jueves, 15 de junio de 2017

EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 65. Batalla de reyes. Parte III

— ¡Señorita Tara! ¡Señorita Tara! ¡Por favor, resista!
Inmersa en la oscuridad a la que fue obligada a permanecer de por vida, la Patrono escuchó la voz de su fiel guardián.
Sabiéndose de vuelta en la caverna en la que ha vivido durante largos años, abrió los ojos sin que hubiera una diferencia para ella, pero significando un gran alivio para el hombre que la tenía en brazos.
Tendidos en el prado subterráneo junto al estanque sagrado, Ábbadon había estado cuidando de la Patrono mientras ésta ayudaba a los santos a destruir al hombre que asesinó a Hécate, su amada madre.
Limitado a sólo observar, el guardián enmascarado se acongojó cada vez que un mechón de aquel hermoso cabello azul se volvía blanco, con cada arruga que robaba la juventud de Tara y que reflejaba el sobreesfuerzo de emplear sus habilidades en la batalla. No era la primera vez que él veía tal atrocidad, pero sí la única vez en la que cuando ella abrió los ojos no recobró su hermoso aspecto.
— ¿Qué… qué es lo que hizo, señorita Tara? ¿Por qué…? —le preguntó muy preocupado. La conmoción despertó cierto interés en la autista Danhiri, quien se animó a acercarse poco a poco a donde la pareja se hallaba.
Lo logré… cumplí lo prometido —sonrió Tara, luciendo ahora como una mujer anciana—… Vengué a mi madre… y ahora podré volver a verla… y también… reunirme con Caesar…
— Señorita… —sollozó el hombre enmascarado, reteniendo cualquier ápice de reproche.
Disculpa mi egoísmo… pero era la única forma de vencerlo—explicó agotada, mientras su cuerpo comenzó lentamente a deshacerse en fina arena blanca entre los brazos de Ábbadon.
Tara había excedido su poder no sólo esclavizando a los santos de Andrómeda y Cisne, sino también protegiendo a sus aliados temporales en el Santuario. Aquel atrevimiento de rivalizar con la entidad que poseyó al santo de Pegaso fue lo que terminó por condenarla, pero así fue como logró que por valiosos segundos éste perdiera el dominio sobre el cuerpo del que se valió para volver al mundo, concediéndole a Seiya la decisión definitiva: morir por la flecha de Atena, o sobrevivir y que fueran sus propias manos las que acabaran con la vida de todos aquellos que amaba y apreciaba. Ella confió en que tomaría la decisión correcta, no necesitaba sus dones de oráculo para saber que Hades habría eludido la flecha de Atena sin tal intervención.
— No puede dejarnos, señorita —Ábbadon le pidió, apesadumbrado.
Lo lamento… en verdad lamento que te hayas enamorado de una mala mujer como yo —musitó, levantando la mano y palpar la máscara del guerrero—… Discúlpame por no ser capaz de vivir en ese mundo de luz al que querías llevarme… pero en mi corazón sé que allí no habría sido feliz…
Ábbadon calló, doliéndole las palabras de la mujer a la que no decidió amar, pero que aun así amaba con el más puro de los sentimientos.
Y tú mereces ser feliz… Lo serás… —predijo, apartándole la máscara que todo este tiempo ha ocultado su cara.
Por primera vez, Ábbadon no se tensó ni se apresuró a cubrirse. Los dedos de Tara palparon su piel, conociendo al fin la malformación de nacimiento por la que siempre se sintió avergonzado.
Basta de esconderse… —le pidió con una gentil sonrisa.
El hombre sujetó la mano de la mujer con cautela y la presionó cuidadosamente contra su mejilla.
No tengo derecho de pedirte nada… yo quien te he lastimado tanto… Pero en nombre de mi madre… por ella, por favor, mantén la promesa que hiciste… cuida de Danhiri…
Ábbadon miró a la susodicha, quien se había arrodillado junto a la mujer que no hacía mucho consideraba un espejo de sí misma, y a la que ahora parecía no poder reconocer.
Y olvida todo… no mires atrás… no guardes resentimiento… La guerra de mi padre está por terminar… Deben irse y formar parte de este mundo una vez más, no mantenerse aparte… No tengas miedo.
Con sus últimas fuerzas, Tara buscó con su otra mano la de su hermana, mientras ésta sólo observaba la temblorosa extremidad hasta que decidió tomarla, pero sólo por imitar lo que veía en el hombre de cabello negro delante de ella.
Cuida de ella… —repitió agonizante, sonriendo con dulzura a su querida gemela—. Algún día se preguntará quién es y tú, Ábbadon, deberás tomar una decisión… lo veo —profetizó, un poco consternada, como si su habilidad de oráculo hubiera vuelto sólo para mostrarle una última y alentadora visión—. Estarán bien… ambos lo estarán —dijo con alegría y derramando unas cuantas lágrimas —… Veo el mar… un barco… y a un bondadoso hombre que acogerá a ambos… él los guiará, les mostrará un camino correcto… si lo siguen tendrán una vida que atesorarán hasta el final… —Tara cerró los ojos, acelerando la descomposición de su cuerpo—. Aunque no lo parezca ahora, serán felices… mucho…  —murmuró al final.




Capítulo 65
Batalla de reyes. Parte III

Antes de que el poder de Apolo escapara de su dedo y atravesara el corazón de Poseidón, ambos Olímpicos fueron bañados por una intensa luz proveniente de un bólido cegador que se dirigía hacia ellos.
Apolo redirigió su mano hacia aquella manifestación y lanzó el ataque destinado para Poseidón, mas cuál fue su sorpresa cuando el calcinante rayo escarlata rebotó sobre la aparente estrella fugaz que los engulló irremediablemente.
Apolo se quedó un mero segundo cegado por el paso de la feroz corriente cósmica sobre él, la cual no lo hirió o agredió de ninguna forma, pero sí le arrebató a Poseidón de las manos. Para cuando Apolo recuperó la visión, vio que en la lejanía aquel resplandor quedó estático, liberando un fulgor palpitante, como si algo fuera a nacer de él.

