jueves, 25 de septiembre de 2014

EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 46, Imperio Azul, Parte X - Lazos restaurados

— Libérame —insistió Sorrento a su pasiva captora, dentro del infinito y blancuzco espacio al que fue arrastrado.
La enigmática Patrono de Euribia se limitó a compartir con él su visión sobre los eventos que se suscitaban en la Atlántida, mismos que se esforzaba por ocultar al emperador Poseidón.
No puedo hacer eso —respondió la joven, manteniendo los ojos cerrados—. Retendré tu mente aquí como un acto de piedad, así no sufrirás en el momento en que tu cuerpo sucumba. Pero no temas, protegeré tu alma y permitiré que viaje al más allá, a diferencia de otros que han muerto durante nuestra cruzada.
— Si ese es el alcance de tu piedad, prefiero ser víctima de tu crueldad —el marine shogun repuso inmediatamente—. No puedes pedirme aguardar una dulce muerte mientras mis camaradas son víctimas de cruentas batallas. ¡No seré menos que ellos!

Sorrento colocó sus labios sobre la flauta sagrada de Siren, soplando para liberar la melodía de la muerte.
Tara escuchó con atención la hermosa canción que llegó a sus oídos.
— Bellísimo —musitó la Patrono con extrema pasividad—. Puedo imaginar claramente a las hadas danzando a mi alrededor —sonrió, sin temor alguno—. Pero te advertí que sería inútil utilizar tus técnicas en este lugar en donde sólo nuestras mentes emigran.
Quizá tu hechizo sea efectivo sobre aquellos cuya fuerza reside en sus puños— sonó la voz de Sorrento, pero sus labios seguían trabajando en la tonada armónica —. Pero mis habilidades se especializan en influir sobre la psique de las personas. Al traerme aquí y exponer el sagrado recinto de tu mente, has cometido un grave error.

Cuando la bella melodía empezó a zumbar en su cabeza, Tara cambió su expresión. Intuitivamente se cubrió las orejas con las manos, buscando proteger sus sentidos de tan molesta sensación que se acrecentaba a cada momento.

Sorrento duplicó sus esfuerzos al notar efectividad. Entendía que no podría salir por sí mismo de ese lugar, pero podría obligar a su carcelera a soltarlo.
Tara apartó las manos de su rostro y sonrió débilmente—. Parece que subestimé un poco el alcance de tu poder… en otras circunstancias sería completamente inmune a tus ataques mentales, pero ahora que mis esfuerzos se centran sobre tu dios, no puedo defenderme con plenitud —explicó en el instante en que su aura se manifestara alrededor suyo—. Es una lástima Sorrento de Siren, pensé que alguien como tú apreciaría mi intención.

A través de sus cosmos, ambos entablaron un duelo en el que la sinfonía de Sorrento perduró por largos segundos. Durante la confrontación en que las ondas energéticas de cada uno parecían neutralizarse una a la otra, como muros invisibles que no cedían al paso del otro, la Patrono de Euribia musitó — Kairós.
Su susurro produjo un eco interminable dentro del blanco infinito que pisaban, propagando un poderoso hechizo que estremeció al marine shogun.
En aquel plano, sintió un entumecimiento en su cuerpo astral, mismo que le impedía mover con libertad y destreza los dedos con los que tocaba la flauta.
Sorrento le exigió a sus manos moverse, pero la torpeza y petrificación casi las habían dominado. Lanzó una mirada preocupante hacia su adversaria, sólo para sorprenderse al notar cómo es que estaban rodeados por una especie de vapor rosado, siendo asaltado por un estrepitoso Déjà vu.
— Esto es —Sorrento logró decir, absorto ante lo que ocurría—… no, no puede ser que tú poseas la misma habilidad que él.
Y no te equivocas, carezco de ella —dijo Tara de manera ceremoniosa al notar el desconcierto en su voz—. Yo sólo soy capaz de utilizar el pasado de una persona en su contra... es decir, una recreación exacta de un momento exacto —confesó—. Kairós— volvió a repetir, produciéndose el mismo eco pese al sonido del vapor en movimiento—. Por lo que supongo que sabes lo que ocurrirá a continuación.
La Patrono no se movió, no tuvo que decir nada, los sentidos de Sorrento recrearon el instante, el lugar y la persona que sonoramente gritó en aquella ocasión — ¡Nebula Storm! (¡Tormenta nebular!)
Al instante, el vapor se centró alrededor del marine shogun, girando de forma violenta hasta formar un remolino rugiente, el cual estalló hasta alargarse verticalmente, despegando los pies de Sorrento del suelo y elevándolo por los aires con brusquedad.

Tara estuvo atenta al grito de su enemigo, el cual dejó de escucharse por el furioso vendaval y la altura a la que fue ascendido. Ella permaneció inmóvil, aguardando, y tras algunos momentos en que el silencio volvió a su recinto, un fuerte golpe en el suelo le avisó de la caída, y convalecencia, del marine shogun de Siren.

El marine shogun resintió el dolor por todo su ser, permaneciendo en el suelo del que se sentía incapaz de levantarse. Se encontraba confundido por lo que había pasado.
No podía negar que años atrás, pensó numerosas veces en su derrota a manos del santo de Andrómeda, y en algún momento meditó que si pudiera repetir esos instantes, habría actuado diferente y quizá vencido… pero Tara le demostró lo equivocado que estaba; en ese momento revivía la misma sorpresa y espanto que en el pasado le impidió reaccionar debidamente
Sin embargo, la habilidad de la Patrono de Euribia no obtuvo el mismo resultado, ya que todavía permanecía consciente y esta vez no soltó su instrumento sagrado… la derrota no llegó. Observar cómo su mano sujetaba fuertemente la flauta le hizo ver que el paso de los años le ha permitido superar sus capacidades de antaño. Tras ese pensamiento, la fuerza volvió a entrar en su cuerpo, permitiéndole levantarse.

