lunes, 3 de noviembre de 2014

EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 47, Imperio Azul, Parte XI - Paladines de Cristal


Capítulo 47
Imperio Azul, Parte XI
Paladines de cristal

Asgard, Palacio Valhala.

Nergal, Patrono del zohar de Brontes, temblaba de impotencia dentro de la prisión de cristal en la que fue retenido. Sin descanso, segundo a segundo, luchaba contra la técnica que logró petrificarlo en esa ridícula posición en la que su pie izquierdo se apoyaba en el suelo, de puntilla, cargando con todo el peso de su cuerpo, que se inclinaba hacia el frente; mientras su brazo derecho se encontraba extendido, con el puño cerrado a la altura del pecho del santo de Acuario.
De haber tenido aunque fuera un poco más de tiempo, Nergal habría impactado a Terario con su técnica mortal, probablemente matándolo u ocasionándole un daño irreparable.

La rueda del destino volvió a girar a favor de los guerreros de Atena, con la aparición de Kiki, maestro herrero de Jamir.
Terario lanzó una rápida mirada por encima de su hombro para distinguir la silueta del lemuriano, quien arribó para salvarle la vida.
— ¿Tú? —cuestionó el santo de Acuario, con evidente extrañeza—. ¿Por qué estás aquí?
No hace falta que me lo agradezcas, Terario de Acuario — respondió Kiki, sarcástico, a través de sus habilidades telepáticas—. Pero ahora tienes que escucharme, no tenemos mucho tiempo, no podré contener a este hombre por siempre.
El santo de Acuario notó que la lluvia de fuego y hielo terminó en el momento en que el Patrono fue aprisionado por el poder del lemuriano; por ello fue libre de retroceder y prestar atención a sus palabras.
— Aunque lo hayas inmovilizado —dijo el santo, con claro desagrado ante lo que iba a confesar—, mi técnica de hielo no podrá afectarlo como para vencerle. Lo he intentado todo —musitó, sin apartar su vista de Nergal, quien les devolvía una mirada furiosa, con la que les prometía vengarse de manera terrible por cada segundo que lo mantenían en ese estado.
¿Preferirías huir? —cuestionó Kiki, sin bajar los brazos—. Podríamos sólo desaparecer y regresar al Santuario en cuestión de un parpadeo.
— Esa no es una opción.
Es la respuesta que esperaba —el lemuriano sonrió, complacido—. Terario, he estado viendo tu pelea hasta ahora y, aunque tu puño de cristal parece ineficiente contra él, la verdad es que no es del todo cierto.
El santo recobró ciertas esperanzas. — Explícate.
Por experiencia sé que todo objeto, sin importar su origen, forma, tamaño o composición, tiene un punto de rompimiento; eso aplica incluso en las cloths de los santos— explicó—. Escuché que las armaduras de los Patronos parecen irrompibles, ya que ni las armas de Libra las afectaron —recordó lo que escuchó en el Santuario—. Al principio creí que estaban en los cierto, con mis habilidades no pude distinguir nada, ni siquiera una línea de fractura que me condujera hasta el punto de rompimiento, es decir, el punto exacto más débil de toda la estructura, en el que, aplicando la fuerza correcta, se lograría su destrucción.
Terario se sorprendió, pese a que no debería extrañarle que el experto en armaduras tuviera la habilidad de encontrar formas tan simples para destruir una de ellas.
— Y lo que intentas decirme es que… —el santo intentó apresurarlo, al notar cómo es que el Patrono se inclinó un poco pese a la fuerza de la prisión de cristal que lo rodeaba.
Que no vi esas líneas hasta que impactaste tu “Ejecución Aurora” en ella —respondió, concentrándose en no perder el duelo contra el Patrono—. Fue tan sólo por un segundo que sufrió un daño mínimo. A simple vista nadie podría haberlo notado, fue a un nivel subatómico que escasas líneas de fractura aparecieron. Sin embargo, como si la coraza tuviera la habilidad de sanarse al instante, desaparecieron, pero duró el tiempo suficiente para permitirme descubrir el punto más vulnerable de ese zohar.
— ¿Dónde? —preguntó en voz baja, como si temiera que el Patrono pudiera escucharlo.
Puedo decírtelo, pero no puedo asegurarte que vayas a destruirla… lamentablemente su resistencia es indiscutible. ¿Conseguirás abrir un boquete del tamaño de un maní o del tamaño de mi cabeza? No lo sé, todo esto es apenas una suposición.
— Ya sea que pueda lograr la abertura de un alfiler, es más que suficiente —Terario aclaró cuando sus labios se curvearon un poco, casi en una sonrisa.
Sería fácil darte indicaciones, pero esto requiere una puntería casi divina. Te lo mostraré a través de mis ojos, abre tu mente, permite el enlace —Kiki pidió, en el instante en que las pupilas de sus ojos se tornaran doradas.
El santo de Acuario sintió una extraña presión en su cabeza, y tras un parpadeo involuntario, su visión había perdido la capacidad de distinguir los colores del entorno. Todo se tiñó de un color gris roca, dentro del que resaltó un pequeño punto amarillento y luminoso en el zohar de Nergal.
Allí —escuchó a Kiki decir.
— Lo veo —Terario aseguró.
Era un espacio diminuto en el costado derecho, cerca de la axila, donde el brazo lo podría ocultar y proteger sin dificultad.
Esta es tu oportunidad, hazlo ahora que no puede mo… —Kiki calló de manera abrupta al percibir un cosmos agresor.
Terario compartió su sobresalto, pero para cuando ambos pudieron percatarse del peligro, fue tarde para uno de ellos.
Quizá, de no haberse encontrado efectuando su técnica, Kiki habría reaccionado mejor que ningún otro. El impacto lo recibió en el pecho, aturdiéndolo. Se tambaleó un poco, retrocediendo algunos pasos de forma presurosa, bajando los brazos y perdiendo toda su fuerza y poder.

El santo de Acuario alcanzó a interponer su mano izquierda, en la que algo se encajó y lo hizo sangrar: se trataba de una flor de pétalos amarillos. El tallo se incrustó en la palma de su mano, y con el contacto de su sangre comenzó a germinar aún más.
De ella crecieron hojas y lianas que se enredaron en su brazo rápidamente. Terario sintió que sus sentidos se nublaban por el contacto con esa planta, pero logró emplear su cosmos invernal para detener su crecimiento y frenar su hechizo. En un instante, la flor y sus raíces quedaron hechas de hielo, pero en cuanto apartó la escarcha de su brazo, Nergal de Brontes le propinó una potente patada en la cabeza.

El santo de Acuario salió despedido por el impacto, perdiendo el sentido por unos instantes en los que su cuerpo rompió la barandilla de piedra de la explanada y se precipitó montaña abajo.

— ¡Hécate! —bramó Nergal, mirando en dirección hacia donde su compañera de armas se encontraba de pie y expectante—. ¡Creí haber sido claro contigo de que no interfirieras en mis asuntos!
La Patrono permaneció con un semblante tranquilo tras haber sido ella quien hiriera a los guerreros del Santuario.
— Lo siento Nergal, pero el señor Avanish fue muy claro al pedirme que permaneciera contigo —la mujer le recordó con infinita paciencia—. Perdona por haber detenido la conspiración que se elaboraba en tu contra.
— Gracias, “mamá” —Nergal dijo, sarcástico—. Espero que me permitas terminar con ese santo sin más interrupciones, tú ya te llevaste tu trofeo, permite que yo tenga el mío —pidió—. Además, ¿qué es lo que estás haciendo aquí? ¿Acabaste ya con tu misión? —cuestionó.
La Patrono negó con la cabeza—. No del todo. Por desgracia este hombre intervino antes de que pudiera cumplir con mi cometido—respondió, acercándose al abatido lemuriano, quien permanecía de rodillas, inmóvil y con la cabeza colgando hacia adelante.
— ¡¿Qué estás diciendo?! —Nergal se extrañó.
— No sé cómo anticiparon nuestra presencia aquí, pero él no fue el único factor sorpresa que apareció de pronto. Una amazona dorada se entrometió en mi camino primero, y aunque pude eludirla, para cuando arribé a los aposentos reales, ni el niño ni su madre estaban allí… Presumo que él tuvo algo que ver —explicó Hécate, apuntando al lemuriano.
— ¿Y dónde está esa amazona ahora? —se interesó Nergal, sin percibir un cosmos poderoso cercano al palacio.
— Abandonó el Valhala, desconozco la razón. Pero en vista de que el motivo principal por el que vinimos se ha ido, nuestro trabajo aquí terminó. Debemos marchar y apoyar a los demás que luchan en el reino de Poseidón.
— Será un profundo placer, pero primero quiero acabar con ese fastidioso santo de hielo —aclaró Nergal, caminando hacia la orilla por la que Terario cayó. Miró hacia abajo, buscándolo en la ladera de nieve—. El lemuriano no me interesa, además, seguro querrás conservarlo, como a los otros.
— Nergal, debemos irnos ya —insistió la Patrono.
— No me fastidies, mujer. Adelántate si gustas, no creo tardar —concluyó, dejándose caer por aquel borde.