Atrapado dentro de aquel halo, el dios del mar se sobrecogió por la cálida y amigable energía que lo rodeaba. Abrió con dificultad los ojos, notando algo más allí con él que no logró distinguir rápidamente, mas cuando lo hizo su sorpresa fue enorme. Su quijada quedó trabada e imposibilitada de hacer cualquier pregunta, pues no podía creer lo que volvía a él… Después de milenios estaba allí…. — ¿Por qué?— se preguntó a sí mismo, ignorando su demacrada imagen reflejada en la reluciente figura que lo había salvado.
Entiendo —pensó, como si hubiera recibido una respuesta que sólo él pudo escuchar.

Apolo percibía cómo es que dentro de ese huevo cósmico un gran poder estaba creciendo en su interior y latía, cada vez con más fuerza. El Olímpico observó cómo el perdido Tridente de los Mares cruzó el universo a gran velocidad y se impactó contra el ovalo luminoso, rompiéndolo y liberando todo el poder dentro de él.
El cosmos de Apolo y su propia magnificencia quedaron eclipsados por la del dios rival, quien emergió de entre los deslumbrantes resplandores.
Los alargados ojos de Apolo se congelaron en un gesto azorado al contemplar el magnífico fulgor azul que rodeaba a Poseidón.
¡Es inaudito!— el dios clamó con desconcierto—. ¡Esa kamui… creí que había sido destruida junto a tu cuerpo en la Era Mitológica!
Poseidón irradiaba en poder al verse totalmente cubierto por su armadura divina, la original que creyó perdida tras su primera derrota ante Atena. Escamas de adamantio azulado como el zafiro con vistosos detalles dorados reflejaban la exquisita belleza de las profundidades marinas y representaban dignamente la nobleza de quien regía sobre los mares. En su espalda dos grandes aletas curvas simulaban las alas que lo alzaban como una auténtica divinidad.
El poder de las tormentas y maremotos moraban en el cosmos radiante del hijo de Cronos, siendo sobre su armadura donde algunas descargas eléctricas viajaban como estelas luminosas.
Poseidón permaneció con el rostro ensombrecido un momento, permitiéndose disfrutar aquel reencuentro con su preciada armadura. Sentía un palpitar junto al suyo, un aliento sobre sus oídos, una calidez que fue capaz de exorcizar de su cuerpo el dolor y las heridas, regresándole la forma, juventud  y vida que ya creía perdidas.
Manteniendo los ojos cerrados Poseidón habló—: Yo también lo creía así, Apolo. — Sujetó el Tridente de los Mares que flotaba frente a él, el cual sufrió una leve transformación en cuanto fue tocado por el dios, cambiando sus colores dorados por el mismo azul de su kamui—. Pero tal parece que tu sabia hermana tenía otros planes para ella. Nunca dejó de creer que algún día la necesitaría de regreso.
¡¿Atena hizo tal cosa?! ¡¿Cómo es que se atrevió a engañarnos?! —Apolo cuestionó con indignación—. ¡¿Por qué intercede por aquel que fue su enemigo durante todos estos siglos?!
— Para mí es claro. —El dios del mar abrió los ojos, mostrando una mirada que fulminaría legiones enteras del Olimpo con sólo desearlo—. Atena clama ser la diosa de las guerras justas,  el destino de la Tierra y de la humanidad se decidirá en igualdad de condiciones. —Su cosmos creció, creando una feroz tormenta cósmica que nubló los astros del universo.
Su kamui no sólo estaba allí para reparar y proteger su cuerpo mortal, sino que también le garantizaba que sería capaz de emplear todo el poder del que era dueño sin poner en peligro su existencia.
No dices más que disparates —masculló Apolo con el ceño fruncido—. Esto no cambiará nada, sigues siendo un dios inferior para mí.
— ¿Inferior, dices? He aprendido lo que los mortales veneran de un dios— apuntó su tridente hacia el corazón de Apolo con desafío—: su sentido de la justicia y su compasión. Dos cosas que alguien como tú jamás comprendería, por estar sumido en una existencia vacía y egoísta durante siglos. Tú y el resto de los dioses que se resisten al cambio están destinados a desaparecer y ser olvidados por los hombres, ya que no pueden ganarse su devoción permaneciendo sentados en sus tronos celestiales. Sólo hasta que hayas peleado al lado de ellos, hasta que hayas sangrado por ellos, es que realmente serás digno.
¿Un dios, dando su sangre por un humano? — La indignación del dios del sol se reflejó en el cosmos llameante de sus ojos—. Poseidón, es toda una ofensa tenerte ante mi presencia. Desaparece, eres tú quien merece el olvido, me aseguraré de ello. A diferencia de Atena, no permitiré que tu alma errante regrese a desafiarme. ¡Tu círculo de derrotas interminables finaliza aquí! ¡Sucumbe ante el poder de un auténtico dios!

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Territorio Sagrado, ante los Grandes Espíritus.

Yoh Asakura no tenía por qué contener la fuerza del espíritu que lo acompañaba, en ese lugar sagrado que existe entre el mundo de los vivos y la antesala al más allá, las consecuencias de cualquier batalla no afectarían a nadie, salvo a los participantes de tan titánica contienda.

