lunes, 17 de abril de 2017

EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 63. Batalla de reyes. Parte I

Días atrás…

Por unos segundos en su mente aturdida, creyó que todo lo acontecido los últimos siglos había sido sólo una funesta pesadilla al despertar en una de las alcobas del Palacio de Poseidón y no en una mazmorra o a la orilla del río Aqueronte.
Sólo hasta que miró las vendas en su cuerpo es que el dolor se inyectó en él para hacerle entender un par de cosas: estaba vivo y todo lo anterior no fue un sueño.
Abrió los ojos de par en par y se irguió de un sobresalto que no tomó por sorpresa al médico que velaba su recuperación.
Paralizado por un agobiante dolor en el pecho, Atlas no logró abandonar la cama en la que se le permitió reposar tras su última batalla. Sudó copiosamente por el ardor de las heridas, mirando a la única persona que quizá podría esclarecer la situación.
— Debes tomarlo con calma, aún no has sanado lo suficiente— le pidió el humano que vestía una túnica azul sobre la que resaltaba una estola blanca en el cuello, tal y como los antiguos sacerdotes de la Atlántida usaban en la antigüedad.
El hombre de cabello oscuro y barba rizada se acercó con cautela, sabiendo lo impulsivos y aguerridos que pueden ser los guerreros de los dioses.
Atlas miró hacia los altos muros blancos de la habitación, buscando algo con desesperación, una respuesta que necesitaba oír.
¿Por qué…? —logró decir, encorvado por las dolencias provenientes del centro de su pecho, donde la espada Áxalon lo hirió de manera mortal.
Atlas removió la sábana azul e intentó levantarse, mas cayó pesadamente de rodillas vistiendo únicamente pantalones y vendajes. Pretendió levantarse apoyando las manos en el suelo, viendo que sólo una de sus palmas llegó a tocar el piso. Desconcertado, el santo de Aries miró su hombro derecho, encontrándose con un muñón vendado.
— Lo siento, no hubo forma de salvar tu brazo— dijo el médico de manera comprensiva, poniendo sobre los hombros del santo una túnica roja para mantenerlo en calor—. Pero es gracias a la benevolencia del Emperador que estás con vida— le dijo, sabiendo que su supervivencia fue más por obra divina que por cualquier tratamiento médico—. Alégrate.
Alégrate resonó en su cabeza con tal fuerza que le causó una gran incomodidad. ¿Realmente debía sentirse agradecido? Perder un brazo no era la razón de su angustia, sino el haber sido salvado por el dios al que traicionó hace tanto tiempo… ¡¿Por qué lo hizo?! ¿Piedad, perdón o sólo una extensión más de su castigo? ¡Tenía que saberlo!
Sacando fuerzas de su flaqueza, Atlas logró levantarse y andar hacia la salida de la habitación. El médico trató de detenerlo con advertencias que se perdieron en los oídos del atlante, quien avanzó descalzo por el interior del Palacio.
No encontró guardias en el camino, y aunque los hubiera los habría manipulado para que lo dejaran avanzar en paz, pues quisiera o no aún tenía cierta influencia sobre la voluntad de los marinos de su padre, lo comprobó cuando envió a los marines shoguns a luchar contra el coloso de Sennefer y los otros Patronos que invadieron la Atlántida.
Débil de cuerpo, mas  no de espíritu, Atlas siguió el camino que lo llevaría a encontrarse con su salvador, quien se movía en la distancia sin intenciones de ocultarse de él o evadir la reunión que estaban destinados a tener para así concluir su historia.
Los pasillos del Palacio no trajeron recuerdos nostálgicos que frenaran los pasos de Atlas, mas cuando puso un pie en el exterior, se quedó inmóvil ante el gran Corredor de los Reyes. Éste era uno de los pasillos exteriores principales del Palacio de Poseidón, donde la historia de su familia estaba plasmada en once bellas fuentes incrustadas en altas paredes de mármol.
Los dos grandes muros paralelos estaban seccionados por columnas para formar diez paredes en las que se encontraban detallados grabados y relieves sobre las que delgadas capas de agua caían de manera constante. En cada una de las fuentes se plasmaba la mayor hazaña de cada uno de los antiguos reyes de la Atlántida, sus hermanos Diáprepes, Azaes, Méstor, Elasipo, Autóctono, Mneseo, Evemo, Anferes y su gemelo, Gadiro.
Atlas avanzó despacio por ese corredor, mirando las representaciones de sus hermanos y sus notables epopeyas… Tras siglos de luchas y destrucción, jamás esperó que ese lugar continuara tal cual recordaba, y por supuesto no le sorprendió que la pared que debía contener su imagen sólo fuera un muro liso sobre la que el agua caía.
Sin embargo, cualquier tristeza de antaño desapareció en el instante en que contempló la onceava fuente al final del Corredor de los Reyes, la más amplia y bella sobre la que se encontraba la imagen de Clito, su madre. En el medio del mural la hermosa dama estaba de pie, con las manos sobre su vientre de donde resaltaba el símbolo del tridente de Poseidón; a su espalda se encontraba una alta colina y las olas del mar a su alrededor protegiéndola; en la falda de su vestido se plasmaban los diez pequeños niños que engendró con el dios del Mar, quienes al crecer se volvieron los soberanos de la Atlántida.
De los once, ese mural era su favorito, fue siempre el favorito de todos, incluso el de su padre, quien aún ahora lo contemplaba con cierta devoción.
Atlas pasó sus ojos del mural hacia la espalda de Poseidón, quien estaba sólo a un par de metros de distancia más adelante. No sentía que el Emperador estuviera ignorándolo, pero sí que esperaba que fuera él quien pronunciara la primera palabra.

La frustración que lo había acompañado durante todo el recorrido por el Palacio desapareció conforme caminó por el Corredor de los Reyes, por lo que con una mente más clara y mejor actitud, es que logró hacer la pregunta que lo atormentaba con una voz pasiva, en el idioma de los atlantes—: ¿Por qué me habéis salvado?
Poseidón aguardó unos segundos antes de responder.— La muerte es un sosiego que no merecéis, por lo que continuad viviendo y expiando la condena de vuestros pecados —citó para vergüenza de Atlas, dando una larga pausa para poder proseguir—. Por vuestro reniego a la vida sospecho que esas son las de palabras que queréis escuchar de mí, ¿no es así?
Atlas se sintió aún más confundido en ese momento.
Teníais todo el derecho de dejarme perecer —concluyó Atlas con la mirada baja.
Vos también, y aun así me protegisteis— el Emperador añadió, para sorpresa del atlante—. No podía actuar diferente —confesó—. Mas no significa que os haya perdonado —dijo, girándose finalmente hacia él para sostener su mirada.
Atlas no temió por su vida, por lo que estaba dispuesto a aceptar cualquier nueva condena que fuera a imponérsele. Se arrodilló y aguardó una sentencia.
No obstante, considero que el castigo ya ha sido suficiente —Poseidón explicó con un gesto serio y autoritario—. Vuestra gente ya ha sido puesta en libertad y estarán al cuidado de la Atlántida hasta el final de los días; serán tratados con igualdad y se les dará lo necesario para que puedan tener una vida próspera.
¿Es… eso cierto? —Atlas cuestionó, perplejo.
Poseidón asintió.— No deseo cosechar más sombras que en el futuro puedan ennegrecer mi reino, ya es tiempo de concluir el círculo de odio que las Moiras crearon a nuestro alrededor.
Atlas se agachó con claro agradecimiento; si bien pudo aceptar con dignidad la penitencia de Poseidón en la era mitológica, el que su dinastía fuera también condenada por su decisión era algo que lo atormentaba cada momento de cada día.
En cuanto a vos, Atlas de Aries, asesino de reyes, en compensación de la ayuda que otorgasteis a mi reino en la última batalla, yo os libero de la condena impuesta por el Olimpo —determinó con tono imperioso.
El santo apenas pudo creer que estaba escuchando tales palabras, pensó que sería algo imposible, que ni aun viviendo eternamente Poseidón lo indultaría… y ahora no sabía qué decir. En su incredulidad le costó respirar, sintiendo que estaba a punto de sollozar por el sobrecogimiento en su ser, por lo que mantuvo la cabeza gacha como honesta respuesta de agradecimiento, pues ningún santo tenía permitido reverenciar a otro dios que no fuera la sabia Atena.
Poseidón lo miró allí, postrado y temblando de manera involuntaria, sabiendo bien que esa era la forma en la que Atlas actuaba desde que era un chiquillo orgulloso.— En cuanto vuestras heridas hayan sanado deberéis idos —añadió, avanzando de regreso al interior del Palacio—. Regresad al lado de la diosa a la que decidisteis servir y no volváis —dijo, pasando a un lado del santo arrodillado, pudiendo escuchar un débil Gracias que sintió de corazón.
Poseidón se detuvo al quedar de espaldas del santo de Atena.— Eso es todo lo que tenía que decir como Emperador, pero como padre diré una cosa más —dijo, sin mirar atrás—: Vive, Atlas. Deja la oscuridad de tu vida aquí y abraza la luz de la nueva era— fueron las últimas palabras antes de desparecer dentro de la inmensidad del Palacio.




