viernes, 15 de abril de 2016

EL LEGADO DE ATENA - Capitulo 54. El día más oscuro Parte I

Tiempo atrás.

Albert de Géminis echó la cabeza hacia atrás cuando aquel poder abrasador atravesó su frente.  Su casco salió volando para rodar entre las plantas y el musgo, mientras un hilo de luz azul permaneció dibujado en el aire; un extremo se conectaba a su frente y el otro nacía de los dedos de Avanish.

En aquellos parajes lejanos repletos de vegetación, dentro de lo que quedaba de una casona derruida, tres hombres estaban por cerrar un pacto.
— Dime santo de Géminis, ¿qué se siente ser golpeado por tu propia técnica? —el primer Shaman King cuestionó con voz calma, alzándose lentamente de la silla de madera en la que estuvo descansando—. Admitiré que es una interesante y eficaz manera de arrear al rebaño, pero jamás optaría por algo como esto. Me confunde viniendo de alguien como tú, no es algo digno de un hombre que aspira a alzarse por encima de los ochenta y ocho guerreros de Atena —comentó con cierta desilusión—. También es innoble de mi parte realizar tan mezquino acto, sin embargo tu osadía lo amerita, mereces vivir en carne propia el mismo dolor, humillación y desesperación que este poder ha causado a otras personas a través de las eras. No es placentero, ¿cierto? —El hilo de luz que golpeaba a Albert en el punto medio de su frente se desvaneció en cuanto Avanish bajó la mano.
Albert cayó de rodillas totalmente conmocionado. Interpuso las manos para no desplomarse totalmente, pero terminó poniendo los codos sobre la tierra húmeda. Intentó decir algo, mas las palabras no salían.
Unas gotas de sangre cayeron al suelo desde su frente herida. Aun con su poder mental le era imposible contrarrestar la energía que estaba nublando su conciencia y plantando nuevas convicciones.
— Aunque respeté los principios básicos de lo que llaman “Satán Imperial”, lo he modificado un poco— Avanish explicó, más para oídos del Patrono de Nereo que para el mismo Albert—. Si deseara una marioneta sin voluntad simplemente la crearía del barro.

Iblis, Patrono de la Stella de Nereo, se levantó un poco lastimado tras recibir el ataque del santo de Géminis. Observó satisfecho la forma en la que Albert se encontraba a los pies de su señor.
— Espero estés complacido, mi fiel Iblis —habló el señor de los Patronos, aguardando a que su vasallo se aproximara.
— Me honra, mi señor. Sé bien que este acto podría ser desfavorable para usted en el futuro, pero le prometo no defraudarlo. —El Patrono se inclinó en señal de sumisión y respeto—. El Santuario y los tesoros que en él se resguardan serán suyos.

La sangre que brotaba de la frente del santo de Géminis brilló en un tono celeste, causándole un insufrible dolor que lo llevó a alzar la cabeza y gritar sonoramente.
Las líneas azules cobraron vida y trazaron un símbolo que flameó unos instantes, quemando la piel, sellando un maleficio que dejó una cicatriz que su cabello cubrió por completo.
El dolor se disipó de un momento a otro, por lo que el santo de Géminis volvió a inclinarse hacia adelante, tratando de recobrar el aliento.
— ¿Qué es… lo que me has hecho? —Albert logró preguntar, aún con el cuerpo tembloroso.
— Has vuelto a nacer, Albert de Géminis, y con ello puedes volverte parte de este gran juego —respondió Iblis con sorna—. Tu mente debe sentirse un poco más ligera ¿o me equivoco? Libre de pensamientos banales, quedando sólo aquellos que provienen de tu verdadero interior… Sí, esos que te causaban tanto temor y reprimías ya que si salían a la luz le dejarías ver a todos lo despreciable que en verdad eres.
Albert levantó la vista y contempló con ojos furiosos al Patrono de Nereo.
— Sí, eso mismo —celebró Iblis con descaro—. ¿Cuándo fue la última vez que el rostro del gran Albert de Géminis se ha contraído con un genuino rictus de cólera?
— Ya basta Iblis —Avanish ordenó—. Nuestro invitado aún se encuentra demasiado aturdido como para entender que ha sido liberado de las ataduras que él mismo se impuso desde el día en que murió su hermano.
Albert se pasmó al escucharlo mencionar a “su hermano”, resintiendo el choque de sentimientos encontrados que el recuerdo siempre desataba en su ser.

— Tú puedes leer mentes —añadió Avanish, percibiendo su temor—, pero existimos quienes leemos las almas, y la tuya no es tan diferente a la de aquellos que han decidido seguirme, torturadas por sus propios corazones afligidos —explicó con una abrumadora calma—. Sé que me consideras tu enemigo, pero si me escuchas te prometo que ambos llegaremos a entendernos.


Capítulo 54. El día más oscuro. Parte I

Star Hill, Grecia.
Tiempo Presente

Albert mantuvo la mirada clavada en el vacío por el que el cuerpo de su maestro había desaparecido. Sus pies permanecieron al filo de la cima de tal manera  que cualquier otra persona creería que estaba a punto de cometer suicidio. Sin embargo, Adonisia de Piscis se aproximó a él sabiendo que el antiguo santo de Géminis estaba lejos de terminar con su vida… no ahora que de verdad iniciaba.
— Supongo que ya podrás ponerte esto —dijo ella, mostrándole el casco dorado que momentos antes coronaba al Patriarca—. ¿Es lo que querías, o no?
Albert desvió la vista hacia el objeto, notando las chispas de sangre en él.
— Todo a su tiempo —musitó, volviendo a mirar hacia el abismo y después al horizonte, preocupado por el avance de la luna en el firmamento.
— Casi es hora —dijo la amazona, resguardando el tocado del Patriarca bajo su brazo—. ¿No deberíamos reunirnos con los demás?
— Tienen sus órdenes. Nosotros aún tenemos cosas que hacer aquí —Albert respondió, dando media vuelta, avanzando hacia donde alguna vez se alzó el templo de Star Hill. Se detuvo en un sitio sobre el que proyectó su cosmos, ocasionando  una pequeña explosión de rocas que descubro un acceso hacia el interior de la montaña sagrada.
— ¿Qué es lo que encontraremos allí? —preguntó la amazona, intrigada por el pasaje secreto.
— Lo que Iblis tanto codiciaba —Albert respondió, sonriendo ampliamente.

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En una de las alcobas dentro del Templo Principal, cinco niños dormían entre cobijas después de una velada de juegos y muchas golosinas. En su inocencia, los problemas de los adultos no los alcanzaban, ni siquiera a aquellos que eran aprendices o escuderos de ciertos guerreros del Santuario.
En la cama, la niña lemuriana dormía abrazada del príncipe de Asgard como si éste fuera un muñeco de felpa. Aunque Arun decidió compartir  el espacio se recostó apartado de ellos, casi en la orilla, un pequeño movimiento y seguro caería del lecho.
En el suelo, los pequeños Víctor y Mailu improvisaron unas bolsas de dormir con cobertores y almohadones que no resultaron nada incómodos para ellos, algo que se reflejaba en los ronquidos que emitían durante sus sueños.