El colosal espíritu de la tierra se abalanzó contra el gigante alado que flotaba unos cuantos metros sobre el suelo. Como réplica del primer ataque de Yoh hacia Avanish, el ángel con corona extendió una sola mano para contener el puñetazo de su rival. Para sorpresa de Yoh, el brazo de su espíritu acompañante se quebró en miles de fragmentos en cuanto impactó la mano azul del ángel.
El espíritu dorado rugió molesto y adolorido, mas rápidamente una gran cantidad de tierra se alzó del suelo para reformar el brazo destruido. En contra de todo pronóstico, pese a su inmensidad, el espíritu de la tierra lanzó golpes con sus brazos a una velocidad impresionante, sin detenerse pese a que cada que era bloqueado sus extremidades se rompían, pero con la misma velocidad eran reemplazadas por la materia bajo sus pies.
A diferencia de Avanish, Asakura decidió apoyar a su compañero, lanzando grandes ataques cortantes nacidos de su espada, logrando impactar el flameante cuerpo azul.
Cortes se abrieron en el cuerpo del gigante alado, mas en vez de salir sangre emergieron gritos de dolor de cientos de almas combatientes.
— ¡¿Pero qué…?! —Yoh exclamó confundido, buscando respuestas en el hombre que se mantenía flotando por encima de la corona de llamas blancas del coloso.
— Los espíritus de la tierra, agua, fuego y aire pueden ser los regentes dominantes de este planeta,  mas el tiempo nos ha permitido atestiguar que su grandeza y majestuosidad pueden desaparecer y corromperse ante la presencia y labor de los humanos —explicó Avanish con placer, permitiendo que por un instante el ángel mostrara su auténtica forma, la de millones de almas humanas de todas las edades, razas, géneros y tiempos, que unificadas se volvieron una fuerza imparable.
En cuanto recobró su forma titánica, el ángel azul precipitó un puñetazo contra el coloso dorado, destrozándole la cabeza.
Asakura salió disparado junto a las piedras y tierra, manteniéndose en el aire gracias a sus habilidades.
— Valerte de almas prisioneras no te servirá, las liberaré de tu dominio —sentenció, frustrado por aquel acto tan abominable.
— ¿Prisioneras? —Avanish sonrió—. No juzgues tan deprisa, Asakura. Tú y yo sabemos que un alma leal es mucho más poderosa y efectiva que una esclavizada… ¿Crees que yo me rebajaría a imitar actos tan viles como los tuyos? —le recordó pasajes de sus vidas pasadas—. Puede que sea uno de tus más odiados enemigos, pero hay cosas que hasta yo sé respetar... Estas almas, estas personas, están aquí porque así es su deseo —aclaró entre el estruendo del gigante descabezado cayendo al suelo—. He pasado los últimos siglos  conociendo a cada uno de ellos y han decidido pelear a mi lado.
En ese instante, del inmóvil cuerpo del espíritu de la tierra crecieron centenares de brazos que, como los de una araña, lograron sujetar al ángel azul.
— Desde las almas que fueron abatidas por el primer diluvio divino —Avanish continuó relatando con tranquilidad pese a ver que el espíritu dorado recobró su cabeza, la cual se duplicó numerosas veces por todo su torso, simulando ahora ser un centimanos* de la Era Mitológica—, hasta aquellas que se negaron a partir al otro mundo después del último Gran Eclipse y otras más que rescaté del Cocito cuando el Inframundo estalló en caos…
De repente, el colosal centimanos se vio acompañado por cinco réplicas de él mismo que emergieron del suelo para rodear al ángel y a su creador.
Simultáneamente, los centimanos descargaron toda la fuerza de sus golpes contra el inmóvil ángel, alzando grava y polvo como si fuera una violenta erupción volcánica que obligó a Yoh a alejarse.
El Shaman King no se engañó, por lo que permaneció atento a cualquier contraataque que no demoró en ocurrir.
De un sólo aleteo de aquellas alas de luz, el colosal ángel destruyó a tres de los seis gigantes dorados, liberándose en el proceso. Voló veloz por el cielo, siendo perseguido por brazos de roca serpentinos que no lograban más que rozar sus piernas, sin percatarse de que otros tres colosos enemigos se alzaban del suelo para suplantar a los que fueron destruidos.
A cierta altura, el ángel se detuvo y, antes de que fuera alcanzado por los numerosos brazos, de sus alas liberó una ola expansiva de energía que desintegró a  cada uno de sus titánicos enemigos, aplastándolos contra la misma tierra dentro de la que sus restos se fundieron. Kilómetros de suelo se hundieron tras el estruendoso aleteo por el cual el espíritu de la tierra no volvió a materializarse.
— Y eso es sólo un juego de niños… —Yoh escuchó a su diestra, girándose sólo para recibir un único golpe en el estómago que lo dobló hacia al frente.
Avanish mantuvo su puño contra el vientre de Asakura, la armadura sagrada no se rompió, pero el dolor por poco y dejó en blanco los ojos de su sucesor.
— Pienso que lo mejor es matarte de una vez —el peligris musitó al levantar la cabeza de Asakura, tocándole el cuello con la punta de su dedo flamígero con la clara intención de perforarle la yugular.

Asakura aprovechó la corta distancia y logró asestar un mandoble en el cuerpo de Avanish que le permitió alejarse de él. El filo de la espada no se vio manchado por ningún fluido, mas el ataque diagonal no sólo cortó el ropaje de su enemigo sino también la piel en su pecho, creando una abertura por la que pudo ver el interior del primer Shaman King. Allí sólo había energía en su estado más puro, una intensa y poderosa esencia espiritual indescriptible… Una gota de poder divino que la misma Gran Voluntad vertió allí.
Como si aquello no pudiera ser visto más que por los mismos dioses, Yoh Asakura sintió el castigo de tal atrevimiento en sus ojos, los cuales ardieron y se cegaron.
— Ah, debí haber esquivado eso —Avanish dijo divertido, volviendo a cubrirse con su capa resplandeciente—. Perdona que mi descuido te haya costado la vista— dijo de manera siniestra—. ¿Lo sabes no? Una vez cumplido el ritual de iniciación debes dejar tu cuerpo atrás para que permanezca en el trono del Rey, sólo para que sea lo primero que el próximo elegido se encuentre al llegar allí, una inservible pila de huesos... La última señal de advertencia —añadió, custodiado una vez más por el ángel azul—. Afortunadamente logré recuperar mis restos y con ellos recree mi cuerpo original… pero sin importar las apariencias, es sólo un cascarón que oculta la divinidad que tanto temes.  ¿Acaso ver ese montón de huesos en tu trono fue lo que te aterrorizó, Asakura? —preguntó con curiosidad.
Logrando sobrellevar el dolor Yoh mantuvo los ojos cerrados, pero con firmeza y seguridad sostuvo su katana.
— ¡No has ganado todavía como para que tenga que responder a eso! —clamó, sonriendo pese a las adversidades.
Antes de que Avanish decidiera el siguiente movimiento, un sonoro grito de guerra se anticipó a la manifestación de un gran poder que cayó de los cielos.
¡Ave Fénix!

El primer Shaman King alzó la vista para que en sus pupilas se reflejaran las infernales llamaradas rojas que lo cubrieron.
Asakura fue envuelto por un ventarrón de aire que lo alejó del peligro sin demasiada delicadeza. Para cuando todo dejó de dar vueltas en la oscuridad, sintió que alguien lo tenía sujeto del brazo como si él fuera un mero niño pequeño.
— Por poco y fallo —dijo una voz femenina carente de emociones—. Si está impedido para luchar lo mejor es que se abstenga de estar en la batalla.
Pero Yoh Asakura no necesitaba sus ojos para contemplar lo acontecido, no mientras continuara unido a su espíritu acompañante, quien le compartía la vista omnisciente que él tenía en aquel mundo.
— Ikki, ¿ acabas de salvarme? —Yoh preguntó risueño, anticipando el acercamiento del santo del Fénix, cuya cloth ardía con el brillo divino que ganó en el Eliseo.
— Yo lo salvé, él tiró a matar —lo acusó la joven de cabello rosado que vestía una scale bendecida por la sangre de Poseidón.

