martes, 17 de enero de 2017

EL LEGADO DE ATENA - Capitulo 60. El día más oscuro Parte VII

— Mamá… —musitó Tara, resintiendo la desaparición del cosmos de Hécate en el infinito.
Su fiel guardián, Abaddon, también lo percibió, mas se mantuvo en silencio al no encontrar palabras adecuadas para consolar a la joven.
Ambos habían decidido permanecer en el refugio subterráneo que durante años les ha servido como escondite y base de operaciones, siendo la estancia del estanque sagrado el preferido por la Oráculo y su madre.
Tara se cubrió los ojos intentando atrapar las lágrimas, mas éstas se escurrían por debajo de sus palmas hasta resbalar por su mentón.

Los sollozos despertaron a la durmiente Danhiri, quien estaba recostada sobre las suaves plantas que rodeaban el estanque. La Patrono de Equidna vestía un largo camisón blanco traslúcido, por lo que los vendajes hechos de hojas verdes en su cuerpo eran notorios.
En sus piernas y torso delgadas raíces se habían introducido en su piel, conectándose a las venas y músculos para así realizar constantes curaciones, limpiarla e incluso alimentarla. Hécate había dado a todas esas plantas el entendimiento necesario para velar por su hija desvalida mientras estuviera ausente… Quizá temiendo que por algún imprevisto no fuera capaz de regresar a su lado.

Danhiri miró hacia la fuente de los lamentos, mas no despertó en ella ninguna empatía que la motivara a ir al lado de su gemela.
Tras su derrota, Danhiri no había vuelto a ser la misma. Según el diagnóstico, el daño recibido en la última batalla afectó no sólo su sistema motriz, sino también su mente y entendimiento, por lo que había pasado de ser una guerrera feroz a una joven que sólo contemplaba el mundo y a la gente en absoluto silencio, sin reaccionar a las estimulaciones del entorno.
Aun con la ayuda del agua del estanque sagrado, era difícil saber si algún día se recuperaría por completo, quizá el máximo milagro que pudo ofrecerle fue el salvaguardar su vida y permitirle despertar del profundo coma en el que cayó.
Tara decidió cuidarla sin importar lo que sucediera, era lo menos que podía hacer tras haber perdido su habilidad profética… mas ahora que su madre murió no estaba segura de qué hacer.
— ¡Abaddon! —lo llamó, a lo que el enmascarado se arrodilló a su lado—. ¡Nosotros tenemos que…! Tenemos que… —lloró aún más fuerte, insegura de su decisión.
Consciente de ello, Abaddon dijo—: Si es el deseo de la señorita Tara,  iré al Santuario y buscaré al responsable de la muerte de la señora Hécate…
Tara se sobresaltó, y aunque sus ojos no podían ver giró el rostro hacia donde Abaddon se encontraba.
El guerrero observó el rostro lloroso de la mujer, decidiéndose aún más en cumplir con lo dicho.
— Pero tú no… tu cuerpo aún no ha sanado lo suficiente—le recordó aquel instante en que recibió el ataque directo de Poseidón—. Y tu Stella… —musitó, sabiendo que la armadura había quedado inservible después de eso—. Soy la única que quizá pueda combatir… —aclaró, frustrada.
— Señorita Tara, mi vida es suya —dijo el hombre con máscara—. El señor Avanish me encontró en mi momento de mayor necesidad y salvó mi alma, pero usted —se atrevió a tomarle las manos de la forma más delicada que pudo—, salvó mi vida con estas manos. Por lo que siempre he creído que no debe emplear sus dones para la guerra… pero si es lo que su corazón anhela, permita que sea yo quien luche en su lugar.
— Abaddon —musitó con suavidad, recordando el día en que su padre la llevó con él en uno de sus viajes, topándose con un chico desafortunado que intentó quitarse la vida al encontrar insoportable el vivir siendo rechazado por la gente sólo por su aspecto.
—No se preocupe por nada más,  yo acataré cualquiera de sus órdenes —dijo el hombre de cabello largo—. Unirme a la lucha o permanecer aquí protegiéndola, cualquier opción que elija está bien para mí.
La joven contuvo las lágrimas y pensó con cuidado. Aunque muchos de sus seres queridos se habían adelantado al reino de la muerte, no sentía justo el apresurar el viaje hacia allá. Además, tanto Danhiri como Abaddon fueron rescatados y obtuvieron una segunda oportunidad… No merecían que los arrastrara a tal final...

“Deja de preocuparte por otros y vela por tu propia vida” —recordó las frías palabras de su padre.
— “Ya eres libre de las pesadillas y de todo deber” —recordó las cálidas palabras de su madre.

— Abaddon… ¿qué es lo que tú quieres hacer? —la joven preguntó con el rostro ensombrecido.
El guerrero no respondió de inmediato. — ¿Disculpará mi honestidad?
Tara asintió, sin soltarle las manos, siendo a  través de ellas que sabría si miente o habla con el corazón.
— Mi deseo es cuidarla hasta el final de mis días, señorita Tara —confesó con nobleza—. Sacarla a usted y a su hermana de esta cueva oscura, llevarlas a vivir al exterior, bajo el cielo azul. Quiero que viva sin temor e inicie una nueva vida… Estoy seguro que es lo que su madre también querría para ustedes —dijo, sin confesar que con anterioridad Hécate le pidió que nunca abandonara a sus hijas.
— Lucharé con quien sea con tal de ver cumplido ese sueño —prometió.
— … ¿Tanto me amas, Abaddon? —preguntó incrédula, pues justo en ese momento es que se dio cuenta de los sentimientos de su compañero.
Al hombre le temblaron involuntariamente las manos, alzando el rostro enmascarado para mirar a la mujer a los ojos. Tartamudeó un segundo, pero logró responder —: Sé cuál es mi lugar, señorita Tara… Sé bien que su corazón le pertenece al recuerdo de otro hombre… uno al que jamás podré igualar… Pero no por ello abandonaré mis sentimientos, pues es por ellos que me he mantenido con vida hasta el día de hoy.
— Pobre Abaddon, de verdad lo siento… —Tara reprimió más lágrimas ya que conocía perfectamente el sentimiento del amor no correspondido.
— Le respondí con la verdad, no pienso abandonarla —agregó rápidamente—… por lo que es su turno señorita, dígame, ¿qué es lo que desea hacer ahora? No importa cuál sea la respuesta, sólo le suplico que me permita acompañarla a donde quiera que decida ir… hasta el mismo infierno si es necesario.



Capítulo 60
El día más oscuro. Parte VII

Egipto

Cuando Sennefer asimiló el alma del santo de Escorpión no lo hizo buscando incrementar sus poderes, pero sí adquirir una velocidad que superara la de Kenai de Cáncer, quien se había hecho de un arma espiritual que ponía en riesgo su existencia. Al mismo tiempo, todavía le causaba placer encontrar modos de exasperar a un oponente, por lo que utilizar el alma de uno de sus preciados amigos era algo a lo que no se pudo resistir.
Su ka negro se vio iluminado por estelas carmesís que le dieron un aspecto aún más atemorizante, sobre todo ahora que su rostro y pecho estaban cubiertos por escamas negras, borrando su falsa humanidad y exteriorizando el monstruo que realmente ha sido durante cientos de años.