Sorrento se giró rápidamente hacia la Patrono, dispuesto a atacarla, pero al verla temblar pospuso cualquier intención ofensiva.
La vio allí, con sus ojos ciegos abiertos, mirando hacia la nada. Había un temblor en sus labios y cuerpo, como el de una niña que teme a los truenos durante una tormenta nocturna.
— No… no —musitó acongojada— Leviatán… Engai… Caesar… Nergal… Ábaddon…  hermana…. Ustedes no pueden…
El desconcierto de la Patrono sería una oportunidad aprovechable para cualquier otro guerrero… pero Sorrento no era la clase de hombre que se aprovecharía de un enemigo que ha perdido el sentido de la pelea, sobre todo al tratarse de una mujer.
— ¡No, no de nuevo, no, así no es cómo debía ser! ¡No puede ser que todos ellos vayan a…! —se lamentó, atragantada por el llanto que saturó sus ojos vidriosos.
De cierta forma, el marine shogun se vio beneficiado por la inestabilidad de la Patrono, pues ella le mostró, de manera consciente o inconsciente, las visiones que llegaron a su mente. Las derrotas y muertes de Leviatán de Coto, Engai de Fortis, Caesar de Sacred Python, Danhiri de Equidna, Ábaddon de Briareo y Nergal de Brontes.
Ninguno de los dos podía estar seguro si eran sucesos que estaban ocurriendo o que no tardaban en suceder.
Uno… sólo puedo salvar a uno —ella musitó, trastornada… tengo que salvar cuando menos a uno… ¡¿Por qué sólo a uno?! —sollozó, histérica, lanzando un manotazo en dirección a Sorrento.
El marine shogun sintió que fue empujado por una fuerza descomunal. Para cuando abrió los ojos, se percató de que su mente volvió a su cuerpo mortal.
Sorrento se encorvó hacia al frente, golpeado por una debilidad momentánea, quedando con las rodillas y manos sobre el suelo, respirando angustiosamente, como si en su ausencia a su cuerpo se le olvidó respirar.


Justo en esos momentos en que su cabeza colgaba de los hombros, las puertas de la cámara del Emperador de la Atlántida se abren ferozmente por un cosmos que no reconocía pero que desapareció en el mismo instante en que lo percibió, dejando sólo la presencia de Poseidón, la cual se extendió por el reino y provocó que el mar sobre sus cabezas se tornara oscuro y tormentoso.



Capítulo 46
Imperio Azul, Parte X
Lazos restaurados

Asgard, Palacio del Valhalla

Terario de Acuario recordaba bien lo que el santo de Libra y Lyra le advirtieron sobre el Patrono que atacó el Santuario junto a los Apóstoles de Ra.
El santo de Acuario jamás ha sido alguien que subestima a un enemigo, mucho menos lo haría con uno que ha demostrado gran habilidad y que sólo pudo ser frenado por el mismísimo Patriarca y el santo de Pegaso.
Terario conocía la fuerza de su rival, por lo que en combate físico se sabía en desventaja.

En cada golpe, el santo de Acuario desplegaba su cosmos gélido, que al contacto con el cuerpo de su oponente creaba una dura capa de hielo con múltiple intención: provocar un daño mayor al adversario, disminuir la potencia de sus ataques y al mismo tiempo obstaculizarlos. Pero Nergal, Patrono del zohar de Brontes, era hasta cierto punto inmune a tales tácticas, pues su zohar lo protegía del aire invernal, y la fuerza de sus golpes destrozaba el hielo que cada ataque generaba sobre su armadura.

Por cada ataque fallido, los brazos y piernas de Terario despedían una ventisca que dejaba un camino de estalagmitas de hielo en las superficies que tocaba, convirtiendo poco a poco la explanada del Valhalla en una llanura de cristal, con altas e irregulares esculturas de hielo afilado.

El Patrono sentía cierta satisfacción al poder encontrar en el Santo de Acuario un rival capaz de recibir sus golpes y resistirlos. El santo de Atena poseía una gran destreza y movilidad, pero mientras él se desplazaba por el campo de batalla con gracilidad y efectividad, el Patrono empleaba golpes cortos y pesados que desquebrajaban el hielo a su alrededor.

Terario había podido resistir la potencia de cada uno de esos golpes defendiéndose con el hielo que materializaba instantes antes de ser tocado por ellos, siendo el cristal el que se desmoronara y no su armadura dorada. Pero más allá de su buena defensiva, ni ataques ni contraataques afectaban a su enemigo.
Nergal hablaba demasiado, intentando provocarlo, distraerlo, obligarlo a descuidarse, pero su lengua presuntuosa encontró a un rival imperturbable que se limitaba al silencio durante el intercambio de golpes.
De pronto, los pies del Patrono resbalaron con torpeza cuando Terario de Acuario creó una discreta y oportuna capa de hielo en el suelo. Nergal cayó de espaldas, abriendo los ojos desmesuradamente al no dar crédito a lo que sucedió, pero más se conmocionó cuando el santo de Acuario extendió las manos para atacarle con su viento helado a tan corta distancia.
La energía glaciar lo golpeó, hundiéndolo en el suelo rocoso, empujándolo hacia las profundidades de la tierra sin posibilidad de resistirse.

La abertura por la que el Patrono desapareció, de inmediato se rellenó de resistente cristal sobre el cual el santo de Acuario vio reflejada su imagen.
Terario se alejó, mirando con desconfianza el foso congelado. No creía en su victoria, pero tomó esos escasos segundos para sondear con su cosmos la situación en el Palacio, descubriendo que sus compañeros, así como Natasha, parecían fuera de peligro.

El intenso crujir del hielo le anunció que el mal resurgía de la tumba de cristal más pronto de lo esperado.
El suelo comenzó a temblar, y el radiante blanco del hielo perdió su pureza, contaminándose con una oscuridad en movimiento y vibrante que se liberó como un geiser descomunal, acompañado por un zumbido estruendoso e interminable.
Millones de pequeños mosquitos brotaron de entre la roca y el cristal, simulando los chorros de una fuente de agua, acumulándose en el cielo como una retumbante nube.
Entre los zumbidos y los enjambres en movimiento a su alrededor, Terario no logró percatarse de la mano que salió por debajo del suelo que pisaba hasta que le sujetó el tobillo.

Lejos de la fosa congelada, Nergal emergió de entre las rocas, alzando al santo de Acuario en el aire e impactándolo contra las mismas esculturas de hielo que éste había formado.
Terario luchó por soltarse, pero la fuerza física de Nergal continuaba superándolo. De manera salvaje, y sin soltarle la pierna, el Patrono azotó numerosas veces al santo contra el suelo, a la vez que lo golpeaba ferozmente con su puño, rodillas y cabeza.