Hécate maldijo en silencio, llevando su atención a Kiki… pero en eso, sus oídos captaron el sonido de una melodía.

* - * - * - * - * -

Terario, desorientado, abrió con dificultad los ojos, teniendo la sensación de que permaneció inconsciente por un largo periodo de tiempo, pese a que sólo fueron breves segundos.
Con las manos y la vista en la nieve, Terario distinguió una sombra que se engrandecía justo debajo de él. Intuitivamente rodó por el suelo nevado, apartándose antes de que el Patrono del zohar de Brontes cayera del cielo, de manera estruendosa, hundiendo aparatosamente el suelo y alzando la nieve como la ola de un tsunami.

La avalancha empujó al santo de Acuario, alejándolo aún más del palacio. Sumergido en la blanca ola, le fue fácil controlar el torrente nevado para emerger de entre la nieve y manipularla como si se tratara de la corriente de un río; solidificándola antes de que llegara a un poblado cercano.
Terario estaba preocupado por Kiki, mas nada podría hacer por él si no vencía al Patrono de Brontes primero.
El santo dorado trazó un plan, el cual, si el lemuriano no se equivocaba, terminaría con la pelea de una vez por todas. Sabía que sus técnicas eran capaces de infligir un gran daño al poseer un amplio rango de alcance, pero ante un enemigo como Nergal, debía centrar todo el poder del cero absoluto en un único punto. Nunca lo había intentado, pero la presión del momento no le dejaba otra alternativa.
Maximizó sus sentidos, cerrando los ojos para alcanzar una mayor concentración. Su cosmos se materializó en el centro de sus manos, donde un resplandor blanco se encendió, el cual absorbía el aire frío de la tundra y el del cosmos del santo de Acuario.
Terario escuchó la risa de Nergal en la cercanía, pero ni así se movió, ni se perturbó.
— Sin duda eres alguien con mucha suerte, no he podido matarte y vaya que lo he intentado—comentó Nergal, cruzado de brazos en la distancia—, pero yo también soy un hombre afortunado… lo he sido desde el día en que me negué a ir a la luz que envolvió a los míos y los arrastró fuera de este mundo.
Terario abrió un poco los ojos, admitiendo por un breve instante que comprendía un poco a su rival, pues él también escapó de la muerte cuando era un niño, pero ésta se llevó a sus padres.

Los dos fueron señalados por el destino, su voluntad de vivir por encima de todo los llevó a sobrevivir y buscar una razón que justificara el haber burlado a la muerte… Ambos encontraron un propósito que valiera la pena y respondiera al por qué ellos seguían respirando mientras otros murieron en su lugar… Pero eso es un tormento personal que jamás conocerán del otro, pues la vida los llevó a encontrarse en bandos opuestos y en los que luchaban por lo que creían correcto.

— No hay fortuna que prevalezca por siempre —musitó Terario, girándose hacia su enemigo.
— Es cierto, la tuya termina ahora —el Patrono sentenció.
— Las oportunidades que tenías para matarme se han terminado —aclaró el santo, en el momento en que una vara de hielo creció desde el interior de la luz brillante que acunaba en sus manos—. Y yo no fallaré en la última que se me ha dado.
La vara era tan larga como la altura del santo de Acuario, quien la sujetó con su mano izquierda. Sus extremos terminaban en una punta muy afilada, volviéndola una lanza de hielo. Su estructura, implacablemente lisa, emitía un aura blanca de la que brotaban pequeños copos de nieve y cristal diamantado.

Nergal se percató de que la mano izquierda del santo adquiría un tono azulado conforme los segundos pasaban y él continuaba sosteniendo la lanza de cristal; incluso vio que el brazal izquierdo comenzó a congelarse por la estela gélida que ésta despedía.
— ¿De nuevo esas absurdas técnicas de magia? —Nergal se mofó, preparándose para contraatacar —. Es evidente que no lo comprendes… pero ya me cansé de repetírtelo, ¡tu obstinación es ridícula!
Nergal hizo estallar su cosmos, logrando que el silencioso Terario lo imitara.
— ¿Últimas palabras, maguito? —dijo burlón.
Pero ante el mutismo del santo de Acuario, Nergal decidió tomar la iniciativa y se impulsó hacia él. Terario lo secundó, lazándose hacia su enemigo, pero, en el camino que lo llevaría a colisionar con el guerrero, logró emplear su destreza para eludir por muy poco el puño de Nergal y abrirse camino hacia su verdadero objetivo.

El Patrono sintió que sus nudillos alcanzaron a rozar la frente del santo de Acuario. Vio los hilos de sangre que danzaron por el aire, pero en el momento en que sintió satisfacción por contemplar las líneas escarlatas en su puño y en el rostro del santo, también se estremeció al ser víctima de una sensación que no debería sufrir.

Azorado, Nergal vio que el santo de Acuario logró encajar el arma de hielo en su cuerpo.
— ¡Esto es… imposible! —gruñó, perplejo ante la visión de su coraza siendo profanada por el filo de la lanza de cristal.

Aunque Terario empleó toda su fuerza, la lanza se incrustó pocos centímetros en el costado de Nergal. El Patrono sintió el pinchazo de la herida en su piel, pero no fue lo suficientemente eficaz como para debilitarlo ni herirlo de gravedad, sólo lo enfureció más.
El Patrono lanzó un puñetazo que Terario rechazó al retroceder de un salto.
Nergal golpeó la lanza con su codo, quebrándola, quedando un fragmento incrustado en su armadura y cuerpo al que no le dio mayor importancia.
— Debo admitirlo, esto sí me ha impresionado —el Patrono comentó, mirándolo con desafío—. Tú, por encima de cualquier otro al que haya enfrentado en combate, has podido herir a mi zohar. Aunque apenas ha sido un mordisco —rió—. Necesitarías de muchos más para lograr matarme, y por tu estado actual dudo que puedas volver a repetir la hazaña.
— Quizá has olvidado que en la antigüedad, existieron personajes de gran renombre que alardeaban constantemente de su fuerza e invencibilidad —comentó Terario, ocultando su agotamiento—, pero al final cayeron por las más insignificantes circunstancias o por el enemigo menos esperado. Nergal, tal como Aquiles y Orión, un solo pinchazo ha bastado para ti… tu suerte se terminó —sentenció con frialdad—. Tu vida es mía.
Nergal rió estruendosamente—. Sí que has comenzado a desvariar, yo… — el gorgoteo de sangre que subió por su garganta le impidió terminar su frase. Comenzó a sentirse invadido por un indescriptible frío que crecía más y más en su ser. Nergal miró su reciente herida, de la cual todo el dolor fluía y se esparcía por su cuerpo.
— ¡¿Qué demonios?! —clamó, desconcertado—…. ¡N-no! ¡¿Cómo… es posible?!... ¡¿Qué es esto?! — rugió, horrorizado ante el diminuto orificio del que no emergía sangre, sino un brote de hielo que empezó a extenderse tanto por el exterior, como por el interior de su armadura. El frío se le inyectaba en las entrañas, haciéndolo estremecer y gritar de manera agonizante, dificultándosele la capacidad de respirar cuando el aire helado llegó a sus pulmones.
— Era absurdo que continuara utilizando técnicas inefectivas contra ti. Puede que la perseverancia gane batallas, pero no la estupidez —dijo el santo de Acuario, siendo testigo del calvario de su enemigo. La piel de Nergal se volvía cada vez más azulada, y el aliento que escapaba con fuerza de su boca y nariz salía como vapor blanco.
Nergal se mantenía de pie, pese a la agonía del congelamiento de su cuerpo.
— ¡Esto es inaudito… mi armadura…! —se quejó de nuevo, incapaz de asimilar lo que pasaba—. ¡Se supone que no podrías… jamás…! ¡Nadie…!
— No puedo negarlo —repuso Terario, con excesiva calma—, tu ropaje es extraordinario y ni mi aire frío fue capaz de dañarlo. Una vez que comprendí eso, entendí que debía encargarme del elemento más débil de la simbiosis — explicó, apuntándole con el dedo índice—: el hombre que se resguarda en ella. Pero aun sabiéndolo, no tenía forma de llegar a él, y habría muerto en espera de encontrar un método… Fue la oportuna llegada de Kiki lo que me concedió el triunfo. Sólo necesitaba una pequeña abertura por el cual introducir mi aire congelado; en pocas palabras, perdiste la batalla en el instante en que mi lanza hirió tu cuerpo.