La blanca sonrisa del Patrono resaltó sobre su rostro ennegrecido antes de desplegar las técnicas del Escorpión. Cinco agujas escarlatas salieron de sus alargadas uñas rojas a una velocidad fuera de lo común para un santo dorado.
Aunque Kenai logró evadir la mayoría, una se le clavó en el muslo, pero eso no lo detuvo para contraatacar, enviando una decena de cuervos dorados hacia su rival.
Sennefer lanzó rayos de ka que fulminaron de inmediato a las aves espirituales, sabiendo de antemano la clase de treta de la que podían ser parte para inmovilizarlo.
Eso no funcionará de nuevo —aclaró, estando en él los conocimientos del finado Souva de Escorpión—. Pero esto será totalmente nuevo para ti.
Sennefer pegó los ponzoñosos dedos índices y medios en cada una de sus manos, elevando su ka antes de clamar —: Escorpión… ¡de nueve aguijones ardientes!
Kenai pudo verlo sólo un instante, la velocidad celestial en la que los nueve golpes venían en su dirección. Recibirlos sería mortal, pero esquivarlos todos era algo imposible para él, sin embargo, en sus manos tenía lo único en ese lugar que lo salvaría de la muerte instantánea, por lo que logró posicionar la guadaña de manera vertical frente a su cuerpo para servir como un escudo irrompible y por el que sólo fue alcanzado por cuatro de los golpes del Escorpión.
El calor y la intensidad que acompañó cada aguijón fue capaz de atravesarle los huesos de ambos hombros y las piernas, dejando huecos limpios y cauterizados por la temperatura de estos. Los impactos lo empujaron con violencia, mas sus dos espíritus acompañantes se apresuraron para atraparlo y socorrerlo.
El santo de Cáncer apretó los dientes con fuerza, intentando sobreponerse al intenso dolor de esas cuatro heridas que ardían de manera infernal. — Once —pensó disgustado, al ser el número de veces que ha sido golpeado por las agujas escarlatas.
De no haber sido por tu posesión de almas eso te habría matado —Sennefer dedujo, viendo cómo el cuerpo de su oponente temblaba tras recibir los últimos ataques, pero la guadaña lucía intacta—. ¡Probemos una segunda vez! — El ataque de los nueves aguijones ardientes volvió a cruzar el aire, pero esta vez con un solo pensamiento Kenai envió a Kaia de Isis a lanzarse como escudo sobre el que los nueve impactos dieron de lleno, sirviendo también como un confuso telón detrás del que Kenai y su cloth emergieron para atacar.
Kenai se abalanzó contra Sennefer, por lo que el Patrono se alejó de él temiendo sólo el poder de la guadaña espiritual y no el de la autónoma cloth dorada de Cáncer, mas se dio cuenta del error cuando se percató de que el arma desapareció de repente de las manos del santo. Cuando el Patrono se giró en busca del lugar al que pudo volver a materializarse, vio el reluciente filo precipitándose contra el cetro en su mano. Sennefer giró a tiempo sobre sus pies para evitar la posible destrucción del Cetro de Anubis, pero en el proceso perdió el brazo izquierdo y recibió un profundo corte en el costado que casi lo partió en dos.

Tras una perfecta coordinación gracias el vínculo que compartían, Kenai trasladó su arma al espíritu enfundado en la cloth de Cáncer, pudiendo herir al demonio. El espíritu de la cloth intentó arremeter una segunda vez contra el Patrono, mas éste desplegó su ka en una enorme llamarada de fuego negro que la hizo volar en pedazos.
Antes de despedazarse el espíritu le devolvió la hoz a su maestro, por lo que Kenai continuó con las embestidas y cortes, girando la guadaña con gran maestría. A su alrededor creó un remolinó cortante que avanzaba a su paso, por lo que Sennefer se limitó a esquivar empleando su velocidad.
Tras marcar distancia de un salto Sennefer materializó su ka oscuro, el cual generó centellas plateadas y rojas que se concentraron en la punta de su dedo índice y medio. — ¡Trueno magistral! gritó, desatando un despampanante y estruendoso rayo que volvería cenizas a cualquier que fuera alcanzado por él.
¡Aliento de los espíritus! — Kenai respondió con el poder de su cosmos, el cual liberó una tormenta blanca que colisionó con el ka del Patrono y cubrió el lugar con una espesa niebla.
Las energías enemigas rivalizaron unos momentos, siendo el rayo carmesí el que avanzara hacia el santo de manera lenta y agónica.
 — ¡Kenai! —escuchó el grito de Calíope de Tauro, adivinando cuál sería el siguiente movimiento de la amazona, por lo que ordenó a Kaia de Isis que la respaldara.
En un instante, el Gran Cuerno y las Lágrimas de Isis se fundieron con el Aliento de los espíritus, desatando un tsunami cósmico que embistió al Patrono con brusquedad.
Sin embargo, Sennefer se mantuvo en su lugar pese a que aquella corriente de poder despedazara la carne humana de su cuerpo, la cual rápidamente se regeneró con más escamas negras que terminaron por convertirlo en un reptil humanoide, una posible encarnación del mismo dios Apofis*.
¡Inútiles estorbos, esta lucha no les concierne! —bramó Sennefer, extasiado por el placer de la batalla.
El Patrono lanzó seis agujas escarlatas que impactaron a Calíope de Tauro, quien abrumada por la velocidad de las mismas le fue imposible esquivarlas. El cuerpo reanimado de Kaia de Isis terminó calcinado al recibir el Trueno Magistral lanzado por Sennefer.

Kenai de Cáncer trastabilló hacia un costado, visiblemente agotado. Jamás se lo diría al enemigo, pero mantener una posesión espiritual de tan alto nivel como la que sujetaba ahora en sus manos requería mucha más energía de la que pudo calcular… Además, los efectos nocivos del veneno del escorpión se acrecentaban a cada momento y sus sentidos iban apagándose uno tras otro.
¿Qué ocurre? —cuestionó hilarante la criatura que había recuperado la extremidad perdida—. ¿A dónde se fue todo tu coraje? —sonrió ampliamente—. Sé lo que intentas, pero jamás resultará… no te lo permitiré — El Patrono  pegó el Cetro de Anubis en su pecho, fundiéndolo dentro de las escamas, que lo absorbieron para ocultarlo—. Pronto no serás capaz de sostener esa posesión  y eres incapaz de alcanzarme… ¿qué harás, santo de Atena? —cuestionó, anticipando el ataque de la amazona dorada.
Sennefer la sujetó por el brazo y la arrojó hacia los pies de Kenai de Cáncer con brusquedad.
Mírate, estás a un solo ataque de morir y aun así continuas siendo un fastidio.
La amazona tembló en el suelo, sin poder levantarse. En su cuerpo las heridas de las catorce agujas que había recibido sangraban de manera abundante.
Antes de que Kenai pudiera avanzar para interponerse entre la amazona y el Patrono, cuatro rayos carmesí se clavaron en su cuerpo, por lo que cayó de rodillas.
Pero ya que parece que son tan unidos, me encargaré de que compartan la misma muerte —se mofó—. ¡Antares!
El fulminante rayo escarlata se dirigió hacia los santos, siendo Kenai quien se expusiera a recibirlo y salvar a su compañera, sin embargo, una enorme figura se coló en medio de los combatientes, recibiendo el golpe escarlata en su corpulento cuerpo sin lograr un efecto mortal.
Sennefer quedó confundido al reconocer a quien había intercedido a favor de los santos.
¿Qué es lo que estás haciendo, Ehrimanes? —el Patrono cuestionó confundido, pero a la vez paciente.

