Souva de
Escorpión concentró su cuerpo en sólo avanzar y mantener su temperatura dentro
de la capa con la que se envolvió. Aun con la protección de su armadura, se
empecinaba a exagerar su disgusto por los climas fríos.
Se admiraba de
la facilidad con la que el hombre que terminó acompañándolo se movía por la
tundra con suma seguridad. Al tratarse del maestro de Terario de Acuario,
imaginó que el viaje sería silencioso y aburrido, pero fue toda una sorpresa
saber que Vladimir era un hombre que estaba dispuesto a seguir una conversación
larga,a diferencia de su pupilo.
— Entonces, ¿va
a decirme lo que en verdad lo motivó para haber querido acompañarme? —Souva
preguntó en cierto momento, conforme se
iban acercando a Bluegrad.
— Terario estaba
pidiéndoselo a Singa cuando escuché la conversación. Me pareció que lo más
apropiado sería que yo te acompañara, además, conozco el camino mejor que mis
alumnos —respondió con la verdad.
— Hmm, ¿así de
peligrosa considera esta visita a Bluegrad? —inquirió Souva, consciente de que
podrían estar caminando hacia la puerta del infierno.
Vladimir se
detuvo y le dedicó media sonrisa a su acompañante —Está bien… me atrapaste, mi
motivo es el mismo por el que convenciste a Terario de que se quedara. Si hay
peligro, mi deber es proteger la integridad de mis discípulos. No quiero
exponerlos a una posible calamidad.
— Eres un buen
hombre, Vladimir.
— Tú también,
Souva de Escorpión —respondió el maestro—. Es tranquilizador que Terario tenga
tan buenos amigos allá en el Santuario.
— ¿Qué puedo
decir? Supuse que si Terario salía herido de todo esto, no me habría sido grato
ver a una bella chica como su hija llorar —dijo con tono de broma.
— Así que te has
dado cuenta de los sentimientos de mi hija.
— Habría que
estar ciego para no hacerlo —el santo respondió.
— ¿Qué me dices
de ti? ¿Acaso no habrá alguien que sufrirá si algo te ocurre? —Vladimir
preguntó.
Souva calló unos
segundos antes de responder, por lo que tras impulsarse para continuar avanzando
es que dijo— Quizá haya alguien que vaya a sufrir por las ampollas que le
saldrán en los pies tras haber bailado tanto sobre mi tumba —rió el descarado
Escorpión—. Vamos, vamos, cambiemos de tema antes de que invoquemos a la muerte
por tanto hablar de ella. No seamos tan pesimistas. Mejor hablemos de, ¿cuál es
el plan?
— Si no te
molesta, creo que lo mejor es que sea yo quien dé la cara en la ciudad.
Aprovecharé mi condición de forastero para adentrarme como un simple viajero
que busca provisiones para continuar mi viaje, algo de información podré
obtener de la población. Tú podrías inspeccionar el lugar de una manera más
sigilosa, pero será importante que no te dejes ver por nadie.
— Me gusta ese
plan —suspira con alegría—. Me hará recordar viejos hábitos.No es por presumir
pero aunque trajera una capa con lentejuelas brillantes, nadie se percataría de
mi presencia aun cuando pasara por una plaza concurrida —bromeó.
Vladimir se
encaminó hacia una pequeña vereda que sabía lo llevaría a la entrada de la
ciudad azul, por lo que sabiendo que era tiempo de despedirse es que se animó a
decir— No pongo en duda tu habilidad, por algo eres discípulo de Kenta
—Vladimir comentó, sin mirarlo.
Por supuesto,
Souva de Escorpión se intrigó —. ¿Cómo es que sabe el nombre de mi maestro?
Mas su pregunta
fue eludida tras un rápida señal de despedida con la que Vladimir se adelantó
hacia Bluegrad.
Capítulo
40. Imperio Azul, Parte IV
Batalla carmesí.
Para Souva de
Escorpión no presentó ningún reto adentrarse a la ciudad. A simple vista era
una comunidad muy tranquila y sociable como las que está acostumbrado recorrer.
Mientras más tiempo pasó inspeccionando el reino, más se convencía que quizá
sólo se trataba de malos entendidos y no existía el peligro que rondaba por las
mentes delosguerreros de Asgard.Aunque no descartaba la posibilidad, pues el
tiempo ha sido un buen maestro que le ha enseñado a no juzgar por lo que veía
sólo en la superficie.
Le era extraño
que a diferencia del reino de Asgard, en Bluegrad el frío no era tan intenso y
podía subsistir flora nada habitual dentro de la región de la tundra.
Desconocía que
tal bendición era acto del emperador Poseidón, quien a través de su cosmos
permitía una atmosfera más benevolente para la ciudad que le había jurado
fidelidad.
Contemplaba a un
padre caminando junto a su hija pequeña cuando percibió el estallido de un
cosmos en la cercanía. Lo tomó totalmente desprevenido, por lo que tardó en
ubicar la dirección de procedencia, sólo hasta que a su vista resaltaron
estelas de humo supo hacia dónde dirigirse.
Al arribar al
lugar, una pelea ya había dado inicio. Oculto, intentó entender lo que detonó
tal situación.
El combate entre
el marine shogun y la mujer de armadura roja llegó a ese momento decisivo en el
que el vencedor está en su derecho de asestar el golpe de gracia o perdonar la
vida a su adversario. Le era claro que aquella feroz mujer no tendría
clemencia, y ni siquiera el espectador de la pelea, pese a tener una expresión
de angustia marcada en el rostro, intervendría para cambiar el veredicto.
Las indicaciones
queTerario le dio antes de marchar del Valhalla vinieron a su mente, peleando
con su propia voz interior que lo impulsaba a actuar. Aunque su misión se
limitaba a comprobar la presencia de enemigos en el reino, no significaba que
pudiera dejar morir a un hombre impunemente.
