jueves, 23 de agosto de 2012

El Legado de Atena. Capitulo 29. El vórtice de la tormenta. Parte V. Sepulturas

Hilda de Polaris se mantenía en vigilia de los dioses guerreros, a través de la visión que su cosmos le permitía sobre el reino de Odín.
Desde el trono del salón principal, Hilda ha sido testigo de los esfuerzos de sus guerreros por proteger a la nación. Pero había muchas cosas que no entendía, como algunos comportamientos de sus enemigos e inclusive de sus propios hombres.
Sentía mucha contrariedad y preocupación en su alma, pero dentro de tal torbellino que asolaba su mente alcanzó a percibir el terrible peligro que estaba inundado el palacio con rapidez.
Instintivamente se levantó presurosa, advirtiéndole al par de soldados que la custodiaban dentro del salón que algo estaba mal.
— ¡De prisa, vengan junto a mí! —les ordenó.
Los soldados titubearon un poco pero corrieron hacia la sacerdotisa. Cuando la puerta de la cámara se abrió de golpe para dejar entrar una corriente brumosa, se alegraron de haber obedecido sin mucha demora.
La niebla se extendió con rapidez por la habitación, materializando un rostro deforme y monstruoso que se precipitó sobre ellos.
Pero Hilda no temió. Su cosmos la cubrió, y a los soldados, como un muro impenetrable que la bruma no fue capaz de traspasar.
La mujer logró tranquilizar a los guerreros quienes confiaron en la protección de su señora, hasta que ella se los indicara se moverían.
Aunque fueron meros segundos, estar rodeados por toda esa neblina volvió la espera todo un martirio, más al pensar que en cualquier momento podían ser atacados por algún enemigo.
Sólo hasta que el aire se limpió y la bruma se convirtió en polvo fino, Hilda apartó la protección brindada por su cosmos.
— Señora Hilda… ¿q-qué fue lo que pasó? ¿Qué fue eso? —preguntó uno de los hombres armado con una pica y un escudo.
Hilda no respondió al instante— No estoy del todo segura… pero algo no se siente bien… —musitó intranquila.
Los tres se alarmaron cuando comenzaron a escuchar gritos provenientes de los pasillos del palacio. Los mismos que pintaron en la mente de Alwar la idea de que los enemigos habían podido entrar al Valhalla.
El soldado que sostenía la pica se apresuró a investigar, ordenándole a su compañero que permaneciera con la gobernante.
Abandonó el recinto, adentrándose al pasillo de paredes altas por el que se corrían los atronadores golpes de armas, los gritos de batalla y las voces agonizantes. Esperaba encontrarse con bestias monstruosas tal y como clamaban las voces de sus compañeros, pero en vez de eso vio como todos estaban peleando entre sí.
— ¡Oigan, deténganse! ¡¿Qué están haciendo?! —preguntó, al ingenuamente interponerse entre dos de ellos.
Le tomó un segundo darse cuenta de su error, cuando los ojos de sus camaradas lo miraron con terror y furia.
Recibió un espadazo en la espalda, pudiendo protegerse de una segunda estocada que iba contra su pecho. Dio un giro veloz con el que pudo golpear a sus dos atacantes con el escudo, dejándolos abatidos en el suelo.
Corrió de regreso al salón principal, cerrando las puertas.
— ¡No sé qué es lo que pasa señora Hilda, es… es...! ¡Como si todos se hubieran perdido la razón! ¡Todos están peleando entre ellos, matándose los unos a los otros! —explicó, siendo atendido por su amigo quien se preocupó por la herida en su cuerpo.
Hilda escuchó horrorizada— Debemos detenerlos.
— No creo que eso sea posible… me atacaron al intentarlo… No podemos permitir que corra ese riesgo, mi señora. El señor Alwar nos dio instrucciones precisas —explicó el soldado malherido, pegándose a la puerta por la que la gobernante deseaba salir.
— Entiendo su preocupación, pero quizá seamos los únicos aquí que no hemos sido afectados por ese horrible maleficio. Me preocupan Flare y las pequeñas, no podemos abandonarlas a esa suerte —Hilda dijo con tono autoritario pese a las protestas de sus subordinados—. Pueden acompañarme o permanecer aquí, de una u otra forma yo iré.
— ¡Pero señora Hilda…!
— Con o sin su ayuda iré hasta dónde está mi hermana — aclaró con seriedad.
Ante la negativa de la gobernante, uno de los soldados aconsejó que podían tomar ciertas rutas para llegar hacia los aposentos reales, demorarían pero sería la opción más segura. Hilda aceptó, no deseaba poner a sus hombres en la necesidad de luchar contra sus propios amigos y compañeros.


Capitulo 29
El Vórtice de la Tormenta Parte V. Sepulturas.

Al pie de una vereda de un alto y estrecho desfiladero montañoso, una figura espectral avanzaba a paso lento y sosegado. Se trataba de Caesar, Patrono de Sacred Python quien tenía una mirada ausente pese a sus pasos firmes.

