viernes, 1 de junio de 2012

EL LEGADO DE ATENA. Capitulo 27. El vórtice de la tormenta Parte III. El bosque oscuro


Asgard, 15 años atrás

Cada mediodía un poderoso cosmos circula por el aire de Asgard, palpando la piel como una caricia. Esa era la hora en que la princesa de Polaris viajaba hacia la orilla del mar para orar con devoción al padre Odín.
La Princesa dejó de acudir sola a tal rito desde el atentado del emperador del océano. Todo un séquito de creyentes, incluyendo a su hermana Flare, la acompañaban en la oración, maravillándose por el pacifico y encantador cosmos que apaciguaba sus corazones.

Ese día en especial, Hilda abrió poco a poco los ojos, permaneciendo con las manos unidas para permitirse un instante de distracción. Lanzó una sutil mirada por encima del hombro para descubrir una presencia en particular, allá a lo lejos, por encima de las cabezas de todos los fieles que oraban con fuerza a los dioses. La regente de Asgard esbozó una sonrisa al reconocer a Bud, quien en la distancia y apartado de las sombras permanecía como un guardián.
Hilda se mostró feliz de verlo allí. Bud se veía diferente, algo había cambiado en él y sabía que era para bien. Mas debía finalizar primero con sus plegarias para después poder hablar con el guerrero.


El dios guerrero permaneció de pie en la cima de las escalinatas que conducen al nuevo altar de Odín. Deseaba hablar con Hilda, pero entendía que debía ser paciente y esperar el momento más oportuno.
Nunca ha sido un hombre de oración, por lo que no iba a comenzar ahora pese a que estaba esforzándose por ser un hombre diferente. Días atrás dio un gran paso por el sendero que jamás creyó se animaría a andar, pero Hilda tuvo razón desde el principio.
Fueron momentos de mucha tensión, pero al final sus padres le demostraron que sin importar todo lo sucedido aún lo amaban… Pese a que logró expresar su odio hacia ellos, las lágrimas de su madre tuvieron un poderoso efecto, limpiaron su corazón de resentimiento. Tras esa demostración de afecto y arrepentimiento, Bud no pudo seguir negando sus propios sentimientos, por lo que accedió a darse una oportunidad para conocerlos.
Pensaba en ello cuando fue invadido por una extraña sensación que lo puso intranquilo. No se trataba del cosmos de Hilda, ni tampoco de una presencia maligna. Agudizó los sentidos para encontrar su origen, siguiendo el rastro que sentía latente en el ambiente.
Su percepción lo condujo hacia unas viejas ruinas que alguna vez edificaron una mansión. Pasó con cautela por los pasillos, arcos y bóvedas derruidas, llegando a un claro bajo el cual alguna vez se alzó un jardín con una larga fuente rectangular, rodeada por estatuas de guerreros vikingos, ahora sólo quedaban despojos de la bella arquitectura.
Bud se detuvo ante un monumento del que sólo quedaban las piernas de un hombre en armadura. Sentía que toda la zona estaba impregnada por esa extraña presencia, pero no podía ubicar el lugar exacto del que emanaba.
Parece que lo conseguiste. Felicitaciones dios guerrero de Zeta —escuchó un eco reverencial justo en el momento en que se manifestó una luz en medio de la destrozada fuente.
El resplandor dorado no lastimó sus ojos, pero aun así retrocedió unos cuantos pasos. La masa resplandeciente se ondeó hasta formar un portal del que emergió una manifestación divina. Fue difícil de distinguir, pero poco a poco notó una silueta montada sobre un caballo.
Tal visión hizo que Bud se palpara la cabeza al ser invadido por un leve mareo, causándole un poco de dolor… Muchas imágenes se desbordaron en su  mente, recordando algo importante… memorias perdidas de un encuentro con una divinidad.

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Herido y sumamente débil después de enfrentar a los esbirros que Hilda envió para matarlo, Bud se sorprendió por el potente relinchido de un caballo. Cuál fue su intriga al volver el rostro, descubriendo que provino de un majestuoso corcel blanco con herraduras, riendas y silla de oro. La jinete que montaba el robusto animal llevaba en brazos el cuerpo del caído dios guerrero Syd de Mizard. Se trataba de una mujer quien lo acunaba como a un niño durmiente.
La mujer poseía una impecable belleza, de pálida piel que desprendía un aura celestial. Estaba dotada de un cuerpo fornido pero escultural; cabello largo, lacio y dorado como hilos de oro blanco; nariz respingada; labios finos, coloreados con pintura rosada; sus ojos estaban ensombrecidos por un casco alado que adornaba su cabeza. Su vestimenta consistía en una armadura ligera de platino con incrustaciones de piedras preciosas, de su espalda crecían dos alas plegadas de aspecto metálico que formaban parte de la coraza, una túnica blanca se acentuaba a sus caderas, y un escudo en el que dos cuervos y dos lobos habían sido plasmados para la eternidad.
Por las leyendas populares en Asgard es por lo que Bud sabía qué era ella…
— Una valkiria… —murmuró incrédulo ante su magnificencia.
El maravilloso corcel golpeó la nieve con uno de sus cascos, pidiendo dar marcha. La imponente valkiria decidió permanecer ahí un poco más, estudiando con cuidado al mortal que había quedado sin habla mientras la miraba muy sorprendido.
Tenía deseos de conocerte Bud de Alcor Zeta —escuchó que ella le habló, mas la valkiria no tuvo que mover los labios para darse a entender.
— ¿Me conoces? —Bud preguntó contrariado.
Ridícula pregunta —sentenció la hija de Odín—. Por supuesto que sé quién eres, así como conozco a todos los hombres y mujeres que nacieron en las tierras de nuestro gran padre, Odín. Después de todo, soy una de las responsables de tejer los tapices del destino bajo el fresno Yggdrasil, mi nombre es Skuld*.
Skuld, una de las tres nornas encargadas de los hilos del destino, y que al mismo tiempo sirve como una valkiria más a las órdenes de Freya.

