martes, 14 de febrero de 2017

EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 61. Auxilio Celestial



Capítulo 61.
Auxilio celestial.

Egipto.

Tanto Assiut de Horus como el espíritu de Kenai de Cáncer permanecieron inmóviles y a la expectativa, mostrando una extraña solemnidad sólo hasta que se convencieron de que en verdad Sennefer había sido destruido.
Fue el Shaman King quien caminó hacia el punto donde instantes antes el llamado Príncipe olvidado del desierto encontró su final. — Les garantizo que lo han borrado de la faz de la Tierra. Ya pueden relajarse —les pidió con una sonrisa amistosa.
Kenai fingió un suspiro de alivio, mientras que Assiut lo miró con hostilidad. — ¿Cómo puede decir eso? El peligro aún no ha terminado. La muerte de Sennefer no cerró este portal infernal —bramó el Apóstol, mirando el inestable vórtice que poco a poco trataba de engullir el mundo.
— Sí, hay que arreglar eso —Asakura miró hacia el foso con tranquilidad.
— ¿Por qué hasta ahora? —Assiut no se pudo contener— ¡¿Dónde estaba el gran Shaman King cuando más lo necesitábamos?!
Yoh no respondió, en vez de eso caminó hacia donde el gigante y la pelirroja se encontraban para socorrerlos.
Oye amigo, si lo piensas bien, apareció cuando en verdad más lo necesitábamos aquí — dijo el espíritu de Kenai.
— ¡No quieras disculparlo…! —el Apóstol le pidió—. ¡Si hubiera llegado antes quizá  tú y Kaia no hubieran muerto!
La muerte es parte de la vida, no puedes esperar a que los dioses intervengan en eso. Los seres humanos seríamos más felices si dejáramos de intentar comprender los designios que ellos tienen para nosotros o tomarlo de manera personal —añadió Kenai mirando al Rey de los shamanes, quien estaba ayudando a Freya a ponerse de pie—. Sé que estás molesto, entiendo la razón, pero ey, ni yo que soy uno de los fallecidos me siento tan enojado, ¿y sabes por qué? Porque realmente hicimos todo lo que estuvo a nuestro alcance como mortales y él apareció para permitirnos cumplir con nuestra encomienda. Si Yoh Asakura no hubiera retirado la maldición que protegía a Sennefer cuando lo hizo, éste habría vencido.
— Aún está la posibilidad de que ese monstruo se salga con la suya —insistió Assiut, preocupado por el portal, último legado de Sennefer.

Freya no entendió cómo es que pudo darle la mano con tal facilidad al extraño hombre que de pronto apareció para ayudarla. Ella no entendía bien la jerarquía del mundo de los shamanes, pero aun si hubiese sabido ante quién estaba no habría actuado diferente. En cuanto se puso de pie toda su atención pasó a ser para Aifor, cuyo cuerpo se encontraba tendido e inmóvil en el suelo, totalmente carbonizado por el ataque que recibió de Sennefer.
La pelirroja intentó mecerlo por el hombro, buscando una reacción.
— ¿Aifor? ¡¿Aifor, me escuchas?! ¡Dime algo! —gritó, angustiada por el que pudiera perder a otro compañero.
Yoh Asakura dio toda una vuelta alrededor del  gigantesco ser, examinándolo con la vista, como si buscara algo en particular. Se detuvo ante la cabeza del monstruo, de la que resaltaba el mango de una espada reluciente.
Freya vio al shaman de reojo e intentó advertirle que no se atreviera a tocarla, pero la advertencia fue en vano cuando vio que el hombre sujetó la espada y la retiró con suma facilidad.
— Esto ya no es necesario —dijo él, sosteniendo con respeto el arma que hasta hace poco empuñó el finado Clyde de Megrez.
— ¿Cómo es que tú…? —La asgardiana se acercó con curiosidad, justo a tiempo para que Asakura le  pidiera tomar la espada de su compatriota.
— No temas, tu amigo sigue con vida —Yoh le aseguró con amabilidad—. Sólo necesito que me des un poco de espacio, ¿puedes? —Con sutileza la hizo retroceder, justo a tiempo para que no sea atrapada por la zarpa de la criatura junto con él.
¡Gracias por quitarme tal peso de encima, imbécil! —bramó Ehrimanes, quien aprovechándose de la inconsciencia de Aifor logró retomar el control de su cuerpo, uno que poco a poco comenzaba a regenerarse ante la ausencia del maleficio de Clyde.
Sólo el shaman era capaz de escuchar su voz, por lo que Freya no entendió lo que estaba pasando.
— ¡Aifor detente, él no es nuestro enemigo!
— Tranquila, no te preocupes, sólo está un poco confundido —le pidió el hombre sonriente pese a que lo estrujaban con tremenda fuerza—. Conocí brevemente a Clyde de Megrez Delta, pero tengo una deuda pendiente con él, la cual pienso saldar ahora mismo.
Freya vio con horror cómo es que el monstruo intentó devorar al hombre, mas en cuanto sus colmillos quisieron cerrarse sobre él estos se astillaron al golpear un muro invisible que parecía proteger al shaman.
Ehrimanes chilló de dolor, desorientado al ver que Yoh Asakura desapareció de entre su zarpa, reapareciendo frente a su pecho, tocándolo con la palma de la mano.
¡No, tú no debes intervenir! ¡No puedes hacerlo! —Ehrimanes presintió su fin.
— No estoy faltando a las reglas del juego —murmuró el Rey de los Shamanes sin mirarlo a la cara —. Avanish asesinó a un santo de Athena, yo ayudé a la destrucción de uno de los Patronos —explicó con paciencia, refiriéndose a lo acontecido con Sennefer—. Avanish le quitó a Atena a uno de sus campeones, lo justo es que yo le devuelva a Odín un guerrero que le fue arrebatado, eso es todo.
Ehrimanes ni siquiera pudo gritar cuando su colosal cuerpo explotó en cenizas, dejando al Shaman King flotando junto a un inconsciente y desnudo Aifor.
Asakura no tocó al chico que estaba rodeado por una espesa bruma oscura, esencia del demonio unido a él. En su mano acumuló la oscuridad de Ehrimanes, formando un orbe flameante.
El shaman ignoró las maldiciones y demás pestes que escuchó provenir de la llamarada negra, sólo la aplastó entre sus dedos, extinguiéndola sin mayor problema.
Freya se apresuró a atrapar el cuerpo de Aifor cuando descendió junto al shaman. Con alegría se percató de que en verdad estaba vivo y agradeció a los dioses por ello, aunque lamentó que sus brazos no hubieran sido restaurados.
— Está vivo y es lo que cuenta —la guerrera murmuró, abrazando con hermandad a Aifor, en cuyo cuello colgaba su amuleto de la buena suerte. — Gracias —le dijo al hombre que de un movimiento se quitó la maltratada capa para cubrir al chico inconsciente.
— Dáselas a Clyde, él insistió demasiado en que lo ayudara —aclaró, consiente de todo el peregrinaje que el dios guerrero realizó con tal de encontrarlo y pedirle ayuda—. Pero es pronto para festejar, aún tenemos cosas que hacer.
Bajo su túnica, el Shaman King vestía pantalones holgados cafés y una playera blanca de mangas cortas, prendas demasiado comunes para alguien de la realeza, mas su humildad siempre había sido una de sus mayores virtudes. A lo largo de ambos brazos tenía tatuajes tribales negros que combinaban con los adornos de plumas y huesos que colgaban en su pecho.
— ¿Qué quieres decir? ¿Acaso eres capaz de cerrar ese maldito agujero? —cuestionó Freya al verlo avanzar hacia donde el foso se encontraba.
— Eso espero —confesó, rascándose un poco la sien.
Aunque se veía algo atolondrado, la asgardiana, el Apóstol y el espíritu quedaron absortos cuando vieron que en cuanto Yoh Asakura puso el pie sobre la línea circunferencial del portal, éste dejo de expandirse.
— Hmmm, podría cerrarlo desde aquí pero —dudó, contando con los dedos como si elaborara una complicada cuenta mental—… supongo que lo más conveniente será cerrarlo desde el interior —se dijo, mirando hacia los guerreros—. ¿Te gustaría acompañarme? —preguntó.
— ¡¿Qué?! ¿Te refieres a mí? —la pelirroja se señaló, confundida.
Yoh Asakura asintió. — Claro, ¿o es que acaso no quieres salvar a tu novio? —le sonrió con complicidad.