Imaginó que tarde
o temprano lo reprenderían por su acción que catalogarían insensata, pero cuando una vida estaba en juego él no podía
sencillamente dar media vuelta e ignorarlo… no desde aquel día en que hubiera
dado lo que fuera con tal de que alguien, quien sea, hubiera aparecido para salvar la vida de sus preciados
amigos.
En cuanto disparó dos agujas escarlatas, abandonó todo sigilo para atraer la atención de su
próxima oponente. Habló con osadía sólo para atrapar su atención y que se
olvidara por completo del adversario que yacía agonizante en el suelo.
— ¿Quién eres
tú? —cuestionó la mujer.
— Qué modales
los míos. Mi nombre es Souva, santo dorado de Escorpión, a tu servicio —se
presentó tras una irreverente inclinación.
— Así que no
sólo los marines shoguns sino también el Santuario se ha dado cuenta de nuestra
presencia en Bluegrad, estoy impresionada —Danhiri comentó, sonriente.
— Que quede
entre tú y yo muñeca, la verdad es que esto no ha sido más que un tiro de buena
suerte —el santo confesó, despreocupado—. Fue la intuición de otros los que me trajo
hasta aquí, debería pedirles ayuda en los juegos de azar la próxima vez —meditó
en voz alta.
— Que extraño…
cuando escuchaba sobre los guerreros de Atena imaginaba que serían hombres
mucho más centrados… y en cambio aquí estas tú, el segundo santo al que debo
enfrentar y al que no dejaré escapar esta vez —dijo, acercándose al guerrero de
vestimenta dorada.
— ¿El segundo? Que desilusión, y yo que
esperaba ser el primero en tu vida —bromeó descaradamente—. No me digas,
entonces tú fuiste quien dejó en tales condiciones al santo de Sagitario.
— Oh, así que
sobrevivió después de todo… significa que el chiquillo también, ¿o me equivoco?
—Danhiri dedujo con malignidad
— No me gusta
ser chismoso, pero sí —respondió, intentando averiguar un poco más sobre lo ocurrido
con el enigmático guerrero.
— Eso es
perfecto —la mujer se dijo a sí misma—, por un momento temí que esos tres me
hubieran arrebatado la oportunidad. Supongo que habrá que visitar el Santuario
después de todo.
— ¿”Esos tres”? —inquirió el santo de Escorpión—.
¿Acaso ustedes, los Patronos, tienen competencia?
Danhiri le
dedicó una mirada desafiante — No tengo por qué decírtelo, no es algo por lo
que debas preocuparte ya que no saldrás vivo de aquí —determinó la mujer al
avivar su cosmos rojizo.
— ¿Ni siquiera
me darás una oportunidad para conocernos mejor? Estoy seguro de que podríamos
llegar a entendernos y evitar esta penosa situación —Souva comentó sarcástico.
— Sé todo lo
gracioso que quieras, dicen que es bueno
recibir a la muerte con una sonrisa —la mujer dijo instantes antes de que sus
brazos se movieran y una llamarada mortífera
se desprendiera de ellos.
Souva vio el
torrente de fuego, el cual arrasó el campo que estaba a su alrededor.
Danhiri
descubrió que el Escorpión se movió sólo lo esencial para evitar que sus llamas
lo quemasen.
Souva se mantuvo
de pie, en una posición estilizada como si hubiera dado pasos de baile para
esquivar el ataque.
— Tengo
debilidad por las mujeres que muestran tanta pasión —dijo arrogante, provocando
que la guerrera se exasperara.
— ¡No te atrevas
a burlarte de mí! Eres veloz, es cierto, pero eso no bastará para vencerme
—bramó—. Repudio a los hombres de tu calaña, será un placer incinerar tu
corazón con mis manos. Yo, Danhiri, Patrono del Zohar de Equidna seré quien te
entierre.
Souva silbó con
un gesto divertido—. Tendrás que hacer fila, cariño. No serás la primera en
buscar tal primicia.
— Entiendo la
razón —dijo ella, desplegando su cosmos incandescente que transformó las alas
de su armadura en vívidas plumas de fuego. Tras un leve aleteo, la guerrera
Danhiri se impulsó a gran velocidad contra el santo de Escorpión, quien
interpuso los brazos para frenar su embiste.
Los pies de
Souva rasparon el suelo hasta que logró competir con la potencia de su enemiga,
pero al saberse superado se apartó con un movimiento sagaz en el que inclinó el
cuerpo para evitar el puñetazo de su oponente.
Danhiri lo
siguió con la vista, siendo testigo de cómo las uñas de sus dedos índices y medios
se alargaron hasta transformarse en afilados aguijones carmesís.
El santo de
Escorpión dirigió los filos de su mano derecha hacia la guerrera de Equidna y
tres puntos escarlatas se dispararon de ellos.
La dama sonrió
despectiva, permitiendo que las tres luces impactaran contra su brazal
izquierdo sin recibir daño alguno.
Danhiri mantuvo
alzado el brazo, mostrando la placa reluciente de su armadura—. ¿Y qué se
supone fue eso? Tus picaduras son insignificantes para mí —rió—. Si eso es lo
único que tienes, más vale que te entregues a la desesperanza, nunca podrás
vencerme, escoria.
La guerrera
volvió a lanzarse como un bólido sobre el santo dorado. Souva de Escorpión optó
por una posición defensiva con la que logró defenderse de los rápidos golpes
que llovieron sobre él.
— Una guerrera
hermosa, apasionada y con tremenda fuerza, creo que podría enamorarme —se mofó
el santo, quien logra asestar golpes con sus nudillos y agujas, mas Danhiri
estaba lejos de verse afectada.
— Tus halagos baratos
no van a hacer que sea clemente contigo. ¡Además, considero que es muy pronto
como para que comiences a pedir piedad!