El Patrono bufó rabioso, intentando moverse, pero resintiendo el entumecimiento en cada una de sus extremidades. La desesperación no lo dejaba pensar con claridad, sus pensamientos se nublaban mientras el dolor desaparecía. Dio un paso, empleando toda su fuerza de voluntad, pero el simple acto ocasionó un tronido espeluznante dentro de su bota, pues su pierna congelada se partió a la altura de la rodilla.
Nergal cayó de rodillas al suelo nevado, viendo con horror su congelada extremidad separada del resto de su cuerpo. No sintió dolor, pero la impresión lo llevó a gritar.

— Como ves, mi aire frío ha invadido todo tu cuerpo… tu zohar quedará intacto, pero tu carne, tus huesos, tus órganos, todo tú, terminarán por congelarse y sucumbirán —aseguró el santo de Acuario, sin una pizca de misericordia para su enemigo.

El guerrero de Avanish apretó los dientes y las manos, musitando débilmente un nombre — Tara… ¡Tara!... —tosió por el esfuerzo—. ¿Estás allí?... ¿Me escuchas? … Maldita sea… ¡Maldición! ¡Sálvame… no me dejes morir! —exclamó, furioso—. ¡No así… todavía no! ¡Yo… aún… no puedo morir…!
Nergal dejó de sentir su cuerpo, fue incapaz de volver a moverse. En un último vistazo, vio que los dedos de sus manos se habían vuelto completamente de hielo.
El Patrono del zohar de Brontes reunió fuerza y aliento para lanzar un último alarido, el cual cesó en cuanto el hielo que subía por su cuello le cubriera por completo el rostro.

Terario permaneció de pie, contemplando cómo su enemigo se volvió una escultura de hielo. Perdió todas sus facciones humanas, quedando sólo una figura de reluciente y pulido cristal, sobre la que el ostentoso zohar permaneció; como si fuera el maniquí en el que se exponía en un museo.
Sólo hasta que sus sentidos dejaron de captar los latidos del corazón y del cosmos de Nergal, es que el santo de Atena pudo estar seguro de su victoria.

Terario sintió deseos de derrumbarse en la nieve por los múltiples dolores que oprimían su cuerpo. Mas cuando sus ojos se cerraron por un segundo, en el que también flaquearon sus rodillas, imaginó escuchar la voz de Natasha y eso lo obligó a conservar la conciencia.
Miró hacia donde se erigía el palacio del Valhala, recordando que allá aún se encontraba otro de los Patronos. Se mortificó por el bienestar de Kiki, de Natasha, de Singa y de Velder, por lo que forzó a sus pies a iniciar la marcha hacia allá, cojeando por su pierna rota.

* - * - * -

Bluegrad.

¡Drakaina Delphyne! — clamó con voz retumbante la Patrono del zohar de Equidna, Danhiri.
Su zohar carmesí se encendió en llamas, abandonando su sólida forma para convertirse en puras flamas anaranjadas y rojizas que se extendieron por la piel de la mujer. La carne y sangre de Danhiri se fundieron con el fuego escarlata, tomando la apariencia de una majestuosa criatura, una ninfa de fuego, cuyas alas de dragón se abrieron, expulsando un cosmos ardiente.
El calor de dicho soplido, derritió la nieve a su alrededor y sofocó el ambiente a temperaturas que superaban las existentes dentro de un volcán activo.
Souva de Escorpión admiró a la dama de fuego, cuyas alas la alzaban en el cielo como a un pájaro. Ella lo miró a través de su rostro carente de facciones, pero donde la perfilada nariz de fuego indicaba la dirección de su atención.
Por tu expresión, creo que has entendido que la muerte está cerca —la Patrono dijo. Su voz emergía de entre las llamas que le daban forma.
El santo de Escorpión le dedicó una mirada estupefacta, pero cuando sus heridas comenzaron a arder por el calor del lugar, logró salir de su estupor.
— Magnifica… de verdad me has dejado sin palabras —admitió, sudando un poco ante el nuevo desafío frente a sus ojos.
Reiniciemos el combate santo de Atena. Tú me mostraste tu mejor técnica y sobreviví, ahora que te muestro la mía, ¿sobrevivirás?
— No tengo otra alternativa… te prometí que te vencería, y es lo que pienso hacer —el santo respondió con osadía.
La Patrono se arrojó sobre él, como un águila que cae sobre su presa.
Los dedos índices y medios de Souva se armaron con las alargadas uñas escarlatas, las cuales se tornaron de un color violeta de manera súbita — ¡Veneno de las sombras!
Cuatro resplandores violáceos emergieron de sus manos, tomando la forma de estrellas, shurikens que giraron velozmente hacia la Patrono, quien no cambió de dirección.
Souva confió en que Danhiri continuaría subestimando sus ataques, por lo que esperó que sus shurikens impactaran en ella. Sin embargo, quedó boquiabierto al ver que sus estrellas energéticas pasaron a través de la figura de fuego con facilidad, emergiendo por su espalda y desapareciendo en la distancia al no haber encontrado un cuerpo de impacto.
— ¡Eso… es…!
La mujer de fuego lo embistió a una gran velocidad, su figura lo atravesó como si fuera un fantasma que arrastraba cadenas de fuego por sus entrañas.
Souva de Escorpión soltó un alarido, apretándose el estómago y el pecho con los brazos.
Danhiri rio, volviendo al cielo desde donde disfrutaba la agonía del santo dorado—. Pobre tonto, te advertí que no volverías a tocarme —se burló, volando nuevamente hacia él —. ¿Creíste que exageraba?
En esta ocasión Souva logró eludirla, saltando por encima de ella, girando su cuerpo y disparando sus letales agujas escarlatas.
Los rayos carmesís también pasaron a través del cuerpo de la Patrono, impactándose en el suelo caliente.
La Patrono desplegó su cosmos flamígero, generando una onda de llamas que lanzó sobre el santo del Escorpión, quien aún se encontraba suspendido en el aire. Souva logró maniobrar y eludir en gran parte el ataque, pero la hombrera izquierda de su armadura estalló por el paso del rayo de fuego, que terminó lanzándolo violentamente hacia el suelo.
La Patrono lo interceptó antes de tocar tierra, volviendo a alzarlo por el cielo tras una patada que Souva resintió en la espina dorsal.
En su ascenso, el santo miró hacia abajo, viendo la figura de Danhiri que subía en su persecución. El santo giró su cuerpo, para caer sobre ella con una patada extendida. Pero al precipitarse sobre la Patrono, su pie no encontró superficie alguna, pasó a través de las llamas de la ninfa de fuego.
El santo de Escorpión se vio atrapado en ese torrente llameante, sintiendo que se cocían sus órganos, se sofocaban sus pulmones y se incendiaba su corazón.
La Patrono permaneció suspendida en el aire, contemplando cómo el santo incendiado cayó aparatosamente en el suelo, donde sus dedos y rostro sintieron el intenso calor de la superficie.