Aunque se encontraban rodeados por tal tranquilidad, Arun despertó exaltado. Su breve gemido se perdió entre los resoplidos de sus amigos, por lo que no alarmó a nadie. Se mantuvo petrificado, con los ojos bien abiertos y temerosos, sin entender las sensaciones que lo alertaban de un inminente desastre. En su cabeza no había respuestas, pero sí un sentimiento de preocupación que se centraba en una sola persona: — ¿Patriarca?— susurró en la oscuridad.

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Ciudad de Meskhenet, Egipto.

Dentro de una morada lejos del Palacio Real, el santo del Fénix se despedía de un ser querido.
— Eso es lo que pasará —dijo Ikki, sosteniendo las manos de una mujer morena y delgada, de ojos grises, cabello oscuro y corto hasta las orejas. Vestía una blusa sin mangas azul y una falda larga blanca, su conjunto para dormir.
— Entiendo. No te preocupes por mí, estaré bien —respondió ella sin temor, pues sabía bien que él era un guerrero de los dioses y entendía sus deberes.
— Nicte, cuando todo esto termine podremos continuar con nuestro viaje —Ikki le aseguró de la manera más suave que su recio carácter le permitía.
— Comienza a gustarme este lugar —dijo ella, sonriendo con complicidad, mirando el interior de la vivienda de adobe que había adornado con todo aquellos que le obsequiaron sus amigas en Egipto—, y las personas son muy amables. Algún día, cuando nos cansemos de viajar, esta podría ser una opción ¿no lo crees?
— No lo descartes —él dijo, inclinándose para besar los labios de su mujer, siendo un acto correspondido.

La conoció en su andar, coincidiendo en puertos de diferentes costas. En un principio la creyó una espía, lo gracioso es que ella también pensó lo mismo de él, mas ambos eran viajeros errantes en búsqueda de sus propias respuestas y aventuras.

Nicte nació en el continente americano, siendo una trotamundos que desde adolescente ha vivido sin asentarse en un lugar fijo, aprendiendo oficios de diferentes tipos y empleándose en diversas actividades, la mayoría trabajos pesados que le han permitido ganar un cuerpo atlético y fuerza mayor al promedio. Asimismo poseía un carácter fuerte y vivaz que no se amedrenta fácilmente, por lo cual podía discutir con el marinero más malhablado y agrio existente en el planeta y ganar la disputa.
No fue amor a primera vista, pero sí uno que se disparó en el tiempo y lugar indicado años atrás. Desde entonces han viajado juntos y convivido como una pareja de aventureros por el mundo, son marido y mujer sin que algún rito o documento lo determinara. Así, ella lo ha acompañado a donde su vida como santo lo guía, sin entrometerse; se separaban cuando debían y se reencontraban cuando todo era propicio. Se amaban, y de alguna forma esa clase de vida les satisfacía a ambos.

“Esmeralda” era un recuerdo luminoso en el corazón de Ikki que jamás desaparecería, mas Nicte era su presente, la oportunidad que se dio a sí mismo para conocer un nuevo tipo de felicidad en la madurez de su vida.

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En las afueras del palacio de Meskhenet, un grupo variopinto se disponía a marchar a la batalla.
— Un asalto antes del amanecer… me vuelvo a sentir un adolescente. —El shaman Horokeu respiró el aire fresco de la madrugada, sin que el sol aún se asomara por el horizonte.
— Mientras menos tiempo le sigamos concediendo a ese sujeto para llevar a cabo sus planes es lo mejor —aseguró el jefe de la familia Tao.
— Nuestros exploradores han asegurado su posición —explicó Assiut, Apóstol Sagrado de Horus—. Cuando Clyde de Megrez nos reveló su ubicación me costó creer que Sennefer decidiera volver al recinto que fue su prisión por tantos siglos… pero resultó ser cierto.
— Eligió un escondite en el que estaba seguro nadie lo buscaría —comentó Calíope, amazona dorada de Tauro.
— ¿Sólo nosotros iremos? —preguntó Kenai de Cáncer, mirando en redondo y contando a los presentes.
— Salvo Ikki, quien se nos unirá pronto, sí, y tendrá que ser suficiente —respondió Kaia, Apóstol Sagrada de Isis—. No podemos dejar desprotegida la ciudad, mucho menos a nuestro Faraón, por ello el resto de los Apóstoles permanecerá aquí.
— Con nosotros bastará —aseguró Ren Tao, permaneciendo de brazos cruzados.
— Ustedes dos tendrán que guiarnos —Clyde de Megrez decidió, mirando a los Apóstoles Sagrados.
— Intentaremos mantener el factor sorpresa lo más posible, aunque tarde o temprano esa serpiente nos percibirá, estoy seguro —aclaró Assiut, visiblemente ansioso por la idea de enfrentar al asesino de su padre una vez más.
— Los que puedan imitar el paso de Assiut síganlo, yo guiaré al resto —indicó Kaia, a lo que la mayoría asintió.
En un despliegue de rapidez, Assiut, Clyde, Calíope y Kenai desaparecieron dentro del desierto.
Horokeu soltó un silbido, impresionado por la forma en la que todos ellos se desvanecieron, dejando atrás sólo una estela borrosa.
— Es por allá, hacia el sureste —señaló la mujer, dispuesta a rezagarse por los visitantes.
Ren Tao frunció el entrecejo para decir—: El que no vistamos ostentosas armaduras como ustedes no significa que seamos lentos.
El poder espiritual de Ren Tao se manifestó como un soplo de viento que hizo aparecer de la nada un corcel blanco de aspecto inquietante. La crin y las pezuñas del caballo estaban revestidas por llamas verdes. El shaman subió a la montura sin que las flamas lo lastimaran y tras un chasquido de sus dientes el corcel fantasmal salió a todo galope, a una velocidad fuera de los estándares que sorprendió a la misma Kaia.
— Dicen que los santos pueden moverse incluso a la velocidad de la luz —dijo Horokeu, poniendo una tabla de surf en el suelo arenoso—, eso sí que asusta. Mas en la vida no todo es velocidad, todos tenemos nuestros trucos.
El shaman se impulsó con un pie sobre su tabla un par de veces, siendo hasta el tercer empujón que ésta adquirió una potencia extraordinaria que desató una ventisca detrás de sí.
Kaia se apartó el cabello del rostro antes de que Syaoran Li se pusiera a su lado.
— No tienen que preocuparse por nosotros —dijo el hombre ciego—. Aunque no lo aparentamos, podemos cuidarnos solos. Yoh nos llamó para apoyarlos, pero estoy seguro de que espera que sean ustedes quienes derroten a Sennefer. Vamos, que nos dejarán demasiado atrás.
Para sorpresa de Kaia, el hombre oriental comenzó a levitar en el aire, manteniendo una baja altura para después volar hacia el punto donde el resto de sus amigos se lanzaron.
— Es alentador que personas con tales dones continúen en este mundo —pensó la guerrera con una sonrisa en el rostro. Dio un último vistazo a la ciudad de Meskhenet, esperanzada de que aquella no fuera la última vez que la vería. En su mente hizo una breve plegaria en la que se encomendó a los dioses, después se impulsó hacia donde los demás la esperaban.