La guerrera de
Equidna manipuló el flujo de las llamas en su espalda, desplegando una densa ola de fuego que golpeó
al santo ateniense.
Souva intentó
mantenerse de pie, mas fue empujado por las brasashacia los rosales. Le
preocupó el resentir el fuego aun cuando su cuerpo se encontraba enfundado por
la armadura dorada.
El santo rodó en
el suelo intentando salir del rango de las llamas que calcinaron el piso y los
arbustos, los cuales se marchitaron en cenizas tras el primer soplo de calor.
Su capa roja se desbarató por el fuego, permaneciendoagazapado con el cuerpo
humeante.
Con una
expresión socarrona, Danhiri preparó un segundo ataque—. ¡Así es, quédate
arrodillado y muere como el perro que eres!
Sabiendo que
tales llamas podrían herirlo de gravedad, el santo de Escorpión decidió no
dejarse alcanzar por ellas.
— Tan bella pero
tan irritable —comentó durante sus rodeos alrededor de la mujer, a quien le
disparaba agujas escarlatas. Sus ataques carmesís pasaban a través del fuego e
impactaban contra la guerrerapero sin provocar mella alguna—. Me recuerdas a
alguien que conozco, las mujeres con tanta fuerza siempre son malhumoradas y su
extraordinario don siempre viene por una razón.
Danhiri frunció
el entrecejo—.¿Acaso nunca te callas?
Las llamaradas
que salían de su cuerpo estallaban sonoramente en cuanto impactaban el espacio
que instantes antes el Escorpión había pisado.
— Quizá por el
odio, tal vez porque vivió una vida difícil y fue la única manera de sobrevivir
—el santo dorado continuó sus ataques escarlatas pese a la ineficiencia de éstos—,
un desamor o por la necesidad de proteger a alguien.
Souva se abrió camino
hacia la guerrera de un movimiento tan veloz que la mujer no tuvo tiempo de
reaccionar.Danhiri se sorprendió pero las patadas y golpes del santo no
lograron más que hacerla retroceder. En cuanto tuvo oportunidad, ella sujetó a
Souva por la muñeca, logrando atestarle un golpe tremendo en la quijada.Sin
soltarlo, continuó castigándolo con potentes puñetazos hasta que el santo de Escorpión
elevó su cosmos y por un instante superó la fuerza de su enemiga, a la que pudo
derribar de un golpe.
Ambos
combatientes tuvieron la oportunidad de alejarse uno del otro. La Patrono de
Equidna se alzó sin problemas, mirando furiosa a su rival.
En cambio Souva
de Escorpión respiraba con dificultad, escupiendo un poco de sangre. Hasta
entonces, pudo ver cómo es que su armadura presentaba algunos daños causados
por la tremenda fuerza de la guerrera de Equidna. Sonrió ya que, por un momento
fugaz, esa mujer le recordó a Calíope de Tauro… imaginó que si algún día la
amazona buscara un desquite final, lo trataría de la misma forma.
Alexer, el
regente de Bluegrad, se limitó a ser testigo del combate, sin alejarse de Natassia
quien continuaba sentada en el sillón de la devastada sala. La mujer permanecía
imperturbable ante todo lo que sucedía frente a sus ojos, sólo pestañeando de
vez en cuando y sin pronunciar sonido alguno.
Alexer se
encontraba tan sumido en sus propios malestares que le fue imposible detectar
cuando alguien más apareció en el recinto. Para cuando se percató del intruso
era demasiado tarde como para actuar.
Allí, detrás de
su hermana, un hombre se encontraba sujetándole la cabeza, obligándola a
inclinarla un poco para exponer su nuca.
— ¡¿Quién eres
tú?! ¡¿Qué pretendes?! —Alexer clamó, iracundo al no reconocer al hombre
presente.
Vladimir no
respondió de inmediato, permaneció con la mirada fija en la nuca de la chica.
Con sus dedos apartó un poco el cabello para comprobar sus deducciones.
Contempló entonces a Alexer, sin permitir que la mujer abandonara su lado pese
a que en cierto momento lo intentó con un movimiento agresivomás propio de una
bestia que de una mujer de apariencia bella y delicada.
— Todo
terminaría más rápido si ayudaras a esa mujer a acabar con el santo de
Escorpión. ¿Qué es lo que pretendes sólo admirando la batalla? —Vladimir habló.
— Suelta ami
hermana ahora… Aunque intentes usarla de escudo, su vida carece de significado
para Danhiri, ni siquiera aunque yo se lo suplicara —respondió Alexer,
intuyendo la intención del aparecido.
— Confío en que
Escorpión podrá hacerse cargo de tu amiga
por ahora, yo estoy más interesado en ti, Alexer —el maestro confesó,
permitiendo que Natassia abandonara su sitio. La mujer con rapidez corrió hacia
una esquina en la que decidió refugiarse.
— ¿Y eso qué
debe de significar? ¿Eres un santo también? —Alexer cuestionó, interponiéndose
entre el intruso y su hermana.
— No, pero yo
sirvo a una orden que también busca la justicia y el equilibrio… y aquí en
Bluegrad es claro que se han llevado a cabo muchas faltas. Tú como el regente
de esta ciudaddebes responsabilizarte de ello —Vladimir lo señaló—. Encontraré
la verdad sobre lo que aquí ha ocurrido y pondré solución a ello.
— Alexer…
mátalo… —musitó Natassia, contemplando con un rictus de odio y miedo a
Vladimir—. ¡Mátalo ahora, es muy peligroso! ¡Hazlo!
El regente de
Bluegrad dudó por un instante al llamarle la atención que Natassia parecía
temerle.
— ¡Que lo hagas
ya! ¡Recuerda! —ella exigió.