Souva intentó ponerse de pie, pero su cuerpo humeante se negaba por las quemaduras sufridas en el exterior e interior de su cuerpo.
Esto no puede ser… no puedo dañarla con mis técnicas… ni siquiera con mi puños… en cambio ella… —pensaba con frustración.
Al sentir en su espalda un intenso calor, lo llevó a mirar por encima de su hombro, contemplando a la dama dragón justo encima de él. Sus alas se extendieron ampliamente alrededor de ambos, para impedir cualquier intento de escape.
Souva logró volverse, quedando totalmente tumbado en el suelo cuando la mujer se inclinó de manera insinuante, flotando sobre él de tal forma en la que sus cuerpos no se tocaban, pero el intenso calor que Danhiri transmitía lastimaba al santo.
— Lo intentaste —dijo ella—, donde otros han sucumbido al horror, tú cuando menos lo intentaste —comentó—. Pero esta transformación me vuelve invulnerable a cualquier ataque físico, y ya que tú eres sólo un insecto inútil, no tienes forma de volver a herirme.
Souva permaneció en silencio, con los ojos entrecerrados por el intenso resplandor que desprendían las llamas de la Patrono.
En cambio yo… soy capaz de tocarte y herirte ignorando la protección de tu insignificante armadura, la resistencia de tu carne… y matarte de la forma más horrible que puedas imaginar —musitó, instantes antes de que su mano llameante atravesara el cuerpo de Souva, manteniéndola dentro de él, justo a la mitad de su vientre.
El santo de Escorpión sintió esa mano de fuego, la cual no fracturó su armadura, ni abrió su piel, pero de alguna manera avanzó hasta sujetarse a una de sus entrañas, desde donde la agonía comenzó.
El santo gritó todavía más fuerte que antes por el lento calcinamiento de su intestino, de su hígado y todos sus demás órganos. Souva se convulsionó por el imparable incendio que se extendía a cada rincón de su ser.
Intentó apartar el brazo de la mujer, moverse, pero sus manos sólo atravesaban el fuego, que no perdía su forma.. Ella lo retenía con fiereza, no estaba dispuesta dejarlo escapar.
El calor que sentía lo comenzó a asfixiar, los fluidos de su cuerpo empezaron a hervir.

Tal vez pasó un minuto, quizá menos, pero cuando un vapor rojo comenzó a salir del cuerpo del santo de Escorpión, la mujer sintió un inmenso placer.
¡Arde, arde! —clamó ella, entre risas—. La temperatura de tu cuerpo ha rebasado los límites soportables, es hora de morir. ¡Veré cómo arde hasta el último gramo de tu ser, te lo prometo!
A punto del colapso, el santo vio el vapor rojo que desprendía su cuerpo, era su sangre… ¡su sangre estaba evaporándose!
Supo que iba a morir y no tenía forma de evitarlo, el dolor no le permitía pensar en nada más. Sentía que su conciencia se separaba de su cuerpo, el dolor mitigaba, él ya no gritaba pero aún escuchaba sus propios alaridos. Su visión permaneció fija en la guerrera flameante, viendo que ésta se alejaba más y más, sintiendo que algo lo jalaba, arrastrándolo lejos de allí…
Una voz estruendosa lo llevó a reconectarse con su cuerpo moribundo.
— ¡Impulso Azul!
Danhiri se sorprendió por el vendaval de nieve que vapuleó sus alas. El aire frío la despegó del suelo, elevándola por la fuerza de la ventisca helada que minimizó el tamaño de sus llamas. Una vez que se sobrepuso a la sorpresa, su cosmos llameante le regresó su majestuoso aspecto.

La Patrono buscó al responsable de tal agresión, encontrándose con el regente de Bluegrad, Alexer, quien había abandonado su ropaje azul para vestir la scale marina de Kraken.
— ¡¿Alexer?! ¿Cómo osas entrometerte en esto? ¡¿Acaso olvidaste nuestra advertencia?! —reclamó la Patrono—. Después de lo benévolos que hemos sido contigo y con tu pueblo, pese a tu constante altanería, ¿has decidido rebelarte estando el final tan cerca?
— ¿”Benevolencia” dices? —musitó Alexer, enfadado—. ¡Seré tan generoso contigo como tú lo has sido conmigo, Danhiri! —bramó el marine shogun, elevando su cosmos invernal. El cosmos de Alexer actuó sobre la fracción devastada de Bluegrad, devolviéndole su digno aspecto nevado—. ¡Eso te lo juro!
Vaya que eres un ser despreciable —dijo la Patrono—. En el pasado planeaste llevar a Bluegrad a la guerra por tus mezquinos deseos; años después te aliaste a Poseidón al ser lo que más te convenía; traicionaste al dios del mar por los habitantes de tu reino, y ahora los has abandonado a morir… ¿Para qué? ¡¿Intentas regresar con Poseidón, que él te perdone?! —cuestionó enfurecida, pero terminó riendo—. ¡Imbécil! ¡Has sacrificado a tu gente en vano, pues Poseidón muy pronto dejará de existir y no habrá amo al que puedas regresar!
— Ya no hay razón por la que tenga que contenerme Danhiri. Mi gente está a salvo y es por ello que puedo, finalmente, oponerme a ti y a los tuyos… ¡Fuera de mi reino! ¡Impulso azul!
El ataque invernal golpeó a la Patrono, pero ésta permaneció inmóvil en el aire. Aunque la tormenta soplaba con fuerza contra ella, los diamantes del cristal y la nieve se evaporaban al simple contacto con su cuerpo llameante.

* - * - *

En los instantes en que Alexer y la dama dragón peleaban, el shaman Vladimir acudió en auxilio de Souva de Escorpión, cuyo cuerpo magullado presentaba severas quemaduras. Lo levantó un poco por la espalda, buscando una reacción de vida.
Souva tardó en reaccionar, pero balbuceó un par de cosas que Vladimir no pudo entender hasta que logró abrir los ojos.
— … Vladimir —lo llamó, al reconocerlo—… Maldición, por un momento creí que no lo contaba —sonrió, adolorido.
— Aún no estás fuera de peligro Souva —le advirtió, observando su aspecto demacrado y el teñido que la sangre evaporada dejó en su piel.
— Ella es… muy fuerte… y ahora… será inútil… ningún ataque físico la dañará… no si permanece con esa forma… —el santo buscó levantarse, pero la simple flexión en su abdomen lo hizo retorcerse de dolor y escupir sangre—. Pero no volverá a la normalidad… creo que la asusté demasiado… —volvió a reír.
— Entonces tendremos que destruirla de esa forma u obligarla a cambiar. Observa —pidió Vladimir—. Aunque el cosmos de Alexer parece no afectarla, sus flamas, su cuerpo se empequeñece un poco. Esa técnica de fuego puede ser muy eficaz contra cierto tipo de guerreros, pero no contra un maestro en las técnicas de hielo… No sé si ella se ha dado cuenta que sería mucho mejor regresar a su forma anterior para este nuevo combate…
— Es posible que… lo sepa, pero… en el fondo es muy orgullosa —Souva aseguró, como el experto en mujeres que se creía—, quizá sólo quiere ser… capaz de derrotar a Alexer pese a las desventajas… mostrarse superior a cualquiera de nosotros… Y es posible que lo haga… ¿Está mal admirar a la fascinante mujer que podría matarnos a todos? —bromeó, apretando los dientes al lograr arrodillarse, ayudado por el shaman.
— El aire frío de Alexer no bastará para extinguirla por completo, deberé ayudarlo… pero si fracasamos y ella vuelve a la normalidad, habrá que enfrentar otro gran problema.
— Su armadura —el santo de Escorpión se adelantó a decir, meditando unos segundos más antes de proseguir—. Si eso llegara a pasar… hay algo que podríamos intentar… Puede o no funcionar, pero escúcheme… esto es lo que haremos…

* - * - *

El cosmos invernal e infernal de los guerreros se debatía pintorescamente en el cielo de Bluegrad.
Los rayos glaciares de Alexer se desvanecían ante el calor de las llamas de la Patrono; mientras que el fuego incandescente de Danhiri se extinguía con el golpeteo de los cristales de hielo. Sin embargo, pese a la equidad del combate, la fuerza de Danhiri comenzó a prevalecer, al buscar la pelea directa contra el marine shogun.
Alexer fue hábil y eludió la estrella fugaz que intentaba impactarlo. Moviéndose sobre el hielo, en el que se marcaba el paso de las colas de fuego.
Sin detenerse, Alexer alzaba grandes torres de cristal, por las cuales Danhiri pasaba, derritiéndolas o destrozándolas.
Arriesgándolo todo, Alexer frenó estrepitosamente, proyectando su cosmos para ejecutar su técnica de hielo.
La tempestad golpeó a la Patrono de manera directa, y aunque sus llamas se achicaron unos instantes, su velocidad no menguó; superó el soplido infernal y alargó el brazo hacia el marine shogun, cerrando la mano sobre su cara.
La Patrono arrastró a Alexer, manteniendo su mano izquierda sobre su rostro, sujetándole el cuello con la derecha.
Los gritos del marine shogun se ahogaban entre las llamas que quemaban su piel.
— La carrera se acabó,  y yo gané. Como castigo, voy a freírte el cerebro —Danhiri le dijo con una voz tranquila y victoriosa.
El cuerpo de Alexer se retorció por el dolor, pero la agonía lo llevó a que su cosmos estallara de forma violenta, generando un tornado helado. Danihiri no lo soltó hasta que las manos de Alexer lograron lo impensable; sujetó sus muñecas, puntos en los cuales una capa de hielo comenzó a crecer, encapsulando las llamas.
Impresionada por el milagroso acto, la Patrono arrojó a Alexer al suelo, como si fuera la criatura más grotesca que hubiera sujetado jamás con sus manos. Miró el hielo que formaron dos aros alrededor de sus brazos, pero con un pensamiento intensificó sus flamas y las evaporó.

