lunes, 5 de marzo de 2012

EL LEGADO DE ATENA CAPITULO 25, UP!!!

Bien bien bieeeeen
Aquí estamos de nuevo con un capitulo más de EL LEGADO DE ATENA, el cual podrán leer en este blog buscandolo en el menu o en el Post anterior.
Asi iguaaaaal en Fanfiction.net para la comodidad de algunos CAPITULO 25 EN FF.NET

Reseña:
Asgard, la tierra de Odín, ha sufrido grandes cambios despues de quince años de prosperidad.
Hay seis nuevos dioses guerreros que protegen el reino e Hilda de Polaris continuaba como la representante de Odín en la Tierra.
Sin embargo una el inicio de una tormenta advierte a algunos de próximos infortunios y muerte...

*****

COMENTARIOS SOBRE EL CAPITULO 25

Tenía medio olvidado esta parte cuando publico los episodios... pero pues no tenía mucho que decir sobre ellos.
Pero ahora todo cambia ya que entramos ahora si en una nueva ARC (como dicen estos días)
Ya hemos visto como son las cosas y los guerreros en el SAntuario, en Egipto y ahora nos toca dar un vistazo a lo que es ASGARD. Sé que por los primeros episodios dieron una aparición especial pero ya les llegó el tiempo para tener su espacio.

Debo decir que me gustó mucho la idea de manejar la pareja BUD+HILDA. Bud es mi dios guerrero favorito, por lo que darle una vida 'feliz' despues de tantas tragedias fue una idea que no pude desperdiciar.
Ya haía hecho un oneshot de lo que sucedió con Bud despues de los eventos ocurridos en la Saga de Asgard, pero fue para un concurso, jamas lo publiqué exepto en el lugar del evento, asi que decidií utilizarlo y ponerlo de poquito a poquito dentro de la trama de EL LEGADO DE ATENA, por lo que muchos flashbacks son de dicho oneshot.

En las proximas publicaciones hablaré un poco más de los personajes y algunas anecdotas detras de ellos.

EL LEGADO DE ATENA CAPITULO 25, El vórtice de la tormenta, Parte I

Hace 15 años en el extremo norte de Europa.

—“Yo, como tu único hermano, te llevaré a la tierra donde nacieron nuestros padres”.

Esa fue la promesa que terminó por arrebatarle lo último de sus fuerzas. Un momento de descanso se convirtió en una larga siesta en la que el intenso frío lo sumió por completo, invitándolo a permanecer allí, eternamente bajo la nieve junto a su hermano. La muerte veló su sueño con la atractiva promesa de desvanecer todo lo que le aquejaba: dolor, remordimientos, confusión pero sobretodo tristeza.

Pero tal cual solía suceder desde que era pequeño, entre más profundo dormía, con más fuerza es que las pesadillas lo acosaban.

Las corrientes gélidas que comenzaron a zumbar en sus oídos como un cántico mortal, hicieron que sus cejas empezaran a temblar, indicando la desesperación por retomar el control de su cuerpo catatónico y al borde del deceso. Los ojos castaños del guerrero de Alcor se abrieron asustadizos.

Él continuaba recostado sobre el pecho de su inerte gemelo, tal vez en un acto inconsciente por encontrar un milagroso palpitar de ese silencioso corazón.

Con el cuerpo entumecido, Bud logró erguirse, mirando hacia el cielo en un intento por descubrir el momento en que se encontraba el día, mas las nubes grises se negaron a resolver cualquier duda.

Sobre él una gran tormenta de nieve se desataba, cubriendo de blanco caminos o aldeas.

Tardó unos segundos en darle sentido a sus pensamientos, confusos aún por los sonidos de su última pesadilla.

Entrecerró los ojos ante el golpeteo continuo de los copos sobre su cara, no podía ver claramente entre el hielo y el aire embravecido. Debía seguir avanzando para no convertirse en una estatua de hielo, por lo que alzó nuevamente el cuerpo del caído Syd, sintiendo que pesaba más que antes.

El silbido del viento ocultó bien las pisadas que se aproximaban, y su distracción habría sido reprendida por cualquier maestro en el combate, pues sólo hasta que un destello se situara a pocos centímetros de su cabeza es que logró reaccionar.

De haber tardado un instante más, la punta de una lanza habría entrado por su nuca y emergido sangrante por la garganta, pero pese a los esfuerzos no salió ileso.

El lado derecho de su cuello fue rasgado por el paso veloz de una cuchilla que se clavó en el suelo; la sangre brotó, sintiendo cómo se secaba casi de inmediato por el frío.

Aún invadido por la sorpresa del inesperado ataque, el dios guerrero sujetó la lanza, sus ojos se acentuaron como las de un tigre enfurecido al descubrir que fue un soldado asgariano quien lo atacó.

De inmediato distinguió otras siete figuras de casco vikingo que lo rodeaban en una formación de media luna. En el centro de la línea se hallaba un hombre de aspecto fornido que se mantenía montado en un corcel gris. Unos estaban armados con espadas dentadas y otros con lanzas en un intento por acorralarlo gracias a la pendiente situada a su espalda.

Bud soltó la lanza con desgano y aburrimiento. Buscó detener la hemorragia con su mano derecha, valiéndose solo de la izquierda para sostener el cuerpo de su gemelo.