Nergal era, de entre todos los Patronos, el que mayor fuerza bruta poseía en su ser, por lo que cada golpe era un castigo del cielo para el santo de oro.
Terario sujetó el brazo de Nergal con la intención de congelarlo, pero al Patrono le bastó con una simple sacudida para que el cristal se despedazara.
— ¡Creí que serías un mejor oponente, pero me equivoqué! ¡Si esto es todo lo que tienes, temo que estas acabado, maguito! —rio Nergal, en el momento en que le fracturó la pierna—. ¡Los trucos de hielo no tienen efecto sobre mi zohar! ¡Eso ya debiste comprobarlo, pero parece que eres estúpido!
El santo de Acuario gritó adolorido por primera vez, pero no fue un lamento prolongado; no podía dejarse llevar por el dolor, por lo que congeló esa sensación en su pecho pese a la paliza interminable.
— ¡Tu armadura dorada es frágil! —el Patrono se mofó ante las claras grietas en el ropaje sagrado de Acuario—. ¡No eres más que basura, y como tal mereces ser tratado, como un buen aperitivo para las moscas! ¡Serás devorado por mi Plaga Número 4, Calliphoridae!
El Patrono lanzó a Terario hacia el cúmulo de insectos que revoloteaban en el cielo. Las criaturas formaron una masa viviente que pareció abrir sus fauces para tragarse al santo dorado.
Las millones de moscas se agitaron en el cielo de manera frenética alrededor del alimento con el que fueron recompensadas.
El Patrono esperó ver de un momento a otro un esqueleto cayendo de la nube de oscuridad, como solía suceder cuando su plaga volaba libre y engullía a cualquier ser vivo. Sin embargo, lo que recibió fue el inesperado golpeteo de una lluvia de granizo.
— Pero qué… —dijo ante la inofensiva granizada, atrapando un trozo de hielo dentro del cual vio a un puñado de sus insectos congelados.

En el cielo, pronto esa nube negra se solidificó, desmoronándose hacia tierra en forma de pesado granizo. Cuando el último de ellos cayó, la figura de Terario de Acuario resaltaba de entre todas esas esferas de hielo.
El cosmos invernal del santo lo rodeaba, pudiendo permanecer de pie aun con la pierna lesionada. Tenía el rostro sucio por la sangre, pese al dolor de sus heridas, su semblante se mantenía solemne y dispuesto a continuar con la batalla.
— ¡Es imposible, aun cuando pudiste escapar de mi plaga, un solo piquete tendría que tenerte agonizando! —reclamó el Patrono, al sentir que el cosmos de su oponente no menguaba.
— Tal vez es lo que debería pasar, pero ¿quién te asegura que alguno de ellos logró poner sus sucias bocas sobre mí? —cuestionó Terario, con inigualable tranquilidad—. Pudiste haberme matado, pero en vez de ello preferiste subestimarme. El frío que puede generar mi cosmos no ha alcanzado su punto más alto en esta batalla, pero llegó el momento de mostrártelo.
— Habría sido más fácil para ti morir en ese momento, pero ya que has decidido prolongarlo, te concederé la muerte lenta y dolorosa que deseas. ¡Plaga Número 6, Shkhin*!
El Patrono alzó los brazos y un flashazo indoloro iluminó la zona, por el cual esperaba que el santo de Acuario comenzara a padecer de intensos dolores.
Nergal volvió a sufrir de un sobresalto, pues su adversario se protegió en la sombra de un grueso muro de hielo.
— Es evidente que eres más fuerte si hablamos sobre la potencia de tus puños, pero por el contrario eres mucho más débil en cuanto a la fuerza del cosmos —sentenció Terario, aún oculto tras la pared de cristal—. El santo de Libra nos alertó sobre las técnicas que mostraste en el Santuario, por lo que pude anticipar tu acción.
— ¿Es eso cierto? —el Patrono preguntó, sonriendo —. ¡Qué aguafiestas! En ese caso deberé emplear cualquier otra de mis técnicas. No es ninguna molestia, mis plagas se vuelven más mortíferas cuanto mayor sea su número… Y ya que has sido un completo fastidio, creo que te mereces la más letal de ellas.
El Patrono encendió su cosmos oscuro, intensificándose el color zafiro de su armadura.
— Recibir este único golpe es una sentencia de muerte… ¡Nadie ha sobrevivido a él, y no serás el primero!— Nergal bramó, sin intimidarse por el muro del hielo, el cual sabía se desmoronaría en cuanto lo embistiera con su poder.
El Patrono proyectó su energía hacia la pared de cristal, apartando el muro tras el cual el santo de Acuario se mantuvo oculto.
Terario seguía allí, pero con los brazos estirados por encima de su cabeza, con las manos unidas.
— Aún está en duda si podrás alcanzarme con ella —Terario dijo sólo con la intención de provocarlo.
— ¡Lo comprobarás ahora, maguito! —su aura creció enormemente, formando dos alas esqueléticas a la altura de su espalda, y cubriendo su puño derecho con energía flameante— ¡Plaga número 10, Azrael!
Entre un segundo y el siguiente, el Patrono se lanzó sobre el santo con la intención de asestar su técnica mortal en el pecho del guerrero de Atena. De lograrlo, las ondas y energía del impacto ignorarían la carne, los músculos y los huesos para inyectarse en el corazón del oponente, haciéndolo estallar por la combinación de la fuerza física y cósmica empleada por Nergal.
Pero aun con distancia entre ellos, Terario precipitó sus brazos hacia al frente en una atinada reacción por la que su cosmos dorado dibujó un cántaro entre sus manos, del que salió disparada la técnica maestra de los santos de cristal.
 ¡Aurora Execution! (¡Ejecución Aurora!)
La ráfaga de intenso aire frío golpeó al Patrono de Brontes. Nergal confió en que la corriente gélida no lo detendría, pero en cuanto chocó contra su cuerpo se dio cuenta de su error. La presión y soplo de la ráfaga invernal lo frenó poco a poco; buscó imponerse a ella, sobrepasarla, pero aunque logró dar un par de pasos más, terminó deteniéndose y finalmente fue empujado por ella.
Sus pies marcaron surcos en el suelo conforme era arrastrado por la ventisca gélida, resintiéndola por su cuerpo pese a la protección de su zohar.

Nergal maldijo entre gritos, estrellándose contra el muro de la alta montaña que flanqueaba el palacio del Valhalla, en donde el aire frío se solidificó en una inmensa estructura de hielo que creció hasta emerger por el otro lado de la cordillera, como una espada.

Terario demoró en abandonar su postura de combate, hasta que lentamente bajó los brazos, cansado.
Una mueca de dolor fue visible en su cara, pero tras un par de respiraciones logró volver a su estoico semblante. Sin pestañear, contempló el trozo de hielo que hería a la montaña, como si temiera que si se volvía aunque fuera por un segundo, Nergal resurgiría.
Sentía desconfianza, pues aunque era capaz de llevar su aire frío hasta el Cero Absoluto, no estaba seguro si eso sería capaz de destruir al Patrono de Brontes.