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Cuando cayó al piso, no hubo manera en la que Calíope de Tauro pudiera volver a ponerse de pie. La carencia de sentidos le impidió atestiguar el final del combate, mas sabía en el alma que el milagro ocurriría y Sennefer sería derrotado.
Estaba lista para morir, su cuerpo desangrándose la acercaba cada vez más al limbo en el que esperaba reunirse con los que han caído en la lucha y con orgullo poder ver a Souva a los ojos… Sin embargo, ese encuentro no sucedería como se permitió fantasear, no cuando alguien golpeó un punto en su pecho que le destapó los pulmones y regresó los latidos a su débil corazón, frenando el sangrado y permitiendo que sus sentidos volvieran a ella poco a poco.
La amazona soltó un lastimero gemido por el que se movió un poco en el suelo, intentando abrir los ojos para ver lo que pasaba a su alrededor.
Despierta encanto, temo que no puedo permitir que una belleza como tú se vaya de este mundo todavía —escuchó claramente de una voz añorada—. Aunque si lo que quieres es que te despierte con un beso de amor, por mí está bien.
— ¿Souva…? —preguntó apenas con un murmullo.  Su visión borrosa sólo le permitió ver manchones de un hombre acuclillado junto a ella—. ¿En verdad… eres tú?... —preguntó, rogando porque no fuera una última treta del enemigo.
Calíope sintió una mano fría posándose sobre su mejilla descubierta, pues la máscara de oro terminó hecha pedazos durante la última acción.
Como lo suponía… eres hermosa— musitó el fantasma, cautivado por los bellos ojos verdes de Calíope, sus carnosos labios y el coqueto lunar que tenía debajo del ojo izquierdo.
— Sólo hay un tonto que conozco que me diría frases como esas— Calíope musitó, convencida de no equivocarse.
La amazona sonrió ampliamente, esforzándose por levantarse un poco ya que presentía que esa sería la última oportunidad que tendría para despedirse como debía. Abrazó al hombre junto a ella y lo besó con tremenda dulzura.
Sé feliz, ¿de acuerdo? —escuchó en su mente.
— Lo seré… por los dos —alcanzó a responder antes de volver a desmayarse, conservando un gesto sonriente y pacífico.

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— ¿Estás seguro de esto? —preguntó la diosa guerrera parada al filo de la fosa infernal, justo a la diestra del Shaman King.
— No —respondió con un gesto travieso que sólo asustó a la guerrera de Odín—. Vaya expresión la tuya, deberías relajarte un poco, por supuesto que sé lo que hago. ¿Confías en mí? —Le tendió la mano para que la sujetara.
Freya asintió, después de lo que ese hombre había hecho por Aifor sería mentira si negara que no, por lo que le dio la mano con firmeza.
— Escucha, debemos hacer esto rápido por lo que sólo tendrás una oportunidad, si no lo logras en el tiempo que me tome cerrar la puerta quedarás atrapada junto con el hijo de Hiragizawa y morirán. ¿Entiendes el riesgo?
La pelirroja asintió. — ¿Pero cómo podré encontrarlo? —preguntó algo dudosa.
— Por ahora eres la única en este mundo que tiene un vínculo tan fuerte con él, utiliza eso a tu favor —respondió de manera enigmática.
Antes de que la asgardiana pudiera exigir una mejor explicación, varias siluetas arribaron presurosas al lugar.
— ¡Yoh!
— ¡Señor Asakura!
El Shaman King miró sobre su hombro y vio varios rostros conocidos, viejos amigos, shamanes a su servicio, el santo del Fénix y un par de Apóstoles que corrieron con urgencia hacia Assiut de Horus.
— ¡Con que aquí se encontraba, majestad! — reclamó uno de los tres oficiales enmascarados, quienes lo reverenciaron con propiedad—. Nos tenía muy preocupados.
— Ah, hola muchachos, cuánto tiempo —Asakura saludó apenado con la mano—… Cielos, creo que tendrás que adelantarte, muchacha, pero no tardaré, prometido. —Y tras decir eso sólo le bastó una pequeña palmada para lanzar a la joven al vacío ante la mirada atónita de todos.
— Veo que han controlado la situación, buen trabajo —felicitó a sus sirvientes—. Y gracias por atender mi llamado, amigos. —Yoh miró a Ren Tao, Horokeu Usui y Syaoran Li, todos ellos prácticamente ilesos salvo por pequeños rasguños en sus ropas.
— Tienes mucho que explicar —dijo el líder de los Tao, manteniendo los brazos cruzados.
— Lo sé, pero aunque me gustaría quedarme a charlar el deber llama, lo siento —sonrió de manera cínica—. Les prometo que hablaremos después… Ah,  y Deneb, por favor, que los hombres ayuden a los heridos… Y aléjense de la zona ya que esto podría tornarse peligroso —ordenó a uno de los oficiales antes de lanzarse de espaldas al Abismo.