— No sé si son valientes o sólo ignorantes. ¡Hablen! ¡¿Cuál es su asunto conmigo?!— bramó el dios guerrero.

— Bud de Alcor —se adelantó el jinete quien se distinguía de entre los demás al usar un casco oscuro de largo cuernos y pieles marrones sobre los hombros que colgaban como capa— ¡Es designio de la gran Hilda de Polaris que tras abandonar tu deber y fracasar miserablemente en tu misión, se te trate como un traidor hacia Asgard y a Odín, por lo tanto debes ser ejecutado cuanto antes! —clamó el líder del escuadrón, apuntándole con una espada de hoja azul.

Bud no se sintió abrumado por escuchar aquella sentencia capital. Él mejor que nadie conoce la malicia existente en el corazón de la regente de Asgard, por lo que no le extrañó el que le impediría partir con tanta facilidad después de haberle fallado.

— Les sorprenderá saber que la única traidora a Odín no es otra más que su gran señora —el dios guerrero aclaró con sarcasmo—. Ella ha maldecido nuestra tierra, por lo que ninguno de nosotros encontrará el perdón. Les aconsejo que den media vuelta y se marchen, sus fuerzas no se comparan con las de un dios guerrero, sólo los han enviado aquí a morir.

— ¡¿Te atreves a blasfemar contra la señorita Hilda?!— gruñó uno de los soldados, expresando la indignación del resto de sus compañeros.

— ¡No le temeremos a un guerrero moribundo como tú! —aclaró el jinete.

— Ya verán cómo es mi fuerza ahora que estoy agonizando —la sombra de Syd sonrió socarronamente. Aunque su batalla con el Fénix lo ha dejado sin muchas energías, el debilitamiento de su cuerpo y la pérdida de su sangre estaban nublando sus sentidos, no es algo que les permitirá saber a sus enemigos.

Se dio la orden de atacar. Bud dejó en el piso el cuerpo de su hermano justo cuando dos espadachines se abalanzaran sobre él.

Como destellantes truenos, las garras del tigre se manifestaron en las uñas del guerrero de Zeta. Bud corrió hacia ellos sin miramientos, liberando una serie de golpes rápidos.

El feroz tigre blanco pasó por en medio de las espadas sin recibir rasguño alguno, sus garras rasgaron las frágiles corazas que los asgarianos tenían, la sangre chispeó escandalosamente por las múltiples heridas que les arrancaron la vida.

Bud reaccionó ágilmente contra dos lanceros que lo atacaron por la espalda. En un salto sobrehumano, el dios guerrero se colocó justo sobre sus cabezas como un sol en pleno cenit, y con la fuerza de su cosmos desplegó la técnica mortífera de los tigres de Zeta.

El guerrero Bud todavía no ponía un pie en el suelo cuando una lanza se le clavó profundamente en el hombro izquierdo. El dolor lacerante lo llevó a caer de rodillas, lanzando una mirada furiosa hacia el jinete quien había descendido del equino con una espada en mano.

El dios guerrero aún sentía arder su brazo por las llamas del Fénix que destruyeron su hombrera y brazal. Bud retiró la lanza, comenzando a jadear por el cansancio y el dolor.

Pensó en que tal vez lo mejor era dejarse matar en ese momento, de cualquier forma no tenía nada que perder… no había nada por lo cual seguir. Su motivación todos estos años fue vivir lo suficiente para vencer a Syd y tomar su lugar como un dios guerrero… Las cosas no resultaron cual hubiera querido, y al final descubrió que todo se trató de un engaño de sí mismo, algo creado por el odio y la amargura de su propio espíritu.

Ahora que la misma Hilda lo había traicionado, no le quedaba nada… Sin embargo, no podía terminar en ese lugar, de eso se convenció al haber atrapado entre sus zarpas la espada del capitán como por acto reflejo.

Su cosmos no se extinguiría por capricho de Hilda, ni siquiera por el del mismo Odín del que dice respaldarse. ¡Continuaría desafiando al dios que lo abandonó y condenó al infortunio!

Un cosmos blanco lo cubrió en el momento en que sus garras rompieron la espada del soldado enemigo. Bud expulsó su ken en un torrente de astillas de luz que se precipitaron contra el resto de los guerreros que lo rodeaban. Sus restos cayeron en la nieve, la tormenta se encargó de sepultarlos rápidamente.

Bud se giró hacia el único soldado que permanecía con vida, uno que temblaba de horror ante el despliegue de poder y habilidad del guerrero divino. El arco que llevaba consigo le resultaba ahora inútil para defender su vida.

El hombre pensó en correr pero ¿realmente sería más veloz que un dios guerrero? Lo dudaba. Buscando consejos de los cadáveres a su alrededor, divisó una espada, lanzándose presuroso ella, arrancándola de las manos muertas de su compañero; mas cuando se giró para confrontar a su enemigo este lo desarmó de un golpe al estomago. Las garras del tigre lo sujetaron inmediatamente por el cuello, sintiendo las puntas afiladas a punto de arrancarle la tráquea.

— ¿Cuántos individuos se necesitan para enviar un mensaje?— Bud cuestionó con ironía, manteniendo a su presa de rodillas frente a él—. Esto no es un acto de piedad— aclaró al estrujarlo un poco— Te permitiré vivir para que relates lo que aquí has visto. Dile a Hilda de mi parte que si quiere conservar lo que queda de su ejército no le conviene buscarme otra vez. No tengo interés en sus torcidas ambiciones, por lo que puede hacer lo que se le plazca mientras no vuelva a meterse en mi camino ¿escuchaste?