Terario —escuchó en un rincón de su mente—, cuidado, esto no ha terminado.
Antes de que el santo de Acuario pudiera preguntarse sobre esa manifestación, el estruendoso estallido en la montaña estremeció toda la estructura sobre la que se erigía el palacio del Valhalla.

La figura del Patrono reapareció tras un tremendo grito, totalmente furioso. Su voz y su cosmos redujeron a nada el hielo y desplomó gran parte de la montaña en la que intentaron aprisionarlo.
Nergal permaneció en la cima de la montaña, con su energía emanando con la misma ira que  contorsionaba su rostro— ¡Sigues sin entender que tus trucos no son nada más que una molestia para mí! ¡Este zohar me vuelve invencible!
Terario escondió su sobresalto al ver que la armadura del Patrono se encontraba intacta.
— ¡Pero si deseas continuar con tu función de magia, adelante, es más, permíteme ayudarte a acrecentar el espectáculo! —en el cielo, ocultos detrás de las nubes, incontables resplandores comenzaron a encenderse como estrellas—. ¡Muéstrame más! ¡Plaga número 7, lluvia de fuego!
Tal cual sucedió en el Santuario, del cielo comenzaron a caer enormes bolas de fuego; meteoros acompañados de un intenso granizo.
El santo de Acuario entendió que él sería capaz de sobrevivir, pudiendo eludir cada uno de ellos, pero todo ese poder podría aplastar el Palacio, y con ello a las personas que se resguardaban en él.
Aún con el cansancio oprimiendo sus pulmones, Terario volvió a elevar su cosmos dorado, proyectándolo hacia el cielo, donde generó una gran cúpula de hielo sólido que cubrió por completo el Valhalla y sus cimientos, sirviendo de escudo contra la lluvia de meteoros.
El santo logró mantener esa coraza en alto, notándose el sobreesfuerzo en su rostro, como si el golpeteo de los meteoros contra la muralla se diera sobre su propio cuerpo.
En esos instantes de tensión, el santo dorado se preguntó si en verdad tenía oportunidad de vencer a un oponente que era inmune a sus técnicas. Le dolía admitirlo, pero Nergal era un adversario que no sería capaz de vencer… No, el zohar de Brontes era el verdadero problema, el hombre bajo esa armadura seguía siendo alguien de carne y hueso, como él mismo. Tenía que encontrar una forma de llegar a él, ¿pero cómo?

La lluvia de meteoros no cesaba, y Terario cada vez se sentía más débil, pero antes de que su muralla cayera, el Patrono de Brontes logró traspasarla con uno de sus poderosos golpes que abrió una grieta. El guerrero de Avanish se desplazó a gran velocidad hacia el santo de Atena, quien se encontraba imposibilitado de reaccionar al mantener el escudo activo.

Nergal se arrojó sobre Terario sin importarle su condición, la sonrisa en su rostro delataba que es lo que buscó, acorralarlo en esa disyuntiva en la que tendría que decidir si proteger a quienes moraban en el palacio, o salvarse a costa de sus vidas.
Esta vez Azrael, su golpe de la muerte, se acreditaría una víctima más.

— ¡Crystal Prison! (¡Prisión de Cristal!)

Clamó alguien, provocando que el cuerpo del Patrono se detuviera súbitamente. Terario vio cómo el cuerpo de Nergal se encontraba rodeado por una capa de cristal transparente de la que emanaba un poderoso cosmos dorado.

Nergal se contrarió al ser incapaz de moverse, ni siquiera la quijada para hablar, ni tampoco parpadear. No podía escuchar ni un sonido, como si de repente hubiera entrado en un vacío. Lo único que le permitía su visión era ver al santo de Acuario, y detrás de él, salido de quien sabe dónde, un pelirrojo que le mostraba las manos abiertas.

Terario miró sorprendido a la persona que apareció tras de sí. Se trataba de Kiki, el maestro herrero de Jamir.

* - * - * - *

Atlántida, reino de Poseidón.

En el momento en que esa espada maldita le atravesó el hombro, un dolor inaguantable se apoderó de su cuerpo y sus sentidos. Sintió como si por tal herida, cientos, miles, quizá hasta millones de diminutos seres se adentraron en su ser, por debajo de la piel, nadando por su sangre, recorriendo sus huesos, desgarrando sus músculos, mordisqueando sus entrañas en un festín caníbal en el que al unísono todos gemían, ya sea de placer, por desdicha o tormento; el número estaba lejos de poder calcularse, todas esas voces retumbantes eran un maremoto que azotó todos su sentidos y estaba despedazándolos.
¿Quiénes eran y por qué lo hacían?— la respuesta vino a él por labios del espadachín que blandía la Áxalon.
Una infinidad de voluntades es lo que lo mantenía hundido en esas aguas tormentosas de dolor interminable, dentro del que su cosmos no era capaz de sacarlo a flote. Todas esas voluntades se empeñaban en ahogarlo, destrozar su cuerpo, devorar su cosmos y extinguir su alma.
Aunque mantenía los ojos abiertos, no veía el campo de batalla, su sentido de la vista lo llevaba a verse en medio de un mar rojizo, en donde el oleaje no era agua colorada, ni siquiera sangre, no, eran cuerpos de personas, espectros de cuerpos flácidos que parecían carecer de huesos por las formas abstractas en las que se mecían e imitaban el oleaje del océano. Cada uno de los miembros de ese ejército de férreas voluntades quería arrancar un pedazo de él, sin importar lo diminuto que éste fuera, y pudo ser así, pero entonces los ojos saltones y manos deformes perdieron interés en él.
Como si hubieran visto algo resplandeciente en la distancia, uno tras otro comenzaron a avanzar hacia allá.

Cuando Atlas cayó al suelo con su cuerpo ensangrentado y carente de un brazo, pudo volver a respirar, y hasta su corazón reanudó sus latidos tras casi haberse detenido por el aura sofocante que despedía la Áxalon.
Incluso Caesar, dominado por los sentimientos y anhelos que afloraban de la espada espectral, ignoró al convaleciente santo de Atena para mirar en cierta dirección.
Allí, por encima de ambos, con la imagen del Sustento Principal respaldándolo y el mar tormentoso en su cenit, la imagen del Emperador del mar se erigía al final de unas escalinatas desde donde contemplaba la extensa explanada de su palacio.