Mientras las llamas del fénix continuaban ardiendo en una alta hoguera que enrojeció el entorno, el ángel azul quedó impedido de auxiliarlo cuando de manera inesperada nueve tritones colosales lo empalaron con sus tridentes. El aullido de todos esos espíritus fue monstruoso, más de bestias que de hombres, quedando aletargados por los hechizos ancestrales puestos en las armas de los Pretorianos de Atlantis.

Tenéis subordinados que creyeron apreciaríais un poco de ayuda —dijo Atlas de Aries, quien contemplaba todo desde el suelo erosionado. Su cloth de oro lucía radiante pese a la batalla contra los ángeles de Apolo.
— ¿Subordinados? —repitió Yoh, entendiendo rápidamente —. Esos niños astutos —murmuró, agradeciendo las atenciones que siempre han tenido para con él—. Gracias por venir, como pueden apreciar no me está yendo tan bien como creía…
— No me sorprende de ti, Asakura, pero las charlas tendrán que darse después —comentó Ikki, adelantándose a la extinción de las llamas que su cosmos luchó por mantener vivas.

Avanish apareció indemne aun tras la prolongada estancia entre las iracundas flamas sin que uno solo de sus cabellos se hubiera rostizado.
— Vaya reunión la que aquí se está suscitando —dijo al contemplar a los recién llegados—. Héroes, santos, atlantes, humanos, todos ingenuos siervos de los dioses, y entre ellos un semidiós y un falso dios —se burló, siendo su risa lo que comenzó a reanimar a su espíritu acompañante—. Éste sí que es un panorama por el que ha valido la pena vivir tanto tiempo… —murmuró para sí, dando una orden silenciosa a sus espíritus aliados.
El ángel azul comenzó a retorcerse entre los tridentes que luchaban por retenerlo dentro del circulo que los nueve tritones formaron a su alrededor.
— Probemos la fuerza de tal alianza —Avanish decretó, siendo en ese instante en el que al ángel de flamas azules le crecieron una veintena de brazos con los que empujó a los nueve pretorianos armados para liberarse.
Al mismo tiempo, la energía espiritual de Avanish se incrementó y apuntó con su mano a los guerreros que intentaban cumplir con la demanda de los dioses.

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Grecia, Santuario de Atena.

Después de mucho luchar, la tranquilidad había vuelto al Santuario de la diosa Atena, mas el amargo sabor de la victoria estaba en la boca de todos aquellos que fueron parte de tan intensas batallas, ya sea como partícipes o meros espectadores.

Para cuando la presencia de Hades fue erradicada de tierra santa, todo se sumió en una lúgubre espera por las consecuencias.

En cuanto ocurrió, Shun de Andrómeda perdió todo sentido, cayendo en un profundo y temporal sueño infligido por la Patrono Tara quien, pese a ya no seguir el camino de Avanish, no dejaba de ser una hija que se preocupaba por su padre y por ello jamás lo expondría a enfrentar a un santo legendario como Andrómeda.

Asis de Sagitario permaneció en la cumbre de la Estatua de Atena, sabiendo que en aquel momento el corazón de más de uno de los presentes le guardaba resentimiento, pero él no se arrepentía de ser quien ejecutara al célebre santo de Pegaso. Sus manos no temblaron en el momento de disparar pues sintió la guía de una fuerza extraordinaria apoyando sus actos, y si por ello merecía un castigo terrenal o celestial entonces lo aceptaría sin más.

Aunque Shaina buscó un último  milagro más en el cuerpo tendido de Seiya, no encontró más que un semblante de paz en el rostro del finado santo. Entre lágrimas, Shaina vio cómo la mancha de Hades abandonaba los restos del valiente guerrero, pues la cloth de Pegaso volvió a recuperar su pureza y sus cabellos se tornaron una vez más castaños.
La amazona colocó con gentileza la cabeza de Seiya sobre su regazo y ahí aguardó sin que nadie se atreviera a molestar su luto. Sólo el Patriarca Shiryu permaneció a su lado, mientras el resto decidió respetar su pena y aguardaron en la cima de las Doce Casas.

Anna Hiragizawa sorpresivamente le confió el cuidado de su bebé al shaman Kenta, pues ella tenía algo importante que hacer. Con ayuda de Anfinn bajó rápidamente hacia el destruido templo de Virgo y, escondiendo sus verdaderas intenciones, se agazapó junto al cadáver del bravo guerrero para acomodarle las manos en el pecho. Tal acercamiento no perturbó ni incomodó a nadie, ni siquiera cuando la mujer unió sus propias manos en un humilde acto de oración de acuerdo a su religión, sin embargo, Kenta y Anfinn pudieron sentir el poder de la sacerdotisa recuperando el alma que fue arrancada del infante Syd.
Anna suspiró al saber intacta la reluciente esfera que tomó entre sus manos, sin que nadie más que ella y los shamanes pudieran verla. — Un milagro más— pensó con gratitud.
En silencio la sacerdotisa se levantó y junto con Anfinn volvieron a donde se encontraban los señores de Asgard.
Hilda miró esperanzada a Anna, quien sólo se acuclilló un momento y posó su dedo índice sobre los labios amoratados del agónico príncipe. En tan simple acto el milagro se concretó, Syd tosió repetidas veces y abrió los ojos para mirar confuso a sus padres cuyos rostros se llenaron de alegría en cuanto él pudo decirles —: Mamá… papá…

Aún no termina —escucharon Bud de Mizar y Shiryu de Dragón respectivamente.

Shiryu creyó que se trataba de la Patrono Tara, pero en la oscuridad de sus ojos distinguió la aparición de una nueva figura, una espectral niña de vestido blanco.

Bud miró sorprendido a su izquierda, viendo a pocos metros de distancia la oscura silueta de una mujer montando un caballo sombrío.

