lunes, 15 de mayo de 2017

EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 64. Batalla de reyes. Parte II


Capítulo 64
Batalla de reyes. Parte II

Templo de Apolo

Cuando los falsos dioses de la Tierra desaparecieron de aquel reino lejano del cosmos, el silencio prevaleció entre ambos Olímpicos.
Los alargados ojos del dios del Sol se entrecerraron demostrando curiosidad, pues era la primera vez que veía a Poseidón envuelto por tan burda materia. Aunque la fuerza de su dunamis* irradiaba en cada átomo de tal cascarón, el brillante cosmos del hijo de Cronos se veía eclipsado por tan débil apariencia.
Creí que no te atreverías a presentarte ante mí —dijo Apolo con tranquilidad— y que como Atena, a quien ahora pareces imitar, enviarías a tus subordinados en un iluso intento por detener mi prominencia solar. Pero parece que aún hay un vestigio de dignidad en ti, Poseidón.
— Lo dice quien envió a sus ejecutores a por mi cabeza —recordó Poseidón con indiferencia; eso no importaba más—. El mundo que habito necesita de ese sol para subsistir, sería fácil extinguirlo, pero no la solución apropiada —comentó el hermano de Zeus, apoyando el tridente en el suelo.
Sobreestimé a mis heraldos y pagarán su fracaso en el Tártaro —el dios dijo con severidad—. Veo que has dejado el peso de mi castigo divino sobre los hombros de tus humanos —supo Apolo, sintiendo que un poder inferior había tomado el lugar de Poseidón como sustento del pequeño planeta azul—, mientras tú has venido con la intención de eliminarme.
— Estoy en mi derecho —aclaró el dios del Mar—. No pienso parlamentar, tú encendiste esta Guerra Santa y te conozco bien como para saber que no retrocederás.
También creía conocerte, Poseidón —alegó Apolo con sosiego—, y te respetaba lo suficiente como para evitar cualquier conflicto entre nosotros… Pero de aquel dios inclemente que castigaba la corrupción de la humanidad, sólo queda un lastimero recuerdo. Atena eligió bien tu castigo y te destruyó por completo… Me basta con nuestro previo enfrentamiento para tener la certeza de que yo venceré.
— Eres tan mordaz e ingenuo como tu padre, Apolo. —Poseidón frunció el ceño, dejando que su cosmos aguamarina se manifestara como gigantescas olas respaldándolo—. Espero no busques su ayuda, mucho menos su perdón.
Hay mucho de mi padre en mí, mas no su ingenuidad, ni su clemencia —dijo el dios, manifestando un radiante cosmos que mezclaba el cálido tono del amarillo y rojo con un contrastante blanco, el cual osciló la dimensión de su reino tras su despertar—… Él dista mucho del gran Rey que alguna vez fue, sus últimas decisiones no me dejan duda de que ha llegado el tiempo de que se cumpla el destino que las Moiras trazaron para él y que con tanto esmero se ha dedicado en posponer.
— La ambición es grande en ti Apolo —Poseidón comprendió—, siempre supe que ansiabas derrocar a Zeus, como muchos otros, mas te sabía lo suficientemente cobarde como para sólo soñarlo… Si te atreves a hablar de tus anhelos tan abiertamente es porque algo ha cambiado.
Una débil sonrisa se marcó en el bronceado rostro del Olímpico.— El último pacto de mi padre con la humanidad será aquello que lo condenará, pues es gracias a él que he podido fortalecer mi cosmos —levantó la mano derecha y la cerró con determinación—, ya no hay razón para temer a los hijos de Cronos.
El inmenso y majestuoso templo de Apolo se incendió completamente, transformándose en torrentes de fuego divino que arremetieron contra Poseidón como si una infinidad de dragones soplaran a la vez.
Poseidón arremolinó su cosmos como un oleaje salvaje que colisionó con las llamas cósmicas, causando una estridente fractura en el reino de Apolo que tiñó el firmamento de colores escarlatas y azules, mientras que el suelo de mercurio pareció extenderse hasta el infinito.
Aquel primer choque de poderes hizo que uno de los pies del dios del Mar retrocediera un mero centímetro, algo que inquietó a Poseidón y deleitó a Apolo.
En cuanto las grandes llamas y el océano se consumieron entre sí, Apolo extendió un brazo hacia el cielo, creando tres esferas luminosas, una roja, una amarilla y una blanca, estrellas que él podía contener en las puntas de sus dedos. Las estrellas comenzaron a girar a su alrededor como satélites alrededor de un planeta.
¿Creíste que al venir hasta aquí la contienda se tornaría a tu favor? —cuestionó el hijo de Zeus con una satisfactoria calma—. Espero que ya hayas comprendido que tu valentía no cambiará nada. La Tierra desaparecerá de este universo, borrando todas las ofensas pasadas, presentes y futuras hacia los dioses…y una vez que te derrote, la fuerza de tu cosmos formará parte de mi dunamis—decretó.
La diminuta esfera carmesí se dividió en cuatro, cruzando el firmamento para transformarse en gigantescas estrellas rojas que se precipitaron hacia el Emperador del Mar.
Poseidón movió su tridente dos veces y los soles fueron cortados por la mitad, extinguiéndose tras un apocalíptico estallido que dejó al dios del mar envuelto por una violenta atmosfera roja.
Resintiendo el calor de tales explosiones, y al ver que su scale vibró por la radiación desatada, Poseidón descubrió algo.— ¿Acaso tú has…? — calló, admitiendo que el poder de Apolo superaba con creces lo que recordaba en él.
¿Comprendes ahora mi ascenso? —se burló Apolo, permitiendo que Poseidón concibiera el auténtico sentido de sus palabras.
— …Te has apoderado del dunamis de otros dioses —musitó Poseidón con evidente desagrado—. ¡¿Te das cuenta del agravio de tal acto?!
Despojar del poder del universo a seres que han deshonrado su existencia complaciendo a los mortales no es una falta, sino un acto de purificación —Apolo dijo en el momento en que la estrella amarilla en su mano se agigantara y soltara un fulminante rayo dorado.
Poseidón liberó de su tridente un fulgor incandescente que impactó contra la llamarada. El choque de ambos torrentes celestiales deformó el mundo que pisaban, derritiéndose por tal colisión. Ambos dioses quedaron varados en la infinidad del espacio, cuyo entorno era un lienzo para agresivas pinceladas de colores cálidos y fríos.
Y ahora es tu turno, Poseidón —el dios del Sol sentenció—. Al venir aquí te anticipaste a mis planes, pero no hay razón para postergar lo que ya he determinado. Destruiré ese sucio caparazón que pareces apreciar tanto… —Los ojos de Apolo brillaron con la fuerza del sol amarillo, cediéndole un poder mayor a su ataque.
Poseidón sintió el tridente de los mares temblar en su mano cada que el rayo solar se acercaba más a él.
Poseidón sabía bien que si tales amenazas eran ciertas, su existencia misma quedaría a merced del dios del sol. Perder el cuerpo del mortal conocido como Julián Solo sería condenarse a algo peor que a lo que Atena lo sentenció en la Antigüedad… pero al mismo tiempo, no podría salir victorioso de tal batalla si continuaba limitándose por preservar su actual forma… y es por ello que tomó la única decisión posible.
Los ojos azules de Poseidón desbordaron cosmos como llamas aguamarinas, borrando toda humanidad en ellos. Apretó con decisión el tridente en su mano y todo el poder que emergía de éste se transformó en una única y delgada línea de luz que fue capaz de partir en dos el fuego divino de Apolo, cortándolo y pasando a través de él con un único objetivo.
Apolo interpuso la palma de la mano ante aquel resplandor. El impacto lo obligó a doblar el brazo hasta quedar contra su pecho mientras sus dedos contenían la incandescente luz que disparó centellas en todas direcciones, siendo uno de esos haces el que le golpeara el rostro y le abriera una profunda herida diagonal en la mejilla derecha.
El icor divino corrió rápidamente por el rostro de Apolo y manchó la gargantilla de oro que cubría su cuello. El dios del Sol terminó aplastando todo ese poder, triturándolo entre sus dedos hasta volverlo polvo estelar. Miró de soslayo su mano humeante y las leves magulladuras sobresaltadas en la piel.
— Los hijos de Zeus no han hecho más que causarme disgustos con el paso de las eras —Poseidón dijo con una retumbante voz. Ahora el cuerpo del Olímpico se había incendiado completamente en cosmos, siendo las flamas aguamarinas contenidas por la scale dorada. En el rostro llameante sólo dos intensos brillos eléctricos resaltaban a la altura de las cuencas oculares.
— ¡Ninguno volverá a desafiarme!—determinó, retándolo con el Tridente de los Mares.