Caesar de Sacred Python, ahora avatar de miles, quizá millones, de voluntades, centró sus sentidos en el dios del mar.
Con su mente perdida en el interior de todas esas emociones y sentimientos, no pensaba más que en cumplir el deseo de la colmena: destruir a Poseidón.
Caesar dio un ligero paso, tras el que pudo escuchar el crujir de sus huesos. Un gesto involuntario de dolor lo hizo tambalearse, permitiéndole saber que lo inevitable estaba ocurriendo y no le quedaba mucho tiempo. Tal vez ni siquiera sería capaz de desplazarse hacia el dios del mar antes de que su cuerpo quedara inservible y su corazón estallara dentro de su tórax.
En medio de todo ese caos físico y mental, escuchó claramente una voz que lo llevó a reponerse y sentirse en condiciones plenas pese a la gravedad de su estado. Se trataba de Tara, a quien volvía a sentir cubriéndolo con su poder, aquel que desvanece de forma temporal cualquier daño o malestar físico en una persona.
Saberla allí con él, le hizo ver que nada había resultado como se planeó, por lo que ahora los dos deberían unir fuerzas para lograr lo impensable.
El tiempo era corto pero el suficiente para lograr una certera estocada en el corazón del dios olímpico… todo se resumía a eso.

Poseidón contempló en la lejanía a esos dos hombres cubiertos de sangre y heridas. Percibió el hostil cosmos de aquel que le apuntaba con una espada flamígera, y quizá sus sentidos debieron quedarse en ella, pero no fue así…
Lo percibió mucho antes de llegar hasta ese lugar, reconocería ese cosmos donde fuera por el lazo que los une.

Agonizante, Atlas de Aries logró girarse en el suelo pecho tierra. Intentó levantarse, pero su brazo no pudo sostener su propio peso. Quedó paralizado al sentir el cosmos de Poseidón, y más al saber que él lo observaba. Alzó la vista y miró en su dirección pese a que el Patrono se interponía entre ambos.
Para el Atlante, ese rostro no le pertenecía a la deidad que le dio el ser, pero la fuerza de su cosmos le permitió reconocerlo de inmediato, sentirse dichoso, pero al mismo tiempo temeroso y avergonzado.

Fue un segundo, tal vez dos, en que ambos entrelazaron miradas. Después de siglos de separación, Atlas esperó ver la misma mirada acusadora  y resentida que le dirigió en el pasado, pero no fue así… pese a la dureza de los ojos del Emperador, vislumbró algo en ellos que lo confundió.

Ese instante en que padre e hijo se reencontraban después de eras de exilio, se interrumpió cuando el Patrono soltó un grito horrendo al momento en que expulsó un torbellino energético, envolviendo su cuerpo con una intensa llamarada azul.

Poseidón miró al Patrono, quien se impulsó a toda velocidad hacia él. Para los sentidos del dios, los movimientos del mortal eran claros y hasta lentos. Vio cómo es que el cuerpo del mortal era consumido por el fuego que lo cubría, adquiriendo pronto un aspecto cadavérico que terminaría vuelto cenizas.
Ya no estaba en él menospreciar el arrojo de los hombres, por lo que invocó su cosmos divino para eliminarlo de inmediato.
Sin embargo, en el instante en que deseó materializar su tridente, el dios del mar sintió sobre él una presión externa, un cosmos violento que entró en conflicto con el suyo. No provenía del espadachín atacante, sino de un lugar distante y fuera de su reino.
Pensó que podría ser obra de Avanish, pero su poder le permitió obtener la imagen de una joven mujer quien era la agresora. Ilusamente, ella intentaba suprimir su cosmos, como si la simple red de un pescador bastara para contener al feroz kraken.
Poseidón sólo necesitó un soplido más de su poder para alejar de sí dicha presencia. El tridente de los mares apareció en su mano justo en el momento en que el Patrono ascendía por las escaleras que conducían a él.

Patrono y dios intercambiaron miradas por primera y última vez.

Alentado por el odio de millares y blandiendo la espada afilada por innumerables voluntades, Caesar subió corriendo por las escalinatas en las que al final su objetivo primordial se encontraba.

El Emperador, aceptando el desafío, apuntó con su tridente al mortal, decidido a encontrar la razón por la que Avanish parecía tener tanta fe en sus guerreros, quienes presumen de ser capaces de extinguir la vida de un auténtico dios.
Mas cuando Poseidón dejó fluir su cosmos para defenderse, de nuevo fue golpeado por la misma presión cósmica de antes. Sin embargo, esta vez fue diferente, pues una nueva y extraña fuerza se sumó a la lucha.
— ¿Q-qué es lo que me pasa? — pensó claramente desconcertado. Era cientos de veces peor de lo que experimentó el santo de Aries; su cuerpo se rehusaba a moverse, su cosmos estaba siendo sometido por una aura asfixiante y doliente que lo hizo trastabillar, sólo su tridente le impidió caer de rodillas al sentirse carente de fuerzas. Sus sentidos se saturaron por ecos insufribles que lo aturdieron por completo.
Poseidón luchó contra esa marea que se estrelló sobre él, negándose a su influencia y magnitud, pero mientras más era su resistencia, mayor era el dolor que buscaba doblegarlo.

Sólo para ser testigos de ese instante en el tiempo, los marines shoguns de Scylla y Dragón Marino emergieron en el horizonte, percibiendo el peligro que corría su Emperador. Aun sabiendo que cualquier intento por intervenir sería inefectivo, se lanzaron hacia el Patrono, quien ya estaba a pocos instantes de lograr su objetivo.
— ¡¡Emperador!!— gritaron al unísono.

¡¡Este es tu final, Poseidón!! —exclamó Caesar, con el eco de centenas de voces combinadas en tal clamor; sus pies abandonaron el último de los peldaños, y el camino estaba libre de cualquier obstáculo.
El fulgor de Áxalon se extendió aún más, siendo en ella en donde el dios del mar encontró a su verdadero enemigo.

Áxalon, sin duda, habría atravesado el corazón de Julián Solo sin dificultad. La túnica del Emperador se habría manchado de sangre mientras que en su pecho el filo flamígero saldría por su espalda como un ala metálica y sangrante. Habría sufrido un dolor agonizante, tanto por la herida sufrida en su cuerpo mortal, como por el daño aún mayor infligido en su espíritu inmortal. Poseidón habría dejado de existir tal cual es y todo el reino de la Atlántida habría muerto junto a él… pero la rueda del destino giró de diferente manera.