— Si tú
insistes… —Alexermusitó, arrancando la túnica que vestía para descubrir la
armadura azul que como líder de los blue warriors
tiene derecho a portar.
— Esperaba que
me enfrentaras empleando la scaleque
te entregó el emperador al que has decidido traicionar —comentó el maestro.
— No soy
admirador de la ironía —respondió, manifestando su cosmos gélido—… Si he de
rebelarme contra Poseidón debo hacerlo como lo que soy, el regente de Bluegrad
y el líder de los bluewarriors.
— Entiendo que
los blue warriors han sido guerreros cuya lealtad se inclina hacia el amo que más
les convenga… y aun así, aquí estás tú, completamente solo, ¿por qué los otros
guerreros no han venido en auxilio de su dirigente? Me pregunto —Vladimir
compartió su duda.
— …No necesito
de la ayuda de nadie para acabar con un insolente como tú. Sin importar quien
seas, deberás morir en mis manos.
Alexer generó
una repentina ventisca que arrastró cristales de hielo contra Vladimir. El
hombre atinó a envolverse con su capa antes de ser golpeado por la fuerza
congelante.
La brutal brisa
lo empujó con fuerza fuera de la mansión, lejos del combate entre el santo y la
Patrono.
Alexer se
impulsó hacia allá, contemplando el témpano de hielo en el que había convertido
a su oponente. En el interior, Vladimir quedó inmóvil, envuelto con su capa
como si fuera un gigantesco capullo.
El dirigente de
Bluegrad alistó su brazo derecho con el que pensó atravesar el hielo junto con
el cuerpo que aprisiona, sin embargo, abandonó la intención cuando vio como un
destello comenzó a crecer dentro del témpano de cristal, el cual estalló al no
poder contener la energía liberada.
Alexer
retrocedió un poco, cegado momentáneamente por la luz que poco a poco se atenuó
alrededor de Vladimir, cuya capa era el objeto que relucía con ese resplandor
dorado.
El blue warrior
percibió una poderosa energía rodeando a Vladimir, descubriendo sus fuerzas.
Alexer se preparó para atacar,mas dudó al ver cómo es que algunas personas se
encontraban cerca, Natassia incluida. La situación pudo haber tomado
desprevenida a la comunidad pero, los allí presentes se limitaron a observar
sin que un gesto de asombro los obligara a correr. Permanecieron como
espectadores, atentos a los sucesos, algo que incomodó a Alexer.
Vladimir estudió
la situación en silencio, comprendiendo un poco la posición del gobernante de
Bluegrad.
El maestro saltó
hacia el techo de una construcción cercana, seguido por Alexer.
— Ahora
comprendo lo difícil que es para ti gobernar estas tierras… —comentó Vladimir,
contrariando un poco a Alexer.
— Tú no sabes
nada. Es claro que eres un aliado del Santuario y eso te hace mi enemigo. ¿Qué
sucederá primero? ¿Danhiri matará al santo dorado, o yo te asesinaré a ti?
Vladimir sonrió
—Para cuando termine contigo, de ti dependerá quién vivirá y quién morirá.
Alexer volvió a
generar una ráfaga congelante que Vladimir eludió por muy poco, mas su brazo
fue alcanzado por el torrente cuyos cristales le hicieron cortes profundos en su
piel. Pese a su herida, podía seguir combatiendo.
— Eres un fuerte
combatiente Alexer. Es claro que para devolverle el equilibrio a Bluegrad
deberé luchar contigo con todas mis fuerzas — Vladimir extendió su capa resplandeciente
y ésta permaneció abierta y suspendida en el aire a manos de una fuerza invisible.
Las pieles de su
ropaje eran ordinarias, mas para los ojos de su Alexer resaltó el cinturón de
cuero del que colgaban y se incrustaban ciertas piezas que parecían huesos y
plumas.
— Posesión de objetos… —escuchó decir a
Vladimir cuando pasara sus manos sobre los objetos de su cinturón.
Un golpe de
viento casi empujó al blue warrior de aquel tejado, mas logró mantenersede pie.
Sus ojos se llenaron de sorpresa al entender a qué clase de individuo estaba
enfrentando.
El atuendo de
Vladimir cambió completamente: tenía un casco hecho con la cabeza disecada de
un hermoso lobo blanco, placas de metal azul que cubrían su pecho, brazos y
piernas, en su brazo derecho se sujetaba un escudo circular que parecía estar
hecho de hielo, y con su mano izquierda sostenía una hacha de batalla. De la
capa resplandeciente crecieron dos gigantescas alas de águila que reconocía
como…
— ¡Eres… un
shaman! —exclamó Alexer.
— Soy Vladimir,
uno de los diez oficiales de la Aldea Apache, miembro de la élite personal del
Shaman King.
— Conozco a los
de tu clase, así como a Yoh Asakura… pero jamás imaginé que el mismo Shaman
King decidiera intervenir en estos asuntos… dijeron que no lo haría —Alexer
explicó con cierta indignación.
— El señor Yoh
no tiene nada que ver en esto, mas ya había percibido una situación extraña
proveniente de estas tierras del norte —Vladimir alistó su arma, dispuesto a
reiniciar la contienda—. Finalmente he descubierto el origen, y es mi deber
como Oficial el resolverla.
— Qué iluso…
nadie puede detener esto, es inevitable —el blue warrior musitó, molesto —. ¡No
hay salvación para este reino maldito!— elevó su cosmos para emplear su más
poderosa técnica— ¡Impulso azul!
*-*-*-*-*-*-
Sugita de
Capricornio y Nihil de Lymnades caminaron por la ruta que el anciano les
indicó. Al notar lo tardío que sería llegar a su destino siguiendo los pasos
del viejo atlante, Sugita lo cargó sobre su espalda para acelerar el ritmo.
El paisaje no
variaba mucho conforme se acercaban al Pináculo de Piedra, mas cuando el
anciano señaló hacia el este, volvieron a dejar la torre muy atrás.
