domingo, 27 de abril de 2014

FROZEN APPLE - Doujinshi Crossover Prologo

Como si no tuviera suficientes cosas que hacer con fanfics y eso... he decidido aventarme la creación de un doujinshi corto.

FROZEN APPLE
Doujinshi Crossover Universo Alterno de BLEACH® y DEATH NOTE.



DE QUÉ TRATARÁ
A Rukia Kuchiki se le asignó la misión de ir al mundo humano en busca de una “Death Note”, un antiguo artilugio que sólo los Shinigamis Oscuros conservan para su propio beneficio. Desde el momento en que esa Death Note cayó a la Tierra, ha causado un gran caos, por lo que debe ser encontrada, y detener al ser humano que ha hecho uso de ella.

ORIGEN
La idea original fue mía y de FehurerJim, una vez que jugábamos con varias ideas descabelladas. Finalmente me decidí a tomar esas ideas y adaptarla a un formato de dibujo...
Sé que muchos creerán que es mejor que la escribiera porque es lo que hago y a lo que estoy acostumbrada pero, la verdad deseo intentar esto... Ya sé que he empezado y/o prometido otros dos doujinshis anteriores pero... le tengo más fe a este, me comprometo a lograr sacarlo adelante.
Me tomaré mi tiempo y sin presionarme mucho, pero lo lograré.

PUBLICADO EN DEVIANART
Para verlo visiten: http://ultisg.deviantart.com/art/Frozen-Apple-00-446326302
Sólo va el Prologo, pero cada que suba una pagina avisaré por el blog.

VIDEO PROMOCIONAL
Y FehurerJim se emocionó e hizo este video promocional ^-^ (¡muchas gracias!)
Los invito a verlo.






HÉROES Y VILLANOS - RPG Maker GAME

En la universidad, encontré el gusto por jugar juegos de Rol al iniciarme con el clásico VAMPIROS LA MASCARADA.
Con el paso de los años continué jugando pues sentía que era como jugar dentro de un "fanfic interactivo" con otras personas, por lo que me entretenía y divertía mucho.
Participé en varias crónicas con diferentes narradores y diferentes temáticas, y pues en estas fechas, uno de esos narradores quiso llevar más allá todo ese mundo que inventó y que ayudamos a desarrollar a un juego de video.

Utilizando el RPG MAKER él ha decidido crear un juego basado en una de esas aventuras. Los invito a descargarlo y jugarlo.
Va por partes, un capitulo cada determinado tiempo ya que sabe será algo muy largo qué debe hacer. Por el momento van 3 episodios pero con el tiempo habrá más.


DE QUÉ TRATA
La trama son historias dentro de un mundo donde hay METAHUMANOS, personas con poderes sobrehumanos, que pueden decidir entre usar sus poderes para hacer el bien o el mal, de ahí el nombre: HÉROES Y VILLANOS.
La historia tiene lapsus de comedia, acción, sorpresas y misterios, de todo un poco, por lo que siempre habrá algo en qué entretenerse, pero lo que más me gusta es la variedad de personajes que aparecen en la historia.









Estilo de juego RPG en el que constantemente obtendrás poderes cada vez más asombrosos, nuevos personajes, armas, armaduras e ítems. En un entorno de diversos mapas abiertos en donde encontrarás luchas  en un estilo de batalla primera persona con animaciones continuas, con vídeos en batalla así como en gran parte del juego, y sistema de logros que puedes desbloquear.






DATO PERSONAL
El personaje que yo interpreté durante la crónica de Rol es LISA MÁSTERS, alias AMBER PHANTOM y aparece en el Capitulo 2 jejeje, los recuerdos siempre me harán reír (y llorar) :




VIDEO PROMOCIONAL
Aquí les dejo un video que muestra un poco la dinámica del juego:


Requisitos mínimos del sistema
Sistema Operativo: Windows XP/Vista/7/8/8.1
Procesador: Intel Pentium 4 @ 2.0 GHz / AMD Athlon XP 2200+
RAM: 512 Mb
Espacio en Disco: 400 Mb
Tarjeta Gráfica RAM: 32 Mb
Tarjeta Gráfica: DirectX Compatible
Tarjeta de Sonido: DirectX Compatible
Direct X:9.0c


HÉROES Y VILLANOS CAPÍTULOS DEL 0 - 5
DOWNLOAD *.RAR:  http://babblecase.com/1lz

NOTAS:
- Para jugar el Capítulo Cero, a fuerzas ocupas hacer click en NUEVO JUEGO.
- Si tienen SAVES anteriores, lamentamos informar que estos no van a funcionar, por lo que les recomendamos no intentarlo.
- Los invitamos a volver a jugar el Capítulo 1, 2, 3 y 4 para que aprovechen lo de los logros y refresquen la memoria, sin embargo, también comprendemos que si ya han jugado esto más de una vez pueda ser cansado, por lo que también les proporcionamos un SAVE que al pegarlo en la Carpeta del Juego, podrán iniciar directamente el Capítulo 5.

SAVE PARA JUGAR EL CAPÍTULO 5 DIRECTAMENTE.
DOWNLOAD *.RAR:  http://babblecase.com/1wE


Todos sus comentarios y sugerencias son bienvenidas, muchas gracias por descargar y disfrutar.

Los invitamos a seguirnos por la página oficial en FACEBOOK para recibir noticias, aclarar dudas, ver más material e información adicional de este juego:

sábado, 26 de abril de 2014

El Legado de Atena. Capitulo 44 - Imperio Azul Parte VIII - Más allá del pasado y el odio

En las profundidades del reino de Poseidón, quince años atrás.

Dos jóvenes atlantes descansaban junto a la pequeña laguna donde habían aseado sus cuerpos tras una larga jornada de entrenamiento y búsqueda de alimentos. Una vez limpias, comieron su almuerzo habitual: pescado y agua.
Mientras masticaban, la que poseía el cabello azul miraba con fijeza el firmamento del mundo en el que le tocó nacer, mientras la de cabello rosado veía su reflejo proyectado en el agua.
— ¿Sabes? —la chica de cabello azul reanudó la charla tras un prolongado silencio—. Me enteré que Asteros está hablando con los demás para intentar subir a la superficie.
— ¡¿Qué?! —fue la sorpresiva respuesta de su amiga—. ¿Es cierto lo que dices, Levi?
La joven atlante llamada Leviatán asintió— Sí. Me ha pedido que lo acompañe y… yo le he dicho que sí —confesó.
— Ah, Levi… eso es… yo…
— Ni siquiera se te ocurra intentar convencerme, Karón —intervino la atlante, poniéndose de pie para darle la espalda—, ya tuve suficiente con los sermones de mi madre.
Karón se levantó, intentando acercarse a la jovencita con la que había compartido tanto durante toda su vida.

Cuando Karón nació, la mujer que la llevó en su vientre murió durante el parto. Por fortuna, días antes otra joven había dado a luz a una niña, por lo que los ancianos le suplicaron que sirviera de nodriza a la pequeña huérfana, de lo contrario moriría sin más remedio. Por supuesto que muchos alegaron que quizá eso sería lo más piadoso, incluido el padre biológico de la bebé.
Pero la mujer no sólo accedió a la petición, sino que se convirtió en una madre para ella, por lo que fue capaz de criar a ambas como hermanas y grandes amigas.
Aunque las dos niñas crecieron con temperamentos impetuosos, Leviatán sin duda fue la más dominante. No les faltó amor ni cariño de sus padres y su pueblo, pero como todo niño atlante que crecía en cautiverio, fueron influenciables por los relatos de los más ancianos y el rencor de los adultos.