Detestaba la nieve. Si hubiera podido decidir, habría optado por viajar a cualquier lugar excepto a un sitio como Asgard. El frío lo hacía recordar muchas cosas, demasiadas, que prefería haber podido olvidar. Pero aunque el tiempo se hubiera congelado para él, todas y cada una de esas memorias se encontraban grabadas en su mente.

Nunca imaginó que en Asgard se reencontraría con ese pasado… fue un sobresalto que lo mantenía aún impresionado y atrapado. La misión incluso pareció perder un poco de importancia. Sabía que eso era inaceptable, igual que se había retrasado más de lo necesario.

Alzó la vista hasta la cima de las montañas por las que se veía rodeado. Podría volar hasta allá y avanzar a mayor velocidad, pero el camino que seguía entre las murallas rocosas le parecía más acogedor. Quizá cuando saliera de allí su intranquilidad lo abandonaría para quedarse en ese lugar.

Caminó unos cuantos metros más cuando escuchó un extraño sonido entre el silbido de la tormenta. Un tornado venía en dirección opuesta, abarcando la angostura del camino.
Caesar percibió una fuerte energía dentro de la ventisca. Saltó sin dificultad por encima del vendaval, volviendo lentamente al suelo para confrontar al individuo que apareció por el sendero.

— Hasta aquí llegaste, lobo solitario —amenazó con valentía la guerrera de Phecda Gamma, Elke.
Caesar contempló con indiferencia a la hermosa guerrera, quien venía armada con un hacha de doble hoja.
— Guerrera de Odín, no me causa placer la idea de tener que pelear con una mujer —dijo con sinceridad—. Si me evitas tal molestia, prometo perdonarte la vida.
Elke se extrañó ante tal comentario, por lo que sonrió sarcástica —Vaya, todo un caballero, me siento con suerte. Pero los modales del siglo pasado ya no tienen cavidad aquí. ¿Por qué en vez de fijarte en que tengo pechos te alistas para el siguiente ataque? —Elke se mofó, apuntando con su arma al guerrero invasor.
Caesar no se intimidó, pero un repentino zumbido lo obligó a mirar sobre su hombro para descubrir que la tempestad venía de regreso por el paso. Se puso la mano en la cintura y, como si llevara una vaina invisible en el cinturón, desenvainó una reluciente espada dentada con la que partió el tornado a la mitad.
Un objeto salió despedido de entre la ventisca, siendo atrapada por Elke al dar  un salto por encima de su oponente. Tras haber recuperado su segunda hacha, la guerrera utilizó el descenso para dar un poderoso golpe con ambas armas. Caesar retrocedió, sintiendo cómo el suelo vibró ante el impacto, pequeñas piedras resbalaron por las paredes del desfiladero.
De manera inmediata Elke  prosiguió su ataque ante el primer fallo. Su destreza era indiscutible, pues empleaba las armas con gran agilidad pese a la pesadez de sus formas.
El Patrono eludió los ataques verticales y horizontales, escuchando cómo se cortaba el aire ante el paso de  las afiladas hojas. Sus movimientos se veían limitados por la corta distancia entre las paredes del desfiladero, por lo que sólo podía avanzar o retroceder.
Cuando Caesar intentaba detenerle los brazos, la guerrera de Odín se zafaba con hábiles maniobras en las que incluso utilizaba las piernas para liberarse y continuar arremetiendo en su contra.
El Patrono esgrimió la espada con la que retuvo el golpe de ambas hachas. Quedando rostro contra rostro por unos segundos.
— Eres hábil, mujer. Elegiste este lugar estratégicamente, pero será insuficiente  para vencerme.
— Je, me das demasiado crédito, yo no elegí nada. Fuiste tú quien se adentró a este camino —respondió sin ceder en su fuerza, manteniendo un gesto altanero—. Quizá fue el destino quien decidió que este lugar fuera tu tumba.
Caesar dio un ligero salto hacia atrás para impulsarse contra la guerrera de Odín. Elke perdió terreno al sentir como la fuerza de su enemigo la superó de manera repentina. Sus hachas bloqueaban las poderosas estocadas conforme retrocedía, viendo pequeños fragmentos de metal desprendiéndose de las armas de Phecda.
Elke saltó hacia los muros, escalando tras algunas piruetas hasta encontrar un pequeño borde en el que pudo permanecer de pie. Miró sorprendida las hojas de sus hachas, notando las grietas en ellas.
Desde el suelo, Caesar le dedicó una mirada serena antes de bajar su espada y dar media vuelta.
— ¡Espera! ¡Aún no hemos terminado! —la mujer reclamó.
— No suelo dar segundas oportunidades, por lo que te sugiero que aceptes mi piedad —el Patrono respondió, sin dejar de avanzar.
Caesar vio una sombra desplazarse por encima de su cabeza, volviendo a tener frente a él a la guerrera de Odín quien se desplazó entre los muros altos para ponerse en su camino.
— Sólo uno de nosotros va a abandonar este sitio —Elke dijo, alzando su cosmos de manera amenazante —, o quizá ninguno lo haga —musitó sonriente.
— Qué insensatez la tuya —Caesar susurró con pesar—. Tus armas se tornarán inservibles dentro de poco, no son rivales para mi espada.
Elke le daba cierta razón, la hoja de la espada azul estaba intacta. Pero lo que más la confundía era el aura mística que la ungía. Silenciosamente preparó su técnica, por la cual su hacha derecha se recubrió con la llamarada de su brillante cosmos.
— Ja, como siempre digo, puedes subir el lado fácil de la montaña... ¿Pero qué tiene eso de divertido? —cuestionó con desafío—. No pienso retractarme, mucho menos huir ¡Recibe esto! —advirtió, corriendo a toda velocidad hacia Caesar, alistando el golpe con su arma resplandeciente— ¡Martillo de luz!