Hay un hombre que todavía debe ser castigado —dijo la niña de pálida piel, largo cabello blanco y poseedora de unos cautivadores ojos verdes.

El responsable de que todo esto pudiera ocurrir —dijo la valquiria, una réplica sombría de la que Bud reconocía como la norna Skuld.

Tú que has traído luz y una nueva vida a tantos jóvenes — escuchó Shiryu de la sonriente niña.

Tú que has sido marcado dos veces por la muerte —oyó Bud, viendo cómo los cabellos de la norna revolotearon y mostraron ese hilo único y especial que lo representa en el telar del destino.

¿Te gustaría tomar mi lugar? —preguntaron ambas entidades a sus respectivos elegidos.

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Territorio Sagrado, ante los Grandes Espíritus.

Siendo Yoh, Ikki y Caribdis el blanco de Avanish, sólo les quedó esquivar el cegador ataque de energía, mientras que desde el suelo Atlas de Aries se impulsó para atacar con ferocidad al primer Shaman King.
El puño de Atlas fue atrapado por la flameante mano de Avanish quien lo miró directamente a los ojos.
— Los legados de Poseidón y Atena depositados en un mismo hombre, Atlas de Aries. Será una pena tener que matarte —dijo Avanish, recibiendo un puñetazo en pleno rostro de parte del santo dorado.
No lo haréis —Atlas aclaró, sujetándolo del brazo llameante para arrojarlo contra la tierra.
Ikki de Fenix lanzó su cosmos flamígero, embravecido por los vientos huracanados de  Caribdis de Scylla, formando una gran flecha de fuego que cayó sobre Avanish.

— Pese a que les ordené el no intervenir en esta pelea se las ingeniaron para no desobedecerme del todo. —Yoh recordó la última orden que les dio a los otros cinco espíritus de la Tierra—. No pudieron sólo mirar, ¿cierto? —descubriendo la estratagema de todos ellos al haber elegido a un campeón que los sustituyera en la batalla—. Tendré que reprenderlos otra vez… pero gracias, mis queridos amigos— murmuró, seguro de que esos traviesos espíritus podían escucharlo.

La gran flecha golpeó a Avanish, encerrándolo dentro de una intensa hoguera dentro de la que su silueta se reincorporó rápidamente sin que el fuego fuera un tormento para él.
— Fuego —miró hacia Ikki—, aire —a Caribdis—, agua— a Atlas— y tierra —fijando la vista en el actual Shaman King—. ¿Intentas recrear para mí un nuevo Godaiseirei*?
— No soy la clase de hombre al que se le da bien hacer planes, sólo echarlos a perder — Yoh confesó, sonriendo de manera descarada—. Esto no es obra mía, pero si los Grandes Espíritus Elementales han decidido actuar de esta manera, no pienso rechazar su ayuda.
Yoh bajó una mano, señal que le permitió al espíritu de la tierra volver a reconstruirse en menos de un parpadeo y aplastar con su gran puño al pequeño hombre en llamas.

Más allá, los nueve Pretorianos de Atlantis luchaban con el ángel azul, que se desvivía por eludir los constantes y bien coordinados ataques de la guardia personal de Atlas de Aries, sin posibilidades de ir en auxilio de su señor.
Por fortuna, Avanish no necesitaba de ninguna ayuda para lidiar con los cuatro molestos guerreros. Con su deforme brazo logró levantar el puño del gigante, y con un pensamiento hacer estallar al coloso de tierra, desintegrándolo en arena que se esparció como una tormenta que Caribdis limpió con un simple aleteo de su scale.
Ya en el suelo, Atlas de Aries volvió a atacar a Avanish con sus más fieros golpes. El primer Shaman King se privó de la capa que sólo le estorbaba, pudiendo responder los ataques con una agilidad y velocidad que le permitió mandar hacia atrás al santo con una palmada en el pecho.
Atlas resintió la presión y el estallido de ese golpe que lo prendió por completo en llamas rojas. Las flamas se mantuvieron vivas un par de segundos solamente, mas Atlas estaba confundido al sentirse tan lastimado como si hubiera recibido una terrible golpiza.