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Alguien lo llamaba con cansina insistencia, pero no podía responder. Sus fuerzas eran nulas y no sentía su cuerpo ¿acaso estaba muerto y la oscuridad que sellaba sus párpados era la neblina perpetua del más allá?
La angustia que le transmitía esa voz tan lejana lo llevó a esforzarse por encontrar una salida de la inconsciencia a la que fue sometido. Logró abrir los ojos de manera perezosa, pero en cuanto pudo hacerlo reconoció un rostro que se inclinaba sobre el suyo.
— Al fin despertaste, Sugita —le dijo la chica de cabello rojizo.
Tumbado de lado sobre el suelo frío, el santo de Capricornio tardó en poder hablar. Entendió que su último recuerdo no fue una pesadilla, sino una precaria realidad. Pero ni siquiera el sobresalto que le ocasionó recordar esos momentos le inyectó a su cuerpo la adrenalina suficiente como para ponerse de pie.
— ¿Dónde…? ¿Dónde estamos? — Sugita preguntó alarmado, sobre todo al notar el rostro sucio y magullado de Freya, así como la forma en la que los brazos de la guerrera estaban atados a su espalda por unos extraños grilletes—. ¿Qué sucedió?
— No sé a qué lugar nos han traído —ella respondió, sentada sobre sus piernas y despojada de su armadura sagrada—. Un monstruo llamado Ehrimanes se tomó muchas molestias para arrastrarte hasta este lugar —explicó, mirando por enésima vez a su alrededor, sin distinguir más que negrura, bruma terrosa, hedor a cadáveres y ecos pavorosos arañando los muros y el techo perdidos en la oscuridad—. Me percaté de su intento pero no pude evitarlo, de verdad lo siento.
— Soy yo quien debería… avergonzarse —se apresuró a decir el santo—. No es tu culpa, sino mía ya que no puedo… ni siquiera ponerme de pie… —dijo, apretando las manos con coraje, apenas notando que sus muñecas también estaban rodeadas por un par de grilletes negros que buscó romper en vano.
— También lo he intentado —Freya dijo—. Y aunque me encontraba en perfectas condiciones… entrar por el portal que el monstruo utilizó para salir del Santuario me ha debilitado de una manera que no comprendo… —Tosió un poco, acentuándose más su demacrado y enfermizo aspecto.
Recordaba la terrible tortura sufrida dentro de aquel túnel en el que perdió el sentido, y al despertar ya se encontraba allí, prisionera de la maligna entidad. Sin saber cuánto tiempo había pasado desde entonces, le costaba creer que no pudiera recobrar algo de fuerza, avivar su cosmos o sanar un poco. Freya comenzó a creer que el ambiente a su alrededor era venenoso para cualquier ser viviente, por lo que mientras permaneciera allí jamás lograría reponerse lo suficiente como para intentar escapar.
Muy acertado.

— ¿Tienes idea del por qué te trajo hasta aquí? ¿Qué tienes que ver con él? —Freya cuestionó de pronto.
Sugita pareció meditarlo un poco, mas no podía estar seguro. Al final negó con la cabeza.
Con cierta decepción Freya aceptó la respuesta. — De cualquier forma, tenemos que pensar en cómo saldremos… Temo que estamos solos en esto. No he visto ninguna especie de guardias que nos impidan movernos de aquí. Ahora que has recobrado el sentido podríamos avanzar y buscar una salida —lo animó a que intentara levantarse.
Sugita asintió, y aunque las ataduras y debilidades mutuas dificultaron el intento, apoyándose el uno contra el otro lograron ponerse de pie.
El santo de Capricornio miró con temor a su alrededor, sintiéndose acechado por una presencia perversa y muy peligrosa. Sin entender la razón, su cuerpo sufrió de un ligero temblor que Freya notó.
— ¿Aún te duelen tus heridas? —ella cuestionó, imaginando que fue a causa de dolor y no de terror.
El santo negó con la cabeza, teniendo que permanecer recargado en la guerrera para no perder el equilibrio y volver al suelo.
— Es sólo que este lugar —dudó en sus palabras, pero al final musitó—:… No nos dejará ir—. Era lo que le advertían los susurros que sólo él podía escuchar.
— No te acobardes ahora— Freya pidió un poco enfadada—. No es momento de que te comportes como un mocoso asustado.
— No, no lo entiendes… hay algo aquí, en este sitio que… Un vacío —dijo, desorientado por lo que sus sentidos intentaban advertirle—… Esas voces... todas ellas… uñas arañando la roca bajo nosotros, como si quisieran salir pero no pueden… están atrapados… todos ellos —miró sus pies con pánico—… nos jalaran hacia el interior….
Freya intentó que volviera en sí a base de regaños, de haber podido lo habría abofeteado, pero sus réplicas no hicieron efecto alguno, el santo estaba completamente ido y musitando cosas cada vez más siniestras. Pensó en darle un fuerte cabezazo, mas no le convenía hacerlo perder el sentido después del tiempo que tardó en reanimarlo, por lo que eligió una segunda opción.

Cuando Freya lo besó, todas las conexiones de sus sentidos se centraron únicamente en la presión que había sobre sus labios.
Sugita mantuvo los ojos bien abiertos mientras la asgardiana le enseñaba, por primera vez, la delicia de un beso. Le desconcertó el momento, el lugar y no encontrar razón para que tal cosa sucediera… pero al final se dejó llevar por las sensaciones de tal caricia, aunque fuera por unos breves segundos. Terminó cerrando los ojos también, imitando por instinto el movimiento de labios hasta que Freya se detuvo y fue quien separó sus bocas.
La joven sonrió, cautivada por un débil sonrojo visible en las mejillas del inexperto santo de Capricornio. Al ver que su plan funcionó, se limitó a pegar delicadamente su frente contra la de él y decir—: Qué vergüenza… la comandante de los dioses guerreros de Asgard, besando a un chiquillo tonto del Santuario—sonrió, bromista—. No estás solo, pase lo que pase, no moriremos, ¿entendiste?
Sugita se sentía tan abochornado por la situación que no encontraba las palabras adecuadas para responder a aquello… Habría querido decir mucho, pero todo quedaría pendiente.
En cuanto la joven le dio un último y corto beso en la frente para sellar su confesión de amor, el peligro se hizo presente y una fuerza descomunal oprimió sus cuerpos. Como si invisibles manos gigantes los hubieran atrapado, aquella fuerza los arrastró por el lugar.
Buscaron resistirse pero fue inútil. Freya resintió el azote contra el suelo cuando la dejaron caer. Buscó levantarse rápidamente, pero los grilletes en su cuerpo se magnetizarse contra el suelo, impidiéndole abandonarlo.
— ¡Sugita! —ella gritó al ver que el santo continuó siendo arrastrado hacia un abismo gigantesco en el cual no cayó, sino que su cuerpo continuó su camino violando las leyes de la gravedad hasta que bruscamente se detuvo ante una figura que lo aguardaba en el centro del mismo.