Caesar no se movió ni siquiera para alzar su espada y defenderse. El Martillo de luz se impactó contra la cabeza del Patrono, detonando un cegador destello junto a un sonoro estallido. Elke esperaba poder sonreír victoriosa tras haber asestado su golpe, sin embargo quedó perpleja al ver una de las hojas resquebrajaba por el choque contra el casco del Patrono.
Por la fuerza, Caesar se tambaleó un poco hacia la derecha, quedándose inmóvil, lejos de contraatacar.
— ¡¿Cómo es posible?! —Elke gritó exaltada — ¡¿Quién eres tú?!
— Supongo que no tiene caso ignorar la petición de alguien que va a morir —respondió, conservando su temple pese a encontrarse frente a una enemiga—. Mi nombre es Caesar, Patrono de Sacred Python. Elegido por el señor Avanish para traer el verdadero inicio de esta nueva era.
— ¿El verdadero inicio? ¿Avanish? ¡¿De qué estás hablando?! —Elke exigió saber.
— Es normal que lo desconozcas, pero esta era de paz es una simple ilusión. Es cuestión de tiempo para que los mortales vuelvan a sumergirse en la desesperanza e injusticia… Tal cosa no debe  ser permitida.
— Me suena a que tienes complejo de salvador… Pero sigo sin entender qué tienen que ver tus buenas intenciones con este ataque a Asgard. Nosotros no le hemos hecho nada a nadie —reclamó, intentando comprender las palabras del Patrono.
Caesar no responde, pues decide reiniciar la batalla. El Patrono generó una ventisca con su aura que obligó a Elke a apartarse.
El cosmos de Caesar lo cubrió como un escudo de fuerza llameante. Elke se preparó para atacar pero el Patrono se lanzó en su dirección sin permitirle reaccionar. En fracciones de segundo pasó a través de ella, quedando ambos espalda con espalda.
Elke sintió que la vista se le apagó por unos segundos sólo para despertar de golpe, sintiendo mucho dolor. Gritó al mismo tiempo en el que por su armadura se marcaron numerosas fisuras, desprendiéndose pedazos que cayeron al suelo.
Sintió como si todos los tejidos y órganos de su cuerpo se contrajeran y expandieran de manera incontrolable, una y otra vez. La guerrera de Phecda terminó de rodillas y manos contra la nieve, viendo la sangre que salía de su nariz y boca gotear sobre la blanca alfombra bajo ella.
— El ser una guerrera divina te convierte en uno de los males de los que se debe purgar este mundo. No es nada personal… pero es para lo único que sigo con vida —Caesar musitó más para sí mismo que para la mujer.
— ¿Có-mo puedes… decir que… somos el mal cuando… ustedes son los que han iniciado… los conflictos… en el Santuario… en Egipto…? —Elke preguntó en cuanto pudo volver a ponerse de pie, sosteniendo un hacha en cada mano.
— Lo que hacemos es nada comparado con lo que todas las Guerras Santas han logrado desde la era del mito —el Patrono palpó la empuñadura de su espada con suavidad.
—… Vaya, así que… ¿tenemos que morir sólo porque otros que estuvieron antes que nosotros hicieron cosas que no te gustaron? Ja, hablas de desesperanza e injusticia como si fueran ajenos a lo que predicas… pero no eres más que un maniático —Elke susurró con un deje de ira con la que se avivó la llama de su cosmoenergía.
— Insistes en pelear, pero no serías una guerrera si no lo hicieras. Elogio tu valor, por lo que recibiré tu mejor golpe en señal de respeto.
Hombre y mujer se giraron al mismo tiempo, quedando frente a frente. Caesar imitó los movimientos de Elke cuando esta retrocedió varios pasos.
— No deberías subestimarme. Admito que tienes un poder impresionante… y no sé qué clase de armadura llevas contigo, podría ser indestructible… pero aunque parezca imposible, ¡juro que voy a detenerte! —exclamó, con su cosmos invernal al máximo.
Los muros comenzaron a temblar, minúsculas piedras caían como granizo sobre ellos.
— Peco al imitar el mayor defecto de los mismos dioses —Caesar meditó, murmurando con solemnidad—… pero al final no nos queda más que aceptar que fuimos hechos a su imagen y semejanza. ¡Vamos guerrera de Phecda, golpéame con todo tu poder! ¡Que tu vida se extinga con la misma ferocidad que te caracteriza! —la incitó.
Elke de Phecda Gamma cerró los ojos, sonriente. Al abandonar la casa de Freya, estaba preparada para morir en cualquier posible escenario. Podía agradecer cuando menos que su espíritu quedaría libre entre las montañas que tanto amaba. Esa idea era lo único con lo que podía confortar su alma ante la decisión que había tomado.
Su cosmos se transformó en una densa brisa de luz y hielo. Su figura fue consumida dentro de una esfera luminosa que giraba con la fiereza y velocidad de un ciclón.
¡Ilusión alpina! —Elke rugió dentro del vendaval que se transformó en un gran meteoro.
Caesar abrió los ojos sorprendido por el resplandor que expulsó el cometa que lo golpeó. De manera violenta fue arrastrado por el estrecho túnel, la energía que le daba forma a ese bólido raspó la roca sólida, haciendo temblar los muros, congelando las murallas y el suelo a su paso.
El rostro del Patrono se contrajo con una mueca de dolor constante, apretando los dientes ante la tensión que sentía por el cuerpo.
El Patrono de Sacred Python se estrelló contra el muro en cuanto la guerrera de Odín volvió a pisar el suelo. Caesar quedó empotrado en la pared mientras su cuerpo liberaba hilos de humo.
Elke se encorvó hacia delante, como si las hachas en sus manos pesaran más de lo habitual, pero la verdad es que estaba perdiendo todas sus fuerzas. Se forzó a sonreír al ver que su enemigo levantó la cabeza y la miró con severidad.


