martes, 5 de marzo de 2013

El Legado de Atena Capitulo 33


Escuchar a su hijo llamarlo con tanta desesperación destrozó el alma de Bud, con mucho más dolor que con el que las rocas habrían deshecho su cuerpo.
Bien se dice que cuando la vida está a punto de terminar, todo transcurre frente a tus ojos, ayudándote a recordar las razones por las que podrías ser admitido al paraíso, o las que te condenarían a los martirios de algún infierno.
Pesó en su corazón ese tiempo perdido en que odió a sus padres y a su hermano, pero decidió confortarse en los recuerdos más felices de su vida, siendo los últimos años los más dichosos, aquellos que compensaban con creces toda la tristeza de su nacimiento. El haber ganado el corazón de Hilda y compartido con ella la dulzura del matrimonio; la dicha de convertirse en padre, ese día en especial cuando su hijo nació y se decidió llamarlo Syd, en honor a su gemelo.
Bud aceptó el final aunque en su pecho lo embargara la angustia de abandonar a Hilda y a Syd ante el peligro que ensombrecía a Asgard, pero no podía hacer más por ellos… Lo lamentaba.
— Bud de Mizar, aún no es tiempo de que las puertas del Valhalla se abran para ti.
Escuchó Bud, una vez que la sensación de caer en el vacío desapareciera. Tras perder sus cinco sentidos por la cercanía de la muerte, lo único que pudo hacer fue escuchar esa voz que le hablaba directamente a través de su moribundo cosmos.
Tales palabras lo obligaron a darse cuenta que su corazón aún latía, débilmente. Ese bombeo era la señal que le indicaba que, de algún modo, se mantenía con vida.
— ¿Quién es… a quién pertenece este cosmos? —pensó, al ser incapaz de hablar para expresar su duda.
Tu destino está lejos de terminar dios guerrero de Mizar. Enciende tu cosmos una vez más y prosigue con tu sagrada misión.
— ¿Misión…?— Bud repitió confundido a la profunda y fantasmal voz, intentando darle una forma. De algún modo, como si un susurro le hubiera revelado la verdad clamó— … ¡Odín!... —sintiendo que el cosmos omnipresente del poderoso señor de Asgard se adentraba por sus poros, reanimando cada átomo de su cuerpo, regresándole el aliento perdido.
El pueblo de Asgard ha sufrido desde épocas remotas. Demasiada sangre y lágrimas se han derramado sobre nuestra patria, y ahora que finalmente se ha llegado a una era de paz y prosperidad, no permitiré que nada interrumpa su curso.
Bud cerró los puños con fuerza, las palabras de Odín estaban llenas de verdad. La gente de Asgard ha superado muchas dificultades, y después de siglos de decadencia, la retribución los había alcanzado… Nadie iba a cambiar eso… ¡Nadie va a apartar la luz que le ha permitido a Asgard brillar como nunca antes!
Adelante dios guerrero, levántate y enciende tu cosmos en mi nombre, como tu dios lo exijo, con mi corazón te lo imploro… Abandonar a Asgard no debes, el peligro acecha a aquellos que amas. Mi travesía a tu lado no terminará aquí, enséñame el coraje de los hombres, el valor que los impulsa a crear milagros… ¡Padre, levántate!




Capitulo 33. El vórtice de la tormenta. Parte IX.
Cese.

La sensación de caer en el vacío de la muerte no le fue desconocida a Bud, por eso no temió. Ya se lo había dicho la norna Skuld, dos veces ha tenido que morir pero dos veces alguien ha intervenido. Nadie podría ser tan afortunado para salvarse una tercera ocasión, o eso pensó en el momento que se entregó al sueño eterno.

Una vez más fue bendecido. Su cuerpo fue cubierto por la legendaria armadura de Odín, la cual borró todo mal de su ser, regresándole vitalidad y salud; reavivó la llama de su cosmos, devolviéndole todos los sentidos con un propósito: Debía proteger a Asgard y erradicar el mal que los invasores trajeron consigo.
Tal proeza podría resultar imposible de lograr si continuaba luchando por cuenta propia… pero ya no estaba solo. Bud sujetó la espada Balmung con ambas manos, alzándola en posición de ataque.

Caesar, Patrono de Sacred Python, observó detenidamente al dios guerrero, teniendo las mismas dudas que Dahack y Masterebus.
Los guerreros se reagruparon alrededor del Patrono de Sacred Python, buscando respuestas.
— Caesar… no me digas que él… es… —musitó Dahack.
— No —Caesar se adelantó a su conjetura—. Áxalon está reaccionando, pero no por él… El chiquillo sigue siendo su deseo —explicó, seguro de lo que le transmitía la espada al empuñarla con firmeza—. Yo me encargaré. Ustedes ya han hecho suficiente, apártense.
— Sí así lo prefieres… — el Patrono de Arges accedió a hacerse a un lado, a diferencia de Masterebus quien permaneció en su sitio.

Caesar avanzó hacia Bud, sosteniendo su espada dentada, la cual no tenía nada que envidiarle a la legendaria Balmung.
— Tú… Fuiste tú quien luchó contra Elke —supo Bud al estudiar su cosmos.
— Así que “Elke” era el nombre de esa mujer. Admiré su determinación al querer vencerme, y parte de mí lamenta que su sacrificio haya sido en vano —comentó Caesar para confusión de Bud—. No siempre se encuentran seres humanos con tal nobleza.
— No tienes por qué lamentarte, yo acabaré lo que ella inició —aclaró Bud—. Pero primero debo cumplir una promesa que hice antes —lanzando una mirada hacia Dahack quien le devolvió una sonrisa socarrona.
Caesar intuyó su deseo, mas permaneció como un muro que se lo impediría— Seré yo tu oponente.
El dios guerrero lo miró de reojo—. No desesperes, no me pienso olvidar de ti— dijo antes de impulsarse a la velocidad de la luz en su dirección. Caesar se alistó para confrontarlo pero le sorprendió que su enemigo se hubiera desviado en el último segundo hacia otro objetivo.
Dahack se supo blanco del feroz y resentido tigre de Zeta, por lo que se preparó para reanudar la confrontación.
— Veo que quieres que terminemos el juego. Me parece bien, ¡porque no importa qué clase de armatoste lleves encima, el resultado será el mismo! —espetó el Patrono, moviéndose a su súper velocidad, confiado de no poder ser alcanzado por Bud.

Caesar chasqueó los dientes, un tanto sorprendido por no haber podido interceptar al dios guerrero de Zeta. Sabía que si dejaba solo a Dahack éste moriría, era demasiado distraído para darse cuenta que no trataba con el mismo oponente de antes. Se dispuso a ir en su ayuda cuando el sonoro aullido de un lobo le alertó de un inesperado arribo.
El Patrono de Sacred Python habría reaccionado con violencia, pero pareció petrificarse en cuanto Sergei, dios guerrero de Épsilon, se plantara en su camino.
—Dejemos que ellos peleen por ahora, ¿por qué no dejas que sea yo tu oponente? — Sergei cuestionó con gesto hostil y desafiante.

Dahack y Bud se desplazaban en zigzag por la vasta explanada, el Patrono evitaba el combate directo con una sonrisa cínica mientras Bud permanecía centrado e impasible yendo detrás de él.
— ¿Qué sucede? ¿Acaso no puedes alcanzarme? —se mofó el veloz Patrono.
— Al contrario, creo que ya nos hemos alejado lo suficiente —respondió.
— ¿Qué quieres decir? —Dahack cuestionó.
El dios guerrero no respondió con palabras, en vez de eso desapareció de cualquier vista tras convertirse en una figura borrosa.
Dahack quedó pasmado al ver la estela fantasmal que lo atravesó y pasó de largo, resintiendo una intensa sensación gélida en el cuerpo que tardó en entender. Al mirar por encima de su hombro, vio la espalda del guerrero Bud mientras la visión se le nublaba.
En cuanto Bud sacudió la hoja de su espada para limpiarla de la sangre, Dahack lanzó un potente alarido, al mismo tiempo que su armadura estallara en pedazos y en su cuerpo se abrieran múltiples heridas sangrantes, cada una de ellas mortales.
Dahack cayó muerto al suelo para sobresalto de los presentes, envuelto por una lluvia carmesí generada por su propia sangre.
— No pensaba dejar que tu asquerosa sangre manchara la pureza de Odín en la Tierra —Bud musitó, instantes antes de buscar con ojos de desprecio a Masterebus. El guerrero oscuro entendió la indirecta por lo que aceptó continuar con la lucha que constantemente ha sido interrumpida.