En el suelo, Alexer se cubrió el rostro, que sentía derretirse bajo sus dedos. Sólo su ojo  izquierdo le brindó luz, el otro permaneció en la oscuridad total.

* - * - *

Vladimir se levantó, dejando al santo de Escorpión en el suelo. Souva parecía prepararse para alguna clase de rito, por lo que permanecía arrodillado.
— ¿Estás seguro, Souva de Escorpión? —preguntó Vladimir, a lo que el santo asintió—. Podrías esperar, no es necesario que arriesgues así tu vida.
— No hay nada más qué decir… tengo que intentarlo. Debes hacer tu parte, aunque sé que también es arriesgado para ti.
— Yo ya he vivido mucho tiempo, no sería una pérdida. Pero tú, que eres joven y con gran porvenir, eso sí es lamentable —añadió el shaman, doliéndole la idea de que el santo de Escorpión muriera en la batalla.
— No menosprecies tu vida, viejo. Si mueres, habrá una hija e hijos que llorarán por tu partida… Además, ¿quién dice que voy a morir? —cuestionó, sonriente—. Ya te lo pedí antes, dejemos de hablar de la muerte, no sea que lo tome como una invitación.
En el rostro de Vladimir se dibujó una suave sonrisa. Asintió, dándose media vuelta, alejándose de Souva para poder ejecutar su propia técnica—. Fue un placer conocerte, Souva de Escorpión —susurró al viento.

Mi poder como shaman sería insuficiente para apoyar a Alexer —pensó Vladimir, al abandonar todas sus armas y posesiones espirituales—. Él necesita al verdadero maestro de los santos de cristal.
La fuerza espiritual del shaman cubrió su cuerpo, con la que fue capaz de trazar un par de símbolos en el aire con los dedos—. A ti, oh gran espíritu, uno de los seis hermanos, custodio de las puertas del más allá, te imploro escuches mi suplica — recitó Vladimir, con gran solemnidad. Ante él, con la luz de su energía espiritual, dibujó las líneas de una puerta—. Al poseer una de las diez llaves, te ruego que le permitas a aquel a quien invoco escuchar mis palabras… Te llamo a ti, con quien hice un pacto, ayúdame una vez más.
Souva observó aquello desde la distancia, pestañeando repetidas veces pues no sabía si era algo producido por su delirio, o porque en verdad estaba ocurriendo.
Contempló cómo ese portal se abrió por la mitad, dando paso a alguien. Por la distancia no logró verle bien, pero de manera súbita, el shaman tocó con su mano a ese aparecido, y enérgicamente exclamó.
— ¡Posesión de almas!
La figura frente a Vladimir se osciló como si estuviera hecha de aire, formando una pequeña esfera remolinante que el shaman sujetó con su mano derecha, para después golpearla contra su propio pecho.
— ¡Fusión de almas! — le escuchó gritar, en cuanto su energía espiritual se acrecentara y generara un vórtice a su alrededor.
Souva alzó el brazo para cubrirse la cara, pero aun así, la nieve que se alzó le impidió ver más allá de su extremidad. Cuando todo se silenció, el santo de Escorpión miró a Vladimir; allí estaba él, dándole la espalda, mirando en dirección a donde la pelea de la Patrono y el marine shogun se llevaba a cabo.
El santo pestañeó incrédulo, ya que, pese a no existir un cambio visible, el cosmos de Vladimir era totalmente distinto y… más poderoso. Antes de que él le hablara, el shaman se volvió por unos segundos, dedicándole una simple mirada.
Souva sufrió un severo escalofrío al haber sido alcanzado por esos ojos que, aunque fueran los mismos del shaman, se contraían en una expresión diferente… como si se tratara de otra persona la que allí se encontraba de pie.

Ninguno se dirigió palabra. Vladimir partió hacia la batalla, mientras que el santo dorado prosiguió con su decisión.
Reavivando su cosmos dorado, el par de uñas carmesís volvieron a crecer en su mano derecha, mientras la izquierda apartaba el peto dañado de su armadura.
— Estoy listo… si debo o no liberar todo este poder, ya será por el destino que esa mujer elija para sí… —musitó, sonriendo débilmente. Pudo imaginar a su maestro parado junto a él, recordándole el gran riesgo que corría al efectuar la técnica que estaba a punto de iniciar.
Sin vacilar, Souva extendió su afilado dedo índice, el cual destelló por el fulgor de su cosmos—. Katakeo*…— murmuró con sofoco, clavándose en el pecho la afilada aguja escarlata.

* - * - *

Alexer eludió las veloces descargas llameantes que Danhiri lanzaba desde el cielo. Cada que impactaban en el suelo, la energía regresaba disparada a la superficie como potentes chorros de magma, hasta tomaban una consistencia liquida y espesa, los cuales poco a poco acorralaron al marine shogun. El aire congelado sucumbía rápidamente ante el terreno volcánico que la Patrono había creado a base de su poder.
Parece que los afamados guerreros de los dioses no saben otra cosa más que correr. Son unos cobardes, difíciles de matar cierto, pero unas verdaderas molestias —comentó ella, cerrándole el paso al marine shogun, quien quedó en medio de un extenso lago de magma místico.
Con únicamente un bloque de hielo que lo alzaba por encima del fuego, Alexer miró con desprecio a la Patrono que volaba en el aire.
— El fin te llegó Alexer. Una vez que termine contigo, te prometo que reduciré a Bluegrad a un cementerio de cenizas, donde el invierno jamás volverá a llegar —aseguró, incrementando su poder, manipulando la energía que convirtió en espeso magma, para que girara a la velocidad de un tornado—. ¡Despertar del dragón!
Ante el eco de su voz, la lava se alzó en numerosas columnas, enjaulando al marine shogun. Alexer sólo atinó a mirar hacia el cielo, donde los chorros de energía incandescente chocaron entre sí y precipitaron una cascada de lava ardiente sobre él.
El regente de Bluegrad se rodeó con su cosmos gélido, pero hasta él dudó de ser capaz de salir bien librado de toda esa marejada de poder ardiente.
— ¡Freezing coffin! —clamó la voz de un nuevo participante en la batalla.

Ese estruendoso grito de guerra no evitó que la cascada cubriera al marine shogun. Sabiéndolo acabado, Danhiri se alegró de que esta vez no habían sido capaces de robarle la muerte de un enemigo. Buscó al entrometido que intentó imponerse a sus deseos, encontrando a un hombre de edad avanzada y carente de alguna armadura que lo protegiera del calor de su cosmos.
¿Y quién se supone eres tú? —cuestionó con ligera curiosidad, en el fondo le alegraba la aparición de nuevos enemigos. Luchar era un placer que difícilmente podía saciar en estos días.
— Aquel que fue invocado para vencerte— el guerrero respondió con gran seriedad y temple.
¿Tú? ¿Qué puede ofrecerme alguien como tú en una batalla, donde un santo de Atena y un marino de Poseidón no pudieron?
— Jamás subestimes el poder de un santo de Atena —aclaró Vladimir, desplegando un intenso cosmos dorado. Él abrió la palma de su mano derecha, y en ella se creó una esfera de cristal
Danhiri rió divertida—. ¿Otro guerrero que manipula el hielo? Qué creativos son…
Pero su risa calló al ver que, una vez que su técnica dejó de fluir del cielo, una enorme estructura de hielo permanecía de pie tras el paso de su poder volcánico.
Azorada, vio cómo es que dentro del témpano de hielo, Alexer se encontraba resguardado y con vida.