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Territorio Sagrado, ante los Grandes Espíritus.

Avanish entrecerró los ojos al ver la katana dorada en manos de Yoh Asakura, una posesión espiritual del más alto y sagrado nivel al emplearse la fuerza de uno de los grandes espíritus naturales de la Tierra para darle forma.
El primer Shaman King no tenía ninguna influencia sobre ese joven espíritu. De tratarse del elemento de la tierra original de seguro habría podido ponerlo de su lado o someterlo con unas simples palabras… Pero éste ya no era el mundo en el que nació pese a las similitudes.
— ¿Eso será todo? —Avanish inquirió, para nada inquieto por el poder que fluía del shaman y su arma espiritual.
— Tendrá que serlo —Yoh sonrió, confiando en sus habilidades y en lo que estaba por venir.
El rey Asakura volvió a movilizarse con una sublime velocidad equiparada a la de los imbatibles santos de Atena.
Avanish empleó su brazo carbonizado para repeler la hoja brillante. Pese a la apariencia frágil de la deformada y flameante extremidad, la negrura de ésta era lo suficientemente resistente para no ceder ante los violentos espadazos del enemigo. Esta vez requirió los cinco dedos y no sólo uno para contener la ira del Rey de los shamanes.
Aunque cada espadazo hacía temblar el suelo, el señor de los Patronos no retrocedió ni un milímetro, sólo le bastaba la agilidad de su brazo llameante para mantener a raya a su oponente.
— No será suficiente —reiteró Avanish con decepción, dando un fuerte manotazo para quebrar la ofensiva del shaman y precipitar su mano llameante contra el pecho descubierto de Yoh.
Cuando el puño flameante estuvo por tocarlo, una brillante placa de metal se materializó alrededor del cuerpo del Shaman King, expulsando un viento huracanado que impulsó  a Avanish hacia atrás.
Manteniéndose en el aire, el peligris vio con aprobación que Yoh había invocado una segunda posesión con la que materializó una esplendorosa armadura samurái dorada. Aun sin casco, la máscara negra se mantenía adherida a su rostro, dejando  a la vista sus ojos, boca y un poco de piel alrededor de estos.
— ¿Crees que así aumenten mis posibilidades? —preguntó Yoh, permaneciendo con los pies en la tierra.
— Una posesión sagrada… nacida de Egipto si no mal recuerdo. La finada faraona Inet les transmitió ese conocimiento a ti y a tus amigos en tiempos oscuros —relató Avanish, conocedor de dicho evento.
— Una armadura cuya resistencia es la equivalente a la fuerza del alma de quien la invoca, ¿sabes lo que significa? —Asakura blandió la espada a su costado, sujetándola con las dos manos—: Que en mí es realmente una armadura indestructible.
— Pero por cuánto tiempo —cuestionó Avanish con sorna—. En tu condición de humano la energía que requieres para sostener tu inquebrantable defensa es limitada —recalcó con malicia.
— El tiempo que sea necesario —Asakura respondió tras volver al ataque.
La nueva posesión le concedió al Shaman King  un incremento de velocidad y fuerza que combinaron a la perfección con su rugiente espada. Cada embiste empujaba al antiguo dios de la Tierra, quien se dedicaba a defenderse con su brazo demoniaco.
Entre los rápidos sablazos, los ojos de Avanish destellaron y las llamas en su brazo se desataron en un gran torrente que envolvió a Asakura y lo precipitaron al piso.
Los pies de Yoh se enterraron en el suelo mientras interponía su espada contra la terrible corriente cuyo fulgor derretía todo lo que su radiación alcanzaba.
Con un rápido mandoble Yoh liberó una ráfaga cortante que partió en dos la llamarada conforme ascendía hacia el enemigo.
Avanish la esquivó desapareciendo de su camino, reapareciendo junto a Asakura, a quien sujetó del rostro con su llameante mano. La fuerza con la que estrujó a Yoh pudo haber acabado con cualquier hombre o bestia, mas la máscara negra impidió que triturara y derritiera el rostro de su oponente. El antiguo Shaman King estampó la cabeza de Asakura contra el suelo una sola vez, reteniéndolo allí. Antes de que el Shaman King pudiera reaccionar para defenderse, la capa de luz que envolvía a Avanish se deformó a su espalda y adaptó una forma siniestra y bestial, como si hubiera sido poseída por un monstruo de diabólico rostro y letales zarpas con las que retuvo sus brazos y piernas al suelo.
— Es cierto que tu protección es espléndida y sería muy efectiva contra la mayoría de los enemigos de este mundo, pero creo que estás olvidando contra quién estás luchando. —Inclinado sobre él, Avanish lo miró con soberbia y perversidad—. El primero con el título, el único con el nombre… Para mí destruir un alma es algo insignificante, ¿puedes verlo? —preguntó en cuanto la armadura facial de Yoh comenzara a cuartearse entre sus dedos—. ¿Sentirlo? Con esta posesión le has concedido una gran protección a tu cuerpo físico, es verdad, pero expones lo que es realmente importante, tu propia alma, por lo que el dolor debe ser terrible, ¿verdad?
La mandíbula de Yoh permaneció tensa, reflejando que con cada nueva fisura en su máscara lo castigaba un dolor que sobrepasaba todo lo que hubiera sentido antes.
— El que llegaras a pensar que me vencerías tú solo es risible, Asakura. Tu poder espiritual es grande, equiparable al que yo poseía cuando era mortal, pero he sobrepasado todo lo que puedas conocer por la bendición de la Gran Madre, la Gran Voluntad. —El inmortal miró un momento hacia el torbellino de luz que giraba delante de ellos—. ¿Qué me dices ahora? ¿Acaso no te arrepientes de haber evitado el ritual? ¿Dar ese paso a la inmortalidad y al poder?
Cuando los dedos de Avanish llegaron a tocar finalmente sus mejillas Yoh dijo—: Jamás lo haré… aunque fue mi objetivo durante dos encarnaciones, en esta vida he aprendido que lo imposible puede ser efectuado si se tiene la voluntad suficiente… y los aliados adecuados —sonrió pese al dolor.
Aquello sirvió como una orden que desató un terrible sismo por el que el suelo bajo ellos se alzó, elevándolos en el cielo mientras un brazo gigantesco de tierra emergía.
Avanish miró sobre su hombro, observando las crestas del coloso que no hace mucho se manifestó para proteger a los hombres de la maldición de Sennefer.
Avanish se transportó lejos de él, viendo cómo Asakura se reponía sobre la palma del gigante, al mismo tiempo que el coloso abandonaba su forma pétrea para volverse de resplandeciente energía dorada.
— Creí que tu intención era protegerlo, y ahora lo expones sin más… Espero no estés haciéndolo pensando en que me contendré —Avanish aclaró.
— Él no va a morir —explicó Yoh sabiendo los riesgos, pero confiando en que todo resultaría bien. Pasó su mano por el rostro y la máscara destruida se reconstruyó al instante—. Ni él dejará que me mates, aún no es tiempo.
— Entonces deberé asesinar tanto al padre como al hijo —sentenció Avanish, esperando el siguiente ataque.
En cuanto Yoh se colocó encima de la cabeza del titán, éste extendió los largo brazos  hacia el frente y acumuló energía en sus manos, soltándola en un potente y amplio rayo que blanqueó el territorio sagrado unos segundos, barriendo con todo árbol y montaña que estuviera en el horizonte.