Caesar contempló el acto en la distancia, irritado por ver morir a un compañero. No porque él apreciara al fallecido Dahack, sino por lo que tal pérdida podría causar en su señor.
Le asombró que el dios guerrero haya podido destruir la Stella de Arges con tal facilidad, se preguntaba si su propio Zohar podría ser dañada por el filo de la Balmung.
Cuando Sergei lo atacó de manera repentina, el Patrono sintió el leve roce en su mejilla, pero logró girar sobre sus pies para evitar el impacto y a su vez darle un codazo a su enemigo en la espalda.
Sergei dio unas volteretas hacia el frente para evitar caer, dándose media vuelta para atacar.
Caesar retrocedía y bloqueaba cada golpe con los brazos. Era una estupidez tener a un enemigo que lo atacara con las manos desnudas y sin protección de algún ropaje ¿era sólo valiente o estúpido?
Conforme Sergei continuaba atacando con simples golpes y patadas, comenzó a sentirse atrapado en un extraño Déjà vu. La manera en la que su enemigo contenía sus movimientos y respondía a sus ataques le transmitió viejas sensaciones e imágenes.
En un lugar como este, rodeado por altas paredes de concreto y metal, con nieve bajo sus pies, con un cielo gris perpetuo sobre él… un combate constante, el mismo oponente de todos los días…

Caesar esquivó el gancho derecho de su rival al agacharse. El brazo de Sergei perdió su blanco por lo que el Patrono estiró su mano y lo sujetó por la garganta, dándole un fuerte apretón con el cual lo alzó lejos del suelo.
Los ojos de Sergei se abrieron con asombro, sus labios temblaron en un rictus de completa perplejidad en cuanto el Déjà vu dejó de ser un recuerdo y se situó en su tiempo presente, hasta el ladrido lastimero de su lobo Aullido ocurrió tal cual en el pasado.
El dios guerrero sujetó la muñeca de Caesar en un vano intento de que lo soltara, la fuerza física del Patrono era superior.
Caesar tenía la capacidad para destrozarle el cuello tal y como lo hizo con la guerrera de Odín a la que enfrentó antes, pero el escuchar los constantes ladridos del lobo, tuvo un conflicto de emociones por las que terminó azotando a su enemigo contra el piso.
El impacto en su cabeza fue severo, Sergei sintió como el suelo firme se cuarteó bajo su cuerpo.
Con la vista descuadrada, miró al hombre que aún lo tenía sujeto del cuello, éste le dijo algo pero la contusión le impidió escucharlo con claridad, conmocionándose al ver cómo el Patrono se rascó una mejilla con mucha naturalidad y de manera muy discreta trazó una equis con los movimientos de sus dedos.
— ¡¿D-de verdad… e-eres tú?! —Sergei se esforzó en decir, espantado como si estuviera viendo a un fantasma.
En respuesta, Caesar lo volvió a levantar, sólo para arrojarlo bruscamente contra el muro más cercano.



Masterebus volvió a dividir sus alas en numerosas cuchillas que buscaron herir a Bud, mas el dios guerrero elevó su cosmos esgrimiendo la espada Balmung para defenderse. La espada sagrada repelió cada una de las afiladas extensiones, y con certeros movimientos Bud las cortó.
El guerrero con armadura de murciélago rugió adolorido, perplejo al ver que los trozos de sí mismo cayeron al suelo y se marchitaron hasta volverse polvo negro.
El peligro volvió a sacudir su ser, llevándolo a retroceder unos cuantos pasos al saberse  herido y vulnerable.
Bud sujetó la Balmung en posición defensiva, estudiando a su rival con cuidado.
— No he olvidado que pese a que perforé tu corazón posees otro escondido en algún lugar de tu ser —dijo Bud con tono analítico—. No sé qué clase de criatura seas, has logrado sobrevivir sin importar cuánto te han herido… pero es bueno descubrir que eres incapaz de eludir el poder de los dioses.
Masterebus bufó como un animal rabioso, haciendo que su armadura comenzara a presentar nuevos cambios para compensar lo perdido. Las garras que cubrían las manos del guerrero oscuro se alargaron todavía más hasta la medida de una katana.
Completamente desenfrenado, Masterebus se precipitó sobre Bud, quien lo enfrentó en un duelo veloz de espadas y cuchillas.
Aunque Masterebus intentó repetidas veces desarmar a su rival empleando agarres repentinos, el dios guerrero lo evitaba respondiendo con agilidad.
Al chocar sus espadas, volvieron a entrar en una competencia de fuerza muy reñida,  en la que Bud se sobresaltó al ser atacado por poderosas llamas negras que emergieron de los ojos destellantes de su oponente.
Las llamas oscuras lo cubrieron, girando violentamente a su alrededor. Bud se perdió momentáneamente dentro de ese tornado de fuego hasta que emergió después de un largo salto.
El dios guerrero tosió al sentirse sofocado después de eso. Admiró nuevamente la bendición de la armadura de Odín, pues se encontraba ileso pese a haber recibido el ataque de manera tan directa.
Masterebus no estaba complacido por ello, por lo que prefirió guardar distancia y desplazarse alrededor de su enemigo, buscando el momento justo para atacar.
Bud lo imitó, avanzando con cautela. Centró todos sus sentidos para ubicar sus latidos, sabiendo que debía acabar pronto con la pelea; Sergei no podrá frenar por demasiado tiempo al otro espadachín.
Sus pensamientos causaron cierta reacción en el ropaje y espada de Odín cuando éstos lo obligaron a elevar su cosmos. Bud pestañeó incrédulo en cuanto su vista transformara al hombre frente a él en un ser de estelas y humo negro; todo un remolino de caos girando alrededor de un cuerpo que carecía de un brazo y con un amplio boquete en el pecho.

Masterebus notó el extraño brillo en uno de los ojos del dios guerrero, decidiéndose a atacar al ver confusión en su oponente. Volvió a prenderse en llamas, transformándose una vez más en un ente de fuego negro.

Bud vio como ese tornado venía en su dirección, estaba inseguro de lo que debía hacer, pero en cuanto notó un fulgor rojo sobresaliendo de las sombras entendió todo. El dios guerrero corrió al encuentro de ese vendaval, sin temor de ser devorado por el vórtice oscuro.
Luz y oscuridad se estrellaron una vez más. Las sombras y destellos se esparcieron por el cielo acompañados de un apabullador alarido.
Bud clavó con fuerza la espada Balmung en el cuello del enemigo, y en cuanto la punta perforó ese punto, emergiendo por la nuca, una llamarada roja fue visible. Dicho resplandor escarlata se extinguió en un santiamén al mismo tiempo que el brillo en los ojos de Masterebus.

Masterebus se retorció de dolor unos breves momentos antes de que Bud extrajera la espada con un violento movimiento, preparando un golpe vertical con el que le daría fin.
La hoja de la espada Balmung dejó una línea de luz que se marcó en el cuerpo de Masterebus. De la resplandeciente herida crecieron fisuras luminosas que se extendieron por toda la armadura oscura del guerrero que crujió hasta que se convirtió en cenizas.
A los pies de Bud cayó el cuerpo inerte y sin vida de un hombre pelirrojo, el cual rápidamente comenzó a secarse hasta quedar como una momia totalmente marchita.


En cuanto Caesar se supo blanco de la mirada del dios guerrero de Mizar, dejó de darle importancia al tullido Sergei, quien emergió de la destrozada pared con dificultad.
— Listo, tienes toda mi atención —dijo Bud, procurando atraer a su rival hacia él.
— Vaya… tu espada es impresionante. Eliminaste a Dahack, uno de mis aliados —comentó Caesar, mirando los cuerpos de los caídos—. Y también a esa criatura… me dijeron que no podía morir, pero es claro que la inmortalidad es sólo una ilusión.
— Esto es entre tú y yo ahora.
— Parece que confías en que obtendrás la victoria, pero no eres el único que sabe cómo utilizar una espada —el Patrono aclaró, levantando su arma dentada.
— La victoria es segura cuando tienes a un dios de tu lado. No hay nada que la espada de Odín no pueda vencer.
Caesar intentó permanecer serio pero terminó por soltar una risa burlona—. Ya veo, así que es por eso que mi espada se encuentra tan ansiosa por cortarte… Está bien, habría preferido que el dios del que hablas dejara de esconderse y enfrentara su destino, pero en vez de eso decidió entregarte esa responsabilidad a ti... “Que los mortales peleen mientras yo observo”, típico de ellos —Caesar colocó su arma frente a él, cerrando la mano alrededor de su filo hasta sangrar—. Por el poder otorgado a mí, libero el primer sello —la sangre de Caesar provocó que de la espada naciera un intenso resplandor azul—… Áxalon, te privo de una de tus cadenas, ¡muestra tu furia!
Un estruendo alertó a Bud del nacimiento de un gran poder. El cosmos que emergió de la espada del Patrono dejó perplejos a todos los que se encontraban en la redonda.
Bud, Hilda y Sergei quedaron consternados al escuchar una serie de lamentos y gritos provenientes del interior de esa luz.

El Patrono elevó su cosmos, el cual armonizó con las flamas de su espada — ¿Te sientes intocable por estar respaldado por un dios? —preguntó, tomando una posición ofensiva—. Imagina cómo me siento yo al ser seguido por un ejército que ansía su destrucción.

Balmung y Áxalon chocaron en un primer y estruendoso golpe. Las espadas se repelieron con tal fuerza que casi escaparon de las manos de sus respectivos espadachines, pero tras un rápido giro ambos volvieron a recobrar equilibrio para impulsarse contra el otro.