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Para cuando Freya Dubhe de Alfa dejó atrás al moribundo Clyde, ésta llegó rápidamente hasta donde el gigante se recuperaba de los golpes que le propinó para alejarlo de su moribundo compañero.
¡Maldita engreída! ¡No importa lo que hagas, Clyde está acabado y pronto tú también lo estarás! — el gigante pisó con fuerza, fracturando el suelo del que emergieron un sin número de estalagmitas afiladas de cristal negro.
La diosa guerrera se limitó a saltarlas e impulsarse cual rayo hacia el gigante, a quien volvió a golpear brutalmente con sus puños.
— Eres tú el fanfarrón, ¿acaso no te das cuenta que con ese tamaño tengo más masa en dónde pegarte? —dijo antes de fallar un golpe que el coloso esquivó y por lo que lanzó de su boca una llamarada de fuego sobre ella.
En respuesta, la asgardiana precipitó su puño derecho hacia la bocaza del gigante para desatar su poder invernal — ¡Ventisca del dragón de hielo! — el cual abrió en dos el cauce de flamas y golpeó a Ehrimanes en plena boca.
El monstruo fingió estar a punto de caer, mas velozmente lanzó una patada contra la diosa guerrera, quien terminó siendo impactada por su gran pie.
El golpe la lanzó estrepitosamente hacia la oscuridad, pero aun aturdida la mujer encajó los dedos en el suelo para frenar y volver a impulsarse hacia el enemigo.
Los puños de los combatientes chocaron uno contra el otro, generando un vacío que empujó a ambos hacia atrás, dejando vulnerable a la diosa guerrera unos instantes mientras caía al suelo a causa de la gravedad, momento que Ehrimanes aprovechó para cerrar sus manos sobre ella, como quien quiere aplastar a una mosca. Freya opuso resistencia, mas el resonante choque de las inmensas palmas aplastó su cuerpo con brusquedad, provocando que escupiera algo de sangre.
La criatura la retuvo entre sus garras, oprimiéndola sin compasión.
¡Eso es, se acabó tu buena suerte! ¡Debiste huir cuando pudiste pero ahora compartirás el mismo destino que todos tus amigos! ¡Serás alimento de la nueva especie que regirá el mundo!
Freya y su ropaje sagrado resistieron la presión, mas cuando vio que Ehrimanes precipitó las fauces contra su cabeza es que se obligó a superarse y liberar sus brazos, reteniendo el avance de los afilados dientes antes de que se cerraran sobre su cuello.
— ¡Nunca! ¡No pienso dejar que una escoria como tú me vuelva a derrotar! —gritó, elevando su cosmos blanco, el cual protegió su cuerpo de ser triturado por las manos del coloso.
Ehrimanes se vio obligado a soltarla al sentir que el cosmos de la asgardiana estaba triturando sus zarpas.
— ¡Soy hija de Sigmund* de Asgard, la sangre de dragón protege a mi familia! ¡Ser vencida por una criatura inferior sería un sacrilegio!
La diosa guerrera jaló a la bestia por su dentadura hacia el suelo, azotándola en la superficie con su increíble fuerza. De un salto se apartó, preparando su mejor técnica.
Ehrimanes rápidamente rodó en el suelo y se puso de pie para contemplar a la mujer. — ¡Ja! ¿Estás segura de querer atacarme con eso? Recuerda lo que pasó la última vez —se burló, anticipando el uso de  la técnica Dragon Bravest Blizzard (Ventisca de Dragón).
La criatura creó una delgada lanza de cristal en su mano, siendo clara su intención con ella.
Freya recordaba bien su derrota, la cicatriz todavía le dolía, pero no se amedrentó, estaba decidida a vengarse de tal humillación.
— ¡Apuesto mi vida a que esta vez saldré victoriosa! — Relámpagos circularon a través del cosmos de la asgardiana, concentrando todo su poder en ambos puños.
Ehrimanes lo vio tan claro como la última vez, por lo que lanzó el veloz proyectil que golpeó directamente el pecho de Freya, destrozando un gran pedazo del ropaje sagrado. Sin embargo, vio sorprendido cómo es que la lanza se pulverizó sin haber herido la blanca piel de la pelirroja.
¡Imposible! —clamó confundido.
Dragon Bravest Blizzard! (¡Ventisca de Dragón!)
La diosa guerrera arrojó su poder a través de los brazos, creando una fuerte ventisca nevada donde se desplazaron dos cabezas de dragón.
Los dragones golpearon a Ehrimanes a la altura del pecho donde  usualmente un humano tendría un corazón, perforando violentamente su cuerpo y siendo arrastrado por los fulminantes rayos.
El gigante se dejó caer hacia al frente, poniendo una rodilla en el suelo mientras sus zarpas cubrieron el gran boquete sangrante en su pecho.
¡¿Cómo…?! — bramó furioso, vomitando sangre negruzca—. ¡No fallé, y aun así estás indemne!
Freya guardó distancia, molesta porque el monstruo continuara moviéndose después de haber recibido su ataque.
— No podía ser tan ególatra como para permitir que por tercera vez alguien pusiera en jaque mi vida por tan simple debilidad —explicó, recordando esos momentos en que Sugita de Capricornio y Ehrimanes hicieron uso de su punto débil para someterla—. Por lo que gracias a ti es que creé una técnica defensiva que me permite desplazar de manera temporal toda la fortaleza de mi cuerpo hacia un único punto —se palpó el pecho descubierto, donde la armadura había sido dañada pero la piel no presentaba ningún rasguño.
¡Eso sólo te ha vuelto más difícil de matar, mas no invencible! —gruñó, alzándose lentamente—. Pero eres una ilusa si crees que podrás detenerme… así como Clyde tú también intentas encontrar una forma de salvar al pequeño Aifor, ¿no es verdad? —sonrió, sin recibir una respuesta—. No te atrevas a negarlo, pero si quieres probar que me equivoco entonces te confesaré algo: ¿Buscas mi corazón? Bien, dispara aquí la próxima vez —con una garra se tocó  el punto medio de su gigantesco cuerpo—. Es aquí donde se encuentra el corazón de tu querido amigo… detenlo y yo moriré con él —rió.
— Miserable… —la guerrera musitó.
Ese es el problema de los seres humanos, son muy sentimentales —dijo, haciendo un rápido movimiento con la mano que desató problemas para la asgardiana.
En su breve distracción, Freya no se percató de que la sangre de Ehrimanes se desplazó en el suelo, transformándose en serpientes oscuras que se mimetizaron fácilmente con las sombras del entorno. Las serpientes saltaron sobre la pelirroja, enrollándose en sus extremidades y cadera para entonces petrificarse en un intento por inmovilizarla.
— ¡¿Qué es esto?! —gritó, sorprendida por lo pesadas que eran las extrañas capas de piedra que comenzaron a extenderse por su cuerpo, como si desearan cubrirla por completo. Con el incremento de masa el peso también fue en aumento, por lo que sus manos y rodillas cristalizadas llegaron a tocar el suelo.
Ehrimanes sabía que eso no la detendría para siempre, por lo que decidió aprovechar el momento para destruirla. Aspiró con fuerza y en su gran bocaza se reunieron las centellas de cosmos, listas para ser liberadas.
Sin embargo, el monstruo se contuvo cuando vio cómo un rayo fugaz cruzó el campo de batalla y lo golpeó justo en el punto que momentos antes le había señalado a Freya de Alfa.
Hubo un instante de conmoción, pues Ehrimanes y la asgardiana creyeron que al fin Clyde de Megrez se había atrevido a detener el corazón de Aifor y así vencer al enemigo que lo había atormentado por tanto tiempo.