Capítulo 63.
Batalla de reyes. Parte I

Grecia, Santuario de Atena.
Exterior del Templo del Patriarca.

— ¿Quién es usted? — Shunrei pudo preguntar al fin, con un respeto infundido por lo que acababa de presenciar. Ante la orden de la mujer de gafas oscuras, el inmenso titán se retiró como un niño regañado.
La rubia permaneció de espaldas, girando sólo un poco la cabeza para responder, mas sus palabras fueron interrumpidas por el shaman Kenta, quien descendió a toda velocidad en la explanada del Templo.
— ¡Señora Asakura, está aquí!
La misteriosa mujer súbitamente giró el rostro hacia el imprudente shaman, quien, pese a no ver sus ojos por las gafas negras, se atragantó al imaginar claramente una mirada furiosa.
Hiragizawa —corrigió ella—. Señora Anna Hiragizawa* —puntualizó—. Recuerda que el imbécil de tu jefe me abandonó —recalcó.
— ¡Ci-cierto, disculpe mi imprudencia señora… Anna! —Kenta se disculpó con claro nerviosismo—. Es una alegría verla después de tantos años. Es bueno contar con su ayuda —agradeció inclinando la cabeza, siendo entonces consciente de algo—. ¡Pe-pero señora Anna…! ¡¿Por qué trae consigo a un bebé?!
Anna palpó la espalda de la bebé durmiente pese a los sobresaltos y alborotos del entorno; lucía tan tranquila pegada al pecho de su madre, y sólo el chupete rosado en su boca se movía al compás de sus respiraciones.
— ¡Es peligroso! —Kenta reiteró.
— El lugar más seguro para un bebé es al lado de su madre —la mujer respondió con indiferencia—. Además, el mundo está derrumbándose, ¿con quién iba a dejarla con la certeza de que estaría a salvo? ¿Con patanes como ustedes? —resopló—. Son tan incompetentes como el inútil de su jefe.
Señora Anna, por favor, no tiene que hablar así del señor Asakura —pidió el otro Oficial que la acompañaba, quien apenas llegaba al lugar. Sólo hasta entonces es que mostró que llevaba a alguien en brazos.
— ¡Syd! —Hilda de inmediato corrió hacia el hombre, arrebatándole el pequeño cuerpo de su hijo—. ¡Syd, por favor abre los ojos! ¡¿Qué pasa?! ¡¿Por qué no reacciona?! —preguntó con desesperación, trayendo un momento de silencio por el que todos pudieron centrarse en el peligro que los rodeaba.
Hilda comenzó a sollozar al ver el pálido aspecto de Syd y sentir el frío de su cuerpo. ¡No podía ser que su hijo estuviera muerto! ¡No lo aceptaba!
— Aún no es tarde para él —Anna habló, manteniendo la distancia—. Si regresamos lo que esa criatura le arrebató, es muy posible que pueda salvarse.
— ¿De-de verdad? —Hilda preguntó con un brillo de renovada esperanza, lo que le permitió hasta entonces sentir un débil palpitar en el pecho del niño que apenas respiraba.
— Mantenlo con vida hasta entonces, del resto ya nos encargaremos cuando llegue el momento —Anna aseguró con una confianza absoluta.
Si ella lo dice es que es verdad —Kenta intervino, sabiendo que debían hacerse las presentaciones adecuadas—. Ella es Anna A-Hiragizawa —casi cometió el mismo error, lo que habría costado dos costillas rotas en el mejor de los casos—, el señor Yoh debió haberla llamado para que nos ayudara con la situación aquí, ¿o me equivoco? —preguntó, ya que él no estaba enterado del por qué la sacerdotisa había sido convocada, sólo se alegraba de que hubiera llegado en el momento en que más la necesitaban.
— En efecto —Anna se quitó las gafas de sol, mostrando unos alargados y fríos ojos negros enmarcados en un bello rostro—, el Rey de los Tarados me suplicó que viniera a este caluroso sitio ya que estaba seguro de que algo grave iba a pasar, y vaya sorpresa, esta vez no se equivocó.
Anna se apartó un poco, mirando el horizonte hacia donde proyectó sus sentidos, siguiendo con interés la batalla que se suscitaba muy a lo lejos.
— ¿Entonces puede ella explicarnos lo que está ocurriendo? ¿Por qué Seiya ha cambiado de esa manera? No lo entiendo —Shunrei inquirió, aferrada a Arun, quien veía con preocupación al moribundo Syd en los brazos de su madre.
Kenta tardó unos segundos antes de responder—: Todo indica que el santo de Pegaso ha sido poseído por una entidad maligna a la que ya escucharon llamarse a sí mismo Hades, dios del Inframundo.
— ¡¿Es eso posible?! —La esposa del Patriarca se sobresaltó, pues sabía que el dios nombrado había sido eliminado por Atena en los Campos Elíseos.
Yo… no estoy seguro —Kenta confesó, avergonzado.
— ¿En verdad esa entidad que se encuentra dentro de Seiya es Hades? —Shunrei le preguntó a Anna, intuyendo que ella era la que tenía las respuestas correctas—. ¿El mismo Hades que invocó el Eclipse hace más de quince años?
— ¿Eso les dijo? —Anna preguntó casi sonriendo—. Por lo que puedo percibir es apenas una sombra de lo que el Olímpico fue… Una parte de él que de algún modo logró sobrevivir a la destrucción de su verdadero ser y estuvo oculta en el interior de ese hombre llamado Seiya… Lo increíble es que pudo pasar desapercibido para los sentidos de Yoh y de otros shamanes —comentó, meditando si realmente Yoh lo desconocía o sólo fingió no darse cuenta, pero rápidamente apartó tales pensamientos al no creer que el susodicho fuera tan inconsciente al tratar con un asunto tan delicado—. Pero eso no quiere decir que no sea un peligro —admitió con seriedad—. Es obvio que ha decidido alimentarse de esencias divinas en un intento de fortalecerse, si se lo permitimos podría convertirse en algo peor que el Hades que alguna vez sus guerreros enfrentaron.
¿Podría volverse más fuerte? —preguntó Kenta, aterrado por tan sólo pensarlo.
—  Por ahora la fuerza de su cuerpo huésped y el alma que robó de este niño parecen haberse amalgamado bien a su propia esencia... Así que sí, puede convertirse en una calamidad, por ello deben eliminarlo antes de que eso ocurra.
— ¡¿Matar a Seiya?! No, Shiryu jamás lo permitiría —aclaró Shunrei, negándose al plan.
— No hay otra manera —dictaminó Anna con frialdad—. Un exorcismo no servirá… ni siquiera Yoh creo que sea capaz de hacerlo, no es algo que haya enfrentado antes. Por lo que puedo ver, la esencia de Hades se implantó en el corazón del santo de Pegaso de tal forma que se ha vuelto una parte indispensable de él… removerlo lo mataría y en el mejor de los casos quedaría siendo sólo un despojo incapaz de valerse por sí mismo. No es que sea pesimista, es sólo que no hay opción.
— ¿Es verdad todo lo que has dicho? —escucharon de una voz que se adelantó a la aparición del Patriarca en la plataforma que todos ellos compartían.
— ¡Shiryu! —Shunrei se alegró un instante, pero pasó a la angustia al percatarse del cuerpo sin vida que él traía en brazos.
La sacerdotisa Anna reconoció el poderío del santo del Dragón, no sólo por su armadura sino por el aura que lo rodeaba, sin duda estaba ante el líder de los santos de Atena. — Si hubiera otra manera se los diría —juró.
Shiryu dejó el cuerpo de Albert en el suelo, permitiendo que Shunrei se acercara y confirmara el deceso del santo de Géminis. Intentó contener el llanto delante de su esposo, pero sus sollozos no pudieron esconderse. Aun sin saber que Albert actuó por influencia de una técnica mental, Shunrei no podía odiar a uno de los santos que vio crecer en el Santuario, siendo Albert el más cercano a Shiryu desde que era un niño. En verdad lamentaba su muerte.
Apesadumbrado por el dolor que compartía con Shunrei, el santo de Dragón se alejó de ellos con la clara intención de ir en ayuda de Asis de Sagitario, pesando en su ser el que este día no sólo había asesinado a un discípulo, sino que también tendría que acabar con la vida de un querido hermano.