Por un inexplicable sentimiento de respeto Bud se mantuvo arrodillado ante la divinidad nórdica, empequeñecido por la intrigante presencia que inundó el lugar.
— ¿Has venido a llevarte a mi hermano? —se atrevió a preguntar.
Odín lo ha llamado a su lado, su valor será recompensado y junto al resto de los dioses guerreros gozara de los placeres del Vingólf… Aunque originalmente, también venía por ti. Curioso, sigues con vida pese a que el hilo estaba por llegar a su fin —comentó para oídos del asustadizo Bud— ¿Te gustaría verlo?— inquirió al extender la mano hacia el guerrero. Los cabellos casi blancos de la valkiria se agitaron un poco, siendo uno de ellos el que se alargó hasta llegar al pecho de Bud, tocando justo donde se encontraba su corazón.
El dios guerrero quedó boquiabierto, ¿Acaso ese era el hilo de su vida?, ¿Un simple cabello de la norna Skuld?
En ese largo hilo de oro, Bud notó franjas oscuras, casi invisibles, que marcaban unas divisiones en el tramo del cabello.
No cabe duda que los mortales son interesantes, algunos como tú logran desafiar lo tejido en el Yggdrasil y extienden el hijo de sus vidas, ya sea por su gran voluntad, la intervención de algún dios o el ferviente deseo de un ser querido. Observa bien guerrero de dios, en dos ocasiones has debido morir pero tu hilo continúa extendiéndose— sus palabras eran ciertas, había dos anillos oscuros en ese cordón dorado.
— … ¿Y eso qué significa?...— el tigre blanco preguntó preocupado.
—  Que hay un destino más grande del que yo pude vislumbrar para ti — anunció—. Y con los eventos que han azotado a Asgard gracias al poder de Poseidón, finalmente lo comprendo. El señor Odín tiene planes para su pueblo y para él mismo… Él te ha elegido Bud, pero sólo eres una opción… Necesitas más que haber sobrevivido hasta ahora para ser realmente digno.
— ¿Qué estás tratando de decirme, norna Skuld? —un deje de desconfianza hizo brillar los ojos del joven guerrero.
No tienes ningún poder sobre mí como para que tenga que revelártelo, pero mi misión es ‘tejer lo que deberá ser o lo que es necesario que ocurra’. Si yo quisiera, podría terminar con tu existencia aquí y ahora, o convertirte en un trovador por el resto de tu vida… Lo que yo considere necesario— explicó.
— Parece que los dioses gustan de jugar con los humanos— dijo resentido, después de todo ha tenido una vida llena de infortunio.
Skuld sonrió divertida— Despreocúpate, cuando se trata de hombres con un espíritu como el tuyo es difícil trenzar algo como eso. Además, puede que seas la hebra que necesito para hilar los deseos de mi dios padre. Aunque todavía no estás listo, necesito que me demuestres algo más… Eres fuerte y poderoso, es cierto, pero se necesita de otra clase de fortaleza si es que en verdad serás de quien Odín vaya a aprender.
— ¿Aprender?... ¡No entiendo nada!— renegó, levantándose.
No necesito que lo entiendas, sólo que lo hagas. Sé digno Bud, demuestra que puedes enfrentar tus miedos más profundos y vencer tus oscuros instintos. Haz eso y tejeré para ti algo grande.
— ¡Espera, me rehúso, yo no…!
No recordarás nada de esto hasta el momento en que nos volvamos a ver… Y si eso llega a pasar, significará que has sido elegido como la mejor opción.