Clyde de Megrez se desplazó lo más rápido que pudo empleando unas rudimentarias y llamativas prótesis de cristal en su pierna y brazo masticados, sólo para efectuar aquel movimiento en que enterró el brazo entero dentro del cuerpo del gigante.
El dios guerrero empleó lo que le quedaba de energía en ese último ataque, consciente de que no le restarían fuerzas ni siquiera para retroceder, quedando a merced del enemigo.
Fue un dolor mínimo, apenas perceptible, por lo que Ehrimanes se mofó. — ¿Hasta cuándo piensas seguir con tu mediocridad? Un cadáver tiene mayor fuerza que tú ahora. Pero admito que por un momento me sorprendiste… ¡Creí que al fin habrías recuperado las agallas! ¡Desaparece de una vez, maldito insecto!
— ¡Clyde! — clamó Freya, todavía prisionera de los cristales negros.
Las fauces del monstruo se electrificaron aún más, liberando un potente rayo blanco que chocó contra el asgardiano y desquebrajó el suelo.
Freya cerró los ojos, cegada por el intenso resplandor de las centellas. La mujer se apresuró a recobrar la visión para ver el destino de su compañero de armas.
A los pies de Ehrimanes el terreno se hundió cual si se hubiera estrellado un cometa, dejándolo a él en medio del cráter junto al cuerpo mutilado y humeante del dios guerrero de Megrez, cuya armadura desapareció por completo, dejando a la vista sólo los despojos de quien fue alguna vez un poderoso guerrero asgardiano.
Ehrimanes pareció dar un suspiro con su inmenso cuerpo, aliviado de que la lucha encarnizada que han tenido durante largos años llegó su fin, siendo él el ganador. Sin embargo, un gruñido de furia escapó de su garganta cuando vio al hombre mover un poco la barbilla.
¿No podía ser sólo un reflejo post mortem? ¡No! Ehrimanes estaba seguro de que aún se aferraba a la vida. — ¡¿Es que acaso eres un demonio?! ¿Te crees inmortal? ¡Sólo muere! — Ehrimanes levantó un pie, esperando aplastar al agonizante guerrero y dejar sólo una pulpa sanguinolenta.
¡NO, NO LO HAGAS! —escuchó un sonoro grito que anticipó la inesperada inmovilidad de su ser.
— ¡¿Pero qué…?! ¡¿Qué-qué pasa?! —preguntó, exaltado y confundido por la parálisis de su cuerpo. Intentaba moverse, mas nada ocurría.
¡Basta! —volvió a escuchar.
¡¿Quién?!
El cuerpo del monstruo comenzó a temblar, retrocediendo un par de estruendosos pasos mientras se sujetaba la cabeza en acorde a la segunda voz que también pudo ser escuchada por Freya.
¡Detente! ¡BASTA!
— ¡No, mi cuerpo! ¡¿Qué demonios me hiciste ahora?! —El gigante miró hacia la última herida infligida por el dios guerrero de Megrez, viendo que de aquel hueco emanaba una débil y cálida luz dorada—. ¡No puede ser! —Ehrimanes clamó, mientras su voz  se volvía cada vez más baja y la nueva ganaba fuerza.
¡¡Para de una maldita vez!! ¡ES SUFICIENTE!
La asgardiana logró liberarse de su prisión, mas guardó la distancia al intentar comprender lo que estaba pasando con el enemigo, quien parecía tener un repentino ataque de esquizofrenia. Siendo entonces que reconoció la voz de —: ¿Aifor?

El gigante cayó de rodillas, sujetándose la cabeza con tanta fuerza como si él mismo fuera a arrancársela de un tirón.
¡Imposible! ¡Tú no puedes hacer esto! ¡Este cuerpo es mío por derecho! ¡Vuelve a dormir! — Ehrimanes espetó, sin percatarse de que su voz ahora sólo podía ser escuchada por Aifor de Merak.
De alguna manera, la conciencia del dios guerrero pudo despertar, iniciándose la lucha entre ambas entidades para ver quién se quedaba con el dominio del monstruoso ser...  mas esta vez Aifor no estaba solo, tanto su padre como su madre le dieron el impulso para recuperar el control de lo que le fue robado.
Ehrimanes se frustró cuando dejó de sentir su cuerpo, volviendo a esa existencia en la que sólo podía ser un parásito espectador y oyente de lo que sucede, incapaz de intervenir. Seguro de que podía ser escuchado por Aifor, continuó con sus bramidos—. ¡Imposible! ¡Esto es inaudito! ¡No es justo!
Aifor respiró agitado, poco a poco sintiéndose totalmente uno con el enorme cuerpo que ahora poseía. Se miró las horrendas manos, intentando ignorar la voz de Ehrimanes que no paraba de chillar.