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La Atlántida, reino de Poseidón.

Dentro del Sustento Principal, Poseidón buscó aislarse de todo para centrarse sólo en la protección de la Tierra, que era amenazada por la prominencia solar que Apolo dirigía contra ella.
Al no tratarse de un evento natural, el poder del dios del Sol incrementó de manera notable las llamas y la radiación que sólo otra fuerza igual o superior sería capaz de contrarrestar, siendo el cosmos de Poseidón la única razón por la que la Tierra no había sido arrasada por ese castigo divino.
No obstante, en el tiempo en que ha sostenido ese duelo distante, comprobó algo humillante, sobre todo cuando tosió al sentir una punzada ardiente en el pecho. Julián Solo saboreó la sangre que le manchó los labios, prueba de que había llegado al límite que tanto temía.
Desde que encarnó al primero de sus avatares en la antigüedad, Poseidón se había percatado de que un cuerpo  humano no era un recipiente ideal que pudiera soportar la carga del auténtico poder de un dios como él… Pero ese había sido el castigo de Atena, sellar no sólo su alma de manera permanente sino también el verdadero alcance y magnificencia de su cosmos.
En las pasadas guerras santas en que se batió contra la diosa de la Sabiduría, ambos se encontraban en igualdad de condiciones, atados a cuerpos mortales; pero todo era distinto ahora que intentaba combatir a un dios como Apolo, quien podía soportar la pesada carga del universo sin consecuencias.

¡Emperador! —alcanzó a escuchar dentro del inmenso pilar, era la voz de Tetis, quien había permanecido como custodia de las puertas que selló en cuanto ingresó.
Julián sacudió la cabeza e ignoró el llamado de su súbdita, agradeciendo que ella ni ninguno de sus guerreros pudiera ver las marcadas gotas de sudor en su rostro.

En el exterior, Tetis palpó la puerta sellada con preocupación, como si algo dentro de ella supiera el peligro que corría su señor.
— ¡Señor Poseidón, por favor responda! —suplicó, queriendo escucharlo decir que todo estaba bien, mas su prolongado silencio no hacía más que acrecentar sus temores.
— Él está bien, pero no por mucho tiempo —la sirena oyó, girándose a la defensiva, dispuesta a enfrentar a quien quiera que se hubiera atrevido a llegar hasta allí.
— ¡¿Tú?! — Tetis lo reconoció, siendo un hombre que durante años acudió a reuniones con el Emperador—. Yoh Asakura, ¿qué es lo que estás haciendo aquí? —preguntó con cierta desconfianza.
— Intentando ayudar, arreglar ciertas cosas —explicó, conservando las manos dentro de los bolsillos de su holgado pantalón—. Y también intento disuadir a tu señor de que el suicidio no es la mejor estrategia…
— ¡¿Qué?! —La sirena se sobresaltó.
— Él está intentando romper la barrera que mantiene cautivo su verdadero ser, piensa que es la única manera que tiene para vencer al enemigo y detener la hecatombe solar —el Shaman King explicó sonriente, como un niño que había revelado un secreto que no debía.
No te entrometas en esto. —Yoh recibió la inmediata reprimenda del dios del Mar, quien habló a través del cosmos—. Aléjate, ambos deben hacerlo —ordenó.
— ¡Emperador, no lo haga! —Tetis clamó, angustiada.
Justo en ese instante arribaron al sitio Enoc de Dragón Marino, Sorrento de Siren, Caribdis de Scylla y Nihil de Lymnades, seguidos por Atlas de Aries. Como si todos ellos pudieran ver a través de los muros del Sustento Principal, entendieron inmediatamente la situación por la que Tetis se encontraba tan afligida.
Escúchenme bien, mis marines shoguns —dijo, sabiéndolos allí reunidos y triunfantes tras la batalla con los ángeles—. El peligro que se cierne sobre el mundo ha superado mis expectativas, y por ello deberé hacer uso de mi poder real, uno que no me permitirá permanecer más tiempo aquí, con ustedes, en esta forma —explicó, sin dudar de la decisión que había tomado.
Los marinos se sobresaltaron, mientras que el Shaman King y el santo de Aries permanecieron expectantes.— ¡Aunque este cuerpo vuelva a la tierra, yo triunfaré! ¡Dejaré el resto en sus manos! —anunció, determinado a liberar el poder que durante siglos ha permanecido dormido dentro de su ser.
El Sustento Principal vibró con gran fuerza antes de encenderse completamente por el cosmos aguamarina del dios del Mar, desmoronando construcciones aledañas del Palacio y agitando el océano del planeta entero. Tethis sintió su scale vibrar al punto de la ruptura y un intenso calor lastimándole el cuerpo, mas en vez de alejarse se empecinó en permanecer allí.
El resto de los presentes se admiraron del poder creciente del emperador Poseidón, el cual parecía no tener límites; sin embargo, conforme se volvía más poderoso, mas abandonaba la humanidad que le daba forma.
Los marines shoguns dudaron sobre qué hacer, sabiendo que cualquier intento por contradecir al dios sería desacato, pero aun así ¿estaría bien sólo obedecer sin más?
Antes de que Sorrento obligara a Tetis a retroceder, la sirena aferró sus manos a las compuertas del Pilar en un desesperado intento de abrirlas, cerrando los ojos con dolor al sentir sus manos quemarse con tal solo tocar la superficie.
— ¡Tetis, ¿qué estás haciendo?! ¡Morirás, apártate de allí en este instante! —clamó Sorrento al ver que la sirena manifestó su colorido cosmos, el cual junto al radiante Sustento Principal era un insignificante punto luminoso.
— ¡No lo haré! —gritó ella, desistiendo de abrir las puertas del Gran Pilar pero manteniendo las manos sobre éstas, dejando que su cosmos fluyera y se fundiera con el del Olímpico—. Lamento no poder obedecer su mandato Emperador… pero no puedo traicionar mi corazón, es mi más ferviente deseo el ayudarlo. Aunque mi fuerza sea un simple grano de arena dentro de la infinidad de su cosmos, deseo pelear a su lado, ya que… —se atragantó por las lágrimas se le acumulaban en los ojos— ¡Este reino no sería lo que es sin usted aquí! —exclamó con valentía—. ¡No pienso vivir en un mundo donde mi Emperador no pueda disfrutar la vida que se permitió aceptar! ¡No dejaré que termine de esta manera! —sentenció.
No hubo respuesta por parte del Emperador, quien se sentía sobrecogido por la lealtad y amor expresado por Tetis.
— ¡Ella tiene razón!— Enoc avanzó hacia Tetis, posando su mano sobre el hombro de la sirena al momento en que encendía su cosmos, buscando la armonía con el del Emperador del Mar—. ¿Acaso ha olvidado lo que nos dijo aquel día en el Templo Principal, mi señor? —cuestionó respetuoso—. Somos sus armas, nuestros cosmos arden con un sólo fin y ese es el brindarle la victoria en sus metas. ¡Permita que nuestras vidas completen la fuerza que necesita sin llegar al sacrificio! ¡No es un pensamiento digno de usted el consentir que Apolo se imponga de esta manera, la batalla apenas ha comenzado!
Sorrento cerró los ojos y sonrió un poco al escuchar las palabras de Enoc, quien tenía las agallas suficientes para hablarle de esa forma al dios del Océano y no temer las represalias… sin duda ese coraje era la razón por la que fue nombrado comandante del ejército marino. El marine shogun de Siren avanzó y posó su mano sobre el hombro libre de Tetis, imitando a sus camaradas.
— Dijo que confiaría en nosotros ciegamente, Emperador, ¿acaso cambió de opinión? —preguntó, como lo haría a un amigo.
Nihil tomó por el brazo a la estoica Caribdis, guiándola hacia donde el resto de los marines shoguns estaban para unir sus cosmos al de ellos.