— Nos volvemos a ver, guerrero que hace llover sangre.
Sugita de Capricornio reconoció ese tono de voz, encontrándose con los ojos amarillentos de Sennefer, Patrono del Zohar de Estéropes.
Imaginaba que nuestro reencuentro sería inevitable, mas jamás creí que sería bajo tales circunstancias… —dijo él con una malévola sonrisa.

Freya empleaba lo que tenía de fuerzas para liberarse, pero no lograba nada.
No importa cuánto te retuerzas, tus ataduras no cederán —escuchó de una segunda voz espectral, la de Ehrimanes, quien se materializó de entre las sombras a su diestra.
— ¡Tú...! ¡¿Qué es lo que sucede?! ¡¿Qué planeas hacer con nosotros?! —Freya bramó furiosa.
Ehrimanes mantuvo su distancia de la guerrera, tomando precauciones al no querer repetir la incómoda situación de tener que salvarle la vida sólo por las letras pequeñas de su contrato.
¿Yo a ti? Nada —respondió, mirando fijamente hacia donde los dos hombres se mantenían levitando sobre el abismo—. Aunque no puedo decir lo mismo de tu amiguito. Consuélate sabiendo que tuviste la oportunidad de despedirte de él.
— ¡¿Qué?! —Freya exclamó asustada, mirando en la misma dirección que su enemigo, presintiendo que algo terrible estaba por suceder.

— ¿Sennefer, qué es lo que pretendes ahora? —el santo logró preguntar, dedicándole una mirada hostil y retadora pese a  la situación.
Entiendo que Engai te explicó tu inusual origen ¿o me equivoco? —Sennefer evadió la cuestión con otra—. Un espíritu primigenio encarnado en el cuerpo de un ser humano, jamás creí que alguien se atrevería y sin embargo aquí estás. —El Patrono estiró la mano y sujetó con fuerza el cuello del santo dorado, estrujándolo con claro resentimiento—. Es irónico que uno de aquellos mismos espíritus que ayudaron a destruir la antigua Era vuelva a ser la herramienta que provoque otro estruendoso final.
La fuerza que mantenía a Sugita flotando se desvaneció y sólo era la mano de Sennefer la que evitaba que cayera al pozo infernal.
¿Tú también? —pensó el santo al recordar palabras parecidas del finado Patrono—. Te diré lo mismo… que le dije a Engai… yo nunca… serviré al mal, sin importar lo que digan de mí…

— ¡No, no lo hagas! ¡Detente! —gritaba histéricamente la joven guerrera de Asgard.
De verdad que tienes fuertes sentimientos por ese muchacho—se mofó Ehrimanes, sin girarse—. No deberías, ¿sabes por qué? Porque él es un monstruo incluso peor de lo que yo o Sennefer podríamos llegar a ser.
— ¡Mientes! —fue la respuesta inmediata de la guerrera, cuya frustración apenas y podía seguir siendo contenida por su cuerpo, por lo que algunas lágrimas comenzaron a luchar por salir de sus ojos.
¿Por qué te mentiría? Quizá es el corazón de Aifor que aún late en mi interior, pero no deseo que una querida amiga muera desconociendo que el hombre al que parece amar es un monstruo.
Pese a la veracidad y honestidad que tal sentencia llevaba consigo, Freya se aferró a sus sentimientos.— No es cierto… no puede ser un monstruo porque yo… yo lo…
Dudó un instante al pensar en la posibilidad, ¿qué tal que sí lo fuera? ¿Pero cómo? ¿Por qué? Es cierto que no lo conocía del todo, pero en lo que sí ha podido observar desde el día de su aparatoso encuentro, no había nada que le obligara a creer las palabras de Ehrimanes.
— Aunque fuera verdad… yo… ¡No quiero que muera! —ella clamó.
No moriré —escuchó en su mente. Fue un breve mensaje a través del cosmos que la hizo volver la mirada a donde Sennefer estaba por actuar—… Freya, pase lo que pase yo… ¡no moriré!

Si esas son tus últimas palabras, te desilusionarás —musitó Sennefer segundos antes de encajar su afilado pulgar en la yugular del santo de Capricornio.
El dolor fue agudo, pero momentáneo, se diluía con el brote de sangre que provocó el corte realizado por el Patrono.
Sennefer tenía pensado retenerlo entre sus manos hasta desangrarlo por completo y vanagloriarse  de ello, sin embargo lo olvidó en el momento en que la sangre del santo dorado hizo contacto con su piel y ésta comenzó a quemarlo como si se tratara de ácido. El Patrono recordó aquella ocasión en Meskhenet, en la que una de sus criaturas se alimentó de la sangre del santo de Capricornio y terminó con las entrañas derretidas, jamás imaginó que él mismo sería vulnerable a tal poder. Por ello no demoró en dejarlo caer al vacío.
Fueron tres individuos los que observaron el descenso de Sugita de Capricornio hacia el Abismo, pero sólo uno de ellos lanzó un gritó desolador que coincidió con el inicio de sonoros crujidos provenientes del interior del agujero infernal.

Sennefer y Ehrimanes aguardaron expectantes, sintiendo que sus cuerpos se fortalecían por la energía que comenzaba a emanar de aquel foso.

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— ¿Kenai? ¿Qué es lo que sucede? —preguntó consternada la amazona de Tauro, al ver cómo su compañero de armas se quedó rezagado de un momento a otro, frenando al resto del grupo en medio del desierto.
El santo de Cáncer no reaccionó de inmediato, pues intentaba encontrar la razón de su repentino malestar. Con una expresión de extraviado se giró hacia la amazona cuando ésta le puso la mano en la hombrera de su armadura.
— ¿Escuchan eso? —alcanzó a decir el santo al instante en que fueron alcanzados por el resto de los guerreros.
— ¿De qué hablas? —cuestionó Calíope, sin escuchar nada en particular.
— No se muevan —alertó seriamente el shaman Ren Tao, mirando en la misma dirección que el santo de Cáncer.
— Parece que llegamos tarde —secundó el shaman Horokeu.
— O justo a tiempo según el caso —añadió Syaoran Li.
Assiut y Kaia se miraron con desconcierto, siendo Clyde de Megrez quien se adelantara a decir—: La muerte se ha abierto camino…