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Cuando descendió por el vacío, hubo un instante en que Freya creyó que moriría, pues fue como sumergirse en un estanque repleto de afiladas agujas que se encajaron en cada centímetro de su cuerpo, una sensación mil veces peor que la que vivió al perseguir a Ehrimanes por el portal oscuro que utilizó para escapar del Santuario. Por fortuna el fulminante dolor sólo duró un segundo.
La diosa guerrera se sobresaltó por el cambio tan brusco en sus sentidos, abriendo los ojos para encontrarse flotando en la más profunda oscuridad.
Se miró las manos y descubrió que su apariencia se había reducido a una silueta blanca  dentro de aquel infinito lienzo negro. Buscó indicios del shaman, quien inesperadamente la arrojó allí, y también del chico por el que había decidido zambullirse en lo desconocido, pero no veía nada, no percibía nada y no escuchaba nada a excepción del eco de sus propios pensamientos.
La ausencia de todo. — ¿Será esto la muerte? —pensó un instante, entrando en un pánico por el que se repudió a sí misma, por lo que combatió sus demonios internos para encontrar la calma que necesitaba.
Intentó recordar el consejo que el shaman le dio para cumplir con su misión allí, usar el vínculo que tenía con el santo de Capricornio, ¿pero cómo? ¿A qué se refería exactamente? Es cierto que tenía grandes sentimientos por Sugita pero, ¿sería suficiente, era recíproco?
Tenía que hallarlo, pero no percibía su cosmos, ni su cuerpo, ¿entonces cómo lo encontraría en esa inmensidad? ¿Cómo...?  ¡¿Cómo?!
Freya cerró los ojos e intentó pensar en Sugita, alarmándole el que se le dificultó recordar su apariencia, como si hubiera pasado mucho tiempo desde la última vez que lo vio... ¡Pero no había pasado más que unas horas! ¡¿Por qué no podía acordarse de él?! ¿Qué es lo que ese lugar le estaba haciendo a su mente? ¿Acaso era la forma que tenía el Abismo para defenderse, para conservar lo que Sennefer le ofreció?
Confundida por esa pérdida de memoria se esforzó por recordar los momentos que compartieron juntos, y aunque no pudo recordar su imagen, sí logró recordar algo de él: la carta… Esa torpe carta que le escribió cuando regresó a Asgard. El insignificante papel que leyó por compromiso y que arrugó en su mano antes de arrojarlo a la basura, sólo para que horas más tardes terminara rescatándola del pequeño cesto al ser invadida por un extraño remordimiento, incluso la releyó y guardó en su sobre original. Cada día le dio una leída, como si en cada ocasión encontrara algo nuevo que la hacía sonreír...
Freya había memorizado cada palabra de esa letra campesina, y guiada por un sexto sentido es que comenzó a recitarla justo en ese momento, sin percatarse que tras cada silaba un copo luminoso emergía de la oscuridad y se amontonaba frente a ella, comenzando a formar una silueta humana.
Sin abrir los ojos aún, Freya sintió que estaba lista para enfrentar el poder del Abismo y recuperar a Sugita… el chico del que no se dio cuenta que se había enamorado hasta que volvió a verlo en tan terribles circunstancias, y con el que deseaba compartir momentos más amenos, fabricar recuerdos más felices. La asgardiana juró por lo más sagrado que iba a salvarlo.

Al abrir los ojos Freya se sorprendió al ver la imagen blanca de Sugita flotando delante de ella. Le tomó un gran esfuerzo el ser precavida, pues podría ser alguna clase de treta, pero la esperanza la invadió cuando vio a la altura del cuello del santo (justo donde Sennefer lo hirió antes de arrojarlo al foso), cómo los copos blancos no podían llenar ese espacio vacío.
Freya estiró la mano hacia la incurable herida, sin animarse a tocarla. Siendo entonces cuando la silueta frente a ella abrió los ojos y le dedicó una confundida mirada.
¿Freya? —escuchó claramente, siendo entonces en que la pelirroja lo abrazó con efusividad.
— ¡Te tengo! — dijo ella sin dejar de estrecharlo, posando la barbilla sobre el hombro del santo de Capricornio—. Esta vez te tengo y no te soltaré… Me tenías muy preocupada —confesó, atragantada por el llanto de felicidad que estaba reprimiendo.
Capricornio movió lentamente las manos y correspondió el abrazo para decir —: Te dije que no iba a morir… —murmuró con voz débil, provocando que la pelirroja lo abrazara todavía más y lo besara apasionadamente en medio de la oscuridad.

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¿Pudiste despedirte? —preguntó el espíritu de Kenai de Cáncer, mirando el portal del que extraños crujidos comenzaban a escucharse.
Sí, gracias a ti —respondió el fantasma de Souva de Escorpion, vestido con su vieja ropa de entrenamiento—. Ah, es una lástima, habríamos tenido hijos hermosos —bromeó.
Eso fue porque sé que siempre has sido un romántico —Kenai añadió en complicidad.
La mayoría de los espíritus errantes que rondaban por la mastaba fueron guiados hacia el más allá, sólo ellos dos se quedaron rezagados como ovejas desobedientes a su pastor.
¿A quién escuchas llamándote? —preguntó el santo de Cáncer a Souva.
Son mis viejos compañeros de juegos —respondió sonriente, siendo capaz de reconocer las voces de sus amigos de la infancia, aquellos que murieron antes de volverse un aprendiz a santo—. La verdad es que se siente extraño… pero a la vez me hace feliz —explicó Souva, cruzándose de brazos—. Dime la verdad, ¿es sólo una artimaña de la muerte para que vayamos voluntariamente al otro mundo o en verdad son ellos?
Kenai sonrió de manera traviesa. —Es algo que deberemos descubrir los dos —respondió con honestidad—. Nuestra próxima aventura. ¿Listo?
Sí, debemos dejar el resto a los demás. Ya nos volveremos a reunir algún día y haremos esa gran fiesta que quedó pendiente —respondió Souva, dándose vuelta al mismo tiempo que Kenai, desapareciendo ambos del lugar mientras éste se derrumbaba.

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A lo lejos, en el desierto, algunos shamanes y guerreros permanecieron a la expectativa  de lo que iba a suceder; en el cielo, el sol había dejado de esparcir la maldición de Sennefer. En las comunidades, los entes usurpadores de cuerpos se mostraban confundidos al no sentir más la fuerza que los liberó respaldando sus actos; en el interior de la fosa infernal, la oscuridad se volvió un líquido manipulable que comenzó a girar cual remolino, siendo tanta su fuerza de atracción que comenzó a arrastrar de regreso a todas aquellas entidades que soltó por el mundo.
Cada poseído sufrió por breves segundos, pero una vez que los demonios eran arrancados de sus cuerpos caían dormidos y en completa paz. Tal exorcismo sucedió a nivel global, sin haber lugar en la Tierra en el que las huestes de Nyx pudieran encontrar refugio.
Los testigos en el desierto miraron absortos cómo uno de los grandes colosos amarillos, extensión del magnánimo espíritu de la Tierra, emergió de entre las dunas y metió los largos brazos en la fosa de oscuridad, arrancándola del suelo como una masa pútrida que comprimió entre sus manos hasta darle una forma redonda que pudo sostener con facilidad. Después, en el rostro liso del espíritu de la Tierra aparecieron unas temibles fauces con las que devoró el tumor maligno que extrajo del mundo.
Empequeñecidos a su sombra, los humanos se atragantaron al ver tal espectáculo.
Satisfecho con su labor, el titán avanzó hacia el gran y profundo hueco que quedó en el desierto, convirtiendo su inmenso cuerpo en roca para rellenar y sanar esa herida en el planeta.
Cuando los estruendos cesaron, una voz amigable rompió el silencio sepulcral de los presentes.
— ¿Eso salió bien, no lo creen?
Siendo Yoh Asakura quien de repente estaba detrás de todos ellos, acompañado por Freya Dubhe de Alfa y un desmayado Sugita de Capricornio.
— Y ahora, ¿qué es lo que sigue? —preguntó el risueño Shaman King.