Sergei de Épsilon avanzó hacia donde Hilda de Polaris se encontraba, sujetándola a ella y al príncipe para alejarlos del lugar. Los constantes golpes de espada desplegaban ráfagas de gran presión que estaban causando daños y vibraciones por la explanada, hasta las montañas parecían crujir por el enfrentamiento de ambos titanes.
El dios guerrero de Épsilon deseó ir en ayuda de su superior, pero Hilda se lo impidió, diciéndole que debían confiar en Bud y en la voluntad de Odín. Pero aun ante la petición de Hilda, Sergei no podía dejar de sentirse ansioso por sumarse a la batalla.
Le parecía una locura pensar que conocía la identidad del guerrero enemigo, ¡era imposible! Sin embargo, ¿sería el mismo sujeto que lo salvó de morir en el agua helada? ¿Aquel que lo llevó a casa de Asdis y vio por su bienestar? Si resultaba así… entonces existía una gran posibilidad de que un espectro de su pasado haya podido volver a la vida.


Caesar y Bud se movían con una agilidad y fuerza que como oponentes admiraron y respetaron. Mientras Bud era mucho más ágil, Caesar poseía un mejor dominio con la espada, llevándolos a lidiar con un duelo muy parejo. Los cortes luminosos desgarraban el aire, los choques metálicos resonaban por doquier. En un ataque simultáneo, Bud y Caesar  terminaron pasando uno junto al otro, esperando que sus espadas hayan herido a su respectivo rival.
Bud fue el primero en darse cuenta que en su brazal derecho apareció una delgada fisura.
El Patrono sonrió complacido al comprobar que el filo de Áxalon era capaz de rasgar una armadura como la que ahora protege al dios guerrero.
Bud por su parte no cambió su expresión para agregar— No sonreiría tanto si fuera tú —apuntando su espada hacia el pecho de Caesar—, yo estuve más cerca.
El Patrono miró pasmado el largo rayón que se trazaba en su ropaje, desde su costado inferior derecho hasta su hombro izquierdo. El fino trazo resaltaba en su armadura negra, Caesar supo que pudo haber sido un golpe fatal bajo otras circunstancias.
— Por tu expresión es evidente que es la primera vez que te pasa algo como eso.
— Mi Zohar… Ni siquiera los guerreros del Santuario fueron capaces de causarle un raspón a nuestras armaduras —Caesar palpó la marca en su peto.
— Haces mal en compararnos con el Santuario.
— ¿Y por qué no? Ambos son regímenes que veneran cosas absurdas —Caesar se mofó, alzando a Áxalón hacia el cielo con ambos brazos extendidos—. El hombre tiene la oportunidad de recomenzar su historia en esta nueva era, pero sus despreciables creencias se niegan a desaparecer… ¿Acaso no fueron los dioses quienes comenzaron con las guerras santas desde la antigüedad? ¿No fueron ellos quienes les mostraron a los mortales la habilidad de despertar sus cosmos? ¿Todo para qué? Para que los mortales bailen en su escenario mientras ellos observan cómo nos destazamos entre nosotros… Si fueran tan poderosos tal cual presumen, ¿para que necesitarían que hombres como tú los protegieran?...— cuestionó Caesar, concentrando su energía cósmica.
Bud contuvo la respiración al no saber qué contestar.
— ¿No puedes responderme cierto? Nadie ha podido… —el Patrono masculló con sorna.
El dios guerrero imitó a su oponente, elevando al máximo su cosmos— Estás queriendo decirme, ¿que tu objetivo es eliminar a todas las órdenes sagradas que existen? —indagó.
— Desde hace años ese plan se ha puesto en marcha —Caesar sonrió con malignidad, causando cierto temor en Bud—. Son pocos los que quedan, ¡y hoy llegó su turno!
Caesar estuvo a pocos instantes de descargar todo su poder contra Bud, con el cual esperaba fulminarlo. Sin embargo una aparición le impidió cumplir su deseo.

— Lo siento pero… temo que eso tendrá que esperar —fueron las palabras que congelaron la situación.
Caesar quedó inmóvil ante la susurrante voz que sopló sobre su oído. Bud frenó su embestida al ver a una figura sombría que de algún modo se abrió paso hasta allí, justo a un costado del Patrono, sin que nadie lo hubiera detectado.
Fue demasiado imprevisto, Caesar no logró reaccionar de manera correcta para evitar que esa persona lo atrapara.
Un tornado de sombras nació de los pies del misterioso individuo, desatando vientos huracanados a su alrededor.
Dentro del vórtice de la sombría tormenta, Caesar quedó inmovilizado por la terrible presión que engarrotó su cuerpo. El suelo se volvió completamente negro, donde un sinnúmero de manos negras lo sujetaron por las piernas y brazos.
El joven movió el brazo de manera diagonal, siendo la orden que forzó a todas esas extensiones a actuar.
— ¡¿Qué es esto?! —Caesar alcanzó a gritar lleno de frustración, viendo cómo es que esas extremidades estaban hundiéndolo rápidamente en el piso oscuro como si fueran arenas movedizas. Luchó por resistirse pero entre más lo hacía más extensiones negras lo envolvían y lo jalaban.
— ¡¿Quién eres?! —bramó al joven que se encontraba de pie como el centro de tal tempestad. El Patrono no llegó a comprender la razón por la que sus poderes resultaban inútiles, como si hubieran sido sellados de manera abrupta por ese maléfico entorno.
El joven no respondió, contempló en silencio cómo Caesar se perdió en las profundidades de la oscuridad que pisaba.

Bud retrocedió, expulsado por la energía oscura que emergió del cuerpo del misterioso guerrero. No pudo ver más allá del denso torrente negro que envolvió al Patrono y al extraño individuo, por lo que cualquier acontecimiento ocurrido entre ellos quedó fuera de su conocimiento.
Intentó acercarse, pero lo repelió una fuerza electrizante que tensó su cuerpo. Abrumado por tal sensación, Bud prefirió desistir y esperar algún cambio.

El tornado de sombras fue perdiendo intensidad y altura, succionado por el suelo que había sido cubierto por la oscuridad. Una vez que se desvaneció, la capa negra del piso fue achicándose hasta volver a su forma original: la sombra del misterioso joven.
Pero para Bud, Sergei e Hilda dejó de ser un extraño, aún en la distancia reconocieron el perfil y la complexión de uno de los suyos.
— ¿Aifor? —preguntó Bud, siendo el más cercano a él.
El joven tardó en reaccionar ante ese nombre, y con extrema pasividad giró el rostro hacia su superior.
En efecto se trataba de Aifor de Merak, quien por alguna razón había perdido su armadura sagrada. El chico lucía un poco sucio, pero ileso pese a que sus ropas maltratadas mostraban residuos de una cruenta batalla.

— Aifor… ¿cómo es que tú…? ¿Qué hiciste, dónde está el enemigo? —Bud preguntó, contrariado al no ver o sentir algún vestigio de su presencia.
— ¡¡No!! —escuchó a Sergei gritar al mismo tiempo en que el lobo Aullido ladraba de manera feroz. El animal corrió hacia Bud, impidiendo que se acercara al muchacho— ¡No se confíe, algo no está bien en él…! —Sergei no podía explicarlo pero, compartía con un Aullido el mismo presentimiento.
El lobo fue mucho más sensible a las fuerzas que ahora dominaban el cuerpo del dios guerrero de Merak, por lo que Sergei pudo percibirlo también a través del vínculo existente con Aullido.
Hilda estaba tan confundida como su esposo, pero entendía que algo estaba fuera de lugar. Aifor poseía grandes dones, es cierto, pero ¿llegar a tal alcance en tan poco tiempo?
— ¡Él no es Aifor! —terminó diciendo el dios guerrero de Épsilon.
Bud e Hilda miraron con asombro al silencioso joven.
Aifor prefirió sonreír con tranquilidad ante tal acusación —Me evitan la molestia de tener que mentir, es bueno porque me encuentro algo cansado.
— ¿Qué estás diciendo Sergei? —preguntó Bud, consternado al no creer lo que escuchó.
— Él tiene razón, no pensaba ocultarlo de todas formas —respondió el joven con la voz de Aifor de Merak—. Pero no tienen que preocuparse por mí, ya he terminado mis asuntos aquí, Asgard ya no tiene nada que sea de mi interés.
— ¡Espera! —clamó Bud, desplazándose con rapidez. Colocó el filo de Balmung junto al cuello del muchacho—. No vas a hacer nada hasta que me expliques qué significa todo esto —dijo irritado—. Si no eres Aifor, entonces ¿quién eres? ¿Qué fue lo que hiciste?
El chico miró sin temor alguno al dios guerrero que portaba la majestuosa armadura de Odín— Los he salvado a todos ¿no lo ves? —inquirió con sorna—. Ese hombre los habría matado al final… deberías agradecerme en vez de querer agredirme, humano.
— ¿Humano? —Bud repitió extrañado.
— Les he dado tiempo para que laman sus heridas. Por supuesto que no puedo garantizar que sus enemigos no regresen a continuar con su tarea, pero por hoy los dioses guerreros de Asgard se llevan la victoria. Yo se las he concedido, no lo olvides nunca —musitó prepotente.
— ¿Por qué harías algo como eso? ¿De qué lado estás? —Bud cuestionó, impaciente.
— No del tuyo por supuesto —Aifor respondió—. Mas no tengo interés en ustedes, no planeo siquiera volver a verlos. Lo que les suceda de aquí en adelante ya no me incumbe… Ese fue el trato —masculló airoso.
Aifor desplegó una corriente eléctrica que le permitió alejarse del alcance de Bud.  Se percató del intento de Sergei de Épsilon por atraparlo, mas lanzó al suelo un poderoso torrente de llamas anaranjadas y negras que se alzaron como un campo protector a su alrededor, impidiendo que tanto Bud como Sergei pudieran acercarse.
— En vez de preocuparse por mí, deberían estar más interesados en socorrer a aquellos que yacen moribundos por el palacio —decidió recordarles—. Para mí ustedes no son  nada, no tengo obligación alguna de satisfacer sus dudas… aunque podrían intentarlo con Clyde, claro si se atreve a contar la verdad.
Las paredes de fuego se cerraron como cortinas alrededor del joven, girando hasta transformarse en una nube de llamas, azufre e intenso calor que obligó a los guerreros asgardianos a cubrirse.
El cúmulo de fuego se alzó en el aire como un cometa, perdiéndose entre las nubes grises del horizonte.