— ¿Aifor? —escuchó que alguien lo llamó, girando la cabeza hacia donde Freya Dubhe de Alfa lo miraba con expectación —. ¿En verdad eres tú?
Comandante —dijo con su voz, sin que su feroz mandíbula se moviera.
— … Es él… —ambos escucharon, volviéndose rápidamente hacia donde Clyde de Megrez yacía— … Confía… —Hablaba a través de su cosmos, pues su cuerpo no podía hacer nada más.
¡Maestro Clyde! —Aifor se aproximó a él, alargando las manos como si deseara ayudarlo, mas al ver de nuevo la deformidad de sus extremidades comprendió que era el menos indicado para socorrerlo, por lo que sólo pudo inclinarse a su lado. —¡Maestro, resista!¡Maldición, no tenía que hacer esto! — recriminó, angustiado.
El dios guerrero abrió uno de sus ojos sangrantes, volviéndolo a cerrar al descubrir que no había ninguna diferencia, todo era oscuridad.
— Clyde… tú… ¿cómo lo hiciste? —cuestionó Freya, hincándose a su diestra.
El guerrero sonrió pese a su condición. — Fue tal como dijiste Freya… la magia de ese artilugio es sorprendente, por lo que no me rechazó cuando lo encanté con mi propio poder… sólo así es que su madre y yo pudimos despertar  a este chico holgazán.
Aifor pegó una de sus garras donde Clyde había introducido su brazo momentos antes, sintiendo el intenso fulgor de la magia en su interior, fuerte como siempre su maestro ha sido, y acogedora como debía ser el afectuoso trato de una madre.
— Lamento que sea lo máximo que pueda hacer por ti ahora —Clyde se disculpó cuando comenzó a escuchar extraños pasos aproximándose, los cascos de un corcel tal vez— … Pero no está tan mal… siempre dijiste que querías ser más alto —rió.
Los ojos del gigante no pudieron llorar, pero el alma del chico dentro de él lo hizo, reflejándose en su voz.
No se disculpe, todo es mi culpa —Aifor dijo, cabizbajo—, yo sólo quería salvarlo… y a Asgard, por eso no me importó dar a cambio mi cuerpo, mi vida entera… ¡Pero jamás imaginé que todo esto ocurriría…! ¡Yo soy el culpable de que todo esto haya llegado tan lejos!
— Muchacho tonto… No pienses así, hay mucha culpa que repartir para que la cargues tu solo… sabes bien que yo no estoy exento de responsabilidad sobre lo ocurrido… Pero si te hace sentir mejor, bien… Sí, cometiste una estupidez mayor que la mía, por lo que puedo decir que el alumno finalmente superó al maestro —volvió a bromear, sin un deje de resentimiento.
Las pisadas de caballo se detuvieron, por lo que Clyde volvió a abrir uno de sus ojos, pudiendo ver dentro del manto negro una silueta resplandeciente montada en un magnifico corcel blanco. Era una mujer de cabello negro, envestida con una armadura platinada y un casco alado, envuelta por un halo divino que le permitió identificarla fácilmente como una auténtica valquiria.
Maestro, no quiero que muera.
— Deja de lloriquear, mi tonto pupilo — dijo Clyde, mirando a la silenciosa hija de Odín, quien le tendió la mano y aguardó pacientemente a que la tomara. Sólo él era capaz de verla y sentir su presencia al parecer—. Si te sientes tan culpable, te tengo buenas noticias… la batalla aún no ha terminado… por lo que mueve tu gigantesco trasero y ayuda a detener al monstruo que queda… Y eso será todo…
¡Maestro!
— Después… tengo fe en que todo tu sufrimiento… y pérdidas serán compensadas por los dioses…
Freya y Aifor vieron que Clyde alzó la mano, como si deseara alcanzar algo en el aire. Por consideración a Aifor, la asgardiana sujetó esa mano con hermandad.
— Díganle a la señora Hilda que yo… Clyde Van Alberich, cumplí mi palabra, por lo que puedo dar por concluida mi vigilia… pero que confío en que mi hijo, Aifor de Merak,  será un digno sucesor para estar a su lado… —alcanzó a decir, empleando la última luz de su cosmos.
Freya fue la primera en notar su deceso, por lo que con amabilidad cerró el ojo del dios guerrero de Delta y acomodó su cuerpo en una posición digna.
¡Al fin murió! —Aifor escuchó a Ehrimanes celebrar, riendo a carcajadas. —¡Cuando menos esa dicha me has dado, maldito!
Aifor reprimió los sollozos, sabiendo que su maestro lo aporrearía desde el más allá si se atrevía a hacer una escena ante su muerte, él siempre fue así… Pero aun con su tosco trato y cruel disciplina, no existía hombre en el mundo por el que sintiera más afecto y respeto que no fuera Clyde Van Alberich, el único padre que conoció y necesitará en su vida.
Freya se levantó y caminó hacia al gigante, poniendo su mano sobre su gran hombro. — Debemos irnos… ¿lo sabes, verdad?
Imbéciles, ¿todavía creen que tienen oportunidad contra Sennefer? ¡Nos aniquilará! ¡No tengo que ver el futuro para saber eso! —Ehrimanes rugió—. ¡Escúchame a mí terco insensato y quizá así salvemos el pellejo, no lo hagas!
Ignorándolo, Aifor se alzó y asintió. — Es la última orden de mi padre… por lo que no puedo fallarle. Vayamos y ayudemos en lo que podamos. Devolvamos a todos estos demonios al infierno del que salieron.

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¿Qué es lo que estás haciendo, Ehrimanes? —escucharon que el Patrono cuestionó.
Pero la única respuesta que recibió del gigantesco monstruo fue el repentino movimiento con el que sus grandes zarpas de magma y hielo se cerraron sobre él, castigándolo con el poder de ambos elementos que luchaban por desintegrar su cuerpo.
Kenai y Calíope  contemplaron aquello confundidos, pero de inmediato apareció la guerrera asgardiana, Freya, para esclarecer en algo sus dudas.
— Tranquilos, está de nuestra parte ahora —se limitó a decir, omitiendo la explicación larga—. Pero no lo contendrá por mucho tiempo — era claro que el cosmos de Sennefer superaba en creces a la mayoría de los presentes—. Espero tengan  un plan.
— A cada segundo nosotros nos debilitamos mientras él se recupera… destruir el cetro disminuirá todas sus ventajas… Sólo necesito que me den un instante… un espacio abierto en su defensa para poder dar el último golpe —Cáncer aseguró, confiando en el poder que le restaba a su guadaña espiritual.
Freya Dubhe de Alfa asintió, sabiendo que en ella recaería más el peso de la lucha al ver la condición de los demás guerreros.
— Calíope, tú quédate atrás… — Kenai le pidió.
— No me vengas con esas estupideces —la amazona rió, esperando que se tratara de una broma.
— Si yo fallo, de ti dependerá el resto —el santo musitó, respirando con dificultad—… El Cetro de Anubis está en su pecho, recuérdalo bien. Por lo que toma estos momentos para concentrar toda tu fuerza…

En el infierno de magma y hielo creado entre sus garras, Aifor de Merak intentaba suprimir el poder de Sennefer, mas el demonio terminó superando sus esfuerzos cuando una llamarada de fuego negro neutralizó su cosmos. El estallido de ka obligó al gigante a retroceder.
¡Ja! ¡Te dije que tus intentos serían inútiles! —Aifor escuchó de Ehrimanes—. Me cuesta decirlo, pero Sennefer supera mi poder aun en esta forma. ¡Nos destruirá sin contemplación, qué desperdicio...!