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— Skuld… Tú… ¿Cómo pudiste jugar con mi mente así?— poco a poco apartó la mano de su frente, sobreponiéndose al dolor.
Era necesario— dijo la valkiria sin abandonar la montura de su dócil corcel— Creí en ti, y no me defraudaste. Y antes de que digas algo erróneo, te diré que yo no tuve nada que ver con las decisiones que tomaste los últimos días. Debes saber que las nornas no controlamos todos sus movimientos en la vida, sólo aquellos que sabemos son necesarios para lograr el futuro.
— ¿Cómo creerte?
No espero que me creas, pero es la verdad. Eres otro hombre ahora, ya no eres ese niño huérfano y resentido, has escapado de la mediocre existencia en la que bien podrías haberte perdido. Estoy sorprendida y muy satisfecha.
— ¡No quiero ser un juguete de los dioses Skuld, ya no más!
No muestres ingratitud ¿acaso no aprendiste nada durante tu prueba? —la valkiria cuestionó con tranquilidad—. Tu padre rogó a Odín para que te salvara esa fría noche, y él respondió. Tal vez no viviste como un príncipe, pero conociste la generosidad a manos de un hombre honesto. Todo lo que has superado era necesario para que llegaras hasta aquí… Tendrás tu recompensa.
— No necesito nada de ustedes, no planeo ser su herramienta en lo que sea que traman —Bud respondió con el ceño fruncido.
— ¿Acaso me veré en la necesidad de borrar tu memoria de nuevo, Bud? Creí que esto te alegraría— añadió seriamente la valkiria—. Deberías sentirte honrado.
— Inténtalo— ante el inexpresivo rostro de la valkiria, Bud alargó sus garras mortales y encendió su cosmos en advertencia—. Esta vez no será tan fácil.
— ¿Levantas tus puños contra una mensajera de Odín? —Skuld preguntó contrariada.
— ¿Por qué no? Tal vez así se entere que no soy una buena alternativa después de todo.
— Y sin embargo, no podría pensar en nadie más para ayudarnos, Bud.
En ese instante, otra voz femenina intervino, conteniendo el violento cosmos del tigre blanco.
La princesa Hilda había arribado de manera imprevista, con serenidad caminó por entre las ruinas y la nieve.
— Hilda… ¿acaso tú eres parte de esto?—el dios guerrero masculló con recelo.
— Como soberana de Asgard estoy al tanto de los planes del padre Odín. Te lo dije antes ¿no es cierto? Que necesitaré a personas como tú de mi lado para forjar un mejor futuro para Asgard. Y si estás aquí es porque has decidido que así sea.
— Pero no así —apuntó a la valkiria quien permaneció en silencio—. No por alguien que puede manipular todo lo que hagamos a voluntad.
— ¿Así lo sientes Bud? ¿De verdad crees que todo lo que has hecho no es por mérito propio? —la princesa se paró junto a él, dedicándole una reverencia a la norna antes de proseguir—... Tal vez los dioses únicamente te hayan inspirado para que lo hagas, pero al final, si no hubieras sido lo suficientemente capaz, habrías fracasado en todas y cada una de tus acciones. Los dioses no son nuestros enemigos, por lo menos no los de estas tierras. — con suavidad palpó el brazo de Bud para que bajara sus mortíferas zarpas—. Ellos desean compensar todos los siglos de sacrificio que hemos tenido que soportar, y dichosos debemos estar. Trata de entenderlo Bud, ya has llegado hasta aquí, no creo que debas retroceder.
Bud dejó la pose de batalla al sentir que debía confiar en Hilda, no podía sentirse enfurecido con ella, ya no más.
— El mundo está por cambiar, y Odín necesitará guerreros tanto en el Valhala como en la Tierra ¿Me ayudarías aquí, Bud?
Hilda preguntó instantes antes de que el cielo comenzara a oscurecerse. La sacerdotisa, el dios guerrero de Zeta y hasta la misma valkiria de Odín alzaron la vista, contemplando cómo es que una mancha oscura apareció en el sol para ennegrecerlo poco a poco.
— ¿Qué es eso? — Bud cuestionó desconcertado sin apartar la mirada del astro rey.
— La señal del cambio —Hilda  contestó sin temor—… Es cuestión de tiempo para que el mundo sufra una metamorfosis…
La prueba tanto para dioses como para mortales dará inicio cuando el sol vuelva a brillar con todo su esplendor —la norna Skuld profetizó a la pareja cuyos hilos no había decidido unir todavía, y sin embargo lo hicieron por sí mismos. Sonrió al ver como las delgadas hebras de sus vidas se entrelazaban justo como lo hicieron las manos de ese hombre y esa mujer al estar uno junto al otro.
— Tal parece que es como dijiste Hilda —Bud habló. Ninguno de los dos parecía consciente de estar tomados de la mano—. Tenemos que pasar nuestras vidas encarando el futuro… en una lucha eterna.
— Pero no siempre habrá que luchar —corrigió Hilda—. No todo se resuelve con batallas, sino también con palabras y perdón ¿acaso no aprendiste eso?
Bud sonrió avergonzado. Ya más relajado pudo mirar a Hilda a los ojos ¿acaso todo esto lo había planeado ella y no la norna? Tal vez jamás lo sabría— Sí… en eso, te doy la razón.
— No nos corresponde participar en ese desafío que libran ahora Atena y sus santos— reveló la princesa asgariana—. Pero ya habrá otros y tenemos que estar listos ¿estarás conmigo Bud?— preguntó esperanzada.
Bud soltó la mano de la princesa, hincándose en reverencia ante su señora. Dando inicio a su vida como guerrero de la luz— El dios guerrero de Mizard Zeta está listo para iniciar sus funciones. Le serviré fielmente a partir de hoy y para siempre, princesa Hilda.





Capitulo 27.
El vórtice de la tormenta, Parte III.
El bosque oscuro

El lejano aullido que escuchó claramente dentro de la tormenta trajo a Bud ese viejo e importante recuerdo. Algo que percibió como un mal presagio…
Bud, Freya y Elke abandonaron sus actividades y charlas dentro de la mansión al escuchar el llamado de Aullido a través de sus cosmos. Algo grave estaba ocurriendo en Asgard, era su responsabilidad acudir al llamado.