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Grecia, Santuario de Atena.
Interior del Templo de Atena

Cuando la Ejecución Aurora estuvo a poco de golpearlo, Nauj de Libra lanzó la barra triple en su dirección, formando un triángulo de luz dorada que sirvió como escudo contra el que la ventisca se volvió indefenso vapor. De inmediato Libra se desplazó hacia el santo de Acuario con el tridente en mano.
El hechizado Terario se limitó a eludir los mortales golpes, sabiendo sus desventajas. Aunque la cuchilla hirió su torso y hombros de manera superficial, calculaba que si las cosas continuaban así terminaría siendo derrotado.

Adonisia intentó intervenir lanzando rosas pirañas al santo de Libra, sin embargo Jack de Leo protegió su retaguardia y fulminó cada flor con rápidos relámpagos.
— ¡Por un momento creí que ibas a dejarme todo el trabajo! —espetó Libra al sentir la espalda de Leo contra la suya.
— Nunca más —fue la breve respuesta de Jack antes de lanzarse contra la amazona de Piscis. Sabía que si ambos enemigos unían fuerzas contra ellos sería demasiado difícil el derrotarlos. Liquidar a Adonisia se convirtió en prioridad, con la esperanza de que eso pudiera liberar a Shai y a Terario.
Piscis y Leo se desplazaron por aquel infinito a la velocidad de la luz, dando y eludiendo golpes capaces de pulverizar montañas, mas era cuestión de tiempo de que uno de ellos mostrara debilidad. Sólo un milisegundo de diferencia bastó para que Adonisia golpeara a Jack en el costado, a lo que el guerrero se dobló de dolor.
— Admiro tu bravura, pero es evidente que no te queda mucho tiempo — dijo ella, viendo cómo Leo cayó de rodillas al suelo y vomitó sangre—. El veneno de mi invernadero ha contaminado tu cuerpo y el de Libra... en verdad me impresiona la resistencia que han demostrado —elevó su cosmos y decidió usar toda la fuerza de éste para acabar con él—. Me encargaré de esparcir muy bien tu sangre y restos por mi precioso jardín —dijo, antes de desatar una lluvia de rosas doradas sobre Jack.
El santo de Leo vio su oportunidad, por lo que rápidamente empleó su técnica de contraataque —: ¡Castigo kármico! —lo que creó una gran cuchilla de medialuna que golpeó de lleno a la amazona, quebrando su armadura dorada completamente, incluyendo la máscara de oro. Una brutal herida simétrica cruzo el cuerpo de Adonisia de manera vertical, siendo su sangre la que regó las rosas cercanas.
La mujer cayó adolorida al suelo, preocupándose más por ocultar su rostro que por su propia vida.
La amazona aprovechó el largo de su cabello enmarañado y sus manos para ocultar su faz, incluso se atrevió a darle a Jack la espalda sin tener la intención de levantarse. Sumida en una clase de shock, esa era sin duda la oportunidad perfecta para acabar con ella. El puño de Jack tembló un instante, pues no era la clase de persona que se sintiera capaz de atacar a un oponente en ese estado… y aun así tenía que hacerlo.
Jack se lanzó con la clara intención de aplastar el cráneo de Adonisia con su puño, sin embargo, súbitamente la amazona se volvió, mostrándole a Jack por un segundo su cara, en la cual destelló una retorcida sonrisa que lo impresionó al punto de perder velocidad.
Aprovechándose de ello, la amazona actuó. — ¡Haz visto mi rostro y por eso debes morir! ¡Se acabaron los juegos! ¡Jardín de rosas blancas!

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Libra volvió a abalanzarse contra el santo de Acuario; que si bien no deseaba matarlo, eso no significaba que no emplearía métodos para inmovilizarlo, como cortarle las piernas.
Continuó atacando violentamente a Acuario  hasta que escuchó que su tridente chocó contra algo que repelió el último golpe. Nauj frunció el entrecejo al ver que Terario ahora sujetaba entre sus pálidas manos una larga lanza de hielo, hecha con el frío más intenso que su cosmos era capaz de generar, técnica que le permitió vencer al Patrono Nergal.
El santo de Acuario aguardó en una pose abierta, esperando que su enemigo reanudara la batalla.
— Si es cómo quieres jugar, está bien… Veamos quién posee la mejor habilidad —Nauj sonrió, atacando con el tridente dorado.
Terario lo sorprendió al reaccionar con una velocidad y movilidad sorprendente, ya que aunque las armas chocaron el santo de Acuario logró un pequeño impulso por el que la punta de su lanza rozó el cinturón de la armadura de Libra.
Nauj retrocedió un momento sólo para ver la rasgadura en el manto dorado, así como la gran área congelada en la pieza protectora.
Este debe ser el cero absoluto —pensó un poco preocupado, pues si recibía un golpe certero de esa lanza todo podría terminar.
Libra empleó su Choque de Estrellas, a lo que Acuario respondió con la fuerza de la Ejecución Aurora. Ambos torrentes impactaron, siendo en el punto medio que el calor y el hielo generaron una densa bruma que dificultó la visión.
Nauj fue el primero en parar para arrojarse al ataque, siendo Terario quien corrió a su encuentro. La lanza de hielo y el tridente dorado chocaron innumerables veces hasta que, tras un grito de furia, Nauj logró partir el arma de cristal, encontrando el momento deseado por el que pudo clavar su tridente en el muslo de Terario.
El filoso tridente  salió por detrás de la pierna del santo de Acuario, liberando un gran flujo de sangre. Pero antes de que Nauj pudiera retirarlo o moverlo para cortar la extremidad, Terario sujetó el mango del arma para impedírselo.
Libra vio que el tridente de oro comenzó a congelarse rápidamente, y aunque intentó rescatarlo su propia fuerza terminó rompiéndolo por la mitad.
Terario tranquilamente terminó por congelar los restos del tridente, dejando que la capa de hielo se extendiera hasta su pierna y cubriera la profunda herida, después sólo bastó un deseo suyo para que el arma congelada se disolviera en copos de cristal.
— Hasta ahora entiendo por qué los llaman magos del agua y el hielo —Nauj comentó, lanzando el inservible mango de oro a un lado—. Pero tus trucos no serán suficientes para… ¡¿Qué demonios?! —se exaltó al sentir un dolor aplastante y punzante en las piernas, viendo que raíces espinosas emergieron repentinamente de entre las rosas y se alargaron para enredarse y clavarse en su cuerpo. Fue como recibir cientos de mordiscos a la vez, y mientras más se resistía más dolor le causaban.