Enoc y Caribdis quedaron tan absortos como el mismo Poseidón, cuya vestimenta se salpicó por el rocío carmesí que emergió de la espalda de Atlas de Aries.

Anticipando lo que sucedería si el Patrono se acercaba al Emperador, y sin haber manera de advertirle del peligro, lo único que tenía para evitar tal fatídica escena era su propio cuerpo. Haciendo uso de su fuerza de voluntad, logró echarse a correr detrás del Patrono y recibir la estocada destinada para el dios olímpico.
Poseidón, todavía debilitado, permaneció perplejo, observando la espalda maltrecha de Atlas el fratricida… el rey desertor…
La espada dentada emergió por el centro de su espalda, y aún el filo vibraba con el deseo de avanzar hacia el dios que estaba a pocos metros de poder tocarla.
—…Atlas— Poseidón llegó a pronunciar el nombre del guerrero con evidente congoja e incredulidad. Una imagen saltó inoportunamente de entre sus recuerdos, en la que la figura del atlante herido se transformó en una pequeña y delgaducha, la perteneciente a un niño que del mismo modo le daba la espalda.

El santo dorado retuvo con su cuerpo el avance de Caesar y la Áxalon, comprobando que la espada maldita sólo puede afectar a un individuo a la vez; en el instante en que centró su atención en el dios, toda su influencia abandonó su ser, dejando su cuerpo y mente maltrechos, sí, pero permitiendo a su cosmos alzarse una vez más. Aun ahora que Áxalon se albergaba en su pecho, sólo el dolor lacerante lo hacía temblar, ya que las almas clamaban por Poseidón, a quien no liberarían hasta tomar su vida.
¡Entrometido hasta el final! — bramó Caesar al moribundo que se encontraba al extremo de su espada—. ¡Espero que te complazca morir inútilmente como el perro de un dios, porque de una u otra forma pienso tomar su vida! — el Patrono de Sacred Python se impulsó hacia adelante con el intento de avanzar y herir también al dios del mar, pero Atlas resistió el embiste pese a que la hoja se hundió todavía más en su pecho, llevándolo a retroceder peligrosamente un par de pasos.
Antes de que la situación se saliera de control, Dragón Marino y Scylla se precipitaron sobre el Emperador y lo alejaron de los guerreros que forcejeaban… pues esa fue la petición que recibieron.

¡No! —bramó el cadavérico Patrono, quien se consumía dentro de la hoguera de flamas azules. Caesar intentó retirar la espada del pecho de Atlas para ir tras ellos, mas el santo de Aries se lo volvió a impedir al sujetar la empuñadura con su mano restante.
Cuando se tiene algo que proteger, hay quienes gustosos dan su vida— musitó el santo, repitiendo las palabras que alguna vez le escuchó decir a la diosa de la sabiduría.
Caesar vio el resplandor divino en los ojos del santo de Aries, al mismo tiempo en que su cosmos crecía hacia el infinito.
El antiguo rey de la Atlántida tomó una decisión final, debía eliminar al Patrono antes de que la Áxalon decidiera volver a atormentarlo. Aunque eso significaría la libertad del dios del mar para actuar, existía la posibilidad que volviera a someter al olímpico en el instante en que él expirara, por lo que no iba a correr ningún riesgo.

Quizá por la confusión del momento es que Poseidón continuó atrapado dentro de ese recuerdo, o ilusión, en que su primogénito era tan sólo un niño travieso. El niño se giró un poco, dedicándole la cínica sonrisa que siempre delataba sus planes antes de efectuar alguna bribonería que terminaría, de seguro, en una reprimenda.
— … ¡Detente Atlas, no lo hagas!— el dios gritó al descubrir su intención.
Poseidón alargó el brazo con el deseo de sujetarlo, pero él se alejaba cada vez más y más de la imagen.
¡Todo está bien! —escuchó del pequeño que, poco a poco, retornó a su actual apariencia—. No tratéis de intervenir, esto es algo que debo hacer… No, más bien, es algo que debí hacer hace mucho tiempo —le dijo el santo a través de su cosmos—. No estuve a vuestro lado cual era mi obligación… jamás sangré por vos… pero ahora todo es diferente… eres diferente… Y mi deber es protegeros en esta nueva era.
Los dos marine shogun alejaron al Emperador hasta adentrarlo a la seguridad del palacio submarino. Ambos fueron testigos de la brillante aura que rodeaba ahora a Atlas de Aries, tan poderosa que, por breves instantes, fluctuaba como la del mismo Poseidón.

Dragón Marino y Scylla pensaron en ir en ayuda del atlante, pero éste, con su cosmos, los sometía de alguna forma para que obedecieran su mandato de permanecer junto al Emperador de los mares.

Caesar de Sacred Python descargó una serie de golpes y rodillazos sobre el santo de Atena, pero el cosmos de Atlas no se debilitaba, sólo se tornaba más violento.
¡¿Crees que me dejaré arrastrar a la muerte por ti?! ¡Tú eres el que morirá! — Caesar rugió, en el instante en que giró la empuñadura de la espada, desbordando aún más dolor en su enemigo, pero el guerrero dorado sólo se estremeció unos segundos en los que su poder continuó creciendo.
¡¿Por qué?! —el Patrono bramó encolerizado—. ¡¿Por qué es que defiendes con tanto ardor al monstruo que numerosas veces ha buscado destruir al hombre?! ¿Crees que ha cambiado sólo por unas cuantas buenas obras? ¡Los dioses son embusteros, y en el momento en que pierdan interés, los desecharan como desperdicios o volverán a someterlos!
Nunca lo entenderéis —respondió lacónicamente el santo—… Vos, quien desconoce lo que es la verdadera lealtad y la esperanza al ser una criatura que sólo se mueve como un títere. Podéis destruir mi cuerpo, pero mi cosmos me levantará hasta que cumpla con mi propósito...

El descomunal cosmos de Atlas alcanzó su punto máximo. El santo de Aries sintió que de nuevo los ojos de Áxalon estaban por postrarse sobre él, pero ya era demasiado tarde.
La explanada del palacio, donde Atlas y Caesar se mantenían, se inundó por una pesada atmosfera que comenzó a alzar las rocas y materiales que le daban forma.