— Estamos por llegar —anunció el anciano.
Sugita y Nihil
se detuvieron en cuanto el camino se cortó ante el terreno hundido dentro del
que divisaron las ruinas de una construcción. Por los vestigios de las columnas
caídas y las bóvedas aún en pie, todo indicaba que alguna vez se trató de un
palacio que pudo haber sido parte de la Atlántida,ya que compartía mucho de su
actual arquitectura.
Aunque muchos de
los muros de la entrada se encontraban caídos, los pocos que quedaban parecían inseguros y podrían bien venirse
abajo en cualquier instante, mas el anciano los alentó a pasarya que allí es
donde encontrarían lo que buscaban.
Una vez que
pisaron los primeros escalones, el viejo pidió que lo bajaran, siendo él quien
debía ir al frente.
Aunque las
sombras eran profundas dentro del recinto, los agujeros en el techo y paredes
permitían que los rayos de luz iluminaran ciertas zonas. Se respiraba mucha
humedad, misma por la que crecía musgo en algunas zonas. Las constantes goteras
formaban pequeñas líneas de agua que terminaban estancándose formando grandes
charcos.
Sugita contempló
lo restos de la estatua que Kenai de Cáncer les describió, sin duda tal
deterioro sobre ella no fue por obra del tiempo sino a manos de alguien que
deliberadamente profanó la estatua del dios y manchó su símbolo… Ahora entendía
las posibles razones.
Nihil miró las
sombras de donde comenzaron a sobresalir siluetas que no le transmitieron
peligro, pero sí otra clase de sentimientos.
Conforme las
siluetas se hicieron más notorias, el anciano alzó las manos en un intento de apaciguar
los murmullos de quienes allí moraban.
El viejo atlante
se aproximó a la penumbra de donde otro par de viejos aparecieron. Se
comunicaron en su lengua nativa, sin apartar la mirada de los forasteros.
Era difícil de
saber la cantidad de personas que se escondían en las sombras más pronunciadas,
pero Sugita creyó haber distinguido pequeñas figuras también, niños, siendo uno
de ellos quien lanzara una piedra en su dirección, mas con su fuerza sólo golpeó la punta de su bota.
La acción
ocasionó cierto sobresalto entre los moradores, siendo una anciana quien
abrazara al niño, quitándolo de la vista de ambos guerreros de la superficie.
— Nos odian
—musitó Nihil durante la espera.
— ¿Esperabas un
mejor recibimiento?
— Es diferente,
hay algo más… que aún no soy capaz de descubrir… ocultan algo —insistió el
marine shogun.
— No estamos
aquí para juzgarlos —recalcó Sugita—. Lo que me intriga es lo que dijo el
viejo… ¿será ese mismo “Atlas” de la historia o se referirá a un descendiente?
El viejo atlante
terminó de hablar con los suyos. La población se dispersó sin decir nada,
dedicándoles hasta en el último de sus pestañeos una mirada recelosa.
—
Les he explicado a los míos el motivo de su arribo. Disculpadlos, están tan afectados
como yo, pero son buenas personas —explicó el anciano al que los
aldeanos llamaron constantemente con el nombre de Palamedes.
— ¿Acaso todos
viven en este lugar? —preguntó Sugita.
—
No, no, sólo algunos por el momento. Nuestras viviendas están un poco lejos de
este recinto, hacia el sur —explicó el anciano, comenzando a andar
con su bastón hacia las profundidades del palacio—. Aquí es la morada de nuestro rey.
Por los pasillos
por los que fueron conducidos, se alzaban unas tiendas con mantas donde
pequeñas velas iluminaban las siluetas de los que allí habitaban. Al pasar,
notaron los curiosos que apartaban un poco las cortinas para ver a los
visitantes, infantes más que nada y uno que otro viejo curioso que se limitaba
a dedicarles un gesto cansado o de preocupación.
Todo allí estaba
inundando en una atmósfera de miseria que Sugita y Nihil no habían visto jamás.
Pese a que ellos mismos sufrieron de una infancia de arduo entrenamiento y
ciertas carencias, en ningún sitio del mundo exterior se habían encontrado con
un escenario así.
Ese lugar, esa
prisión, era la ventana hacia una era remota a la que agradecen no haber
pertenecido… y la que esperanjamásver pintada en los escenarios de su propio mundo.
El anciano y los
guerreros descendieron por un pasillo inclinado donde las baldosas de piedra
comenzaron a ser reemplazadas por un camino de fango, y los muros del palacio
se transformaron en una cueva. Al final del descenso se veía luz anaranjada, la
que es posible por el fuego de un leño y aceite ardiendo.
El viejo atlante
fue el primero en pisar la gruta donde sólo había un amplio lecho de mantas
amontonadas sobre el que un cuerpo reposaba. Y aunque a los ojos de Sugita
rápidamente resaltó el destello dorado del objeto que venía a buscar, no pudo
evitar prestarle mayor atención a la persona que allí yacía.
Ambos jóvenes
contemplaron con seriedad al esquelético anciano al que el viejo Palamedes se
aproximó con devoción, colocándose a su diestra.
— Os presento a nuestro rey, Atlas.
— Es… ¿es el
mismo del que… nos contaste antes? —Sugita debió preguntar.
Palamedes
asintió.
El santo de
Capricornio quedó asombrado, pues si bien aquí han perecido generaciones antes
del mismo Palamedes, ¿cómo era posible que su Rey haya sobrevivido hasta hoy?
El llamado rey
de los atlantes era un viejo delgado con la piel pegada hasta los huesos, su
rostro estaba tan arrugado que los parpados de sus ojos se perdían ante la piel
caída de su frente. Tenía cabello blanco, largo y encrespado, así como una
descuidada barba y bigote que escondían su boca y mentón. Vestía una túnica muy
delgada sobre la que se marcaban sus articulaciones ligeramente dobladas y rígidas
por la edad.