Situados en una alta duna dentro del desierto, el grupo de guerreros pudo observar la inquietante manera en que a kilómetros de distancia la arena comenzó a volverse oscura. Aquella alfombra de cenizas se extendió rápidamente, deteniéndose  hasta alcanzar los cinco kilómetros de diámetro.
— Por todos los dioses, ¿qué rayos es eso? —cuestionó la Apóstol de Isis, sorprendida por el fenómeno.
Sin que nadie pudiera dar una respuesta concreta, todos sintieron el estremecimiento del suelo. Un terremoto que comenzó leve pero segundo a segundo aumentó su intensidad. Escucharon el crujir del subsuelo, pues algo escarbaba y subía, buscando desesperadamente emerger a la superficie, y así lo hizo.
El círculo de arena negra estalló cual erupción de un volcán, pero en vez de fuego o nubarrones de vapor liberó una densa marejada de energía oscura, disparándola al cielo en un continuo y ensordecedor cauce.
La explosión no alcanzó a herirlos, pero de alguna manera resintieron su fuerza y peligrosidad, siendo los shamanes los más susceptibles a la malignidad que brotaba de la boca de aquel cráter.
Los terribles vientos arremolinaron la arena formando tornados dispersos por toda la zona, convirtiendo el apacible desierto en un lugar donde la misma naturaleza aullaba por el desequilibrio ocurrido.
¡Es un ka lleno de maldad! —percibió Assiut, pasmado por lo que sus sentidos captaban—. ¡Supera todo aquello que haya sentido antes, ni siquiera Sennefer irradia tal malignidad!
¿Es esto a lo que se refería el espíritu de la muerte? —Kenai pensó, colocando su mano sobre el pecho como un reflejo—. ¿Significa que he fracasado con mi encomienda?

Pese a la ascensión de la oscuridad al cielo, no cambiaba la forma natural en la que los colores en el campo celeste pasaban de unos a otros para traer el amanecer, por el contrario, la columna negra sólo alzó aquellos tornados para despejar cualquier nube perdida.

El señor de los Tao descendió de su corcel, adelantándose sin temor al grupo y disponiéndose a enfrentar el escenario caótico.
— He visto escenarios peores, y por experiencia sé que esto sólo empeorará —aseguró, conservando su temple—. Por lo que aquellos que no crean tener las agallas para hacerle frente, será mejor que retrocedan y no estorben. — En su mano se materializó la empuñadura de una espada de plata, cuya hoja plegadiza se estiró hasta alcanzar su auténtica longitud tras un simple movimiento de su muñeca.
— Esto se va a poner feo —intuyó Horokeu, entristecido por aquel abismo que deformó el hermoso desierto.

El sol emergió igual que siempre por las dunas arenosas, pero su luz nunca había quemado tanto como ese día…
En cuanto les golpeó la espalda, la mayoría de ellos sufrió un dolor profundo en el pecho que les cortó la respiración unos instantes. Sólo Ren Tao, Horokeu Uzui y Syaoran Li fueron inmunes, pero aún así se mortificaron por lo que ocurría a su alrededor.
— ¡Esto… no… no puede ser! —alcanzó a decir Kenai de Cáncer, conociendo a la perfección la sensación sobre su cuerpo, pues la experimentó y sufrió mucho siendo un niño que apenas estaba aprendiendo a controlar sus dones—… ¿Quién o qué… está intentando poseer mi cuerpo? —cuestionó totalmente confundido.
— No eres el único —dijo Clyde de Megrez, oprimiéndose la frente al combatir el mismo enemigo invisible que intentaba desplazar su alma, ¿cómo no reconocer tal sensación después de haberla vivido tanto tiempo con Ehrimanes?

— ¿Qué es lo que está pasándoles? —preguntó el shaman Horokeu a sus amigos más allegados.
— ¿Acaso no lo sientes? —recriminó Ren Tao, volviéndose un poco hacia el sol, alzando una mano para anteponerla sobre su rostro y ésta recibiera directamente los cálidos rayos de luz.
— Es una maldición— él sentenció, preocupando a los oyentes.

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Grecia, el Santuario de Atena

Adonisia de Piscis se mantuvo resguardada en las sombras del Gran Salón, custodiando una pequeña caja de madera en sus manos, mientras Albert, antiguo santo de Géminis, permanecía de pie en el balcón que le permitía tener una vista muy completa del Santuario. Desde allí había observado la ascensión de las tonalidades claras del firmamento, sabiendo lo que aquel amanecer traerá consigo.
— Llegó el momento—dijo ella con total calma—. ¿De verdad ocurrirá tal cual dices? No me lo imagino.
— Lo verás por ti misma —respondió sin volverse, vistiendo una nueva armadura de colores azules y plateados que cubría por completo su cuerpo, tal cual la cloth de Géminis lo hacía antes—. Sólo aquellos que me son leales han sido advertidos, el resto sufrirá de la maldición que está por desatarse y serán eliminados.
— ¿Y qué hay de los inocentes? —cuestionó divertida la amazona—. Pese a tu despiadado corazón le ordenaste a la amazona de Perseo que usara su magia sobre todos en Villa Rodorio e incluso algunos sirvientes del Santuario.
— Yo no deseo la aniquilación de la raza humana —Albert aclaró—.Esta maldición volverá a poner a prueba a la humanidad, por lo que preservar un número determinado de personas nos permitirá realzarnos en una nueva era en cuanto el cataclismo termine.
— Entonces ¿intentas convertir el Santuario en una clase de “arca”? Qué encantador suena. —La mujer rió un poco.
— Mi visión tiene un precio —confesó, sin un vistazo de remordimiento.
— Un escalón más arriba por cada cadáver en el suelo —comentó hilarante la amazona.
— El señor Avanish me dio la oportunidad de sobrevivir a esto e imponerme al resto de los Patronos si ese era mi deseo —Albert explicó, palpando su nueva armadura de combate—. Él sabe que los seres humanos somos competitivos, por lo que mientras sus súbditos continúen enfocados en lo que a él de verdad le importa, podemos hacer nuestra voluntad… Ese fue el convenio.
— ¿Te consideras un Patrono ahora? Te luce bien tu nueva vestimenta ¿de verdad es indestructible?
— Las batallas que se han librado dejan en claro que no lo son, pero debo reconocer su poder —Albert respondió—. Ya entiendo por qué Iblis se empeñó tanto en obtenerla… desafortunadamente para él no advirtió lo que en verdad desataría al llevarme ante el señor Avanish —sonrió de manera burlona.
— Es extraño que un Zohar estuviera sellado dentro de ese templo y que nadie en el Santuario lo supiera.
— Mi antiguo maestro era un hombre sabio, pero descuidado en muchos aspectos. No culpo su falta de conocimiento, su ascensión al trono no fue como en los tiempos antiguos en los que el futuro Patriarca debía ser nombrado e instruido por el actual antes de tomar su lugar, recibiendo todo su saber. Cada Guerra Santa del pasado ha llevado a que se pierda valiosa información e incluso hoy el Santuario mantiene secretos… Algún día pienso descubrirlos todos —se prometió.

