lunes, 28 de marzo de 2011

Decisiones

Sigo sin saber porque FF.net me marca un error cada que quiero subir el nuevo episodio de EL LEGADO DE ATENA, así que apartir de ahora iré anexando los episodios aquí mismo, y para la facilidad de que puedan encontrar el LINK vean acá en el MENU y habrá un enlace directo de los más recientes episodios ------------->
Pero igual qui se los dejo

sábado, 26 de marzo de 2011

Sobre el Capitulo 19

Honestamente no sé que pasa con ff.net que me marca un error cada que quiero ACTUALIZAR el fanfic y subir nuevo episodio ._. ......... asi que tendré que ponerlo aqui para los interesados (en el post anterior está)

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RESEÑA DEL CAPITULO 19:
Albert de Geminis, con ayuda de Sugita de Capricornio, mantiene un duelo con la reina faraón Inet.
Sennefer se ve obligado a mostrar seriedad cuando un nuevo enemigo aparece para terminar con sus fechorias.
El poder del Cetro de Anubis está por destruir la capital egipcia, mas un rayo de esperanza cruzará el cielo.

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NOTAS CURIOSAS:
El personaje de Sennefer no estaba originalmente dentro de la trama de EL LEGADO DE ATENA.
Cuando me encontraba haciendo a los 'enemigos' para esta historia, estaba considerado alguien más para el puesto de "Patrono de Esteropes"
Pero por la trama que iba a ocurrir en Egipto recordé que tenía un personaje que cree y jamás utilicé para una vieja historia que estaba haciendo con otras autoras.
Al descubrir que incluirlo enriquecería bastante el panorama, no dudé en hacerlo.
Sólo tuve que aumentar sus poderes a niveles Saint Seiyescos (porque no era tan fuerte, ni tan poderoso... pero sí igual de peligroso)
Tras adaptar algunas cosas de su historia para lo que yo necesitaba, quedé complacida con el resultado.
Pese a ser el ultimo de la tripulaicón del grupo de malvados (tal como suele pasarme) robó más camara de lo que hubiera deseado, quitandole papel a otro personaje que proximamente saldrá, y en la siguiente temporada hará de las suyas.

Detalles curiosos:
Originalmente, Sennefer tendría una 'hermana', no un 'hermano' como en EL LEGADO DE ATENA.
En la historia original su enemigo jurado sería un chico japones llamado 'Shideo Sachizue', pero aqui no es otro mas que Assiut el Apostol Sagrado de Horus, pero pues el sujeto se ha ganado más enemigos con lo hecho en esta Temporada XD
Originalmente en el fanfic, el linaje de la familia de Assiut descenderia directamente de la de Sennefer pues tuvo un hijo antes de morir, sin embargo al verse muy cliché y que TODO recayera en su solo personaje no me gustó, asi decidí no hacerlo; en cambio fue el hermano de Sennefer que sí tuvo familia y sus descendientes viven aun en la actualidad, siendo más resistentes y hasta inmunes al Cetro de Anubis.

Antes no tenía muy definida su apariencia, pero ya me lo imagino muy parecido a AIZEN (de bleach) con el cabello largo XD!! juju, sexyyyyyy.

El LEGADO DE ATENA CAPITULO 19

Capitulo 19. El Cetro de Anubis, Parte III

Aves de esperanza

La faraona Inet siempre fue reconocida por su amabilidad, respeto y corazón bondadoso hacia los demás, pero tales cualidades jamás opacaron la fuerza de su Ka ni la mano estricta para gobernar al pueblo. Ahora que Sennefer ha eliminado todas las barreras que limitaban su verdadera fuerza Egipto gemía en pánico, la arena del desierto corre despavorida en sonoros vendavales, consciente del desastre que se cierne sobre el reino. El ejército de espectros que se mimetizaba en la oscuridad celebró con agudos lamentos la ascensión de una nueva líder dentro de la legión fantasmal.

Sennefer le dio la espalda a los guerreros dorados para subir al trono, sentándose cómodamente en el una vez más. Apoyó la barbilla sobre los nudillos de su mano izquierda, contemplando con interés la escena.

Albert de Géminis percibía la gran energía que envolvía a su próximo oponente. Reconocía que era una cosmoenergía por la que cualquier guerrero estaría dispuesto a agachar la cabeza; entendía que los Apóstoles veneraran a la dueña de dicho poder, así como él se inclinaba ante el Patriarca Shiryu. Pero lejos de acobardarse, el Santo de oro no se dejó confundir, no importaba la identidad de quien estaba delante de él, la tarea no cambiaba.

— ¿Así que para esto he viajado de tan lejos? ¿Para acabar con un individuo que se esconde detrás de las faldas de una mujer? —Géminis habló con impertinencia, esperando cualquier oportunidad para atacar o defenderse de ser necesario.

— Hmmm me tiene sin cuidado lo que pienses sobre mí. No me siento menos hombre por tal situación —el egipcio dijo sonriente—. ¿No será que temes enfrentarte a ella? Supongo que Hehet habrá sido nada para ti, por lo que al verte tan desilusionado espero que mi Reina sea capaz de complacerte…

De inmediato, el Ka blanco de la guerrera se manifestó. Por una fracción de segundo un resplandor alarmante tintineó en los ojos de la máscara dorada sorprendiendo a Albert quien intuitivamente se hizo a un lado, mas se tambaleó al sentir un fuerte impacto que cuarteó la hombrera izquierda de la cloth dorada.

— ¡Esto no puede ser…! ¡Apenas fui capaz de verlo…! —pensó contrariado, regresando la mirada hacia la mujer cuyos ojos volvieron a brillar.

Géminis esquivó los proyectiles invisibles, los cuales al impactar el suelo detonaban un fuerte estallido.

Entre más velocidad empleaba Albert para eludir los ataques, estos ganaban más precisión y rapidez.

Ante la indicación de Albert, Capricornio tomó a Assiut para alejarse del peligro. Sennefer le dedicó una mirada al joven Santo con la que le aseguró que no se molestaría en impedirle marchar, que podía hacerlo… sabía bien que regresaría.