Por un momento
creyeron que se trataba de un cadáver pero, minúsculos movimientos de sus dedos
delataban que aún había algo de vida en él.
— ¿Cómo puede
seguir vivo? —preguntó Nihil, observando detenidamente al cadavérico viejo como
si esperara encontrar su propia respuesta.
— Muchos han sido los que nos preguntamos lo
mismo… pero nuestro rey hace mucho tiempo que perdió la capacidad para
pronunciar palabra, así como su vista, su oído, sus movimientos… quizá hasta su
mente, lo desconocemos. Sólo podemos atenderlo y darle el cuidado respetable
para cualquier anciano —Palamedes explicó con cierta congoja—.Desde que era un niño lo he visto así, y
aunque han pasado los años sólo yo cambié. Es triste —pausó para aclarar su
garganta un poco—. Según dicen, el rey
Atlas quedó devastado por la situación de su pueblo, sobretodo al verlo
dividido por aquellos quienes lo rechazaban y quienes estaban dispuestos a
seguirlo. Una vez que la comunidad aprendió a cómo sobrevivir al cautiverio, se
enclaustró aquí, en este lugar que alguna vez fue su palacio y se desentendió
de todos nosotros. Esta zona quedó como un lugar prohibido, hasta que en la era
de mi padre, decidieron explorar el lugar. Encontraron el mismo escenario que vosotros
veis, salvo que el anciano que aquí yace aún era capaz de comunicarse y caminar
por sí mismo, pero el resto de sus sentidos ya se habían apagado.
— La longevidad
no es un don que me gustaría poseer —musitó Nihil—. ¿Alguien ha intentado
acabar con su miseria?
Palamedes negó
con la cabeza—.Sé que algunos lo han
pensado y en ocasiones se ha discutido… ya sea para darle descanso o para
vengarse de lo que nos hizo —admitió con pesar—. Pero al final siempre nos frena el mismo temor… ¿qué tal si su
condición, la incapacidad de morir y haber sido reducido a un despojo viviente
es parte de los deseos del dios del mar? Podría ser parte de su castigo
personal por lo que sucedió hace ya tanto… Somos más los que tememos esa
posibilidad, por lo que hacemos todo lo que esté a nuestro alcance por
protegerlo, sobretodo de los jóvenes rencorosos.
Sugita de
Capricornio avanzó hacia la caja dorada que se encontraba cerca del lecho. Puso
su mano sobre ella y tras un rápido vistazo descubrió que se trataba de la
armadura de Aries.En cuanto hizo contacto con ella, Sugita se sobresaltó un
poco cuando su propia armadura se cubrió con un leve resplandor tintineante, al
mismo tiempo en que la caja de Aries hizo lo mismo.
— ¿Qué pasa? —se
preguntó al ser la primera vez que experimentaba tal fenómeno.
— De alguna
manera, ambas armaduras se están comunicando —respondió Nihil, interesado por
lo que percibía en ellas. Había escuchado que las cloths de los santos tienen
la cualidad de ser seres vivientes con un raciocinio y sentimientos propios,
ahora lo comprobaba.
Sugita se quedó
inmóvil, temeroso de lo que pudiera pasar si actuara de un modo incorrecto ante
lo desconocido.
Palamedes lucía
preocupado, pero sin importar lo que esos jóvenes hicieran, no existía nadie en
ese lugar que pudiera detenerlos.
Fue una corta
espera para cuando el resplandor en ambas cloths se desvaneciera. El santo de
Capricornio no podía saber a qué se debió tal situación o las consecuencias que
eso traería.
Decidió tomar la
caja con la intención de llevársela de allí, pero debió abstenerse en cuanto
una fuerte descarga le acalambró la mano con la que la tocó.
— ¡¿Pero por
qué…?! Me atacó… —Sugita quedó confundido, alejándose algunos pasos de ella.
— Es evidente
que no quiere irse de aquí —dijo Nihil, repasando el panorama que su recorrido
por las tierras de los atlantes le ha dado.
— Esto sí que
será un problema —musitó el santo, intentando pensar cómo es que lograría
llevar a cabo su tarea. Entre más pronto saliera de allí podría hacer algo por
la comunidad atlante.
— Quizá no ha
concluido la razón por la que vino aquí en primer lugar —comentó Nihil, quien
de pronto puso sus ojos sobre el viejo Palamedes.
El anciano
eludió la mirada del marine shogun, limitándose a guardar silencio.
— No puede ser
casualidad que todo esto se haya dado por coincidencia —aclaró, recordando la
advertencia del emperador Poseidón—. Nos has dicho mucho anciano, pero tus
palabras ocultan más de lo que quieres admitir. Te has contenido pero también
has desvelado situaciones inquietantes de manera consciente… Quieres ser
descubierto.
El marine shogun
se aproximó al viejo en un intento por intimidarlo, mas Palamedes sólo sujetó
con fuerza su bastón.
— Dijiste que
podríamos ser sus salvadores o sus verdugos… ¿hay alguna razón por la que
temieras por tu vida?
— Nihil… —Sugita
intentó intervenir, pero cuando el marine shogun le alzó la mano, sintió la
necesidad de abstenerse esta vez.
— Sí… el mismo
miedo que tenías al principio está fluyendo una vez más, el mismo que todos los
que aquí habitan tienen impresos en sus almas… —el marine shogun siseó,
caminando lentamente a espaldas del anciano.
Pero para cuando
Nihil se plantó a su costado, su voz y su apariencia fueron percibidas de forma
diferente para el anciano.
— ¿Dónde
están los jóvenes y los adultos, papá?—Palamedes escuchó como si se
tratara de la voz de su conciencia, la cual sonaba como su hijo muerto y se manifestaba
a su diestra con su imagen.
