sábado, 26 de abril de 2014

El Legado de Atena. Capitulo 40 - Imperio Azul Parte IV - Batalla carmesí

Souva de Escorpión concentró su cuerpo en sólo avanzar y mantener su temperatura dentro de la capa con la que se envolvió. Aun con la protección de su armadura, se empecinaba a exagerar su disgusto por los climas fríos.
Se admiraba de la facilidad con la que el hombre que terminó acompañándolo se movía por la tundra con suma seguridad. Al tratarse del maestro de Terario de Acuario, imaginó que el viaje sería silencioso y aburrido, pero fue toda una sorpresa saber que Vladimir era un hombre que estaba dispuesto a seguir una conversación larga,a diferencia de su pupilo.

— Entonces, ¿va a decirme lo que en verdad lo motivó para haber querido acompañarme? —Souva preguntó en cierto  momento, conforme se iban acercando a Bluegrad.
— Terario estaba pidiéndoselo a Singa cuando escuché la conversación. Me pareció que lo más apropiado sería que yo te acompañara, además, conozco el camino mejor que mis alumnos —respondió con la verdad.
— Hmm, ¿así de peligrosa considera esta visita a Bluegrad? —inquirió Souva, consciente de que podrían estar caminando hacia la puerta del infierno.
Vladimir se detuvo y le dedicó media sonrisa a su acompañante —Está bien… me atrapaste, mi motivo es el mismo por el que convenciste a Terario de que se quedara. Si hay peligro, mi deber es proteger la integridad de mis discípulos. No quiero exponerlos a una posible calamidad.
— Eres un buen hombre, Vladimir.
— Tú también, Souva de Escorpión —respondió el maestro—. Es tranquilizador que Terario tenga tan buenos amigos allá en el Santuario.
— ¿Qué puedo decir? Supuse que si Terario salía herido de todo esto, no me habría sido grato ver a una bella chica como su hija llorar —dijo con tono de broma.
— Así que te has dado cuenta de los sentimientos de mi hija.
— Habría que estar ciego para no hacerlo —el santo respondió.
— ¿Qué me dices de ti? ¿Acaso no habrá alguien que sufrirá si algo te ocurre? —Vladimir preguntó.
Souva calló unos segundos antes de responder, por lo que tras impulsarse para continuar avanzando es que dijo— Quizá haya alguien que vaya a sufrir por las ampollas que le saldrán en los pies tras haber bailado tanto sobre mi tumba —rió el descarado Escorpión—. Vamos, vamos, cambiemos de tema antes de que invoquemos a la muerte por tanto hablar de ella. No seamos tan pesimistas. Mejor hablemos de, ¿cuál es el plan?
— Si no te molesta, creo que lo mejor es que sea yo quien dé la cara en la ciudad. Aprovecharé mi condición de forastero para adentrarme como un simple viajero que busca provisiones para continuar mi viaje, algo de información podré obtener de la población. Tú podrías inspeccionar el lugar de una manera más sigilosa, pero será importante que no te dejes ver por nadie.
— Me gusta ese plan —suspira con alegría—. Me hará recordar viejos hábitos.No es por presumir pero aunque trajera una capa con lentejuelas brillantes, nadie se percataría de mi presencia aun cuando pasara por una plaza concurrida —bromeó.
Vladimir se encaminó hacia una pequeña vereda que sabía lo llevaría a la entrada de la ciudad azul, por lo que sabiendo que era tiempo de despedirse es que se animó a decir— No pongo en duda tu habilidad, por algo eres discípulo de Kenta —Vladimir comentó, sin mirarlo.
Por supuesto, Souva de Escorpión se intrigó —. ¿Cómo es que sabe el nombre de mi maestro?
Mas su pregunta fue eludida tras un rápida señal de despedida con la que Vladimir se adelantó hacia Bluegrad.



Capítulo 40. Imperio Azul, Parte IV
Batalla carmesí.


Para Souva de Escorpión no presentó ningún reto adentrarse a la ciudad. A simple vista era una comunidad muy tranquila y sociable como las que está acostumbrado recorrer. Mientras más tiempo pasó inspeccionando el reino, más se convencía que quizá sólo se trataba de malos entendidos y no existía el peligro que rondaba por las mentes delosguerreros de Asgard.Aunque no descartaba la posibilidad, pues el tiempo ha sido un buen maestro que le ha enseñado a no juzgar por lo que veía sólo en la superficie.
Le era extraño que a diferencia del reino de Asgard, en Bluegrad el frío no era tan intenso y podía subsistir flora nada habitual dentro de la región de la tundra.
Desconocía que tal bendición era acto del emperador Poseidón, quien a través de su cosmos permitía una atmosfera más benevolente para la ciudad que le había jurado fidelidad.

Contemplaba a un padre caminando junto a su hija pequeña cuando percibió el estallido de un cosmos en la cercanía. Lo tomó totalmente desprevenido, por lo que tardó en ubicar la dirección de procedencia, sólo hasta que a su vista resaltaron estelas de humo supo hacia dónde dirigirse.

Al arribar al lugar, una pelea ya había dado inicio. Oculto, intentó entender lo que detonó tal situación.
El combate entre el marine shogun y la mujer de armadura roja llegó a ese momento decisivo en el que el vencedor está en su derecho de asestar el golpe de gracia o perdonar la vida a su adversario. Le era claro que aquella feroz mujer no tendría clemencia, y ni siquiera el espectador de la pelea, pese a tener una expresión de angustia marcada en el rostro, intervendría para cambiar el veredicto.
Las indicaciones queTerario le dio antes de marchar del Valhalla vinieron a su mente, peleando con su propia voz interior que lo impulsaba a actuar. Aunque su misión se limitaba a comprobar la presencia de enemigos en el reino, no significaba que pudiera dejar morir a un hombre impunemente.
Imaginó que tarde o temprano lo reprenderían por su acción que catalogarían insensata, pero cuando una vida estaba en juego él no podía sencillamente dar media vuelta e ignorarlo… no desde aquel día en que hubiera dado lo que fuera con tal de que alguien, quien sea, hubiera aparecido para salvar la vida de sus preciados amigos.