— Levi… deberías considerarlo más… ¡Ay, le pedí a Asteros que no te dijera nada, pero el muy truhán no cumplió su promesa! —Karón confesó con tristeza.
Leviatán se giró de inmediato hacia ella, con gesto de reproche — ¡No tenías ningún derecho de hacer eso!
— Sabía que si te enterabas te pondrías necia y querrías embarcarte —Karón explicó, con el ceño fruncido—… Si le pedí que no te lo dijera es porque no tiene caso que las dos nos arriesguemos… porque yo también accedí.
— ¡¿Y pensabas irte sin decírmelo?! —Leviatán cuestionó, molesta—. ¿Creíste que no me iba a dar cuenta?
— Habría encontrado la manera y lo sabes —Karón respondió con un gesto travieso.
— En ese caso no tienes nada que alegar. Las dos iremos —pronunció Leviatán.
— Levi, déjame intentar convencerte…
— No —Leviatán intervino—. Después de todo lo que hemos hablado y soñado sobre ello…  no puedo creer que hayas intentado dejarme atrás —musitó, dolida.
— Sabes que es peligroso y no hay garantía de que suceda algo bueno… Quizá es como dicen los ancianos y sólo sea un suicidio… Los que han subido allí, no han vuelto… —Karón le recordó.
— Lo sé, puede que sólo sea un camino hacia la muerte pero también…es porque no hay forma de volver… —agregó Leviatán.
— Si la hay, te prometo que yo volveré por ti —pidió la de cabello rosado.
Leviatán permaneció en silencio, y aunque solía doblegarse ante la mirada amable de su hermana, esta vez tuvo la fuerza de voluntad para negarse—. Las dos volveremos y liberaremos a los demás. Aunque tengamos que acabar con la vida del tirano que nos encerró aquí.
Karón mostró un gesto asustadizo — ¿Pelear contra un dios? Eso…
— ¡Es posible! —se adelantó Leviatán—. Las historias nos lo dicen, ¿no? ¡Atena y los santos combatieron y lo vencieron! Y el viejo Beulnos lo ha dicho siempre… en nuestra sangre corre la sangre de un dios olímpico —se miró las manos con detenimiento—. Si pudiéramos usar ese poder… seguramente seriamos capaces de eso y más.
— Levi… no creo que la violencia sea la llave que nos libere de aquí —la de cabello rosado dijo con timidez—. Ni el rey Atlas, con todo su poder, fue capaz de liberar a su pueblo de este castigo.
— No tienes porqué mencionar a esa momia inútil —Leviatán reaccionó despectiva.
— Sabes que mi padre es uno de sus custodios y yo… yo lo he visto. Y cuando lo contemplo, pese a ser un muerto en vida, no veo un rostro de angustia sino de completa paz… yo creo que él… está esperando…
— ¿Y qué espera exactamente? ¿La muerte? —Leviatán preguntó de manera irónica—. Se ha tardado.
—  Quizá el perdón o… ayuda. Yo lo he pensado, y si pudiera salir de aquí, buscaría a Atena…
— ¿A Atena? —Leviatán repitió con incredulidad—. ¿Esa bruja que lo hechizó en primer lugar? No me hagas reír. ¿Crees que ella vendría a ayudarnos? ¡Ha tenido siglos para hacerlo y continuamos aquí! ¡No seas incrédula, los atlantes sólo fuimos una herramienta para ella y una vez que cumplimos nuestra parte nos desechó!
— Estos son dominios del Emperador del mar, ella no tiene poder aquí pero… debe haber alguna manera, yo lo sé… —Karón musitó, afligida.
Leviatán suspiró, fastidiada— Eres demasiado idealista. Pero ¿qué sucederá si no hay una forma ‘bonita’ para resolver esto? —cuestionó, sarcástica.
— Si gastamos todos los otros recursos… entonces sí estaría dispuesta a luchar —Karón accedió con una mirada valerosa.
— Cuando me miras así es como verme en un espejo —Leviatán sonrió, dándole ligeras palmadas en la cabeza—. Está bien, en el mejor de los casos, mientras buscas tus respuestas, yo me encargaré de encontrar la forma de despertar nuestro verdadero potencial.  En el exterior seguro habrá mucho que podremos aprender —Leviatán sonrió ampliamente, a lo que Karón respondió casi de la misma forma.

Así fue como sellaron un pacto, pero aunque hubieron muchos planes y esperanzas, el principal obstáculo era ese remolino.
Ellas, y otros jóvenes atlantes más, subieron por el pináculo de piedra. Conforme más se acercaron a ese agujero oscuro, más temor causaba. Dos de ellos claudicaron y volvieron, pero el resto prosiguió pese a que los sonidos del agua corriendo ensordecían.
La muerte era una posibilidad en aquel viaje, pero era un temor que no pesaba demasiado en los corazones de esos chicos; en cambio la esperanza de la libertad y un mundo nuevo al cual surgir, los impulsaba a no tener remordimientos.
Para cuando Leviatán y Karón llegaron a la cima, en donde el viento ya levantaba sus ropas y cabellos, se tomaron de la mano.
Karón hizo un fuerte amarre en la que sus muñecas quedaron atadas —Para que no me vayas a soltar —le dijo a Leviatán.
— Nunca —fue su respuesta antes de que ambas saltaran y sus cuerpos sintieran el escalofriante viento que las alzó hacia las aguas oscuras.


 Capítulo 44.
Imperio Azul, parte VIII
Más allá del pasado y el odio.


Atlántida, reino de Poseidón

Leviatán, Patrono de la Stella de Coto, respiraba rápidamente como reflejo de cansancio, acompañado por sollozos y algunas lágrimas que mojaron sus mejillas.
Permaneció de pie, sin abandonar la posición en  la que había efectuado su técnica, manteniendo los brazos estirados a la altura de los hombros.

Todo a su alrededor estaba devastado, aunque el ambiente recobró su color natural y el cielo sobre su cabeza volvió a mostrarse tranquilo.

¿Se lamentaba por atacar a su vieja amiga? Sí, pero había tanta rabia en ella desde que abrió los ojos en la superficie, que no solía escuchar a su conciencia cuando ésta se lo suplicaba.  La voz de su antiguo yo le pidió que intentara ser comprensiva, convencerla de que no era culpa de Karón, que tal vez había sido hechizada, pero en cuanto la marine shogun la atacó y trató como a una enemiga, esa voz se volvió inaudible y sólo siguió los instintos de la bestia a la que le debía su nombre.

Cayó de rodillas, lamentando su acción e infortunio. Se cubrió el rostro con las manos intentando ocultar su llanto y acallar sus gemidos de dolor.
Todos estos años en que vivió con el señor Avanish, creyó haber sido la única sobreviviente de ese grupo de temerarios e ilusos chicos que se dejaron devorar por el remolino infernal.
Recordó la horrible sensación, la violenta forma en la que sus cuerpos se golpearon unos contra otros, el modo en que el agua presionaba sus cuerpos. En el vértigo y el sufrimiento, sintió que perdió a Karón, y aunque tanteó desesperada en el agua, no logró aferrarse a nada, ni a nadie.
El aire le fue arrebatado por el frío y los intensos dolores. Pese a que fueron pocos segundos, pareció toda una vida de sufrimiento en la que el mar la castigó. Ensordecida, cegada y muda fue apaleada por esa feroz corriente que tenía el único propósito de arrebatarle la vida a todo aquel que intentara escapar.

Algunas veces, contadas en realidad, esa fuerza dejaba una ligera chispa de vida en algunos de los cuerpos destrozados. Esos afortunados, o desdichados,  tenían segundos de paz sumergidos en el vasto mar hasta que finalmente morían ahogados.
Leviatán fue de esos casos excepcionales, pero aún más extraordinario es que su cuerpo logró salir a flote como un tronco fuera del agua.
Estaba muerta, o por lo menos en un estado muy cercano a la muerte, sin embargo, de alguna manera, alguien sopló aliento de vida a su cuerpo y así logró salvarse.

No fue el cielo azul o el sol que tanto describían en los cuentos lo primero que vieron sus ojos, no, sus glóbulos oculares no estaban preparados para la luz del exterior por lo que resultó una terrible y agonizante experiencia mantenerlos abiertos.
Totalmente ciega y desorientada, alcanzó a escuchar la voz de un par de infantes y la de un hombre que hablaban en un dialecto extraño para ella.
Aterrorizada y traumatizada por su anterior vivencia, quedó desconcertada cuando alguien le tocó la cabeza y paternalmente susurró — Descansa, estás a salvo —en el idioma de sus antepasados.

El señor Avanish la salvó ese día… fue mucha su pena cuando recobró la conciencia y se supo la única sobreviviente de su grupo. Aunque el par de gemelas que la cuidaban y acompañaban intentaban acercársele, ella estaba lejos de sentirse animada o deseosa por entablar amistad, lo único que podía hacer era pensar con rabia y frustración.
Aborrecía la luz que lastimaba sus ojos, por lo que sintió desprecio por ese nuevo mundo al que le perdió todo interés.
La madre de las gemelas se limitaba a darle de vestir y comer, solía colocar bellas flores en su habitación, esperando despertar su curiosidad por salir del cuarto al que decidió confinarse.
Sin embargo, cuando hablaba con el hombre que se presentó como Avanish, todo sonaba diferente. Su amabilidad y carisma rompían con la armadura de frialdad e indiferencia en la que Leviatán intentó ocultarse.
Le sorprendió que él le hablara como si la conociera de toda la vida, y más se impresionó cuando le confesó que sabía todo de ella, su origen y procedencia. Él le regresó el ánimo de continuar con su deseo, le prometió que si lo seguía, le mostraría la vereda por la que sería capaz de lograr sus metas.
Leviatán, motivada por el odio que desbordaba de su pecho, accedió gustosa, prometiéndose que pasara lo que pasara, vengaría a su gente…

— No hay marcha atrás —se dijo a sí misma, descubriéndose la cara para mirar al cielo, aún con un deje de arrepentimiento.
Por encima de sus tristezas, debía satisfacer el hambre voraz del monstruo interior que había alimentado todos esos años con sus deseos de venganza.