Al volver los colores a la normalidad, una flama azul se mantenía flotando en el aire, envolviendo al ileso Avanish, quien sólo miró en silencio a sus oponentes.
La llama se extendió y volvió a adquirir la flexible apariencia de la capa unida al primer Shaman King, manteniendo un fulgor azul celeste.
— Si estás tan empecinado en combatirme, supongo que podremos alargar un poco más nuestro juego, Asakura —Avanish dijo, respaldado por aquella capa flameante que rápidamente comenzó a ensancharse para adquirir una nueva forma —. Las reglas seguirán siendo las mismas, pero esta vez seré yo quien imite lo que tú hagas.
Yoh Asakura observó cómo un ser de energía azul se formó detrás de su enemigo, de la misma magnitud que el espíritu de la tierra, mas con una aspecto más humano pese a la carencia de facciones; en su espalda crecían diez majestuosas alas emplumadas echas de luz, mientras que en su cabeza cargaba una corona de llamas blancas.
— Luchemos como shamanes entonces —Avanish sonrió con complicidad.



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Al borde de la Eternidad.

Del tridente de Poseidón emergió la destrucción en infinidad de saetas aguamarinas que, al dirigirse contra el hijo de Zeus, fueron devoradas por cientos de soles que nacieron y murieron ante Apolo con el único fin de servirle de escudos. Las detonaciones nucleares generaron olas masivas de incandescente cosmos que cubrió a ambos contendientes.
Rompiendo la nubosidad, el tridente de Poseidón viajó como un arpón hacia el dios del Sol. Apolo divisó la agresión, por lo que interpuso ambas manos, repeliendo con su poder el paso del furtivo proyectil, frenándolo a pocos metros de distancia.
Como si tuviera voluntad propia, la estridente arma luchó por continuar su camino pese a que el cosmos de Apolo buscaba destruirla. Poseidón apareció para recuperar su tridente y darle el empuje necesario para superar el cosmos del enemigo.
Ante el resplandeciente filo, Apolo movió su túnica, la cual se encendió con un intenso fuego blanco que le concedió una dureza y flexibilidad extraordinaria capaz de repeler el golpe directo de Poseidón.
Sólo el primer estallido metálico sorprendió al dios del mar, quien continuó con certeros ataques con su tridente divino.
El manto que cubría el cuerpo de Apolo se extendió aún más, perdiéndose en la distancia del infinito y repeliendo cada estocada con la misma efectividad como lo haría con una espada. El dios del sol no tenía que moverse en absoluto para defenderse de los aguerridos movimientos del enemigo.
Tu poder te precede, Poseidón —admitió Apolo, aún ardiéndole la herida en su mejilla—, es una lástima que tu tiempo se agote, tu recipiente está por volverse polvo y entonces serás una presa fácil—dijo al alejarse, dejando una estela blanquecina en su recorrido—. Pero, por el respeto que alguna vez te mereciste, te derrotaré antes de que eso ocurra. —El cosmos de Apolo creció aún más, reflejándose en el brillo de su túnica resplandeciente, obligando a que Poseidón entrecerrara los ojos—. Seré yo quien te consuma por completo.
De cada hebra de luz que conformaba la capa del dios del sol  se liberó una diminuta pero letal estrella; así el vasto espacio alrededor del hijo de Zeus se volvió enteramente blanco conforme cada astro se liberó y a velocidad divina se dirigió hacia a Poseidón como una mortífera lluvia de estrellas.
Rodeado por tan devastador poder, Poseidón en vano intentó protegerse con su cosmos, pues cada que uno de esos haces golpeaba su barrera cósmica ésta se debilitaba. Al final, sólo su tridente logró resistir el embiste de todas ellas.

Para cuando el poder de Apolo se apaciguó y las estrellas a sus órdenes sucumbieron, la imagen de Poseidón se descubrió una vez que los vapores estelares se disiparan.
Aunque el dios del mar sujetaba su tridente con firmeza, el resto de su cuerpo herido temblaba de manera involuntaria. De su scale sólo los dañados brazales y peto permanecieron unidos a él. Las majestuosas llamas de cosmos que antes lo cubrían de la cabeza a los pies quedaron reducidas a pequeñas flamas que apenas se mantenían encendidas en sus piernas, brazos y en el lado izquierdo de su rostro; la piel que quedaba a la vista estaba tan reseca y agrietada que daba la impresión de que con cualquier golpe se rompería como si fuera una figura de cerámica.
Poseidón tragó el sabor de la sangre que se escurría por el lado izquierdo de su boca y miró a Apolo con la visión borrosa, pero aun así fue capaz de notar la sonrisa de satisfacción que se marcó en la cara de éste.
Esa insignificante curvatura en los labios del hijo de Zeus encendió en Poseidón una ira imparable que reavivó la fiereza de su cosmos, con el que volvió a cubrirse por completo, acelerando más el desgaste de su carne al punto en que su brazo izquierdo se desintegró en ese instante.

El poder del dios del Mar creció hasta abarcar gran parte del espacio a su alrededor, levantó el tridente y ante su comando el manto del infinito reaccionó como si fuera un océano de aguas negras, arrastrando las estrellas y otros astros hasta formar un rugiente y monstruoso remolino.
— Desaparece — ordenó Poseidón antes de que la fuerza que giraba a su espalda desatara el poder de su dunamis. De las feroces aguas que arrastraron el universo emergieron millones de colosales fieras marinas que desde la Antigüedad no han sido vistas por los hombres y que parecía siempre estuvieron ocultas en la oscuridad de las galaxias.
Todos y cada uno de esos seres se dirigieron contra Apolo. Leviatanes, sirenas y tritones lanzaron ráfagas de cosmos mientras que el resto de la horda marina avanzó como una estridente estampida hacia el dios.
Con un sólo latir de su cosmos, alrededor de Apolo creció un inmenso sol anaranjado, siendo él el núcleo de tan incandescente escudo contra el que las ráfagas y ejercito divino colisionaron.
Los primeros millares de seres que se impactaron contra las llamas fueron desintegrados por el cosmos del dios del sol, convirtiéndose en polvo estelar. Sin embargo, cada criatura que moría fortalecía al resto del ejército de criaturas; Apolo se percató de ello hasta que la horda comenzó a ejercer una presión en el escudo solar dentro del que se resguardaba, volviéndolo cada vez más pequeño.
Se sorprendió cuando una centena de colosales krakens y calamares pudieron acercarse tanto como para intentar golpearlo con sus tentáculos.
¡Cuánta insolencia! —vociferó el dios, por primera vez sobresaltado, liberando el cosmos que le daba forma al sol a su alrededor, produciendo una titánica explosión que barrió con gran parte de las bestias.