En cuanto  disparó dos agujas escarlatas, abandonó  todo sigilo para atraer la atención de su próxima oponente. Habló con osadía sólo para atrapar su atención y que se olvidara por completo del adversario que yacía agonizante en el suelo.

— ¿Quién eres tú? —cuestionó la mujer.
— Qué modales los míos. Mi nombre es Souva, santo dorado de Escorpión, a tu servicio —se presentó tras una irreverente inclinación.
— Así que no sólo los marines shoguns sino también el Santuario se ha dado cuenta de nuestra presencia en Bluegrad, estoy impresionada —Danhiri comentó, sonriente.
— Que quede entre tú y yo muñeca, la verdad es que esto no ha sido más que un tiro de buena suerte —el santo confesó, despreocupado—. Fue la intuición de otros los que me trajo hasta aquí, debería pedirles ayuda en los juegos de azar la próxima vez —meditó en voz alta.
— Que extraño… cuando escuchaba sobre los guerreros de Atena imaginaba que serían hombres mucho más centrados… y en cambio aquí estas tú, el segundo santo al que debo enfrentar y al que no dejaré escapar esta vez —dijo, acercándose al guerrero de vestimenta dorada.
— ¿El segundo? Que desilusión, y yo que esperaba ser el primero en tu vida —bromeó descaradamente—. No me digas, entonces tú fuiste quien dejó en tales condiciones al santo de Sagitario.
— Oh, así que sobrevivió después de todo… significa que el chiquillo también, ¿o me equivoco? —Danhiri dedujo con malignidad
— No me gusta ser chismoso, pero sí —respondió, intentando averiguar un poco más sobre lo ocurrido con el enigmático guerrero.
— Eso es perfecto —la mujer se dijo a sí misma—, por un momento temí que esos tres me hubieran arrebatado la oportunidad. Supongo que habrá que visitar el Santuario después de todo.
— ¿”Esos tres”? —inquirió el santo de Escorpión—. ¿Acaso ustedes, los Patronos, tienen competencia?
Danhiri le dedicó una mirada desafiante — No tengo por qué decírtelo, no es algo por lo que debas preocuparte ya que no saldrás vivo de aquí —determinó la mujer al avivar su cosmos rojizo.
— ¿Ni siquiera me darás una oportunidad para conocernos mejor? Estoy seguro de que podríamos llegar a entendernos y evitar esta penosa situación —Souva comentó sarcástico.
— Sé todo lo gracioso que quieras, dicen que  es bueno recibir a la muerte con una sonrisa —la mujer dijo instantes antes de que sus brazos se movieran y una llamarada mortífera  se desprendiera de ellos.
Souva vio el torrente de fuego, el cual arrasó el campo que estaba a su alrededor.
Danhiri descubrió que el Escorpión se movió sólo lo esencial para evitar que sus llamas lo quemasen.
Souva se mantuvo de pie, en una posición estilizada como si hubiera dado pasos de baile para esquivar el ataque.
— Tengo debilidad por las mujeres que muestran tanta pasión —dijo arrogante, provocando que la guerrera se exasperara.
— ¡No te atrevas a burlarte de mí! Eres veloz, es cierto, pero eso no bastará para vencerme —bramó—. Repudio a los hombres de tu calaña, será un placer incinerar tu corazón con mis manos. Yo, Danhiri, Patrono del Zohar de Equidna seré quien te entierre.
Souva silbó con un gesto divertido—. Tendrás que hacer fila, cariño. No serás la primera en buscar tal primicia.
— Entiendo la razón —dijo ella, desplegando su cosmos incandescente que transformó las alas de su armadura en vívidas plumas de fuego. Tras un leve aleteo, la guerrera Danhiri se impulsó a gran velocidad contra el santo de Escorpión, quien interpuso los brazos para frenar su embiste.
Los pies de Souva rasparon el suelo hasta que logró competir con la potencia de su enemiga, pero al saberse superado se apartó con un movimiento sagaz en el que inclinó el cuerpo para evitar el puñetazo de su oponente.
Danhiri lo siguió con la vista, siendo testigo de cómo las uñas de sus dedos índices y medios se alargaron hasta transformarse en afilados aguijones carmesís.
El santo de Escorpión dirigió los filos de su mano derecha hacia la guerrera de Equidna y tres puntos escarlatas se dispararon de ellos.
La dama sonrió despectiva, permitiendo que las tres luces impactaran contra su brazal izquierdo sin recibir daño alguno.
Danhiri mantuvo alzado el brazo, mostrando la placa reluciente de su armadura—. ¿Y qué se supone fue eso? Tus picaduras son insignificantes para mí —rió—. Si eso es lo único que tienes, más vale que te entregues a la desesperanza, nunca podrás vencerme, escoria.
La guerrera volvió a lanzarse como un bólido sobre el santo dorado. Souva de Escorpión optó por una posición defensiva con la que logró defenderse de los rápidos golpes que llovieron sobre él.
— Una guerrera hermosa, apasionada y con tremenda fuerza, creo que podría enamorarme —se mofó el santo, quien logra asestar golpes con sus nudillos y agujas, mas Danhiri estaba lejos de verse afectada.
— Tus halagos baratos no van a hacer que sea clemente contigo. ¡Además, considero que es muy pronto como para que comiences a pedir piedad!
La guerrera de Equidna manipuló el flujo de las llamas en su espalda,  desplegando una densa ola de fuego que golpeó al santo ateniense.
Souva intentó mantenerse de pie, mas fue empujado por las brasashacia los rosales. Le preocupó el resentir el fuego aun cuando su cuerpo se encontraba enfundado por la armadura dorada.
El santo rodó en el suelo intentando salir del rango de las llamas que calcinaron el piso y los arbustos, los cuales se marchitaron en cenizas tras el primer soplo de calor. Su capa roja se desbarató por el fuego, permaneciendoagazapado con el cuerpo humeante.
Con una expresión socarrona, Danhiri preparó un segundo ataque—. ¡Así es, quédate arrodillado y muere como el perro que eres!
Sabiendo que tales llamas podrían herirlo de gravedad, el santo de Escorpión decidió no dejarse alcanzar por ellas.
— Tan bella pero tan irritable —comentó durante sus rodeos alrededor de la mujer, a quien le disparaba agujas escarlatas. Sus ataques carmesís pasaban a través del fuego e impactaban contra la guerrerapero sin provocar mella alguna—. Me recuerdas a alguien que conozco, las mujeres con tanta fuerza siempre son malhumoradas y su extraordinario don siempre viene por una razón.
Danhiri frunció el entrecejo—.¿Acaso nunca te callas?
Las llamaradas que salían de su cuerpo estallaban sonoramente en cuanto impactaban el espacio que instantes antes el Escorpión había pisado.
— Quizá por el odio, tal vez porque vivió una vida difícil y fue la única manera de sobrevivir —el santo dorado continuó sus ataques escarlatas pese a la ineficiencia de éstos—, un desamor o por la necesidad de proteger a alguien.
Souva se abrió camino hacia la guerrera de un movimiento tan veloz que la mujer no tuvo tiempo de reaccionar.Danhiri se sorprendió pero las patadas y golpes del santo no lograron más que hacerla retroceder. En cuanto tuvo oportunidad, ella sujetó a Souva por la muñeca, logrando atestarle un golpe tremendo en la quijada.Sin soltarlo, continuó castigándolo con potentes puñetazos hasta que el santo de Escorpión elevó su cosmos y por un instante superó la fuerza de su enemiga, a la que pudo derribar de un golpe.
Ambos combatientes tuvieron la oportunidad de alejarse uno del otro. La Patrono de Equidna se alzó sin problemas, mirando furiosa a su rival.
En cambio Souva de Escorpión respiraba con dificultad, escupiendo un poco de sangre. Hasta entonces, pudo ver cómo es que su armadura presentaba algunos daños causados por la tremenda fuerza de la guerrera de Equidna. Sonrió ya que, por un momento fugaz, esa mujer le recordó a Calíope de Tauro… imaginó que si algún día la amazona buscara un desquite final, lo trataría de la misma forma.