Leviatán se giró hacia la parte del palacio que había destruido, decidida a avanzar por entre las ruinas para dirigirse hacia donde se encontraba Poseidón, cuando un escalofrío le recorrió la espalda y tensó su nuca.
Fue una sensación sofocante, difícil de explicar. Lentamente volvió a alzar la vista hacia el cielo.
— No… esto es… imposible… —susurró.
Una porción del cielo acuático se ondeó, como si algo atrás de la capa de agua empujara con fuerza. Tomó la forma de un globo enorme el cual finalmente reventó, lanzando una gran cantidad de agua, pero al mismo tiempo liberó sonoros estruendos que simularon rugidos bestiales.
Allí, en el aire, saliendo de las aguas de manera gloriosa se encontraba Scylla, montando a sus seis gigantescas bestias encarnadas en cuerpos de aire tormentoso.
El oso y el águila encabezaban la montura, mientras que el lobo y el murciélago se enfilaban a su derecha, dejando a la serpiente y a la abeja protegiendo su flanco izquierdo.
Al principio, el cosmos aguamarina de la guerrera de Poseidón la envolvió con una brisa celestial que la dotaron de la apariencia agraciada y mítica de la ninfa del mar, pero conforme descendía, la imagen de la auténtica marine shogun quedó a la vista. Su cuerpo, aunque magullado y sangrante, permanecía fuerte y digno para combatir.
Scylla y sus bestias permanecieron en el aire, mirando hacia donde Leviatán las admiraba.

— Qué poder… —fueron las palabras que escaparon de los labios de la Patrono. Por supuesto que se reprendió a sí misma por sentirse un poco temerosa bajo tal manifestación—. Pero sigues sin estar a mi altura. Las seis bestias que te respaldan no son nada contra la fuerza del poderoso leviatán —dijo de inmediato, apuntándola acusadoramente.
¿No has tenido suficiente? —escuchó la voz de la marine shogun en su mente.
Habría sido más conveniente para ti haber muerto por mi tormenta —la Patrono accedió a entablar un enlace telepático.
Si las dos no morimos hace años dentro de ese remolino infernal, ninguna fuerza marina será capaz de hacerlo —la marine shogun añadió, mirándola fijamente a los ojos desde la distancia—. Levi, detente ya.
Leviatán se sorprendió al escuchar que la llamara de esa forma.
¡Karón! ¡¿Entonces es cierto?! ¡¿Sólo estabas fingiendo no reconocerme?!
Es algo más complicadoque eso, Leviatán. Yo de verdad olvidé —confesó, para desconcierto de la Patrono—, todo. Las moiras tenían un destino para mí, sólo eso puede explicar cómo es que logré sobrevivir. Pero no sólo mi cuerpo se encontraba destrozado, sino también mi mente sufrió graves lesiones —se dispuso a relatar, a como ella escuchó de otras personas—. Unos humildes pescadores me encontraron recién habían abandonado la costa, por lo que al querer ayudarme, regresaron a tierra donde el destino se apiadó de mí, ya que justo en esa playa el emperador Poseidón se encontraba. Él me salvó —aclaró, manteniendo una profunda calma en sus palabras.
— ¡¿Cómo es eso posible?! ¡Mientes! ¡¿Acaso no sabía tu identidad?!
— Aun ahora, es algo que no termino de comprender… no me atrevo a cuestionar a mi dios… Pero a él le debo mi vida.
— Seguro por algún motivo nefasto —comentó la Patrono, incapaz de pensar lo contrario—… es posible que él te haya bloqueado todos tus recuerdos, hasta reducirte a esto.
Estás muy equivocada. Yo iba a morir, eso nadie lo duda, pero el señor Poseidón compartió conmigo una pequeña chispa de su cosmos divino —se palpó el pecho por unos segundos, cerrando los ojos—. Desde entonces, es su propio cosmos lo que me mantiene con vida —explicó—. Y aunque  eso me permitió sanar de mis heridas, cuando recobré la conciencia no tenía idea de mi nombre, ni mi origen… no tenía recuerdos de mi pasado, tampoco podía sentir nada… Alguien me dijo un día, que parecía un cascarón sin alma… pero no por ello me rechazaron, todo lo contrario: me cuidaron, me alimentaron, me dieron un nombre…Caribdis*.
Vaya sentido del humor de tu dios, ¿no te parece? —comentó con sorna.
Me es claro que no has cambiado nada…
¡Pensabas como yo! —Leviatán reclamó.
Con pesar, hay memorias en las que no puedo negarte eso… Pero no miento cuando digo que yo ya no soy “Karón”. Sin memorias, formé una nueva identidad, labré una vida aquí aun con mis limitadas capacidades empáticas. Entonces, hace menos de un año, los recuerdos comenzaron a volver a mí… pero aún ahora los veo y siento que son de otra persona, un sueño de alguien más, una pesadilla… esa era la Karón que tú recuerdas y la que jamás podría volver a ser.
¡Son sólo tonterías! ¡¿Por qué no mejor aceptas que decidiste traicionar a tu propia gente?!

Enfurecida, la Patrono hizo estallar su cosmos de manera violenta, expulsando el odio en su ser en forma de saetas cortantes hacia Caribdis.
La marine shogun envió a su águila de viento para que transformara esa violenta ventisca en una suave brisa.

— ¡¿Cómo pudiste vivir contigo misma sabiendo lo que debían estar pasando tu padre… nuestra madre?! —Leviatán espetó, desplegando una y otra vez su cosmos huracanado, que era abatido por las alas del águila de Scylla.
Caribdis se mantuvo a la defensiva para proseguir con su mensaje.
Todos esos recuerdos me permitieron experimentar, por primera vez en mi estancia en la superficie, una gran confusión… Me cuestioné, así como me cuestionas ahora, “¿Por qué el Emperador me permitió vivir?”, “¿Cómo tolera tenerme a su lado?”, “¿Por qué a una infiel le daría la scale de Scylla?”. Los relatos de los ancianos se contradecían con las memorias que forjé aquí… la imagen del despiadado y cruel tirano no tenían cabida en la bondad y justicia que visten al Emperador del mar al que yo sirvo…

Caribdis pausó, al ver cómo Leviatán se impulsó hacia ella empleando su cosmos torrencial para elevarse al cielo, custodiada por un dragón de aire.
La marine shogun se desplazó velozmente, evitando cualquier colisión.
Por primera vez, conocí lo que era el miedo —prosiguió, pese a los intentos de Leviatán por hacerla callar—… No estaba segura de qué hacer… los recuerdos de Karón entraban en conflicto con los míos… como un espíritu errante que luchaba por poseerme… pero conforme más recordaba de esa chica que nació en el encierro, hay algo en lo que ambas pudimos concordar: tal vez haya una forma pacífica para reparar el pecado de nuestro pueblo.
— ¡¡Sigues siendo una estúpida que sólo fantasea con situaciones ridículas!!¡¡¡Eso nunca pasará!!! —Leviatán gritó con su auténtica voz, la cual liberó un intenso golpe de aire que logró herir a Caribdis pese a encontrarse rodeada por sus bestias —¡¡Es suficiente!! —exclamó furiosa— ¡¡Sal de mi cabeza!! ¡¡No quiero escucharte más!! —exigió, luchando por bloquear la voz que llegaba a su mente.
Soy tu enemiga, no es mi obligación el complacer tus demandas —respondió Caribdis, aferrándose al enlace psíquico—. Sin embargo, para que el fantasma de Karón abandone finalmente mi cuerpo y mente, hay algunas cosas que sé, debo decirte… una vez termine, sólo quedará quien soy ahora y no volveré a pensar jamás en ti.

Pese a su explicación, Leviatán no podría frenar sus deseos por matarla. Pero aunque sus ataques energéticos resultaban poderosos, las bestias de Scylla respondían protegiendo a su ama, y  al mismo tiempo contraatacaban para mantener a raya a la Patrono.
—  Yo, estaba dispuesta a confesarle al señor Poseidón la verdad, que había recobrado mis memorias. Me sentí tan avergonzada, no era capaz de reunir el valor… por lo que decidí esperar el momento correcto para pedir por mí, por mi pueblo... Si fue capaz de mostrar tanta piedad por una sola pecadora como yo, quizá había llegado el tiempo en que pudiera hacer lo mismo por sus hijos que sufren en la oscuridad… Pero ahora, tú lo has arruinado todo —dijo, en un claro reclamo pese a la falta de sobresalto.
— ¡No digas idioteces! —gritó la atlante de cabello azul— ¡A diferencia de ti, que has estado jugando a la familia feliz, todos estos años no he hecho más que esperar este momento! ¡Prepararme en cuerpo y alma para ello! ¡No permitiré que me acuses de esa manera!
Tu decisión… sólo ha terminado por condenarnos —sentenció Caribdis—. Traer aquí a tantos delos nuestros con la intención de una guerra… eso él jamás lo perdonará, esta vez su castigo divino será exterminarnos. Tú lo has desencadenado.
— ¡Cállate! ¡Si tanto miedo tienes, entonces deja de luchar contra mí! ¡Unamos fuerzas y terminemos de una vez con su vida! —Leviatán pidió, en un último intento de aferrarse a tan vieja amistad.
— Eso no está a discusión—Caribdis respondió fríamente—… soy fiel al señor Poseidón, y aunque él me ejecute con todos ustedes, cuando menos quiero que la última vez que me presente ante él, sea con orgullo de haber cumplido con mi labor como una marine shogun. Eso no me lo vas a quitar, Leviatán.