— No es como si fuera a morir en el sentido propio de la palabra—el Shaman King explicó al santo de Aries, quien aguardaba convenientemente a su lado—. Los dioses no mueren con tal facilidad, sólo demoraría su regreso a la Tierra, pero parece que malinterpretaron mis palabras.
Atlas miró de reojo al Rey de los shamanes, notando la sonrisa traviesa en su rostro.— ¿Es esta la reacción que esperabas? —le preguntó ante la declarada maquinación.
— No, pero esto resultó mejor —confesó, mirándolo fijamente a la cara un instante para después retornar su atención al radiante Sustento Principal—. La humanidad y los dioses caminando de la mano, olvidando el pasado y perdonando los rencores… un panorama que Avanish cree imposible se muestra ahora en nuestro mundo pese a tantas paradojas… Ganamos —musitó, para extrañeza que Atlas—. Ahora sólo nos queda solucionar tres grandes problemas que ensombrecen nuestro futuro, y este pequeño contratiempo no puede demorarnos —Asakura aclaró con semblante despreocupado y entusiasta—. ¿Me escuchó emperador Poseidón? —lo llamó, avanzando un par de pasos, sabiendo que sería escuchado por el dios—. Dejemos en manos de los habitantes de este mundo su protección mientras nosotros lidiamos con problemas de nuestra liga, ¿qué opina?

Poseidón siempre intentó ser paciente al interactuar con el Shaman King, mas antes de que objetara su burda insinuación, él percibió el gran poder que vibraba junto al suyo, uno que segundo a segundo crecía y provenía de los corazones de sus marines shoguns.

—Yo creo que en verdad podemos confiar en ellos  —aseguró Yoh Asakura, esperando la respuesta del dios del Mar.

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Grecia.

Asis de Sagitario retuvo y alejó lo más que pudo a Hades del Santuario, de Arun y del titán. Mas su poderoso rival no toleró ser tratado de tal manera, por lo que al encender su cosmos rojizo éste comenzó a quemar al santo de oro.
Asis resistió lo suficiente, y aunque la cloth divina le evitó grandes daños, no lo salvó de que las palmas de sus manos y su mejilla izquierda se carbonizaran por las llamas cósmicas.
Cuando vio que el gigante de oro desapareció del cielo, lo tomó como la señal que necesitaba para reiniciar el combate. Al soltarlo, se aseguró de patearlo en la espalda para crear una distancia prudente y así ejecutar la volátil técnica—: ¡Furia de Quirón!
Creando un segundo sol en el firmamento dentro del que Hades desapareció. Tras la detonación cósmica, el resplandor blanqueó el entorno un par de segundos en los que la fantasmal silueta de Hades se colocó frente a Asis, quien no logró reaccionar cuando fue vapuleado por numerosos meteoros rojos.
Antes de terminar estampado en el suelo rocoso, Asis desplegó sus alas, generando una ola expansiva que disminuyó la velocidad del resto de los cometas que se aproximaban, permitiéndole esquivarlos e impulsarse hacia su oponente.
Del puño de Asis se liberaron miles de truenos dorados, a lo que el dios respondió lanzando más meteoros rojos, imitando por reflejo la técnica del santo de Pegaso.
Relámpagos y meteoros chocaron entre sí, siendo Asis quien se desplazó de manera temeraria entre los estallidos para alcanzar a Hades, golpeándolo brutalmente en la cara. Aprovechando la conmoción momentánea del enemigo, el santo de oro logró impactar una decena más de puñetazos en los puntos vitales de aquel hombre poseído, fallando el último de ellos cuando sintió una presión abismal en todo su cuerpo.
Los ojos de Hades mantuvieron un destello rojo con el que parecía someter los movimientos de Sagitario.
Asis luchó, pero apenas y lograba mover un centímetro de su cuerpo por cada segundo que pasaba, y en una batalla de tal magnitud hasta en un parpadeo la muerte podría alcanzarte.
Hades permaneció en silencio, sin importunarle el labio partido del cuerpo que poseía, después de todo él no sentía ninguna lesión como propia.
El peliblanco sintió que el cosmos de Hades lo oprimía cada vez más, como si esperara pulverizar cada uno de los doscientos seis huesos de su esqueleto. Cuando escuchó la armadura de Sagitario crujir y vio las primeras grietas en ella, creyó que todo estaba perdido. Apretó los dientes mientras intentaba liberarse de tal presión.
Los humanos siempre se empeñan en retrasar lo inevitable —musitó el dios, preparado para asestar un golpe fulminante contra el indefenso santo de Sagitario, mas un rugiente cosmos desplazándose por el cielo detuvo la ejecución.
Hades desapareció antes de que un serpentino cosmos esmeralda lo alcanzara, desplazándose hacia un punto lejano a aquel en el que el santo de Dragón apareció en el aire.
Libre del cosmos del dios, Asis voló junto al Patriarca, agradeciendo en silencio su intervención. Imaginando que le exigiría una explicación intentó hablar, mas con una simple señal el Patriarca contuvo sus palabras.
— Conozco la situación, mucho mejor de lo que tú crees… Por eso es que sé bien que no podré hacerle frente a esta entidad yo solo. Necesitaré que me respaldes, ¿te sientes capaz? —lo cuestionó.
— Como si hubiera nacido para este momento —fue la respuesta del santo dorado.
— Entonces, permíteme un último descuido… Es algo que debo hacer —le pidió, avanzando un poco hacia el enemigo, quien lo contemplaba con indiferencia.
Para sus sentidos tan agudos y la forma que tenía para percibir al mundo en la oscuridad, Shiryu sentía una gran confusión al estar ante aquel poder que reconocía como el que Hades manifestó en los Campos Elíseos, pero también distinguía el que le daba fuerza a la constelación de Pegaso, mezclado con una tercera presencia que sólo había sentido una vez en Asgard hace muchos años. Esas tres esencias se fundían en una caótica entidad que estaba empecinada en concluir las ambiciones del dios del Inframundo.
Por ello y más es que Shiryu sintió la necesidad de hacer una absurda petición.— Seiya, si puedes escucharme necesito que lo demuestres, hermano. Si continúas allí dentro dame una señal, la que sea —pidió, sin avergonzarse de tal suplica.
El dios no reaccionó de ninguna forma, escuchó atentamente para limitarse a decir—: En los Campos Elíseos juré que acabaría con el alma de Pegaso… Él ya no existe, y pronto ninguno de ustedes lo hará.