Cansado de retroceder, Albert se impulsó hacia el frente, pasando a través de las constantes explosiones sin detenerse pese a que más de una rozó su cuerpo. A cierta distancia expulsó su cosmos hacia el infinito, desatando la tormenta galáctica existente en su ser — Galaxian Explosion! (¡Explosión de Galaxias!)

La guerrera cruzó los brazos a la altura del pecho sosteniendo los báculos sagrados, creando una barrera transparente sobre la que la oleada de estrellas y planetas chocó. El impacto no la empujó ni un centímetro hacia atrás para asombró del Santo dorado. El bastón de Sejem destelló cuando el muro invisible engulló toda la energía de la explosión hasta desaparecerla por completo.

Justo antes de que Albert pudiera articular alguna palabra de asombro, los ojos de la antigua Faraona brillaron con mayor fuerza, liberando un torrente que Albert reconoció pasmado.

Géminis fue golpeado por la misma fuerza que él es capaz de generar. Cada estrella, asteroide y planeta regresó a él, estrellándolo contra el techo para caer al suelo muy aturdido. De no ser por la protección de la armadura de Géminis habría muerto.

No tuvo la oportunidad de levantarse cuando sintió un fuerte golpe en la espalda, seguido de otro y muchos más de manera constante. La guerrera no dio tregua al enemigo, su máscara continuó destellando ante cada impacto hacia el santo de Atena incluso cuando éste logró levantarse para volver a caer dentro del mismo cráter.

— Ya lo imaginaba —Sennefer comento con ironía desde su asiento—. Fuiste demasiado arrogante como para pensar en que podrías alcanzarme en tu estado. Es decir, hasta yo sé que pelear con un Apóstol como Horus y Mesket en el mismo día debe ser agotador, además un viaje hasta aquí en tan poco tiempo debe ser algo cansado… —comentó con sosiego, sonriendo con malignidad—. Me doy cuenta que he sido muy desconsiderado, ¿por qué no descansas un poco? —preguntó entre risas.

La guerrera de Sennefer detuvo sus ataques, esperando nuevas órdenes.

Géminis se levantó con mucha dificultad, como si la armadura de oro se volviera cada vez más pesada. De repente se sintió muy agotado, es cierto que había combatido con intensidad sin descanso, mas conocía bien su rendimiento físico ¡no podía haber llegado al límite todavía! Por lo que no entendía por qué le costaba tanto el respirar.

Tras parpadear repetidas veces, el Santo notó ciertas sombras a sus pies las cuales comenzaron a tomar formas de brazos y dedos que iban escalando sobre él.

— ¡No! ¡La marca….! —pensó sobresaltado. Se llevó la mano hacia donde el Apóstol Sagrado de Anubis había colocado el sello protector que impedía que los espectros lo atacaran, descubriendo cómo ese fragmento de la armadura estaba dañado por los ataques recibidos con anterioridad, borrando todo rastro del conjuro.

— Cuando una gran cantidad de espíritus se concentra en un mismo lugar todo ser vivo comienza a presentar síntomas de enfermedad y al tiempo mueren…Espectros como los que nos rodean también tienen necesidades, una hambruna conectada a la envidia que en sus almas sienten por los vivos —el inmortal explicó serenamente, siendo un panorama que vio muchas veces en su juventud, cuando incursionaba hacia las ciudades para aplacar a los malos espíritus—. En la oscuridad y frío de la muerte, un Santo de oro ha de brillar como el sol, por lo que no los culpes por desear opacar el resplandor tan molesto que despides —rió.

Albert disparó su cosmos, buscando apartar a los espíritus que lo inmovilizaban con rapidez. Sentía que le robaban la fuerza y el aliento.

— Quizá con espectros comunes tus intentos funcionarían, pero tratas con mi legión y la influencia del Cetro de Anubis… No fuiste entrenado para ser un shaman, por lo que es improbable que puedas librarte de ellos —el egipcio se regocijó, haciendo una larga pausa antes de volver a hablar—. Nunca imaginé que precisamente vendrías aquí… Alguien se molestará mucho conmigo cuando se entere de tu muerte —entornó los ojos—, pero supongo que será su culpa, no la mía…— movió el dedo índice y pulgar de la mano derecha, proyectando una orden silenciosa a sus subordinados.

Albert se estremeció cuando los fantasmas le atravesaran el pecho con sus brazos intangibles, algunos le oprimieron el corazón y otros el resto de los órganos vitales con fiereza. Sintió como si cada uno de esos brazos fueran lanzas congeladas que le atravesaban las entrañas.

Miró con rabia a los espíritus que no podía quitarse de encima por muy poderoso que fuera.

Los ojos e la Faraona volvieron a destellar amenazadoramente, concentrando una gran cantidad de energía que lanzó sin remordimientos.

Géminis entrecerró los ojos, esperando el golpe del que sabía no saldría bien librado. Sin embargo, la intervención del joven santo de Capricornio le salvó la vida.

Armado con el sable de Horus, Sugita cortó la ráfaga mortal en dos. Justo frente a Géminis clavó el arma en el suelo, un acto que apabulló a la mayoría de los espíritus. Capricornio procuró que Albert sujetara la empuñadura del sable, siendo tal contacto que terminara por hacer retroceder a los restantes— Esto los mantendrá alejados, ni se te ocurra soltarlo —indicó.

Al conservar intacto el símbolo que Assiut marcó en la cloth, el santo de Capricornio continuaba siendo inalcanzable para los espectros que volvieron a fundirse en la oscuridad.

Fue un tanto extraño que al dejar a Assiut en la antesala del salón principal escuchara aquellos mismos murmullos que lo han acompañado durante toda la vida. Entre tanto caos a su alrededor, escuchó claramente las voces que al unísono le indicaron que era confiable utilizar el sable de Horus como escudo contra el poder del Cetro de Anubis. Terminó por convencerse cuando, en su delirio, el Apóstol Sagrado de Horus lo zarandeó por el hombro. Quizá el egipcio no haya podido decir nada, pero en los pocos segundos que mantuvo los ojos abiertos le exigió que regresara a combatir.

Sennefer observó con curiosidad lo acontecido. Con la mirada buscó el segundo sable, el cual encontró justo a los pies de la escalinata. Estaba consciente de que su guerrera envío el Alba de Horus devuelta al templo, ¿por qué las espadas no alzaron el vuelo con el resto del ropaje?