— Padre,
¿a dónde fueron los demás? ¿Qué pasó con ellos? ¿Por qué sólo se encuentran los ancianos y los niños?—insistió.
El anciano se
palpó la frente, sabiendo que era imposible que fuera su hijo el que le
hablaba, pero aun así, le resultaba irresistible el deseo de responderle,
aunque se tratara de una ilusión.
Giró un poco la
cabeza y vio ese rostro risueño, la cicatriz en su nariz, los ojos grandes y
expresivos del muchacho del que se despidió aquel día.
— Oh mi muchacho… ojalá de verdad estuvieras
aquí —Palamedes dijo, con una sonrisa entristecida en su cara—. Pero ahora sé que moriste y jamás vas a
volver… no tuviste la misma suerte de esa joven… ella fue el único milagro.
—
¿Qué joven?
—cuestionó su hijo.
— Una de las que fueron contigo… ella volvió
aquí hace poco…
— ¿Volvió? Pero
eso es… imposible.
— Pero es la verdad. Estuvo aquí, apareció en
el campamento. Al principio pensamos que era un espectro, pero estábamos
equivocados. Ella dijo que logró llegar a la superficie, estuvo a punto de
morir es cierto, pero un hombre bondadoso la salvó y acogió. Y ese mismo hombre
le prometió que la ayudaría a cumplir su sueño…. su meta…. —Palamedes
comenzó a temblar de impotencia—. Por eso
pudo volver a aquí, y alentó a todos a
seguirla, a subir a la superficie e ir en búsqueda del ser responsable de
nuestra miseria. Y de nuevo, todos nuestros jóvenes se marcharon, prometiendo
que volverían por nosotros una vez que acabaran con el tirano —Palamedes
lloró, cayendo de rodillas al suelo, sujetándose del lecho del antiguo rey de
la Atlántida—. No pudimos detenerlos… y
muchos otros animaron su intento… fue… Yo… por eso… cuando descubrí la
presencia del marine shogun aquí creí que habían fallado y venían a matarnos
por tal acción… Pero ahora, ya no sé lo que harán con nosotros… todo esto tiene
que terminar… ya no más… ya no más…—suplicó—. Oh nuestro glorioso rey, ¿cómo permitiste que tu sangre sufriera de
esta manera?... ¡¿La desdicha de todos tus hijos… valió la pena?! —reprochó
sin poder abandonar su llanto.
Nihil contempló
al anciano unos segundos más para marchar hacia la salida del recinto.
Sugita entendía
el peligro que había salido de este lugar. Pero en el fondo no podía culpar a
todos esos desdichados. Quizá en su lugar, él también habría marchado en
búsqueda del responsable de tanto daño.
— Tenemos que
volver y reportar esto al Emperador—le dijo Nihil para que lo acompañara, mas
Sugita se quedó al borde de la cama, mirando a los dos ancianos con infinita
pena. Al darse cuenta de que Nihil no se demoraría por esperarlo, decidió
volver a intentar tomar la caja de la cloth de oro, pero un jalón sobre su
muñeca detuvo su intento.
Miró con asombro
la mano huesuda que le sujetó el brazo. El antiguo rey de los atlantes se había
movido, y por tal conexión es que pudo escuchar en su mente — Espera, necesito tu ayuda guerrero de Atena.
*-*-*-*-*-*
— Parece que
Alexer encontró su propia diversión —dijo Danhiri al haber percibido el alboroto dentro de la
mansión y las energías que comenzaron a alejarse de ella.
Souva de Escorpión
también sepercató de ello, mas aprovechó esos pocos segundos de pausa para reponer
fuerzas. Se puso de pie sin ningún problema, pero con lo que se refería a su
aspecto, los ataques de la mujer dejaron raspones y hendiduras en su coraza
dorada.
— ¿Puedes ver ya
la gran diferencia entre nosotros, santo de Atena? —cuestionó Danhiri,
satisfecha por saberse superior en este combate—. Aunque superas mi velocidad,
tus ataques son inútiles contra mí, ya que sin importar las innumerables veces
que has golpeado mi armadura ésta es irrompible. En cambio tú… ¡Ja!, es cierto
que me cuesta un poco el alcanzarte, pero cuando lo hago mis golpes sí te
lastiman —siseó, prepotente—. A este paso la victoria será mía.
— No existe algo
como una armadura irrompible —repuso Souva, comenzando a retroceder poco a
poco—. Han existido hombres que son
capaces de destruir los ropajes de los mismos dioses.
Danhiri rió
divertida —. ¿Vas a decirme que eres uno de ellos? No lo creo pequeño insecto ponzoñoso
—dijo, dejando que el santo retrocediera, pero jamás le permitiría huir—. No sé
demasiado al respecto, pero dudo que seas capaz de destruir mi Zohar. Según cuenta
la leyenda, los Zohars fueron forjados por la misma Gea en tiempos ancestrales,
destinados a ser obsequios para sus numerosos hijos, pero al ver las constantes
disputas entre los miembros de su familia cambió de opinión.
— Si eso es
verdad, ¿cómo es que ustedes las tienen en su poder? —el santo preguntó,
sarcástico—. Si me lo preguntas, creo que sólo te lo estás inventando para
intimidarme.
— ¡Los hechos
hablan por sí mismos, bufón!
— Ya mis amigos
me habían advertido de la gran fortaleza de sus armaduras sagradas… pero en
Asgard ocurrió el milagro y uno de los tuyos fue vencido, por lo tanto no
importa las veces que tenga que intentarlo, ¡voy a privarte de esa armadura de
la que te vanaglorias tanto! —dijo, sonriente al expresar su desafío.
Souva se
envolvió con su cosmos dorado, pese a que Danhiri estaba lejos de preocuparse.