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Más allá del infinito, en un espacio diferente y fuera de la comprensión de cualquier mortal se encuentra el hogar de los dioses, seres inmortales que nacieron del cosmos y fueron bendecidos con la sabiduría del universo y el poder del dunamis.
Dentro de uno de estos espacios gobernaba Apolo, renombrado dios del Sol e hijo del omnipotente Zeus.
Su morada era un inmenso templo sin techo y sobre el que un radiante sol siempre se encontraba en su cenit, bañando con su luz las blancas paredes. El suelo parecía estar hecho de mercurio, sirviendo como un espejo metálico que reflejaba la maravilla del ambiente, la pureza de los muros, el precioso rojo del cielo y las algodonosas nubes anaranjadas de aquel eterno atardecer. En el centro de tan magnifico templo de base rectangular se encontraba Apolo, de pie y en total solitud.
La figura del dios resaltaba aun entre los vibrantes colores del cielo, su cabello rojo y rizado coronaba su cabeza, mientras una tiara de oro le cubría la frente. Su esbelto y largo cuerpo se encontraba envuelto por una larguísima capa blanca que se mecía con el paso del aire sobre ella.
Ante su total quietud era increíble imaginar que se encontraba en pleno duelo de poder contra el mismísimo dios de los Mares, Poseidón, quien lo combatía desde el planeta Tierra.
Lo cierto es que Poseidón era alguien a quien debería temer o con quien tendría que evitar cualquier tipo de confrontación, mas confiado en que él se había fortalecido mientras el hermano de su padre se había vuelto débil, el dios del Sol tenía la certeza de que su voluntad se cumpliría.
En el momento en que sus heraldos comenzaron a perecer, no hubo tristeza, ni pena en sus derrotas, sólo un desprecio aberrante al saberlos vencidos por míseros humanos, avivando  más las llamas de la prominencia solar que dirigía contra la Tierra.
Seguía sin comprender por qué era el único dios dispuesto a no tolerar más las infamias que estaban cometiéndose en ese desdichado mundo. No sólo los humanos habían osado atentar contra los dioses crédulos que confiaron en sus artimañas; los impíos esbirros de Nyx estaban intentando volver a este plano a través de la corrompida Tierra; una abominación sin precedentes crecía en el interior del santo de Pegaso; y Poseidón había perdido lo último que le quedaba de cordura al decidir proteger un mundo tan corrupto y enfermizo del que jamás dejarán de brotar calamidades.
¿Era por miedo a Zeus? Desde que el rey de los dioses proclamó ese infame pacto con los humanos todos los Olímpicos parecieron haber perdido la dignidad… Nadie objetó pese a que en el fondo algunos lo desaprobaban, incluso el padre de los dioses se atrevió a darle a Atena el control del Olimpo… a ella, quien fue la iniciadora de tanto desorden al permitirles a los humanos descubrir las bondades del cosmos.
Quizá los demás dioses podían soportarlo, pero él no… No más.
— Es extraordinario ver que alguien que dice despreciar el pacto de Zeus para con el hombre, haya decidido beneficiarse tanto de él.— Apolo escuchó una voz que no lo tomó desprevenido, nadie entraba a sus dominios sin él saberlo, por mucho que este individuo intentara ocultarlo. Pero el intruso no deseaba esconderse, mucho menos atacar a traición, por lo que apareció frente al dios del Sol momentos antes de que éste abriera sus grandes e inclementes ojos azules.
— Apolo, ha pasado mucho tiempo —dijo el hombre joven envuelto por una austera capucha blanca que resplandecía como si estuviera hecha con hilos de luz.
El Olímpico no respondió pronto, sabiendo que sería indigno de su parte pronunciar el nombre de la despreciable entidad invasora.
¿Cómo osas dirigirme la palabra o siquiera mirarme a los ojos, falso dios de la Tierra? —cuestionó el imperturbable dios del sol—. ¿Planeas acaso volver a interponerte a mis deseos tal cual lo hiciste en la Antigüedad? No estuviste a la altura antes, no lo estás ahora. Arrodíllate y quizá te permita morir sin dolor.
Avanish sonrió, apartándose el capuchón de la cabeza con la mano vendada, dejando al descubierto su rostro y largo cabello gris.
Atrapados en un breve déjà vu, ambos dioses recordaron esa vez en que sus vidas colisionaron y cambiaron el mundo de los mortales para siempre. Para Apolo, Avanish era una ofensa que su padre Zeus le impidió remendar.
— Sigues mirándome de esa forma tan narcisista —Avanish indicó, para nada intimidado ante el alto Olímpico, cuyo cosmos ardía más que mil soles—. Pero te equivocas, no estoy aquí para ser el héroe de la raza humana, no esta vez —respondió con tranquilidad—. La humanidad ya no está sola y ha aprendido a defenderse por sí misma… puedo sentirme en paz con eso —murmuró, descubriéndose el hombro izquierdo, dejando ver que de entre las vendas negras y calcinadas que cubrían su extremidad, comenzaban a salir delgadas flamas rojas.
Venganza —Apolo afirmó, ese era el sentimiento que dominaba al falso dios de la Tierra—. ¿Acaso piensas admitir que todo lo que has hecho en la Tierra hasta ahora fue para llegar a este preciso momento? —el dios inquirió con cierto desagrado.
Avanish sonrió aún más, reprimiendo la risa.— Es cierto que a ti te debo todo lo que soy —dijo, arrancando los vendajes que reprimían el fulgor de las llamas perpetuas de su brazo izquierdo, mostrando una piel marchita y flamígera desde la punta de los dedos hasta la cicatriz punzante que se plasmaba a la altura de su corazón, eterno recuerdo de su batalla con el dios Apolo en la era mitológica—. Pero no eres el centro de mi todo… Aunque debo admitir que esperaba que el destino me diera esta oportunidad… Contaba con que me darías la oportunidad.
— Me acusan de asesinar a los dioses que decidieron habitar en la Tierra de acuerdo a las normas del tratado, mas también te has aprovechado de la situación todo este tiempo, enviando a tus ángeles cada que profetizabas el advenimiento de alguno de ellos y así consumir sus cosmos para fortalecer el tuyo —acusó, apuntándole con el dedo flameante—. Confiabas en que nadie se percataría de ello, pero fue demasiado ingenuo de tu parte ya que compartías el territorio de caza con mis propios depredadores —explicó, divertido—. Tuvimos que librar nuestra batalla con mucha discreción, pero ya que has decidido dejar de ocultar tus verdaderas intenciones nada me impide destruirte. ¿Recuerdas?  —enfatizó—. Todo dios que se atreva a incumplir el pacto queda sometido a la voluntad de los mortales y de las deidades que vivan en ese mundo llamado Tierra, por lo que tu muerte no será un agravio contra el Olimpo, sino justicia respaldada por los mismos dioses.
— Temo que esa es una justicia que no te corresponde impartir, mi honorable predecesor —interrumpió una nueva voz que se dejó escuchar por el lugar, siendo Avanish quien se sorprendiera al reconocerlo y volverse, pues había quedado en medio de Apolo y los recién llegados.
— Además, tú y yo debemos finalizar el juego que tenemos pendiente, ¿recuerdas? —inquirió el actual Shaman King, Yoh Asakura.
Apolo no centró su atención en el insignificante shaman, sino en la otra entidad que venía detrás de él.
Has venido, Poseidón.

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Grecia.