Detrás de su ejército, Poseidón se mantuvo sereno y resguardado por ellos, volviendo a invocar más criaturas, manifestaciones de su dunamis, para enviarlas de nuevo al ataque.
Apolo debió desplazarse de un lado a otro, exterminando a centenares de monstruos con cada movimiento de sus manos, miles con las llamas de su cosmos, millones tras la explosión de las estrellas, pero la horda no parecía disminuir. Intentó en varias ocasiones llegar hasta Poseidón, mas las criaturas se amontonaban como murallas que a toda costa protegerían a su rey.

El dios del Mar comenzó a atacar desde la lejanía con resplandecientes ráfagas de poder emergente de la punta de su tridente, logrando golpear más de una vez a su agobiado rival.
En cierto momento, la horda marina se aglomeró alrededor de Apolo, dejándolo fuera de la vista del Rey del Mar, que se alistaba para un último movimiento, sin embargo, el hijo de Zeus se adelantó.

Poseidón quedó pasmado cuando un rayo resplandeciente salió del muro de monstruos que contenía al dios del Sol, despedazando a la mitad de ellos para seguir a través del espacio, incinerando a todos los que osaran estar en su camino, ya sea por voluntad o por accidente.
Fue tan rápido, incluso para los sentidos de Poseidón, que apenas y pudo percatarse del proyectil hasta tenerlo incrustado en el estómago.
Poseidón se negó a gritar, pero el dolor y gravedad del impacto fue evidente cuando su ejército desapareció sin dejar rastro, volviendo a fundirse de nuevo con la oscuridad del espacio.
Poseidón contempló confundido la flecha dorada que se alojaba en su vientre, para después mirar hacia donde Apolo se mantenía expectante con un hermoso arco entre sus manos. La mirada del dios del sol era sombría y maligna, acompañada de una sonrisa de confianza al saber que finalmente había derrotado al hermano de su padre.
El cosmos de Poseidón, momentos antes iracundo y majestuoso, se empequeñeció, tanto que quedó a la vista un maltrecho hombre que parecía haber envejecido cincuenta años más; su cuerpo se desmoronaba en pequeños trozos secos y de las heridas no emergía sangre, sino luz aguamarina, dunamis, la esencia divina de su ser.
Con la mano y fuerza que le quedaban, intentó retirar la flecha de su cuerpo, pero no logró moverla ni un milímetro.
Es inútil —dijo Apolo, quien ya flotaba sobre él—. ¿Acaso no reconoces esa flecha? —le preguntó, mostrando el precioso arco de adamantio dorado que sujetaba—. El trabajo de Hefesto debería ser reconocido por ti —recalcó—. Si esto me permitió derrotar a Python*, hija de Gea, un descendiente de Cronos deberá sucumbir de igual manera.
Por supuesto que Poseidón conocía la labor de Hefesto y sólo por ello desistió de extraerla, sin mencionar que el poder de Apolo estaba presente en esa flecha sagrada inamovible… Le costaba admitirlo, pero en verdad el hijo de su hermano se había vuelto una deidad muy poderosa.
Débil y furioso ante tales humillaciones, Poseidón sujetó su tridente e intentó atacar al dios del sol, mas Apolo lo anticipó, golpeó y pulverizó el brazo derecho del anciano Olímpico con el extremo de su arco de adamantio.

No hubo dolor por la extremidad perdida, toda la agonía se centraba en el centro de su vientre, con tal intensidad que reprimía su cosmos y cualquier fuerza restante que pudiera emplear para defenderse. Los ojos de Poseidón luchaban por no ceder ante la pesadez de los párpados, pero todo parecía haber llegado a su fin…
Apolo lo sujetó por el cuello, alzándolo hasta donde su brazo quedó completamente estirado. Sus ojos celestes contemplaron una vez más el cuerpo maltrecho del que Poseidón tanto se engrandece sin entender la razón, era tan frágil, tan imperfecto… tan profano para un dios.
Aun con la más leve presión de sus dedos, Apolo sintió que el cuello del avatar se deshacía en partículas de materia que llegaron a rozar sus mejillas.
Poseidón, acabaré ahora con tu sufrimiento— sentenció con gesto de desagrado. Encendió su cosmos y cubrió con éste a su enemigo—. Te liberaré de la prisión en la que mi querida hermana te ha obligado a permanecer, la penitencia que te ha hecho perder el juicio y que te ha degradado a esto. La fuerza de tu cosmos se unirá al mío, lo intensificará más allá del mismo Zeus y cualquier otro Olímpico.

Poseidón cerró los ojos por el abominable dolor que sentía conforme su fuerza vital era arrebatada. Al borde del desmayo no podía moverse, ni ver u oír, la lucidez de sus pensamientos, su individualidad y existencia se perdían entre el breve abrir y cerrar de sus párpados.
Pesó en su alma el terminar así… Aun cuando prometió que saldría victorioso, parece que tal hazaña requería de algo que él aún carecía. En sus desvaríos, propios de un moribundo, pensó en Atena y para ella fueron sus últimos pensamientos, pidiéndole que de algún modo salvara a la Tierra y a la humanidad que ella tanto se esmeró en que los considerara una raza digna de defender. Fue una petición sincera, efectuada desde lo más profundo de su corazón, pues se había dado cuenta de que ella siempre tuvo razón en algo, él nunca contó con lo necesario para ser el dios encargado de mantener el bienestar de ese pequeño planeta azul.

El radiante cosmos de Poseidón desaparecía con rapidez, siendo devorado por el abrasador dunamis del hijo de Zeus.
Apolo permaneció solemne, sujetando la garganta de Poseidón como si fuera una copa de la que estaba por tomar un elixir que le concedería un poder mayor al que jamás hubiera soñado. Enarcó una ceja cuando el cuerpo destrozado de su enemigo dio un inesperado espasmo.
¡No importa cómo, pero tiene que regresar! — Esas fueron las palabras exactas que Tetis clamó antes de que él abandonara la Atlántida.
¡…tiene que regresar!—se repitió en los oídos del agónico dios, quien sólo había respondido con una mirada gentil antes de partir—. ¡No importa cómo…!
No… no puede terminarse así —el Olímpico se dijo a sí mismo, abriendo los ojos con vivacidad—… No hay nadie más que pueda evitar tal catástrofe… ¡Nadie!