Según escuchó de Iblis, el Zohar que ahora portaba fue un obsequio que se le entregó al Santuario centurias atrás, un tesoro de la era mitológica que fue forjado por la misma Gea para sus hijos, pero que al ver las constantes disputas y tensiones entre su progenie decidió resguardarlas.
Quizás este Zohar fue dado como un tributo de paz o una ofrenda a la diosa del Santuario, y su ubicación se perdió hasta que Iblis, obsesionado por tener su propia armadura invencible, dio con su paradero. Así como en Egipto el Patrono Sennefer reclamó su vestimenta, ahora él se hizo con su propio Zohar. En cuanto cubrió su cuerpo, Albert sintió su cosmos fortalecido de alguna manera, transmitiéndole una sensación de invencibilidad momentánea, pues sabía que si se dejaba llevar por ello terminaría como el resto de los Patronos derrotados… y él no podía fallar.

— Pero enfrentemos un amanecer a la vez —dijo, atento a cómo el sol emergía por el horizonte—. Hoy será el primero...

El sol salió, golpeando montañas, construcciones y personas petrificadas, pues en Villa Rodorio no quedaba ni un ser de carne y hueso que pudiera ser alcanzado por la maldición impregnada en los rayos del sol, pero en el Santuario el escenario era diferente.
Los que no fueron transformados en piedra por obra de la Máscara de Medusa, en cuanto eran alcanzados por la luz del sol sufrían de terribles convulsiones, terminando en el suelo, retorciéndose y gritando de dolor. El tiempo en cada individuo podía variar, pero la señal del cambio siempre llegaba cuando sus ojos se tornaban completamente blancos.
Sus cuerpos quedaban estáticos, como si hubieran muerto de manera fulminante tras un ataque cardiaco, los ojos siempre abiertos y mostrando ese lienzo blanquecino que terminaba por cubrirse de color oscuro, y sobre el cual aparecían pupilas de color blanco.
Tras eso, cada víctima permanecía unos segundos aturdida y desorientada, se miraban las extremidades, se tocaban la cabeza y el rostro; algunos buscaban sus reflejos en agua o superficies pulidas, pero al final todos y cada uno sonreían de manera siniestra antes de liberar una carcajada frenética.

El cuadro se repitió no sólo en el desierto de Egipto o el Santuario, por todo el globo, aquellos que eran tocados directamente por los rayos del sol terminaban convertidos en avatares de entidades salidas del Abismo que Sennefere y Ehrimanes abrieron, permitiéndole así a sus congéneres el regresar a este mundo en nuevos recipientes.

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Egipto

— ¡¿Qué clase de maldición es esta?! —gritó Assiut, intentando reponerse de la fuerza que, en vano, buscaba apropiarse de su cuerpo—. ¿Y por qué ustedes no se ven afectados? —preguntó con desconfianza a los tres hombres peliblancos.
— No lo sabemos —respondió Horokeu de inmediato, intentando tranquilizar las cosas—. Tienen que creernos, pero desde que participamos en esa batalla hace quince años algunas cosas cambiaron en nosotros… para bien o para mal.
— En lugar de comenzar a desconfiar de sus aliados deben mantener la calma —indicó Ren Tao con severidad—. Esta maldición tiene una fuerza descomunal pero ustedes también muestran algo de resistencia, usen la cabeza.
— Tienen razón… sea lo que sea este maleficio… nos señala como blancos para espíritus que intentan poseer nuestros cuerpos —se esforzó por decir Clyde, recuperándose un poco—. Créanme, esto es lo que se siente…
— Es verdad, algo lo intenta pero se ve repelido. —Kenai logró levantarse—… Soy un shaman… sé cómo luchar contra ello, pero la fuerza que lo intenta es muy superior a lo que haya combatido antes… estoy seguro de que de no ser por la protección de mis tatuajes mi alma habría sucumbido —explicó el santo de Cáncer —. Y aunque Calíope no es como yo, se ha salvado por la protección que les coloqué a la mayoría de los santos de oro.
La amazona de Tauro asintió, oprimiéndose el vientre. —Pero no significa que no duela… es como si mil agujas ardientes se me clavaran en la piel y en las entrañas.
— En nuestras albas han sido grabados numerosos hechizos y tienen incrustadas joyas sagradas, es por ellas que seguimos aquí —teorizó Kaia, Apóstol Sagrada de Isis—… Sin embargo, aunque el dolor físico es leve, nuestras albas han ganado un extraño peso que me dificulta el moverme con libertad.
Assiut asintió, mirando los brazales de su ropaje, los cuales le costó alzar.
— Y si eso está pasándonos a nosotros… ¡¿Qué es lo que sucederá con aquellos que no puedan contrarrestarlo?! —se alarmó Kaia—. ¿Qué lo provoca?
Ren Tao apartó la vista de donde el sol ascendía, deduciéndolo por sí solo, más prefirió no decírselo todavía.
— Quizás no puedan hacer nada por el “qué” lo provoca, pero sí saben el “quién” está detrás de ello— habló Syaoran Li con envidiable tranquilidad.
— No hay que ser un genio para saber que esa emanación tenebrosa es parte del problema —señaló Horokeu la fosa y la columna de oscuridad que ascendía hacia el cielo.
— El plan no ha cambiado —dijo el líder de la familia Tao—.  Esperábamos contratiempos y helos aquí. Ahora deben apresurarse y entrar a la masbataba en busca del enemigo.
— ¿Y qué es lo que harán ustedes? —preguntó Kenai de Cáncer.
— La situación ha distraído sus sentidos, pero el enemigo ya sabe que estamos aquí —aseguró Syaoran Li.

Lo cierto es que de la arena cercana a los límites del abismo, comenzaron a salir extrañas criaturas. La bruma oscura los cubría unos momentos y dificultaba la visión, mas cuando avanzaban se podían distinguir poco a poco sus rasgos. Algunos eran simples cadáveres putrefactos armados con espadones y viejas armaduras egipcias; otros bestias bípedas con cabeza de chacal y fornidos cuerpos hechos de la misma oscuridad tras de ellos; les seguían escorpiones negros que alcanzaban los dos metros de alto descartando la cola y el temible aguijón; seres mitad hombres mitad serpientes entre tantas otras abominaciones.

Todos y cada uno poseían una energía sombría respaldándolos y su número se acrecentaba como si se tratara de un ejército de hormigas que salía de su hormiguero en búsqueda de presas.
Quizás para tantos guerreros de élite en el mismo lugar sería simple eliminarlos a todos, sin embargo, no todas las aberraciones se precipitaban sobre ellos, sino que se esparcían en todas las direcciones posibles alrededor del foso.