—… ¿Por qué debería hacer eso? Si no muero por tus manos… lo harán las de la señorita Hilda…— logró decir el atragantado guerrero, aterrado por los fieros ojos del dios guerrero.

— Ese no es mi problema —respondió, arrojándolo hacia un lado como un objeto inservible.

El soldado cayó pesadamente en la nieve, perdiendo su casco. No tardó en levantarse para echar a correr, tropezando muchas veces en la huida al temer un ataque traicionero del guerrero de Odín.

Bud se permitió encogerse de dolor sólo hasta que lo perdió de vista en el horizonte. Se sujetó el brazo herido con fuerza cuando sus demás extremidades comenzaron a temblar. Arrancó tiras largas de su desgastada capa para cubrir las lesiones en su cuello y brazo. Durante ese tiempo, a Bud le extrañó el repentino cambio de clima, la tormenta perdió fuerza y se desvaneció en cuestión de segundos. De entre las nubes comenzaron a filtrarse gruesos rayos de sol. Uno de ellos justamente cayó sobre él, brindándole calor y alivio. Fue entonces que el relinchido de un caballo lo obligó a mirar hacia atrás sólo para encontrarse con su destino.



Capitulo 25. El vórtice de la tormenta, Parte I

Presagios

En todos estos años, Asgard floreció gracias a la dirección de sus soberanos quienes gobernaban con amabilidad, benevolencia y justicia.

Las líneas fronterizas ya no limitaban la prosperidad ni la supervivencia de la nación, por lo que la población llevaba una buena vida pese a los intensos fríos y la escasa fauna. Para muchos fue difícil tal transición, pero una vez que abrieron sus puertas al mundo exterior todo mejoró.

Las pocas familias nobles que quedaban en Asgard conservaron sus beneficios y propiedades, pero también ganaron responsabilidades (cedidas por la misma señora Hilda) por las que debían velar el bienestar de las personas que les servían y por aquellas que vivían en sus dominios.

Freya* provenía de una de esas familias acaudaladas. Sus padres son un matrimonio maduro al que no le sobrevive ningún otro hijo, por ello es la única sucesora de su padre, un hombre anciano que busca retirarse para descansar cómodamente los últimos años que le quedan de vida.

Cuando nació, se pretendió que Freya fuera educada para ser una dama de compañía de la señorita Hilda o Flare, y quizá ser desposada con algún joven noble en el futuro, mas los conflictos ocurridos con el Santuario y la Atlántida congelaron muchos de los planes y cambiaron muchos horizontes.

Freya se lo agradecía a Odín día a día, ya que no era una vida que hubiera deseado tener. Gracias a su tío Siegfried*, a quien admiró por su valentía y sentido del deber, aspiró a servir al país como una guerrera. Por supuesto no fue algo que le permitieron con tanta facilidad, debió desobedecer los designios de la familia, entrenarse en secreto, buscar el apoyo de los señores de Asgard, entre otras cosas.

Le tomó tiempo pero lo consiguió. El día en que el príncipe nació y nuevos dioses guerreros fueron invocados, escuchó el llamado de la armadura divina de Alfa, la cual aceptó con alegría.

Acreditaron la decisión de Hilda de nombrarla comandante de los dioses guerreros, a ese viejo sentimiento que la gobernante guardaba por el recuerdo del anterior guerrero de Alfa. Dicha resolución no fue bien vista por algunos miembros de la corte ni de la guardia imperial, por lo que Freya recibió un desafío para relevarla del cargo y puesto como dios guerrero.

La joven pelirroja no estaba obligada a aceptar, pero su orgullo la llevó a hacerlo. Desafortunadamente, y todo debido a ese infame punto débil de su técnica, perdió. Sin embargo, el ropaje divino permaneció fiel a ella, jamás aceptó un nuevo dueño e Hilda no presionó.

Pese a los murmullos y a las habladurías, Hilda de Polaris no la destituyó de su cargo, mas Freya se empecinó a no regresar hasta que hubiera perfeccionado sus técnicas, por ello se exilió al Santuario, donde el Patriarca la instruyó en las artes del dragón lo mejor posible. De verdad creyó que las había dominado… y sin embargo, un chiquillo tonto fue capaz de ver a través de su cosmos.

Casi sonrió al darse cuenta que de nuevo pensaba en Sugita, el atolondrado santo dorado de Capricornio.

Freya dejó de mirar por la ventana de la biblioteca para volverse hacia el escritorio donde guardaba una carta que no se ha dignado responder.

Una vez más se sienta, luciendo un hermoso vestido tinto de cuello alto. Buscó esa carta y leyó el contenido con tranquilidad. Lo que en ella decía no era la gran cosa, pero Freya se sonreía al notar la timidez con la que fue impresa cada palabra, como si el santo de Capricornio hubiera pensando muchas veces lo que debía escribir para que se leyera lo más correcta y propia posible.

El toque a la puerta la distrajo, permitiendo el pase de su compañera de armas, Elke de Phecda Gamma. En contraste con ella, Elke vestía ropas rojas tan ceñidas al cuerpo que no dejaban nada a la imaginación, una situación que le ha ocasionado discusiones con su madre al ser una invitada por tiempo indefinido en la mansión.