Fuisteis un notable adversario, Caesar de Sacred Python —musitó Atlas—… pero me es claro que los Patronos están destinados a fracasar… No tienen lo que en verdad se requiere para enfrentar a los guerreros sagrados, pero de ello seréis testigo en el más allá— se atragantó por un segundo, sólo para reunir un último vestigio de fuerza y hacer estallar el poder que alguna vez su padre le inspiró—. ¡Ascensión de la Atlántida!
Atlas liberó todo su cosmos en un torrente de luz que se extendió ampliamente por el suelo, disparándose atronadoramente hacia el cielo, formando una columna de luz de intensa y flameante energía blanca, dentro de la que los dos guerreros desaparecieron.

De tratarse de Poseidón el ejecutante de tal técnica, con el mismo esfuerzo habría hecho emerger al continente atlántico desde el fondo de los océanos hacia la superficie, ocasionando un desastre global por el territorio emergente; pero en manos de Atlas de Aries bastó para eliminar al líder de los Patronos y expulsar a la Áxalon del reino submarino.

La columna de luz se alzó hasta romper con el cielo marino, atravesó el océano, sobrepasó las nubes y se extinguió en algún punto lejano fuera de la atmósfera de la Tierra, siendo un acto que fue visible y perceptible por numerosas personas alrededor del mundo.
El estruendo hizo temblar los cimientos del reino submarino, vientos frenéticos azotaron las cercanías y cegaron a quienes miraban tan de cerca, sólo Poseidón fue capaz de contemplar la última hazaña del primer rey de la Atlántida, en beneficio del reino que alguna vez fue su hogar.

Cuando todo se silenció, el boquete que atravesó el agua del cielo se cerró poco a poco, mas una gran cantidad de agua comenzó a drenarse en forma de lluvia y brisa húmeda.
Poseidón sentía que sus fuerzas regresaban a él, pero aún quedaba una presencia que continuaba el hostigamiento. Se apartó de sus marines shoguns con brusquedad, avanzó por el palacio hasta que el techo no cubriera su cabeza, escudriñó el cielo como si siguiera el vuelo de una gaviota, y allí, donde encontró el origen de la insolente mujer, apuntó con su tridente.
Su cosmos lo cubrió como un manto que delataba su indignación, liberando un delgado destello de luz que emergió de la punta de su arma sagrada, el cual desapareció dentro en las barreras de la realidad, desplazándose por pasadizos astrales hasta llegar a su destino.

* - * - * -

Conmocionada por lo que había sucedido, Tara de Euribia quedó inmóvil e incapaz de reaccionar de cualquier forma.
Dentro de esas aguas en las que puede llevar su poder a todos los rincones del mundo, permaneció en shock pese a los llamados de su guardián.
Arriba, sobre la fosa en la que se encontraba sumergida, un portal se abrió, trayendo consigo el castigo divino del dios del mar.
Ella inclinó la cabeza hacia esa luz mortal, y por un momento pensó en que sería algo bueno…
Cerró los ojos y esperó el fin, olvidando que ya había visto ese futuro… Lo recordó en el momento en que Ábaddon, Patrono de la Stella de Briareo, saltara para recibir ese castigo en su lugar.
El estruendo fue devastador.

* - * - * -

Al percibir que esa nefasta presencia se desvaneció de su reino y ya no era perceptible para sus sentidos, el dios del mar devolvió su atención a alguien más.
Poseidón bajó a donde alguna vez fue una bella estancia donde sus súbditos gozaban de pacíficas y alegres convivencias, la cual terminó transformándose en un terreno baldío, hundido y enlodado por la lluvia. Caminó hacia donde una figura se encontraba de rodillas en el fango.
Pese a lo devastador que tal poder resultaba para un enemigo, el ejecutante no sufría daño alguno al emplearla, pero Atlas agonizaba por las lesiones sufridas durante su lucha contra el Patrono de Sacred Python, sobre todo por la pérdida de sangre que fluía de su hombro derecho, del que su brazo fue arrancado, y de la profunda herida en su pecho.
El dios del mar se acercó a él, tanto que, incluso con la cabeza agachada, Atlas pudo ver en el suelo la túnica blanca que se arrastraba a los pies del Emperador.

Un conflicto de emociones estrujó el corazón del Emperador, quien alguna vez deseó la humillación dura y constante de ese traidor.
La maldición que desató su anhelo parecía persistir sobre Atlas pese al transcurrir de las eras, pero ahora, tras centurias, no sentía satisfacción alguna ante ese cuadro.

El santo, aunque lo intentara, no podía moverse; permaneció de rodillas en el lodo, con la espalda y cuello expuestos como si se tratara de un condenado a muerte en espera de ser decapitado, pero al mismo tiempo, la de un siervo que suplica el perdón de su amo.

— Atlas— escuchó que el hombre frente a él lo llamó por su nombre, no con un apelativo deshonroso, ni con desprecio, o soberbia, sino con total neutralidad.
No tenéis por qué decir nada, Emperador… todo está bien… —murmuró con escaso aliento, en idioma atlante al recordar que su padre apreciaba que, entre ellos, se utilizara el lenguaje antiguo que él mismo les instruyó.
Poseidón decidió hablar con el mismo lenguaje de antaño— ¿Por qué lo hicisteis? —fue la pregunta que con más urgencia el dios del mar necesitaba respuesta, ya que el “cómo es que estás aquí” era algo que podría imaginar y adivinar con certeza, mas no la “razón”.
Lo que dije ya… es verdad… —Atlas respondió, aún con el rostro casi en el suelo, jadeando—. Sé que vos y yo tenemos una historia… pero, a ningún hijo le es placentero ver morir a su padre… Lo sé bien, pues lo permití una vez… no podía volver a ser testigo de algo así…

Los marines shogun de Scylla y Dragón Marino contemplaban la escena a una distancia muy prudente, sólo por petición de Caribdis, quien compartió la historia de Atlas para oídos de Enoc.

Siempre lamenté no haber sido el hijo que mi padre esperaba de mí… No pude juzgar al mundo de la misma forma que él lo hizo —Atlas rio débilmente—… Sin embargo, aunque se me permitiera volver al pasado para cambiar mi destino… no haría tal cosa, no me arrepiento de lo que hice, de lo que me convertí y de lo que soy… Pero ahora… me alegra que al fin mi padre pueda ver al mundo como yo lo hago… como los mortales lo vemos y… que entienda cómo nos sentimos por vivir en él, que comprenda la razón por la que vale la pena luchar por permanecer en él pese a las adversidades… ¡Yo…! —aspirando con fuerza, Atlas logró enderezar la espalda y alzar la cabeza hacia el dios del mar para proseguir con sus palabras, pero enmudeció cuando sus ojos, que perdían el brillo de la vida cada segundo transcurrido, se toparon con la mirada compasiva del Emperador del océano.