Confiando en la victoria y embelesado por el momento, Apolo no vio venir la patada que Poseidón le impactó en la quijada.
La agresión lo tomó totalmente desprevenido, hasta conmocionado por ser víctima de ese movimiento salvaje que le partió el labio inferior y lo llevó a escupir su sangre divina. En su estupefacción, vio cómo las manos de Poseidón se cerraron sobre sus brazos, quedando cara a cara.
El dios del mar reconstruyó en un instante sus extremidades perdidas, empleando su dunamis reunió las partículas de sus propios despojos para volver a darles forma.
La flecha incrustada en el estómago de Poseidón comenzó a cuartearse lentamente, reflejando la lucha del dios por liberarse de la maldición en ella.
— Jamás te permitiré utilizarme como una herramienta para tus fines —susurró lleno de ira.
¿Y qué es lo que pretendes hacer para evitarlo? —cuestionó el arrogante dios del sol, sin buscar liberarse de aquellas aguerridas manos.
— ¿Quieres mi cosmos, Apolo? Lo tendrás. — en un extremo esfuerzo en el que sus heridas se abrieron todavía más, la energía que rodeaba a Poseidón recobró un intenso brillo.
¿Cómo es esto posible? —preguntó Apolo, resintiendo el agresivo dunamis de su oponente—. Estabas a punto de perecer y aun así puedes manifestar tal cantidad de poder.
— No espero que lo entienda un dios como tú, que ha vivido recluido en un paraíso personal sin un propósito, entérate que yo no tengo permitido perder…

El poder de ambos dioses luchó fuertemente uno contra el otro, pues Poseidón intentaba extinguir las llamas del sol con el titánico poder del océano que lo respalda.
— ¡No volveré a fracasar!
 Apolo de inmediato entendió que Poseidón planeaba hacer estallar su dunamis sin importarle perder la vida en el proceso, una técnica de autodestrucción ante la que sólo logró sonreír con lástima
¿Tanta es tu desesperación, Poseidón? ¿A esto llega tu amor por los humanos? —se mofó sin pelear—. ¿Pero de verdad crees que yo podría morir por tu iluso intento? —preguntó Apolo con cruel calma.
— Los siglos tal vez te han hecho olvidar el alcance de mi verdadero poder Apolo, pero pienso recordártelo, así como a todos los Olímpicos que seguramente observan y esperan mi caída— aclaró, convencido de que era la única salida. Si de cualquier forma moriría, lo haría acabando con la amenaza que representaba Apolo para su reino y todos aquellos que juró proteger.
Apolo rió con presunción al ver la decisión de Poseidón en su mirada.— No es que yo quiera impedir que acabes con tu vida Poseidón, pero antes de arrojar tu existencia al vacío ¿por qué no miras más de cerca?— pidió, conforme su túnica blanca se deshacía por la colisión cósmica.
Saldré lastimado, eso no lo niego, pero sobreviviré gracias al obsequio que llevo siempre conmigo— sonrió malicioso, conforme las placas de adamantio dorado, blanco y rojo que protegían el cuerpo del dios del sol quedaban a la vista.
Poseidón frunció el ceño con rabia, atragantándose al reconocer el brillo divino en esa armadura. — ¡Kamui*!

De la espalda de Apolo emergió una estructura circular, de la que crecieron afiladas puntas doradas que simularon la corona de un sol.
Los ojos de Apolo brillaron y su luminoso cosmos creció nuevamente, con tal intensidad que los brazos que Poseidón regeneró volvieron a volverse cenizas por el contacto que mantenía con él.
Antes de pensar en siquiera retroceder, Apolo sujetó la flecha que aun se encontraba incrustada en el cuerpo del Olímpico, enterrándola aún más dentro del reseco cascarón.

El grito de dolor de Poseidón complació a Apolo, quien miraba con gesto placentero el quebradizo y furioso  rostro de Poseidón.
¿Ya has terminado de comprender? No importa cuánto te aferres a vencerme, estabas condenado a la derrota incluso antes de pensar en venir a enfrentarme.— Apolo generó una llamarada en la punta de su dedo índice, el cual apuntó hacia el corazón de Poseidón—. ¡Muere ahora Poseidón, únete a Hades en el olvido! —sentenció.

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Santuario de Atena, Grecia.

Para cuando los heridos Jack de Leo y Nauj de Libra emergieron del templo de Atena, no esperaban encontrarse con un variopinto comité reunido en  la derruida explanada.
Shunrei fue la primera en acudir a su encuentro, seguida por el shaman Kenta al ver que entre ambos cargaban de los brazos a un agónico Terario de Acuario.

Cuando Anna Hiragizawa decidió pasar a través del Templo del Patriarca y acceder a esa vista panorámica del Santuario, todos la siguieron. Asimismo, a la caravana se les unieron los curiosos niños y un malherido Bud, quien al ver la situación de su hijo no fue capaz de permanecer más tiempo convaleciente. Impedido para luchar, lo que menos podía hacer era unir sus esfuerzos a los de Hilda para mantenerlo vivo.

La sacerdotisa Anna avanzó con su bebé a la orilla del lugar, poniendo las manos sobre la losa de piedra que dividía la zona peatonal del vacío. Miró hacia abajo con detenimiento por unos segundos hasta que alzó los dedos y los tronó con mandato.
El sonido alertó al shaman que fue asignado a acompañarla en la incursión, un poco amargado al ser tratado como si fuera un esclavo.
— Anfinn, hay algo allá abajo que necesito que me traigas.
¿Qué? —fue evidente su extrañeza.
— Deprisa —insistió ella sin mirarlo, ni con intenciones de dar más explicaciones.
¿Y qué es exactamente lo que debo traerle? —preguntó tras un suspiro de resignación, conociendo el carácter de la sacerdotisa.
— Lo sabrás en cuanto lo veas. Anda, no me hagas esperar.
El shaman invocó alas espirituales en su espalda antes de descender a aquel vacío, siguiendo una ineficiente pista.

Ayaka, la niña lemuriana, fue la primera en anticipar una inesperada aparición. Se giró hacia las escalinatas de la explanada y allí, materializándose tras los efectos de la teletransportación, vio a su maestro Kiki, vivo y a salvo.
— ¡Maestro! —gritó ella, corriendo a su encuentro sin importarle nada más. Para su suerte, el maestro herrero de Jamir fue liberado del maleficio que dominaba su voluntad en cuanto la flor incrustada en su pecho se marchitara por sí sola.
Kiki se tocó la frente con evidente malestar, como de quien acababa de despertar y con una terrible resaca. Ayaka llegó en el momento en que él bajó una rodilla al suelo y lo abrazó, con lágrimas de felicidad mojando su cara sonrosada.
Con recuerdos confusos y mente cansada, Kiki pudo reconocer a su efusiva pupila, respondiendo el abrazo con una genuina paternidad.
— Ayaka… Yo… ¿Qué es lo que sucedió? —le preguntó, mirando en redondo— … Estamos en… ¿el Santuario…?
— ¡Maestro, si lleva días desaparecido! —lo reprendió la niña, mirándolo con ojos llorosos—. ¡No vuelva a hacerme eso, por favor! —suplicó, limpiándose las mejillas—. ¡Me tenía muy preocupada!
— Lamento haberte asustado —le susurró, exhausto, sabiendo que ella no podría responder sus dudas, pero tenía el presentimiento de haber visto a Hyoga y a Shun en algún lugar…

Con Víctor yendo al lado del santo de Acuario y Ayaka reuniéndose con su maestro, sólo Mailu permaneció junto al afligido y conmocionado Arun.
El rubio Arun nunca había presenciado nada como lo que ese día ha traído, ni siquiera cuando fue perseguido por ángeles y Patronos. Tantos heridos, tristeza, peligros y sufrimiento pesaban en su corazón… y comenzaba a jurar que cada que posaba los ojos en alguien escuchaba voces, ¿sus pensamientos tal vez?
Arun permaneció con la vista clavada en el suelo, temiendo estar perdiendo la cordura. Sus manos temblaban por la ansiedad, algo de lo que Mailu se dio cuenta.
El chiquillo de piel oscura vio tanta aflicción en él que sintió que debía hacer algo por su amigo. Él, quien fue vendido por su madre a la bruja Althea por uno de sus remedios milagrosos, no ha tenido una infancia normal, ni llena de afecto, pero en el corto tiempo que ha permanecido allí en el Santuario, conviviendo con Ayaka y los demás, sólo se le ocurrió una manera de lograrlo. Le sujetó la mano, como si lo hubiera hecho por accidente y no se diera cuenta de ello, incluso miró hacia otro lado para evitar dar cualquier explicación bochornosa.
Arun apretó la mano de su amigo y permaneció así hasta que escuchó que alguien lo llamó a lo lejos.