Freya y Elke se aproximaron a Bud de Mizard quien miraba desafiante por una ventana, siendo clara la preocupación que recorría su ser.
Los tres dioses guerreros extendieron sus sentidos hacia donde sentían el cosmos de Sergei de Alioth, intuyendo que estaba siendo partícipe de una confrontación. Siendo él su guía, lograron distinguir las numerosas presencias que ya no podían esconderse entre la feroz tempestad.
— Son entre veinte y treinta individuos —dijo Freya, como si pudiera visualizarlos en la distancia—. ¿Qué está pensando Sergei al ir él solo a enfrentarles? —preguntó preocupada.
— No, son cuarenta, ni más, ni menos —corrigió Elke, quien era mucho más a fin a tales percepciones—. Parece que se han dividido por alguna razón, aunque eso no ha detenido su marcha… pero Sergei ha iniciado una cruenta lucha con uno de ellos —describió como si estuviera allá.
— ¡Debemos ir! —indicó Freya, esperando la autorización del señor Bud.
— Seré yo quien regrese al Valhalla, ustedes dos deben permanecer aquí y cuidar de Syd —Bud indicó tras meditarlo unos segundos.
— ¡Pero señor Bud, el príncipe estará más a salvo si lo llevamos al palacio…! —Freya intentó oponerse.
—Es peligroso viajar con este clima y más si en el camino debemos lidiar con guerreros desconocidos —respondió, caminando hacia la salida tras tomar su abrigo. Si son los mismos de los que hemos tenido noticias de oriente nos esperan pruebas muy difíciles. No pienso exponer a Syd de esa manera, estará más a salvo aquí, con ustedes.
— Dejar a dos guerreras sagradas fuera del combate sólo para servir de niñeras es una estúpida idea —dijo Elke sin contemplaciones.
— ¡Elke! —Freya desaprobó la forma de hablarle a su superior.
— Quizá tengas razón —dijo Bud—, pero quiero poder enfrentar esta situación con la seguridad que las dos mejores guerreras de Asgard estarán al lado de Syd. Si algo llegara a pasar y las cosas resultan como en Egipto, podré confiar en que ustedes lo mantendrán a salvo y lo llevarán a un lugar seguro —explicó sin cambiar de parecer, mirándolas con gesto autoritario—. Aunque lo duden este no es un deseo egoísta de un padre que intenta proteger a su hijo. Asgard necesitará a su príncipe en el futuro, los dioses así lo han decretado.
Elke sólo cruzó los brazos bastante molesta, desaprobando las indicaciones que le fueron dadas.
Freya sentía lo mismo, pero a diferencia de Elke podía sentirse honrada de que el señor Bud le confiara la vida de su único hijo. A ese grado llegaba la estima que sentía por ella y no pensaba defraudarlo.
— Dejo a Syd y el futuro de Asgard en sus manos —Bud dijo con solemnidad, decidiendo emprender el viaje hacia la batalla sin despedirse del príncipe Syd.

Palacio Valhalla.

En la sala del trono, Hilda proyectó su cosmos hacia cada rincón de Asgard para estar al tanto de la situación. Al percibir el cosmos de Sergei de Alioth estallando en la lejanía, supuso que algo grave estaba por suceder, un presentimiento que pudo confirmar gracias a Alwar de Benetnasch, dios guerrero de Eta.
El arpista permaneció junto a la fuente circular que marcaba no sólo el centro de la habitación del trono, sino del palacio mismo. Alguna vez escuchó decir que los antiguos sacerdotes de Odín utilizaban ese espacio como una gran fogata de llamas embravecidas, pero las aguas cristalinas con brillos platinados reflejaban de mejor forma la benevolencia de la actual gobernante de Asgard. La luz que emitía el agua bañaba las paredes de un color azul tan claro que daba la ilusión de encontrarse dentro de un auténtico palacio de hielo.
— El peligro avanza de manera incontrolable por las tierras de Odín —la sacerdotisa previno después de abrir los ojos—. Debemos estar preparados.
A falta de la presencia del señor Bud, Freya y el resto de los dioses guerreros, Alwar de Benetnasch sabía que toda la responsabilidad recaía sobre sus hombros. La seguridad de la familia real de Asgard era su máxima prioridad.
— Los hombres están preparados, la mayoría ha tomado posiciones para salvaguardar el perímetro del castillo —Alwar explicó con una reverencia.
— Alwar, tú y yo sabemos que las sombras que avanzan hacia nosotros no pueden ser contenidas por hombres ordinarios. Sé que es pedirte demasiado, pero si es posible desearía que hubiera el menor número de bajas —pidió, preocupada.
El guerrero de Eta asintió con sumisión —Haré todo lo que esté a mi alcance, señora Hilda. Pero no tema, confiemos en que el señor Bud regresará pronto, además no olvide que aún contamos con Clyde de Megrez y Aifor de Merak. Seguramente ellos vendrán.
Hilda sonrió con optimismo, volviendo a cerrar los ojos.
— ¿Pedirá ayuda al Santuario, mi señora? —intuyó el asgariano ante el semblante de la gran sacerdotisa.
— Aunque ese fuera mi deseo, no puedo —respondió en total calma.
— ¿Por qué no? —se animó a preguntar, intrigado.
— Aún no lo entiendo del todo, pero siento como si algo, o alguien, impidiera que mi cosmos alcance al Patriarca del Santuario… temo que nuestros enemigos no cometerán el mismo error dos veces, tendremos que enfrentar esto solos.
— ¡No necesitamos la ayuda de los forasteros! —clamó Alwar con valentía, obligando a Hilda a mirarlo a la cara—. Le pido que no se angustie señora Hilda, los guerreros de Odín no le fallaremos.
La sacerdotisa sonrió agradecida. Debía creer en la fortaleza de su nación, sería toda una deshonra volverle a fallar al gran dios Odín.

En algún lugar de Asgard.