Lo comprobó una vez más, lo que vislumbró en las mentes de Sugita de Capricornio y Nihil de Lymnades, santo de Atena y marine shogun respectivamente; se encontraba en una era en dónde el inflexible dios Poseidón había cambiado para beneficio de todo aquello por lo que él decidió luchar al lado del Santuario.
Ahora, en los ojos de ese cuerpo mortal en el que el dios albergó su alma, podía distinguir esa genuina humanidad con la que la mirada de la misma diosa Atena resplandecía.
Atlas hubiera querido decir mucho, pero el silencio perduró por largos segundos entre ambos, hasta que para el santo de Aries le fue imposible mantenerse sobre sus rodillas un instante más. Se tambaleó un poco hasta terminar cayendo con todo su peso hacia el frente, golpeándose contra las rodillas de su padre, manchando todavía más la vestimenta blanca del Emperador con la sangre y barro que cubría su cuerpo.
Intentó echarse para atrás, pero no pudo, no cuando los brazos de Poseidón lo acogieron, en un acto que desconcertó a sus marines shoguns y al mismo atlante.
El dios se había acuclillado para estrechar a su hijo, y permaneció así, sin pronunciar palabra. Colocó su mano derecha sobre la frente del santo y la mantuvo allí, como si fuera un niño al que le tomaba la temperatura.
Atlas se mantuvo inmóvil por la infinita dicha que le causó el poder descansar la cabeza bajo el mentón de su padre una vez más. El santo de Aries tampoco habló, sobre todo al sentir el cosmos de su padre sondeando su mente y corazón, restableciéndose un vínculo roto que sólo él y sus otros nueve hermanos poseían con su progenitor.
Aunque hubiera podido, Atlas no habría opuesto resistencia, dejó que todas sus memorias y sentimientos fluyeran hacia su padre… Hace milenios quizá no los hubiese comprendido, los habría rechazado, pero ahora que el corazón que escuchaba latir en su pecho era humano, la oportunidad de lograr su perdón era posible.
Dar su vida por él, quien se ha convertido en un ser benévolo y amado no sólo por marinos sino también por humanos, era todo un placer. Quizá eso no le devuelva el honor perdido, pero esperaba que con ello pudiera ganar la libertad de aquellos que por su causa seguían enclaustrados en la oscuridad… ese era su único deseo, por el cual había valido la pena aferrarse a la vida en un cautiverio de centurias.

Enoc y Caribdis observaron el resplandeciente cosmos de Poseidón cubriendo tanto a padre como a hijo. Ambos tuvieron pensamientos similares, siendo Enoc quien los expresara—. Qué afortunado, ir al mundo de los muertos de la mano de un dios es una gloria de la que pocos mortales son merecedores.


FIN DEL CAPITULO 46

Calliphoridae* = Nombre dado a ciertas familias de moscas.
Shkhin* = Úlcera.

martes, 9 de septiembre de 2014

HÉROES Y VILLANOS - RPG Maker GAME - Nuevo Capitulo 4.0

Allá por el mes de Abril hablé  sobre un juego RPG basado en los eventos que se narraron en una crónica de Rol en la que participé años atrás.
En ese entonces sólo se encontraba hasta el Capitulo 3, pero ahora promuevo el esperado Capitulo 4.
Disfrútenlo.

Video promocional del Capitulo 4 y del juego en general.



ÚLTIMA ACTUALIZACIÓN 9 de Septiembre 2014.

Se anexó el Capitulo 4 al archivo *.EXE del juego, por lo que aquellos que lo descargaron con anterioridad (que contenía sólo el Capitulo 1, 2 y 3) deberán desinstalarlo para instalar este nuevo paquete. Se modificaron algunos SCRIPTS para mejorar la experiencia del juego, pero esto provoca automáticamente que sus SAVES / GUARDADOS sean obsoletos y no servirán más. Lamentamos esto, pero todo es por un bien.

LA HISTORIA CONTINÚA: Mientras que los primeros tres capítulos jugaste en los zapatos de un Héroe, el Capitulo 4 da un giro de 180º, pues ahora tendrás el control de un grupo de Villanos que buscan cumplir una misión casi suicida dentro de una prisión de alta seguridad.

Cambios realizados a esta versión:
-Corregidos BUGS del Episodio 3.
-Animación de enemigos y voces interactivas durante las peleas.
-Eliminado el comando DEFENDER del menú de batalla.
-Cambios visuales en los MENÚS de juego, MENÚ de ITEMS, en las pestañas de DECISIONES y en las TIENDAS.
-Se Agregò ENEMIPEDIA donde puede verse los atributos de los enemigos.
-Mini juego de TRAGAMONEDAS en las nuevas tiendas.

La trama son historias dentro de un mundo donde hay METAHUMANOS, personas con poderes sobrehumanos, que pueden decidir entre usar sus poderes para hacer el bien o el mal, de ahí el nombre: HÉROES Y VILLANOS.
La historia tiene lapsus de comedia, acción, sorpresas y misterios, de todo un poco, por lo que siempre habrá algo en qué entretenerse, pero lo que más me gusta es la variedad de personajes que aparecen en la historia.

NUEVOS SCREENSHOTS DEL CAPITULO 4.0







Estilo de juego RPG en el que constantemente obtendrás poderes cada vez más asombrosos, nuevos personajes, armas, armaduras e ítems. En un entorno de diversos mapas abiertos en donde encontrarás luchas  en un estilo de batalla primera persona con animaciones continuas, con vídeos en batalla así como en gran parte del juego, y sistema de logros que puedes desbloquear.

NUEVOS PERSONAJES EN EL CAPITULO 4.0











Requisitos mínimos del sistema
Sistema Operativo: Windows XP/Vista/7/8/8.1
Procesador: Intel Pentium 4 @ 2.0 GHz / AMD Athlon XP 2200+
RAM: 512 Mb
Espacio en Disco: 620 Mb
Tarjeta Gráfica RAM: 32 Mb
Tarjeta Gráfica: DirectX Compatible
Tarjeta de Sonido: DirectX Compatible
Direct X:9.0c

HÉROES Y VILLANOS CAPITULO 1-4
DOWNLOAD *.ZIP : http://bit.ly/1cmGNmE

´´NOTA´´
Última Actualización el 12 de Abril del 2015



Todos sus comentarios y sugerencias positivas son bienvenidas, muchas gracias por descargar y disfrutar.

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