Ya veo —musitó el Patrono—, con que perdiste el control de ese cuerpo y ahora es el humano el que recuperó el control... Patético —dedujo gracias a sus poderes espirituales—. Pero si creen que eso cambiará en algo la sentencia impuesta para todos ustedes, están en un error — Sennefer concentró una gran cantidad de ka en la palma de su mano, pero antes de arrojarla la asgardiana pelirroja logró escabullirse y propinarle una combinación de puñetazos y patadas que lo sacaron de balance.
Sorprendido por sentir el dolor de cada golpe, el Patrono lanzó un derechazo que voló el casco de su enemiga, mas la mujer se había movido lo suficientemente rápido para evitar el que fuera su cabeza la que se separara de su cuerpo.
Aprovechando la cercanía, Freya trazó rápidamente un círculo en el suelo con su dedo,  dentro del cual Sennefer permaneció el tiempo suficiente para ser víctima de la —: Odín Sword! (¡Espada de Odín!)
Dentro del círculo se liberó un torrente vertical que alzó a Sennefer por el aire, atrapándolo en una feroz corriente dentro del que perdió movilidad al ser separado del suelo firme y era golpeado constantemente por trozos de cristal.
¡Ahora Aifor, ayúdame a contenerlo! —Freya lanzó un mensaje telepático a su compañero.
Al instante el coloso liberó su cosmos invernal hacia el geiser, incrementando su ferocidad y al mismo tiempo creando fuertes grilletes de hielo en los brazos y piernas de Sennefer, imposibilitándole más aún el moverse.

Era el momento, Kenai lo supo, por lo que empleó todo su cosmos en la guadaña espiritual, restableciendo una última vez ese halo divino que el sello de Atena le permitía. Saltó en busca de dar el golpe final, llevando con él las esperanzas de aquellos que lo miraban… pero no llegó a acercarse lo suficiente cuando un estruendo retumbó en la mastaba.
El ensombrecido Sennefer sólo sonrió con malicia, anticipando el acto que apagó la ilusión de los guerreros. Aunque él se encontraba inmóvil, el ojo maldito en su pecho disparó un potente y amplio rayo de ka que  hizo que el brazo y hombro izquierdo de Kenai de Cáncer desapareciera a su paso junto a la mitad de su pecho y torso, dejando la piel quemada y cauterizada.
El cuerpo del santo fue empujado por esa violenta descarga que no llegó a desintegrarlo por un mero error de ángulo. Kenai cayó mortalmente herido a lo lejos, junto al inconsciente y ciego Assiut de Horus, siendo a su lado con quien compartiría sus últimos momentos de vida.

Calíope ahogó un grito de furia y tristeza, mas debió suprimir su pesar para que la ira le permitiera a su cosmos crecer con extrema violencia.
Freya y Aifor se coordinaron para atacar a la criatura, mas ni la velocidad de la asgardiana, ni la fuerza del gigante lograron alcanzar al inmortal. Sennefer se limitó a castigar a la pelirroja con potentes golpes que la enviaron al suelo. El gigante intentó atraparlo nuevamente, pero el Patrono lo sujetó de una garra para arrancarle el brazo entero de un fuerte tirón.
¡Terminemos con esto! —sentenció Sennefer en medio del rugido de dolor del coloso, volviendo a disparar su Trueno Magistral hacia los asgardianos.
Aturdida y cegada por el intenso resplandor que caía sobre ellos, Freya apenas y se arrastró un poco cuando Aifor utilizó lo que quedaba de su gran cuerpo como escudo, haciéndose un ovillo sobre ella en un claro intento por protegerla.
La centella se impactó en la espalda de la bestia, electrificándola de pies a cabeza, logrando un daño que ennegreció gran parte de su cuerpo al carbonizarlo, incluso Freya resultó herida al ser alcanzada por los residuos de poder, pero no lo suficiente como para perder el conocimiento. Aunque la pelirroja intentó levantarse, el peso de la criatura inconsciente la mantuvo contra el suelo, imposibilitada de reaccionar a cualquier ataque del Patrono, quien la tenía en la mira desde la distancia.

¡SENNEFER!
Escuchó que Calíope de Tauro le gritó a lo lejos, permitiéndose girar hacia el sentido contrario de donde los asgardianos yacían convalecientes.
La amazona de Tauro estaba de pie y rodeada por un luminoso cosmos dorado como claro estandarte de guerra. Aunque se encontraba sangrando por la dilatación de las agujas escarlatas y su sentidos estaban a pocos momentos de apagarse, con su posición firme y retadora se reflejaba la determinación que había en su alma —: No vas a ganar —decretó con tal confianza que en ella Sennefer vio el rostro de todos aquellos que en el pasado alguna vez juraron su destrucción.
El Patrono cerró los ojos y sonrió con maldad, desvaneciendo aquel espejismo. — La victoria ha sido mía desde el instante en que la Corona Oscura de Sokaris reinó el cielo… sólo que ustedes fueron muy necios para aceptarlo, y yo demasiado soberbio por haberlos dejado llegar tan lejos. —El ka de Sennefer cubrió todo a su alrededor, perdiéndose en las llamas negras donde sólo sus ojos dorados resaltaban—. ¡¿Acaso no los he torturado lo suficiente?! ¡¿Quieres más desesperación?! —bramó, aceptando el duelo final de la amazona—. ¡Te la daré! ¡Y qué mejor forma que morir por el golpe fatal de Souva de Escorpión, el hombre que más te amó en vida y que incluso ahora se esfuerza en vano por no dejarte morir!
Aquellas palabras sólo le dieron más poder a Calíope, cuyo corazón saltó al saber que Souva también estaba luchando. Ella no podía dar menos de lo que Souva y Kenai habían sacrificado por la salvación del mundo… Era considerada la amazona más fuerte del Santuario, y ahora que se encontraba tan cerca de la línea que divide la vida y la muerte su cosmos podía alcanzar el siguiente nivel para constatarlo.
La velocidad con la que Calíope se impulsó impresionó a Sennefer, quien la imitó para acercarse y lanzar el aguijón final —: ¡Antares!
Los dedos del Patrono se clavaron en el cuerpo de la amazona, marcando la quinceava aguja escarlata con crueldad. Pero en vez de sucumbir al dolor, Calíope rió de manera descarada ante el hombre que estaba al alcance de su puño—: ¡Cuerno Destructor!
El poderoso golpe no pudo ser esquivado por Sennefer, ni bloqueado por el fulgor que el ojo infernal en su pecho disparó como lo hizo con Kenai de Cáncer. Ante el puño de Calíope aquella ráfaga no fue nada y se impactó de lleno en el punto medio del pecho del Patrono, causando una explosión que creó un gran agujero en su cuerpo de reptil, destruyendo escamas, músculos, huesos y hasta el ojo monstruoso, dejando sólo pocos tejidos uniendo sus brazos y cabeza en un solo cuerpo.
En ese vacío, el Cetro de Anubis flotaba, magnetizado a los pellejos a su alrededor, mas a los ojos de la moribunda amazona resaltó el que ahora presentaba pequeñas fracturas.