Sin dejarse amedrentar por el agresivo golpeteo del viento, el dios guerrero de Megrez observa por encima de un desfiladero. Envuelto por una capa y el manto divino de Delta, mira hacia el horizonte de manera analítica.
Junto a él, el joven guerrero de Merak estudia acongojado el panorama. Estuvo al tanto del cosmos de Sergei de Alioth, y tras un repentino estallido contra su rival desapareció todo rastro de él. ¿Eso es lo que les esperaba a todos? ¿Era el significado de su sueño? Se cuestionaba mortificado.
— Se acercan… una horda de ellos subirá por la vereda del sur muy pronto—el guerrero de Megrez señaló con el dedo—. Pero tenemos la ventaja en este terreno —explicó, sonriendo malicioso al ver como una roca cayó por la orilla hasta perderse en el fondo del acantilado.
— ¿Cómo puede estar tan seguro? Yo no percibo nada —aclaró, esforzándose por ver más allá de la tormenta.
— Muchacho tonto —Clyde se mofó con descaro—. No me sorprende de tu cabeza hueca, nunca has sido bueno para escuchar a las personas, mucho menos entender lo que tu alrededor te grita a los oídos —sonrió sarcástico.
Aifor ignoró el comentario con naturalidad, por su convivencia con el guerrero de Megrez había ganado cierta invulnerabilidad a cualquier insulto.
— Pongámonos en marcha, debemos aprovechar que estaremos en terreno elevado —sugirió Aifor de Merak, avanzando por un costado de desfiladero, mas se detuvo al notar que Clyde de Megrez caminó hacia el sentido contrario, rumbo al bosque.
— ¿A dónde va? —inquirió, a un paso de seguirlo.
— También vienen por esta dirección, yo me encargaré. Tú ocúpate de los otros.
— P-pero… —quiso disuadirlo.
Al saber su preocupación, Clyde se detuvo un momento para decir— Tu sueño… dijiste que serías  testigo de mi muerte ¿o no? —cuestionó irónico—. Mantener la distancia sería lo mejor, ¿no lo crees? No hay que apresurar las cosas, el día aún no termina —prosiguiendo su marcha—. Quiero divertirme un poco antes de que las nornas corten mi hilo, además no podemos permitir que esos hombres vuelvan a reunirse.
Aifor de Merak se atragantó por la pesadez que sentía en el pecho, no concebía que su maestro tomara  tan a la ligera la idea de morir, como si tal sentencia la hubiera estado esperando desde hace mucho tiempo. Pero en algo tenía razón y lo mejor era alejarse de él por ahora. No podía preocuparse nada más por Clyde de Megrez, tenía que velar también por la seguridad de todos sus compañeros y los habitantes de Asgard.
Con determinación, Aifor bajó las lentillas de su casco sagrado para reiniciar el andar hacia la batalla.


Clyde de Megrez caminó casi un kilometro para adentrarse al bosque oscuro que conoce como la palma de su mano. Los altos y frondosos árboles crean una resistente bóveda que ni la misma tormenta es capaz de traspasar. Todo el lugar estaba sumido en una penumbra espectral, rodeado por los fieros gritos del viento que sacudían las hojas y las ramas.

En ese lugar entrenó y perfeccionó durante largos años las artes que los Alberich han guardado con recelo durante generaciones. No le pesaba en lo absoluto ser el último de tal linaje, ni siquiera se preocupó por engendrar cuando menos uno o dos vástagos que pudieran continuar con el apellido, ni se permitió tener algún bastardo entre las mujeres de la región. No se arrepentía de ello, ni siquiera ahora que tiene la certeza que su vida está llegando al final.
Tales decisiones hacían difícil de comprender la razón por la que  decidió mantener bajo su protección a Aifor de Merak. Algunos se aventuraban a preguntar y otros a hacer conjeturas, Clyde sólo guardaba silencio pues el chico era su boleto de salida, de una forma u otra.