Para cuando el calor intenso se aplacó, todo quedó en silencio. Sólo Sergei siguió inquieto, buscando con desesperación algo.
Bud aún se sentía inseguro y lleno de dudas ¿de verdad todo había terminado de manera tan abrupta? ¿Qué fue eso último? ¿Qué sucedió con el guerrero de Merak? ¿Qué tenía que ver Clyde en todo esto? Se preguntaba al escudriñar con sus sentidos el entorno. Como una respuesta afirmativa a la principal interrogante, el ropaje sagrado de Odín comenzó a brillar, anunciando la inminente separación.

La armadura divina abandonó el cuerpo de Bud, armándose en su forma original sobre el derruido altar, a los pies de la inmaculada estatua de Odín.
Cuando la espada Balmung tomo su lugar correspondiente, el estruendo simuló un cerrojo que le permitió a Hilda y a Bud saber que estaban a salvo… por ahora.

Las nubes de tormenta comenzaron a alejarse hasta perderse en el cielo, como si huyeran del brillo de la armadura de Odín, la cual permanecería allí hasta que el último de sus enemigos fuera derrotado.

FIN DEL CAPITULO 33

El Legado de Atena. Capitulo 32





Capitulo 32.
El vórtice de la tormenta Parte VIII. Milagroso destino

El corazón de Hilda de Polaris se llenó de desesperación al compartir la angustia de Bud. Tras escuchar el nombre de “Syd”, su instinto de madre la alertó del peligro inminente que corría su hijo.
Como el acto cruel dentro de una obra del destino, el príncipe Syd arribó al palacio en el momento en que sus padres se habían resignado a soportar cualquier cosa con tal de mantenerlo a salvo. Y ahora, allí estaba, de pie frente a dos agentes de la muerte misma.
El niño contemplaba con ojos asustados la situación, parecía haberse congelado por la impresión que le causó el escenario.

Por las reacciones de los regentes de Asgard, el Patrono Dahack averiguó la identidad de ese niño, lo que lo hizo sonreír con cinismo.
— Esto sí que es afortunado —dijo, perdiendo el interés en la sacerdotisa a la que dejó caer al suelo.
La parálisis que aprisionaba el cuerpo de Hilda le impedía si quiera arrastrarse. Con un delgado hilo de voz es con el que la sacerdotisa le pidió a Syd que corriera, pero todo sonido de su garganta se perdía con el feroz paso de la ventisca que los rodeaba.
El Patrono de Arges caminó a paso lento hacia el infante, lo que obligó a Bud a buscar la libertad pese a que ello significara desangrarse.
Con gran determinación, Bud hizo estallar su cosmos, incrementando su fuerza en un mero instante en que aprovechó para jalar su brazo fuera de la estaca  que lo aprisionaba. La sangre brotó al mismo tiempo que sus garras mortales adornaron su mano ya libre, cortando con veloces movimientos las extensiones que lo tenían sometido.
Los destellantes cortes hicieron retroceder a Masterebus quien gruñó bajo su máscara,  afectado por el dolor de las amputaciones. Sus extensiones cortadas se movieron cuales gusanos agonizantes en el piso.
Antes de que el guerrero infernal reaccionara, Bud ejecutó el poder devastador de sus garras sobre él. A tan corta distancia, los cortes perforaron la armadura e impulsaron a Masterebus lejos por la explanada.
Bud compartió una última mirada con Hilda para tomar una difícil decisión: por encima de sus propias vidas, la de Syd era mucho más importante.

Bud de Mizar se desplazó velozmente hacia Dahack, quien ante el alboroto miró por encima del hombro. El haz de luz en el que se convirtió el dios guerrero de Mizar no lo impresionó lo suficiente, pues logró quitarse del camino.
Bud quedó frente a Syd a quien apenas miró, su atención volvió a la batalla en cuanto retuvo un golpe traicionero con su antebrazo.
Dahack dio un salto hacia atrás ante su fallo — Eres veloz —admitió. Estaba seguro de que lograría golpearlo, mas el dios guerrero parecía estar dotado de buenos reflejos —. Aunque dudo que puedas mantener el mismo ritmo con tus heridas —dijo al ver los agujeros sangrantes en las piernas y brazos de Bud.
El dios guerrero no respondió, el enojo que crecía en su interior sobrepasaba sus límites, sólo deseaba acabar con ese maldito.
— ¡Papá!
— ¡No te acerques! ¡Retrocede! —fueron las duras palabras de Bud para su hijo.
— ¡Pero… papá…! —insistió el pequeño, indeciso ante la amplia espalda de su progenitor.
— ¡Obedece! ¡Aléjate de aquí, no tenías que haber venido! ¡Hazlo ya! — gritó impaciente, lanzando una severa mirada al príncipe; era la primera vez que veía una expresión como esa en su padre.
Tal distracción permitió a Dahack desaparecer del campo de batalla, pero el instinto guerrero de Bud lo llevó a sujetarlo del brazo antes de que lo pasara de largo y se abalanzara contra Syd.
El dios guerrero de Mizar lo arrojó en dirección opuesta a la que se encontraban el niño y su madre, yendo detrás de él con las garras extendidas.

Asustado y confundido, el príncipe buscó a su madre, corriendo hacia ella al ser el acto natural de un cachorro aterrorizado.
Al verlo a su lado, algunas lágrimas corrieron por el rostro de Hilda, e igual en las del niño. Con gran esfuerzo, la sacerdotisa pudo sentarse para abrazar a su pequeño. En su actual condición estaba incapacitada para luchar, pero estaba dispuesta a servirle de escudo.
— Oh Syd… Syd… ¿Qué estás haciendo aquí?... ¿Cómo llegaste?... No tenías que… — Hilda susurró angustiada.
— Lo siento… perdóname mamá... yo… no quería quedarme solo, mamá, no quería… por eso yo… —Syd balbuceó completamente apenado, dificultándosele el expresar los temores que lo hicieron abandonar la casa de Freya y viajar de vuelta al Valhalla. Atragantado por su propia angustia, sollozó en los brazos de su madre.
Hilda se aferró a él de manera protectora, rogando en silencio por la vida de su hijo.

Dahack realizó algunas volteretas para volver a suelo sobre el que se impulsó para evadir al dios guerrero que lo perseguía. El Patrono admitía que era un férreo oponente, pero su velocidad seguía siendo mayor.
Podría continuar evadiéndolo hasta que las heridas de Bud terminaran por cansarlo, pero la mirada en el dios guerrero indicaba que era un hombre lo suficientemente obstinado para mantener los mismos bríos hasta el último suspiro.
El Patrono desplegó su cosmos en una poderosa ráfaga energética hacia su rival, mas el tigre de Asgard la eludió sin la necesidad de retrasarse ni un segundo.
El método ofensivo de su adversario le permitió a Bud acortar distancia, pudiendo sentir cómo sus garras alcanzaron su objetivo.
Ambos guerreros se enfrascaron en un intercambio de golpes y patadas veloces. La experiencia de Bud le permitía no encontrarse tan a la desventaja con un oponente que superaba fácilmente su velocidad, se dejaba guiar por su instinto que le advertía de los peligros y tácticas del Patrono.

Dahack se enfureció al estar recibiendo cortes tras cada impacto que recibía, pero terminó por permitir más heridas sangrantes. Los hilos escarlata de ambos guerreros  se mezclaron en el aire mientras continuaban en movimiento.
Bud no fue ajeno a recibir golpes, mas sus fuerzas no menguaron, ni siquiera cuando su visión comenzó a tornarse borrosa. Sin embargo, en cuanto sus garras atravesaron el aire en vez de la cabeza a la que había apuntado, comprendió su verdadera condición.
Ante el golpe fallido por la visión doble, Dahack rompió la defensa de su oponente a patadas y puñetazos que arremetieron contra el dios guerrero. El Patrono liberó una descarga cósmica que arrastró a Bud por el suelo hasta golpear contra el mirador.
— ¡Ja! No hay ímpetu que mis venenos no puedan doblegar, ya sea la de la misma sacerdotisa de Odín o la del feroz tigre de Zeta, todos caen ante mí —el Patrono de Arges exclamó con prepotencia.
Bud lo miró con hostilidad. Sentía que su cuerpo se entumecía cada vez más y más, y sus sentidos estaban debilitándose.
— Bien lo dijo tu amigo, el arpista —Dahack comentó, recordando al guerrero de Eta y su consejo sobre no subestimar al enemigo, sobre todo si desconoces de lo que es capaz—… Deberías ser un buen perdedor, no te culpes por desconocer que mi cuerpo y sangre son mi mejor arma —explicó ante los ojos furiosos del dios guerrero que buscaba ponerse de pie—. Durante años he trabajado para que cada célula y gota de mi cuerpo resulten mortíferas para cualquier criatura viviente. Por lo que, fue efectivo que me hirieras, mi sangre resultó tu perdición al mezclarse con la tuya a través de tus heridas. Aunque de todas formas, con  tan sólo haberla olfateado o que tocara tu piel habría tenido el mismo efecto… Ahora todo eso ya está dentro de ti, por lo que pronto morirás como todos los que moran este palacio —rió con maldad.
— Debí saber que eres un… ser miserable… que sólo sabe luchar a ventaja — una vez de pie, Bud escupió el exceso de sangre que había en sus labios.
— En las guerras todo está permitido —comentó con sarcasmo—. Creo que te has dado cuenta que ya no podrás moverte con la misma rapidez de antes. Pero no te preocupes, aún no pienso eliminarte, todavía quiero que seas testigo de lo que le haré al mocoso y a tu mujer —Dahack volvió a sonreír malicioso.