El marine shogun quedó perplejo cuando ese magnífico hielo lo rodeó y protegió. Incluso él, siendo un guerrero azul, resintió el frío por el cual tal estructura fue forjada. Se obligó a quedarse quieto, pues sólo un pequeño espacio le fue concedido para refugiarse y no formar parte del ataúd de cristal.

— ¡Diamont Dust! (¡Polvo de diamantes!) —Vladimir aplastó la esfera de cristal en su mano, rompiéndola entre sus dedos, y los fragmentos cristalinos permanecieron orbitando su brazo. Precipitó el puño en dirección a la Patrono, liberando una imparable ráfaga gélida.

El aire frío y pequeños diamantes alcanzaron a Danhiri. La Patrono del zohar de Equidna confió en sus incandescentes llamas para protegerse, pero en esta ocasión, el aire congelante ondeó su cuerpo de manera abstracta, como una flama luchando por mantenerse encendida ante el soplido del aire destinado a apagarla.
Sus llamas danzaron con miedo a extinguirse, pero la mujer aumentó el tamaño de sus alas carmesís, rodeándose por un capullo de fuego y magma que generó para protegerse.
El cosmos de Vladimir continuó proyectándose hacia la guerrera, hasta que el cúmulo de energía calcinante se enfrió, como lo haría el magma al chocar contra las aguas del mar, quedando una estructura amorfa y tétrica.
El shaman percibía el cosmos de su rival intacto, pero acorazado en el interior de tal caparazón oscuro.

Por el grosor del ataúd de cristal, Alexer no pudo ver claramente lo ocurrido, pero mientras agudizaba la vista, la protección de hielo a su alrededor se desmoronó en copos de nieve y cristal, que viajaron de regreso hacia al hombre que la creó.
El marine shogun miró perplejo a Vladimir. En su anterior batalla no mostró tan alto nivel de cosmos, pero ahora… un cosmos así, sólo ha podido percibirlo de los santos de Atena. ¿Cómo era posible?
— ¿Quién eres tú? — era la cuestión que escapaba al entendimiento de Alexer, consternado por la confusión de sus sentidos.
Vladimir lo miró con ese par de ojos fríos que antes hicieron temblar a Souva de Escorpión.
— Sólo un antiguo maestro de cristal —respondió con brevedad—. Pero no podemos perder el tiempo en dichas cuestiones, Alexer de Kraken —el shaman señaló—. Si la fortuna está de nuestro lado, la batalla se decidirá en los siguientes minutos. Ahora necesito de tu aire frío, el más bajo que seas capaz de lograr.
— ¿Qué planeas exactamente? — el marine shogun deseó saber, con un deje de desconfianza.
— El poder de un maestro de cristal se define con qué tan cercano llega su cosmos al Cero Absoluto. Alcanzarlo es casi imposible, pero entre los dos es probable que podamos generar un aire tan frío que lo simule… o incluso llegar más allá de él.
— El Cero Absoluto —musitó Alexer.
— En vida me acerqué lo suficiente, pero no tanto como hubiera deseado…
¿Dijo “en vida”?— Alexer pensó, alarmado.
— Tal esfuerzo puede trazar dos caminos, pero al final el mismo resultado: la derrota de esa mujer.
Alexer deseó tener la misma confianza que el shaman, pero él era mucho más meticuloso antes de elaborar un plan.
— Aunque lo lográramos y tuviéramos éxito… el frío que generaríamos juntos podría matarnos… sobre todo a ti. Yo cuando menos porto una scale sagrada, seré capaz de resistir más tiempo, ¿pero tú?

* - * -

¿Estás escuchando Vladimir? No sólo soy yo quien te alerta del peligro al que expones tu vida —pensó el maestro de cristal, quien recibió una respuesta dentro de su propia mente.
Lo sé, pero no hay otra alternativa. Es mi deber como shaman y protector del mundo ponerle fin a esta batalla. Si se lo permitimos, esa mujer arrasará Bluegrad y quien sabe cuántos más reinos —respondió la voz del auténtico Vladimir—... Ésta será la última vez que uniremos nuestras almas, amigo mío. Sé que te prometí que no habría más necesidad cuando Terario obtuvo tu armadura, lamento no haber podido cumplir mi promesa —añadió con tristeza.
No, gracias a ti. Me alegra ser capaz de hacer algo más por esta nueva era, que sólo haberte ayudado a entrenar al siguiente santo de Acuario —agregó el maestro de cristal—. Fue un honor laborar contigo.
Entonces no lo dudes, yo también emplearé mi propio poder en este ataquelo animó el shaman—. Será un placer que me escoltes hacia el otro mundo. ¡Adelante!

* - * - * -
— No te preocupes por mí —fueron las tajantes palabras del maestro de cristal para Alexer—. El sacrificio es parte de la vida de todo guerrero, eso deberías saberlo. Si tienes miedo, entonces puedes marcharte.
Vladimir y Alexer percibieron el cosmos de la Patrono, el cual comenzó a romper la lava petrificada, como si fuera un cascarón.
— No digas estupideces… deseo matarla tanto como tú. Estoy contigo —dijo el marine shogun, elevando el poder de su cosmos—. Expondré mi vida tanto como tú lo haces. Derrotarla no lavará mi pecado hacia el señor Poseidón, pero complaceré mis propios deseos.
Vladimir lo imitó, encendiendo su cosmos. Permanecieron lado a lado, preparándose para el final.

La Patrono Danhiri emergió del capullo como el majestuoso fénix que resurge de las cenizas.
Se alzó al cielo con sus llameantes alas extendidas, gritando con clara furia y deseo de sangre.
Miró hacia donde dos insignificantes puntos se mantenían de pie, aguardando su actuar.
¡Ustedes…! —empezó a decir, rabiando desde el fondo de su ser. La furia se proyectaba en la extensión de sus llamas.
Las alas de fuego que la mantenían en el aire se abrieron de par en par en el instante en que su cosmos explotó, formando un gigantesco sol rojo por encima de su cabeza— ¡Sí que son un fastidio! ¡Extinguir sus insignificantes vidas no bastará para apaciguar mi furia! ¡Sólo hasta que transforme esta tierra helada en un reino volcánico, me sentiré satisfecha! ¡Vuélvanse cenizas! ¡Hecatombe solar!

De ese incandescente sol rojo, emergieron miles de rayos escarlatas que se precipitaron hacia el suelo, en una lluvia que fulminaría no sólo la zona de la batalla, sino que heriría a la tierra misma, generando sismos violentos y grietas por las que el magma natural, fortalecido y contaminado por Danhiri, emergería y se extendería por kilómetros.
— ¡Rugido Ártico de Kraken! —Alexer desplegó su técnica mortífera, la cual se transformó en una tormenta que subió hacia el cielo.
— ¡Aurora Execution! (¡Ejecución Aurora!) —lo secundó Vladimir, lanzando la mortal ráfaga de cristales emergentes de sus manos.
Aunado a ello, el poder espiritual de Vladimir actuó sobre el ambiente nevado; de la vasta alfombra de nieve, comenzó a desprenderse el intenso aire frío de la tundra. Como si los mismos espíritus de la nieve les ayudaran, la naturaleza también sopló su castigo invernal contra la Patrono y su fuego mortal.

Danhiri retuvo la respiración al ver cómo es que su técnica fue frenada por la tormenta de hielo, obligándola a retroceder.
¡No, no! ¡No seré vencida por esto! ¡¿Se creen tan fuertes como para creer que podrán apagar el sol?! ¡Nunca! —gimió enfurecida, empleando todas sus energías en vencer a los paladines de cristal.
El choque de hielo y fuego era un fenómeno por el cual el cielo sufría; se tornó oscuro, repleto de nubes rojas y centellas azules que rugían como dragones encolerizados.