El Rey inmortal frunció un poco el entrecejo, clavando los ojos en la espalda de la Faraona.

Ante la abrupta mejoría de su condición, el santo de Géminis no dudó en mantener junto a él la espada dorada pese a que sentía estar faltando a sus votos hacia Atena.

—Esto sí que es algo que nunca antes había visto— comentó Sennefer con tono analítico—. Ya era extraño que una amazona del Santuario entrenara en nuestras tierras junto a nuestros más bravos guerreros… pero que un sucio extranjero emplee un tesoro nacional como el sable de Horus… ¡Por Ra, si hasta yo comienzo a sentirme ofendido! —rió cínicamente.

—Entiendo tu sentir, créeme. Yo tampoco me siento muy cómodo con la idea, pero en vista que tus trucos sucios continuarán, no hay otra salida. ¡Sugita, apártate o sé de utilidad y procura no estorbarme! —exclamó Albert al maximizar su cosmos, arremetiendo contra la Faraona quien se defendió con los dos bastones ceremoniales. Los báculos resistieron los férreos golpes de la espada sagrada, mas la Faraona comenzó a retroceder.

Sugita se unió al combate, apoyando a Albert en la ofensiva fiándose de su velocidad y ken.

No les tomó mucho descubrir que su oponente no estaba demasiado capacitada para el combate cuerpo a cuerpo, esa fue una ventaja que ambos santos no desperdiciaron. Una vez que lograron acercarse gracias a la reliquia egipcia, la presión sobre su enemiga fue en aumento.

Capricornio llamó su atención después de conectarle algunas patadas en la cabeza. Albert se coló entre el desconcierto para plantar su mano en el vientre de la mujer sin permitirle reaccionar, desatando la explosión galáctica que devastó gran parte del complejo, sumergiendo el salón del trono en polvo y escombro.

Perdiéndose de vista por unos instantes, ninguno de los dos santos estaba convencido de haber derrotado a alguno de los adversarios.

Sugita fue el primero en percibir un ataque inminente, cubriéndose de dos impactos que hicieron crujir el brazal de su brazo izquierdo.

Entre la humareda Albert corrió hacia la Faraona, blandiendo la espada con la que esperaba cortarle la cabeza, pero en una oportuna reacción, la cola postiza que semejaba a la de un león se movió cual látigo, golpeando al santo de Géminis repetidas veces hasta enrollarse a la hoja del sable con la intención de arrebatárselo.

Capricornio apareció al costado de la Faraona, aunque ella reaccionó utilizando el cetro de Nejej con el que arremetió contra él.

Las cintas del flagelo sagrado se volvieron de luz, alargándose hasta alcanzar al santo de Capricornio quien recibió el golpe de lleno. El violento impacto lo arrojó hasta un muro por el que resbaló hasta el suelo.

Sugita respiró con desesperación, oprimiéndose el pecho justo donde el flagelo golpeó con brusquedad. Estaba desconcertado, la cloth dorada no presentaba ni un raspón más ni un daño menos, sin embargo sentía mucho dolor en el tórax. Al ponerse de pie percibió como algo tibio comenzó a fluir por su torso, notando las gotas de sangre que mancharon la tierra al escurrir por debajo del ropaje de oro.

Sugita trastrabilló, cayendo al piso nuevamente de donde ya no pudo levantarse por más que lo deseara.

Sennefer no culpaba al chico por su ignorancia, él no podía saber que el Cetro de Nejej posee la habilidad de ignorar cualquier barrera sin importar su origen físico, mágico o espiritual, logrando así golpear directamente el frágil cuerpo del enemigo aunque este se encuentre protegido por la mejor de las armaduras.

Tan rápido como sacó de combate al Santo pelirrojo, la Faraona giró el cetro hacia Géminis. Pese a la corta distancia entre ambos, Albert esquivó los latigazos de manera sagaz sin soltar el objeto que evitaba ser atacado por los molestos espíritus de Sennefer.

Tras un fuerte tirón, el Santo superó la fuerza rival para recuperar el sable de Horus, atacando a la mujer quien evadió al cubrirse con las alas metálicas del Alba divina.

La Faraona buscó refugio en las alturas, yendo Géminis detrás de ella dando un gran salto.

Las alas doradas de la mujer se extendieron totalmente, cubriéndose por un resplandor amarillento del que a gran velocidad salió una lluvia de delgadas estacas de oro.

Al saberse incapaz de maniobrar en el aire, Albert lanzó su Explosión de Galaxias para defenderse. Ambas técnicas chocaron entre sí, logrando un balance en el que ninguna retrocedía ni avanzaba.

Sennefer suspiró un poco decepcionado. Miró el Cetro de Anubis con expresión cansada, palpándolo con delicadeza— ¿Por qué te contienes tanto mi hermosa reina? Lo entendería si se trataran de tus bien amados Apóstoles, pero son míseros Santos de Atena… no son nada para ti —musitó al báculo, encendiéndolo con las llamas de su Ka—. Tendré que enseñarte un par de cosas…

En ese momento, el luminoso Ka de la Faraona se contaminó por una bruma escarlata. El cuerpo de la mujer se tensó con brusquedad, liberando una poderosa ventisca que incrementó la fuerza de su técnica.

Albert fue consciente del incremento al ser empujado por el torrente de proyectiles dorados, los cuales desgarraron el manto galáctico que lo escudaba. El Santo fue embestido por la tormenta que lo estampó contra el suelo del que no pudo levantarse por los constantes golpeteos.

Sugita miraba cómo Albert era castigado por el diluvio divino. Apretó con desesperación los escombros bajo su mano, era la primera vez que se sentía tan impotente, ¿qué podía hacer?

La tempestad que desató la Faraona se detuvo. El caballero de Géminis estaba tendido bocarriba en el centro de un cráter irregular. Albert conservaba conciencia pese a las circunstancias, tosió un par de veces al momento de intentar pararse. Sentía su cuerpo temblar sin control… Esperaba que tales estremecimientos fueran por los ataques recibidos y no por temor…

— Sí que son obstinados— Sennefer pensó con aburrimiento.