Alexer, el regente de Bluegrad, se limitó a ser testigo del combate, sin alejarse de Natassia quien continuaba sentada en el sillón de la devastada sala. La mujer permanecía imperturbable ante todo lo que sucedía frente a sus ojos, sólo pestañeando de vez en cuando y sin pronunciar sonido alguno.
Alexer se encontraba tan sumido en sus propios malestares que le fue imposible detectar cuando alguien más apareció en el recinto. Para cuando se percató del intruso era demasiado tarde como para actuar.
Allí, detrás de su hermana, un hombre se encontraba sujetándole la cabeza, obligándola a inclinarla un poco para exponer su nuca.
— ¡¿Quién eres tú?! ¡¿Qué pretendes?! —Alexer clamó, iracundo al no reconocer al hombre presente.
Vladimir no respondió de inmediato, permaneció con la mirada fija en la nuca de la chica. Con sus dedos apartó un poco el cabello para comprobar sus deducciones. Contempló entonces a Alexer, sin permitir que la mujer abandonara su lado pese a que en cierto momento lo intentó con un movimiento agresivomás propio de una bestia que de una mujer de apariencia bella y delicada.
— Todo terminaría más rápido si ayudaras a esa mujer a acabar con el santo de Escorpión. ¿Qué es lo que pretendes sólo admirando la batalla? —Vladimir habló.
— Suelta ami hermana ahora… Aunque intentes usarla de escudo, su vida carece de significado para Danhiri, ni siquiera aunque yo se lo suplicara —respondió Alexer, intuyendo la intención del aparecido.
— Confío en que Escorpión podrá hacerse cargo de tu amiga por ahora, yo estoy más interesado en ti, Alexer —el maestro confesó, permitiendo que Natassia abandonara su sitio. La mujer con rapidez corrió hacia una esquina en la que decidió refugiarse.
— ¿Y eso qué debe de significar? ¿Eres un santo también? —Alexer cuestionó, interponiéndose entre el intruso y su hermana.
— No, pero yo sirvo a una orden que también busca la justicia y el equilibrio… y aquí en Bluegrad es claro que se han llevado a cabo muchas faltas. Tú como el regente de esta ciudaddebes responsabilizarte de ello —Vladimir lo señaló—. Encontraré la verdad sobre lo que aquí ha ocurrido y pondré solución a ello.
— Alexer… mátalo… —musitó Natassia, contemplando con un rictus de odio y miedo a Vladimir—. ¡Mátalo ahora, es muy peligroso! ¡Hazlo!
El regente de Bluegrad dudó por un instante al llamarle la atención que Natassia parecía temerle.
— ¡Que lo hagas ya! ¡Recuerda! —ella exigió.
— Si tú insistes… —Alexermusitó, arrancando la túnica que vestía para descubrir la armadura azul que como líder de los blue warriors tiene derecho a portar.
— Esperaba que me enfrentaras empleando la scaleque te entregó el emperador al que has decidido traicionar —comentó el maestro.
— No soy admirador de la ironía —respondió, manifestando su cosmos gélido—… Si he de rebelarme contra Poseidón debo hacerlo como lo que soy, el regente de Bluegrad y el líder de los bluewarriors.
— Entiendo que los blue warriors han sido guerreros cuya lealtad se inclina hacia el amo que más les convenga… y aun así, aquí estás tú, completamente solo, ¿por qué los otros guerreros no han venido en auxilio de su dirigente? Me pregunto —Vladimir compartió su duda.
— …No necesito de la ayuda de nadie para acabar con un insolente como tú. Sin importar quien seas, deberás morir en mis manos.
Alexer generó una repentina ventisca que arrastró cristales de hielo contra Vladimir. El hombre atinó a envolverse con su capa antes de ser golpeado por la fuerza congelante.
La brutal brisa lo empujó con fuerza fuera de la mansión, lejos del combate entre el santo y la Patrono.
Alexer se impulsó hacia allá, contemplando el témpano de hielo en el que había convertido a su oponente. En el interior, Vladimir quedó inmóvil, envuelto con su capa como si fuera un gigantesco capullo.
El dirigente de Bluegrad alistó su brazo derecho con el que pensó atravesar el hielo junto con el cuerpo que aprisiona, sin embargo, abandonó la intención cuando vio como un destello comenzó a crecer dentro del témpano de cristal, el cual estalló al no poder contener la energía liberada.
Alexer retrocedió un poco, cegado momentáneamente por la luz que poco a poco se atenuó alrededor de Vladimir, cuya capa era el objeto que relucía con ese resplandor dorado.
El blue warrior percibió una poderosa energía rodeando a Vladimir, descubriendo sus fuerzas. Alexer se preparó para atacar,mas dudó al ver cómo es que algunas personas se encontraban cerca, Natassia incluida. La situación pudo haber tomado desprevenida a la comunidad pero, los allí presentes se limitaron a observar sin que un gesto de asombro los obligara a correr. Permanecieron como espectadores, atentos a los sucesos, algo que incomodó a Alexer.
Vladimir estudió la situación en silencio, comprendiendo un poco la posición del gobernante de Bluegrad.
El maestro saltó hacia el techo de una construcción cercana, seguido por Alexer.
— Ahora comprendo lo difícil que es para ti gobernar estas tierras… —comentó Vladimir, contrariando un poco a Alexer.
— Tú no sabes nada. Es claro que eres un aliado del Santuario y eso te hace mi enemigo. ¿Qué sucederá primero? ¿Danhiri matará al santo dorado, o yo te asesinaré a ti?
Vladimir sonrió —Para cuando termine contigo, de ti dependerá quién vivirá y quién morirá.
Alexer volvió a generar una ráfaga congelante que Vladimir eludió por muy poco, mas su brazo fue alcanzado por el torrente cuyos cristales le hicieron cortes profundos en su piel. Pese a su herida, podía seguir combatiendo.
— Eres un fuerte combatiente Alexer. Es claro que para devolverle el equilibrio a Bluegrad deberé luchar contigo con todas mis fuerzas — Vladimir extendió su capa resplandeciente y ésta permaneció abierta y suspendida en el aire a manos de una fuerza invisible.
Las pieles de su ropaje eran ordinarias, mas para los ojos de su Alexer resaltó el cinturón de cuero del que colgaban y se incrustaban ciertas piezas que parecían huesos y plumas.
Posesión de objetos… —escuchó decir a Vladimir cuando pasara sus manos sobre los objetos de su cinturón.
Un golpe de viento casi empujó al blue warrior de aquel tejado, mas logró mantenersede pie. Sus ojos se llenaron de sorpresa al entender a qué clase de individuo estaba enfrentando.
El atuendo de Vladimir cambió completamente: tenía un casco hecho con la cabeza disecada de un hermoso lobo blanco, placas de metal azul que cubrían su pecho, brazos y piernas, en su brazo derecho se sujetaba un escudo circular que parecía estar hecho de hielo, y con su mano izquierda sostenía una hacha de batalla. De la capa resplandeciente crecieron dos gigantescas alas de águila que reconocía como…
— ¡Eres… un shaman! —exclamó Alexer.
— Soy Vladimir, uno de los diez oficiales de la Aldea Apache, miembro de la élite personal del Shaman King.
— Conozco a los de tu clase, así como a Yoh Asakura… pero jamás imaginé que el mismo Shaman King decidiera intervenir en estos asuntos… dijeron que no lo haría —Alexer explicó con cierta indignación.
— El señor Yoh no tiene nada que ver en esto, mas ya había percibido una situación extraña proveniente de estas tierras del norte —Vladimir alistó su arma, dispuesto a reiniciar la contienda—. Finalmente he descubierto el origen, y es mi deber como Oficial el resolverla.
— Qué iluso… nadie puede detener esto, es inevitable —el blue warrior musitó, molesto —. ¡No hay salvación para este reino maldito!— elevó su cosmos para emplear su más poderosa técnica— ¡Impulso azul!