— ¡Son demasiados! —exclamó Calíope.
— No podemos permitir que se alejen. Será desastroso si alcanzan cualquier comunidad o aldea —añadió Kaia, preocupada.
— Es por eso que deben irse —dijo Ren Tao, impávido pese a que la primera horda de criaturas estaba a pocos metros de alcanzarlos.
— Nosotros evitaremos que se desplieguen —aseguró el shaman Horokeu—. Mientras ustedes se adentran a las profundidades y eliminan este mal de raíz.
El resto del grupo se miraron unos a otros, no muy convencidos de abandonarlos.
— ¿Están seguros de que podrán ustedes solos? —insistió Assiut.
En respuesta, Syaoran Li liberó su poder espiritual, generando una onda invisible de la palma de sus manos que arremetió contra  un numeroso grupo de bestias que intentó embestirlos. Todas y cada una de ellas se volvieron cenizas ante la corriente que deshizo sus cuerpos.
— ¿Con quienes crees que estás hablando? —dijo Horokeu de manera risueña, y ante su deseo decenas de estalagmitas de hielo salieron del suelo para empalar a diversas criaturas que corrían libremente por el desierto.
— Además no seremos los únicos —indicó Ren Tao antes de lanzar un golpe con su espada que generó una onda cortante y abrió una amplia brecha entre las huestes malignas para que avanzaran.
En el extremo opuesto del campo de batalla, un estallido hizo a todos volverse para distinguir las llamas del Ave Fénix pulverizando a un montón de seres oscuros en la distancia.
— Les aseguro que en las sombras no sufrirán del peso de esta maldición— explicó Ren Tao—. El que ustedes permanezcan en el exterior es una desventaja estratégica que no podemos permitir. Ahora váyanse —ordenó, siendo respaldado por sus dos colegas.
— ¿En las sombras? —Kenai de Cáncer repitió, incrédulo—. Entonces, significa que…

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Grecia, Santuario de Atena. Templo de Virgo.

Shai, amazona dorada de Virgo, abrió los ojos súbitamente, como si hubiera detectado a un enemigo dentro de la habitación que estaba por apuñalarla en el próximo segundo. Aunque en su morada no encontró rastro de algún intruso, permaneció largos segundos buscando la fuente del peligro por el que se sentía asechada.
Algo no estaba bien, lo sabía en el fondo de su alma. Como shaman era más sensible a ello que cualquiera de los demás habitantes del Santuario, pero aún no vislumbraba del todo la respuesta a su pregunta.
En cuanto colocó la máscara de oro sobre su rostro, el llanto de un cuervo llamó su atención. El ave aleteó y planeó de manera errática y asustadiza por el lugar hasta terminar posándose sobre el respaldo de una silla.
Shai detectó que se trataba de uno de los cuervos de Kenai de Cáncer por lo que enfocó sus sentidos sobre él. La amazona escuchó el mensaje que el santo de Cáncer le transmitió a través del ave, causándole un gran shock.

Kenai buscó originalmente al Patriarca pero no fue capaz de encontrarle, por lo que recurrió a ella para esparcir la alerta y confirmar si el fenómeno estaba ocurriendo no sólo en Egipto.
La amazona escudriñó con sus sentidos y estos le devolvieron imágenes de personas convertidas en piedra y otras que tras agónicos gritos desfallecían para instantes después ser reanimados por una fuerza impía.

— ¿Los rayos del sol? Qué abominación —musitó perpleja, intentando comprender qué clase de magia o ritual  sería capaz de volver la belleza y poder del sol en la fuente de transmisión de una maldición.
Buscó tranquilizar un poco su corazón antes de enviar su cosmos hacia los demás, esperando que su voz llegara a ellos.
¿Pueden oírme, santos dorados? Aquellos que oigan mi voz, les suplico escuchen con cuidado: un mal terrible está azotando al mundo entero.

En los templos de Leo, Sagitario, Acuario y el Principal, los santos dorados que permanecían en territorio sagrado sintieron el llamado de la amazona de Virgo a través del cosmos, siendo seis los que lograron entablar comunicación.

La situación es precaria pues el enemigo ha liberado un conjuro siniestro alrededor del mundo: todo aquel que sea tocado directamente por los rayos del sol, su alma será suplantada por una entidad maligna y ésta tomará posesión completa de su cuerpo. Eso es lo que Kenai me ha advertido.
¡¿Qué estás diciendo?! —Jack de Leo espetó sorprendido.
Sé que parece increíble, pero es la verdad —aseguró Shai, acongojada—. Apenas está amaneciendo aquí en Grecia, mas en otros sitios donde el sol ya se encuentra en su cenit la situación debe ser incontrolable.
En estos momentos sólo los guardias en turno se encuentran expuestos a tal calamidad —dijo Albert, confirmando que sus actividades aún eran desconocidas para el resto de sus compañeros—. Shai, siendo tú quien más conoce sobre esto ¿qué podemos hacer? ¿Hay alguna manera de salvar a aquellos que han sido maldecidos?
Kenai afirma que manteniéndonos en las sombras estaremos bien, y que aquellos que aceptaron el tatuaje que él diseñó podrán moverse en el exterior, sufriendo una serie de malestares pero estarán protegidos. El resto deberá abstenerse de abandonar sus templos y no exponerse al peligro. Suficientes problemas tenemos para que encima alguno de nosotros se vuelva un enemigo.
En aquel entonces, sólo los santos de Tauro, Leo, Libra, Escorpión, Capricornio y Acuario aceptaron someterse a tal ritual.
Kenai y Calíope se encuentran ahora en Egipto, con ayuda de otros guerreros intentarán frenar la fuente de este mal. Por el momento debemos evitar a toda costa que esto se propague entre los habitantes del Santuario, alertemos a todos y controlemos a aquellos que ya han sido contaminados por la oscuridad. No es su culpa lo que está sucediéndoles, por lo que debemos respetar sus vidas.
¿Qué hay del Patriarca? ¿Ya está enterado de esto? —preguntó Terario de Acuario.
Ni Kenai ni yo hemos logrado contactar con él —respondió la amazona.
Se encuentra en Star Hill —mintió Albert—. Esto debería ser un secreto, pero en vista de las circunstancias tengo libertad de decirlo. Está prohibido que cualquier santo ponga un pie en Star Hill, por lo que será imposible advertirle de lo que aquí acontece. Sin embargo, confío en que pronto se percatará de ello y tendremos noticias de él. Hasta entonces estamos solos.
No podemos distraernos del todo… ¿Acaso no lo ven? Esta podría ser la mejor oportunidad del enemigo de invadirnos y tomar lo que tanto ansían —dijo Asís de Sagitario, preocupándose por el niño que juró proteger y sabía se encontraba en el Templo Principal.
Alertaré a los santos que vigilan sus moradas, ellos los mantendrán a salvo y a la señora de Polaris —dijo Albert.
Albert, Asis y Adonisia, al no contar con la protección que Kenai marcó en los demás, lo mejor será que permanezcan en sus respectivos templos; si el enemigo intenta invadirnos serán los encargados de repelerlos —sugirió la amazona de Virgo—. De ese modo yo, Jack y Nauj podremos socorrer a los civiles y retener a los que han caído víctima de la maldición.
¿Acaso te has olvidado de mí? —recriminó Terario.
Ni por un momento —aclaró ella—, pero tampoco olvido que estás herido y no te has recuperado de tu última batalla. Aunque cuentes con el sello de Kenai, en tu estado sería peligroso que te expongas al maleficio, por lo que te suplico, evítanos la pena de tener que someterte si te conviertes en un enemigo.
Terario deseó objetar, mas terminó aceptando ya que no deseaba transformarse en algo sin voluntad y que pudiera dañar a otros, sobre todo a Natassha, quien dormía aún en su cama.
No logro percibir el cosmos de Nauj —indicó Jack, siendo el primero en percatarse de su ausencia en el enlace mental.
¿Habrá salido del Santuario? —cuestionó la amazona de Piscis —. ¿O es que acaso ha caído víctima de este embrujo? —inquirió con complicidad hacia Albert—. Él siempre vaga por inusuales rincones del Santuario, no puedo ser la única que lo ha notado.
Es cierto… pero dudo que alguien como él pueda caer víctima de tal maleficio —dijo Jack de Leo.
Es algo que descubriremos, Jack —aseguró la amazona de Virgo—. Por lo pronto, es lo que debemos hacer y confiar en que Kenai y Calíope tendrán éxito en su cruzada.