La mujer alada soltó ambos cetros, mas permanecieron flotando junto a ella. Extendió el brazo, apuntando con el dedo índice al santo de Géminis.

Albert se contrarió al sentir repentinamente el cuerpo pesado, casi al punto de la rigidez absoluta. No había alcanzado a alzarse sobre sus piernas por él mismo cuando una fuerza desconocida lo ayudó a hacerlo.

Sin poder resistirse, perdió el completo dominio de sus extremidades. Al forzarlas a obedecer, una horrible opresión en el pecho lo detenía. Su mano se abrió sin desearlo, soltando la espada protectora.

Así como Calíope de Tauro sufrió de tal infame poder, llegó el turno de Albert de Géminis de experimentar “El dominio del Nilo”, el arte de Isis para manipular incluso el agua existente dentro de un ser vivo.

Como Apóstol Sagrada de Isis, Kaia conocía tal técnica con una base elemental, mas la Faraona Inet, al ser la emisaria de los dioses, la ejecutaba a un nivel superior en el que no existía cansancio ni tampoco limites de rango, ni cantidad…

Sugita de Capricornio se angustió cuando la misma sensación se apoderó de él. Sintiendo un tirón en la espalda lo levantaron como a un títere con hilos, siendo arrastrado hacia un lado del Santo de Géminis.

La Faraona descendió, aún permaneciendo por encima de sus insignificantes esclavos que la miraban con una mezcla de furia, admiración y espanto. Ella movió ligeramente el dedo meñique y ambos alzaron los brazos hacia el techo, como si un par de cadenas los hubieran jalado y otro par mantenía sus pies adheridos al suelo.

La mujer tomó el Cetro de Nejej una vez más, colocándose a espaldas de los santos.

El primer golpe en el espinazo fue el que los sorprendió. Como si un relámpago los hubiera impactado de lleno sintieron la carne arder y desgarrarse, así como una opresión que les aplastó el corazón y las costillas.

Albert tensó la mandíbula conteniendo un grito mientras Sugita escupió sangre después de un fuerte alarido.

Hubo una leve pausa para el segundo impacto que desencadenó el mismo sufrimiento pero que intensificó el dolor.

El ahora Faraón contemplaba encantado la crueldad con la que su guerrera arremetía contra los dos invasores. Él no tenía inconveniente en que tuvieran una muerte lenta y agonizante, sabía que tal espectáculo fascinaba a las tropas, que observaban con interés.

No pasó mucho para que ambos santos comenzaran a gritar. Por instantes llegaban a perder el sentido, pero al siguiente latigazo reaccionaban atormentados. No sólo fueron golpes en la espalda, también en la cintura, lo muslos y las piernas, terminarían hechos pedazos si continuaban así.

Albert bufaba colérico, nada de sí respondía tal cual deseaba, ¿incluso su cosmos lo había abandonado? ¡Eso era imposible! Miró en dirección hacia su compañero quien apenas se mecía después de cada impacto. ¡Tenía que pensar en algo y rápido…!

— ¡Atena… dame fuerzas...!— suplicó a la diosa ausente, buscando concentración en medio de tanto calvario.

En todo ese tiempo Sennefer se mantuvo sonriente, sin embargo, de manera repentina su gesto cambió a uno de completa seriedad y preocupación. El Faraón se levantó del trono, mirando hacia diversas direcciones…. Percibía una presencia que había entrado a su reino… un Ka que llameaba con fuerza y supremacía.

El egipcio extendió su percepción mas allá de las paredes, buscó con los numerosos ojos de sus siervos fantasmas al individuo que despedía tal poder.

El sujeto se movía tan veloz que no era capaz obtener una imagen de él, pero se acercaba, su arribo era inminente. El espectro volteó con anticipación hacia la entrada de la sala donde vio un bólido de fuego.

Un ave llameante lo golpeó directamente en el pecho. Sennefer quedó boquiabierto por la velocidad con la que fue atacado. La impresión lo hizo tambalear un poco, recibiendo de inmediato un gancho flameante en la quijada que lo elevó por los aires.

Antes de que la guerrera egipcia interviniera a favor de su amo, una silueta esmeralda le salió al paso — Perdóneme… su majestad…— murmuró suplicante. En el aire marcó con los dedos una serie de trazos que quedaron dibujados por una bruma verdosa, invocando un sarcófago que se cerró alrededor de la mujer. Los símbolos acuosos se centraron en la cerradura giratoria con forma de estrella que había en la tapa.

Sugita y Albert cayeron al piso. Al ser el santo de Géminis quien más reaccionaba fue la razón por la que un tercer individuo se le acercó.

— ¡Señor Albert, resista!

Géminis notó los mechones cobrizos y la coraza azul que envolvían al joven que lo socorría.

—… ¿Le-leonardo de… Sagita?... ¿Cómo es que…?

—Ya habrá tiempo de explicar. Pero puede estar tranquilo, la caballería ha llegado— comentó el joven de ojos castaños.

Albert ladeó la cabeza, topándose con la figura de Nichrom, Apóstol Sagrado de Osiris.

—Santos atenienses, agradecemos la ayuda y siempre estaremos en deuda, mas ha llegado el momento de que Egipto termine con esta pesadilla. Pueden dejarlo en nuestras manos —murmuró el hombre de Alba esmeralda. El Apóstol permaneció con la mirada hacia otra dirección, misma a la que Albert se volvió con rapidez.

Sennefer cayó de pie lejos del trono del Faraón. Su mirada se tornó alargada y sombría al confrontar a la figura de fuego anaranjado que le hacía frente.

—Tú eres…— siseó como una serpiente cautelosa.

El ave de fuego permaneció suspendida en el aire unos segundos, aleteando majestuosamente para callar a las bestias resguardadas en la oscuridad. Chilló en advertencia a todas las alimañas rastreras refugiadas en las sombras.

Bajó lentamente a tierra donde adquirió una figura humanoide envuelta por una flameante cosmoenergía.

El fuego dibujaba una ostentosa armadura con alas, mas cuando la intensidad de las llamas comenzó a claudicar resaltó la sencillez de una ordinaria armadura de bronce.

— Bennu* ha vuelto a casa —Nichrom sonrió con tranquilidad.

—¡Es Ikki, el Fénix! —exclamó Albert con gran asombro.