— La maldición de Hades… —musitó Shiryu, recordando el crudo momento en que Seiya recibió la estocada mortal del dios del inframundo para proteger a Saori Kido. En ese momento lo creyeron muerto y su regreso a la vida fue considerado como el último milagro labrado por la diosa antes de abandonar la Tierra… Pero ahora esa bendición se transformó en un maleficio para todos aquellos que mancillaron el orgullo del hijo de Cronos.
El santo de Dragón cerró los puños con fuerza, entendiendo que no existía alternativa… Como Patriarca, era su deber guiar a los santos a enfrentar cualquier amenaza que pusiera en riesgo la vida y prosperidad del mundo, por lo que no había momento para dudar, enfrentaría al enemigo sin importar bajo qué rostro se escondiera.
— No dejaremos que se propague en el reino de Atena —dijo, a lo que Asis entendió la instrucción oculta.
Shiryu desató la fuerza de los Cien Dragones de Rozan que desaparecieron ante el despliegue de cosmos de Hades. Asis vislumbró el momento justo en que pudo desplazarse para acortar la distancia entre él y el dios, mas Hades no se dejó sorprender y volvió a inmovilizar al santo con una sola mirada, al mismo tiempo en que extendió el brazo izquierdo para bloquear el Dragón Ascendente que el Patriarca intentó clavarle en la quijada. Sagitario aprovechó la colisión para liberarse y arremeter contra el dios.
Hades reaccionó como el santo de Pegaso lo habría hecho, bloqueando con sus manos los golpes del enemigo, reflejos que ese cuerpo dominado ya traía consigo y al que poco a poco se sentía más afín. Los dos santos lo cubrieron de siderales golpes que él contenía con una velocidad superior.
En las manos de Hades nacieron dos destellos rojos que impactaron contra sus adversarios. Asis lo recibió en la frente y Shiryu en el pecho, sufriendo la misma cantidad de dolor cuando el cosmos escarlata estalló dentro de sus cuerpos, incendiando sus armaduras en llamas rojas. Ambos cayeron estrepitosamente al suelo, siendo el Patriarca quien pudiera ponerse de pie primero, mientras Sagitario convalecía.
Es muy fuerte… pero a la vez es como dijo esa mujer, no es el mismo Hades al que enfrentamos, sólo una parte de él… De lo contrario ya estaríamos muertos —el Patriarca pensaba mientras trataba de elegir su siguiente movimiento.
Hades se adelantó y dejó caer sobre ellos una violenta marejada de cosmos.
Shiryu lo vislumbró claramente, ese estruendo y cauce torrencial sobre él lo transportó al Monte Lu y la cascada en la que por años se entrenó, sabiendo que era capaz de invertir la poderosa corriente.
¡Asis, apunta! —lo alertó con un mensaje telepático, a lo que el santo de Sagitario se incorporó de inmediato, maldiciendo la vista nublada que tenía tras el último ataque recibido.
Invocando su poderoso cosmos, Shiryu ejecutó el—: Rozan Sho Ryu Ha! (¡Dragón Naciente!)— siendo su puño el que invirtiera el cauce de poder y lanzara de vuelta la furia de Hades al cielo.
El hasta entonces imperturbable rostro de Hades alzó las cejas con asombro, interponiendo la mano para protegerse del torrente cósmico y consumirlo. Pero en ese mísero lapso de concentración absoluta, algo le impactó en la frente. Apenas logró ver el resplandor que le golpeó el casco y lo arrancó de su cabeza.
Hades echó la cabeza hacia atrás, pudiendo ver la flecha dorada clavada en el centro del yelmo, siendo solo tres milímetros de la punta lo que sobresalía en el interior de la protección. Un delgado e insignificante hilo de sangre cayó por su entrecejo, dividiéndose el cauce en dos por el tabique de su nariz. No sintió dolor, jamás lo haría estando dentro de ese cuerpo ajeno, mas el acto provocó que la ira recorriera su ser.
Ante la indicación del Patriarca, Sagitario sólo tuvo una oportunidad, siendo el rostro del dios el único blanco posible, mas por un inoportuno temblor en su mano derecha es que erró por varios centímetros. Anticipando el fallo, Shiryu ya se había impulsado hacia Hades, quien tenía la vista en el casco que volaba lejos de él. Preparó su brazo derecho y apuntó el expuesto cuello del dios con Excalibur.
Un chorro de sangre saltó violentamente en el aire cuando la espada cortó carne, arterias y hueso.
Shiryu contuvo el grito de dolor que tensó su mandíbula, apretando con la mano izquierda el muñón sangrante por debajo del codo que la magnífica espada de Hades dejó a su paso cuando ésta se manifestó.
El dios buscó herirlo de manera consecutiva, mas el santo de Sagitario se abalanzó y logró empujar al Patriarca antes de que fuera herido por segunda vez. Aunque ambos salieron del rango de alcance, Asis fue tocado en el costado por la veloz espada del dios, cayendo pedazos de su armadura para dejar a la vista un profundo corte del que la sangre salió a gran presión por unos segundos.
No habrá una segunda oportunidad como esa —el dios decretó con el ceño fruncido. Dejó que su cosmos carmesí fluyera por la hoja de su espada, lanzando un golpe a distancia que liberó una fulminante ráfaga cortante hacia los santos.
Preocupado por la seguridad del Pontífice, Sagitario sólo tenía en claro que debía alejarlo del enemigo, mas Shiryu chasqueó los dientes y se zafó del agarre para encarar el ataque carmesí, interponiendo el escudo del Dragón. Asis quedó boquiabierto cuando la coraza de jade no se partió en dos.
Shiryu voló a toda velocidad contra el dios nuevamente, anteponiendo el escudo para cubrirse de cualquier ataque a distancia, mas Hades aguardó, preparándose para cortar la cabeza del Patriarca del Santuario, lo calculó todo en ese nanosegundo, pero un destello inesperado cambió toda su visión cuando del muñón sangrante del santo apareció la reluciente hoja de Excalibur echa de cosmos dorado.
El dios antepuso atinadamente la espada divina contra su pecho, deteniendo el paso de Excalibur, quedando ambas unidas en un duelo de poder.
— Sin importar que hagas mi cuerpo pedazos, nunca me detendré —el Patriarca aseguró con valentía y fervor—. No soy el mismo muchacho ingenuo de hace quince años, ¡ninguno de nosotros lo es! —Un veloz golpe con el escudo logró que ambos separaran sus cuerpos sólo para iniciar un sideral duelo de espadas.

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Más allá del infinito. Reino de Apolo.

— ¿Ustedes? ¿Aquí? —cuestionó Avanish a los reyes.
— Lamento mucho la interrupción a su morada, señor Apolo —Yoh Asakura ignoró a su predecesor, hablando con fingida propiedad al dios—. Pero le gustará saber que estoy aquí para llevarme a este indeseable sujeto de su reino, ya que de seguro deberá atender con formalidad a este distinguido visitante. —Señaló con la palma de la mano al silencioso Poseidón, quien portaba su majestuosa scale dorada y miraba fijamente al hijo de Zeus.
Ambos dioses quizás ni escucharon al parlanchín shaman, mucho menos les importó que Yoh Asakura y Avanish desaparecieran del lugar cuando dos gigantes manos de fuego rojo emergieron del suelo para cerrarse sobre ellos y trasportarlos a otro destino.