Alexer y Vladimir no desistieron, mantuvieron todas sus fuerzas en alto, sin flaquear pese a que sus cuerpos comenzaron a cubrirse con escarcha helada.
— ¡Es tan fuerte…! ¡¿Cómo puede serlo?! —se preguntó Alexer, pesando en su ser un sentimiento de humillación que lo llevó a superar su propio limite, acrecentando el poder de la gran tempestad.
El misterioso maestro de cristal no tuvo más alternativa, creyó que con ese nivel de aire frío sería suficiente, pero comprobó que no había forma de salvar el cuerpo del shaman. Quizá fue un error dejarse llevar por el sentimentalismo, pero lo tuvo que intentar… En silencio, lamentó tener que destruir a Vladimir para obtener la victoria, pero había llegado la hora...
El maestro de cristal aspiró una gran bocanada de aire por la boca y, con un pensamiento, liberó por completo su cosmos, generando una oleada glacial que le otorgó todavía más fuerza a la tormenta de hielo. La tempestad al fin pudo continuar con su ascenso, extinguiendo el cosmos flamígero de la Patrono, hasta alcanzarla.

Danhiri resintió el golpe de la ventisca, pero su ser resistió la fuerza invernal. Gritó al sentir dolor pese a la carencia de un cuerpo físico.
Intentó protegerse una vez más con sus alas, para precipitarse a tierra y caer sobre los causantes de su dolor como una bomba. Sin embargo, conforme más se acercaba al origen de la tormenta, más sufría y sus llamas reducían su tamaño. Asustada, intentó alejarse, volar por encima de las nubes y escapar de la corriente glacial, pero una poderosa onda de aire sopló en su contra, obligándola retroceder en su vuelo.
Ese nuevo viento giró velozmente a su alrededor, arrastrando el frío, la nieve y los diamantes, atrapándola en medio de una gran esfera dentro de la que se comprimía y fusionaba todo el poder de los guerreros de cristal y de la misma naturaleza.
Incapaz de moverse, siendo vapuleada por el movimiento de todo ese poder concentrado, Danhiri escuchó una voz que no esperó volver a escuchar a través del cosmos.
Dijiste que mi viento sólo servía para acrecentar la fuerza de tus llamas, pero jamás imaginaste que también ayudaría a intensificar una tormenta de nieve.
¡Tú! —bramó ella.
Atrapada en esa prisión de aire frío, Danhiri no fue capaz de ver al maltrecho marine shogun de Hipocampo, de pie, junto a su compañero de armas.

Para cuando Tyler de Hipocampo recobró la conciencia, no tuvo mucho tiempo para comprender la situación. Pero, al percibir que Alexer luchaba contra la mujer que lo venció, no dudó en ir hacia allá en busca de respuestas.
Aun cuando el estigma de traidor recaía sobre Alexer, le bastó verlo pelear contra la enemiga de la Atlántida para prestarle su ayuda. Logró que su cosmos moribundo recobrara fulgor. Inspirado por la fuerza de los guerreros de cristal, alcanzó nuevos niveles al armonizarse con el poder de Vladimir y Alexer.

La fuerza cósmica de los tres guerreros desbarataba el cuerpo flameante de la Patrono, quien sentía cómo se dividía y se volvía a unir de manera descontrolada. En Danhiri despertó un horror que jamás creyó sentiría  en su vida. Cuando su mente y cuerpo comenzaron a desvanecerse por segundos, supo que su vida terminaría si la situación continuaba.

Fue tal y como lo previó el santo de Escorpión.

Antes de que las llamas de su cuerpo desaparecieran por la tempestad, la Patrono cambió, su armadura carmesí destelló una vez más sobre su cuerpo mortal.
Danhiri resintió un poco de frío en sus huesos, pero de una manera más leve y llevadera gracias a su zohar, su armadura eterna e irrompible. Se cobijó con tales ideas y promesas, creyendo que sólo tendría que esperar a que sus enemigos se agotaran y el infierno nevado terminara.

Allí viene —detectó el alma dentro del cuerpo moribundo de Vladimir—. Souva, espero tengas razón…

Danhiri optó por una posición fetal para resistir el golpeteo imparable de las ventiscas dentro de la esférica prisión, pero entonces, sin esperarlo, una figura se desplazaba por el paisaje ártico; corrió por el terreno en el que la tormenta era tan fría como para detener los átomos de la materia; saltó hacia la magnánima prisión de aire, introduciéndose en ella sin que su cuerpo se congelara por las fuerzas que allí giraban sin cesar. Danhiri lo vio entrar…
Como si el tiempo y el espacio se hubieran congelado a su paso, desprovisto del peto de su armadura dorada, ungido únicamente con su cosmos carmesí, Souva de Escorpión atravesó sin problemas todas las capas de hielo y tormenta para alcanzarla.
Danhiri sabía que no era el tiempo el que estaba corriendo de manera lenta, ni tampoco que había sido afectada por alguna técnica que engañara su percepción, sino que el santo de Escorpión se movía tan rápido que todo el mundo se detuvo alrededor suyo, incluyéndola.

Él caminó hacia ella, con una actitud presuntuosa, mostrándole las afiladas uñas escarlatas que adornaban sus manos.
Pese a las numerosas heridas que Danhiri infligió en el cuerpo del santo dorado, la que llamó su atención no era una de ellas: un agujero sangrante a la altura del corazón, del que no sólo emergía sangre, sino también un aura extremadamente caliente. Esa energía ardiente cubría todo su cuerpo… ni ella misma podría despedir ese tipo de calor.
Souva de Escorpión no se veía afectado por la letal tormenta. ¿Qué es lo que había hecho? ¿Cómo ocurrió tal cambio? ¿A quién le vendió su alma para ser capaz de llegar a tal nivel de habilidad? Se cuestionó Danhiri en las profundidades de su mente.

Con un color escarlata coloreando sus pupilas, el santo de Escorpión sólo musitó — Escorpión… de nueve aguijones ardientes…
Y como si su voz hubiera desvanecido el hechizo que detuvo el tiempo, los sentidos de Danhiri no pudieron captar los veloces movimientos con los que Souva la derrotó, sólo fue consciente de ello cuando sintió su sangre correr por diferentes puntos de su piel.
— ¡No…! —alcanzó a murmurar, antes de que su boca se llenara de sangre y la escupiera por el dolor.

Al percibir que el agresivo cosmos de la Patrono de Equidna casi desapareció, fue la señal para que Vladimir, Alexer y Tyler apaciguaran sus fuerzas y frenaran el infierno blanco que crearon en la Tierra.
Los cuerpos de los marines shoguns temblaban de manera incontrolable por el frío que penetró sus huesos y heló sus corazones; el errático aliento que emergía de sus narices y labios dibujaban una blanca neblina en sus rostros. Las scales perdieron sus hermosos colores brillantes, quedando en estado de congelación, perdiendo toda su fortaleza y vida.
Con los cabellos blancuzcos, Alexer cayó de rodillas al suelo, pero aferrado a vivir. Vio preocupado cómo es que Tyler cayó exánime a su lado, pero continuaba respirando.
— Lo logró… —escuchó decir a Vladimir, quien miraba en dirección a donde Souva se encontraba con la Patrono.

Lejos, en ese punto en donde segundos antes fue el centro sobre el que giró toda una mortífera tempestad, la nieve volvía a caer gentilmente del cielo nublado. El lugar de la batalla estaba impregnado por una neblina gélida y húmeda, que permanecería de manera perpetua en la zona.
El cuerpo de Danhiri se encontraba en el suelo, con manchas de sangre por doquier. Souva la miraba, de pie y listo para darle muerte, pues aun tras todos sus esfuerzos y poderes combinados, la mujer continuaba con vida, pero convaleciente.
El zohar, irrompible y eterno como aseguraban muchos, presentaba ocho perforaciones que se realizaron simultáneamente, en las hombreras, en los brazales, en las botas, en el peto y en el cinturón, siendo nueve impactos contando la que recibió limpiamente en la frente.
Las agujas ardientes del santo de Escorpión destruyeron parte de la coraza e hirieron profundamente el cuerpo de la joven que se resguardaba en ella. Aunque recibió una técnica letal, la resistencia de la armadura absorbió el daño suficiente para preservar la vida de su portadora.