Sennefer sostuvo la intensa mirada de Ikki, uno de los cinco Santos legendarios con los que Atena logró vencer finalmente a Hades, rey del Inframundo.

El paso de los últimos quince años le han brindado a Ikki un porte y aspecto maduro, de gran autoridad que se ganaría el respeto y hasta temor de cualquiera.

Por el Patriarca, Albert sabía de la existencia del Fénix, aunque tenía entendido que el Santo de bronce decidió mantener independencia, sirviendo al Santuario desde la lejanía.

—… ¡el ave Fenix!— el Patrono repitió con gusto, asombro y admiración.

El Santo de Atena permaneció con una actitud pasiva, aunque en su rostro se mostraba un deje de furia.

— Esto sí que es una sorpresa, estoy abrumado —Sennefer dijo con cinismo—. Jamás esperé que una figura célebre como el mismo Fénix apareciera en mí reino. ¿Acaso vienes a presenciar mí coronación?

Una mueca de desagrado tensó el mentón del santo de bronce— Estas tierras están lejos de pertenecerte, infeliz —aclaró amenazante—. La única ceremonia que espero presenciar es tu funeral.

Sennefer mantuvo una sonrisa descarada, pero no se confiaba en lo absoluto de ese hombre del que percibe un gran rencor. El egipcio no era ningún ingenuo, él podía ver más allá de las apariencias; sus sentidos conectados al mundo de la muerte le permitían conocer el verdadero brillo de la opaca cloth de bronce, así como la devastadora fuerza del inmortal Bennu.

La cosmoenergía del santo de bronce empezó a inundar la habitación inadvertidamente, todos allí comenzaron a sentir la atmósfera pesada y ardiente, como si se encontraran en el interior de un volcán a punto de hacer erupción.

Nichrom sabía perfectamente que para el Fénix resultaba igual de indignante la pesadilla que se vive en Egipto. Quizá el Santo no nació dentro del rebaño de Ra, pero vivió por varios años en las tierras de los dioses egipcios, conviviendo con muchos de aquellos que yacían muertos en algún lugar del reino…

Él no tenía dudas, Ikki era el único capaz de acabar con Sennefer, por lo que no vaciló ni un instante en ir en su búsqueda tras el fracaso en la Aldea Apache con el Shaman King.

— Entrar en batalla con el Fénix no estaba entre los planes…— pensó el espectro al resentir el aura hostil del guerrero ateniense.

— ¡¡Nunca te voy a perdonar lo que aquí has hecho!! —Ikki gritó, impulsándose hacia el odiado oponente con el puño extendido.

Sennefer lanzó del mismo modo su brazo hacia el frente, impactando su puño contra el del Santo. El choque creó una onda de energía calorífica que estremeció los débiles muros del palacio.

Ambos combatientes permanecieron con los brazos totalmente estirados hasta que el egipcio lanzó una ráfaga de Ka con su mano libre. Pese a la estrecha distancia, el Fénix desvió la energía con una oportuna patada al mismo tiempo que liberó un rayo energético contra la cabeza del espectro.

Sennefer contuvo el paso de la flameante cosmonenergía con la palma de la mano. De su cuerpo emergieron un sinnúmero de descargas eléctricas que alcanzaron al Fénix.

Ikki salió despedido contra el techo, sintiendo sus extremidades entumecidas por las cadenas eléctricas que lo cubrieron.

El egipcio acumuló electricidad entre los dedos, arrojándola contra el pecho del Fénix.

Ikki elevó su cosmos después de un fuerte grito, las llamas superaron los relámpagos a tiempo para esquivar el ataque que agujeró la bóveda del palacio.

—¡Tu fama te precede, Fénix! Mientras los Apóstoles y otro Santos no me han motivado para pelear en serio, tú presencia aquí lo ha cambiado todo.

Usando su velocidad, el Santo de bronce acortó nuevamente la distancia entre ellos, obligándolo al combate cuerpo a cuerpo.

—Interesante que lo digas, hasta donde sé no has hecho más que esconderte detrás de otros —Ikki lanzó feroces golpes que el egipcio esquivó o bloqueó con los brazos—, pero pienso cambiar eso, ¡no te esconderás más!

Ikki contuvo los puñetazos de Sennefer con las manos, atacando cuando encontraba oportunidad— ¡Me dijeron que eres difícil de vencer, pero he aprendido que no hay enemigo invencible! —bramó el Fénix.

El frenético intercambio de golpes se pausó cuando las manos de los guerreros se cerraron sobre las del otro.

—Lo dice quien tiene la capacidad de volver del más allá sin repercusiones— comentó Sennefer sin retroceder o avanzar— Tú y yo no somos tan diferentes, Fénix, quizá pudiéramos ser amigos —rió.

—¡Jamás me compararía con una alimaña como tú! —Ikki maniobró para sujetar a Sennefer por el brazo, imponiendo su potencia para girarlo de cabeza, arrojándolo contra un muro.

—¡No existe tal cosa como la inmortalidad —el ave de fuego se manifestó a espaldas del Santo cuando éste encendiera su cosmos—, desintegraré todos tus átomos de ser necesario!

Sennefer cayó pesadamente de pie, mirando con ojos desafiantes al caballero quien, como muchos otros, aseguraba su muerte— ¡Promesas, promesas y más promesas! — clamó con una carcajada, mostrando un Ka carmesí dentro del que rostros espectrales se dibujaron.

Una tormenta eléctrica comenzó dentro de la cámara, compitiendo con las llamas del Santo de bronce. Los ojos del egipcio comenzaron a inyectarse de oscuridad, sus iris se tornaron de un dorado brillante, alargándose hasta simular los de una peligrosa serpiente.

Para los presentes era difícil distinguir cuál cosmos era más fuerte, pero depositaban su confianza al Fénix para llevarse la victoria.

El Santo agitó los brazos imitando el aleteo de la mítica ave antes de lanzar una llamarada mortífera —¡¡Ave Fenix!!

El Patrono del Zohar de Estéropes reunió todos los relámpagos de su Ka en la punta del dedo índice y medio, tal centella generó un vacío alrededor del guerrero, así como un silencio para desatar una atronadora exclamación —¡¡Trueno magistral!!