Cuando Adonisia conjuró su maleficio, las raíces espinosas capturaron a los santos de Leo y Libra al mismo tiempo. Sus cuerpos envenenados, heridos y debilitados por los constantes combates los volvieron presas fáciles de la técnica de la amazona de Piscis.
La amazona manipuló la dimensión y volvió a reunir a todos los combatientes en un solo lugar, y no sólo eso, también curó sus propias heridas y regeneró su armadura de oro a una gran velocidad por la que nadie más pudo ver su verdadero rostro.
Atrapados por las raíces y tallos espinosos, los santos sentían como cada una de las espinas estaban drenándoles la sangre, y con ello la vida.
— Felicidades, lo han logrado, me han hecho enfadar más de lo debido y por ello morirán de la peor forma posible —dijo la amazona, viendo cómo es que de las lianas comenzaron a brotar rosas blancas. En cuanto las flores se abrían por completo, sus pétalos empezaban a teñirse de rojo—. Mis niñas se encargarán de alimentarse de ustedes, una vez que terminen con su sangre también roerán su carne y vísceras hasta sólo dejar sus miserables huesos…
Jack entonces recordó el macabro lugar en el que encontraron a Adonisia, ese pueblo abandonado repleto de rosales rojos dentro del que sólo moraban esqueletos.
— ¡Esto es… Fuiste tú quien asesinó a todos en la aldea! —espetó, forcejeando por liberarse y aguantando el agonizante dolor.
Adonisia rió melodiosa. — ¿En algún momento lo dudaste? —preguntó con cinismo—. Pero no mentí cuando te dije que se lo merecían… Justo como ustedes dos, esos infelices me hicieron enojar más de lo debido. ¡Paguen las consecuencias de sus acciones, mueran y sirvan a un bien mayor! —ordenó, incrementando la tortura que las rosas ejercían sobre los santos.

Poco a poco, sin importar la resistencia de sus cuerpos o la frustración en sus corazones, ambos santos dorados estaban por sumirse en un sueño del que jamás despertarían. Sin embargo, antes de que sus ojos se cerraran para siempre se abrieron de par en par al sentir una sensación fría recorriéndoles la piel.
Jack y Nauj observaron confundidos cómo es que las espinas y flores que los aprisionaban comenzaron a congelarse. El hielo subió desde las raíces, helando sólo la flora.
— ¡¿Qué estás haciendo?! —Adonisia cuestionó furiosa.
El santo de Acuario no respondió, sólo mantuvo la mano extendida hacia el jardín de rosas blancas hasta que lo transformó en un rosal de hielo. Tras un pensamiento suyo las flores y tallos se deshicieron en inofensivo polvo cristalino que quedó flotando en el aire, liberando a los santos.
Desde el suelo Leo buscó respuestas en el rostro de Terario, mas quedó absorto al notar a alguien más a su lado. Parpadeó repetidas veces, pensando que se trataba de un espejismo provocado por la casi extinción de sus sentidos, pero no podía equivocarse.
Junto a Terario algo se había manifestado, un ser que aunque incorpóreo, el polvo de cristal a su alrededor le permitió reflejar una imagen temporal de sí mismo.
— ¿Shai? — Jack preguntó apenas en un susurro.
Aquella mujer que sujetaba con amabilidad la muñeca de Terario le dedicó una mirada gentil pero no le respondió, en cambio, con un jalón de su mano guió al santo de Acuario para que girara y se colocara como protector de los santos abatidos.
— No puede ser… —Adonisia contempló la hermosa manifestación frente a ella, que bien podría confundirse con una ninfa del aire. Pero no se dejó atrapar por el engaño, miró por encima del hombro y comprobó que el cuerpo de Shai de Virgo continuaba en el interior del capullo carmesí.
La ninfa había adoptado la imagen de su flor durmiente, mas su apariencia no presentaba herida alguna o un vientre abultado. — ¿Qué significa esta aparición? —Piscis insistió a la entidad resplandeciente que se desplazaba en el aire como si fuera una sirena en el océano—. ¿Cómo puedes…?
Tú misma lo has dicho, Adonisia —la voz de la amazona de Virgo se escuchó por el lugar, sin que los labios de su proyección astral se movieran—, este invernadero es un cementerio donde has enterrado a todas tus víctimas, ¿lo recuerdas?
Adonisia se exaltó cuando sintió algo jalando su pierna. Al mirar hacia abajo pudo ver una mano podrida sujetándole el tobillo.
— ¡¿Pero qué…?! —calló al ver que el cadáver intentaba impulsarse para salir de la tierra.
La amazona de Piscis lo pateó con facilidad, alejándose de él, pero notando que más cuerpos carcomidos emergían de entre sus rosas por doquier.
Y ya que fui entrenada para entablar comunión con los muertos, éstos me han ofrecido su ayuda para castigarte por tus crímenes.
La mujer vio cadáveres putrefactos y tan deformes que era imposible determinar cuáles fueron alguna vez hombres o mujeres, sólo los de tamaño pequeño fueron sin duda niños. En las cuencas de sus ojos crecían flores rojas, mientras que sus cuerpos estaban cubiertos por lianas espinosas que se adherían a sus pieles resecas.
— ¡Estas mintiendo! —Piscis clamó, indignada—. ¡Esto no es más que una ilusión! ¡¿Cómo te atreves a contaminar mi jardín con estas pestilencias?! ¡No tienes ningún derecho!
Adonisia movilizó las rosas pirañas del lugar, descargando su furia sobre la centena de cadáveres que intentaban alcanzarla. Los cuerpos fueron destrozados al instante, cayendo sobre las rosas que terminaron por absorber sus restos.

Terario de Acuario obedeció la orden transmitida por la rosa en su cuerpo, por lo que generó muros de cristal que no pudieron ser derrumbados por el ataque de las rosas negras, protegiéndose no sólo a él sino también a Nauj y a Jack.

Las rosas atravesaron la silueta de Virgo, comprobando realmente que sólo era la manifestación de su espíritu.
— Te equivocas, Adonisia, me has dado poder sobre tu preciado invernadero… En contra de mi voluntad me hiciste parte de él. —El espíritu juntó las manos sobre su pecho desnudo, donde un resplandor nació—. Gracias a eso pude fundirme con él y descubrir la abominación que has cosechado sin saberlo. Lo único que estoy haciendo por ti es mostrarte su verdadera apariencia.
— ¡Cállate! ¡Este jardín es mío, eres mía y debes obedecerme! —el cosmos de Adonisia rugió con fuerza en un intento por retomar el control total de su dimensión.
Las rosas se alzaron del suelo jalando largas raíces que formaron un gigantesco rosal de espinas viviente detrás de la amazona de Piscis.
Aunque te apoderaste de mi cuerpo mi alma es algo que jamás te pertenecerá — Shai cerró los ojos y dejó que su poder se extendiera por el lugar—. Atum’s trial (Juicio de Atum) —musitó, desatando un lúgubre eco que sopló sobre cada flor del lugar.
Adonisia de Piscis vio cientos de cuerpos volver a salir del suelo, sin embargo esta vez eran diferentes, mujeres, todas ellas exactamente iguales una con la otra, copias de una misma chica viva, de piel blanca como porcelana, largo cabello esmeralda ligeramente ondulado, de grandes ojos azules, rostro dulce y hermoso, labios pintados y mejillas sonrosadas, sin prendas que ocultaran su sensual cuerpo.
Todas ellas emergieron de las rosas con alegría y optimismo, mirando el lugar como si hubieran entrado en un sueño del que no deseaban despertar.
El cuerpo de Adonisia tembló, ya sea por ira, alegría o tristeza, la impresión de tal visión la dejó completamente inmóvil y le dificultó el hablar.