— ¿De nuevo leyendo la carta de tu enamorado? —Elke preguntó divertida al notar el intento fallido de su amiga por escondérselo.

Freya la miró con desagrado —Deja de decir tonterías. Sólo… reviso algunos documentos…

Elke dio algunos pasos y juguetonamente le arrebató el sobre —¿Ah no? Pero mira qué desgastada está ya —mostrándole los dobleces y ligeras arrugas— ¿Cuántas veces la has leído? ¿veinte? ¿cincuenta? —preguntó bromista.

Freya intentó recuperarla, pero la altura y fortaleza de Elke se lo dificultaba.

— ¡No es asunto tuyo, devuélvemela! —exigió, sonrosada por la burla.

— Quien iba a imaginarlo de ti, cautivada por un santo tan joven ¿no te da pena la diferencia de edad? Podría ser tu hermano menor.

En un movimiento oportuno, Freya logró arrancarle de la mano el documento, aunque en el proceso cierta parte de la hoja se rompió.

— ¡Estas cosas no te conciernen, Elke! ¡Deberías comportarte mejor ya que estas aquí sólo en calidad de invitada! —le reclamó, furiosa.

— Vaya carácter —se rió sin cambiar de actitud—, está bien, no criticaré tus gustos románticos, eres libre de sentirte atraída por quien tú quieras, claro que yo prefiero a los hombres experimentados y atractivos como ese buen mozo santo de Escorpión —suspiró lujuriosa, recordando ese excitante intercambio cultural que llevó a cabo en el Santuario durante su estancia allá—. El día que desees regresar a visitar a tus viejos amigos espero que me invites.

— ¡Eres una desvergonzada! —la pelirroja exclamó, apenada al captar las insinuaciones de su amiga.

— No me culpes por disfrutar de la vida a mi manera —se cruzó de brazos con osadía—. Pero no creo que sea el momento más indicado para hablar de estos temas, no podemos hacer esperar al señor Bud y al Príncipe por estar hablando de nuestras intimidades ¿o sí?

— ¡¿Qué?! ¡¿El señor Bud está aquí?! ¿Por qué no me lo dijiste antes? —preguntó exaltada. Con rapidez Freya dejó la carta dentro de un cajón antes de salir de la habitación.

— Te preocupas demasiado, ya tus padres le dieron el recibimiento apropiado, a mí sólo me enviaron a buscarte —le explica, caminando detrás de ella.

El pasillo era algo estrecho, pero en las paredes había numerosas pinturas y trofeos de caza que exaltaban la distinción de la familia en la que había nacido.

Se dirigieron a la sala donde distinguió la figura de sus padres sentados en uno de los sillones y al señor Bud de pie junto a la chimenea.

Freya le presentó sus respetos, dándole la bienvenida e intercambiando saludos.

Pese a los años de paz y relativa tranquilidad que ha vivido en Asgard, Bud continúa teniendo una fuerte mirada con la que intimidaba a todos sus rivales. Tras quince años de servir y apoyar a Hilda de Polaris en sus deberes, era toda una figura respetable que vestía atuendos acorde a su distinguida posición. Él, quien fue criado por un humilde campesino, jamás imaginó que algún día debería tratar con la aristocracia como un superior, y aunque en un principio se le dificultó, el tiempo e Hilda se encargaron de enseñarle lo necesario.

— Lamento que nos hayamos presentado sin anunciarnos, pero el Valhala aún está lejos y temí que la tormenta nos alcanzara por el camino. En otras circunstancias no habría dudado, pero no deseé arriesgarme ya que Syd me acompaña.

Freya se volvió hacia los ventanales, notando como la nieve comenzó a caer y el cielo estaba ennegrecido.

— No tiene por qué disculparse, nos honran con su visita — dijo la joven, buscando al pequeño príncipe quien apareció segundos después.

Tras una rápida visita a la cocina donde tomó una taza de chocolate caliente, el Príncipe regresaba al lado de su padre.

— ¡Freya! —saludó el niño, emocionado.

La joven se acuclilló para responder el abrazo que intentaba darle.

El príncipe de Asgard fue nombrado “Syd” en honor al difunto hermano de su padre. En apariencia heredó la fuerte y firme complexión de Bud, pero el color de cabello y los ojos azules los heredó de su madre.

A Freya le resultaba extraño que el joven Príncipe le tuviera tanta estima, considerando que cuando abandonó Asgard era todavía muy pequeño.

— Me alegra verte Syd, parece que cada día creces más y más. ¿Acaso te llevaron a cazar? —Freya le sonrió.

Syd negó con la cabeza — Fuimos a visitar a los abuelos —respondió con alegría.

— Eso es bueno, seguro te divertiste.

Syd asintió — Y lo mejor es que Lynae y Kaira se quedaron en casa, no me gusta que siempre estén abrazándome o jalándome las mejillas —se quejó de la manera en la que sus primas lo trataban, se sentía como un juguete cuando estaba con ellas.

Junto a la ventana, Elke rió un poco para decir— Eso dices ahora joven príncipe, pero llegará una edad en la que te gustará esa clase de atención —comentó para escándalo de Freya y su madre.