La fuerza despedida por la colisión de poderes terminó por volver partículas lo que quedaba del techo del complejo. Un resplandor de colores anaranjados y plateados se vislumbró en el cielo oscuro como un espectáculo para quienes observaban desde la lejanía.

Los santos de Géminis y Sagita, junto con el Apóstol Sagrado de Osiris, permanecieron expectantes al campo de batalla. La mezcla de energías confundió un poco sus sentidos como para determinar si alguno de ellos murió.

Cuando la densa bruma cósmica comenzó a desvanecerse, dos siluetas fueron visibles. El santo del Fénix y el Patrono de Estéropes habían cambiado lugares, permaneciendo de espaldas al otro sin moverse.

El cuerpo de Ikki se encontraba humeante, su piel mostraban ligeras quemaduras causadas por los relámpagos del enemigo, la malla protectora de su vestimenta se encontraba en giras mientras las puntas de su cabello se hallaban levemente chamuscadas. El Santo discretamente escupió sangre al suelo, limpiándose la barbilla con rapidez.

El ropaje del Fénix mostraba profundas grietas, algunas piezas como el casco, hombreras y brazales se despedazaron.

El Fénix comprobó que no trataba con un oponente ordinario, aunque sus heridas no eran de cuidado eligió ser muy precavido después de ponerlo a prueba. Se dio media vuelta dispuesto a proseguir con el combate, al mismo tiempo en que el egipcio lo hizo.

Ikki no se impresionó por el deteriorado aspecto de su contrincante, pero un deje de repulsión se le notó en el rostro.

El Zohar de Estéropes se encontraba intacto, mas no podía decirse lo mismo de las zonas que no se encontraban cubiertas por ella. La larga cabellera que solía cubrir la espalda de Sennefer desapareció casi en su totalidad, quedando algunas hebras marchitas; los dedos de las manos se mostraban totalmente carbonizados, cuando llegaba a moverlos se desprendía polvo ceniciento; su cara se deformó por las brasas incandescentes, sobre la piel calcinada sobresaltó más el dorado de sus ojos y la blancura de sus dientes.

— Esa es tu verdadera forma, maldito espectro. Espero no te hayas acostumbrado demasiado a este mundo porque te enviaré a donde debiste haber sido enviado desde el inicio —aclaró el Santo de bronce.

Sennefer se miró las manos, cerró una de ellas y observó pasivamente como algunos dedos polvorientos caían— Oh Fénix, ¿crees que esto será suficiente?— cuestionó altivamente—. Si las mismas llamas del inmortal Ave Fénix no pudieron hacerle daño alguno a mi Zohar, entonces no tengo nada de qué temer…— siseó reprimiendo una carcajada—. ¡Esto apenas inicia! ¡No me había sentido así en siglos! ¡¿Estás preparado?! —rugió fuera de sí, bajando la celada del casco para reiniciar la lucha.

Ikki elevó su cosmos, ocasionando una reacción en la cloth de bronce la cual se envolvió por llamas anaranjadas que reconstruyeron la armadura sagrada ante la mirada atónita de los presentes. El santo alistó la guardia, confundiéndose al ver cómo el Patrono abandonó la pose ofensiva.

—Mi fiel Sennefer, es suficiente… —el egipcio escuchó en cuanto se preparó para combatir.

Todos fueron víctimas de un mal presentimiento cuando el Patrono pareció desconectarse de la realidad, permaneciendo inmóvil como una estatua de metal blanco.

Sennefer sostuvo una conversación mental que le provocó disgusto, después enojo y finalmente resignación.

Ikki se mantuvo en alerta, aún cuando la cosmoenergía de su rival dejó de percibirse hostil.

— Cuanto lo lamento, aunque me encantaría llevar esta batalla a grandes niveles y comenzar mi reinado después de una gloriosa victoria… temo que debo cambiar mis planes —musitó el inmortal, sujetando el Cetro de Anubis con el que apuntó hacia el sarcófago que mantenía prisionera a su guerrera.

¡No te lo permitiré!— advirtió el Fénix arrojándose sobre él.

Aunque Nichrom luchó por mantener el cerrojo de la prisión, el poder del cetro maldito rompió el sello.

La mujer alada salió a toda prisa interceptando el vuelo del Fénix. En una reacción inconsciente, Ikki prefirió retroceder.

El recuerdo que tenía de la gentil reina se sobrepuso a la de la peligrosa adversaria que se encontraba entre él y Sennefer.

— ¿Así es cómo piensas esconderte de mí? No te funcionará maldito cobarde— advirtió, ordenando sus sentimientos.

— No me malentiendas Fénix, simplemente mis prioridades han cambiado… hay asuntos que requieren más mi atención —el Patrono caminó hacia la mujer, abrazándola por la espalda donde introdujo el Cetro de Anubis—. Mi Reina aquí presente podrá tomar mi lugar…

El cuerpo de la antigua Faraona se sacudió con violentos espasmos, comenzando a expulsar un poderoso Ka escarlata recubierto por relámpagos y lamentos espectrales. Dio un angustiante grito antes de volar hacia el cielo.

La saeta carmesí subió por encima de edificios, se alzó mucho más que la misma pirámide protectora de los Apóstoles, convirtiéndose en una estrella roja de siniestro resplandor.

— ¿Q-qué es lo que has hecho? ¡¿Qué planeas?! —exigió sobresaltado el Apóstol Sagrado de Osiris.

Sennefer entre risas dijo— Lo que mencionó el Apostol Sagrado de Horus es una gran verdad… Éste reino jamás me rendirá pleitesía ni aunque les ofreciera una verdadera Utopía… Ya no estoy interesado en ser el Rey de un pueblo ciego y que le pertenece a otros.

Estruendos y centellas comenzaron a mostrarse en el cielo, acumulando oscuras nubes que lanzaron truenos rojos contra la ciudad, ocasionando una destrucción masiva.

— Es por eso que pienso destruirlo todo…— anunció con una sonrisa aterradora gracias a sus labios deformes.

— ¡Maldito, ¿crees que te dejaré hacer tal cosa?!— el Apóstol se lanzó contra el Patrono, atravesando su imagen sin haberlo tocado si quiera.