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Sugita de Capricornio y Nihil de Lymnades caminaron por la ruta que el anciano les indicó. Al notar lo tardío que sería llegar a su destino siguiendo los pasos del viejo atlante, Sugita lo cargó sobre su espalda para acelerar el ritmo.
El paisaje no variaba mucho conforme se acercaban al Pináculo de Piedra, mas cuando el anciano señaló hacia el este, volvieron a dejar la torre muy atrás.
Estamos por llegar —anunció el anciano.
Sugita y Nihil se detuvieron en cuanto el camino se cortó ante el terreno hundido dentro del que divisaron las ruinas de una construcción. Por los vestigios de las columnas caídas y las bóvedas aún en pie, todo indicaba que alguna vez se trató de un palacio que pudo haber sido parte de la Atlántida,ya que compartía mucho de su actual arquitectura.
Aunque muchos de los muros de la entrada se encontraban caídos, los pocos que quedaban  parecían inseguros y podrían bien venirse abajo en cualquier instante, mas el anciano los alentó a pasarya que allí es donde encontrarían lo que buscaban.

Una vez que pisaron los primeros escalones, el viejo pidió que lo bajaran, siendo él quien debía ir al frente.
Aunque las sombras eran profundas dentro del recinto, los agujeros en el techo y paredes permitían que los rayos de luz iluminaran ciertas zonas. Se respiraba mucha humedad, misma por la que crecía musgo en algunas zonas. Las constantes goteras formaban pequeñas líneas de agua que terminaban estancándose formando grandes charcos.

Sugita contempló lo restos de la estatua que Kenai de Cáncer les describió, sin duda tal deterioro sobre ella no fue por obra del tiempo sino a manos de alguien que deliberadamente profanó la estatua del dios y manchó su símbolo… Ahora entendía las posibles razones.
Nihil miró las sombras de donde comenzaron a sobresalir siluetas que no le transmitieron peligro, pero sí otra clase de sentimientos.
Conforme las siluetas se hicieron más notorias, el anciano alzó las manos en un intento de apaciguar los murmullos de quienes allí moraban.
El viejo atlante se aproximó a la penumbra de donde otro par de viejos aparecieron. Se comunicaron en su lengua nativa, sin apartar la mirada de los forasteros.
Era difícil de saber la cantidad de personas que se escondían en las sombras más pronunciadas, pero Sugita creyó haber distinguido pequeñas figuras también, niños, siendo uno de ellos quien lanzara una piedra en su dirección, mas con  su fuerza sólo golpeó la punta de su bota.
La acción ocasionó cierto sobresalto entre los moradores, siendo una anciana quien abrazara al niño, quitándolo de la vista de ambos guerreros de la superficie.

— Nos odian —musitó Nihil durante la espera.
— ¿Esperabas un mejor recibimiento?
— Es diferente, hay algo más… que aún no soy capaz de descubrir… ocultan algo —insistió el marine shogun.
— No estamos aquí para juzgarlos —recalcó Sugita—. Lo que me intriga es lo que dijo el viejo… ¿será ese mismo “Atlas” de la historia o se referirá a un descendiente?

El viejo atlante terminó de hablar con los suyos. La población se dispersó sin decir nada, dedicándoles hasta en el último de sus pestañeos una mirada recelosa.
— Les he explicado a los míos el motivo de su arribo. Disculpadlos, están tan afectados como yo, pero son buenas personas —explicó el anciano al que los aldeanos llamaron constantemente con el nombre de Palamedes.
— ¿Acaso todos viven en este lugar? —preguntó Sugita.
— No, no, sólo algunos por el momento. Nuestras viviendas están un poco lejos de este recinto, hacia el sur —explicó el anciano, comenzando a andar con su bastón hacia las profundidades del palacio—. Aquí es la morada de nuestro rey.

Por los pasillos por los que fueron conducidos, se alzaban unas tiendas con mantas donde pequeñas velas iluminaban las siluetas de los que allí habitaban. Al pasar, notaron los curiosos que apartaban un poco las cortinas para ver a los visitantes, infantes más que nada y uno que otro viejo curioso que se limitaba a dedicarles un gesto cansado o de preocupación.

Todo allí estaba inundando en una atmósfera de miseria que Sugita y Nihil no habían visto jamás. Pese a que ellos mismos sufrieron de una infancia de arduo entrenamiento y ciertas carencias, en ningún sitio del mundo exterior se habían encontrado con un escenario así.
Ese lugar, esa prisión, era la ventana hacia una era remota a la que agradecen no haber pertenecido… y la que esperanjamásver pintada en los escenarios de su propio mundo.

El anciano y los guerreros descendieron por un pasillo inclinado donde las baldosas de piedra comenzaron a ser reemplazadas por un camino de fango, y los muros del palacio se transformaron en una cueva. Al final del descenso se veía luz anaranjada, la que es posible por el fuego de un leño y aceite ardiendo.
El viejo atlante fue el primero en pisar la gruta donde sólo había un amplio lecho de mantas amontonadas sobre el que un cuerpo reposaba. Y aunque a los ojos de Sugita rápidamente resaltó el destello dorado del objeto que venía a buscar, no pudo evitar prestarle mayor atención a la persona que allí yacía.