La Patrono resintió el instante en que Caribdis rompió con el enlace psíquico, de manera tan profunda y personal que fue como revivir el mismo dolor que la abrumó ante su pérdida años atrás.
Con un grito desgarrador, Leviatán dejó que su rabia escapara sin control de su cuerpo, lo que detonó el nacimiento de un nuevo tifón que le dio vida y forma al ancestral monstruo marino, leviatán.
El cosmos de la Patrono se incrementó, sobrepasando los niveles demostrados con anterioridad. Sea de manera consciente o inconsciente, su poder sería capaz de consumir a la marine shogun en su próximo ataque.
— ¡Si así es como lo prefieres, así será! —exclamó la Patrono—. ¡Tú no vas a detenerme más! ¡Mira bien, este es el poder que logré obtener para cumplir nuestro sueño! ¡Desaparecerás con el soplido de mi furia!
— Qué ilusa —habló la marine shogun—, al creer que con tan poca habilidad serás capaz de ponerle un dedo encima al Emperador.
Caribdis cerró los ojos por unos segundos en los que su cosmos actuó sobre las seis bestias de Scylla, las cuales se fundieron en un cúmulo de aire comprimido que adoptó una forma gigantesca y sublime: una espada.
— Te enorgullece decir que has despertado el poder durmiente que la sangre de nuestro Emperador dejó en nuestros cuerpos —musitó la marine shogun, abriendo lentamente los ojos—… pero alguien como tú, que utiliza esa fuerza para ir en contra de los designios del dios del mar, jamás alcanzará la verdadera grandeza de ese vínculo… Éste, Leviatán, es el auténtico poder de un atlante.
La energía cósmica que comenzó a fluir a través de la marine shogun de Scylla se sentía totalmente diferente. Sus ojos resplandecían con un color verde aguamarina que le cedían un aspecto intimidante.
Por un momento fugaz, Leviatán se paralizó ante esa manifestación, pues aunque su mente no lo aceptaba, su cuerpo, sangre y alma sabían reconocer perfectamente el poder que respaldaba ahora a la marine shogun, uno por el cual debería arrodillarse y suplicar clemencia.
Logró salir de su estupor por la misma ira que le estrujaba el corazón, y sin demorar desplegó su ataque mortífero — ¡Cólera de leviatán! —desapareciendo dentro del dragón de viento que se precipitó hacia Caribdis y su espada.
Espada del cielo —Caribdis susurró apenas para sí, como respuesta al inminente ataque.
El monstruo marino se arrojó contra la espada  de viento. El choque de ambas fuerzas provocó una extraña esfera de silencio en el que el tiempo pareció alentarse.
Dentro de ella, el abominable monstruo marino se detuvo cuando la gigantesca hoja de aire le atravesó el pecho.

La marine shogun vio cómo la bestia marina se desbarató en fieros ventarrones de aire en un último intento de hacerle daño.
Caribdis pestañeó un par de veces en los que sus ojos volvieron a la normalidad, tras serenar su cosmos. La espada de aire se esfumó como si hubiera sido una mera ilusión. Ocultó su dolor y cansancio físico para permanecer incólume ante la enemiga a la que había derrotado.
El cuerpo de Leviatán se mantuvo suspendido en el aire pese a que ya no hubiera nada visible que la sostuviera en el cielo.
La Patrono se encontraba de una pieza, pero su barbilla se inclinó tanto que casi tocaba su propio pecho.
— Me es difícil creer… que todo haya terminado… de esta forma —musitó la Patrono, sin poder alzar la cabeza o mover su cuerpo, del cual poco a poco su armadura se desprendía en diminutos trozos—. No pude… siquiera… llegar hasta… donde Poseidón se encuentra… —se lamentó, mofándose de sí misma—. Pero… a través de ti… pude… conocer… su lado más temible… e inclemente… —rió un poco, conforme la sangre comenzaba a correr por su piel y ropa vuelta jirones—. Te llamaste a ti misma… ‘una verdadera atlante’… eres una hipócrita… Yo soy la única… que debería ser reconocida así… pues yo… he hecho todo esto… he sacrificado todo… por mi gente… En cambio tú…. tú… —se esforzó por mirarla a los ojos, una última vez— … no hiciste… nada.
Fueron las últimas palabras que terminaron con el aliento de la agonizante guerrera. Su cuerpo se precipitó finalmente hacia el suelo, pero en un último acto de hermandad, Caribdis empleó sus habilidades psíquicas para que su descenso fuera lento, hasta depositarla con suavidad en el suelo.

La marine shogun volvió a tierra, permitiéndose respirar con dificultad. No pudo más y su cuerpo la obligó a desplomarse en el suelo.
Allí, tumbada junto al cadáver de su enemiga, contempló la mano abierta de Leviatán por unos segundos. Motivada por sentimientos que reconocía no le pertenecían, sino a su antigua yo, Caribdis alargó su propia mano para sujetarla, como aquel día en que inevitablemente sus caminos se separaron.
Ella no dijo nada, ni siquiera derramó una lágrima…

*-*-*-*

Sugita de Capricornio apartó la vista de su rival por pocos segundos. Contempló el extraño fenómeno que se suscitaba en el suelo, donde la telaraña carmesí se extendió hasta casi alcanzarle los pies. Él retrocedió, impulsado por el miedo a lo desconocido, pero la estructura espinosa se abrió camino hasta casi abarcar la mayor parte del campo de batalla, obligando al santo dorado a permanecer muy cerca de los límites marcados por las paredes rocosas.
— ¿Qué sucede? ¿Te impresionas con tan poco? —Engai comentó, divertido—.  ¡Vamos, atácame! —lo incitó, sabiéndolo amedrentado—. ¿No? Entonces yo tomaré la iniciativa.
A un pensamiento, una línea de la telaraña se alzó como si fuera una cadena, la cual lanzó velozmente contra el santo dorado.
Sugita atinó a agacharse, sintiendo cómo la ramificación espinosa pasó muy cerca de su cabeza, estrellándose sonoramente  contra el muro, donde dejó una profunda marca.
No tuvo tiempo para meditarlo cuando más de esos látigos espinosos se alzaron en su contra. Sugita era un guerrero de gran destreza, por lo que logró salir ileso. Las ramas  se incrustaban en el suelo en cada golpe fallido, destruyendo la superficie rocosa con tremenda facilidad.
Cuando esos látigos mostraron la intención de encerrarlo en una jaula, Capricornio empleó la luz de Excalibur para abrirse camino. Las ramas carmesí se quebraron fácilmente en numerosos trozos, pero jamás esperó que al momento de hacerlo, cada fragmento generara una explosión. Unidas, resultó un estallido que impactó en el santo, el cual fue lanzado hacia donde las cadenas carmesís se preparaban para atacarlo.
En su aturdimiento, Sugita logró eludir un par de golpes, pero sobre su espalda recibió dos latigazos que lo azotaron contra el suelo. Las ramas se electrificaron con el contacto de su cuerpo, por lo que no sólo debió sufrir por los potentes golpes sino por la energía eléctrica que inyectaron en su ser.