Confinados entre los muros de cristal, Jack y Nauj no tenían otra alternativa más que ser meros espectadores de lo que sucedía. Aunque intentaron sacar respuestas de Terario, éste continuaba bajo el hechizo de la rosa en su pecho.

— … Tan hermosa… —dijo Adonisia cuando una de esas chicas se acercó a ella con amabilidad. La amazona le tocó el rostro, suave, cálido y carente de imperfecciones—. Soy tan hermosa… — musitó, cuando unas pocas lágrimas resbalaron por su cuello. Piscis le colocó una flor roja en el cabello y la contempló con una dicha indescriptible.
La mujer era un espejo de sí misma, lo que había bajo su armadura y máscara. Su jardín se había convertido en un paraíso donde réplicas de su belleza jugueteaban alegres, nunca se había sentido tan feliz en la vida… pero las risas fueron cortadas por un gemido desgarrador, el cual desencadenó muchos más.
La amazona vio que los cadáveres volvían a salir de la tierra, esta vez miles de ellos, los cuales se abalanzaron sobre las doncellas, quienes aterradas intentaban escapar de los huestes del infierno.
— … No… ¡Paren…! —apenas pudo decir, sin moverse, sólo abrazando a la chica que estaba a su lado, como si deseara evitarle un mal que ya presagiaba.
Vio el horror en el rostro de sus réplicas mientras eran ultrajadas por los cadáveres, el roce de sus cuerpos cubiertos de espinas les abrían heridas en la piel, con sus manos comenzaron a arrancarles pedazos de sus preciosas caras, incluso hasta con mordidas. Otros metieron ramas espinosas por sus bocas pintadas, al mismo tiempo que lo hacían por sus entrepiernas lampiñas. Los gritos de cada una fueron desgarradores y casi destrozaron sus tímpanos.
— ¡Basta! ¡Deténganse! —Adonisia gritó, tapándose los oídos, sin poder apartar la vista de aquel escenario dantesco.
Vio a la chica a su lado caer a sus pies, un cadáver le jaló las piernas y otro le sujetó los brazos para evitar que se levantara.
Adonisia no podía moverse, algo en su cerebro lo evitaba. Totalmente en shock sólo fue testigo de cómo esos dos cadáveres putrefactos desgarraban la vagina de su copia con espinas y le arrancaban el rostro a mordidas… Algo se quebró en ella, justo como sucedió aquel día.
La amazona soltó un alarido de dolor, el cual terminó como un rugido bestial pues no existían palabras que pudieran expresar su cólera. Por su voluntad, los tallos espinosos danzaron por el lugar, destruyendo a cada ente infernal esparcido por el invernadero. Las espinas se enredaron en cada uno, moliendo sus huesos, exprimiendo sus jugos malolientes, despedazándolos y aplastándolos sin piedad, tal cual había hecho en el pasado con esos desdichados y el pueblo que la vio nacer.
Una vez que los cadáveres fueron descuartizados por su poder, Adonisia permaneció jadeante de cansancio y de ira que poco a poco se iba transformando en algo diferente. Se tumbó de rodillas al suelo, donde reprimió un gemido de tristeza que no se podía permitir. Molió a golpes las rosas bajo sus manos, intentando recobrar la compostura, pero no podía sacarse de la cabeza las imágenes de esos monstruos violando a las réplicas de sí misma.
Entonces, unas manos tocaron la superficie de su máscara de oro, siendo las de la joven a la que había coronado con una flor roja. Desde el suelo ella la miró con su rostro enrojecido y deforme sobre el que sus ojos azules resaltaban aún más, sobre todo porque le removieron los párpados.
Somos iguales —le dijo, esbozando una sonrisa retorcida—. Ahora lo somos.
Ahora lo somos — repitió otra que se estaba aproximando, tullida y con pedazos de cara colgando de sus mejillas.
Todas nosotras. — Frases similares comenzaron a bombardearla como un ruidoso enjambre que se volvía cada vez más insufrible.
Aterrada y petrificada, Adonisia no pudo evitar que su copia le quitara la máscara del rostro y, sin piedad, la utilizara como un espejo sobre el cual vio su propia cara deforme por viejas cicatrices.
— ¡¡Esa no…!! —Adonisia intentó negarlo como siempre ha hecho, pero ahora que confrontaba su reflejo después de tantos años le fue imposible  — … E-esa… soy yo —murmuró completamente abatida. Sus palabras sirvieron como un escalpelo que abrió las antiguas cicatrices en su cara y la empaparon de sangre.
La máscara dorada frente a ella brilló intensamente, desatando una luz cegadora que la golpeó de lleno y calcinó su ser.

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Parajes montañosos del Santuario.

El ángel Paris continuó asombrado por lo que veía,  pues acababa de comprobar que en verdad el coraje de los santos labraba milagros... Ahora era testigo de ello. Su oponente, Asis de Sagitario, no sólo evolucionó su cloth, sino también la fuerza de su cosmos ante el cual, por breves instantes, se sintió diminuto.
En el fondo, el santo de Sagitario estaba tan absorto como él, pero supo ocultarlo bien y guardar las dudas para un momento más propicio. Haya sido por su propia fuerza de voluntad o con la ayuda de los dioses, tenía el poder para finalizar esa batalla.
No le importó que Paris estuviera tan perturbado, se abalanzó sobre él y lo golpeó con el puño derecho, primera y única prueba que necesitaba para conocer el nuevo alcance de sus habilidades.
El ángel pestañeó incrédulo cuando el puñetazo del santo le volteó el rostro e hizo girar su cuerpo sobre su propio eje por la potencia del mismo. Paris frenó en el aire antes de estrellarse contra el muro de la montaña, abrumado por el sabor de la sangre en su paladar.
Asis permaneció con el brazo extendido, observando al ángel en la distancia. Para sus adentros sonrió con malicia y sin dudarlo lo persiguió.
Paris apenas se había recuperado del golpe cuando sintió la sombra del santo dorado a su costado. La repentina aparición lo tomó desprevenido, por lo que intentó retroceder mientras arrojaba flechas de energía para cubrirse.
Sagitario ni siquiera se movió, dejó que el cosmos del ángel lo golpeara. Paris observó que sus ataques no tuvieron efecto alguno en la cloth de su adversario
Asis acumuló cosmos en su brazo derecho. — Es hora de que regreses al cielo, ángel —comentó antes de desatar la—: ¡Furia de Quirón! —liberando un atronador rayo blanco que sacudió los casquetes montañosos de la zona.
Paris sintió su cuerpo arder cuando el cúmulo de cosmos estaba por impactarlo, siendo por mero milagro el que pudo quitarse del camino, recibiendo la radiación de la explosión suscitada que abrió heridas y despedazó su gloria.
El ángel cayó estrepitosamente al suelo, apenas consiente. Se apresuró a abrir los ojos cuando resintió la sombra de Sagitario sobre él.
— Se acabó, heraldo de los dioses. Reconoce cuál es tu lugar ahora y quédate allí —musitó, siendo un golpe bajo para Paris, quien ya imaginaba su fin—. Debería eliminarte, pero siento que debo darte la misma oportunidad que me diste por tu gran ego… Dejaré que te retuerzas en dolor y te ahogues en la humillación, y si algún día eres capaz de igualar este milagro, será un placer volver a enfrentarte— explicó, dándose media vuelta y caminando hacia el este, donde sabía se reencontraría con su protegido.