Ambos jóvenes contemplaron con seriedad al esquelético anciano al que el viejo Palamedes se aproximó con devoción, colocándose a su diestra.
Os presento a nuestro rey, Atlas.
— Es… ¿es el mismo del que… nos contaste antes? —Sugita debió preguntar.
Palamedes asintió.
El santo de Capricornio quedó asombrado, pues si bien aquí han perecido generaciones antes del mismo Palamedes, ¿cómo era posible que su Rey haya sobrevivido hasta hoy?
El llamado rey de los atlantes era un viejo delgado con la piel pegada hasta los huesos, su rostro estaba tan arrugado que los parpados de sus ojos se perdían ante la piel caída de su frente. Tenía cabello blanco, largo y encrespado, así como una descuidada barba y bigote que escondían su boca y mentón. Vestía una túnica muy delgada sobre la que se marcaban sus articulaciones ligeramente dobladas y rígidas por la edad.
Por un momento creyeron que se trataba de un cadáver pero, minúsculos movimientos de sus dedos delataban que aún había algo de vida en él.
— ¿Cómo puede seguir vivo? —preguntó Nihil, observando detenidamente al cadavérico viejo como si esperara encontrar su propia respuesta.
Muchos han sido los que nos preguntamos lo mismo… pero nuestro rey hace mucho tiempo que perdió la capacidad para pronunciar palabra, así como su vista, su oído, sus movimientos… quizá hasta su mente, lo desconocemos. Sólo podemos atenderlo y darle el cuidado respetable para cualquier anciano —Palamedes explicó con cierta congoja—.Desde que era un niño lo he visto así, y aunque han pasado los años sólo yo cambié. Es triste —pausó para aclarar su garganta un poco—. Según dicen, el rey Atlas quedó devastado por la situación de su pueblo, sobretodo al verlo dividido por aquellos quienes lo rechazaban y quienes estaban dispuestos a seguirlo. Una vez que la comunidad aprendió a cómo sobrevivir al cautiverio, se enclaustró aquí, en este lugar que alguna vez fue su palacio y se desentendió de todos nosotros. Esta zona quedó como un lugar prohibido, hasta que en la era de mi padre, decidieron explorar el lugar. Encontraron el mismo escenario que vosotros veis, salvo que el anciano que aquí yace aún era capaz de comunicarse y caminar por sí mismo, pero el resto de sus sentidos ya se habían apagado.
— La longevidad no es un don que me gustaría poseer —musitó Nihil—. ¿Alguien ha intentado acabar con su miseria?
Palamedes negó con la cabeza—.Sé que algunos lo han pensado y en ocasiones se ha discutido… ya sea para darle descanso o para vengarse de lo que nos hizo —admitió con pesar—. Pero al final siempre nos frena el mismo temor… ¿qué tal si su condición, la incapacidad de morir y haber sido reducido a un despojo viviente es parte de los deseos del dios del mar? Podría ser parte de su castigo personal por lo que sucedió hace ya tanto… Somos más los que tememos esa posibilidad, por lo que hacemos todo lo que esté a nuestro alcance por protegerlo, sobretodo de los jóvenes rencorosos.

Sugita de Capricornio avanzó hacia la caja dorada que se encontraba cerca del lecho. Puso su mano sobre ella y tras un rápido vistazo descubrió que se trataba de la armadura de Aries.En cuanto hizo contacto con ella, Sugita se sobresaltó un poco cuando su propia armadura se cubrió con un leve resplandor tintineante, al mismo tiempo en que la caja de Aries hizo lo mismo.
— ¿Qué pasa? —se preguntó al ser la primera vez que experimentaba tal fenómeno.
— De alguna manera, ambas armaduras se están comunicando —respondió Nihil, interesado por lo que percibía en ellas. Había escuchado que las cloths de los santos tienen la cualidad de ser seres vivientes con un raciocinio y sentimientos propios, ahora lo comprobaba.
Sugita se quedó inmóvil, temeroso de lo que pudiera pasar si actuara de un modo incorrecto ante lo desconocido.

Palamedes lucía preocupado, pero sin importar lo que esos jóvenes hicieran, no existía nadie en ese lugar que pudiera detenerlos.
Fue una corta espera para cuando el resplandor en ambas cloths se desvaneciera. El santo de Capricornio no podía saber a qué se debió tal situación o las consecuencias que eso traería.