La fuerza del impacto volteó los ojos del Patrono, resintiendo el daño atroz y paralizante  por el que soltó un tremendo y rugiente alarido. Por instinto, intentó alejarse del peligro, mas Calíope sujetó el Cetro con su mano, reteniéndolo.
La amazona lamentó el que ni todo su poder fue capaz de destruir el cetro maldito, por lo que con sus últimas fuerzas intentó arrebatárselo a la criatura. En cuanto lo tocó, el brazal de su brazo comenzó a romperse por la intensa descarga liberada por el artilugio.
¡No me rendiré! —pensó con ahínco, sin notar que hasta la hombrera derecha y su máscara comenzaron a cuartearse por los rayos negros que salían del Cetro de Anubis. Hasta que su brazo quedó completamente negro como el carbón es que la amazona logró su cometido, arrancó el cetro con tal fuerza que terminó  cayendo al piso, lanzando el artilugio hacia atrás, guiada por un sexto sentido que le aseguró que era lo correcto.

Abrumado e impedido para actuar de alguna manera hasta que su cuerpo se regenerara, Sennefer sólo pudo ver cómo su cetro volaba por los aires. Confiado de que no había nadie más en pie que pudiera ser una amenaza, sonrió, pero su gesto cambió totalmente cuando uno de sus adversarios volvió a levantarse, esgrimiendo una peligrosa arma.
¡NO! —exclamó con un rugido bestial.

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Cuando Kenai de Cáncer cayó al suelo en tan agonizante condición, supo que el fin de su vida estaba próximo.
¡No… todavía no…! Sólo… necesito… un poco más… — pensaba, agobiado por el dolor de su cuerpo colapsando. En la mano que le quedaba, la guadaña espiritual aún mantenía su forma, pero en cuanto su corazón se detuviera todo su poder se esfumaría con él.
En su desesperación, notó en las cercanías el cuerpo de Assiut de Horus y deseó, por un instante egoísta, que estuviera muerto, pues sólo así podría convertirlo en la última herramienta que podría utilizar para cumplir con su misión.
Pero en cuanto sus dedos tocaron la cabeza del Apóstol, percibió que ya otra fuerza estaba actuando sobre él, por lo que desistió y sonrió ante el brillo de esperanza que vio en Assiut cuando éste abrió los párpados.

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Ciudad de Meskhenet, Egipto.

En el Palacio Real, el joven Faraón permanecía resguardado dentro de una cámara subterránea en la que sólo lo acompañaban un par de siervas y el Apóstol Sagrado de Osiris, Nichrom.
Gracias a la conexión mental que puede tener con sus compañeros, Nichrom ha sido capaz de conocer la situación vivida en la ciudad. En cuanto la maldición del sol azotó las tierras de Egipto, los Apóstoles y guardias se movilizaron para proteger a la población, y al ser una comunidad fuertemente ligada al shamanismo pudieron controlar con rapidez la maldición de Sennefer.
Cuando el gran espíritu dorado se alzó sobre el reino para protegerlos, la llegada de los shamanes de occidente fue bien recibida, mas a esas alturas la ayuda allí era innecesaria. Algunos de ellos, junto a otros Apóstoles, se movilizaron hacia la mastaba de Sennefer, esperando ser de ayuda contra las hordas de monstruos y bestias que informaron estaban naciendo en sus dominios.
Nichrom recibió la orden de quedarse y enfocarse sólo en la seguridad del joven Atem, quien había permanecido la mayor parte del tiempo tranquilo y a la expectativa de las noticias que decidía contarle.
En cierto momento, el Apóstol se centró en ver lo que ocurría en el nido de monstruos al que sus camaradas enfrentaban, por lo que sólo hasta que una de las mujeres le tocara el brazo es que volvió a prestar atención a lo que en el refugio ocurría.
— Señor Nichrom, el Faraón… —dijo la sierva de tez morena, señalando a donde Atem estaba sentado sobre un banquillo de madera.
El Apóstol vio que la segunda mujer estaba a su lado, buscando que reaccionara, mas el jovencito mantenía los ojos cerrados y el cuerpo rígido. Para los sentidos de Nichrom fue claro lo que ocurría, pues poco a poco la habitación comenzó a inundarse por una presencia poderosa, la misma que sintió aquel día en que el dios Horus salvó Meskeneth.
— No lo toquen —advirtió a las mujeres, quienes se alejaron de inmediato —. Tal parece que los esfuerzos de Assiut y Kaia no han sido suficientes. —Nichrom se arrodilló ante el Faraón, cargando con la vergüenza que pesaba en las almas de sus compañeros Apóstoles que combatían en el desierto—. En verdad lo siento, mi señor… —musitó, agachando la cabeza todavía más cuando unos hilos de sangre salieron por debajo de uno de los parpados del joven rey.

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De pie, mi leal Assiut, debes levantarte. No puedo sanar tu dolor, ni aliviar tu pena, mas puedo restablecer la fuerza de tu ka… Llegó el momento de que alces el vuelo y concluyas con tu labor de custodio; sacia tus deseos y libera a todos aquellos que han sido torturados por esa abominación… ¡Cumple tu destino! ¡Mis ojos son tuyos!

Assiut de Horus abrió los ojos tras una fuerte respiración por la que los latidos de su corazón se aceleraron. Su ojo izquierdo continuaba con su cuenca repleta de sangre  y restos del órgano perdido, mas en el derecho apareció una intensa llama dorada dentro de la que resaltaba la pupila de un feroz halcón.
El Apóstol se levantó guiado por una mano que sabía exactamente lo que debía hacer, por lo que no dudó en tomar la hoz que el moribundo santo de Cáncer le tendió.
En cuanto sujetó el arma espiritual su ka dorado se encendió totalmente restaurado, avanzando hacia donde vio que el Cetro de Anubis volaba lejos de Sennefer. Con su nuevo ojo pudo ver el entorno y la situación con gran detalle, casi omnisciente
Sin demora, sin palabras, Assiut saltó y arremetió contra el artilugio que ha sido centro de tantas desgracias, y de un rápido golpe lo quebró.
En el instante en que la hoja resplandeciente hizo su trabajo se desvaneció, anticipando la muerte del santo de Cáncer, quien dio un último respiro en medio de una sonrisa de gran satisfacción.
En cuanto Assiut volvió a pisar el suelo, el Cetro de Anubis se partió en dos, siendo el instante en que un atronador sonido sacudió la mastaba bajo tierra. El grito unísono de miles de almas siendo liberadas ensordeció a los presentes y desplegó una onda expansiva alrededor del cetro que terminó por desintegrarse. Millares de estelas blancas comenzaron a desplazarse ansiosas, confundidas, perdidas, soltando lamentos de niños que buscan con desesperación a sus madres.
En el momento en que el Cetro de Anubis se pulverizó, el cuerpo de Sennefer se convulsionó con violencia, encorvándose y cayendo de rodillas. Sus fuertes bramidos se perdieron entre lo demás gemidos. Intentó resistirse al cambio que su cuerpo comenzó a sufrir por la falta de poder que el cetro le proporcionaba, pero no pudo. Sus músculos se retorcieron al achicarse, se cerró el hueco en su pecho pero la mayoría de las escamas negras desaparecieron, dejando una piel gris, arrugada y áspera pegada a los huesos de su cuerpo humano, mientras su cabello se marchitó hasta volverse blanco, quedando con un cadavérico y enfermo aspecto. De su boca escapó la última alma que como shaman podrá  manipular.
Los partes del zohar que sobrevivieron a la guadaña de Kenai cayeron al suelo al no ser capaces de mantenerse unidas a tan escuálido y débil ser.