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Dahack, Patrono de la Stella de Arges quedó sorprendido al ser víctima de ataques invisibles a su vista.
Conforme el dios guerrero de Benetnasch se mantenía pasando los dedos por las cuerdas de su arpa, los impactos continuaban. Incluso aunque se moviera para intentar esquivarlos, estos lo alcanzaban.
Era una sensación horrible, como si cientos de piquetes le perforaban el cuerpo sin piedad. Al resentir el molesto dolor, Dahack supo que debía arriesgarse para encontrar la oportunidad de eliminarle. Empleó su velocidad en movimientos zigzagueantes para subir por las escalinatas.
El réquiem no dejó de fluir pese a que Alwar perdió de vista al enemigo, pero Dahack dejó de recibir cualquier impacto. El Patrono se detuvo por un instante, volviendo a ser alcanzado por la misma fuerza invisible de antes, comprendiéndolo al fin.
Dahack volvió a desaparecer de la vista de Alwar, mas éste prosiguió tocando sin temor, incluso cuando el Patrono se materializó a corta distancia suya.
El invasor lanzó un golpe dirigido al pecho del dios guerrero, pero su puño no alcanzó el objetivo, en vez de eso se impactó contra una superficie que sintió solida en sus nudillos, pero que sus ojos no pudieron ver.
— ¡¿Cómo…?! —Dahack alcanzó a decir antes de que Alwar de Benetnasch lo golpeara con la palma de la mano, liberando centellas de luz que estallaron sobre su cuerpo.
Atrapado dentro de esa red luminosa, Dahack gritó adolorido al caer sobre los escombros de la puerta del palacio y entre algunos cadáveres de soldados muertos.
Con semblante pacífico y sin haberse movido de su lugar,  el dios guerrero continuó con el melodioso réquiem.
El Patrono se levantó tembloroso, limpiándose la sangre que le escurrió por el rostro. Quedó pasmado al ver las manchas rojas en sus manos, tal cosa no podía ser posible a menos que algo le hubiera ocurrido a la señorita Tara. Una fuerte preocupación quiso apoderarse de él, pero se obligó a centrarse en su actual encomienda. Saberse desprotegido lo incomodó un poco, ya había olvidado lo que era ese temor al ser herido por un oponente.
Encolerizado, Dahack cubrió sus brazos con cosmoenergía rojiza, disparando violentas ráfagas contra el dios guerrero.
Las explosiones revelaron que, en efecto, los ataques impactaron contra algo, pero la melodía no se dejó de escuchar, ni mucho menos el peliblanco resultó herido.
Alwar rió ante el gesto frustrado que pudo ver en el enemigo— ¿Hasta cuándo vas a darte por vencido? No puedes hacer nada contra mi Tocata final, una técnica ofensiva y defensiva a la vez, la más poderosa en todo Asgard. Por lo qué no importa que tan rápido puedas moverte, jamás podrás alcanzarme.
— Tus estúpidas trampas, me tienen sin cuidado —Dahack refunfuñó, molesto—. Tuve que dejarme golpear un poco para encontrar el punto débil de tus artimañas —lo apuntó desafiante.
— ¿Es eso cierto? —Alwar inquirió con tranquilidad.
— Utilizas las ondas de sonido como un medio de ataque… Tu técnica es tanto ofensiva y defensiva, es cierto, pero no funcionan ambos modos al mismo tiempo… Al ser un poco duro de oído y no ser un maldito músico, tardé en advertir que cuando me atacas y te defiendes cambias la tonada… En ese minúsculo lapso de tiempo en el que haces el cambio eres vulnerable —explicó con malicia—. Sin mencionar que para atacarme necesitas mantener los ojos fijos en mí, cosa que no puedes hacer cuando empleo mi velocidad.
Alwar permaneció silencioso ante las deducciones del Patrono, provocando que éste riera con maldad.
— ¿Estoy en lo correcto, no es así? —inquirió—. Podrías seguir escondiéndote dentro de tu burbuja si quieres, pero eso volvería interminable nuestra batalla y ambos tenemos prisa por ponerle un final.
Alwar le daba la razón, sentía la urgencia de adentrarse al palacio para socorrer a la señora Hilda y Flare.
— Así que te mostraré que puedo eludir la técnica de la que te sientes tan orgulloso.
— Inténtalo entonces… pero tu exceso de confianza será tu perdición —Alwar advirtió con serenidad.