El Patrono dio media vuelta, caminando hacia donde la sacerdotisa y el niño se encontraban.
— No te atrevas a darme la espalda… —dijo Bud, permaneciendo de pie, levantando con firmeza los brazos hacia los lados.
Dahack no se detuvo, le divertía su intento por persuadirlo.
Bud se rodeó con su cosmos invernal, dispuesto a emplear cada partícula de energía que le restaba para detenerlo.

A lo lejos, Masterebus había logrado recuperarse. Su armadura pareció llamar a los trozos que fueron cortados por el dios guerrero. Con movimientos serpentinos se arrastraron por el suelo hasta llegar a él, volviendo a fusionarse con la coraza negra.
Vio como Bud de Mizar estaba preparándose para atacar al Patrono de Arges, y como el tonto e inconsciente Dahack se atrevía a ignorarlo. En esta ocasión Masterebus se decidió a no intervenir, salvaguardar la vida de Dahack no era ninguna prioridad, la vida de un humano valía lo mismo que todas las demás: nada.

El Patrono se detuvo sólo hasta que sintió una atmosfera extremadamente fría formándose tras su espalda. Se obligó a girar para contemplar el gran vendaval que giraba alrededor del dios guerrero de Mizar.

Pese a que el cuerpo falle, el cosmos es inmortal y una fuente inagotable de poder, eso Bud lo sabía muy bien.  Durante años ha preferido un estilo de combate más directo, donde sus garras pudieran destrozar a sus enemigos, pero en condiciones como estas, le alegraba haber aprendido la técnica que su hermano le heredó a través de la armadura de Zeta.
¡¡Impulso azul!! —clamó con fuerza, pareciendo unificar su poder y el de la misma tormenta en contra del Patrono.

Dahack no supo reaccionar a tiempo, no estaba seguro si moriría, pero tuvo el presentimiento que sería catastrófico.
En contra de lo deseado, el Patrono de Arges no recibió ni una lesión por ese ataque, no cuando una segunda ventisca desvaneció la técnica del guerrero de Mizar.
Una profunda zanja se marcó en el suelo de piedra ante el paso del viento cortante que sobrepasó la técnica del dios guerrero de Zeta.
Conmocionados, Bud y Dahack buscaron al responsable de tal intervención.
El Patrono sonrió socarronamente al reconocerlo, mientras Bud no podía creer que todo pudiera empeorar más.
— ¡Sabía que la señorita Tara no te dejaría morir tan fácilmente, Caesar! —dijo Dahack a su compañero de armas.
El recién llegado traía en mano la mortífera espada dentada que le había dado muerte a Elke de Phecda Gamma.
Caesar, Patrono de Sacred Python estaba con vida.

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En aquella cueva ancestral, lugar oscuro que da refugio a la legión de guerreros que se han llamado a sí mismos Patronos, los lamentos de una mujer se escuchan de manera constante.
Sus fuertes respiraciones se acrecentaban por el eco del lugar. Velando su malestar, un hombre en armadura gris, y con una máscara cubriéndole la parte inferior del rostro, aguarda a la orilla del estanque iluminado.
En silencio, el guerrero observa hacia el interior de la profunda fuente. El círculo perfecto que encerraba el agua cristalina, simulaba un portal que llevaba a una dimensión donde reinaba la nada, al ser un espacio enteramente blanco y aparentemente sin límites. Sólo un punto colorido resaltaba en medio de toda esa blancura, de él provenían los quejidos que afligían al guardián gris.
— Señorita Tara, no debió esforzarse de esa manera —el enmascarado comentó con evidente preocupación.
Sumergida en el profundo pozo, la joven de cabello celeste se abrazaba las rodillas reteniéndolas contra su pecho, manteniendo los ojos cerrados mientras intentaba recuperar el aliento.
Lo sé pero… no podía dejarlo morir… Hice lo que estaba destinada a hacer… —se escuchó por la cueva sin la necesidad de que ella hubiera movido los labios— ¿Funcionó no es así? ¿Él está…?
— La señora Hécate se encargó del resto, Caesar vive y está libre para continuar con su misión —el enmascarado pudo confirmárselo.
La hermosa joven sonrió, satisfecha de escuchar tales palabras, aunque lo sabía de antemano gracias al poder de sus visiones.
Pero tal sonrisa se borró en cuanto escuchó — Tara, eso fue demasiado arriesgado y lo sabes, muy egoísta además —de la voz a la que ambos le deben obediencia y devoción.

El enmascarado se giró hacia el templete sobre el que su señor se materializa en cada ocasión. La fogata allí puesta se encendió en cuanto se manifestó un hombre rodeado por diminutas almas que circulaban a su alrededor como luciérnagas.
El guerrero se arrodilló de inmediato mientras la joven aceptó su falla.
Lo siento mucho señor Avanish, pero no me malentienda… Sólo hice lo que tenía que hacer para asegurar que el futuro ocurriera tal y como lo he visto —se disculpó con sumisión y nerviosismo—. Caesar debía estar allí… yo sólo…
Mi bella Tara, ¿continúas creyendo que el futuro necesita que tú lo guíes? —el hombre encapuchado sonrió— ¿Hasta cuándo vas a excusar tus acciones de esa forma?
La mujer alzó el rostro hacia la superficie, abriendo sus ojos rojos con clara preocupación.
No debes desgastarte pequeña. Aun con tu gran poder no serás capaz de controlar las voluntades de todos los que contribuyen para que el futuro se cree frente a tus ojos —el llamado Avanish estaba lejos de escucharse molesto o inconforme, parecía un sacerdote impartiendo una lección a una niña—. Sólo los dioses creen tener el control absoluto sobre los hombres y su futuro, pero continúan cerrando los ojos a la verdad.  Una sola voluntad podría romper el tapiz que con tanto cuidado han tejido para nosotros. ¿Acaso te crees una diosa?
¡No! —se apresuró a decir la joven, llena de vergüenza—. Mi señor yo… lo siento, creí hacer lo correcto… pero es verdad, yo… debí confiar en Caesar… ayudándolo o no, sé que él hubiera podido escapar, yo solamente… me precipité… yo… yo… tiene razón, fui una egoísta… —admitió, conteniendo el llanto ante la reprimenda.
Me complace que lo aceptes, y sé que no volverá a ocurrir —aclaró comprensivo—. Agotaste todas tus fuerzas para proteger a Caesar, pero ahora has dejado a todos sin la debida vigilia de tu protección, esperemos y eso no traiga consecuencias…
Tara no sabía qué decir, volvió a hacerse un ovillo dentro del estanque. Cuando utilizó su poder para socorrer al Patrono de Sacred Python conocía los riesgos, pero no pudo reprimir su deseo por ayudarlo…

Tara nació con un extraño poder proveniente de su linaje materno. Desde pequeña fue una habilidad latente que las hermanas de su madre decidieron despertar de manera agresiva, para que así pudiera tomar su lugar como una más de ellas.
Sacrificaron su visión mortal para permitirle acceder a una visión divina sobre el futuro, el presente y el pasado a través de la gran madre, Gea… Pero ella nunca pidió vivir en la oscuridad de su entorno y sólo ver el mundo a través de los recuerdos que quedaban en la Tierra, así como en las visiones que saltaban en su mente.
Nació para ser prisionera de un deber de sangre, del cual pudo escapar gracias a la intervención del señor Avanish, su salvador.

En ello pensaba la joven llamada Tara, sobresaltándose de forma repentina cuando imágenes comenzaron a fluir por su cabeza.
No… no, esto no puede ser… —musitó perpleja.
Avanish y el guerrero enmascarado la escucharon, intentando adivinar lo que le ocurría.
— ¿Señorita Tara, qué sucede? —preguntó el hombre de armadura gris.
¡E-el futuro está cambiando… ha cambiado! —clamó espantada—. No… no… Para… ¡Basta!… ¡Alguien deténgalo!