Paris permaneció incrédulo al escuchar tales palabras, repitiéndolas una y otra vez en su mente conforme las pisadas del santo de Sagitario se alejaban de la zona. ¿Acababa de ser derrotado por un santo de Atena? Peor aún, ¿un mortal había decidido perdonarle la vida? ¡Qué tonterías! ¡Eso no podía suceder!
La deshonra rápidamente generó un profundo odio que le dio la fuerza necesaria para levantarse, invocar su arco y tensar el hilo sobre el cual se manifestó una flecha blanca muy especial. Reteniendo el aire, Paris apuntó a la espalda del santo de Sagitario y elevó su cosmos con la esperanza de que el proyectil diera en el blanco y cumpliera su cometido. Con la misma técnica con la que logró vencer al gran Aquiles en la era del mito, la saeta detectaría y se clavaría en el punto más vulnerable de cualquier ser vivo, ocasionándole la muerte. Prefirió arriesgarse y morir que regresar ante su señor con otra derrota manchando su nombre.
Paris disparó, la flecha cruzó el aire a gran velocidad y todo indicaba que daría en el blanco sin que éste se percatara siquiera de lo ocurrido. Mas Asis fue mucho más veloz que el proyectil, giró y lo atrapó con la mano, desplazándose hacia Paris a una velocidad imposible.
Paris abrió los ojos desmesuradamente cuando el santo de Sagitario le atravesó el corazón con su propia saeta.
— Contaba con que harías una estupidez como esa… —el santo le murmuró al oído, soltando la flecha blanca incrustada en el pecho del ángel.
Estupefacto, Paris gorgoteó una gran cantidad de sangre, pudiendo sonreír con ironía al final. — …En verdad que eres… un demonio… —dijo antes de morir. Cuando su cuerpo cayó al suelo, éste se desvaneció en estelas de inofensiva luz, desatándose un trueno que resonó en el cielo como lamento de su destrucción.



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El primer golpe reveló a ambos que su enfrentamiento superaría el nivel del que llevaron a cabo en Star Hill, por ende la duración sería menor ya que sus habilidades y fuerzas alcanzaron una escala que no permitía errores. Cada golpe era para destruir y sólo uno de ellos saldrá con vida de tal confrontación.
Sus desplazamientos no se limitaron al cielo de Grecia, llegaron a sobrevolar el mar Mediterráneo durante el intercambio de ataques. Shiryu de Dragón procuró detener cada golpe de Albert con las palmas de las manos, sólo para marcar la superioridad de su técnica, sin embargo, en cierto momento el Patrono de Géminis superó las expectativas y llegó a propinarle un par de puñetazos con la potencia necesaria para empujarlo hacia atrás y ejecutar su técnica —: Galaxian explosion! (¡Explosión de Galaxias!)
Shiryu permitió que el vendaval destructor lo alcanzara para emerger de él y lanzar su —: Rozan Ryu Hisho! (¡Golpe volador del dragón!)
Albert extendió el brazo y contuvo con una sola mano el puño del Patriarca sin que la fuerza desmedida lo empujara hacia atrás, sin embargo, el Patrono se sorprendió al sentir que se le quebró la muñeca , y aún más al ver que numerosos pedazos del brazal de su zohar se desprendieron y volaron en el aire.
Como si el santo del Dragón lo hubiera podido ver, dijo—: No hay armadura invencible, eso lo sé mejor que nadie —afirmó, recordando que en su juventud creía que el escudo del dragón era una coraza indestructible.
— ¿Ésta fue la recompensa de tu traición, una armadura sin identidad? No sabes lo que realmente has perdido por tu ambición—el Patriarca cuestionó con severidad, sin bajar el brazo—. Observa  bien cómo te despojo de ella y sufre al ver de lo que te has privado por darle la espalda al Santuario y a Atena. —El cosmos de Shiryu cubrió su armadura divina y clamó con furia —: Rozan Hyaku Ryu Ha! (¡Cien Dragones de Rozan!)
El santo extendió ambos brazos hacia Albert, liberando un centenar de dragones. Por la corta distancia entre ambos combatientes aquello era inesquivable, pero el Patrono chocó inmediatamente las manos ante él y abrió una ventana a otra dimensión por la que los furibundos dragones entraron para sorpresa del Patriarca.
Albert de inmediato cerró la abertura dimensional sólo para reabrirla y que de esta emergiera la furia de los cien dragones contra su antiguo mentor.
El santo recibió el impacto de su propio poder, el cual detonó sonoramente sobre el mar.
Del océano se levantó una gigantesca columna de agua que volvió a su lugar en forma de pesada lluvia, en medio de ella el santo de Dragón se encontraba mostrando su escudo, intacto y reluciente aun tras recibir el último ataque.
Albert pudo sonreír un poco al ver que un hilo de sangre corría por la ceja izquierda del Pontífice.
— Jamás creí que me vería en la necesidad de luchar contra uno de los héroes que derrotaron al dios del inframundo. —Albert miró su brazal dañado y continuó—. Tu fuerza es sorprendente, no puedo negarlo… pero así como me haces el honor de enfrentarme con todo tu poder, yo deberé hacer uso del mío.
El cosmos de Albert lo cubrió por completo, creciendo aún más y por el que las pupilas de sus ojos desaparecieron ante el fuego cósmico que iluminaban ahora sus ojos. El cabello sobre su frente se alzó, permitiendo que la cicatriz en ella quedara al descubierto, siendo no sólo piel quemada sino el trazo de un círculo con ciertos símbolos en su interior.
Shiryu se arrojó contra el Patrono cuando éste le apuntó con la mano abierta en la distancia, y entonces sintió una fuerza descomunal comprimiendo su tórax con fiereza, frenando su desplazamiento.
Desconcertado, Shiryu se llevó la mano al pecho intentado sobreponerse a la presión que lo aquejaba y le estaba aplastando los órganos internos.
— Bien, ya que no puedo hacer nada contra tu gloriosa armadura no tengo otra alternativa más que emplear la habilidad que durante años todos ustedes se encargaron de estigmatizar, ¡haciéndome sentir culpable de poseerla! —Albert abrió su segunda mano y la cerró con brusquedad, ocasionando aún más dolor en el Patriarca, quien soltó un poco de sangre por la boca al sentir que una mano invisible le estrujó el corazón con violencia—. ¡Pero la que ahora soy libre de utilizar a mi antojo! —El Patrono ahora centró su fuerza mental en el cuello del santo—. ¡Superando cualquiera de mis expectativas! —rió.
Shiryu sintió que la presión ahora lo estrangulaba, impidiéndole respirar al mismo tiempo en que intentaba quebrarle la tráquea.
El semblante del santo se mantuvo sereno pese a las circunstancias, pero al final sólo dijo: — Tu mente pudo haber sido muy prodigiosa, Albert, pero ahora es demasiado inestable como para ser un peligro para mí.
— ¡¿Qué dices?! —reclamó, confundido.
— Puedo sentirlo, detrás de tu convicción de asesinarme hay un segundo pensamiento que te retiene —Shiryu explicó—… el mismo que te llevó a mantener a salvo a la mayoría de los habitantes del Santuario.
— ¡Silencio! —El cosmos de Albert se intensificó, centrando su poder en el corazón de su oponente—. ¡La verdad es que deseaba alargar tu tormento un poco más, pero si lo que me pides es una muerte rápida entonces la tendrás!
El santo se encogió un segundo de dolor, mas rápidamente se sobrepuso y a toda velocidad voló hacia el Patrono de Géminis. — ¡Necio, he vencido a enemigos aun con el corazón mutilado, por lo que tu intento es nada en comparación! Rozan Shoryu Ha! (¡Dragón Naciente!)
Al saber que su psicoquinesis no frenaría más al santo, Albert volvió a abrir de forma inesperada la otra dimensión, esperando que su enemigo se perdiera en el infinito, más Shiryu no detuvo su avance, dio un salto hacia la velocidad máxima con la que pudo entrar a la brecha dimensional, sobrepasándola y emergiendo detrás de ella para encajar el puño en el abdomen de su rival.
La furia del dragón ascendente dejó a Albert no sólo con los ojos desorbitados y con sangre saliendo escandalosamente de su boca, también lo lanzó estrepitosamente hacia el cielo mientras su zohar azul se despedazaba.