El Patrono de la Stella de Arges avivó su cosmos para iniciar el desafío impuesto. Alwar lo imitó, meditando sus opciones, eligiendo la que más le aseguraba el triunfo.
Intencionalmente, Dahack corrió hacia Alwar con el puño extendido a una velocidad mucho más baja de la que puede alcanzar. Tal y como anticipó, el asgardiano no se resistió a atacarlo con su Tocata Final. En un paso decisivo, un impulso sobrehumano, Dahack pasó a moverse a una velocidad que quizá vaya más allá de la de un santo de oro.
Alwar de Benetnasch quedó conmocionado al recibir un poderoso impacto, cuando el gancho derecho del Patrono se le encajara en el abdomen.
Quedándose sin aire, Alwar recibió numerosos golpes por todos lados, sin poder defenderse, sólo pudo proteger su arpa.
De pronto, el huracán de golpes dejó de girar a su alrededor al recibir un último impacto en la mandíbula que lo elevó por los aires, cayendo por las escaleras, por encima de los restos de los invasores a los que logró eliminar con anterioridad. Rodó hasta el último escalón, cayendo en la nieve tras perder su casco.
Con el cuerpo lastimado intentó ponerse de pie, mas solo alcanzó a apoyarse con manos y rodillas, escupiendo sangre tras respiraciones entrecortadas.
— Ahora entiendes que no son presunciones mías… de entre todos mis hermanos yo soy el más veloz— dijo con prepotencia, caminando por entre los restos de sus hombres ya cubiertos por la nieve.
Alwar poco a poco pudo enderezar la espalda al apoyar un pie en el suelo.
— Confías mucho en tu capacidad… pero como te dije… —hizo temblar una sola cuerda, logrando que el Patrono detuviera su avance por mera precaución— los hombres como tú caen ante oponentes más débiles todo el tiempo, y todo por su propio ego…
Alwar de Benetnasch sonrió victorioso para contrariedad del Patrono.
Dahack resintió una presión en las piernas, al mirar descubrió que habían sido aprisionadas por cuerdas de plata. Buscó resistirse, pero no pudo escapar de los hilos que se alzaron de entre los cadáveres esparcidos por las escaleras y por los que anduvo deambulando todo el tiempo, la nieve los había escondido bien. Además, nunca imaginó que el dios guerrero sería capaz de manipular las cuerdas ya cortadas para atraparlo de esa manera, y que encima éstas volvieran a unirse a su arpa para seguir llevando a cabo el aterrador réquiem.
Envuelto por los relucientes hilos, resintió la presión de ellos conforme la música resonaba en sus oídos.
— ¡Maldito! ¡¿Tenías este sucio truco preparado todo el tiempo?! —exclamó con frustración, viendo como múltiples lesiones empezaban a marcarse en su piel.
— Tu propia soberbia te ha llevado a caer en mi trampa. Típico en hombres como tú que alardean de más sobre sus fuerzas pero que jamás se preocupan en conocer la de su oponente.
Dahack comenzó a soltar quejidos conforme las cuerdas se apretaban más a su cuerpo.
— Yo también soy observador. Eres rápido, no lo negaré, pero necesitas un impulso preciso y determinado con tu pie derecho para poder moverte a la gran velocidad de la que presumes, una vez que te detienes eres como el resto de nosotros.
 —¡E-esto… no será suficiente! —aseguró, elevando su energía con la que creyó poder liberarse, mas sólo retrasó el paso de las cuerdas ya ensangrentadas.
— Quizá no pueda romper tu armadura —admitió al ver como las cuerdas no tenían efectos sobre ella—, pero no puedes alardear lo mismo sobre la resistencia de tu piel. Verte sangrar significa que no eres diferente a mí, eres mortal y por eso puedes morir.
Dahack cerró con fuerza la mandíbula cuando las cuerdas que rodeaban su cuello se tensaron todavía más.
— ¡Y morirás! —aseguró, tocando con énfasis el arpa en sus manos.
Dahack gritó ante la agonizante tortura. Gran parte de su cuerpo se fue cubriendo por una delgada capa de sangre formada por las líneas carmesí emergentes de sus heridas.
Totalmente indefenso, Dahack sintió la muerte a punto de cortarle la cabeza. ¡Qué humillación! —pensaba avergonzado cuanto más se aproximaba el momento de la nota final.
Alwar estuvo a punto de finalizar su melodía cuando las cuerdas fueron cortadas por una veloz llamarada de fuego. Las flamas se extendieron por las hebras de plata, desintegrando las que aprisionaban al Patrono.
Confundido, Alwar buscó a quien había intervenido en su batalla. Iba a reaccionar con violencia, pero tal ímpetu frenó en cuanto reconoció la figura de un camarada en el campo de batalla.
— ¿Clyde? —musitó perplejo al verlo allí de pie, en medio del Patrono y él como si intentara protegerlo. En su mano sostenía la mítica espada de fuego, la cual retuvo a su costado— ¡Clyde! ¡¿Qué significa esto?! ¡¿En qué estas pensando?! —Alwar exigió saber. La única explicación que pudo formular en su cabeza es que el excéntrico hechicero quería satisfacer sus deseos de sangre matando él mismo al enemigo, no sería algo extraño… pero la verdad iba más allá de su comprensión.
Entendió demasiado tarde que quien estaba delante de él no era más el dios guerrero de Megrez, sobre todo cuando éste recitó un espeluznante hechizo — ¡Escudo amatista!
— ¡¡No!! —Alwar pudo exclamar antes de ser alcanzado por la ráfaga de cristales que despedazaron su arpa. Cualquier oposición de su parte fue inútil, el terrible maleficio lo aprisionó rápidamente dentro de un gigantesco ataúd de hielo amatista.
— ¡¡Clyde!! —alcanzó a gritar, en un tono que suplicaba una explicación, y que a su vez lo repudiaba por tal traición.