A sus cinco años, Syd no comprendió realmente lo que la guerrera Elke insinuó, por lo que hizo un gesto de desagrado total— Se aprovechan de que ellas son dos, pero ya verán cuando tenga un hermano, no podrán con nosotros —alzó el puño con determinación.

— Syd, ya hablamos de eso, compórtate —Bud le pidió con tranquilidad.

Syd caminó sonriente hacia su padre para permanecer junto a él, su manera sutil de pedirle disculpas.

Su hijo siempre sonreía de manera tan inocente que en ocasiones se le dificultaba tener mano dura con él, pero como futuro soberano de Asgard y todo el legado del señor Odín en la Tierra, debían educarlo con propiedad.

Bud jamás imaginó que llegaría a ser padre. En su juventud vivió obseso del odio que sentía hacia su familia y su destino, por lo que no fue capaz de soñar con un futuro como el que vive ahora.

No sólo había recibido el titulo del guerrero Mizard de Zeta y comandante de las fuerzas imperiales de Asgard, también recobró sus derechos familiares tras reconciliarse con sus padres, desposó a Hilda de Polaris ocasionando una gran polémica en aquellos días, tiene un hijo al que ama y por el que daría la vida sin dudarlo.

— Parece que esta será una tormenta muy fuerte, será un largo día —Elke se convenció que pasaría un largo y aburrido día, pero cuando menos degustaría suculentas comidas gracias a la presencia de los distinguidos visitantes.

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Asgard, Palacio del Valhalla

— Es típico de Bud —dijo una mujer rubia quien miraba con angustia el inicio de la tempestad—. Hilda, ¿por qué sigues permitiendo que marchen por allí sin escolta o guardia alguna?

Hilda de Polaris permanecía sentada junto al confort del fuego, dejó la lectura del libro que sostenía para prestar atención a su hermana quien la acompañaba dentro de la recamara.

— Flare, ya te he dicho que Bud atesora los momentos que puede pasar con Syd, a ninguno de los dos les gusta ser vigilados —respondió la señora de Asgard, alegrándose de lo parecidos que padre e hijo pueden llegar a ser.

Hilda de Polaris no ha perdido la belleza que la ha caracterizado desde su nacimiento. Tenía el cabello recogido por una coleta alta, vestía una túnica roja que se ceñía perfectamente a sus caderas y como siempre evitaba cualquier tipo de joyería para mantenerse sencilla.

Ahora era una mujer más madura, con una sabiduría que sus allegados admiraban y por la que se dejaban dirigir.

Tras lo ocurrido con Poseidón y la maldición de la sortija Nibelungo, el pueblo de Asgard estuvo confundido y receloso hacia los repentinos cambios de personalidad de la gobernante. Aquellos que amaban a Hilda por su buen corazón, alabaron a los dioses por el que volviera a predicar enseñanzas de virtud, paciencia y esperanza. Sin embargo, aquellos que se acostumbraron a la Hilda despiadada y ambiciosa fueron difíciles de controlar.

La sacerdotisa de Odín no optó por la violencia para aplacar los intentos de derrocarla. Muchos de los nobles quisieron aprovechar la ausencia de los guerreros divinos para hacerse del poder, sin embargo el regreso del tigre blanco de Zeta lo cambió todo.

Bud se volvió la sombra protectora de Hilda, formando una pareja muy peculiar por sus contrastantes maneras de actuar. El guerrero de Mizard reaccionaba con violencia como el feroz tigre que tiene como estrella guardiana, mas la princesa lograba frenar sus impulsos.

Juntos lograron traer paz al reino de Odín, aquellos que se opusieron al cambio fueron exiliados, nunca ejecutaron a nadie pese a que muchos lo merecían.

Los años en los que cooperaron juntos le permitió a Hilda sentir algo por Bud, un sentimiento que fue correspondido por el dios guerrero quien ante Odín juró ser su fiel esposo, aquel que la protegería de todo mal y estaría con ella hasta que la muerte los separe.

Una vez que sintieron que la paz podría perdurar mil años más, los dioses la bendijeron con un bebé sano y fuerte.

Hilda de Polaris siempre fue una persona con un aire de misterio y melancolía, pero ahora su sola presencia irradiaba la alegría y calidez que su familia le ha dado.

— Pero es peligroso, no olvides las noticias que nos enviaron de oriente —Flare le recordó, caminando por la habitación alfombrada.

— Todos estamos conscientes de ello, pero confío en Bud. Él y los dioses guerreros se han encargado de vigilar las entradas a nuestro reino, y con los guerreros de Bluegard en la frontera no creo que haya razón por la que debamos vivir presas del miedo —explicó despreocupada—. Además, también está Hyoga.

Flare pensó en el santo del Cisne y su estancia prolongada en Asgard. Al principio Hyoga no fue más que un emisario del Santuario que viajaba para pasar largas temporadas en las tierras de Odín, ofreciéndoles ayuda y consejo durante los levantamientos civiles vividos.

Dicho tiempo le permitió a Flare recapacitar sobre lo que realmente sentía por el Santo del Cisne, en quien se apoyó durante los altercados ocasionados por la sortija Nibelungo.

En ese entonces no podía decir que estuviera enamorada de Hyoga pese a que muchos lo dieron por hecho. Su primer amor murió bajo terribles circunstancias, jamás lo olvidará ni ha sentido resentimiento hacia el santo del Cisne ya que ambos intentaron por todos los medios que Hagen de Merak entendiera la verdadera situación que se vivía en el Valhalla.