El Oficial Anfinn volvió a la plataforma en poco tiempo, mostrando a Anna lo que él creía ser el objetivo de la búsqueda. La sacerdotisa asintió con aprobación y contempló la daga dorada en la mano del shaman, la misma con la que antiguos hombres intentaron asesinar a un dios.
Mas antes de que la mujer decidiera lo que se haría con ella, se volvió, sorprendida al escuchar el inesperado aleteo de un búho en las cercanías. Anna contempló con curiosidad al niño rubio que ahora estaba ante la efigie de la diosa en la que Niké y el escudo dorado se encontraban sellados, en espera del reclamo de su legítima dueña.

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Acepte o no mi ayuda, ésta es suya —concluyó la Patrono Tara, quien sólo podía ser vista y escuchada por el Patriarca del Santuario.
La semidiosa, invadida por el espíritu de la venganza, decidió compartir las bendiciones de su poder con los santos de Dragón y Sagitario. Ellos, sin saber la razón, dejaron de sentir dolor y la sangre que fluía fuera de sus cuerpos se detuvo sin más. Tal y como apoyó a sus antiguos compañeros en batalla, Tara les privaría de afrontar la realidad que sus cuerpos sufrían, deteniendo el tiempo de cada uno y sólo hasta el final enfrentarían los pormenores de sus heridas de guerra.

En el cielo, Hades se liberó de la cadena de Andrómeda, mirando con desprecio al osado santo. Shun, engañado por las habilidades de Tara, lanzó la cadena triangular que ferozmente golpeó la espada del dios miles de veces, siendo el mismo número de ocasiones en que fue repelida por el implacable filo.
Un mortífero rayo emergió de la espada divina, Andrómeda hizo girar la cadena circular a su alrededor para protegerse, mas fue embestido por el atronador cosmos de Hades.
¿Ustedes, de nuevo? —inquirió, anticipando la llegada del santo del Cisne, quien lo atacó desde un punto más alto con la Ejecución Aurora.
El aire frío lo golpeó de lleno, mas ante su imbatible poder se encontró con un muro que jamás congelaría. Hades expulsó cosmos, atrapando a Hyoga en un torbellino de poder dentro del que se le dificultó defenderse de los meteoros rojos.
Hades descubrió que Dragón y Sagitario regresaban a la batalla.— ¡No importa cuántos más vengan a enfrentarme, esta vez no ocurrirá ningún milagro! —clamó, desatando una mortífera tormenta de relámpagos que enrojeció el cielo, atrapando a los cuatro santos en una telaraña de muerte y los atacó con innumerables cometas—. ¡Atena no vendrá a salvarlos!

Se vuelve más poderoso a cada momento —Tara advirtió, permaneciendo al lado del Patriarca en su forma astral.
Aun cuando estaba libre de dolores, Shiryu no podía moverse con libertad, ya ni siquiera era capaz de acercarse al dios que se había rodeado por una iracunda tempestad.
Entonces, el cosmos de Shun estalló desde tierra, liberando un denso vapor que inmediatamente se transformó en una rugiente tormenta — Nebula Storm! (¡Tormenta Nebular!) — la cual impactó la colérica corriente emanada por Hades.
El cielo se inundó con  una ventisca mortal que destruyó las montañas que los rodeaban. Anticipando que el santo de Andrómeda terminaría cediendo ante el creciente poder de Hades, Asis se Sagitario decidió actuar.
— ¡Abriré un camino hacia el enemigo Patriarca, no fallen!
— ¡Asis! —Shiryu intentó detenerlo, intuyendo una acción suicida, mas no consiguió frenar al santo, quien se dirigió a la mortífera tormenta maximizando todo su cosmos.
Envuelto por un capullo de su propio poder, y con la bendición de la Patrono Tara, Sagitario logró abrirse camino entre el choque de ambas fuerzas sólo para llegar al centro de la colisión y liberar una ventisca al mismo tiempo en que las alas de su cloth se abrieron de forma majestuosa y radiante.
¡Impulso Celestial! — El poder de Asis se fusionó con el de Shun de Andrómeda, logrando ambos dominar el tifón y  abrir un delgado camino hasta el avatar de Hades.
Shiryu, Hyoga y Shun lanzaron sus más poderosas técnicas a través de aquel corredor dentro de la tempestad, la cual Sagitario pudo dominar por un momento para inmovilizar al enemigo.
La fuerza de los tres santos legendarios golpeó de lleno a Hades, quien salió expulsado a gran velocidad por el firmamento. Sin control alguno y recorriendo kilómetros de distancia, el dios terminó cayendo de espaldas dentro del Coliseo del Santuario.

Tara compartió con Shiryu la lejana visión del dios levantándose en aquel lugar, con el rostro bañado en sangre y nada más.
No es suficiente… se necesitará más que este nivel de cosmos para destruir a una abominación como esa —replicó Tara, volando junto a los tres santos que se dirigían hacia el Coliseo —. Puede haber una solución...
Shiryu lo sabía,  pero en su mente sólo apareció una respuesta, imposible para él saber si fue por conciencia propia o por influencia de la Patrono.
Creo que la llaman Exclamación de Atena —murmuró Tara en ese pensamiento compartido.
¡Está prohibida! — el Patriarca de inmediato rechazó la idea.
¿Por qué preocuparse por el honor de los santo cuando su mejor e invicto campeón ha sido corrompido por el maldición de Hades? ¿En verdad prefiere la extinción en vez de la deshonra?
Jamás lo entenderías— reclamó Shiryu, habiendo presenciado la ejecución de tan abominable técnica en el pasado—. Además, la destrucción que desataría podría ser devastadora para todos.
Tal vez tenga razón, pero no hacerlo quizá le traiga un dolor aún mayor… Aquí hay cuatro santos capaces de lograr la trinidad — Tara murmuró, mencionando sus opciones—, tengo el control de dos de ellos, sólo tendría que convencer a uno más.
Para cuando divisaron la circunferencia del Coliseo, lo vieron incendiado por el flamígero e iracundo cosmos de Hades. El dios permanecía de pie  en medio de la fosa de llamas rojas que poco a poco parecía consumir la humanidad de su avatar.  En las mejillas del dios comenzaron a aparecer grietas de las que su propio cosmos emergía, como una clara señal de que su poder continuaba en aumento.