No… ¡No! ¡Esto no puede estar pasando! —bufó, iracundo y desesperado, viendo a través de su cabello marchito el caos generado por la destrucción de su cetro—. ¡Estúpidos! —gritó aún más fuerte, superando a la multitud.
¡¿Creen que han ganado?! ¡¿De verdad lo creen?! —cuestionó furioso, pudiendo levantarse, mas permanecer de pie era todo un esfuerzo para su cuerpo momificado—. ¡No saben nada! —comenzó a reír, mirando hacia donde el Apóstol de Horus se encontraba, único oponente que se mantenía en pie en medio de todas las almas despavoridas.
¡Sin el Cetro de Anubis el portal se desestabilizará! ¡Sólo míralo! —señaló con su huesudo dedo—. ¡Su fuerza es incontrolable ahora!
Assiut no se molestó en girar, sabía que el gran agujero comenzó a aumentar de tamaño.
¡Engullirá este planeta por completo, nada sobrevivirá a su oscuridad! —se burló con sus ojos saltones destellando en locura—. ¡¿Acaso mi derrota vale la destrucción de este mundo?! ¡¿Lo vale?! —cuestionó hilarante, sin parar de reír—. ¡Creen que este es mi final, pero sólo tengo que volver a comenzar! ¡Un nuevo cetro es fácil de lograr, y con las almas que se liberarán cuando este mundo sea consumido por las tinieblas mis poderes resurgirán!
Aún en silencio, el cosmos de Assiut se encendió nuevamente, al mismo tiempo en que halcones de fuego dorado comenzaron a aparecer alrededor de Sennefer.
El Patrono los miró sin miedo y sin dejar de parlotear —: ¡Por si lo has olvidado yo no puedo morir! ¡Todos ustedes desaparecerán pero yo seguiré aquí! — festejó.
— No lo creo — escuchó la voz espectral de Kenai de Cáncer.
El Patrono vio cómo es que fuego azul comenzó a reunirse a un lado del Apóstol de Horus, formando rápidamente la cloth de Cáncer, vacía en un principio, mas en cuanto las flamas se apagaron la imagen de Kenai apareció dentro de ella.
¡¿Tú?! ¡¿Por qué no sólo desapareces?! —Sennefer bramó, confirmando la muerte del santo al ver más allá su cadáver inmóvil.
— Así como tú, una malhumorada entidad me condenó a no poder entrar al paraíso hasta que cumpla con la misión que me encomendó —respondió el osado espíritu, moviendo las manos para que junto a los halcones dorados aparecieran cuervos de llamas azules.
Fuego fatuo —murmuró Sennefer, reconociendo el poder que tiene para herir a los espíritus, pero terminó sonriendo como desquiciado—. ¡Necios! ¡Mi cuerpo y mi alma no pueden ser destruidas! —volvió a reír, triunfante—. ¡Ninguno de ustedes tiene poder sobre mí, soy eterno!
— ¿Podrías volver a repetir eso? — escuchó, de una voz tan calma pero que a la vez le transmitió un terrible pavor.

Sennefer calló en seco, incluso los aullidos de las almas liberadas se apaciguaron hasta silenciarse completamente. Allí, de la oscuridad de la mastaba, emergió un hombre con una larga y percudida túnica ocre calzando sandalias. Sus ojos rasgados revelaban su ascendencia oriental y su presencia transmitía por si sola su identidad.
¡Y-Y…Yoh Asakura! — el Patrono gimió, incrédulo —. No puede ser verdad… ¡No es cierto! ¡No puedes estar aquí! ¡No debes estar aquí! —chilló, mirando con enfado hacia donde el cuerpo de Ehrimanes yacía, pues le aseguró que el Shaman King no se presentaría.
Asakura mantuvo su distancia y sonrió de manera amigable. — Acabé con ciertos asuntos más pronto de lo que pensé —explicó con un tono despreocupado—, pero el trabajo del Shaman King nunca termina, por lo que vine a ver el gran lío que has desatado aquí. —El hombre miró en redondo un momento para volver a prestarle atención.
Sennefer no pudo moverse o siquiera pensar en continuar reclamando, la llegada del Shaman King lo paralizó por completo pues sabía que él era una de las dos personas en este mundo que significaban un auténtico peligro.
— ¿Y entonces? ¿Decías algo sobre ser inmortal? —preguntó el Rey de los shamanes, mientras la sombra a sus pies se alargaba y se conectaba a la del aterrado Patrono—. Sé que uno de mis antepasados te dio un cruel castigo… pero creo que ya es suficiente de tal martirio.  Supondré que ya aprendiste la lección.
¡N-no! ¡DETENTE! —Sennefer casi suplicó, arrastrándose hacia el hombre de cabello largo— ¡Tú no puedes…!
— Sennefer —prosiguió, haciendo caso omiso de sus ruegos—, como el Shaman King de esta era, yo te libero —sentenció con una amable y siniestra sonrisa que el Apóstol y el santo supieron interpretar.

Sólo los ojos del Patrono notaron cómo es que su propia sombra creció bajo él, apareciendo en ella un par de ojos dorados junto a una dentadura blanca que le habló—: Con que tú eres Sennefer —escuchó de la fusión de infinidad de voces—. Finalmente nos conocemos…
— ¡NO! —Sennefer gritó con todas sus fuerzas, previendo las exclamaciones de Assiut de Horus y de Kenai de Cáncer.
¡Gloria de Horus!
¡Llamado de los Inmortales!
Los halcones dorados fueron los primeros en lanzarse en picada hacia Sennefer, seguidos por los cuervos azules, desatando una gran explosión al impactarse todos contra el Patrono de Estéropes.
Ilusión o no, Sennefer vio en cada una de esas aves flamígeras las siluetas de todos aquellos que lucharon en su contra y sucumbieron ante él, siendo su hermano Zuberi el que más resaltó a sus ojos.
Sennefer dio un último grito de desesperación antes de desaparecer en medio de las llamas que destruyeron cada átomo de su cuerpo y esencia de su alma... Esta vez para siempre.



FIN DEL CAPÍTULO 60

Apofis*: representaba en la mitología egipcia a las fuerzas maléficas que habitan el Duat y a las tinieblas. Apofis era la encarnación del caos, una serpiente gigantesca, indestructible y poderosa.
Sigmund* de Grane: personaje de Saint Seiya Soul of Gold. La verdad cuando hace años se hizo a Freya tenía la peculiaridad de ser “la sobrina de Sigfried” sin entrar en muchos detalles, pero entonces recientemente tuvimos SS Soul of Gold, donde se menciona que Sigfried tenía un hermano mayor, así que en teoría eso haría a Freya hija de Sigmund. Un pequeño guiño y sólo eso ya que SS Soul Of Gold no fue tomada en cuenta para la elaboración de este fic.