Capricornio logró reponerse, elevando su cosmos y empleando una vez más su brazo afilado. Aunque en esta ocasión, pudo impulsarse para evitar la  onda expansiva de las explosiones, alejándose del arbusto viviente repleto de espinas.
Algunas ramas se enredaron entre sí, moviéndose como extremidades de una araña, golpeteando continuamente el suelo para avanzar.
— ¿Lo entiendes ahora? No tienes escapatoria alguna. Mi magia emplea ataque y defensa a la vez, es un sistema perfecto contra aquellos que sólo saben moverse a la ofensiva.
Sugita se mantuvo alerta, estudiando sus opciones.
— Me he percatado que tu mayor habilidad reside únicamente en tu brazo derecho —rió—. Un golpe de espada magnifico, pero en tus manos es apenas un reflejo de la magnificencia que podría alcanzar. Es un desperdicio todo lo que se ha vertido en ti, pero pronto, te prometo que yo despertaré el verdadero potencial que se te ha dado, usándolo finalmente para mis propósitos.
El Patrono desencadenó una tormenta eléctrica sobre la zona, en la que los rayos rojos buscaban calcinar al santo de Atena.
— ¡No sé lo que pretendes exactamente conmigo! ¡Pero jamás serviré al mal! —Sugita clamó, moviéndose velozmente para eludir los relámpagos.
— Niño, lamento decirlo pero, ¡no te necesito vivo! —aclaró el Patrono.
Sugita vio como los relámpagos  comenzaron a girar sobre sí mismos, formando un tornado con sólo diez metros de altura que se precipitó hacia él.
Con su cosmos encendido, el santo de Capricornio fue envuelto por dicho tornado carmesí, el cual se alargó y subió hasta el cielo en cuanto hizo contacto con él, causando un estruendo que le lastimó los tímpanos.
Fue arrastrado violentamente por  esa energía que giraba de modo salvaje y lo elevaba por los cielos. Sentía su cuerpo vapuleado por las numerosas descargas que lo golpeaban sin piedad, rasgando su carne como si miles de garras estuvieran arañándolo.
Aunque perdió por escasos segundos la orientación, esperó encontrarse a la altura suficiente para efectuar un plan.
Elevando su cosmos, Sugita logró romper el flujo carmesí,  desbaratando el tornado rojo, cuyos relámpagos se dispersaron en todas direcciones tras tornarse de color dorado. Sin un suelo bajo sus pies, Sugita sabía que sólo le esperaba una larga caída hacia la muerte.
Engai reflexionó si debía o no interceder por el muchacho, tenía pocos segundos para decidirse, pero al contemplarlo caer, entendió que el chico estaba lejos de estar indefenso.
— A esta distancia, la proyección será más grande —el santo se dijo así mismo al preparar su técnica que esperaba poder efectuar en el aire. Su blanco: la telaraña escarlata que había abarcado por completo la profundidad del arrecife— Excalibur Justice!
La red dorada que creó el santo de Capricornio parecía pequeña, pero conforme se precipitaba a tierra se volvió tan grande que  fácilmente abarcó en su totalidad el campo de batalla.
El Patrono de Fortis miró con cierta sorpresa esa devastadora cuadrícula de oro, en cuyo descenso partió las rocas como si fueran hojas de papel, cayendo como una plancha aplastante que desbarató por completo la telaraña roja y prosiguió su camino hasta niveles profundos del subsuelo.
El campo de protección que cubría al Patrono logró resistir, pero en cuanto vio las centenas de trozos rojizos apunto de estallar en el suelo, y otros más flotando a su alrededor, entendió la verdadera intención del santo de Atena.
Las explosiones, unidas, formaron una luz roja que se disparó como un volcán haciendo erupción.
Aun en el aire, Sugita de Capricornio fue alcanzado por la onda expansiva que detonó dentro del interior del arrecife, empujándolo hacia el norte de tal embocadura del suelo marino.
Cegado y aturdido por la rugiente erupción, el santo de Capricornio cayó pesadamente en el suelo, resintiendo dolores por todo su cuerpo. Se apresuró a ponerse de pie, contemplando la negrura del humeante suceso que le impedía ver el interior del arrecife.
Se negó a bajar la guardia, siendo eso lo que lo salvó de ser golpeado por un rayo escarlata que fulminó el suelo.
Sugita escuchó un leve murmullo— Allí viene —, que le causó escalofríos, pero lo obligó a anticipar la descarga roja.
Engai apareció de entre la humareda que se negaba a disiparse. Su campo de fuerza continuaba manteniéndolo a salvo e ileso.
Sonriente, el Patrono pisó suelo firme y desvaneció la esfera protectora— Aplaudo tu intento, jovencito. Por un instante me preocupé, sin embargo, mientras posea el escudo más fuerte de todo este mundo, ese tipo de estrategias nunca funcionarán —aclaró, tocando con el dedo índice una de las piedras rojas que manipulaba a su antojo—. Mis compañeros me consideran un guerrero inferior dentro de las filas sólo porque no se me bendijo con uno de los Zohars, pero el señor Avanish es sabio y prefirió brindársela a alguien más, sabiendo que yo no la necesitaría —comentó.
Sugita optó por una pose de combate nuevamente—. Si lo que dices es cierto, supongo que ya sé cómo será el final de esta batalla. Tú que dices poseer el escudo más fuerte, y yo que poseo la espada más poderosa, terminaremos por destruirnos mutuamente.
— ¿Tú? ¿La espada más fuerte? —Engai se mofó—. Tus pasados intentos no han causado ningún rasguño en mi barrera, ¿de verdad crees lo que dices?
— Lo intentaré las veces que sea necesario, pese a que te digas invencible, no renunciaré a la victoria.
— Te ves bastante decidido… creo que llegó el momento de borrar esa seguridad que resplandece en tu mirada —Engai invocó con un pensamiento otra piedra roja que se mantuvo a la altura de su pecho, pero era tan pequeña, como una lágrima,  que podría pasar desapercibida de no ser por el resplandor carmesí que emitía.
El santo de Capricornio elevó su cosmos, desenvainando el resplandor de Excálibur, con la cual dio dos golpes de espada que formaron una radiante cruz que se precipitó contra el Patrono.
Engai sonrió ampliamente ante el haz de luz. La lágrima escarlata fundió su aura con la del Patrono, permitiendo que ésta, de algún modo, desvaneciera el ataque dorado, como si hubiera sido absorbido por una puerta, dentro de la cual dio media vuelta para volver a salir por ella.
— ¡Esto no puede ser! —Sugita exclamó al instante en que su técnica le fuera devuelta, y con una intensidad mayor.
El poder de Excálibur golpeó su cuerpo, arrancándole un grito de dolor agonizante, empujándolo sin piedad, resintiendo la energía cortante que se esparcía hasta el interior de sus entrañas.
Ante la aparatosa caída, perdió su casco. Sugita permaneció de espaldas sobre el suelo rocoso por unos instantes en los que escupió un poco de sangre, mientras abundantes líneas carmesí comenzaron a emerger por debajo de su cuerpo.
El santo dorado se movió lentamente, temiendo que alguna de sus extremidades hubiera sido separada de su cuerpo, pero para su alivio y fortuna, continuaba de una sola pieza. Logró apoyarse sobre sus rodillas para, en un rápido impulso, volver a estar de pie, pero  tambaleante.
En su armadura dorada se marcaban algunas líneas de fractura, pero la cloth de Capricornio también se mantuvo unida.
Aunque lo más sensato sería abstenerse de atacar, Sugita alzó el brazo con la clara intención de hacerlo, pero el Patrono se adelantó, diciendo — ¿Acaso eres tan estúpido, muchacho? Si empleas nuevamente tu espada contra mí, ocurrirá exactamente lo mismo.
— ¿Y eso te preocupa? — cuestionó el santo, confundido por la advertencia.
— No me malentiendas… estoy destinado a tomar tu vida, en eso no hay marcha atrás —aclaró, elevándose nuevamente en el aire—. Si fuera sólo cuestión de matarte, no habría fallado hace catorce años, pero mi magia requiere un proceso más complejo que eso. Y ya que he visto el patético límite de tu fuerza, no tengo porqué retrasarlo más.
La energía del Patrono formó un círculo bajo sus pies, el cual se desvaneció momentos después.