El Patrono vio con asombro lo sucedido, pero no alcanzó a entender la situación del todo. Dahack retrocedió con torpeza, severamente lesionado por el réquiem de cuerdas que estuvo por despedazarlo vivo.

— ¿Ésta es la clase de humanos con los que convives? Esperaba algo… diferente —escuchó decir de aquel que sostenía la llameante espada de cristal.
— ¿Quién eres? —Dahack deseó saber.
— Tu salvador —respondió, volviéndose hacia él.
El Patrono no se sintió más aliviado ante el rostro sombrío sobre el que surcaban líneas centellantes. Tenía un aspecto amenazante por el que no bajaría la guardia.
Todo se volvió un poco más confuso cuando una segunda figura descendió del cielo, pudiendo reconocer a la marioneta de Sennefer.
— Eres tú… ¿Qué demonios significa todo esto? ¡Respóndeme! —Dahack exigió ante la pasiva mirada de Masterebus quien prefirió contemplar la columna de hielo y la expresión congelada del dios guerrero de Eta.
— No tienes por qué estar nervioso —Ehrimanes pidió—, si te quisiera muerto estarías dentro de tu propio ataúd de cristal.
— Eres… un dios guerrero —el Patrono pudo confirmarlo al ver el brillante zafiro en su cinturón —¿Acaso… has decidido traicionar a los tuyos?
— Es algo más complicado que eso, sobre todo para tu pequeño cerebro — Ehrimanes respondió con una sonrisa burlona.
— ¡¿Qué dices?! —Dahack rabió, deteniéndose cuando Masterebus se interpuso entre ambos.
— Este hombre está ahora de nuestro lado —explicó con rapidez.
— ¿Y quién eres tú para decidir algo así? ¡No eres nada más que un sirviente y un…!
La espada frente a su rostro lo obligó a callar. Ehrimanes bien podría matarlo, pero al ser algo que todavía  no le convenía logró apaciguar tal deseo.
— Cuidaría mis palabras si fuera tú — Ehrimanes advirtió con un gesto molesto. Escuchar que se refirieran a uno de los suyos como esclavo le resultaba intolerante—. La gratitud no viste bien a tu raza, pero deberías comenzar a practicarla.
Dahack no iba a permitir que le hablaran de esa manera, estuvo a punto de ponerse a la ofensiva cuando Masterebus habló.
— Ninguno de nosotros tiene autoridad para decidir si este hombre es digno o no de servir a la causa —aclaró con  tranquilidad—. Lo único que podemos hacer es que los hechos hablen por sí mismos, que Caesar sea el que juzgue una vez se dé por enterado… Deberías agradecer su intervención, nosotros no íbamos a hacerlo —Masterebus confesó para furia de Dahack.
Por grande que fuera su enojo, el Patrono estaba en desventaja si se le ocurría desquitarse de ese par. Estaba lastimado y sus heridas continuaban sangrando, debía evitar confrontaciones innecesarias.
— Bien —Dahack musitó rencoroso. Sacó un pequeño y delgado frasco cilíndrico de entre su ropaje, bebiendo todo su contenido. Al final lo rompió hasta reducirlo a pequeños trozos— … no sé que hay entre ustedes dos…  pero confío en que Caesar  se encargará cuando llegue el momento —sonrió, al estar seguro que el Patrono de Sacred Python aplastaría al nuevo aliado.
— Confórmate con saber que no me interpondré en su camino, ¡todo lo contrario! Me quedaré aquí mientras ustedes terminan sus asuntos —Ehrimanes aclaró, apoyando la espada de fuego en el suelo como si se  tratara de un simple bastón.
Dahack lo miró todavía con más desconfianza, pero guardó silencio al resentir el efecto del tónico curativo.
Ehrimanes vio que los numerosos cortes en el Patrono se fueron cerrando, como si estuviera borrándolos el paso de la nieve y el viento. Pero la curación no fue perfecta, quedaron delgadas líneas ásperas en la piel, cicatrices muy sutiles que le impedirían olvidar su batalla contra el arpista.
— Aún percibo a algunos dioses guerreros por los alrededores… no hay necesidad de que vayan y los busquen, ellos vendrán hasta ustedes —Ehrimanes dijo, mirando hacia un punto en el horizonte—, uno ya se encuentra dentro del palacio —advirtió.
Masterebus podía confirmar lo mismo, percibía un cosmos llamativo dentro del castillo.
— ¿Pelearás contra tus propios compañeros para que tengamos éxito? ¿Por qué? ¿Qué ganarás tú? —insistió Dahack.
Ehrimanes mostró una sonrisa torcida, tenía sus razones personales y vengativas; no estaba dispuesto a compartirlas, pero una de ellas venía corriendo justamente hacia el Valhalla, quizá la más importante— Satisfacción… —respondió con malignidad.