Asis de Sagitario quedó rezagado del grupo, pero aun cuando pudo haberlos alcanzado sin esfuerzo, se contuvo al ver en su camino al shaman Kenta. El santo frenó estrepitosamente ante el alado shaman quien le señalaba con las manos que se detuviera.
— ¡¿Qué rayos haces?! —el santo cuestionó con clara urgencia.
Debes venir conmigo, ahora —respondió el shaman lo más autoritario que podía ante un santo dorado.
— No tengo tiempo para sus tonterías —Asis fue tajante, pero el shaman insistió al ponerle una mano en el pecho.
¿Quieres destruir a Hades antes de que sea demasiado tarde? Entonces ven conmigo.

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Arun caminó hacia el Templo de Atena una vez que soltara la mano de su amigo, más precisamente hacia la estatua de oro que en el exterior se encontraba bajo una capilla.
Mailu se cruzó de brazos ofendido y avergonzado, pensando en que había sido malinterpretado su gesto lo dejó ir solo hasta allá.
El niño rubio se detuvo a pocos pasos de la efigie de oro, mirando el casco brillante sobre el que un búho de ojos grises se posó tranquilamente.
Entre tantas situaciones, a nadie pareció importarle, ni extrañarle, excepto a la sacerdotisa Anna quien decidió mantener la distancia y las apariencias.
— ¿Quién eres? — cuestionó Arun, mirando al búho con suma curiosidad. Después de dudar si aquello no era más que locura, el infante accedió a seguir sus instintos y acercarse a donde escuchaba emerger esa dulce y pacifica voz. Había algo tan familiar en ella que le dificultó creer que podría estar en peligro.
Él pareció recibir una respuesta que lo conmocionó, pues abrió los ojos con sorpresa y su boca quedó entreabierta por largos segundos.
— ¿Tú…? —preguntó de nuevo, temeroso—. ¿Mi hermana? Yo-yo no… ¡Ah!
Arun tragó saliva varias veces, intentando comprender  lo que se le estaba revelando. Aunque se mostró temeroso al inicio, terminó por comprender algo de vital importancia que le permitió confiar y ser valiente.— ¿En verdad podré ayudar a todos?
La respuesta sólo él la escuchó.
— Sí quiero —dijo él, mirando con determinación el gran escudo circular en la mano de la estatua, así como la estatuilla que había en la otra palma de ésta.
— El Santuario es mi hogar ahora… y quiero vivir aquí, con todos ellos, para siempre —dijo, tocando con sus delgadas manos los sagrados tesoros de la diosa.

Cada santo, shaman, hombre, mujer, niño o adulto vivo dentro del Santuario sintió un alentador palpitar en el corazón en el momento en que Arun tocó el escudo de Atena.
Santos como Jack de Leo, quien en cuanto pudo corrió al Templo de Acuario para cumplir la promesa hecha a Terario, resintieron un cálido y gentil cosmos expandiéndose por su ser, sanando sus malheridos cuerpos y reanimando sus cosmos.
Para cuando Natasha abrió los ojos en el onceavo Templo del Zodiaco, Jack a su lado veía que su brazo fracturado se reponía con propiedad y el resto de sus lesiones se desvanecían sin dejar rastro.

Bud de Mizar, Nauj de Libra, Terario de Acuario, Kiki de Jamir, Shiryu de Dragón, Asis de Sagitario, Shun de Andrómeda, Hyoga de Cisne y todos los demás sobrevivientes heridos en tan oscuro día fueron alcanzados por una milagrosa bendición.

Anna Hiragizawa y el shaman Anfinn miraron al niño de cabello rubio que ahora brillaba como el mismo sol y permanecía aferrado al escudo y a la estatuilla con un gesto de claro sobreesfuerzo y rápido cansancio.
Señora Anna, ¿qué es lo que está pasando?  —preguntó el shaman enmascarado.
Anna se volvió a colocar las gafas de sol para resistir el intenso resplandor dorado, cubriendo a su hija protectoramente entre sus brazos.— Lo que siempre pasa cuando la voluntad de los hombres y los dioses coinciden en este mundo: un milagro.

Asis y el shaman Kenta aterrizaron en la plataforma ligeramente cegados por tal manifestación de poder.
Arun pudo haber sentido la llegada del santo de Sagitario, pues abrió los ojos y miró sobre su hombro sólo para verlo y sonreírle ampliamente.
Yo también puedo dar mi mayor esfuerzo — Asis pudo leer en ese gesto puro e inocente antes de que el niño cayera desmayado.

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Consciente de la situación en la cima del Santuario, la Patrono Tara anticipó el siguiente movimiento de Hades.
— Irá a por el niño…
El despertar de ese poder llevó a la oscura entidad dentro de Seiya a responder por mera voracidad y no con sensatez. Una esencia divina que devorar para fortalecerse, la ansiedad por un dunamis que consumir nubló sus pensamientos racionales para dirigirse hacia allá.
Las cadenas de Andrómeda buscaron detenerlo a toda costa, mas no fueron capaces de sostener al veloz dios que pasaba por encima de los templos zodiacales como un bólido imparable.
Shiryu se adelantó y dejó que la cólera de su cosmos golpeara al imbatible dios. Hades sólo cruzó los brazos sobre su rostro y pasó a través del torrente de dragones, encajando un salvaje rodillazo en el vientre del Patriarca, quien vomitó sangre tras sentir reventados ciertos órganos internos. Sólo el poder de Tara de ignorar el dolor lo mantuvo consciente, pero quedó postrado sobre el techo del templo de Leo.
La intervención de Shiryu permitió que la cadena circular se aferrara al tobillo de Hades, frenando su ascenso un instante y permitiendo que la punta triangular reventara su hombrera negra, hiriéndolo levemente.
Hyoga se desplazó delante del dios, esperando congelarlo con su cosmos llevado al Cero Absoluto, mas fue inútil ante la mirada de Hades que lo paralizó, impidiéndole cualquier movimiento. La espada del dios pasó a través del torso del santo de Cisne, partiéndolo  limpiamente por la cintura.
La Patrono resintió el espadazo mortal como si lo hubiera recibido ella misma. Sabiendo que mantener vivo al santo del Cisne requeriría de una fuerza que no se podía permitir perder, dejó que la muerte actuara sobre él de una vez. Fue sincera con el Patriarca sobre liberar al santo del Cisne y Andrómeda una vez que aquello terminara, pero no poseía el don de regresar a alguien a la vida por mucho que lo intentara. Además, no estaba dispuesta a anteponer la sobrevivencia de totales extraños por encima de su propio deseo. Sólo tenía que resistir un poco más y esperar a que la pieza que decidió colocar en el tablero hiciera su jugada.
El cuerpo del santo de Cisne cayó partido sobre la casa de Libra, conmocionando a Shiryu y a Shun quienes gritaron su nombre con dolor, rabia y frustración.