— Partiré ahora, permitiendo que mí Reina se encargue de la purificación de éste territorio… —explicó, su imagen se había vuelto traslucida, un ente fantasmal respaldado por sombras de los espectros que le servían.

— ¡No huyas! ¡Después de todo lo que aquí has hecho… tú…! ¡¿Simplemente darás media vuelta y desaparecerás?! —Nichrom rabió.

Sennefer le dedicó una mirada burlona— Descuida, ten por seguro que algún día retornaré, y de las cenizas de Meskhenet edificaré mi propia ciudad.

El Fénix permaneció tranquilo, más interesado en la estrella de destrucción en el cielo que en la partida del Patrono.

— De cualquier forma, mi motivo principal al venir a aquí fue para llevar a cabo mi tan anhelada venganza… En medio de la oscuridad solía imaginar lo que haría si la oportunidad se me presentaba… ¡Pero la realidad resultó mejor que lo soñado! ¡Arrasé con la ciudad en la que los dioses depositaron su esperanza, he causado dolor y dado muerte a su población, aplasté sin dificultad a la fuerza élite de Egipto, causé aflicción a los gobernantes de la nación obligándolos a entregarme el Zohar de Estéropes!. ¡Traje miseria, terror y muerte a Egipto, tomé la vida de sus reyes con mis propias manos…! Y lo mejor de todo, he sido capaz de lastimar a un dios de una manera en la que jamás ha sido lastimado… mi cicatriz lo acompañará hasta el final de sus días, los cuales no creo que sean demasiados —carcajeó tan estruendosamente como los relámpagos en el cielo.

Sennefer se desvaneció en medio de la lluvia mortal. El resto de los presentes debieron guardar su frustración para después.

Violentos temblores comenzaron, el viento se intensificó hasta crear tornados que arrastraron arena y escombros, derribando edificios, borrando caminos. Era como si el desierto mismo deseara desaparecer a Meskhenet de la faz de la tierra.

— Nichrom, ¿explícame qué diablos está pasando y cómo es que podemos detenerlo?— preguntó el Fénix sin temor a los eventos.

El Apóstol miró hacia la estrella de destrucción, analizando con inseguridad la situación— … El Cetro de Anubis, no existe otra respuesta. Es una arma shamanica de alto nivel, un catalizador que es capaz de incrementar su poder al haber absorbido cierta cantidad de almas… tengo entendido que en la antigüedad fue purificado, es decir, todas las almas en él fueron liberadas… pero es evidente que Sennefer ha estado recolectando nuevamente un ejército de espíritus para fortalecerse… y ahora está utilizando esa fuerza combinada para desatarla sobre Meskhenet… a este paso será totalmente destruida junto a todos los que permanezcan en ella.

La atmósfera se volvió hiriente, el viento los incomodaba y lastimaba. Se escuchaban derrumbes por todos lados, los tronidos de los rayos chocando contra cualquier superficie, el silbido de los tornados y el sacudimiento de la tierra aturdió a todos.

La barrera protectora que los Apóstoles crearon alrededor de los templos de Osiris, Isis y Horus colapsó conforme los guerreros fueron abatidos por el furioso vendaval de poder desatado por el Cetro de Anubis.

La gente refugiada en los templos entró en pánico, mas otros se refugiaron en oraciones a los dioses.

— ¡¿Cómo destruyo esa cosa?!—Ikki preguntó enfadado.

— ¡No lo sé!— admitió Nichrom de la misma manera.

— Tendremos que averiguarlo entonces… ahora es prioritario proteger Meskhenet y a su gente —determinó el Santo de bronce— ¡Ustedes vayan a donde están los demás y protejan a la población, yo me encargaré de lo demás! —ordenó a los Santos y al Apóstol.

— ¡Ni creas que te dejaré sólo! —advirtió Nichrom.

— ¡Nichrom, ya perdiste una Faraona! —le recordó el Fénix con dureza— Tú deber es preservar la vida del nuevo Faraón, así que lárgate y ve en su búsqueda ahora que es cuando más te necesita.

Nichrom se quedó en silencio, bajando la mirada al pesarle las palabras de Ikki… admitiendo la verdad en ellas.

— Y lo mismo va para ustedes, —dirigiéndose a Albert y a Leonardo—, recojan a los heridos y busquen refugio, no pienso tener que explicarle a Shiryu por qué dejé morir a tres de sus santos.

Albert no estaba muy dispuesto a obedecer, aunque al volver la mirada al inconsciente Santo de Capricornio desistió. Él tampoco deseaba enfrentar la ira del Patriarca, por lo que se lo echó al hombro sin perder más tiempo.

Nichrom dirigió al grupo que recogió al malherido Apóstol Sagrado de Horus en el camino, dejando a Ikki solo, tal cual había pedido.

El Fénix abandonó el Palacio momentos antes de que la sala del trono se derrumbara. Subió hasta el obelisco más alto que encontró en las cercanías, mirando con desafío el sol rojo que castigaba a Egipto con crueldad.

Ikki cerró los ojos, elevando sus cosmos hasta el séptimo sentido y quizá un poco más allá.

Meskhenet, templo de Horus.

El Chaty de Egipto era un hombre que rodeaba los cincuenta años de edad. Alto, con una postura firme que reflejaba muchos años de entrenamiento y servicio. Vestía una túnica morada con grabados de hilo dorado, capucha que le cubría la cabeza, cintas rojas atadas a la cintura y algunos anillos en los dedos. Una gruesa barba oscura le adornaba la quijada acentuando un gesto estricto y respetable en su semblante.

Él se mantuvo a todo momento en la entrada del templo de Horus, acompañando en espíritu a los Apóstoles que magníficamente habían logrado proteger al pueblo de Ra.

La súbita muerte de la Faraona y la invocación de la Alba Divina de Ra lo hicieron perder la esperanza, un sentimiento que se volvió todavía más punzante al ver como la barrera de los Apóstoles cayó por el azote de la venganza de Sennefer y el Cetro de Anubis.

Aguardó con valentía la llegada de los cinco Apóstoles, quienes agotados y lastimados buscaron refugio de la incontrolable tormenta.