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Egipto.

¿Lo quieres salvar? —escuchó apenas en un susurro, pero extrañamente lo bastante claro pese a los estruendos, risas y su propio llanto atiborrando sus oídos.
Puedes… Confía…
Freya escuchaba de una voz proveniente de su interior, ¿su conciencia?, ¿su corazón? No podía determinarlo mientras era vapuleada por aquel vendaval desatado.
En cuanto el santo de Capricornio se perdió dentro de la negrura del Abismo, de las profundidades estallaron fuerzas malignas que se alzaron como un sonoro géiser que destruyó el techo sobre ellos y liberó su poder en el mundo exterior.
Freya se sintió morir al estar en medio de todo aquello, debía morir, una parte de ella lo sabía, pero su corazón continuaba latiendo y su alma continuaba dentro de su cuerpo.

Aún prisionera, pudo ver cómo Ehrimanes se encorvó hacia atrás mientras su cuerpo se incendiaba con llamas oscuras y un gesto de éxtasis desencajaba sus ojos,  manteniendo una amplia y grotesca sonrisa desencajando su mandíbula.

El Patrono Sennefer lanzó un grito despavorido, pero no de dolor, fue un aullido de júbilo total. Él fue golpeado directamente por el torrente que quebró el techo y ascendió al cielo, el cual no lo arrastró fuera del complejo, ni siquiera lo hirió, en su lugar lo revitalizó tal cual esperaba. Con el Cetro de Anubis en su mano podía sentir un poder descomunal fluyendo por su cuerpo, recargándolo, fortaleciéndolo para poder contener su nueva fuerza.
Su cuerpo sanó completamente, y aunque en su aspecto no hubo cambios notorios, en su cosmos la diferencia era abismal.
Lo mismo podía sentir Enrhimanes, quien compartía la raíz del Abismo en su ser, por lo que se vio beneficiado por la abertura de aquel portal por el que sus hermanos estaban entrando al mundo humano después de milenios de exilio.
Ehrimanes comenzó a carcajear de manera demencial, pues sentía todo ese poder fluyendo en él, uno que le daba la certeza de que podrá romper todas las barreras que le han impuesto en este mundo… No existían más cadenas que lo detuvieran para ver cumplidos sus anhelos y estaba por comprobarlo.

Mientras aquel par de monstruos se regocijaban con lo obtenido de su ritual, Freya se esforzó por no perder la conciencia, concentrándose en la cálida sensación en su pecho. Sabía que eso era lo que mantenía latiendo su corazón pese a que la energía demoniaca que fluía a su alrededor le helaba los huesos en un intento por absorber su vida.

Ella no podía moverse, no podría defenderse y eso no le importaba en lo más mínimo a Ehrimanes, quien se acercó a paso firme y la miró detenidamente. Abrió las palmas de sus manos y dejó que en su mente quedara clara una idea…
Él sonrió ampliamente, pues esta vez no sintió su cuerpo temblar, ni fue advertido por aquello que le impedía romper su trato. Ese silencio lo animó a precipitar sus manos sobre el cuello de la chica, apretándolo con brusquedad, alzándola del suelo para verla a los ojos mientras la estrangulaba.

Ehrimanes volvió a reír a todo pulmón pues se sabía libre de la  atadura que la magia y la sangre sellaron tiempo atrás en Asgard. Se mofó de todos aquellos que había engañado y manipulado para llegar a este punto de su existencia, sintiendo un creciente frenesí por alimentarse.
Sé que serías mucho más útil si te vuelves un recipiente más para mi especie, sin embargo esto… este momento merece ser celebrado —dijo la criatura, agarrándola fuertemente del cabello para exponer su yugular—. Es gracias a mí que ha ocurrido, por lo que nadie podrá reclamarme el que tome una insignificante vida. —Abrió la boca que se deformó en grotescas fauces que estaban por cerrarse en el cuello de la guerrera asgardiana.
Sangre fluyó ante a él y manchó su rostro, mas no provino de la mujer, sino de sus propios brazos que fueron cercenados ante sus ojos.
Pasó demasiado rápido y culpó su falta de atención a la dicha de su triunfo.
Ehrimanes miró hacia donde un fuego anaranjado brillaba con intensidad, uno que nacía de una espada que era sostenida por un hombre que no esperó tener que volver a ver en su vida, y que al mismo tiempo le acababa de arrebatar a la mujer que sería su alimento.
Esto sí que es una sorpresa —dijo la criatura, sin inmutarse por sus brazos cortados y la sangre  que borboteaba de las heridas—. Hola Clyde, no te esperaba.
El dios guerrero de Megrez, con su ropaje intacto y espíritu combativo en alto ladeó la espada flamígera para iluminar al resto de sus acompañantes.
— Traje compañía—Clyde de Megrez respondió desafiante, sin soltar a la aturdida Freya.
Respaldándolo se encontraban Assiut de Horus, Kaia de Isis, Kenai de Cáncer y Calíope de Tauro.
Bienvenidos —se escuchó la voz de Sennefer, cuyos ojos serpentinos brillaban desde la fuente de oscuridad—. Es un placer volver a ver reunidos a Apóstoles y a Santos sólo por mi sencilla presencia —sonrió—. Tal vez mi hermano no los esperaba, pero yo sí —admitió—. Ansiaba que llegaran hasta aquí los primeros sacrificios con los que pueda experimentar mis renovadas fuerzas.
— Todo termina aquí, Sennefer —se adelantó Assiut, Apóstol Sagrado de Horus.
Sí que lo hará —concordó el demonio.

- FIN DEL CAPITULO 54 -