En cuanto el santo de Aries fue empujado, Ikki de Fénix ya estaba relevándolo en un fiero intercambio de golpes y cosmos.
— Fénix, tu incandescente cosmos es impresionante —Avanish le dijo al bloquear cada uno de sus puñetazos—, pero para alguien que fue abatido por las llamas del mismo dios del Sol, tu fuego es sólo un cálido soplo sobre mi piel. — Con su palma derecha golpeó la barbilla del santo de Fenix.
Las llamas estallaron en la quijada de Ikki, quien fue envuelto por ellas durante el obligado retroceso.
Para cuando Avanish se precipitó hacia el santo del Fénix para rematarlo, la feroz fuerza del viento aprisionó su cuerpo, logrando contenerlo por unos momentos.
Las bestias de Scylla que danzaban dentro del torbellino abrieron cortes muy superficiales en el cuerpo del primer Shaman King, siendo Yoh Asakura quien se desplazara a toda velocidad hacia el enemigo ahora inmóvil.
En el efímero trayecto, Yoh materializó una segunda katana dorada en su mano izquierda. — ¡Corte de los dragones gemelos!— gritó, chocando ambas cuchillas una sobre la otra,  y del estruendo emergieron dos ráfagas de energía espiritual que avanzaron como hélices hasta formar dos temibles dragones dorados que golpearon a Avanish con brutalidad.
Los santos de Fénix y Aries se impulsaron para unir fuerzas, golpeando al primer Shaman King con la cosmoenergía acumulada en sus puños. Los haces energéticos castigaron al enemigo, quien al caer al suelo rodó un par de metros hasta que logró dar una pequeña pirueta y levantarse, quedando completamente de espaldas a sus oponentes.
— ¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que luché así? —alcanzó a murmurar, sabiendo que los cuatro guerreros se arrojaron sobre él desde los cuatro puntos cardinales.
— Mi humanidad… sólo en la batalla puedo recordar lo que es volver a ser un ser humano — fueron las palabras, y tal vez el conjuro, por el que símbolos escarlatas aparecieron en la blanca piel de Avanish, tatuajes tribales que en su mayoría Yoh reconoció como parte de la cultura de los Apaches. Asimismo, Atlas y Caribdis distinguieron algunos símbolos atlantes, e Ikki un par de jeroglíficos egipcios.
Los tatuajes formaban líneas verticales que cruzaban por el medio de su espalda, brazos, manos, pecho, piernas y rostro, siendo en su frente donde una águila con las alas extendidas se marcó como un símbolo de la realeza.
— Que desagradable sensación… pero al mismo tiempo, nostálgica—el peligris dijo, liberando una onda de energía espiritual, la cual formó una gran burbuja a su alrededor dentro de la que pareció detenerse el tiempo, mas no fue así. La velocidad de aquel hombre sobrepasaba la de cualquiera de los presentes, quienes pese a poder ver sus desplazamientos no podían moverse tan deprisa como para confrontarlo. Avanish repartió golpes con las palmas desnudas a los lentos rivales, en sus vientres, pechos y cabezas.
Los cuatro guerreros escupieron sangre antes de ser envueltos por las llamas que esos tres simples impactos en cada uno encendieron.
Rodeado por las cuatro hogueras, Avanish miró a Yoh al ser el primero en poder levantarse, lastimado y debilitado.
Al ver su armadura desgastada y sentir su cuerpo herido, Yoh entendió la gravedad de aquellos golpes que eran capaces de herir a guerreros que portaban armaduras divinas.
— Estás… usando nuestra fuerza contra nosotros mismos… —alcanzó a decir, reparando su armadura espiritual una vez más.
— Para alguien que es capaz de destruir un alma, es sencillo poder utilizar la fuerza que hay en ellas a su favor… Y ustedes son guerreros virtuosos con almas férreas que jamás se rinden, por eso les duele tanto —Avanish se mofó, admitiendo la habilidad especial con la que era capaz de emplear la fuerza espiritual de un oponente contra sí mismo, por lo que mientras más fuerte sea el alma de un enemigo, más daño ocasionará al cuerpo del mismo.
Si ese es el caso… —meditó Atlas al dar una rápida orden por la que cuatro de los nueve Pretorianos abandonaron la lucha contra el colosal ángel para atacar el primer Shaman King.
Conectados no sólo por líneas de sangre sino por el cosmos que compartían, Caribdis de Scylla supo lo que el santo de Aries haría, por lo que manipuló el aire para alejar a sus compañeros antes de que la inmensidad de los Pretorianos aplastaran la zona sobre la que el enemigo estaba de pie.
Los majestuosos tritones armados notaron los movimientos audaces con los que Avanish los eludió para buscar refugio en el cielo, mas los Pretorianos lo siguieron y atacaron sin piedad.
Yoh invocó nuevamente al espíritu de la tierra para que enfrentara al titán azul de Avanish, permitiéndole a toda la armada Pretoriana luchar contra el primer Shaman King.
Atlas subió al hombro de uno de sus soldados, acompañándolos en la persecución mientras el resto de los guerreros se reagrupaban.

— Esto no está funcionando —anunció Caribdis de Scylla.
— No es la primera vez que enfrento y venzo un enemigo temible, pero no siempre el arrojo y la tenacidad son suficientes parar ganar una batalla. — Ikki miró a Asakura acusadoramente, pues era consciente de la inefectividad de todos—. Si tienes algún plan, es momento de decirlo.
Tras unos segundos de silencio Yoh dijo—: Su cuerpo es sólo una formalidad —apuntó, aún cegado por lo que vio dentro de Avanish—. Sólo lo utiliza para tener una forma corpórea y proteger su alma ya que es el único punto débil de cualquier inmortal.
— Destruir el cuerpo, después el alma, entendido —Caribdis dijo sin encontrarle objeción o dificultad.
— Aun sin una armadura el maldito es bastante resistente —admitió Ikki con un deje de frustración—. Pero si es lo que se necesita hacerse se hará —puntualizó—. Eres el único shaman aquí así que más te vale cumplir tu parte.
— Aunque sea lo último que haga no les fallaré —Yoh juró.

En el cielo amarillento, los Pretorianos atacaron de manera incansable al sagaz Avanish, quien se limitó a eludir las filosas espadas y resistentes escudos sólo hasta que decidió  atacar.
El pequeño punto que él era a comparación de los colosales guerreros saltó hacia uno de ellos, pateándolo en el pecho sin demasiado esfuerzo, pero el suficiente como para mandar al gigantesco tritón a hundirse en el suelo.
Cuando otro Pretoriano precipitó su afilado tridente hacia Avanish, el primer Shaman King sólo estiró el brazo, permitiendo que la enorme cuchilla chocara contra él para que ésta se rompiera y quedara inservible.
— Nueve guerreros —dijo Avanish al ver al antiguo soberano de la Atlántida en la cima de uno de los gigantes—. Uno por cada hermano asesinado, la representación eterna de una pena que ni siquiera milenios de castigo te permites dejar atrás. Traer al asesino de reyes en persona fue un movimiento astuto —comentó sonriente y desafiante.
Será un honor ayudar a un rey milenario como vos a encontrar la paz que tanto necesitáis — respondió Atlas, despertando la curiosidad del primer Rey de los shamanes.

El cosmos aguamarina de Atlas lo cubrió, creciendo enormemente cada segundo  que pasaba. Centellas comenzaron a cruzar por su armadura dorada, iluminando sus ojos al despertar la chispa divina que como hijo directo de Poseidón poseía. Mas no sólo su cosmos cambió; en respuesta a tal poder, la cloth de Aries dejó atrás su forma original para resplandecer y moldearse de acuerdo al majestuoso brillo divino que irradiaba. Con dos grandes alas a su espalda, Atlas ahora pudo elevarse por sus propios medios en el aire, adelantándose a su armada personal.
Ante el paso de su Rey, las armaduras, escudos y armas de los Pretorianos cambiaron, casi replicando la majestuosidad de la cloth divina de Aries, mas en hermosos colores azules y dorados.

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Al borde de la eternidad.