Avanish no logró preverlo, pero una vez que esa mano flameante se cerró, le concedió a Asakura el llevarlo a donde planeaba sin oponer resistencia.
Las llamas no lo hirieron de ninguna forma, por lo que cuando se desvanecieron entrecerró un poco los ojos por el resplandor blanco que giraba no muy lejos de su actual posición. Reconoció el torbellino invertido sobre el cielo eternamente amarillento, los altos tótems de piedra incrustados en el árido suelo y el espeso bosque alrededor del torrente al que ellos llamaban Los Grandes Espíritus.
¿Qué es lo que vuelve dios a un dios?... Fue lo que me preguntaste justo aquí, antes de que iniciaras tanta locura y caos —habló Yoh, algunos metros frente a él, con el torbellino de luz respaldándolo.
— ¿Por qué me trajiste aquí? ¿Por qué interfieres? —Avanish cuestionó, manteniendo una débil sonrisa—. Si Apolo no es exterminado este mundo será arrasado por la fuerza del universo.
— Como ya dije, no es tu deber enfrentar tal amenaza, ni ninguna otra, deberías saberlo —el Shaman King respondió con afabilidad—. Además ya tengo mi respuesta, lo que me pediste meditar durante el largo desafío.
— ¿En verdad? —Avanish cuestionó con curiosidad—. Si estás tan ansioso por decírmelo, entonces hazlo sin demora, dame la respuesta que has obtenido.
— Es bochornoso —sonrió como un niño mientras se rascaba un poco la cabeza, más súbitamente cambió la expresión atolondrada a una más seria  y determinada—. Los lazos que crea con los seres humanos, esa es mi resolución.
Avanish no objetó, mantuvo una expresión serena pese a la mirada retadora del actual Shaman King.
— Un dios que no cuenta con vidas que proteger, —prosiguió Yoh, recordando el despertar de Horus en Egipto—,  ni seres que lo amen de manera incondicional —y la unión de los marines shoguns ante el Sustento Principal—, no puede llamarse a sí mismo dios.
Avanish soltó una repentina y mordaz carcajada.— ¡Cuidado Asakura, esas palabras te condenarían a un castigo eterno si te escucharan las entidades equivocadas! Pero yo lo respeto —celebró, apaciguando la risa—… La verdad, no es la clase de respuesta que esperaba de ti, pero no por nada continúas siendo un ingenuo ser humano.
— Un humano que te ha vencido en tu propio juego —Yoh le recordó—. Intentaste que este mundo colapsara desatando la ira de los dioses, pero ellos accedieron a escucharme y decidieron confiar en que la humanidad resolvería la situación —explicó con seriedad—. No fue fácil, te concedo eso, y en algún momento creí que fracasaría, sin embargo, hubo dioses benévolos que me apoyaron y lograron mantener la paz entre sus hermanos… y a ellos les estaré agradecido eternamente. Por lo que yo gané.
— ¿Y qué ganaste exactamente, Asakura? —cuestionó Avanish con hilaridad—. ¿Cuántos seres humanos quedan en este mundo ahora? ¿A cuántos defensores de esta Tierra has perdido? ¿Crees que el descontento con los reinos celestiales cesará sólo con palabras hermosas y promesas superficiales?
— En eso tienes razón, tuve que prometerles algo a cambio de que se apegaran al pacto pese a tus enfermas maquinaciones.— Apenas y movió la mano cuando una espada brillante se manifestó justo ahí para empuñarla. El mango era de un metal rojo, mientras que la hoja estaba hecha con una densa energía espiritual blanca —. Y eso es entregarles tu alma para que hagan lo que les plazca con ella.
— ¿En verdad valgo tanto como para que mi insignificante alma apacigüe tantos agravios? —preguntó irónico—. O eres muy buen orador o simplemente un cruel manipulador… —dijo, sonriendo de manera siniestra.
— No fui yo quien inició estas absurdas batallas. Por más que adornes tus acciones y te digas que buscas la salvación de este mundo, sólo los has llevado más cerca del exterminio.
— Tú también cometiste actos deplorables en tus vidas pasadas creyendo que hacías lo correcto para ti y los tuyos. ¿Quién eres tú para juzgarme, Hao Asakura? —dijo el señor de los Patronos.
— Admito que tú y yo no somos tan diferentes… —dijo el Shaman King con humildad—. Pero en las múltiples vidas que he tenido que surcar, he aprendido más cosas que las que tú pareces comprender —le apuntó con la punta de su espada—. La más importante, que las almas de los mortales no están hechas para cargar con el peso de la inmortalidad, no importa qué tan fuertes o voluntariosos sean, qué tan nobles o virtuosos actúen, al final, éstas sucumbirán por las debilidades más básicas de nuestra esencia: ira, miedo y soledad.
— Es por ello que se nombra a un nuevo Shaman King cada quinientos años, los Grandes Espíritus son sabios y entienden las limitaciones de los hombres. Pero tú te negaste a abandonar el puesto como el primero de nosotros, impulsado por la rabia de tu herido corazón, y vaya que entiendo eso— Asakura pausó, pero sin que su mano armada perdiera firmeza.
— Nuestras vidas son cortas y por eso vivimos con una intensidad que nos lleva a cometer muchos errores, pero a la vez a apreciar cada momento de nuestra existencia y experimentar cada emoción con plenitud. Ante los dioses somos seres diminutos e imperfectos, nos acusan de primitivos y salvajes, pero existen otros que entienden el espíritu humano y su deseo de vivir con tal pasión, siendo así que pueden perdonar nuestra ingenuidad e intentan guiarnos a un futuro mejor. Es lo que dioses como Odín, Horus y otros más están viviendo ahora, tras estas breves y temporales vidas  que se han permitido vivir entre nosotros, estoy seguro de que comprenderán de mejor forma a los seres humanos y aprenderán a ser mejores guías del hombre si ese es su deseo, terminarán por darnos un auténtico valor que va más allá de los prejuicios del pasado.
— De verdad tienes mucha esperanza en ellos ¿verdad? En los dioses. Si es así, dime ¿por qué es continúas siendo un simple mortal? Si los aprecias tanto como dices, ¿por qué es que te resistes a convertirte en uno? —Avanish preguntó—. Responde Asakura, es algo que en verdad deseo saber antes de que todo esto llegue a su fin.
— Sólo si tú me cuentas el auténtico motivo por el que hiciste todo esto —respondió el Shaman King con un gesto más amistoso.
— Destruir los ciclos enfermizos de este mundo —le recordó—. ¿Crees que miento?
— No, sólo que no me has dicho todo… Y por lo que pude ver en el Templo de Apolo, vaya que aún le guardas un gran resentimiento.
— Supongo que todo monstruo termina odiando a su creador —bromeó Avanish—. Pero no, jamás pondría en peligro a este mundo por algo tan insignificante como la venganza, disculpa por ver la oportunidad y no resistirme… Creí que apreciarías el favor.
— ¿Cómo puedes decir que te preocupas por este mundo si lo has llevado al borde un precipicio? Permitiste que seres del Abismo estuvieran a punto de apropiarse de la Tierra —recriminó.
— Aunque te cueste creerlo, todos y cada uno de los que decidieron seguirme tenían el potencial necesario para cambiar al mundo que conoces, ya sea por sus ideales o su poder. Sennefer jugó de manera astuta, sus métodos fueron agresivos y brutales, lo admito, mas yo pude ver a través de las apariencias y todos esos seres condenados a la oscuridad habrían vivido prósperamente si se les hubiera dado la oportunidad —comentó con cinismo—. Después de tantos milenios encerrados, volver a un mundo de luz los haría apreciar la vida como tú tanto profesas.
— Todo se acabó, Avanish, acéptalo —cortó Yoh—. Todos tus guerreros han sido derrotados, ¿qué esperas conseguir ahora? Estás solo.
— ¿Solo? —inquirió, sonriendo con sadismo—. ¿Me estás retando finalmente? Cuando aparecí ante ti, justo aquí donde pudiste intentar detenerme, no lo hiciste por miedo a que los espíritus de la Tierra pudieran salir lastimados, ¿qué hay de diferente ahora?
— El que ahora estoy seguro de que el mundo resistirá cualquier calamidad que le presentes.—Yoh se rodeó con su poder espiritual, brillante como el alba—. ¡Cuando los hombres, espíritus y dioses pelean por el mismo fin nada podrá vencerlos!
En menos de un parpadeo, Yoh Asakura se lanzó contra el primer Shaman King, dirigiendo la hoja de luz hacia la frente del peligris, quien sólo estiró la mano e interpuso la punta de su dedo llameante para detener el paso de la espada. El impacto embraveció el viento de alrededor, remolineando el cabello y ropa de ambos, así como doblando las troncos de los árboles que forraban el terreno sagrado.
— Tienes razón en una cosa, el pequeño juego entre ambos terminó… Creí que tendría más tiempo, pero superaste mis expectativas, bien hecho —Avanish dijo, sujetando entre sus dedos la espada de Asakura—. Pero si quieres vencerme tendrás que mostrarme algo mejor que esta mediocre posesión. La frágil alma de un samurái no será suficiente —musitó al quebrar la cuchilla de luz con un ligero apretón de su pulgar.
Yoh abrió los ojos sorprendido, escuchando el aullido de dolor de Amidamaru.
Con sólo pensarlo, Avanish manipuló los fragmentos en los que quebró esa alma y los lanzó como navajas hacia Asakura, quien atinó a transformar la empuñadura rota en un gran escudo para protegerse y volver a unir el alma de su más fiel espíritu acompañante.
— Sé que alguien de tu nivel puede invocar algo mejor —Avanish aguardó—. Vamos, ¿qué no planeabas confiar en los espíritus de la Tierra? ¿Por qué no aparecen e intentan proteger a su Rey como la última vez? —alzó la voz, incitando a que esas seis entidades se manifestaran.
— Solo uno será suficiente — dijo Yoh al desvanecer el escudo para inclinarse y tomar un puño de tierra sobre la que dejó su poder fluir, creando una katana japonesa con una empuñadura de jade y hoja dorada echa de intensa luz—, el que nació de mi alma y el que más ansía combatir desde que todo esto comenzó, ¡el espíritu de la tierra!
En el instante en que la empuñó, el suelo tembló ante el rugido de su poder liberado.

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Grecia.