— Eres un necio,
tus pequeños piquetes no pueden hacer nada contra mí.
— ¿De verdad lo
crees? Aunque haya sido un mero rasguño, una demis agujas sí logró hacerte
sangrar —Souva dijo, a lo que intuitivamente Danhiri se palpó la mejilla al
sentir algo cálido recorriendo su piel.
La guerrera de
Equidna vio una insignificante mancha de sangre manchando sus dedos.
— Descuida, esa
no estaba envenenada, sólo ocurrió porque quise tocar tu lindo rostro —se burló,
imitando sobre su propia cara el movimiento que realizó para lograr tal hazaña.
Danhiri cerró el
puño con fuerza, donde apareció una violenta llamarada de fuego—. Gozaré aplastando
cada hueso de tu cuerpo.
— Vaya que
suenas como una chica traviesa —bromeó el santo—, discúlpame pero no soy de los
que disfrutan cuando les infligen dolor… espero que tú sí.
— ¡Eres un
puerco indecente! —la guerrera de Equidna lanzó feroces ataques de fuego que
manipuló como si fueran redes queriendo atrapar a un pez.
Souva logró
pasar a través de las llamas que alcanzaron rozar sus brazos y piernas, mas
guardó sus dolencias para un momento más apropiado.
Souva se impulsó
hacia atrás, alejándose lo más que le fue posible de su oponente.
— ¡¿Acaso crees
que te permitiré escapar?! —Danhiri reclamó al escurridizo Escorpión.
— No, la verdad
es que no quisiera ser alcanzado por mi propia técnica.
— ¿De qué estás
hablando? —la guerrera se contrarió.
— Llevó algo de
tiempo pero me facilitaste las cosas…
Danhiri estaba
por volver a espetar cuando vio unos inusuales resplandores carmesís en su
ropaje —. ¡¿Pero… qué es esto?! —gritó al notar unos minúsculos puntos que se
encendían y apagaban como pequeñas luciérnagas. Esos puntos carmesís estaban
situados por toda su armadura, quizá sobrepasaban la centena —. ¡¿Qué me has
hecho, maldito?!
— Tomar a la
ligera a tu oponente puede llegar a ser un error fatal. Tienes una fe tan ciega
por tu armadura que te das el lujo de recibir cualquier ataque… pero detrás de
un golpe insignificante puede esconderse una técnica mortal, y ese fue tu caso
Danhiri—el escorpión le apuntó con su uña carmesí—. Sin mencionar que tu propio
mal carácter te impidió ver que toqué tu Zohar más veces de las que creíste,
¡es hora de comprobar si realmente es
una armadura de leyenda!
El resplandor de
los puntos escarlatas en el Zohar reaccionaron ante la intensidad del cosmos
dorado de Souva.
— Que te consuma
el destello de mi técnica.¡Estrellas de Antares! —gritó,
empujando los brazos hacia la guerrera que se vio consumida por las explosiones
simultáneas,generadas cada una por las agujas escarlatas en su ropaje.
Las detonaciones
fueron devastadoras, empujando el aire y la nieve, provocando un temblor que
sacudió las construcciones cercanas y terminó por derrumbar la mansión.El humo se alzó como si se tratara
de la boca de un volcán sobre un cielo rojo.
Souva de
Escorpión esperó expectante el resultado de su técnica, aunque intentaba
ocultar su malestar, el cansancio saltaba en su pecho por su respiración
acelerada. Debió emplear todas sus fuerzas en su técnica, esperando que
resultara lo suficientemente potente como para derrotar a tan temible rival.
Entre los
pedazos de tierra que salieron expulsados en todas direcciones, Souva escuchó
cuando cayó el casco rojo de la Patrono. Avanzó un poco hacia él, y con horror
vio que no presentaba ni el más mínimo daño.
— Maldita sea…
—alcanzó a murmurar antes de que un cosmos de fuego se manifestara y volviera
esa columna de humo en todo un torrente de flamas.
Souva de
Escorpión se volvió rápidamente, viendo a Danhiri de Equidna de pie en medio
del profundo cráter que provocó su técnica. Aunque su Zohar se encontraba intacto,
había líneas de sangre escurriendo por su frente y párpado derecho, el cual era
incapaz de abrir.
En su ojo
izquierdo irradiaba el odio que sentía por el santo de Escorpión, nunca se
había sentido tan humillada en toda su vida.
Es cierto que su
ropaje no presentaba daños, pero los impactos fueron tan agresivos que
provocaron cierto dolores… y su ojo…
Danhiri cubrió
su ojo sangrante con la mano, apretando los dientes por el dolor terrible que
desprendía.
— Maldito
infeliz… ¿creíste que sería así de fácil?
— ¿Quieres la
verdad? —Souva se tomó unos segundos para responder con su particular cinismo—.
Por un momento, sí, lo creí…
El cosmos de
Danhiri empezó a tomar una forma definida en la que simulaba su propia figura,
incluyendo las alas de su armadura las
cuales parecían las de un dragón de fuego.
— No pienso
volver a caer en tus ridículas estrategias —Danhiri dijo, con una seriedad
escalofriante—. Esta vez te dejaré sin opciones… no podrás volver a herirme… y
ahora sabrás porqué me he ganado el apodo de “la dama dragón” —la guerrera extendió los brazos, sus manos
comenzaron a absorber las llamas que la protegían, y poco a poco su cuerpo
físico y su armadura comenzaron a volverse de fuego—. Siéntete honrado santo de
Atena, eres el primero contra quien deberé utilizar esta técnica secreta, ¡Drakaina Delphyne!
Souva quedó
asombrado al momento en que Danhiri se transformara por completo en una entidad
hecha de fuego, con enorme alas de dragón, y expulsando su cosmos de una manera
tan sonora que logró imitar el rugido de la legendaria bestia.
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