El dios guerrero de Delta se detuvo al visualizar a la primera sombra que venía a su encuentro, así como a las otras que se posicionaron en las ramas de los arboles. En un instante se vio rodeado por una docena de guerreros con armaduras de colores variados. Clyde de Megrez giró sobre sus talones con lentitud, mirando a cada uno de ellos sin temor. Él no era la clase de adversario que se interesaba en buscar razones para no pelear, por lo que le desagradó escuchar a uno de ellos hablarle.
— Clyde, esbirro de la Casa Alberich, tiempo sin vernos.
El guerrero de Odín se giró lentamente hacia el hombre que se atrevió a avanzar a su encuentro. Ni su presencia, ni su armadura gris despertaron alguna clase de interés en el dios guerrero.
El hombre de cabello castaño y piel bronceada sonreía con arrogancia, guardando silencio como si esperara ser reconocido.
— ¿Y se supone que nos conocemos? —Clyde de Megrez preguntó con indiferencia.
Al guerrero le cambió la expresión a una de completa indignación, pero mantuvo los estribos —Parece que en Asgard continúan con su mala costumbre de enterrar los actos deplorables que cambian el rumbo de la historia. ¡Está bien que finjas no reconocerme, pues yo Kolbeinn de la casa de Yttredal he regresado para tomar lo que por derecho nos pertenece! —clamó, respaldado por el vitoreo de los hombres que lo acompañaban.
Clyde permaneció pensante sin expresión alguna, algo que irritó al llamado Kolbeinn. Él fue de los principales promotores del intento del derrocamiento de Hilda de Polaris años atrás, el exilio fue su castigo, ¡¿pero cómo se atrevían a olvidarse de él?!
En aquel tiempo, sólo hubo dos grandes impedimentos para ver logrado su fin: el feroz tigre de Zeta y el hechicero oscuro de Delta. Sin ellos, Hilda hubiera sido despojada del trono y alguno de sus aliados habría tomado el control.
Ahora que el destino les brindó la oportunidad de vengarse de tal humillación, aceptaron tomar el camino de la venganza, un sentimiento que permaneció latente pese al haber sido acogidos por el reino vecino donde vivieron en paz.
— Jum, la basura sigue siendo basura, no me disculparé por no recordar el nombre de un traidor —Clyde sonrió tras encontrar un viejo recuerdo sin importancia de aquellos días de guerra—. Esto comienza a tomar sentido… ¡Ja! Le dije a la Señora que debíamos de cortarles la cabeza a todos. Será una lección para ella que vea que la piedad no trae ninguna recompensa —rió sonoramente—. Concuerdo con lo que dijiste antes, es una pésima costumbre enterrar la porquería ya que no desaparece y tiende a volver a la superficie. Todos ustedes son la prueba de ello.
— ¡Maldito! —rugió el guerrero mientras el resto de los hombres tembló por la furia.
— Cierto es que tienen uno que otro motivo para levantar sus puños contra Odín, pero no recuerdo que fueran tan inteligentes como para ser el origen de los ataques a Grecia y a Egipto ¿o me equivoco?
— Esas son cosas que no nos conciernen.
— Quiere decir que en efecto se han vendido para lograr sus ridículas intenciones —Clyde dedujo sin quitar su sonrisa altanera.
— ¡A callar! ¡Tú que estás cegado por el fanatismo ha dioses ausentes jamás lo entenderías! ¡Asgard será una nueva tierra donde los hombres gobernarán su propio destino!
— ¿Aún después de tantos años continúan con lo mismo? Son patéticos —Clyde se echó la capa hacia atrás, dejando sus brazos al descubierto—. En ese entonces fracasaron, hoy no será diferente, es claro que sólo son peones sacrificables de un rey que se esconde en algún lugar —llevaba consigo un grueso libro de pasta negra y grabados plateados—. Así que, ya que los han enviado al matadero con mucho gusto seré el verdugo que finalmente los ejecutará como tenían merecido.
— ¡En esta ocasión todo será diferente! ¡Ataquémoslo todos juntos! — Kolbeinn ordenó iracundo.
Los gritos de batalla superaron los silbidos del viento, mas Clyde se mantuvo inmóvil y sonriente pese a que los doce hombres se lanzaron sobre él por todas direcciones.
En respuesta, el guerrero de Megrez Delta encendió su cosmos blanco al abrir el libro que sostuvo con una mano. Las hojas se movieron por sí mismas a gran velocidad hasta detenerse en una página específica.
— Invoco al espíritu del trueno —Clyde musitó con un tono místico— ¡Tordenbrak! —su voz tronó como un relámpago, desencadenando un fuerte temblor a su alrededor. En el suelo se abrieron una serie de grietas de las que emergieron saetas eléctricas, tomando por sorpresa a los guerreros. La mayoría alcanzó a retroceder, mas dos hombres fueron atrapados y golpeados por los rayos.
El guerrero de Megrez permaneció en medio de la barrera eléctrica, observando cómo sus primeras dos víctimas se calcinaban por el golpeteo continuo de los relámpagos hasta quedar ennegrecidos.
— Vuelvo a darte la razón Kolbeinn de la casa de Yttredal, esta vez será diferente… No habrá piedad —Clyde aclaró con soberbia.
Los cuerpos carbonizados cayeron al suelo, marcando conmoción en el rostro de los invasores. El dios guerrero desvaneció la magia que lo protegió con un movimiento de su mano.
Los exiliados estaban estupefactos, es cierto que en el pasado habían sido testigos del poder oscuro del último de los Alberich, ¡pero nada como aquello!
— Que no les sorprenda. En esta ocasión no tengo por qué contenerme, la señora Hilda no está aquí para salvarlos —rió al imaginar lo que cruzaba por sus mentes.
— ¡Mantengan sus posiciones, podemos vencerle, despliéguense! —dirigió un guerrero de ropaje magenta.
— Estúpidos —Clyde se mofó cuando cuatro de los enemigos decidieron atacarlo por diferentes flancos al mismo tiempo.
El dios guerrero de Megrez cerró los ojos para volver a quedarse inmóvil. Con horror los exiliados notaron como las hojas del maléfico libro negro volvieron a moverse— La unidad de la naturaleza —susurró el asgariano cuando los enemigos estuvieron lo suficientemente cerca para escucharlo.

Gritos de espanto cruzaron por todo el bosque cuando las torcidas ramas de los arboles cobraron vida de forma espeluznante. Como serpientes atraparon por las extremidades a todos los enemigos allí reunidos. Algunos intentaron escapar o destruir las ramificaciones que caían sobre ellos, pero resultó inútil resistirse a todo el bosque que los envolvió rápidamente como una telaraña, sobre todo cuando las raíces de los mismos arboles también salieron de la tierra.