Desde que eran niños, Hagen no le ocultó sus sentimientos, sin embargo estos no fueron lo suficientemente fuertes para abandonar lo que creía su deber hacia Hilda y Asgard.

Flare llevó un largo duelo por él, creyendo que debía consagrar su vida a servir a Odín sin permitirse distracciones; pero al ver como Hilda y Bud comenzaron a congeniar y a formar una relación, la hicieron desistir. Llegó a la conclusión que ella merecía vivir una vida plena después de tantos sacrificios que se habían hecho para que todos llegaran a donde están.

Flare se permitió reencontrarse con el santo del Cisne para descubrir si podía haber algo entre ellos. Tras haberse conquistado mutuamente, ya ambos tenían dos hermosas hijas rubias: Lynae de ocho años y Kaira de seis.

— Le suplico a los dioses para que Hyoga no se vea en la necesidad de luchar otra vez —confesó Flare, merodeando intranquila.

— Es la misma suplica que acompañan mis oraciones diarias, querida hermana. Pero —Hilda cerró el libro para levantarse y andar hacia la ventana por la que la nieve se movía con fiereza—… desde que nació Syd no dejó de tener este presentimiento, si los dioses guerreros fueron invocados por Odín fue por una razón… quizá pronto llegará el momento de que todos descubramos cual es —musitó con tristeza.

Antes de que Flare expusiera cualquier otra pregunta, la puerta de la habitación se abrió casi de golpe. Dos niñas con vestidos blancos entraron envueltas en risas y jugueteos con los que se dirigieron a su madre quien las recibió con un fuerte abrazo.

— ¡Mamá, mamá, ya es hora de comer, vamos! —pidió la más pequeña, Kaira.

Flare besó las frentes de ambas — Hijas mías, ya les he dicho que deben cuidar sus modales.

Las dos pequeñas rubias eran tan parecidas entre sí que podían pasar por gemelas. Lynae tenía los ojos de su padre, era esbelta y siempre llevaba el cabello trenzado que suele adornar con accesorios florales muy llamativos. Kaira era idéntica a su madre.

Las niñas sonrieron al mismo tiempo que pidieron disculpas, y respetuosamente saludaron a su tía Hilda.

— Supe que hoy pasaron casi todo el día en los jardines ¿se divirtieron? —la señora de Asgard preguntó con gentileza.

Lynae asintió —Mucho, Alwar nos acompañó todo el tiempo y tocó hermosas melodías para nosotras.

— Dijo que somos las primeras en escuchar sus nuevas composiciones —Kaira añadió emocionada.

Un hombre dio unos pasos dentro de la recamara al escuchar su nombre. Vestía un atuendo negro que hacía resaltar la palidez de su piel, el blanco de sus cabellos y el rojo de sus ojos.

El joven inclinó el cuerpo en una reverencia, a su costado sujetaba un arpa negra con cuerdas plateadas.

— Muchas gracias Alwar, seguro fueron demasiado insistentes contigo.

El joven miró con solemnidad a la gobernante y a las princesas de Asgard.

— Todo lo contrario señora Flare, fue un placer. Supuse que usted y la señora Hilda tenían asuntos que tratar por lo que me tomé la libertad de hacerles compañía.

— Siempre tan servicial, querido Alwar —repuso Hilda, con gratitud.

— Torpe tormenta, lo arruinó todo —Kaira se lamentó al ver la nieve cayendo de manera torrencial.

— Es posible que este clima se extienda hasta el día de mañana —meditó Hilda—. Alwar ¿se ha sabido algo de Bud?

El joven negó con la cabeza— No hemos tenido noticias de ellos. Si me da su consentimiento puedo enviar a alguien a buscarles.

— No me atrevería a arriesgar a alguno de los súbditos con esta ventisca —respondió Hilda—. Conozco bien a Bud, de haber salido por su cuenta me preocuparía, pero Syd lo acompaña por lo que de seguro buscó refugio en algún lugar cercano.

Alwar asintió, respetando la decisión — Quien tampoco ha regresado es el señor Hyoga.

A Flare le extrañó y preocupó— Dijo que el dirigente de Bluegard había solicitado verlo, por ello marchó temprano, ¿qué puede hacerlo demorar tanto?

— No debemos alarmarnos —pidió Hilda de Polaris, notando como sus sobrinas percibían los miedo de Flare—. Quizá el reino vecino ha jurado fidelidad al dios Poseidón, pero en estos años hemos comprobado su interés por mantener la paz entre nuestros pueblos.

Alwar notó la aflicción en la señora Flare, por lo que se ánimo a decir— No es pecado ser precavidos, para evitar malentendidos lo mejor sería enviar a un dios guerrero a su encuentro.

La señora de Asgard meditó las palabras del joven vasallo, descubriendo las verdaderas intenciones detrás de ellas.

— Me parece bien, puedes asignar la tarea a alguno de los guerreros divinos —dio la orden, después de todo ella también quería traerle tranquilidad a su querida hermana.

El joven asintió, dando una última reverencia antes de partir.

— Gracias, Hilda.