Asis de Sagitario observaba el duelo mortal de espadas que el Patriarca y Hades mantenían por el cielo. Siguiéndolos de cerca buscaba la mejor oportunidad para intervenir, mas a la velocidad con la que se movían era imposible encontrar un instante ideal dentro de ese huracán de ráfagas cortantes. Con su vista de francotirador enfocada en ambos, mantenía el arco siempre listo para actuar en favor del Pontífice, quien de manera magistral había logrado resistir los embistes del dios del inframundo.
Sin embargo, cuando Hades tensó el entrecejo, la batalla cambió; sujetó con ambas manos la empuñadura de la espada, desatando un poderoso mandoble que obligó al santo a defenderse con el escudo del Dragón.
La fuerza empleada por el dios fue terrible, Shiryu sintió que su brazo izquierdo se rompió por el impacto por el que el escudo finalmente se agrietó, siendo empujado hacia la montaña más cercana, de la que demoró en salir por la profundidad en la que se vio atrapado.
Desde la distancia, Hades apuntó al santo con su espada y de ésta salió un fino resplandor de cosmos, el cual impactó en la flecha dorada que Asis lanzó como blanco sustituto. El proyectil se despedazó en diminutas partículas al ser tocado por el cosmos del dios, generando una explosión que enterró momentáneamente al Patriarca entre la montaña.
Para cuando Hades se giró hacia un lado, Sagitario ya estaba sobre él ejecutando una técnica relampagueante que logró contener al interponer la palma de la mano.
La mano del dios reflejó el cosmos de Asis contra él, mas el santo se entercó en avanzar pese al soplo cósmico que hacia su piel arder, así que en un batir de sus alas logró dar el impulso que le permitió sujetar al enemigo por la muñeca y desplazarse hasta su espalda para sujetarlo con fuerza e impedir que pudiera mover los brazos con libertad.
Al retener las extremidades del enemigo, Asis le concedió al Patriarca la fugaz oportunidad de un golpe letal. Shiryu lo escuchó en su mente, y lo vio tan claro como si sus ojos hubieran recuperado la vista. El descubierto peto de la cloth negra y detrás de ella el corazón corrompido por la maldición de Hades, ¿si lo perforaba todo terminaría? Seiya moriría sin duda, pero ¿y Hades?
Ese segundo de vacilación y el siguiente que le tomó el impulsar los pies, es lo que determinó el fracaso de los santos.
El resplandor en los ojos de Hades liberó un arrollador relámpago de su cuerpo, el cual unió el cielo con la tierra como un terrible presagio. El abrasador cosmos hirió a Sagitario, quien salió expulsado por centellas que castigaron y paralizaron su cuerpo.
Shiryu continuó su veloz ascenso, percatándose del cambio en el cosmos del dios, el cual dejó de sentirse como un torbellino devastador para transformarse en un siniestro agujero negro que lo consumiría todo.
El Patriarca pasó a través de Hades sin que Excalibur hubiera golpeando algún punto de su ser, en cambio, él escuchó su peto crujir y sintió su piel empaparse por la larga herida diagonal que se le abrió en el tórax. El dios buscó atravesarle el corazón por la espalda, mas el santo de Dragón giró sólo para recibir la estocada en el lado opuesto del pecho y así eludir la muerte unos segundos más.
Con una sola mirada, el silencioso dios lo condenó a morir al mover la espada a través de la carne del santo hacia su cabeza. Sólo alcanzó  a subir dos centímetros cuando una cadena se le enredó en el puño armado y de un certero movimiento manipuló la extremidad de Hades para que éste retrocediera y sacara el arma del cuerpo del Patriarca limpiamente.
Aquella abrupta separación casi dejó en la inconsciencia a Shiryu, mas rápido se sintió atrapado por alguien que se apresuró a llevarlo a tierra, donde ya el convaleciente Asis de Sagitario estaba levantándose.
El santo dorado no tenía idea de quiénes eran los individuos que aparecieron para auxiliar al Patriarca, pero en el resplandor de sus armaduras divisó las mismas propiedades divinas que existían en la cloth de Dragón.
— Ya estamos aquí Shiryu— escuchó de aquel que lo llevaba en brazos, en su debilidad tardó en reconocerlo, pero cuando lo hizo fue clara su exaltación.
— ¡¿Hyoga?! —Shiryu permaneció incrédulo, atragantándose por la sangre de sus heridas e impidiéndole hablar. Hyoga había desaparecido desde el inicio de todo esto. ¿Por qué ahora…?
— Seiya, cuida de Shiryu —pidió Hyoga a Asis de Sagitario una vez que pisó tierra. Por reflejo el santo dorado se acercó para sujetar al Patriarca del brazo y servirle de apoyo momentáneo.
— Nosotros nos encargaremos de Hades de una vez por todas, y salvaremos a Atena— el santo de Cisne añadió, elevándose a toda prisa para asistir en el combate a Shun de Andrómeda.
— ¿Ese hombre acaba de llamarme Seiya?— Sagitario preguntó un poco extrañado.
El Patriarca también se percató de ello, así como el que Hyoga mencionara a Atena en ese momento…
Por un lado debería estar contento por volver a saber de sus hermanos, vivos y con bien, pero la intranquilidad en su corazón le hacía desconfiar de la conveniente aparición.
— Es… como si no vieran lo mismo que nosotros —dedujo en voz alta, siendo así que en la oscuridad de sus ojos, una mujer se presentó ante él.
De hermosa apariencia y cosmos distinguido, la mujer de cabello azul y tiara en la cabeza le habló a través de su mente.
Está en lo correcto, Patriarca del Santuario. ¿Pero acaso eso importa? Ellos están aquí para ayudarlo ante un enemigo tan temible.
¿Quién eres tú? —el Patriarca preguntó, manteniendo esa conversación en secreto.
Mi nombre es Tara, Patrono de la Stella de Euribia.
¿Una Patrono? ¿Aún quedan más de ellos? —Shiryu pensó, siendo un pensamiento que no quedó oculto para la doncella.
La última— mintió, por el bien de su hermana y Ábadon—. Mas no es mi intención continuar con absurdas confrontaciones. La lucha del señor Avanish ya no es la mía, está solo —anunció con frialdad. Así como el primer Shaman King había abandonado a su madre Hécate a su fatal destino, ella decidió hacer lo mismo.
Sabiendo que sus pensamientos no estaban a salvo, Shiryu dejó de intentar ocultarlos.— ¿Qué les has hecho? —preguntó.
Fueron resguardados como una prevención por si los dioses decidían soltar su castigo divino sobre nosotros… Y ahora que está sucediendo pueden cumplir con su función. Sin embargo, no dejan de ser mis prisioneros —explicó—. Muñecos sin voluntad no sirven en una pelea de esta índole, pero tampoco puedo permitir que sus juicios se nublen sólo por la cercanía que tienen con Seiya de Pegaso… Y veo que no me equivoqué, ellos harán lo que usted no tiene el valor de hacer.
¡Sólo estás controlándolos! —Shiryu se mostró molesto.
Esa no es mi habilidad —confesó sin remordimiento—. Sólo elegí un momento apropiado de sus vidas y recreé para sus mentes y sentidos el escenario de su pasada lucha en los Campos Elíseos. Así, mientras usted ve el rostro de un querido amigo, ellos ven lo que realmente es, a Hades, dios del Inframundo.
¡¿Por qué haces esto?!
¿Reniega de mi ayuda? —Tara cuestionó—. ¿No le basta con saber que ya no seré más su enemiga y que al final de la batalla dejaré libre a sus amigos? Supongo entonces que quiere una respuesta más honesta… La única razón por la que estoy aquí es para ver a ese monstruo destruido —explicó con gran resentimiento—, quiero matarlo así como él asesinó a mi madre, y esta es la única manera que tengo para hacerlo


FIN DEL CAPÍTULO 63


* Mejor conocida como Anna Kyoyama, es un personaje oficial de la serie de Shaman King. Para este fic ella estuvo casada con Yoh Asakura cuál era su sueño desde pequeña, mas Yoh terminó la relación de manera abrupta al poco tiempo de que se volvió Shaman King. En consecuencia, Anna terminó volviéndose a casar con el viudo Eriol Hiragizawa, antiguo líder de los hechiceros y padre de Sugita de Capricornio.