La desesperación creció rápidamente en todos ellos, mucho más al verse unos a otros forcejear sin que alguno pudiera liberarse.
La madera marchita crujió de manera horripilante conforme los guerreros fueron arrastrados hacia donde se encontraba el maligno hechicero.
El dios guerrero aguardó paciente a que todos quedaran alrededor de él, como toda una araña que estaba a punto de saciar su hambre con un amplio festín.
Clyde de Megrez rió al verlos como auténticos insectos retorciéndose entre las enredaderas. Los hombres que colgaban de las ramas notaron como en el rostro del hechicero comenzaron a notarse unos inusuales resplandores que le cedían todavía un aspecto mucho más macabro e intimidante.
—Escogieron este lugar creyendo que sería ventajoso para ustedes… —musitó conforme numerosas ramas con puntas afiladas se situaron sobre los prisioneros, quienes aterrados intuyeron lo que estaba por ocurrir.
—Esperaban que fuera mi tumba, pero terminará siendo la suya —sonrió despiadadamente, cerrando el libro negro con fuerza. Dicha acción fue la orden que siguió el bosque para masacrar a los guerreros.
Las ramas atravesaron sus cuerpos con la efectividad de cientos de lanzas. Los alaridos y gritos agonizantes se escucharon al unísono, quedando atrapados en la espesura de los árboles. Unos tuvieron la dicha de morir de forma instantánea, otros sobrevivieron a la primera ola de dolor sólo para sucumbir ante los movimientos de la naturaleza pensante que los arremató con crueldad y sadismo.
Los sonidos fueron apagándose poco a poco hasta que volvió a reinar el silencio dentro del oscuro bosque.
Clyde de Megrez contempló satisfecho cómo la sangre goteaba de todos los cuerpos colgantes. La lluvia carmesí hizo vibrar cada uno de sus sentidos, provocándole una dicha indescriptible.
El dios guerrero alargó la mano para mancharla con la sangre que caía sobre él. Sus dedos comenzaron a temblar conforme se los llevaba a la boca. Pasó la lengua por las yemas de estos, saboreando la cautivadora esencia de la sangre.
Cuando buscó probar más, prefirió golpearse el rostro con la mano extendida, como si deseara asfixiarse a sí mismo.

Clyde soltó  un bufido de desesperación antes de caer de rodillas al suelo, temblando de manera frenética sobre las manchas carmesí.
El dios guerrero se dobló sobre sí mismo, atacado por un intenso dolor que conocía a la perfección. Con esfuerzo, buscó entre sus ropas algo que se le dificultó coger por el entorpecimiento de su cuerpo.
Con dificultad bebió el contenido de un delgado frasco, respirando agitadamente sin poder levantarse del piso.
— Maldito seas… veinte años de esto y… ¡Es suficiente! —rabió—… Mi único consuelo es que… hoy será nuestro último día juntos… Todo terminará… —susurró desafiante.

Con un claro sobreesfuerzo, el dios guerrero tomó el libro negro antes de ponerse de pie. Sudoroso y debilitado dio media vuelta, sabiendo que debía marchar hacia el Valhalla para asistir a sus jóvenes compañeros.
Clyde avanzó unos cuantos pasos nada más cuando percibió un poderoso cosmos desplegándose por el bosque. Se giró con rapidez sólo para ser testigo de cómo todo estaba siendo cubierto por una gruesa capa de hielo de tonalidades verdes, desde el piso hasta la hoja más pequeña. El hechicero vio como ese fenómeno también envolvió a los cadáveres, por lo que saltó para no ser atrapado por el manto de hielo, cayendo sobre el duro y resplandeciente cristal.
— ¿No te alegra haberme escuchado? Te dije que si aguardábamos un poco quizá seriamos testigos de algo asombroso —un hombre dijo entre la oscuridad— ¿Cuál es la lección de todo esto? —inquirió presuntuoso.
— No me vengas con tus sermones ahora, ya entendí que ser cauteloso no significa cobardía —respondió la voz impaciente de una mujer.
— Perfecto, había más alimañas escondidas después de todo —Clyde fingió despreocupación al detectar a dos individuos que habían escapado de su mirada.
— Sí que me dejaste perpleja con esa demostración de poder, dios guerrero de Delta —elogió la mujer de armadura verde jade que emergió de las sombras—. Pero no te servirá más.
— Permanecieron como espectadores todo este tiempo y no se dignaron en intentar salvar a sus compañeros. Sospecho que los asuste un poco ¿no es cierto? —Clyde inquirió ante las precauciones de ese par.
— Hemos esperado mucho tiempo como para que nuestra nueva vida termine aquí y de manera tan cruel —respondió el hombre quien portaba una armadura verde olivo.
— Me es claro que ustedes no son como estos estúpidos —el dios guerrero señaló a las estatuas de hielo. Percibía algo diferente en ellos dos que aún no alcanzaba a comprender.
— ¡Para nada! —la mujer de cabello rubio permaneció junto a su compañero—. A nosotros no nos interesan sus políticas o rencillas sociales. Tenemos una misión, y los dioses guerreros interfieren en ella.
— ¿Puedo saber a quién sirven con tal devoción? —Clyde indagó, concentrándose en reunir fuerzas— ¿Qué es lo que buscan retando la ira de Odín y del Valhalla?
Hombre y mujer sonrieron con complicidad — Pronto ya nadie tendrá que volver a temerle a tu gran Odín—la guerrera respondió, invocando un intenso cosmos esmeralda por el que el bosque de hielo empezó a romperse.
Clyde la imitó al ver como el guerrero se abalanzó sobre él en un ataque directo. Una vez más invocó el espíritu del rayo, pero el enemigo logró abrirse paso por entre las centellas en una temeraria encrucijada, pudiendo asestarle un puñetazo en el abdomen y un rodillazo en el pecho.
Clyde raspó el hielo con su cuerpo hasta ser detenido por una pila de rocas congeladas. Lanzó una mirada furiosa al enemigo quien sólo le dedicó una sonrisa burlona cuando expulsó su propio poder.
Los dos invasores unificaron sus cosmos esmeraldas para producir un estallido cuya ola de destrucción quebró todo lo que estaba bajo el hielo. En pocos segundos el bosque entero fue reducido a miles de fragmentos de cristal que permanecieron flotantes en el aire.
El dios guerrero quedó pasmado ante la manera en la que podían manipular cada trozo de hielo para convertirlo en una mortal avalancha.
— Tu vínculo con la naturaleza no es algo que pudiéramos a superar, pero nos enseñaste que podemos usar el entorno a nuestro favor. ¡Muere ahora!
Los pedazos cristalinos se arremolinaron como un enjambre embravecido, cayendo como un tsunami de hielo cortante contra el dios guerrero.
Clyde logró ponerse de pie, luciendo tan abatido como si llevara días luchando sin descanso. Estuvo a punto de remover las páginas del libro de hechizos para defenderse, cuando una imagen resaltó a su vista.
Dicha visión lo dejó contrariado por un momento, sin embargo terminó por ablandar la mirada y sonreír como si lo hiciera para una querida amiga a la que estuvo esperando por mucho tiempo. Con la imagen de esa hermosa mujer y su corcel blanco se dejó arrastrar por la marejada.
La ola de cristal causó grandes estruendos, fundiéndose con la nieve para alterar la formación del terreno conocido. La tormenta zumbó en los oídos de los guerreros que, victoriosos, observaban el resultado de su fuerza combinada.