— Cuando formaba parte del consejo de hechiceros, me llamaban el mago de la sangre, ¿sabes por qué? —cuestionó, respondiendo de forma inmediata—. No porque haya sido el más sanguinario o el más violento, sino porque mi magia toma fuerza extraída de mi propia sangre… pero también de la de mis enemigos —aclaró justo en el momento en que Sugita sintió una horrenda pesadez en su cuerpo.
El santo miró accidentalmente hacia el suelo, encontrando que un círculo perfecto se había dibujado a su alrededor. Intentó moverse pero el esfuerzo que le tomó mover un poco los brazos le resultó un martirio
— Y como ya te has cubierto con tu misma sangre, me has facilitado el trabajo.
Sugita quedó pasmado ante el lacerante dolor que le atravesó el muslo izquierdo y su brazo derecho. Dos ramas carmesí emergieron súbitamente del suelo y como espadas se clavaron en el santo dorado, obligándolo a caer en el centro del círculo, en cuyo interior, la sangre de sus múltiples heridas comenzó a moverse, formando símbolos arcaicos difíciles de comprender.
Sugita buscó desesperadamente ponerse de pie, pero era incapaz de hacer algo excepto respirar agitadamente contra el suelo polvoriento.
— Admito que desde muy joven, mi madre… mi mentora, me explicó que mi sangre no contenía las propiedades necesarias para asegurar hechizos poderosos —comentó, observando desde el aire cómo los trazos en el suelo se efectuaban perfectamente—… Saber eso me devastó. Aunque ella, en su deseo de que nuestra familia permaneciera en lo alto de la comunidad, me enseñó a utilizar esas propiedades de la sangre de otros —Engai acarició con un dedo el pequeño rubí del tamaño de una lágrima—. Era sencillo, sólo esperar a que el enemigo fuera herido, manchaba un poco mis dedos con ese fluido vital y podría emplear ataques mágicos basados en las propias capacidades del  infeliz. Pero pronto descubrí que era un método imperfecto, pues sólo podía emplearla de forma temporal. “¿Embazarla?” pensé, pero fue un fracaso. “¿Transfusiones?” resultaron inútiles. Conservar vivo el recipiente era un fastidio, y la sangre de un cadáver era ineficiente.
El Patrono de la Stella de Fortis materializó numerosos rubíes que parecían haber estado detrás de un campo invisible. Cincuenta, quizá cien, Sugita pudo verlos cuando dejó descansar su mejilla en el suelo.
— Me tomó un tiempo, pero tras mucho esfuerzo y dedicación logré perfeccionar un método infalible y apropiado. En la sangre de cada individuo hay conocimiento, vida, experiencias y sobre todo poder… ideé un proceso que me permite perpetuar todo eso en la forma de estas piedras rojas….
— ¿Qué…? —alcanzó a musitar Sugita, atragantado por el esfuerzo de su cuerpo por moverse—. … ¿Estás diciendo que tú… que todas esas joyas… las creaste con la sangre de otras personas?
— En mi inocente inicio, sí, sólo tomaba una gran cantidad de alguien poderoso y fabricaba estas hermosuras. Lamentablemente, con el tiempo y uso perdían fulgor hasta reducirse a polvo rojo inservible… Estar con el señor Avanish me ha permitido llevar mi magia a otro nivel, él me dio el conocimiento para que estas joyas se conservaran eternamente… El secreto estaba en no desperdiciar ningún mineral ni esencia que reside dentro de cada ser vivo, tenía que mezclarlo todo, fundirlo todo… carne, sangre, huesos, vida y su alma —sonrió siniestramente.
— ¡No…! ¡Eres un monstruo! —el santo clamó, mirando con horror los rubíes que flotaban en el cielo. Pensó en todas las personas que habían sido sacrificadas y reducidas a meros objetos por el anhelo de poder de ese hombre.
— Como entenderás, a partir de ese glorioso momento me he dedicado a encontrar individuos con poderes que me son de utilidad. He tenido que hacerlo de manera muy discreta, el señor Avanish lo pidió… aunque pronto llegará el día que tenga la libertad de elegir a alguien y volverlo parte de mis fuerzas en ese instante —rió, ansioso por ese futuro prometedor—. Pero concentrémonos en un evento más próximo, en éste… ¿Ahora entiendes lo que voy a hacer contigo? Volveré todo lo que eres en poder, un poder del que yo tendré control y lo emplearé a voluntad. Hiragizawa nunca entendió la visión de mi proyecto, pero pronto se lo mostraré, juro que lo aniquilaré con la fuerza que extraeré de ti —volvió a reír, imaginando el momento.
Tras un simple pensamiento, el círculo de sangre en el que se encontraba atrapado el santo, empezó a emitir un fulgor carmesí del que descargas eléctricas chasqueaban sonoramente.
Sugita sintió una horrible sensación que presionó sus órganos internos, casi provocándole el vómito.
— Hace más de quince años, las fuerzas primigenias que le dan equilibrio a este mundo perecieron a manos de los mortales —Engai relató, fascinado por el encontrarse tan cerca de su triunfo—. Los espíritus del Fuego, de la Tierra, del Agua y del Viento sucumbieron a manos del joven que es conocido como el Shaman King de la nueva era, Yoh Asakura. Pocos años después fue el turno del espíritu de la Vida, cuya esencia se trastornó gracias a los mismos seres humanos, volviéndose un peligro que estuvo por acabar con este planeta. Irónicamente el único hilo de esperanza que mantenía en pie este mundo era el espíritu de la Muerte… pero al tiempo fue liberado, y gracias al poder de Hades que se extendía por el globo a causa del gran Eclipse, se convertiría en la fuerza que exterminaría la vida de éste miserable mundo. Supongo que ya debes conocer el resto de la historia…

El santo de Capricornio comenzó a gritar de dolor, resintiendo el paso de la magia y el poder del Patrono a través de sus entrañas.

— Me has preguntado por qué te llamo “monstruo”, pero para ello tenemos que regresar un poco en el tiempo… al momento en que el espíritu de la Vida fue derrotado, en donde una pequeña fracción de su esencia fue recuperada por tu padre, quien dijo, y cito: al sostenerla en sus manos entendió que tal pureza ancestral no debía extinguirse —dramatizó—. Se sintió culpable ya que él fue uno de los responsables de que haya enloquecido y desatado todo ese mal —Engai juntó las manos y en ellas acunó un objeto imaginario, como si  representara el momento relatado.
— Su esposa entendió su pesar, par de idiotas, por lo que accedió a llevar a cabo el deseo de su esposo. Ella, Kaho Hiragizawa, quien se encontraba con pocos meses de gestación, permitió que se depositara en su vientre esa esencia primordial… limpiando así un poco la conciencia de Hiragizawa y dando a luz, meses después, a un niño al que llamaron Sugita.

Pese a la agonía, Sugita logró escuchar claramente lo dicho sobre sus padres, abriendo los ojos con un gesto de sorpresa.

— ¿Qué abominación nació realmente de ella? No estoy seguro, en apariencia es como cualquier chico que haya visto en mi vida —Engai habló cínicamente—. Desconozco si es el espíritu reencarnado, si es el inocente ser humano, o una fusión de ambos. ¡Lo único que importa es que pronto todo lo que él es y se esconde dentro de él cabrá en la palma de mi mano!

En la mente de Sugita todo se tornó confuso, con tanta información que asimilar, sus propios pensamientos caóticos y el terrible dolor que lo aplastaba, hubo un instante en que perdió el sentido y todo se tornó oscuro, donde un sin número de imágenes se proyectaron una tras otra a gran velocidad. Vio muchos momentos y rostros avanzando, voces incesantes que hablaban al mismo tiempo y no era capaz de entender, hasta que una de ellas resaltó por encima de todas las demás….

¡¡Arriba!!

El chico de ocho años cayó sobre su espalda tras recibir el violento ken de su maestro, quien caminó por el fango del terreno para aproximarse a él.
— ¡¡Arriba!! —repitió la orden con voz severa y autoritaria.
Sugita rodó sobre sí mismo al ver cómo es que el pie de Deneb se precipitó sobre su cara. El susto lo obligó a levantarse para esquivarlo y retroceder, manteniendo una distancia prudente de su mentor.

Tras años de convivencia y entrenamiento, finalmente había dado inicio la etapa de combate. Su mentor no mostraba consideración alguna durante la agresiva instrucción, y pese a las palizas dadas exigía que su alumno se levantara al día siguiente y continuara con el mismo ritmo.

Deneb se lanzó hacia él, con su brazo derecho extendido y rígido, al mismo tiempo que Sugita contraatacó imitándolo. Sus brazos chocaron una y otra vez, repeliéndose como espadas, generando estruendos similares, pero la maestría de Deneb sobre la Excálibur era absoluta y su poder era mayor. Eso lo sabía bien el joven discípulo, quien tras cada choque acumulaba profundas heridas en su brazo, después de todo su técnica aún no era lo suficientemente fuerte para igualar o superar a su maestro.
Al sentir que pronto perdería la movilidad de su extremidad, Sugita descuidó a propósito su defensa, permitiendo que su maestro encontrara una abertura para atacar su pecho, siendo su intención atrapar con sus manos desnudas el brazo-espada.
Deneb dejó escapar una ligera sonrisa al anticipar la trampa, pero se permitió caer en ella.
Él mismo le había mostrado no sólo las formas en las que es capaz de emplear su técnica, sino también cómo un rival sería capaz de combatirla. Su alumno ya conocía sus ventajas pero también las debilidades, supuso que era tiempo de enseñarle algo más.