Cada que un sol nacía estallaba una vez que alcanzaba su máximo esplendor. Abriéndose numerosos agujeros negros cada que el dunamis de los dioses del sol y del océano chocaban, los Olímpicos se desplazaban en medio de esa devastada fracción del universo desconocido.
Poseidón liberaba fulminantes rayos del tridente en su mano mientras que Apolo los eludía de manera zigzagueante.
Las hojas doradas que formaban el disco solar en la espalda de Apolo se soltaron de la estructura de adamantio, convirtiéndose en una centena de flechas por las que el dios no requería utilizar ningún arco para lanzarlas contra su oponente.
Las flechas se dispararon hacia Poseidón, arrastrando consigo el fuego más intenso del cosmos.
El tridente del Emperador soltó un resplandor blanco por el que las flechas se detuvieron antes de tocarlo, mas ante un deseo de Apolo éstas liberaron el calor de las llamas sagradas que llevaban en su interior un poder capaz de incinerar las galaxias.
Para el hijo de Zeus los residuos de su propio cosmos no eran más que una sutil brisa cálida, por lo que no retrocedió pese a ser alcanzado por la mortal llamarada. Sin embargo, por aquella nube hirviente se extendió el cosmos de Poseidón en forma de centellas que arremetieron contra Apolo.
El dios del sol se tensó al ser alcanzado por tan temibles descargas de poder que llegaban por doquier. Entumecido por el dolor,  logró divisar a un audaz Poseidón que precipitó las puntas de su tridente contra su cuerpo. Apolo materializó rápidamente el arco forjado por Hefesto en su mano y, milímetros antes de que lo impactara contra el arma del Poseidón, se transformó en una brillante espada dorada que resistió el envite.
Las armas de los dioses chocaron sin cesar en un duelo inmisericorde que terminó cuando la espada de Apolo partió en dos la corona en la cabeza de Poseidón y éste retrocediera con el rostro ensangrentado.

Apolo se permitió una pausa, sólo para vanagloriarse de ello.
Sin importar detrás de cuantas corazas te protejas, continúas siendo un dios débil.
Poseidón se tocó el rostro, manchándose los dedos con la sangre que fluía de su frente. La miró por un momento, roja, como la de todos aquellos hombres y mujeres valientes que han luchado y muerto en su nombre; roja, como la de cada recién nacido, joven o anciano que habita el planeta en el que él mismo nació, ya sea del vientre de Rea como el de la noble mujer de los Solo.
Débil —Poseidón repitió, meditabundo—. Cierto, es así como juzgué a Atena y a los santos desde la Antigüedad, y aun así ellos —dudó, pero al final pudo decirlo hasta con orgullo—… me vencieron — dejando ver una leve sonrisa que se adelantó a la incredulidad de Apolo.
El dios del sol observó anonadado cómo sobre los brazales, peto y hombreras de su kamui roja comenzaron a abrirse grandes fisuras, en un efecto tardío del intercambio de ataques del que creyó haber salido indemne.
— Como yo te derrotaré ahora— sentenció el Emperador.
El poder de Poseidón volvió a estremecer el universo conforme su dunamis lo inundaba todo. Sobre el acuoso cosmos aguamarina las imágenes de infinidad de criaturas marinas resaltaron en líneas más destellantes que las estrellas mismas, siendo siete las más inmensas y brillantes que respaldaban al dios.
El rugiente cosmos de Poseidón convirtió el Tridente de los Mares en un objeto de luz blanca y radiante.
Por un momento fugaz, Apolo sintió estar mirando un rayo del mismo Zeus, pero no, todo ese poder le pertenecía a Poseidón, quien parecía haber igualado el poder del Rey de los dioses.
No lo acepto —fue el pensamiento por el que Apolo logró salir de su estupor, alineando su espada para bloquear el tridente con el que el enemigo volvió a atacarlo.
La espada del dios del sol se partió en dos antes de siquiera golpear el Tridente de los Mares.
Apolo quedó pasmado cuando el tridente de Poseidón logró lo impensable al clavarse profundamente en su pecho, destruyendo por completo el peto de la fracturada kamui. Las tres puntas salieron con violencia por su espalda, cubiertas de icor divino.
Con cierta solemnidad, Poseidón permaneció inmóvil y silencioso, sosteniendo con firmeza el tridente mientras Apolo asimilaba lo que acababa de pasar.
El hijo de Zeus abrió la boca, en un vano intento por hablar que se obstruyó al sentir que su pecho ardía, producto de un fuego que ni él sería capaz de extinguir.
El tridente se mantuvo flameante por el cosmos del dios del mar, quien no parecía impaciente por terminar con el sufrimiento de quien fue su rival en tal contienda.
¡Inconcebible…! ¡Yo, derrotado por ti… aun después de todo el poder que obtuve… es inaceptable! —Apolo logró musitar con total furia—. ¿Por qué?... No lo entiendo… —murmuró, intentando ocultar la indignación que sentía por el destino que las Moiras marcaron sobre él. Buscó respuesta en el hermano de su padre, mas Poseidón mantenía silencio y una mirada inflexible.
Qué deshonroso y lastimero final… Supongo que ahora mi último destino será el que tú determines para mí… —rió con hilaridad—. ¿Qué harás, Poseidón? ¿Dejarás que mi dunamis desaparezca en el infinito… o decidirás apropiarte de él?… Nadie te culparía… —sonrió con complicidad.
El serio rostro de Poseidón mostró una siniestra mueca.— ¿Para qué necesitaría yo el dunamis de un perdedor como tú? —cuestionó,  liberando a Apolo de su tridente con un rápido y despiadado movimiento.
De las tres heridas en el pecho de Apolo continuaba resplandeciendo el cosmos aguamarina de Poseidón, el cual rápidamente comenzó a consumir el icor y cuerpo del hijo de Zeus, así como su kamui.
— Sin embargo… la muerte es un descanso, jamás un castigo —Poseidón dijo, recordando el último encuentro que tuvo con Atlas de Aries—. No hace mucho dijiste que admirabas mi inclemencia, ¿alguna vez imaginaste que serías juzgado por mí? —Lo miró con severidad—. He cambiado Apolo, es cierto, pero no lo suficiente como para que quedes impune de esto, y por ello he decidido un castigo apropiado para ti — sentenció, abriendo una de sus manos hacia un costado y ante ella apareció algo tras un leve resplandor.
La luz rápidamente desapareció, descubriendo un objeto ante el que Apolo quedó enmudecido.
— ¿La reconoces, cierto? —cuestionó Poseidón, tomando aquel objeto por la base circular.
¡No! ¡Tú…!
— Te haré el mismo favor que tu hermana me hizo un día, Apolo, y tal vez en el futuro aprendas una valiosa lección. —El cosmos de Poseidón cubrió la mítica ánfora que por centurias sirvió como prisión y morada de su alma.
¡Detente! —pidió con un rictus de furia total, gritando por el dolor que el cosmos de Poseidón lanzó sobre su ser, destruyendo el cuerpo bendito que la sangre de Zeus le heredó, volviendo polvo la kamui que vistió en cada una de sus batallas, extrayendo de todo ese montículo de partículas el alma divina que contenía la esencia de su enemigo y confinándola en la misma ánfora que Atena empleó en la Antigüedad.
Los furiosos alaridos de Apolo se silenciaron en cuanto la tapa del ánfora tomó su lugar y apareció un largo sello sobre el que Poseidón imprimió un hechizo poderoso que fortaleció con su sangre y cosmos; así, sólo con su divino permiso es que alguien podría removerlo.
Poseidón contempló la ánfora por largos segundos, tomándola por una de las asas, sellando así su implacable victoria.