Decidió tomar la caja con la intención de llevársela de allí, pero debió abstenerse en cuanto una fuerte descarga le acalambró la mano con la que la tocó.
— ¡¿Pero por qué…?! Me atacó… —Sugita quedó confundido, alejándose algunos pasos de ella.
— Es evidente que no quiere irse de aquí —dijo Nihil, repasando el panorama que su recorrido por las tierras de los atlantes le ha dado.
— Esto sí que será un problema —musitó el santo, intentando pensar cómo es que lograría llevar a cabo su tarea. Entre más pronto saliera de allí podría hacer algo por la comunidad atlante.
— Quizá no ha concluido la razón por la que vino aquí en primer lugar —comentó Nihil, quien de pronto puso sus ojos sobre el viejo Palamedes.
El anciano eludió la mirada del marine shogun, limitándose a guardar silencio.
— No puede ser casualidad que todo esto se haya dado por coincidencia —aclaró, recordando la advertencia del emperador Poseidón—. Nos has dicho mucho anciano, pero tus palabras ocultan más de lo que quieres admitir. Te has contenido pero también has desvelado situaciones inquietantes de manera consciente… Quieres ser descubierto.
El marine shogun se aproximó al viejo en un intento por intimidarlo, mas Palamedes sólo sujetó con fuerza su bastón.
— Dijiste que podríamos ser sus salvadores o sus verdugos… ¿hay alguna razón por la que temieras por tu vida?
— Nihil… —Sugita intentó intervenir, pero cuando el marine shogun le alzó la mano, sintió la necesidad de abstenerse esta vez.
— Sí… el mismo miedo que tenías al principio está fluyendo una vez más, el mismo que todos los que aquí habitan tienen impresos en sus almas… —el marine shogun siseó, caminando lentamente a espaldas del anciano.
Pero para cuando Nihil se plantó a su costado, su voz y su apariencia fueron percibidas de forma diferente para el anciano.
¿Dónde están los jóvenes y los adultos, papá?—Palamedes escuchó como si se tratara de la voz de su conciencia, la cual sonaba como su hijo muerto y se manifestaba a su diestra con su imagen.
Padre, ¿a dónde fueron los demás? ¿Qué pasó con ellos? ¿Por qué sólo se encuentran los ancianos y los niños?—insistió.
El anciano se palpó la frente, sabiendo que era imposible que fuera su hijo el que le hablaba, pero aun así, le resultaba irresistible el deseo de responderle, aunque se tratara de una ilusión.
Giró un poco la cabeza y vio ese rostro risueño, la cicatriz en su nariz, los ojos grandes y expresivos del muchacho del que se despidió aquel día.
Oh mi muchacho… ojalá de verdad estuvieras aquí —Palamedes dijo, con una sonrisa entristecida en su cara—. Pero ahora sé que moriste y jamás vas a volver… no tuviste la misma suerte de esa joven… ella fue el único milagro.
¿Qué joven? —cuestionó su hijo.
Una de las que fueron contigo… ella volvió aquí hace poco…
— ¿Volvió? Pero eso es… imposible.
Pero es la verdad. Estuvo aquí, apareció en el campamento. Al principio pensamos que era un espectro, pero estábamos equivocados. Ella dijo que logró llegar a la superficie, estuvo a punto de morir es cierto, pero un hombre bondadoso la salvó y acogió. Y ese mismo hombre le prometió que la ayudaría a cumplir su sueño…. su meta…. —Palamedes comenzó a temblar de impotencia—. Por eso pudo volver a aquí, y alentó a todos  a seguirla, a subir a la superficie e ir en búsqueda del ser responsable de nuestra miseria. Y de nuevo, todos nuestros jóvenes se marcharon, prometiendo que volverían por nosotros una vez que acabaran con el tirano —Palamedes lloró, cayendo de rodillas al suelo, sujetándose del lecho del antiguo rey de la Atlántida—. No pudimos detenerlos… y muchos otros animaron su intento… fue… Yo… por eso… cuando descubrí la presencia del marine shogun aquí creí que habían fallado y venían a matarnos por tal acción… Pero ahora, ya no sé lo que harán con nosotros… todo esto tiene que terminar… ya no más… ya no más…—suplicó—. Oh nuestro glorioso rey, ¿cómo permitiste que tu sangre sufriera de esta manera?... ¡¿La desdicha de todos tus hijos… valió la pena?! —reprochó sin poder abandonar su llanto.