*-*-*-*-*-*

Freya Dubhe de Alfa se vio rodeada por un ejército de muertos vivientes. Aunque le causó pesar ver a sus compatriotas asgardianos reducidos a despojos ensangrentados para luchar en contra de su propia nación, Freya entendía que no debía dejarse llevar por sentimentalismos.
Se giró hacia donde Clyde era ya custodiado por una barrera de guerreros muertos mientras el resto se preparaba para atacar ante la primera orden.
— ¿Y crees que estos muñecos tuyos van a detenerme? ¡Por favor! —Freya se mofó.
— Puede que en vida hayan estado limitados por su escaso potencial humano, pero ¿acaso no dicen que cuando uno muere es cuando encuentra la verdadera libertad? —Clyde cuestionó sonriente, liberando  centellas de su cuerpo que se introdujeron por las bocas de cada uno de los espectros, proporcionándoles una chipa de vida y poder en sus ojos muertos—. Bien pequeña pelirroja, entretenme un poco…
Clyde de Megrez señaló a la guerrera de Odín, ocasionando que la horda del inframundo comenzara su ataque.
Freya se perturbó en cuanto los primeros se aproximaron blandiendo espadas cuyas hojas se convirtieron en relámpagos, la velocidad y destreza con la que se desplazaron fue sobrehumana.
La guerrera de Odín esquivó atinadamente, confundida por la sagacidad que en vida jamás poseyeron sus ahora enemigos.
Por reflejo, Freya esquivó y retuvo con sus brazales los feroces golpes, mas cuando las hojas relampagueantes la golpearon, resintió un extraño daño que le entumeció las palmas de las manos.
Acosada por los constantes ataques, la guerrera apartó toda emoción humana para poder contraatacar. El primer puñetazo fue el difícil, el cadáver rodó estrepitosamente en el suelo quebrándosele numerosos huesos.
La guerrera se disculpó en silencio con todos sus hermanos de batalla y con el mismo Odín por tener que derramar sangre asgardiana en el palacio del Valhalla.
Freya procuró deshacerse de ellos uno por uno, evadiendo los ataques que organizaban en conjunto. Se valió de acrobacias y saltos para imponerse al batallón infernal. Sus golpes y patadas lanzaban a los muertos contra los muros y columnas.
Eludió las flechas que los arqueros lanzaban desde lo alto, subiendo con un gran salto para deshacerse de ellos. Aprovechando el terreno alto, dio un vistazo hacia el campo de batalla, notando que el número de soldados no había disminuido, descubriendo que pese a que les destrozaba los huesos, volvían a levantarse.
— ¿Qué? ¿Acaso esto no tendrá fin? —se preguntó enfadada. Fue cuando percibió el inicio de otra lucha en lo más profundo del palacio. Distinguió el cosmos del señor Bud, quién parecía tener problemas.
En su distracción, Freya no escuchó los numerosos pasos de los que se aproximaban hasta que una de las puertas del balcón en el que se encontraba fue deshecha por el paso de numerosos cadáveres caminantes. Ésta vez no se trataba de soldados, sino la servidumbre del palacio.
Ante la sorpresa, la guerrera de Odín prefirió volver a la explanada del patio principal, donde todos los espectros armados volvieron a formarse a su alrededor.
Clyde sonrió divertido al ver la expresión de furia en la pelirroja— ¿Eso es lo mejor que tienes? Peleaste con mayor entusiasmo antes. ¿A dónde se fue esa vitalidad?
— No me provoques maldito, sabes que te puede ir muy mal —bramó la mujer.
Considerando que tu técnica máxima es tu mayor punto débil, la verdad es que ansío que lo intentes. Aunque tienes miedo de hacerlo… te estás conteniendo, pero a la vez sabes que es tu única oportunidad ¿no es cierto? De lo contrario jamás podrás abrirte paso hacia donde tus reyes están por ser despedazados —Clyde rió sonoramente.

Freya se llenó de coraje al saberse entre las cuerdas. Clyde había sido uno de los que atestiguaron el reto que perdió en el pasado, por ende conocía la forma de derrotarla de un solo golpe.
La guerrera se convenció de que no había otra salida, el señor Bud y la señora Hilda peligraban, ¡no podía permanecer más allí! Albergó esperanzas de triunfar sabiendo que Clyde no era tan veloz como los otros dioses guerreros.
Lo primero que debía hacer era llegar hasta el titiritero de tan desagradables marionetas.
— ¡Lamentaras haberme llevado a esto, traidor!
Freya se lanzó al ataque, viendo como una marejada de espectros se abalanzaron sobre ella. Su brazo derecho se prendió por la fuerza de su cosmos antes de gritar—. ¡Ventisca del dragón de hielo! — lanzando una terrible onda glaciar que frenó el paso de los soldados infernales, haciéndolos volar por los aires. Sus cuerpos ensangrentados se congelaron completamente, por lo que en cuanto impactaron contra cualquier superficie, fueron reducidos a fragmentos de hielo.

La asgardiana dio un rápido giro sobre sus pies al saberse perseguida por otra fracción de espectros que intentaban atacarla por la espalda. Una vez más ahogó cualquier pesar y remordimiento, rodeando su brazo izquierdo con energía resplandeciente — ¡Ventisca del dragón de luz! —una poderosa luz blanca golpeó a los cadáveres, empujándolos con violencia hasta reducirlos a cenizas.

Sólo un puñado de muertos vivientes se hallaban esparcidos por el lugar, pero el espacio entre la guerrera Dubhe de Alfa y el dios guerrero de Megrez estaba despejado.
Freya no esperó más y concentró su cosmos hasta el máximo mientras que Clyde la imitó, armándose con la espada de fuego.
La guerrera de Odín movilizó los brazos sobre sus costados, estirando los puños a la altura de los hombros para gritar— ¡Ventisca del dragón supremo! —liberando dos fuertes corrientes que se mezclaron en una ráfaga mortífera hacia Clyde.
El dios guerrero de Megrez sonrió con un gesto desquiciado en el instante en que el resto de sus marionetas se lanzaran como escudos humanos para recibir el impacto.
— ¡Cobarde! —gruñó Freya, imposibilitada de detener su técnica, la cual intensificó esperando deshacerse de la coraza humana que Clyde colocó entre ellos y lograr alcanzarlo.
Uno a uno los soldados espectrales fueron consumidos por la luz y el hielo, desbaratándose en polvo de cristal. En cuanto el último de ellos comenzó a deformarse por el vendaval, un rayo atravesó el cadáver por la espalda, abriéndose camino con una tremenda velocidad que la guerrera apenas alcanzó a ver antes de recibir un impacto en el pecho.

Freya quedó perpleja al ver la espada llameante del guerrero de Delta clavada en su corazón.

Sólo las últimas fuerzas de la poderosa ventisca alcanzaron a Clyde, justo como él lo había planeado. En su actual condición y con el cuerpo maltratado que poseía, habría sido difícil confrontar esa pavorosa técnica. Sus marionetas resistieron lo suficiente para ser una distracción que bloqueara la visión de su oponente y mermar la intensidad de la ventisca, dándole el tiempo suficiente para calcular la fuerza y precisión con la que debía arrojar su espada, convirtiéndola en una lanza letal que alcanzó su blanco.

El viento en contra, el cadáver y la resistencia de su armadura sagrada fueron factores que le impidieron tener una muerte instantánea. Sólo la punta de la espada penetró la coraza del ropaje, mas fue suficiente para herir su corazón.
Quemándose las manos, la guerrera de Odín sacó la afilada espada de su cuerpo, cayendo al suelo por el intenso dolor, sujetándose el pecho mientras tosía sin parar.
La sangre salió de su boca y brotó rápidamente por su herida, estaba acabada… no había nada más que hacer.
Se sentía frustrada por su exceso de confianza e ingenuidad al creer que podía luchar sin esperar un golpe como ese.

Clyde de Megrez caminó hacia la moribunda mujer, observándola retorcerse en su propia sangre, gritar y respirar con dificultad. Con un simple pie la sometió para  que se girara boca arriba, apartándole la mano del pecho con la que intentaba detener la hemorragia.
El guerrero se pasó la lengua por los labios, sintiendo ganas de alimentarse, después de todo tenía que reponer energías.
Perdiste —recalcó lo obvio al mantenerse sobre ella—, y el más fuerte debe comerse al débil, ese será tu destino.
Freya maldijo algo pero su voz no alcanzó a escucharse por la agonía que la dominaba.
La criatura que posee el cuerpo de Clyde estaba dispuesta a desmembrar a la guerrera utilizando solo la fuerza de sus manos, aunque tales intenciones no se llevarían a cabo.
Comenzó como un débil sonido que dejó pasar por alto, un crujido que se repitió conforme delgadas fisuras comenzaron a marcarse en el hielo que aprisionaba al dios guerrero de Merak.

En el momento en que el demonio Ehrimanes se percató del fenómeno, notó un débil brillo dorado en el pecho del abatido joven, mismo que comenzó a cubrirlo de la cabeza  hasta los pies.
Aifor abrió los ojos, reanimado por la energía que fluía sobre él como un manto protector. Sabía que ésta sería su última oportunidad para hacer las cosas correctamente.
Elevó su cosmos flameante al punto en que su prisión no pudo contenerlo más. Los pedazos de cristal se evaporaron de inmediato, dejando libre al joven maltrecho.