Los Apóstoles de Bastet, Maat, Sobek y Thot lanzaron miradas de indignación a Osahar quien arribó con la traidora Hehet en brazos.

La verdadera fuerza de los reclamos se vio opacada por la del desierto aullante, por lo que el Apóstol se limitó a pedir la aprobación del Chaty quien accedió a mostrar piedad por el momento.

Aunque el resto de los guerreros protestaron, debieron dejar al lado su furia cuando en el cielo fue visible el ascenso de una flameante estrella anaranjada.

Tal fenómeno disminuyó la potencia del viento, los relámpagos y la tierra. Todo aquel que miraba hacia las coloridas estrellas quedó sin habla al contemplar cómo de la estrella roja se materializó una colosal serpiente formada por centellas rojas, su largo cuerpo se perdía entre las nubes de tormenta simulando ser un dragón que surcaba por los cielos aterrorizando a los mortales.

En cambio la estrella naranja explotó, liberando oleadas de fuego del que surgió el inmortal Bennu.

Las dos criaturas invadieron la bóveda celeste sobre Meskhenet, comenzando una batalla en que las bestias no dieron tregua. Sobrevolaron frenéticamente por el cielo, evitando mordiscos, resistiendo golpes.

La presencia del Fénix disminuyó la intensidad de la tormenta, algo que desagradó a la serpiente quien buscó prevalecer hasta terminar con su labor.

De pronto la mítica ave inmortal chilló agonizante al ser mordida por la serpiente. Aunque se batió buscando la libertad, la víbora enredó parte de su cuerpo alrededor del Fénix, inmovilizándolo, aplastándolo constantemente entre sus escamas centellantes.

En cuanto la balanza se inclino a favor del Cetro de Anubis, la tempestad y terremotos volvieron a adquirir su verdadera potencia.

Los templos de Osiris, Isis y Horus comenzaron a mostrar fisuras en sus muros. La gente gritó aterrada, llantos angustiosos sobrepasaban las vibraciones de la tierra y el crujir de las paredes.

En la cámara más recóndita del Templo de Horus, la sala de ceremonias donde los sacerdotes rendían tributo al dios halcón, el príncipe Atem yacía recostado sobre un pedestal de piedra caliza. Todavía inconsciente, era vigilado no sólo por la majestuosa estatua dorada de Horus, sino por Rashida, madre de Assiut y fiel sierva de la familia real.

La mujer se mantenía arrodillada en el suelo, llorando pero a la vez orando por un milagro.

Cuando sintió que todo se desmoronaría sobre ellos, se arrastró hacia el príncipe, permaneciendo al pie del pedestal donde esperaría la muerte.

Las pizcas de arena cayendo sobre su cara comenzaron a reanimar al joven príncipe. Sus párpados intentaban abrirse con desesperación, como si no pudiera despertar de una horrenda pesadilla. Atem comenzó a llamar a su madre, a su padre.

Pese a estar sumergido en un mal sueño, el príncipe levantó el brazo hacia el techo, deseando alcanzar algo que se encontraba lejos de su alcance. Lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos cerrados.

— … Mamá… no te vayas… —balbuceó en la inconsciencia— No me dejes… mamá… regresa… vuelve… ¡¡No me dejes!! —exclamó.

Rashida abrió los ojos espantada ante el alarido del príncipe, quedando perpleja al ver cómo es que la habitación se había inundado por un intenso fulgor.

Afuera, la serpiente continuaba inyectando veneno en el cuello de Bennu quien moribundo se retorcía entre los rayos.

La mayoría de quienes contemplaban el enfrentamiento bajaron la mirada con desesperanza, siendo los primeros en notar el inicio de un nuevo fenómeno.

Toda la tierra bajo Meskhenet comenzó resplandecer con una luz dorada muy tenue, convirtiéndose en una neblina de oro que apenas cubría hasta los tobillos de la gente.

— ¡¡E-este Ka… no es como ninguno que haya sentido antes!! —meditó el Apóstol Sagrado de Sobek, maravillado por la presencia que detuvo los sismos.

— ¡Ni si quiera la Faraona despedía tal Ka… es… es algo totalmente diferente! —secundó el Apostol Sagrado de Thot.

— Es imposible —comentó Albert con preocupación al inclinarse para palpar la bruma dorada—… éste cosmos no puede pertenecer a ningún mortal... —el santo se sobresaltó al encontrar grandes similitudes con el cosmos de Atena— ¡es de un dios!

La serpiente volvió su atención hacia el fulgor que bajo de ella ardía, descubriendo cómo es que alrededor de la ciudad se había trazado un ovalo luminoso del que un intenso fuego empezó a elevarse.

Una figura en llamas de oro comenzó a emerger de la tierra, sin derribar ni un edificio más, ni herir a ningún ser viviente aún cuando eran tocados por ella.

Los Apóstoles quedaron boquiabiertos al sentir pasar esas brasas a través de sus cuerpos sin sufrir dolor o daño alguno.

Los tornados desaparecieron en cuanto hicieron contacto con la silueta que poco a poco tomó forma. El ave extendió las alas, abarcando todo Meskhenet con ellas. Se impulsó al cielo tras emitir un chillido agudo, embistiendo a la serpiente con la cabeza, obligándola a soltar al debilitado fénix.

Bennu se mantuvo en el aire, disolviéndose en lenguas de fuego que fueron asimiladas por el plumaje llameante del halcón dorado.

Los gigantes se retaron, siendo la serpiente quien quedara deslumbrada por el brillo divino del halcón. La criatura rastrera retrocedió, buscando esconderse en las nubes de tormenta, mas las garras del ave sagrada se cerraron sobre sus escamas.

La serpiente se retorció, lanzando sus colmillos contra el halcón quien a picotazos la contraatacó hasta que finalmente su pico se cerró sobre el cuello serpentino. Después de varios tirones y forcejeos, el ave arrancó la cabeza de la serpiente.

El cuerpo de la víbora se convulsionó, desbaratándose en los mismos rayos rojos que la formaban hasta ocasionar una devastadora explosión que pareció romper el firmamento.

FIN DEL CAPITULO 19

Bennu* En la mitología Egipcia el pájaro Bennu (o Fénix) era considerado el alma de Ra y el guía de los dioses en la Duat.

Chaty= Visir.