Nihil contempló al anciano unos segundos más para marchar hacia la salida del recinto.
Sugita entendía el peligro que había salido de este lugar. Pero en el fondo no podía culpar a todos esos desdichados. Quizá en su lugar, él también habría marchado en búsqueda del responsable de tanto daño.
— Tenemos que volver y reportar esto al Emperador—le dijo Nihil para que lo acompañara, mas Sugita se quedó al borde de la cama, mirando a los dos ancianos con infinita pena. Al darse cuenta de que Nihil no se demoraría por esperarlo, decidió volver a intentar tomar la caja de la cloth de oro, pero un jalón sobre su muñeca detuvo su intento.
Miró con asombro la mano huesuda que le sujetó el brazo. El antiguo rey de los atlantes se había movido, y por tal conexión es que pudo escuchar en su mente — Espera, necesito tu ayuda guerrero de Atena.


*-*-*-*-*-*

— Parece que Alexer encontró su propia diversión —dijo Danhiri  al haber percibido el alboroto dentro de la mansión y las energías que comenzaron a alejarse de ella.
Souva de Escorpión también sepercató de ello, mas aprovechó esos pocos segundos de pausa para reponer fuerzas. Se puso de pie sin ningún problema, pero con lo que se refería a su aspecto, los ataques de la mujer dejaron raspones y hendiduras en su coraza dorada.
— ¿Puedes ver ya la gran diferencia entre nosotros, santo de Atena? —cuestionó Danhiri, satisfecha por saberse superior en este combate—. Aunque superas mi velocidad, tus ataques son inútiles contra mí, ya que sin importar las innumerables veces que has golpeado mi armadura ésta es irrompible. En cambio tú… ¡Ja!, es cierto que me cuesta un poco el alcanzarte, pero cuando lo hago mis golpes sí te lastiman —siseó, prepotente—. A este paso la victoria será mía.
— No existe algo como una armadura irrompible —repuso Souva, comenzando a retroceder poco a poco—.  Han existido hombres que son capaces de destruir los ropajes de los mismos dioses.
Danhiri rió divertida —. ¿Vas a decirme que eres uno de ellos? No lo creo pequeño insecto ponzoñoso —dijo, dejando que el santo retrocediera, pero jamás le permitiría huir—. No sé demasiado al respecto, pero dudo que seas capaz de destruir mi Zohar. Según cuenta la leyenda, los Zohars fueron forjados por la misma Gea en tiempos ancestrales, destinados a ser obsequios para sus numerosos hijos, pero al ver las constantes disputas entre los miembros de su familia cambió de opinión.
— Si eso es verdad, ¿cómo es que ustedes las tienen en su poder? —el santo preguntó, sarcástico—. Si me lo preguntas, creo que sólo te lo estás inventando para intimidarme.
— ¡Los hechos hablan por sí mismos, bufón!
— Ya mis amigos me habían advertido de la gran fortaleza de sus armaduras sagradas… pero en Asgard ocurrió el milagro y uno de los tuyos fue vencido, por lo tanto no importa las veces que tenga que intentarlo, ¡voy a privarte de esa armadura de la que te vanaglorias tanto! —dijo, sonriente al expresar su desafío.
Souva se envolvió con su cosmos dorado, pese a que Danhiri estaba lejos de preocuparse.
— Eres un necio, tus pequeños piquetes no pueden hacer nada contra mí.
— ¿De verdad lo crees? Aunque haya sido un mero rasguño, una demis agujas sí logró hacerte sangrar —Souva dijo, a lo que intuitivamente Danhiri se palpó la mejilla al sentir algo cálido recorriendo su piel.
La guerrera de Equidna vio una insignificante mancha de sangre manchando sus dedos.
— Descuida, esa no estaba envenenada, sólo ocurrió porque quise tocar tu lindo rostro —se burló, imitando sobre su propia cara el movimiento que realizó para lograr tal hazaña.
Danhiri cerró el puño con fuerza, donde apareció una violenta llamarada de fuego—. Gozaré aplastando cada hueso de tu cuerpo.
— Vaya que suenas como una chica traviesa —bromeó el santo—, discúlpame pero no soy de los que disfrutan cuando les infligen dolor… espero que tú sí.
— ¡Eres un puerco indecente! —la guerrera de Equidna lanzó feroces ataques de fuego que manipuló como si fueran redes queriendo atrapar a un pez.
Souva logró pasar a través de las llamas que alcanzaron rozar sus brazos y piernas, mas guardó sus dolencias para un momento más apropiado.