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Asgard, Mansión Alberich

Aifor de Merak* despertó abrumado por los golpeteos en su ventana. Al levantarse vio claramente como las ramas de un árbol cercano chocaban constantemente contra el cristal, pero eso nada tenía que ver con el sobresalto que lo sacó del reino de los sueños.

Sintiendo aún el corazón en la garganta, Aifor se talló los ojos, notando las lágrimas que brotaron de ellos mientras dormía.

Permaneció sentado al borde de la cama por unos segundos, presionándose la frente en un intento por desvanecer la angustia.

Se había quedado dormido después de merendar, un hábito que no ha podido desaparecer del todo.

Su habitación, que ha confeccionado para ser lo más acogedora posible con el paso de los años, ahora le resultaba un lugar terrible y lúgubre al sentirse invadido por una pesada congoja.

Con esfuerzo abandonó la cama, acercándose al fuego de la chimenea, esperando que el calor se llevara su malestar.

Rodeado por colores llamativos en las cortinas y cobijas, pieles de animales en los muebles y cuadros coloridos en las paredes es como solía sentir confort en la fría mansión de los Alberich.

Desde que tiene memoria se la ha permitido vivir allí sin ser parte del linaje familiar. La casa siempre ha estado rodeada por un toque siniestro que de niño le aterraba, por ello escogió un pequeño espacio para él mismo, siendo la única habitación en toda la vivienda que tiene vida y luz.

Merodeando por la casa se encontraban siempre dos sirvientes, una pareja de ancianos que se encargan del aseo y mantenimiento del lugar. Ellos siguen las órdenes del amo de la mansión, un hombre solitario y un tanto excéntrico al que Aifor le debe la vida.

Aifor de Merak no tiene idea de sus orígenes, desconocía los rostros de sus padres y las razones por las que fue abandonado siendo un bebé. La única pista que tiene al respecto siempre la llevaba colgando del cuello, un collar dorado que se le ha permitido conservar desde pequeño. Cada que observaba la placa circular y el grabado con el que se trazaba una estrella, un sol y una luna rodeadas de círculos y líneas, solía preguntarse si tendría alguna utilidad, pero jamás ha encontrado alguna relación… de niño le gustaba creer que era un recuerdo de su madre, pero de eso jamás podrá estar seguro.

Aifor salió de su recámara, pasando por los oscuros pasillos que retumbaban por la tormenta del exterior. En el camino saludó con un simple gesto a la anciana quien sacudía las grotescas gárgolas situadas en las escaleras, y con una sonrisa al anciano que supervisaba el estado de los ventanales.

Se adentró a una gran biblioteca, donde todos los libros estaban en un perfecto estado y acomodo. Aifor avanzó hacia uno de los anaqueles, dudando al levantar la mano con la que iba a retirar un volumen. Sabía que tenía prohibido bajar a ese lugar a menos que se lo pidieran… pero debía asegurarse de algo, sólo así podría sosegarse.

Sujetó ese libro falso de pasta azul, activando un mecanismo que reveló una escalera zigzagueante bajo el piso de piedra.

Bajó las escalinatas sin llevar algún candelabro para iluminar su camino. En cuanto pisó el décimo escalón el acceso se cerró detrás de él.

Llegó al final de aquel pozo oscuro y atravesó un túnel arqueado para llegar finalmente a una cámara subterránea tan amplia como la mansión misma. Nunca se le ha permitido recorrer todo el lugar, pero a simple vista siempre tenía estantes con libros de apariencia muy antigua, así como pergaminos enrollados, frascos transparentes que contenían líquidos de diferentes apariencias y colores, un gran escritorio que era encabezado por una tétrica silla negra que estaba decorada con un par de cráneos humanos en los brazales y respaldo. Todo siempre lucía en gran desorden, empolvado y con telarañas, pero de alguna manera dentro de toda esa desorganización el amo del castillo se las ingeniaba para encontrar lo que necesitaba.

Aifor se alarmó al escuchar un alboroto más allá de lo que usualmente podía andar. Golpes contra los muros, cosas siendo arrojadas al suelo, cristales rompiéndose y bufidos humanos impulsaron al joven de cabello café a desobedecer las reglas. No es que fuera la primera vez que lo hiciera, pero siempre las reprimendas solían ser severas.

Corrió sin prestar atención a todo lo expuesto en la vasta estantería. Se detuvo hasta ver a un hombre de espaldas tirando la mayoría de las cosas que había sobre una mesa de trabajo, mientras bebía frenéticamente el contenido de un frasco.

— ¡Maestro! —lo llamó, no siendo la primera vez que veía esos extraños arranques en aquel que ha sido su mentor.

El llamado tuvo alguna clase de efecto en el hombre que se tensó tras un último golpe a la mesa sobre la que se apoyó, exhausto.

Tras varías respiraciones agitadas, fue normalizándola poco a poco, sin dejar de beber un tónico rojizo que le escurría por la barba. Vestía una túnica blanca manchada ya por diferentes sustancias y polvo, pero eso era algo insignificante para él.

— … ¡¿Me puedes decir qué estás haciendo aquí?! —exigió saber, bastante malhumorado.

Aifor tardó en pensar alguna excusa, no venía preparado para esa clase de encuentro por lo que lo primero que le vino a la mente fue — Creí que estaba en problemas… lo siento.

El hombre dio el trago final, limpiándose el rostro con el brazo antes de girar hacia su discípulo.