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Shunrei sostuvo a Arun y anunció que estaba con vida, sólo exhausto por el esfuerzo que realizó para todos.
Asis de Sagitario miró al chico inconsciente unos instantes sólo para fijar su vista en aquello que destellaba aún en la mano alzada de la estatua de oro.
— ¿Es esto a lo que te referías, shaman? —inquirió Asis a Kenta, quien esperó a que la sacerdotisa Anna y Anfinn se acercarán al lugar.
— No, de hecho, la solución que planeábamos darte está acá —respondió Anna, asegurándose de que Anfinn mostrara la daga de oro que se dice es capaz de matar a un inmortal —. Pero parece que tu diosa ha decretado una mejor solución a través de este niño.
Sagitario miró la daga al mismo tiempo en que presentía que el arribo de Hades era algo inminente, y con todos ellos allí reunidos seguro la explanada se volvería una carnicería dantesca.
— La elección es tuya —lo apresuró Anna, también consciente del siniestro destino que se cernía sobre todos los presentes.
Sagitario no vaciló, tomó la reluciente flecha en la que la efigie de Nike se había transformado por voluntad de la diosa Atena.
Saltó rápidamente hacia la gran estatua de la diosa, posándose sobre ella al ser el punto más elevado en el que puede estar de pie, sólo por un viejo hábito de una antigua profesión que no recordaba. Tensó el arco con determinación y poder, dejando que sus sentidos restaurados encontraran al mortífero enemigo.

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La furia al unísono de Dragón y Andrómeda  empujó a Hades de regreso al templo de Virgo, el cual se derrumbó en  cuanto el cosmos del dios rugiera con mayor intensidad y sometiera a los santos con incontenibles meteoros rojos.
Shiryu y Shun cayeron en lados opuestos, agotados, pero sin deseos de rendirse.

Hades los miró con desprecio un momento, sólo para darse cuenta de que a lo lejos estaba siendo acechado por una seria amenaza.
Sobre la gigantesca estatua que se erigía en la cima de la montaña sagrada, Asis elevó su cosmos, poniendo toda su fuerza en esa flecha de esperanza, despertando el fulgor divino que le dio forma y una misión concreta.

Hades no miraba allí al santo, ni la flecha, sino el rostro de la diosa viva que durante milenios le ha impedido cumplir sus ambiciones.
¡¿De nuevo te atreves a retarme, Atena?! —espetó el dios hacia el cielo —. ¡Éste ya no es tu reino, lo abandonaste! — bramó, alzando la espada oscura con la que iba a defenderse.
En ese instante, bajo los hombros de Hades aparecieron un par de brazos que lo sujetaron para inmovilizarlo.
— ¡Shaina! — se exaltaron Shiryu y Shun al reconocer a la aguerrida mujer.
Tara retuvo la respiración. Tras haber aprendido de sus errores pasados, la Patrono había ideado un plan alternativo imaginando que sería la última oportunidad que tendría para vengar a su madre. Transmitiendo una secuencia de imágenes claves en la mente de la amazona de Ofiuco, le hizo entender a ésta algo vital. Así pues, cuando Shaina encontró la oportunidad, se aferró con todas sus fuerzas a Hades.
¡Mujer ingenua, apártate! — El dios expulsó más de su colérico cosmos, hiriendo a la amazona quien dejó escapar un grito al sentir que su cuerpo iba a deshacerse. La armadura de plata que aún la protegía estalló irremediablemente, mas ella continuó aferrada al sombrío guerrero.
— Nunca —logró musitar, ahogada por el dolor que sufría—… ¡¿Me oyes?! Estaré junto a Seiya hasta el final…
Con el corazón a punto de estallarle, el cosmos de Shaina la revistió para mantener una voluntad firme y una fuerza inflexible con la que intentaba impedir que el dios escapara de su destino.
Ese acto de sacrificio logró algo en Hades, un fugaz momento en que se quedó estático y confuso, invadido por recuerdos que no le pertenecían y sentimientos que su avatar tenía muy arraigados en su ser.
En su perplejidad Hades pudo ver una silueta fantasmal acercándose con las manos extendidas hacia él, siendo sólo el dedo índice de la Patrono Tara que le tocó la frente musitando—: Kairos

En la distancia, Asis encontró el tiro certero, por lo que disparó sin contemplaciones pese a los gritos de aquellos que se preocupaban por la vida de la amazona de Ofiuco.

Shaina estaba decidida a sacrificarse si con ello podría terminar con el mal de Hades de una vez por todas. Por más que le doliera en el alma, ella no podía permitir que esa entidad corrompiera más al heroico y amable hombre que amaba. Tenía que detenerlo sin importar el costo, es lo que el santo de Pegaso también querría…

Un poderoso rayo de luz emergió del arco de Sagitario. Hades sufrió una ligera convulsión que pudo confundirse con un intento por escapar de la fatalidad que blanqueó su faz y de la que creyó escuchar—: Decide, Pegaso…

La amazona cerró los ojos y murmuró—: Todo está bien… siempre supe que tenía que ser así —remontándose a las veces en las que ella le sirvió de escudo.
En el último instante, Shaina sintió que Hades la sujetó de un brazo y la jaló de tal forma en la que simuló un malogrado paso de baile por el que la amazona giró. Sin soltarse de las manos, hombre y mujer quedaron separados sólo por la distancia de sus brazos estirados.
Conmocionada, Shaina miró a Hades quien soltó la oscura espada en un claro signo de rendición. El dios le devolvió la mirada, y aun tras su apariencia de cabello negro, sus ojos brillaron con la humanidad y valentía característica del santo de Pegaso una vez más. Aquel hombre mostró una débil sonrisa con la que le susurró un mensaje con su auténtica voz antes de que el fatal resplandor le impactara en el pecho.
— ¡SEIYA! —ella gritó con todas sus fuerzas, reconociendo que el santo obtuvo el control sobre su cuerpo una última vez.

La flecha de Atena entró justo por el mismo lugar en la que la espada de Hades lo hizo hace quince años.
Hades exhaló un grito desgarrador, abrumado por el que la flecha entró a su pecho pero no emergió inmediatamente por su espalda. Dentro del avatar, el cosmos de la flecha divina estaba consumiéndolo todo, obligándolo a abandonar ese cuerpo, ordenándole desaparecer.
Aquellos con sentidos especiales pudieron ver con claridad la batalla cósmica que estaba por despedazar el cuerpo del santo de Pegaso. Mientras la energía majestuosa de la flecha intentaba exorcizar la oscuridad de Hades, éste se aferraba al alma de Seiya, dispuesto a arrastrarlo con él hacia el olvido, ambos desaparecerían en la nada… Algo que Seiya aceptó con valentía.
Víctima de tal agonía, Hades se movió frenéticamente por los escombros del destruido templo zodiacal, temblando y tropezando, alejándose de aquellos que estaban aproximándose al lugar sin saber qué hacer.
Hades, hemos sido enemigos desde la era del mito —escuchó desde su interior—. Si para que en este mundo se respire una autentica paz ambos debemos desaparecer, entonces que así sea.
Hades cayó de rodillas, y al poner las manos en el suelo dio un gran alarido cuando la flecha finalmente logró salir por la espalda del santo de Pegaso, perdiéndose en la distancia como una estrella fugaz que se apagó tintineante en el firmamento.



FIN DEL CAPÍTULO 64


* Dunamis: se le nombra así al cosmos de los dioses en el Episodio G.

* Python/Pitón: en la mitología era una gran serpiente hija de Gea. En algunos relatos se dice que Hera le ordenó perseguir por todo el mundo a Leto (madre de Apolo y Artemisa) hasta que le diera muerte. Para proteger a su madre, Apolo le suplicó a Hefesto un arco y una flecha que le fueron concedidas. Así, Apolo arrinconó y mató a Pitón.

* Kamui: Nombre que se le da a las armaduras de los dioses.


* Aunque entiendo que el Escudo de Atena parece servir sólo para salvar y/o sanar a la diosa, decidí que alguien como Arun pudiera expandir esa habilidad como una curación general.