Souva se impulsó hacia atrás, alejándose lo más que le fue posible de su oponente.
— ¡¿Acaso crees que te permitiré escapar?! —Danhiri reclamó al escurridizo Escorpión.
— No, la verdad es que no quisiera ser alcanzado por mi propia técnica.
— ¿De qué estás hablando? —la guerrera se contrarió.
— Llevó algo de tiempo pero me facilitaste las cosas…
Danhiri estaba por volver a espetar cuando vio unos inusuales resplandores carmesís en su ropaje —. ¡¿Pero… qué es esto?! —gritó al notar unos minúsculos puntos que se encendían y apagaban como pequeñas luciérnagas. Esos puntos carmesís estaban situados por toda su armadura, quizá sobrepasaban la centena —. ¡¿Qué me has hecho, maldito?!
— Tomar a la ligera a tu oponente puede llegar a ser un error fatal. Tienes una fe tan ciega por tu armadura que te das el lujo de recibir cualquier ataque… pero detrás de un golpe insignificante puede esconderse una técnica mortal, y ese fue tu caso Danhiri—el escorpión le apuntó con su uña carmesí—. Sin mencionar que tu propio mal carácter te impidió ver que toqué tu Zohar más veces de las que creíste, ¡es hora de comprobar si realmente es  una armadura de leyenda!
El resplandor de los puntos escarlatas en el Zohar reaccionaron ante la intensidad del cosmos dorado de Souva.
— Que te consuma el destello de mi técnica.¡Estrellas de Antares! —gritó, empujando los brazos hacia la guerrera que se vio consumida por las explosiones simultáneas,generadas cada una por las agujas escarlatas en su ropaje.

Las detonaciones fueron devastadoras, empujando el aire y la nieve, provocando un temblor que sacudió las construcciones cercanas y terminó por derrumbar  la mansión.El humo se alzó como si se tratara de la boca de un volcán sobre un cielo rojo.
Souva de Escorpión esperó expectante el resultado de su técnica, aunque intentaba ocultar su malestar, el cansancio saltaba en su pecho por su respiración acelerada. Debió emplear todas sus fuerzas en su técnica, esperando que resultara lo suficientemente potente como para derrotar a tan temible rival.
Entre los pedazos de tierra que salieron expulsados en todas direcciones, Souva escuchó cuando cayó el casco rojo de la Patrono. Avanzó un poco hacia él, y con horror vio que no presentaba ni el más mínimo daño.
— Maldita sea… —alcanzó a murmurar antes de que un cosmos de fuego se manifestara y volviera esa columna de humo en todo un torrente de flamas.
Souva de Escorpión se volvió rápidamente, viendo a Danhiri de Equidna de pie en medio del profundo cráter que provocó su técnica. Aunque su Zohar se encontraba intacto, había líneas de sangre escurriendo por su frente y párpado derecho, el cual era incapaz de abrir.
En su ojo izquierdo irradiaba el odio que sentía por el santo de Escorpión, nunca se había sentido tan humillada en toda su vida.
Es cierto que su ropaje no presentaba daños, pero los impactos fueron tan agresivos que provocaron cierto dolores… y su ojo…
Danhiri cubrió su ojo sangrante con la mano, apretando los dientes por el dolor terrible que desprendía.
— Maldito infeliz… ¿creíste que sería así de fácil?
— ¿Quieres la verdad? —Souva se tomó unos segundos para responder con su particular cinismo—. Por un momento, sí, lo creí…
El cosmos de Danhiri empezó a tomar una forma definida en la que simulaba su propia figura, incluyendo las alas de su armadura  las cuales parecían las de un dragón de fuego.
— No pienso volver a caer en tus ridículas estrategias —Danhiri dijo, con una seriedad escalofriante—. Esta vez te dejaré sin opciones… no podrás volver a herirme… y ahora sabrás porqué me he ganado el apodo de “la dama dragón” —la guerrera extendió los brazos, sus manos comenzaron a absorber las llamas que la protegían, y poco a poco su cuerpo físico y su armadura comenzaron a volverse de fuego—. Siéntete honrado santo de Atena, eres el primero contra quien deberé utilizar esta técnica secreta, ¡Drakaina Delphyne!
Souva quedó asombrado al momento en que Danhiri se transformara por completo en una entidad hecha de fuego, con enorme alas de dragón, y expulsando su cosmos de una manera tan sonora que logró imitar el rugido de la legendaria bestia.

FIN DEL CAPITULO 40


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