Antes de poder siquiera dar un suspiro de alivio, escuchó unos repentinos y sarcásticos aplausos. Para cuando Poseidón giró un poco el rostro, alguien más lo acompañaba en la tela del espacio.
Felicidades, querido tío, venciste— dijo la divinidad que se encontraba dentro de una densa bruma carmesí, sólo su silueta oscura se dibujaba en tal cortina de poder—. Aposté contra ti, pero qué importa, adoro esta clase de sorpresas inesperadas —dijo con voz animada.
Poseidón miró con desprecio al aparecido antes de pronunciar su nombre—: Ares.

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Territorio Sagrado, ante los Grandes Espíritus.

— ¿Armadura divina? —cuestionó Avanish al ver al semidiós como todo un campeón del Olimpo.
El último obsequio de mi padre —fue la única respuesta de Atlas antes de que su cosmos estallara con violencia y volara hacia Avanish.
La cloth de Aries quedó destruida tras su batalla contra el Patrono Caesar, por lo que cuando le fue devuelta totalmente restaurada en la Atlántida, intuyó que Poseidón estuvo detrás de su renacimiento… y ahora lo comprobaba.

El primer Shaman King quedó sorprendido cuando el puño de Atlas se incrustó en su mejilla y le volteó el rostro. Por tal rapidez, fuerza y precisión, Avanish quedó indefenso ante los fulminantes golpes del santo de Aries, sintiendo por primera vez en muchísimo tiempo lo que era el dolor.
Alertado por Caribdis, Aries decidió atacar al enemigo con todo su poder con el fin de destrozar su cuerpo.
Aunque Avanish intentó repetidas veces bloquear los ataques de Atlas, estos no paraban de castigarlo.  Aunque por segundos el shaman salía despedido por la fiereza de los impactos, los veloces Pretorianos se encargaban de regresarlo a la trayectoria por la que su Rey surcaba, ya sea golpeándolo con los escudos o aprisionándolo entre sus gigantescas manos.
Avanish logró salir de ese círculo interminable de golpes, frenando en el aire antes de que cualquiera de los tritones lo alcanzara, expulsando su poder espiritual con el que logró mantener a raya a todos esos peces impertinentes.
Avanish permaneció en las alturas, mirando hacia abajo con una extraña calma. Su pálido cuerpo presentaba arañones y moretones negros por donde la piel comenzó a cuartearse un poco.
— Ahora entiendo por qué Caesar murió enfrentándote… no tenía ninguna oportunidad —masculló con la mirada ensombrecida, analizando, decidiendo su siguiente paso.
Ante la extraña pausa del enemigo, Atlas decidió ejecutar su poderosa técnica, una por la que los nueves Pretorianos se enfilaron a su espalda, alineando sus tridentes para formar una gran esfera de energía azul que giraba rápidamente sobre su propio eje. El santo de Aries la empujó y dirigió finalmente con su cosmos— ¡Astro Marino!— enviándola hacia el inmóvil Avanish a quien estuvo a poco de impactar.
No— dijo el peligris, y como si sus palabras llevaran un conjuro en el que le ordenaba a tal fuerza detenerse, lo hizo.
Atlas abrió enormemente los ojos al ver cómo la inmensa esfera energética quedó estática ante Avanish, irradiando en poder mas incapaz de seguir su camino o siquiera estallar.
Antes de que Avanish o Atlas actuaran, tres centellas atravesaron el cielo e impactaron la esfera de poder, ayudándola a detonar y liberar toda la energía encerrada en ella.
El ataque de Atlas  estalló, la energía engulló a Avanish, quien desapareció en su interior. La esfera de plasma creció  tanto hacia el cielo como hacia la tierra mientras el torrente que le daba forma giraba sin control, pulverizando todo lo que hubiera dentro de ella hasta finalmente explotar.

El místico territorio se iluminó por la explosión blanca, dejando una estela resplandeciente en todo el lugar por largos segundos.
Atlas miró a su izquierda, pudiendo ver a Yoh, Ikki y Caribdis volando en la cercanía, pues fueron ellos quienes al unir sus fuerzas lograron que el Astro Marino pudiera detonar, mas ninguno de ellos esperó realmente que aquello terminara con la batalla... y así fue.
Entre la densa estela de polvo cósmico, vieron un cuerpo descubrirse poco a poco, se trataba de Avanish pero de su pecho emergían dos cuchillas resplandecientes, una hecha de energía dorada y la segunda de un metal azul celestial.
Ikki y el resto de los guerreros se sorprendieron al ver a otros dos hombres detrás del herido Avanish, ambos sujetando las espadas con las que atravesaron al primer Shaman King por la espalda. Se trataba de Shiryu de Dragón y Bud de Mizar Zeta.


FIN DEL CAPÍTULO 65


* La kamui de Poseidón está inspirada en el Fanart hecho por el artista  Maxa-art (pueden verla en su galería en Deviantart) Me encantó desde el día en que la vi.

*Centimanos: también conocidos como los Hecatónquiros (‘los de cien manos’), eran gigantes con 100 brazos y 50 cabezas, hijos de Gea y Urano.


* Godaiseirei: En el manga de Shaman King así se les llama a “Los Cinco Grandes Espíritus Elementales”, siendo estos el Espíritu del Fuego, Tierra, Lluvia, Trueno y Viento, pero por situaciones antiguas y personales que no puedo corregir, en este universo son SEIS: Fuego, Tierra, Agua, Viento, Vida y Muerte.