la fragancia mortal de mis rosas, la cual ha hecho que sus capacidades disminuyan. De tratarse de un santo ordinario habría sucumbido hace horas, pero las toxinas que inyectaron las rosas diabólicas en su corazón se encargarán de acelerar el proceso… mas temo que Albert no desea esperar ni un minuto más.
Aunque apenas y alcanzaba a escuchar con claridad las voces de sus confabuladores, el Patriarca no podía tomar sus palabras a la ligera, en verdad sentía que moría y sus sentidos se desvanecían cada instante en que el veneno circulaba por su cuerpo, pero él se negaba a morir de esa manera cobarde. Dejar a los habitantes del Santuario a merced de toda esta manipulación no le permitiría descansar en paz.
Logró concentrar lo que quedaba de su cosmos en un intento desesperado por hacerlo estallar en un último sacrificio.
— En el Santuario siempre reinará la luz —musitó como su última esperanza—. ¡Rozan Hyaku Ryū Ha! (¡Cien Dragones del Rozan!)
El ataque de los cien dragones se dirigió hacia Albert y Adonisia, mas sólo fue la amazona quien reaccionó al desplazarse para proteger a su aliado.
La amazona de Piscis extendió su cosmos, el cual trazó un enorme vitral hecho de luz con diseños florales contra el que los dragones impactaron y se volvieron polvo estelar. Una vez que desaparecieron todas las criaturas serpentinas, del vitral emergió una ráfaga incontable de  proyectiles de energía que tomaban la forma de rosas doradas.
El Patriarca utilizó certeros movimientos de su brazo que permitieron que Excalibur liberara su poder y disipara los continuos ataques.
Piscis frenó la ofensiva al distinguir la silueta de Albert de pie junto al Patriarca.

El Pontífice detuvo sus movimientos al sentir sobre su nuca una mano envainada. Un involuntario recuerdo vino a su mente, pero en la imagen era él quien mantenía en jaque a un joven Albert, quien asombrado admiraba en silencio la destreza de su mentor.
Con tan sencillo acto, Shiryu se supo vencido…
— Usted siempre me dijo que la mayor dicha de un maestro es ser superado por su propio alumno —musitó Albert con cierta solemnidad.
— No puedo sentir tal dicha sabiendo la clase de hombre en el que te has convertido... No hay honor en esta derrota y no demuestras nada excepto poseer un alma corrupta —el Patriarca respondió de la misma forma, haciendo uso del poco aliento que le quedaba—. Esperaba grandes cosas tuyas, pero me equivoqué y sólo terminé de criar a una serpiente sin escrúpulos.
— A donde quiera que sea su destino ir, le aseguro que escuchará de mí… El Santuario sobrevivirá, en eso no lo defraudaré —dijo Albert antes de abatir a su antiguo maestro con todo su poder—. Adiós.

¡Detonación Galáctica!
Un último estruendo sacudió la cima de Star Hill en la que numerosas luces impactaron sin piedad al Sumo Sacerdote del Santuario. Su cuerpo destrozado fue alzado estrepitosamente hacia el cielo como si fuera a chocar contra la luna, pero tras un instante en que se mantuvo a flote en el aire, prosiguió su inminente descenso hacia los pies de la montaña.
¿Moriría por las heridas sufridas o sería la caída lo que terminaría con el fuego de su vida? Parecía ni importar, pues sus pensamientos se nublaron de arrepentimientos, reproches a sí mismo, pero sobre todo de temor por aquellos que dejaba atrás. Pero aún en su mente caótica, un poco de esperanza palpitó en su corazón y cierta paz lo acompañó el resto del descenso, sabiendo que los santos de Atena siempre triunfaban aun en el día más oscuro.


FIN DEL CAPITULO 53


Continente Mu*: En el manga de SHAMAN KING era el sitio donde se efectuaban las peleas finales del Torneo de Shamanes por lo que para efectos de este historia se vincula en algo con la mitología antigua.

Horokeu Usui*: Personaje oficial de la serie SHAMAN KING. Apodado también “HoroHoro” por sus amigos es un shaman que controla el elemento hielo. En este fic/universo ya es un hombre que roza los treinta años de edad y se ha dedicado a las actividades agrícolas en el campo.

Ren Tao*: Personaje oficial de la serie SHAMAN KING. Es miembro de la renombrada famila Tao de China, expertos en las artes del taoismo. En este fic/universo ya es un hombre de mediana edad y es el jefe de la Dinastía Tao a la que ha reformado poco a poco.

Syaoran Li*: Personaje oficial de la serie SAKURA CARD CAPTOR. Es el líder de la Familia Li en China, maestros en la magia y diversas artes místicas. En este fic/universo es un hombre de mediana edad que quedó ciego después de una batalla.

*El cameo de estos tres personajes fue una decisión personal que para nada cambiará el sendero de la historia, por lo que no se preocupen demasiado por ellos.