El hombre parecía el más satisfecho de poder estar allí sobre sus dos piernas, capaz de sentir el frío en la piel, la emoción acelerándole el corazón, percibir el sutil perfume de los cabellos de su compañera. Habían sido bendecidos con una segunda oportunidad para ver cumplidos sus sueños de antaño, por lo que estaba dispuesto a pasar por encima de cualquiera para conservar lo que se les obsequió.
Una vez que se convencieron de que habían acabado con el asgariano, caminaron por la alfombra de nieve y cristal en dirección hacia donde sentían otros cosmos luchando entre sí.

El guerrero corría al frente mientras la mujer permanecía un poco rezagada. Sus pies se hundían ligeramente en el suelo a diferencia de su pesado compañero, sin embargo en un último paso sintió que algo la sujetó por el tobillo, jalándola con una fuerza descomunal para hundirla en la nieve. Fue tan rápido que apenas un débil sonido de sorpresa se le escapó de los labios para alertar a su camarada.
El hombre miró sobre su hombro, alcanzando a ver como el brazo de la mujer se sumergía en la blancura de la llanura.
— ¿Elier? ¡Elier! —gritó, corriendo hacia el punto donde había desaparecido. La tormenta cubrió rápidamente el espacio sin dejar pista de su paradero. La llamó repetidas veces, escarbando con desesperación.
Se paralizó de forma repentina al percibir una presencia que poco a poco estaba aumentando su intensidad. Se levantó abrumado, buscando en todas direcciones ese cosmos que superó con facilidad el suyo.
Lo sentía provenir de todas partes, sintiéndose asechado por un ente siniestro.

Entonces escuchó un sonoro grito cuando un destello blanco emergió del suelo, borboteando como un violento géiser que se alzó hacia la inmensidad del cielo nublado. Sangre le cayó en la cara cuando el cuerpo de su compañera salió expulsado de la columna de luz.
Impresionado por lo ocurrido, ni siquiera intentó moverse para atraparla. La mujer cayó al suelo inerte y exánime a pocos metros de él. Con horror pudo ver el amplio agujero que le atravesaba el vientre.
El guerrero dio un paso en falso hacia atrás, chocando contra alguien que ya estaba a su espalda. El leve contacto le transmitió un intenso escalofrío que casi le detuvo el corazón. Invadido por un terror incomprensible no se atrevió a mirar atrás.
Una lúgubre respiración zumbaba en su oído, nublando todo pensamiento o acción de valentía. Reconoció esa sensación que sólo una vez se experimenta en la vida, aquella que te abraza antes de morir.
— El amo no estará complacido… —el hombre musitó con resignación.
Justo en ese momento un brazo se cruzó por delante de su pecho para sujetarle la quijada —Pero yo sí —le dijeron con una voz espectral—, gracias por brindarme la oportunidad que necesitaba.
De un sólo movimiento esa mano quebró el cuello del guerrero, volteándole el mentón hacia la espalda. Su rostro quedó congelado con una expresión llena de confusión y espanto, mirando fijamente al dios guerrero de Delta.
Clyde dejó caer el cuerpo de su enemigo, contemplándolo en silencio. Pese a todo, el dios guerrero se encontraba completamente ileso, salvo por tener rastros de abundante sangre seca en la barbilla y en el contorno de los labios, siendo evidente que no le pertenecía a él.
Sus ojos habían cambiado, destellaban con un aura eléctrica que parecía encontrarse atrapada en el interior de su cuerpo, marcándose delgadas grietas luminosas alrededor de los ojos, por la frente y las mejillas.
Ese rasgo tan inhumano reflejaba lo que en verdad pasaba en su interior. Clyde comenzó a reír por lo bajo, aunque conforme iba aumentando la dicha en su ser la transformó en una fuerte carcajada que sobrepasó los sonidos del viento.


FIN DEL CAPITULO 27


Skuld*. Es una de las tres Nornas principales de la mitología nórdica junto a Urd y Verdandi. Junto a sus hermanas tejía los tapices del destino bajo el fresno Yggdrasil.
También desempeñaba un trabajo de valquiria, cabalgando en los campos de batalla mientras decidía sobre las vidas de los combatientes y decidiendo la suerte que llevaría a la victoria.