De pie y con mirada decidida, Aifor se encontraba ungido con un aura cálida y dorada que causó confusión en el demonio.
Ehrimanes estaba consternado, el dios guerrero de Merak estaba sometido por su encantamiento ¿cómo pudo liberarse con tal facilidad? Se preguntaba sin quitarle la vista de encima.
Estudió las posibilidades, dejó que sus sentidos fluyeran y encontraran la verdad. En el instante en que puso sus ojos en el medallón de oro que colgaba del cuello del joven encontró su respuesta. Una vez más ese extraño amuleto se interponía en su camino.
— ¡Aléjate de ella, miserable…! —Aifor exclamó—. ¡Esta vez… voy a detenerte! —aclaró con agresividad
Vaya, parece que sigues dándome sorpresas… Sí que eres un chiquillo molesto, pero tu mirada… creo que ya tomaste una decisión, ¿acaso vas a cumplir la petición de Clyde? —cuestionó sarcástico—. Dudo que puedas hacerlo, tu poder no se compara con el mío.
— Has acertado, ya tomé una decisión —respondió Aifor con seriedad—, sólo falta que tú tomes la tuya.
¿Qué dices?
— Y te doy la razón, aún estoy lejos de poder vencerte… pero ¿adivina qué? ¡Esta vez no estoy solo! ¡Nunca lo he estado! ¡Y lo que te detuvo una vez, volverá a hacerlo!
Ehrimanes sintió una inmensa presión espiritual alrededor de Aifor de Merak, en el instante en que bajo los pies del joven se dibujó el mismo símbolo de su medallón. El demonio percibió una magia poderosa tanto del propio chico como del artilugio de oro.
Aifor se sobrecogió por el poder que ahora le pertenecía, aunque sólo fuera temporal lo emplearía para salvar a sus compañeros y amigos, sin importar el sacrificio.

Ehrimanes intentó avanzar, pero quedó pasmado al descubrir que su cuerpo se había engarrotado y le era imposible realizar cualquier movimiento — ¡¿Qué… qué es esto?! —gritó iracundo—. ¡Es… magia! ¡Una magia tan poderosa que… no puede ser…! ¡¿Acaso tenías este poder oculto?! —se llenó de temor al notar cómo el mismo círculo mágico se había dibujado a su alrededor, siendo el sello que estaba restringiéndolo.
— No lo sé… si de verdad has presenciado todo lo que el maestro Clyde me enseñó, sabrás que jamás fui muy adepto para la magia… Sin embargo este poder… desconozco si me pertenece o no pero… ¡Lo usaré ahora! —alzó su brazo quemado hacia el enemigo— ¡Ehrimanes, te ordeno que te manifiestes, permíteme ver tu verdadero ser! ¡Libera ese cuerpo que no te pertenece y encárame!
El guerrero de Megrez gritó de manera apabullante al sentir una sofocante energía presionándolo dentro de su jaula de luz. Una fuerza abrumadora lo torturó hasta la agonía para forzarlo a obedecer. No resistió demasiado cuando de la boca y ojos de Clyde emergieron una infinidad de rayos negros que se acumularon en una densa nube oscura sobre el hombre que cayó inconsciente al suelo.
Aifor quedó incrédulo al ver que su conjuro funcionó tal y como lo deseó. La nube tormentosa poco a poco adquirió una forma humanoide, sin dejar de ser una silueta formada por bruma y relámpagos que se concentraron a la altura de los ojos para encender una mirada.
— ¿Así que esto eres? ¿A esto se reduce tu maldad? Una bolsa se aire…—Aifor se aproximo a él, encarándolo sin miedo alguno.
¡¡Tú… no puedo creer que… me hayas obligado a salir!! —su voz tronó con furia.
— Admito que estoy igual de sorprendido que tú… pero te he vencido y eso es lo único que importa.
¡¿Vencerme tú?! —rió el ser espectral—.  Temo que las cosas no funcionarán así, y no por mi culpa claro ¿acaso no olvidas lo que Clyde dijo? Me ató completamente a él por lo que no hay manera de eliminarme sin que detengas su corazón primero ¿lo ves? —señaló el extraño hilo que se materializó desde el interior de la criatura hasta el pecho del dios guerrero—. La única forma de que desaparezca es que elimines mi cuerpo huésped… es reconfortante saber que Clyde empleó un conjuro tan poderoso que ni tú fuiste capaz de romper… ¡Pero anda, cumplí lo que me ordenaste! ¡Mátalo ahora que no puedo hacer nada por defenderlo!
Aifor miró al convaleciente Clyde quien parecía luchar por despertar.
¡O intenta exterminarme, da igual, el orden no cambiará nada! —aclaró la criatura con una risa malévola.
— Toda mi vida… he soñado con la muerte de otras personas, y jamás pude impedir que ocurrieran por más que lo intenté —el joven recordó esas ocasiones que le causaron mucho dolor—. “No se puede cambiar el futuro” es con lo que mi maestro siempre me reprendía… y quizá tenga razón. Cuando no está en tus propias manos que ocurra el cambio, es difícil… ¡Pero en esta ocasión depende de ti y de mí!
La criatura guardó silencio, aún no entendía a dónde intentaba llegar.
— Es por eso que me niego a hacerlo, iré en contra del destino de las mismas nornas, así que Ehrimanes todo depende de ti ahora.
¿Qué es lo que estás planeando exactamente? —inquirió con desconfianza— ¿Qué intentas decirme?
— Yo… —dudó, pero al ver a Clyde y a Freya al borde de la muerte lo llevó a decir—, ¡quiero hacer un trato contigo! —Aifor dijo sin más vacilaciones.

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Bud de Mizar cayó estrepitosamente en el suelo después de un último golpe. Con el cuerpo tembloroso, intentó ponerse de pie pero resultó inútil, ya no albergaba la fuerza suficiente para hacerlo.
Poco a poco sus sentidos se han ido debilitando, quedando un débil hilo que apenas le permitía ver y escuchar.
Enfrentar a tantos enemigos a la vez no era algo que pudiera manejar ya, no en su actual condición…
Abrumado por el dolor, miró hacia el frente, topándose con la inmaculada imagen pétrea de Odín, resintiendo la pesada mirada del dios ante su pronta derrota.
Estuvo a punto de desfallecer cuando la voz de Hilda lo retuvo unos segundos más en este mundo.
La sacerdotisa estaba a unos cuantos metros, abrazando a Syd a quien le evitaba la desdicha de ver la situación en la que se encontraba su padre, cubriéndole los ojos.

Bud ahogó un grito, haciendo lo sobrehumano para poder levantarse ante las miradas de sus enemigos que aguardaron en sus posiciones.
Bud nunca fue un hombre de plegarias, pero en su corazón suplicó por un milagro, no para él, sino para Hilda y su hijo… Sin importar si Odín o algún otro dios lo escuchaban o no, ofreció su vida y hasta su alma a cambio de una oportunidad para ellos.

Dahack se había adelantado para ser quien le diera el golpe final.
— Si no les importa, el gusto será mío. Aquellos que llegaron tarde no tienen derecho a reclamar —aclaró Dahack, sin lograr que Caesar emitiera palabra alguna.
Masterebus gruñó molesto, pero tomó la misma posición del Patrono de Sacred Python.

Bud se alejó unos pasos más de Hilda y Syd, temiendo que salieran heridos por su causa. Aunque de cualquier forma dudaba que pudiera eludir cualquier clase de ataque.

Dahack concentró una inmensa cantidad de energía a su alrededor, sabiendo que al fin terminaría con tan bravo rival. Admitía haber disfrutado del enfrentamiento, pero debía ponerle fin.

Syd luchó contra el regazo de su madre para ver lo que sucedía. La visión de su padre herido y ensangrentado lo impactó, llorando todavía más.
Su padre ya había sufrido demasiado por ellos, es lo que pensaba el príncipe de Asgard cuando escapó de los brazos de Hilda. No era justo que enfrentara a esos hombres él solo, ¿por qué no estaban aquí los dioses guerreros para ayudarlo? ¡No era justo, no era justo!

— ¡¡Papá!! — Bud escuchó, viendo a Syd corriendo hacia su encuentro. Horrorizándole que él mismo se hubiera encaminado hacia la muerte segura.

Dahack estaba lejos de querer detenerse, no le importó la presencia del niño pese a que Caesar le gritó que se detuviera. La llamarada azul tinta en sus manos escapó de su cuerpo mucho antes de que pudiera interceder.
La ráfaga mortal desaparecería tanto a padre como a hijo.
Con un abismo detrás de sí y una ola mortal frente a él, Bud no tenía muchas opciones en su deplorable estado, por lo que en un intento desesperado por proteger a Syd logró sujetarlo del brazo, salvaguardándolo contra su pecho para servirle de escudo.
El impacto en su espalda fue brutal, su ropaje divino estalló en cientos de pedazos, conmocionando a Hilda, quien observó como Bud y el pequeño fueron arrastrados por tal resplandor.