Sin permitirle a Deneb liberarse, Sugita utilizó todas sus fuerzas en un rodillazo que quebró el brazo de su maestro, el cual se dobló ante la fractura. Mas ningún grito o gesto de dolor cambió la dura expresión del hombre de cabello oscuro, quien desplegó una patada doble sobre la quijada del muchacho.
Sugita se alejó, visiblemente exhausto pero todavía de pie. Fue capaz de inutilizar la mejor arma de su maestro, por lo que se había deshecho de un gran problema.
Deneb no prestó atención a la rigidez de su brazo, que caía inútil sobre su costado— Muy bien, parece que has entendido tu mayor desventaja a la hora de luchar.
—Es por eso que debemos acabar rápido con nuestros enemigos, ¿cierto? Antes de darles la oportunidad de entenderlo —añadió Sugita, orgulloso tras haber herido a su mentor—. De otro modo la derrota será inminente.
El ceño de Deneb se tensó con enfado— Sólo un guerrero mediocre creería que una incapacidad como ésta será lo que decida el final del combate. Permitir que los demás crean eso está bien, pero… sería deshonroso que todo terminara por un simple descuido.
Ante la expresión incrédula de Sugita, Deneb elevó su cosmos dorado el cual fue visible a su alrededor. El maestro lanzó una patada al aire de la que se liberaron ráfagas cortantes que devastaron el suelo.
El pupilo eludió el repentino ataque a duras penas— ¡¿Con la pierna izquierda?! —inmediatamente la pierna derecha de Deneb se levantó y del mismo modo las estelas cortantes se esparcieron por el aire.
En un intento de contrarrestarlas, Sugita empleó su propia Excálibur, logrando que ambas fuerzas se neutralizaran. De la gran columna humeante, la figura de Deneb emergió de los cielos, siendo su brazo izquierdo el que se abalanzó sobre su aprendiz.
Ante la impresión y la seguridad de que moriría, Sugita tropezó torpemente en el fango, cerrando los ojos con fuerza.
El sonido de pequeñas rocas cayendo del cielo y del escombro abatiéndose por la zona, acaparó todos sus sentidos, pero los segundos pasaban y el bombeo acelerado de su corazón le indicaba que todavía seguía con vida.
— Mocoso, ¿no tienes las agallas suficientes para enfrentar a la muerte como todo un hombre? Sí que te hace falta madurar, chiquillo engreído —escuchó de su maestro.
El niño abrió los ojos, observando los dedos unidos de su maestro  justo a la altura de su frente.
Sugita prefirió callar, creyendo que cualquier error en sus oraciones provocaría tremendas consecuencias.
— Pero tu mediocridad tiene remedio, que esta sea una lección Sugita— Deneb se incorporó sin apartar la vista de su discípulo—. Aquellos que creen que el poder de Excálibur reside únicamente en alguno de nuestros brazos, están equivocados. Excalibur es algo que jamás podrás ver o tocar, pues su poder no reside en una espada como la que Atena entregó a su santo más fiel en la era mitológica; el verdadero poder de ella se encuentra en tu interior —dijo, inclinándose para tomar una roca del tamaño de su puño, con la que jugueteó unos momentos—. La fuerza de esta técnica  se encuentra estrechamente unida y equilibrada a la de tu cosmos, también a tu voluntad y corazón. Es una extensión más de tu cuerpo, de tu alma, y existen muchas maneras en la que puedes emplearla a tu favor.
Deneb arrojó la roca al aire, la cual caería irremediablemente sobre su cabeza por la fuerza de gravedad. En vez de eso, un diminuto relámpago dorado emergió de su cosmos, el cual redujo a la insignificante piedra en polvo.
Sugita se cubrió los ojos ante la llovizna polvorienta que se precipitó sobre él.
— ¿Cómo hizo eso? —pronunció perplejo—… Ni siquiera se movió.
— Ya hemos hablado de que el cosmos es la energía del universo que existe dentro de tu cuerpo. Aquellos que dominen a Excálibur y su propio cosmos serán capaces de utilizar ambos en una armonía perfecta, pudiendo lograr algo tan simple como lo que acabas de ver. Aunque hay una advertencia Sugita, fundir ambos elementos puede darte gran poder destructivo, pero es un arma de doble filo que puede traer consecuencias devastadoras, sobre todo para ti. El hacer estallar tu cosmos interior acompañado por el poder de Excalibur podría destrozar tu cuerpo desde dentro, excederte en ella acabará contigo.
Sugita tragó saliva ante la advertencia, pero asintió al entender el peligro.
— Engaña a tu enemigo todo el tiempo que puedas, permite que caiga en la ilusión de vencerte acabando con la que creerá la fuente de tu poder, porque al final será desagradable para él darse cuenta de su grave error. No emplees esto a menos que sea realmente necesario, ¿has entendido? Morir en una batalla está bien, pero no por cometer estupideces.
— ¡S-sí, fuerte y claro maestro! —respondió rápidamente, un poco asustadizo—… Pero, ¿podría habérmelo dicho desde el principio, no lo cree? —reprochó, entornando un poco los ojos.
— De nada hubiera servido —Deneb dejó escapar una risa amigable—. Has demostrado tu habilidad sobre Excálibur utilizando únicamente tu brazo derecho, realmente creí que descubrirías por ti mismo el resto, pero te di demasiado crédito —murmuró sarcástico, acompañado de una mueca burlona.
Sugita bajó la cabeza, apenado— ¡Ah! Pero ya se lo demostraré, verá cómo es que pronto podré hacer lo mismo que usted, eso téngalo por seguro —se levantó tras desmarañarse los cabellos, demostrando gran entusiasmo.
Deneb asintió, creyendo en que así sería. Ha sido testigo de la perseverancia de su pupilo en estos años y su gran progreso, algo torpe claro, pero realmente cree que será un mejor santo de lo que él alguna vez fue.

La imagen de su maestro se nubló poco a poco, mientras forzaba su mente para regresarlo al tiempo y espacio correctos, siendo atacado por el dolor, el cual alejó con un grito con el que expandió su cosmos y apartó las extensiones que lo sometían al suelo, logrando salir del círculo mágico dentro del que se encontraba atrapado.

Engai se sorprendió al ver que su magia perdió influencia sobre él.
— ¿Por qué te empeñas en retrasar lo inevitable? —preguntó—. ¿Piensas continuar luchando? ¡¿Con qué?! Tu brazo derecho está deshecho, y aunque tuvieras otra técnica con la cual sorprenderme, yo poseo muchas herramientas con las cuales volveré a someterte. Pero mi favorita sin duda sería ésta —manipuló los rubíes para que la joya más diminuta de todas se moviera hasta la altura de su rostro—. Debería hablarte un poco de esta pequeña preciosidad, es una de las que más admiro, pero que a la vez me entristece —fingió un gesto de tristeza total para después abandonarlo—. Ya has sentido en carne propia su poder, fue un obsequio más de mi amable benefactor. Habiendo terminado mi entrenamiento, el señor Avanish me entregó un pequeño frasco que contenía una sustancia carmesí… a simple vista era sangre, pero me bastó con siquiera sostenerla en mi mano para comprender que no le pertenecía a alguien ordinario. Cuando logré formar una joya con ella, el resultado fue así de diminuto, sin embargo, dentro de ella existe mucho poder…. pues fue forjada con la sangre de un dios.
— ¿Un dios? —el santo repitió con incredulidad.
— O el avatar de un dios, no lo sé —El Patrono comentó con fastidio, omitiendo que también desconocía la identidad del donador—. Es una lástima que sea una joya tan mediocre en comparación del resto que nos rodean. He tratado de utilizarla muy poco para evitar que desaparezca… pero ya no importará, no cuando estoy por obtener la de un espíritu primigenio, y sin mencionar que el señor Avanish prometió darme a alguno de esos pequeños e indefensos dioses que han reencarnado, para fabricar una hermosa joya con poderes perpetuos.
Sugita de Capricornio calló por unos segundos en los que Engai no paró de sonreír— Eres un hombre despiadado que no tiene respeto por la vida de los demás… —el santo murmuró, mirando con lástima las piedras rojas que se mantenían en el cielo—. Juegas con ellas y las sometes a una experiencia tan atroz… eres un maldito que no merece vivir  —sentenció, con una mirada de desprecio que jamás había contaminado sus ojos.
Por un momento fugaz, Engai resintió un escalofrío justo como cuando el líder de los hechiceros lo condenó a muerte. Sin duda, él había heredado la cruel mirada de Hiragizawa.
¿Qué es esta horrible sensación? —se preguntó Engai ante la sensación de deja vu.

De forma imprevista, Sugita se despojó de su armadura dorada, la cual se retiró a un lugar lejos de la vista de cualquier de los dos combatientes.
— ¿Hay alguna razón para que  te prives de tu armadura? —cuestionó el mago, confundido por el acto—. ¿Debo tomarlo como una señal de rendición?
— No —respondió el joven santo, cuyo cuerpo magullado lograba permanecer en pie—. Sencillamente… no quiero que sufra más daño por mi culpa —aclaró, manifestando su cosmos dorado—. El Patriarca me entregó esa cloth… lo último que puedo hacer por él es regresarla lo más entera posible.
— Parece que estás preparado para morir —Engai comentó.
— No, de hecho, estoy preparado para tomar mi primera vida… —corrigió. Su cosmos permaneció como un delgado resplandor alrededor de su cuerpo, un halo insignificante en comparación a lo que ya antes ha demostrado.
— Qué lástima, es un privilegio que no pienso darte. No le entregaré mi vida a nadie de la familia Hiragizawa… en cambio, tomaré la de ellos. ¡Todas! ¡La del padre y la de los hijos!
Engai movilizó las ramas carmesí sobre el santo dorado. Sugita no intentó huir, enderezó  la espalda para encarar a la telaraña que buscaba cerrarse sobre él.
En cuanto las puntas afiladas del arbusto viviente se aproximaron a su cosmos dorado, éstas comenzaron a desintegrarse sin lograr su fin.
El mago quedó boquiabierto al ver cómo es que el efecto de desintegración no paraba sólo en los extremos afilados, sino que el recorrido se extendía con rapidez como una enfermedad por toda la estructura escarlata. A su paso, no quedaba ningún fragmento que pudiera estallar como ocurrió en anteriores ocasiones en las que el santo de Capricornio cortó las ramificaciones.