Nadie involucrado en tan cruenta lucha, imaginó que todo resultaría tan bien. Actuaron más a base de presentimientos y fe, lo que fue la elección correcta, no la sensata, pero la atinada.
El zohar era capaz de resistir los vientos helados pero, a niveles subatómicos, la fuerza que sobrepasó el cero absoluto debilitó internamente la armadura, y su flujo constante le impidió sanarse lo suficiente como para resistir la técnica del santo de Escorpión.
Tales factores permitieron la derrota de Danhiri, quien abrió los ojos lentamente, buscando el rostro del rival ante el que había caído. Sentía su cuerpo destrozado por las nueve puñaladas que ardían infernalmente en su ser.
— ¿Cómo… cómo es que tú… te convertiste en el titán… que me venció…? —ella masculló, tosiendo—… No lo entiendo… estabas más muerto que vivo… y aun así… ahora… luces invencible…
Souva, todavía protegido por el ardiente cosmos carmesí que nacía de su pecho, le dedicó una mirada pacifica, digna de un vencedor que respetaba a un rival caído.
— No debes sentirte mal, linda. Fuimos varios contra ti… Se necesitaron cuatro guerreros, cuatro —enfatizó con los dedos—, para finalmente vencerte… Eso es admirable.
— Mordaz hasta el final… —musitó la mujer, riendo un poco.
— Además, nos llevaste al extremo de nuestras fuerzas… a poner nuestras vidas en juego, a lo prohibido —confesó—… No sé si mis amigos de allá sobrevivirán… pero yo te garantizo que te seguiré más pronto de lo que crees —dijo, sonriendo con extraña gentileza.
— ¿Por qué… te perforaste tú mismo el corazón? —Danhiri preguntó, descubriéndolo al verlo tan de cerca.
— Un truco que me enseñaron… con probabilidades fatídicas—explicó—... Es una vieja técnica, que le perteneció a un antiguo santo de Escorpión… él empleaba el fuego de su corazón enfermo, la llama de su misma vida, para incrementar la fuerza de todo su ser, de su cosmos… Así que, de esta forma, obligué a mi corazón a simular las condiciones necesarias que me permitieran ejecutar dicha técnica: Scarlet Needle Katakeo* —rió un poco para admitir que—… Aunque la cambié un poco con mis propios trucos, y la empleé con la más letal de mis técnicas…
— Una técnica suicida… Va con tu forma de ser —agregó la joven al haber escuchado con atención—… Siempre creí… que los guerreros que servían a los dioses, eran hombres egoístas… y mezquinos… Si hay mortales como tú en sus filas… quizá… —pero no se atrevió a terminar la frase. Apretó los labios, arrepentida, pues sería contradecir al señor Avanish y muchas de las creencias por las que había peleado.
— Mátame ahora… —pidió ella.
— Pensaba hacerlo…
— Te estás tardando… no sé si a propósito… o por lástima...
— ¿Últimas palabras? —inquirió el santo.
— Je, ¿de verdad las transmitirías? —preguntó ella.
— Todo por una dama…
Danhiri lo meditó un poco, pero al final negó con la cabeza —. No… ella sabe —determinó, cerrando los ojos en espera de una muerte digna, perdiendo por completo el sentido.

Entrenado como un fiero asesino, el santo de Escorpión no era la clase de hombre que dudara en eliminar a un oponente vencido. Entendía que para muchos guerreros, la muerte era preferible cuando la derrota llegaba… Aunque también habría perdonado la vida de la chica si ésta se lo hubiera pedido, pero no, ella estaba lista para una muerte honorable, y es lo que le daría.
Alzó la mano derecha, en la que su uña carmesí brilló con intensidad.
— ¡Anta…!
Sin embargo, el golpe fatal del Escorpión nunca llegaría al corazón de Danhiri, pues el brazo del verdugo fue desprendido de su cuerpo cuando una estela radiante pasó a través de él, rebanándolo.

Souva no pudo reaccionar a su pérdida, ni a ningún otro tipo de dolor cuando una serie de cortes, causados por una cuchilla invisible, se ensañaron sobre él.
El santo se tambaleó, confundido, sintiéndose mortalmente herido y cortado, mas sólo la herida de su brazo sangraba.

* - * - * - *

Calíope, la amazona dorada de Tauro, corría a toda velocidad para llegar al sitio en el que la mortal contienda terminó. Guiada por sus sentidos, con el cosmos del santo de Escorpión como su faro, abandonó el palacio Valhala; impulsada por sus sentimientos y no por la razón.
Se angustió todavía más cuando el cosmos de Souva, intenso y magnánimo, decayó a niveles alarmantes en un santiamén. Fue golpeada por un terrible presentimiento, sobre todo al recordar las últimas palabras de su aprendiz moribunda. Calíope decidió ser fuerte y se aferró a la idea de que podría cambiar el destino expuesto por la armadura de la Copa…

La amazona se detuvo en seco una vez que entró a la zona de frío extremo, pues el clima resultaba incómodo incluso para ella.
Avanzó con pasos rápidos, examinando el campo de batalla, notando a los tres hombres semicongelados a su derecha y, a lo lejos, otras tres siluetas más que permanecían inmóviles.

Distinguió que una de ellas era Souva de Escorpión, tendido en el suelo blanco, en un charco de su propia sangre. Calíope, sin importarle la identidad de la persona que socorría a la guerrera enemiga, decidió ir al lado de su compañero, asfixiada por una preocupación y congoja que no podía contener.

Presurosa, la amazona se arrodilló junto al santo de Escorpión, encontrándose con el rostro impasible de Souva, quien mantenía la vista en el firmamento.
— ¡Souva! —ella lo llamó, notando que sus ojos carecían del brillo vivaz que siempre caracterizó su espíritu. Era una mirada que Calíope reconocía perfectamente bien, la de alguien que estaba sumergiéndose en la interminable oscuridad del reino de la muerte.
— ¡Souva, aguanta, ya estoy aquí! —la amazona suplicó con desesperación. Sintiéndose incapaz de tocarlo, pero tenía que examinar su condición si quería sanarlo.
— ¿Calíope? —pronunció Souva, con una voz tan débil que casi se perdió entre la brisa del entorno—. ¿Preciosa… eres tú…? —insistió.
La amazona vio las numerosas heridas en el cuerpo del santo dorado; lo más misterioso eran las delgadas y casi imperceptibles marcas situadas sobre sus puntos vitales. Recordando viejas pláticas y experiencias al lado del santo de Cáncer, le permitió concluir que esas no eran heridas ordinarias, fueron infligidas para causar un daño más allá de lo que el ojo humano es capaz de ver… y de sanar.
— Sí, soy yo— respondió ella, sujetando la mano tambaleante que el joven alzó y llegó a palpar la máscara metálica que cubre su cara.
Souva sonrió de forma tan lastimera, que Calíope logró adivinar su último deseo. Sin dudarlo, la mujer apartó la máscara de su rostro, reteniendo la mano del guerrero contra su mejilla.
Souva de Escorpión esbozó una cálida sonrisa al momento en que sus dedos no tocaron una fría superficie, sino tibia y tersa piel—. Qué lástima… finalmente estás frente a mí… al descubierto… sin tu máscara, y yo —le acarició la mejilla con una ternura que la amazona no había sentido jamás en su vida, ni siquiera en aquel íntimo momento que compartieron en el pasado—… yo no puedo ver tu rostro —musitó, cansado y ciego—, pero de seguro… debe ser como siempre lo imaginé… muy hermoso…
Con lágrimas saliendo de sus ojos, Calíope logró hablar, intentando usar ese tono impaciente con el que siempre lo ha tratado — ¿Aun ahora no puedes dejar de decir tonterías como esas? —lo reprendió, con profunda tristeza—. Souva, no morirás aquí —dijo, más como un deseo que como una promesa. Sus lágrimas no eran desapercibidas para el santo, cuya mano helada dejaba de percibir el calor desbordante de su rostro.
— Preciosa… cuida de los demás… Protege… a los otros —Souva se esforzó para decir, cautivado por el vano aliento que Calíope intentaba darle, y por las lágrimas que mojaban sus dedos—. Dile al Patriarca que… me perdone…
Y, en un último susurro, esforzándose para no rendirse ante la muerte todavía, dijo—… Calíope —pronunció su nombre una vez más—, mis… sentimientos… Y-yo siempre… fu-i sin… cero… conti… go…
La cabeza del santo de Escorpión se ladeó un poco, dando una respiración final. Murió sin que sus ojos terminaran de cerrarse.
— … ¿Souva?… —Calíope masculló, incrédula ante lo ocurrido—. ¡¡SOUVA!!


FIN DEL CAPITULO 47


*Katakeo (o Katakaio) : En griego significa “quemar” o “completamente quemado”.
*Scarlet Needle Katakeo (o Aguja escarlata ardiente): es una técnica utilizada por Kardia de Escorpión en Saint Seiya Lost Canvas.