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Elke maldijo su mala suerte, el enemigo no sólo estaba con vida sino ileso y libre, avanzando hacia ella para cumplir con su amenaza.
Agotada y débil, la guerrera de Phecda lanzó una de sus hachas contra la cabeza del Patrono quien sólo se limitó a mover la sien, permitiendo que el arma girara hasta clavarse con potencia en las rocas. Elke intentó  hacer lo mismo con el arma que le quedaba, mas Caesar se lo impidió al impulsarse a gran velocidad contra ella.
El cuerpo de Elke se tensó cuando la hoja de la espada azul le atravesara el estomago. Caesar empujó con más fuerza hasta que la punta de su arma se clavara contra la pared más cercana.
Elke gimió cuando su espalda golpeara el muro, soltando una serie de gritos que logró callar exigiéndose autocontrol, escupiendo sangre que alcanzó a manchar los brazos de su enemigo.
Caesar giró y movió la espada para asegurar una herida mortal. Permaneció con dura expresión junto a ella pues deseaba ser testigo de su muerte, no era bueno dejarlo al azar.
El cuerpo de la guerrera tembló, el Patrono sintió dichos espasmos al mantener las manos sobre la empuñadura.
— Sólo tomará unos segundos más —le dijo—. Herí tus órganos vitales por lo que no hay marcha atrás.
— ¿Y… vas a… quedarte a hacerme… compañía? —con el rostro cabizbajo, Elke tosió adolorida—. Qué bien… la verdad… me aterraba la idea de… poder morir sola… —sonrió sarcástica, quizá por última vez.
— Nunca debiste enfrentarte a mí tú sola. Lo que te ofrecí al inicio hubiera sido una mejor opción.
— ¿Una… mejor opción? —Elke repitió, escupiendo—. Puede ser, pero… no podía permitir que continuaras… tu camino, no…
Caesar vio el cosmos blanco de la asgardiana volver a encenderse.
— Mujer impertinente, no tiene caso que continúes con tus vanos intentos. Todo se acabó para ti —dijo con clara impaciencia, sin retroceder.
Caesar contempló sin temor cómo la guerrera intentaba levantar su hacha. No temía que lo atacara pues bastaba con un único movimiento para impedírselo.
En ese momento Caesar escuchó una serie de crujidos que lo llevaron a mirar por encima del hombro. Al contemplar el muro posterior, vio que la superficie comenzó a fracturarse por largas líneas que nacían del punto en el que el arma de Phecda se encontraba alojada.
El Patrono entendió de manera fugaz de lo que esto se trataba, pero fue muy tarde, sobre todo cuando Elke utilizara lo que le quedaba de sus fuerzas para golpear con su hacha restante el muro al que estaba clavada.
Al tratarse de las últimas llamas de su vida, nunca tuvo tal potencia como la que pudo emplear en ese instante tan decisivo. Actuando como una titánide enfurecida la fuerza fue la suficiente para lograr su cometido: un derrumbe inminente que inundaría el desfiladero, aplastándolos bajo toneladas de roca y nieve.
— ¡Maldita! —Caesar gruñó, intentando sacar la espada de su cuerpo, pero Elke se opuso empujándola contra sí  para que se adentrara todavía más a sus entrañas.
El Patrono bien puedo intentar escapar, mas dudó al saber el valor que la espada azul tenía para su señor, además la guerrera lo retuvo fuertemente por el brazo.
— ¡Los dos teníamos razón… ambos quedaremos sepultados aquí, infeliz! —Elke sonreía complacida ante el rostro enfurecido del Patrono quien la sujetó por el cuello para estrangularla.
Elke no desperdició energías resistiéndose, sabía que iba a morir por lo que no lucharía contra eso, sólo para llevarse a tal amenaza con ella. Sabía que si ese hombre pasaba por el desfiladero, llegaría a la casa de Freya.