Intuitivamente, Engai alejó las que aún no habían sido contaminadas por el cosmos del santo dorado.
— ¡¿Pero qué es lo que has hecho?! ¡Acaso tú…! —exigió una explicación, a lo que Sugita sólo le respondió con una leve sonrisa.
— ¿Qué sucede? ¿Acaso no dijiste que no le temías al filo de mi espada?— cuestionó con ligero cinismo—. Ahora que finalmente la he sacado de su funda, te mostraré el auténtico poder de Excálibur empuñada por mi mano.
Sin permitirle reaccionar, Sugita dio una veloz patada giratoria, liberando una onda invisible que terminó por pulverizar el resto de las ramas espinosas, quedando únicamente un inofensivo polvo escarlata suspendido en el aire.
El Patrono quedó confundido al ver la nube roja que caía sobre su escudo. Sus sentidos no lo engañaban, percibía una transformación en la fuerza del santo dorado que no podía explicar. ¿Acaso era capaz de utilizar el poder que le obsequió su padre antes de nacer?
— Esto no puede ser… ¡¿cómo pudiste cambiar tanto si hace unos momentos estaba a punto de matarte?!
— Admito que eres un enemigo formidable… y en otras circunstancias te habrías salido con la tuya… —explicó con un claro cansancio en su voz—. Pero será tal cual te dije al inicio… el final de esta batalla será el que ambos nos destruiremos mutuamente… y no necesito ser un vidente para saberlo.
El cosmos de Sugita finalmente se engrandeció a su alrededor, cegando momentáneamente al Patrono.
Excálibur no es algo que sólo se encuentre en mi brazo derecho o en cualquiera de mis extremidades —Sugita repitió lo que su maestro le dijo esa vez, mientras su cosmos dorado se volvía cada vez más brillante, casi blanco— … reside dentro del universo que hay en mi cuerpo, es una con mi cosmos... Sola no es más que un arma atrapada en un pedestal de piedra, pero en cuanto mi espíritu la blande, no hay mal que no pueda desvanecer con ella —pausó unos segundos en los que resintió unos cortes que comenzaron a abrirse en su piel a causa de su propio cosmos—. Y tú vas a desaparecer... —sentenció.
El Patrono veía cómo es que el suelo bajo el joven santo comenzaba a destruirse, cómo si un tornado de navajas machacara la dura roca.
— Sólo hasta ahora me permites ver el resplandor de tu auténtica fuerza… —musitó el mago, sobrecogido al saber que eso apenas era un vestigio del verdadero poder que podría obtener. Lo único que se interponía en su camino era la voluntad de  ese chico.
— Esa mirada —Engai sonrió ante el reflejo del pasado, ocultando el temblor que le ocasionaba—… es la misma que tu padre me dio antes de matarme —comentó—. Me es claro que es tu última jugada, si no caigo ante tu siguiente técnica quedarás a mi merced… y aunque tuvieras éxito y me destruyeras, también morirás —rió divertido, dándose cuenta de las lesiones que, segundo tras segundo, se marcaban en el cuerpo del santo, víctima de su propio energía.
— No temo a la idea de morir, pero me aterra que por mi fracaso alguien como tú pueda seguir caminando en este mundo… Tus asesinatos terminan aquí, ¡prepárate! —gritó, sabiendo la fuerza con la que debería lidiar, y las consecuencias.
Engai reaccionó tal cual Sugita esperaba. El Patrono empleó su energía sobre la gema que mantenía en alto su escudo y también sobre la diminuta lágrima carmesí.
— ¡Será un placer verte desaparecer, víctima de tu propia mortalidad! —Engai clamó con un gesto sádico— ¡De tus restos al final obtendré mi deseo!
El santo de Capricornio no titubeó, llevó su cosmos hasta el límite, cuidando de no romper esa barrera hasta visualizar el momento justo— ¡¡Resplandor final!! —gritó, lanzando un golpe de espada con su brazo izquierdo, el cual liberó un volátil y enorme resplandor que se proyectó hacia el Patrono.
Toda esa fuerza golpeó una barrera fuera del campo protector de Engai, aquella que serviría como un espejo que reflejaría toda esa potencia de regreso hacia su ejecutor… o cuando menos es lo que él esperaba.
Del rostro de Engai se borró toda sonrisa ante la demora de su gema a la que miró acusadoramente. Del rubí destellaba un intenso fulgor carmesí, dentro del cual vibraba sin control.

Sugita de Capricornio permaneció con el brazo extendido hacia su enemigo, mientras que por su cuerpo continuaba fluyendo todo ese poder devastador que le cortaba la piel tanto del exterior como desde el interior.

El Patrono sentía su rostro sudoroso por el duelo de cosmos. Su labor era únicamente concentrar toda su magia en esa pequeña gema. Sintió que le iba a estallar la cabeza, pero en un esfuerzo sobrehumano, ésta comenzó a actuar.

Sugita vio con horror cómo es que su energía estaba siendo contrarrestada para serle devuelta en cualquier instante.
— ¡No, no, no! —se dijo a sí mismo, empezando a desangrarse por las profundas heridas que las navajas invisibles le ocasionaban—. Aunque tenga el poder de un dios en la palma de su mano… ¡no es un dios!… ¡no lo es!… Ese poder es limitado—intentaba convencerse, sin claudicar en su ataque—… ¡Mientras el mío es infinito! Lo siento mucho maestro… pero no es ninguna falta morir en batalla por una causa justa, usted lo dijo —meditó al final, dispuesto a atravesar esa barrera que siempre le prohibieron cruzar.
Su cosmos se volvió completamente blanco, cerrando los ojos en un último acto de concentración. Sugita detectó una energía extraña a su alrededor, la cual sintió subir por sus pies hasta abarcar todo su cuerpo. Por un momento se asustó, pero pronto encontró que no era una presencia desagradable, ni desconocida… algo había en ella que le resultaba familiar.

Engai vio con horror cómo es que la  diminuta gema empezó a cuartearse, lo que significaba que estaba a pocos momentos de terminarse su poder. Era algo imposible, según sus cálculos aún le quedaba un largo tiempo de existencia, pero al forzarla de tal manera en esta batalla había acelerado su punto de extinción.
— ¡¡No seré vencido por un engendro como tú!! —el Patrono gritó encolerizado, empleando hasta la última gota de su fuerza en devolverle su ataque, ¡lográndolo!
Sugita vio con disgusto que el resplandor volviera a él, pero en un acto reflejo, juntó sus manos como si sostuviera una espada invisible frente a él. Subió las brazos hasta por encima de su cabeza, lanzando un repentino golpe vertical con ella, liberando un torrente mucho más brillante que el anterior, el cual, al golpear contra la energía del ataque reflejado, la empujó hasta fundirse en un solo ataque que volvió a ascender hacia Engai.
El Patrono quedó perplejo ante aquello, pero en cuanto intentó defenderse, se le paralizó el corazón un instante al ver cómo es que la lágrima carmesí se desmoronó frente a sus ojos.
La quiso sujetar entre sus manos, pero lo único que atrapó fue polvo rojo antes de que esa marejada luminosa lo engullera por completo.
Su campo protector no resistió el primer embiste, y el poder del santo de Capricornio barrió con los objetos que en su interior se resguardaban.
Engai vio que el resto de sus gemas desaparecían en el interior de esa luz. Su propio cuerpo comenzó a deshacerse también, pero en contra de lo pensado no sintió dolor alguno… tal vez murió de forma inmediata y su última visión era la de contemplar cómo su cuerpo era reducido a nada. Ni siquiera la Stella que llevaba puesta resistió.
En un último delirio, miró hacia donde el santo de Capricornio debía encontrarse, para decirse a sí mismo— Eso fue impresionante… y aun así… sólo es un débil soplo de su verdadera fuerza…Qué abominable…—desapareciendo dentro del torrente blanco.

Para cuando la luz y los estruendos cesaron, en el medio del deteriorado campo de batalla, Sugita de Capricornio permanecía de pie, aún en la posición de esgrima en la que sujetaba una espada inexistente en sus manos. Respiraba con dificultad mientras toda su piel y ropa se encontraban manchadas por su propia sangre.
Indudablemente es el vencedor, pero con un sabor a derrota. La victoria no contuvo la sangre que manaba por sus heridas, ni detuvo su dura caída al suelo, donde cerró los ojos lentamente y se quedó inmóvil.

FIN DEL CAPITULO 44






Caribdis*. Es un horrible monstruo marino, hija de Poseidón y Gea, que tragaba enormes cantidades de agua tres veces al día y las devolvía otras tantas veces, adoptando así la forma de un remolino que devoraba todo lo que se ponía a su alcance.