Con el cuerpo destrozado, Bud se impulsó para salir de esa violenta marejada, cayendo por el abismo existente entre el altar y la estatua de Odín.
Aunque estuvo a punto de perder el sentido, el llanto de su hijo lo aferró a mantenerse consciente. El efecto de la caída entorpeció todavía más su cuerpo malherido, pero con gran determinación alargó sus garras de tigre, encajándolas sobre la pared rocosa para disminuir la velocidad de la caída, hasta toparse con una pequeña saliente a la que pudo aferrarse.
Con una sola mano se sujetó a ese pedazo de roca que era lo suficientemente amplia y resistente para albergar al pequeño.
Con gran esfuerzo, Bud subió allí a su hijo, quien temblaba aterrado entre lágrimas que resbalaban por su sucio y lastimado rostro.
El guerrero de Mizar sabía que esa saliente caería si permanecía sosteniéndose a ella. Pero por más que buscó, no encontró otro lugar al cual poder aferrarse.
— ¡Papá, sube papá, vamos, sube! —sollozó Syd, sujetándolo por la muñeca. El ver a su padre colgando en la negrura del profundo vacío lo llenó de desesperación. Su mente inocente no entendía que en esa situación sólo uno de ellos se salvaría, y que su padre ya había escogido por él.
Bud clavó sus garras todo lo que pudo en el muro para detenerse un poco más. A este punto no había muchas alternativas… pero pese a todo Bud decidió tomar esos escasos segundos para consolar  a su hijo con suaves palabras. Aun cuando sentía que la vida se le escapaba por las heridas sufridas, el dios guerrero de Mizar no se permitiría que el último recuerdo que tuviera Syd de él fuera la de un hombre débil.
— ¡No te caigas papá, por favor no te caigas! —suplicó en inútiles esfuerzos de poder jalar a su padre.
— Todo está bien Syd… Papá no puede hacer lo que le pides ya que los dos caeríamos sin remedio al vacío —explicó con gran serenidad, dedicando a su hijo una mirada tranquila  y sumisa hacia su destino—. Tienes que ser valiente por los dos ¿de acuerdo? —pidió, pero un ligero derrumbe estremeció la plataforma en la que el príncipe se mantenía tendido.
—  L-lo siento papá… en verdad…. Lo siento —sollozó todavía más.
— No tienes nada de que disculparte, no es tu culpa —le dijo con sinceridad—. Así es como deben ser las cosas, mi deber es protegerte sin importar qué… ahora serás tú quien deba proteger a los demás.
— ¡Papá! —gritó asustado. Bud aprovechó esa distracción para alejarse, evitando que Syd se negara a soltarlo en el momento final y lo arrastrara con él.
— No importa lo que llegue a pasar, debes aguardar a que vengan por ti ¿me escuchas? —sus garras resbalaron un poco, bajando un par de metros más.
Con desesperación,  Syd insistía en alcanzar a su padre, alargando sus manos hacia él, pero Bud, con toda la tristeza de su corazón se despidió en la distancia.
— Cuida a tu madre por mi Syd… —le sonrió antes de que sus ojos se nublaran por completo  e irremediablemente cayera hacia la oscuridad.

El pequeño Syd abrió los ojos conmocionado, llamando su padre con todas sus fuerzas.  Por sus mejillas resbalaron incontables lágrimas que cayeron hacia el precipicio. El dolor que sentía en su corazón era demasiado grande para pedir a un niño como él controlarse, pero esa fue la razón por la que su ojo izquierdo comenzó a brillar  sin su consentimiento. El estar envuelto por esa profunda tristeza, no le permitió percatarse del fenómeno, el cual culminó con un grito que ascendió a los cielos y recorrió todo Asgard. Callaron los sonidos de la tormenta, la cual como si fuera una sierva sumisa perdió intensidad.

Todo dios guerrero, sin importar estado o ubicación, fue víctima de una sensación escalofriante cuando un poderoso cosmos los alcanzó, al mismo tiempo en que los zafiros de sus ropajes comenzaron a brillar.

Sergei de Alioth, quien corría por los bosques del palacio, se detuvo estrepitosamente por el resplandor en su cinturón.
— ¿Qué es esto? Esa voz… —fijó su vista hacia el castillo al cual estaba a pocos segundos de arribar—. El zafiro de Odín está brillando... ¿qué puede significar esto?...
Su lobo acompañante aulló melodioso, uniéndose a otros tantos aullidos que se alzaron como alabanza por las tierras de Asgard.

El ataúd amatista que mantenía prisionero a Alwar de Benentash comenzó a cuartearse en el momento en que su zafiro se iluminó. Su prisión fue despedazada por la fuerza que exigía la comunión entre los zafiros. El arpista cayó en la nieve aún inconsciente.

La guerrera Freya yacía durmiente en el suelo mientras su zafiro brillaba en armonía con el que se encontraba en el ropaje de Merak Beta, que permanecía como guardián de la mujer.
Un rayo de luz azul emergió de cada una de las joyas sagradas. Los delgados rayos se proyectaron hacia el cielo, golpeando la estrella que representaban dentro de la osa mayor en el firmamento.
Ante el llamado de su dios, las armaduras de Dubhe Alfa, Merak Beta, Phecda Gamma, Megrez Delta, Alioth Épsilon, Mizar Zeta y Benetnasch Eta respondieron sin demora.

Las siete estrellas de la constelación centellaron como nunca, uniendo su fulgor en un único rayo que cayó como un relámpago dentro de la grieta que se encontraba bajos los pies de la estatua de Odín.
De la larga abertura se alzó una cortina de poderosa luz que alarmó a los Patronos y a Masterebus.
La estatua de Odín se iluminó por dicho resplandor. Piedras y escombro se alzaban por la energía que fluía desde las profundidades de ese abismo.

Hilda mejor que nadie reconocía esa presencia, ella que le ha servido desde que tiene memoria.
Centellas y relámpagos comenzaron a salir, el cielo se ennegreció, mas la Osa mayor permaneció esplendorosa. Tonalidades verdes y doradas surcaban los aires, un viento terriblemente frío comenzó a azotar el ambiente. Aullidos de lobos y graznidos de los cuervos corearon con el silbido del viento, que detuvo la tormenta y la nieve que caía.
Un gran poder se sentía en el aire, y hacía temblar la tierra por su ascenso. Pronto, una esfera de viento y cristal apareció frente a la estatua de Odín tras haber salido del abismo bajo sus pies. La esfera permaneció infligiendo las leyes de la naturaleza, suspendida en el aire conforme un tornado gélido giraba a su alrededor.
Algo podía divisarse en su núcleo, una figura difícil de reconocer por el vendaval que le daba forma.
Ese capullo de nieve y centellas estalló tras un sonoro tronido, liberando al hombre que en su interior se había resguardado hasta entonces. Sus pies se desplazaron por encima del precipicio, llegando a posarse sobre la superficie de la explanada. Cuando sus botas se plantaron sobre el suelo, este se congeló varios metros a su alrededor.
Ahí, cubierto por una estola blanca que elegantemente envolvía su cuerpo, la figura de un hombre fue descubierta, irradiando poder por toda su armadura de diamante. De la corona en su cabeza fluían destellos, mientras que en su mano descubierta el filo de una espada era visible.
Hilda quedó de rodillas al no poder dar crédito a lo que veía, pero gracias a la antigua batalla con el Santuario y que el Pegaso Seiya fue capaz de invocar el sagrado ropaje de Odín, podía convencerse de que era real.
Frente a ella, su señor Odín le daba la espalda. El poder verse reflejada en la hoja de la Balmung la había dejado sin palabras. Reconocer el brillo de la armadura de cristal la mantenía en una conmoción imposible de describir.
Ella era testigo del regreso del Señor Odín a este mundo. Se había olvidado de respirar pues grande fue su temor de madre, pensando en que le había fallado… Por su falta de poder, su dios, quien decidió nacer en este mundo de su vientre, se vio obligado a abandonar su pacifico intento de vivir con los humanos.

Caesar, a través de la ansiedad que sentía crecer de su propia espada, reconoció inmediatamente el aura divina que envolvía al individuo frente a él— ¿Es realmente Odin?

Hilda no se atrevió a dirigirle la palabra a su gran señor. En vez de eso se sumió en un silencio total en que las lágrimas expresaron todas sus penas y arrepentimiento, hasta que aquel que portaba la armadura sagrada, habló.
— Hilda, mis pecados siguen siendo muy grandes como para que el Valhala decida abrirme las puertas —dijo con una voz tranquila aquel que sujetaba a Balmung en su mano derecha—. No tienes que llorar más.
La gobernante de Asgard frenó su llanto al reconocer esa voz. Alzó la vista hacia quien creía su señor y ahí, dedicándole una débil sonrisa, era el rostro de su esposo quien portaba la corona de Odín y todo el sagrado ropaje que el dios ha usado en sus batallas desde la era del mito.
—¡Bud! —grande fue su dicha al ser testigo del milagro por el que Bud de Mizar había sido escogido por Odín para defender a su pueblo.
Bud caminó hacia Hilda, hincándose frente a ella para mostrarle el valioso tesoro que resguardaba en su brazo izquierdo. Bajo la estola blanca que le cubría, el príncipe de Asgard yacía dormido. Todavía algunas lágrimas eran visibles en su tierna cara, pero su semblante era de gran paz.
Hilda tomó a su hijo, agradeciendo al creador el que se encontrara bien. Bud se libró de la estola blanca y con ella cubrió a los dos soles que iluminaban su vida.
— Déjamelo todo a mí. El esfuerzo de Syd no será en vano, y la orden de mi dios se cumplirá —Bud le aseguró a la princesa. Ella asintió convencida de que así sería.
FIN DEL CAPITULO 32