Desde el principio, Elke había estado siguiendo el rastro de este hombre en particular ya que era del que percibía el más peligroso cosmos latiendo en su ser. En cuanto adivinó su destino supo que no tenía caso intentar huir, ni tampoco abrigó la idea de que pudiera vencerle. Al acudir allí, enfrentársele, fue únicamente con la idea de morir junto a él. Durante la batalla buscó la manera sutil de ir debilitando las murallas y así, al final, lograr el derrumbe deseado.
Si se lo hubiera dicho a Freya, la muy obstinada habría insistido en acompañarla, pero no podía permitir tal cosa.

En su último pensamiento, Elke se preguntó con tristeza si alguna vez la temperamental Freya se daría cuenta de su verdadera intención… Y gracias a la visión de una valkiria montada sobre un hermoso caballo blanco acompañándolos, tuvo la seguridad de que así sería.
En el momento en que le quebraron el cuello, las paredes montañosas se vinieron completamente abajo, produciendo feroces estruendos y una gran avalancha.

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Freya abrió los ojos sorprendida, reteniendo la respiración. El nombre de la guerrera de Phecda escapó de sus labios que temblaban por la conmoción. El cosmos de Elke se apagó después de una larga agonía.
Desde el balcón principal había seguido la batalla con interés. Su razón y corazón lucharon uno contra el otro a cada segundo, pero logró mantenerse en la vigilia nada más, confiando en que su compañera sería capaz de ganar la batalla…
La tormenta apenas y fue capaz de ocultar los sonidos del derrumbe suscitado a lo lejos. Freya agachó la cabeza con un gesto de pesar. Permaneció con los ojos cerrados por largos minutos en los que sollozó por la guerrera caída.
Sus lágrimas no sobrevivieron al ambiente, por lo que no dejaron rastros notorios en su rostro. Dio un fuerte suspiro tras el cual buscó sobreponerse al remordimiento.
Caminó de prisa hacia el interior de la mansión, bajó hacia el salón, buscando a su madre quien esperaba junto a la chimenea.
— No podemos esperar más, nos iremos ahora —avisó, buscando al príncipe por el lugar, mas no lo encontró—. ¿Dónde está Syd?
La mujer mayor se levantó con semblante preocupado— En cuanto te marchaste hizo un puchero y se encerró en el cuarto de visitas, no ha querido salir por mas que le he insistido.
— ¿Qué? ¿Por qué se lo permites? Que traigan la llave maestra, no tenemos tiempo para sutilezas ahora —dijo malhumorada, emprendiendo su marcha hacia la segunda planta.
Su madre, quien iba tras ella, le ordenó a una sirvienta traer las mencionadas llaves— ¿Qué querías que hiciera? Creí que era lo mejor, no sólo porque no quería importunar al príncipe del reino, sino que tras lo que está pasando entiendo su berrinche… pese a todo sigue siendo un niño pequeño, tú eras justamente igual, necia y orgullosa, no querías escucharme.
— En cualquier otro momento lo entendería madre, pero no hoy —la pelirroja respondió a secas.
— Bueno, cuando tengas tus propios hijos veremos qué tan firme es tu mano hacia ellos —rió divertida la mujer.
Al llegar ante la puerta de la habitación, Freya calmó un poco su humor, teniendo la delicadeza de tocar primero, esperando que el niño desistiera de su actitud malcriada. No importó qué tan amable fue su voz, ni sus disculpas por lo ocurrido, no hubo respuesta y eso alarmó de golpe a la guerrera de Odín, quien imaginó lo peor al ver que un copo de nieve se deslizó por debajo de la puerta.
No esperó a que la llave maestra llegara a sus manos cuando rompió la manija y el seguro. Al entrar sintió la brisa gélida por toda la habitación, la cual se coló por una ventana que quedó entre abierta.
Aunque la señora de la casa lo llamó alarmada, Syd no respondió. Freya miró rápidamente por la ventana, imaginando que el pequeño rapaz había salido por allí y de algún modo pudo bajar. Descartó que alguien ajeno haya entrado y se lo hubiera llevado al ver una improvisada cuerda hecha con sabanas colgada del ventanal.
— ¡No puedo creerlo! —rabió, negándose a pensar si quiera que Syd estuviera del camino hacia el Valhalla, pero mientras más lo pensaba más sentía que esa era la realidad. ¿Cómo y para qué? Eso aún lo tenía que descifrar. Pidió a los sirvientes que buscaran por la casa y los alrededores algún rastro mientras se vestía con su manto divino, pero su sexto sentido le advertía que debía encontrarlo y muy pronto. El peligro aún se palpaba en el aire.

FIN DEL CAPITULO 29