Clyde Van Alberich era un hombre que superaba los treinta años. Tenía cejas pobladas y una barba trenzada en el mentón que lo hacían ver mucho más viejo de lo que realmente era, cabello largo recogido de color turquesa y fieros ojos verdes que intimidaban a cualquiera.

El hombre miró detenidamente a su joven protegido antes de caminar hacia un anaquel del que tomó varios ingredientes, vertiéndolos en un mortero para hacer más tónico.

Volviendo a darle la espalda le dijo — Esa cara compungida tuya… ¿acaso tuviste uno de esos sueños?

El guerrero de Merak cerró los ojos apenado —Sí —respondió sin moverse de su lugar.

— Cuéntamelo —el maestro pidió con sumo interés, decidido a pasar por alto la intrusión a su morada secreta sólo esta vez.

Ambos volvieron a la entrada, donde el maestro Clyde tomó asiento en su sillón favorito y Aifor en un sencillo banquillo frente a él.

— Yo —Aifor intentó comenzar, pero se sentía incomodo al respecto—… veo cómo la estatua de Odín que se erige en el palacio del Valhala es partida a la mitad por una luz que la atraviesa —cierra los ojos para tener un recuerdo más nítido—. La estatua comienza a caer en pedazos, brotando sangre de las piedras que se esparce por todas partes… Escucho un alarido doloroso, el de un niño llorando inconsolable… y después —la duda se marcó en su rostro, la pausa reveló que intentaba ocultar algo—… despierto.

Clyde mantuvo silencio hasta sostener la mirada nerviosa de su discípulo —¿Desde hace cuanto tiempo has tenido esa visión? —preguntó.

— Desde… poco después que volvimos del Santuario —respondió, bebiendo un poco del brebaje que su maestro le preparó.

— Si hasta ahora me lo cuentas significa que sucedió algo nuevo que te ha perturbado ¿no es verdad? —quiso saber.

Clyde era consciente del don que Aifor posee, y de igual forma ha comprobado que todas esas visiones tienden a volverse realidad tarde o temprano. Poder predecir el futuro en sueños era una habilidad extraordinaria que sólo pocos poseen en la actualidad, pero ese era un secreto que mantenían entre ellos.

El joven se resistió a responder, pero a final de cuentas asintió— Alguien va a morir.

Clyde se mantuvo imperturbable pese a la infortunada advertencia— Seré yo, ¿no es así?

El dios guerrero de Merak se conmocionó ante la abrupta pregunta, la lengua se le paralizó sin saber cómo mentir —¿Soy tan obvio? —sonrió con amargura.

— Jamás has podido mentirme, lo sabes —respondió, bebiendo un poco más—. Además, de haber sido otra persona no estarías aquí, habrías salido corriendo a buscarla… Tal y como sucedió con aquel pescador, el doctor de la aldea y esa doncella del palacio ¿lo recuerdas? —preguntó con cinismo, recordando esas veces en las que, después de alguna siesta, Aifor salía presuroso de la mansión sólo para comprobar la seguridad de dichas personas.

Aifor suspiró completamente rendido, su maestro lo conocía mejor que nadie en este mundo.

— ¿Cómo será? —Clyde inquirió, pensativo.

— No lo sé… como siempre sólo veo el cuerpo del caído… Pero yo estaré presente… es lo único que puedo decir —contestó, bastante acongojado.

— Así será entonces —Clyde río un poco para perplejidad de su joven acompañante—. Me alegra tomar la decisión correcta —musitó para sí.

Aifor no comprendió las palabras de su maestro, pero se apresuró a decir—. No permitiré que suceda —poniéndose de pie.

— Si las nornas* ya han tejido mi destino nada lo hará cambiar —Clyde comentó despreocupado... quizá hasta sonó feliz.

— ¡Es posible!

— ¿Cuántas veces has podido hacerlo? —el hombre preguntó sarcástico, haciéndolo callar—. Exacto. No deberías preocuparte por mí entonces —Clyde se levantó, dispuesto a abandonar el recinto subterráneo—, si tu predicción es acertada algo muy grave esta por ocurrir en Asgard, y esa tormenta que ruge en la superficie es una clase de advenimiento.

— ¿Eso crees?

— Niño, aprende a ver las señales que la naturaleza te da… Apuesto todo lo que tengo que hoy será el día en que Asgard va a desmoronarse, y su tierra se cubrirá con la sangre de las víctimas —advirtió con malignidad—. Será sin duda un excelente día para morir.

FIN DEL CAPITULO 25


Freya*, personaje que apareció en el capítulo 1 una aprendiza a santo que pretendió ser un varón hasta que los Dioses Guerreros acudieron al Santuario como petición de Shiryu.

Siegfried*, sí, ese Siegfried Dubhe Alfa del anime de Saint Seiya.

Elke*, personaje que apareció en el capítulo 6, una guerrera asgariana que luchó contra los santos de plata en el Santuario.

Aifor*, personaje que apareció en el capítulo 6, dios guerrero de Merak, el más joven de la orden sagrada de Odín.

Nornas* en la mitología nórdica son los espíritus femeninos que tejen los tapices de los destinos de cada individuo (dioses y mortales). La vida de cada persona es un hilo en su telar, y la longitud de cada cuerda es la duración de la vida de dicha persona.