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Asis llegó rápidamente a donde Arun se había resguardado. El niño corrió sin rumbo hasta encontrar un sitio en el cual refugiarse. Sagitario (y también Paris) jamás perdió de vista el lugar que eligió, por lo que llevó la batalla lejos de allí y se aseguró de que los daños colaterales no alcanzaran su escondrijo: una pequeño hueco en la que sólo un pequeño tan delgado como él era capaz de entrar.
— Puedes salir —dijo, esperando que el chico lo reconociera.
El niño rubio dejó ver primero las manos antes que su cabeza polvorienta, por lo que en cuanto sus ojos distinguieron al santo de Sagitario brillaron con gusto y alegría.
— ¡Señor Asis! —celebró—. ¿Lo logró? Usted ganó, ¿no es así? —preguntó, sin atreverse a tocarlo pues se maravilló por la renovada armadura dorada.
El santo simplemente asintió. — Hiciste bien en obedecer mis órdenes, ¿te encuentras bien? —deseó saber.
Arun asintió, apuñando las manos contra el pecho.
— Bien. El peligro no ha terminado, aún hay enemigos dispersos por el Santuario. Pero como tampoco puedo dejarte aquí ni exponerte, será mejor que busquemos a alguien que pueda cuidar de ti, —Lo sujetó por el brazo y lo cargó, iniciando el vuelo que esta vez el niño pudo disfrutar. Arun se limitó a observar todo y no hacer preguntas, cohibiéndose todavía por ver al gigantesco titán amarillo que se arqueaba sobre la región.

Con sus sentidos, Asis pudo detectar una batalla no muy lejos de allí, reconociendo a los contendientes, más le alarmó no poder sentir al resto de los santos de oro. ¿Acaso habían muerto en batalla? Lo dudaba, pero entonces ¿dónde se encontraban?
— Lléveme con la señora Shunrei —el niño pidió de pronto, con mucha más determinación que con la que se expresaba antes—, con mis amigos… con ellos estaré bien, se lo prometo.
Sagitario se concentró y rastreó de mejor forma el Santuario, pudiendo detectar dónde estaban la mayoría de los supervivientes y otros individuos que transmitían un cosmos distinto al de los santos. Al no sentir que hubiera un peligro cerca de ellos, Sagitario accedió a la petición del chico, por lo que rápidamente llegó al Templo del Patriarca, encontrándose con un escenario lleno de soldados heridos siendo atendidos por un variopinto grupo de hombres y mujeres con vestimentas tribales.

Cuando el santo dorado se hizo notar todos volvieron su atención a él, siendo tres pequeños quienes rompieron con la tensión al momento al saltar y exclamar el nombre de —: ¡Arun!
El santo soltó al chico justo a tiempo para que solo él recibiera el efusivo abrazo de los tres niños: Ayaka (discípula de Kiki), Víctor (autonombrado escudero de Terario de Acuario) y Mailu (sirviente de la finada bruja Althea), quienes casi lagrimeando lo atiborraron de preguntas.
Asis dejó de prestarles atención cuando la esposa del Patriarca se adelantó.
— Asis, es bueno ver que estás a salvo —dijo ella con claro alivio.
— Señora, desconozco los pormenores que aquí han sufrido, pero parece que ha tenido ayuda… —musitó al ver a los shamanes a su alrededor, ocho de ellos, solo uno con rango de Oficial.
Shunrei asintió, hasta hace poco fue informada de lo que acontecía en el mundo, pues como muchos otros fue convertida en piedra por la magia de la máscara de Medusa. Cuando el hechizo se terminó ella despertó en sus aposentos y pronto se reunió con el shaman Kenta, quien estaba ayudando a Hilda de Polaris y a Bud de Mizar a recuperarse.
Con la aparición del titán dorado un grupo de shamanes arribó al poco tiempo, desde entonces habían ayudado a orientar a los habitantes del Santuario y contenido a aquellos que fueron hechizados por Sennefer y Albert de Géminis.
— Syd… ¿Acaso sabes dónde está mi hijo? —Hilda preguntó de pronto al acercarse al santo de Sagitario, esperanzada de que así como salvó a Arun pudiera saber dónde se encontraba el pequeño Syd.
Asis negó con la cabeza, ocasionando que a Hilda se le oprimiera el pecho de angustia al no saber de él.
— No puedo quedarme —comentó el santo al ver que allí todo parecía controlado—, aún queda…
Asis calló de repente, incluso su gesto cambió a uno de exaltación al percibir primero que nadie una presencia amenazadora aproximándose al lugar.
— Quédense aquí —ordenó, desplazándose a gran velocidad hacia la entrada del Templo del Patriarca, donde permaneció firme como el único guardián que podría hacerle frente al mal que ascendía por las escalinatas que conectaban el recinto con el Templo de Piscis.
Para los sentidos de Asis lo que allí subía no era algo que pudiera catalogar como humano, y sin embargo caminaba y se veía como uno, enfundado en una armadura negra que compartía el mismo toque divino que su cloth había ganado.

Seiya de Pegaso se detuvo treinta escalones antes de llegar a la cima desde donde Asis de Sagitario lo miraba con frialdad, pero el santo de Pegaso miraba más allá de él, siendo su próximo objetivo más que claro.

FIN DEL CAPÍTULO 61