lunes, 8 de abril de 2013

El Legado de Atena. Capitulo 35. El futuro no está decidido. Parte 2


— ¡¿Dónde está?! —resaltó una voz femenina por encima de las demás que murmuraban en la oscuridad — ¡¿Cómo está ella?!
Una joven apartó al resto de las siluetas oscuras, abriéndose paso hasta ser alcanzada por la luz de la cueva.
Alrededor de la fuente cristalina, sólo otras dos personas se dejaban iluminar por la luz: el guardián de mascara gris y una mujer de edad madura. Esa mujer portaba una armadura platinada con bellas incrustaciones de jade, su cabello llegaba hasta su cintura y cada hebra poseía el color del cielo azul.
— ¿Danhiri? —dicha mujer le preguntó a la joven recién llegada— ¿Qué es lo que haces aquí? Deberías estar llevando a cabo tu misión —le recordó con severidad.
— Sé cuál era mi deber, madre. Aceptaré cualquiera que sea tu castigo, pero ahora lo más importante para mí es Tara —respondió la joven con valentía, una guerrera que era idéntica a la chica vidente que habitaba dentro de las aguas de la fuente. Pero Danhiri no poseía gestos gentiles ni pacientes, sus facciones expresaban frialdad y furia de una mujer que seguía el camino de la violencia. Su cuerpo estaba cubierto por una llamativa armadura roja que resaltaba la blancura de su piel y el azul de su largo cabello.
— Tu sanción llegará, no por mi mano— le aseguró su madre—. Después hablaremos tú, yo y el señor Avanish, por ahora hay cuestiones más importantes que debemos tratar.
— La señora Hécate tiene razón —intervino el enmascarado—, Dahack está muerto, y desconocemos el paradero de Caesar y la localización de la Áxalon.
— ¡¿Qué has dicho, Ábadon?! —Danhiri exclamó—. ¡Eso no puede ser!
El llamado Ábadon asintió con pesar.
— Pero si Asgard estaba destinada a caer, ¿cómo es eso posible? ¡¿Cuál fue el fallo?! —la joven Danhiri deseó saber.
No lo llamaría ‘fallo’ —en respuesta, se escuchó la voz de la persona a la que siguen y obedecen—, sino un milagro… Una vez más la voluntad humana sobrepasa la fuerza del destino y transforma el futuro —sus palabras hicieron eco en cada rincón de la caverna.
Danhiri buscó a su señor donde suele sentarse, mas no se encontraba allí. Notó cómo es que Hécate y Ábadon miraban hacia el interior de la fuente, por lo que al acercarse un poco pudo encontrarlo.
Él estaba allí dentro, acunando a una durmiente Tara, quien permanecía en un sueño profundo forzado por su mano. De lo contrario, su joven vidente habría cometido más de un acto insensato sólo por amor. Su responsabilidad hacia ella era grande como para dejarla cometer equivocaciones.
— Es algo que ocurrirá con frecuencia a partir de ahora… Es común en las guerras de los hombres, donde las pasiones y los deseos determinan el rumbo de la historia. Pero no teman, esto no aplica sólo a nuestros adversarios, nuestros propios corazones pueden  lograr esos mismos milagros.
Las palabras de Avanish tranquilizaron a más de un alma dentro de esa cueva. Lo acontecido en Asgard despertó un miedo incomprensible en más de alguno de los presentes, pero terminó desvaneciéndose por el sentimiento de la esperanza.
Es lamentable lo que ha sucedido con Dahack… Pero Caesar vive.
— ¿Es cierto eso? Dígame donde encontrarlo y yo iré a su encuentro —Danhiri pidió con impaciencia.
No hay necesidad, ya lo han traído hasta aquí —fueron las palabras que extrañaron a los Patronos, tomándolos por sorpresa una serie de pasos que resonaron por el recinto.
Los guerreros allí reunidos se sobresaltaron como si un enemigo hubiera entrado a su recinto sagrado, un sitio que pocos son capaces de encontrar e imposible de penetrar para otros, a menos que cuente con la aprobación de alguien de dentro.
Los ensombrecidos Patronos reaccionaron rodeando al extraño, sólo Danhiri y Hécate permanecieron en la luz.

Las sombras parecieron más densas alrededor del individuo, pero a la altura de sus ojos un par de puntos electrificados era visible.
— Pueden dejar de contener el aliento, no vengo aquí a lastimarlos —fueron las palabras que emergieron de una boca que mostró dientes centellantes.
— ¡¿Tú?! ¡¿Cómo pudiste llegar a aquí?! —Danhiri exigió saber.
— Tomé de su amigo la información que necesitaba —respondió el invasor con clara despreocupación. No se sentía amenazado pese a que se encontraba rodeado por toda una élite de guerreros poderosos—. El resto fue fácil.
— No se precipiten, yo lo invité a entrar —intercedió el llamado Avanish, quien permanecía fuera de la vista de todos.
— ¿Qué? ¿Pero por qué? —Danhiri preguntó incrédula.
— Quizá porque tengo dos cosas que seguro extrañan —musitó el invitado en cuanto una serie de relámpagos borbotearon del suelo junto a sus pies, marcando un portal del que salió despedida una masa amorfa que cayó aparatosamente justo sobre la alfombra de flores que rodeaba el manantial.
Los Patronos se sorprendieron, pero se mantuvieron en espera, sólo uno de ellos no se pudo contener y respondió ante lo que consideró una afrenta. Ábadon  alargó el brazo hacia el misterioso hombre, y del brazal de su armadura gris emergió una cadena de oro con la que lo aprisionó.
El sujeto no se resistió, permitió que la cadena lo envolviera un par de veces, dejándole inmóviles los brazos.
Danhiri y Hécate observaron cómo esa masa se movió, comenzando a derretirse en gruesos hilos de sustancia oscura. Aquello batalló para abandonar el suelo, intentó incorporarse, pero sin piernas o brazos visibles parecía todo un reto.
Les resultó una criatura grotesca de la que empezaron a escucharse quejidos reprimidos, llenos de desesperación.
Las mujeres quedaron estupefactas cuando un brazo humano emergió triunfante de ese extraño capullo, y como otra le siguió, uniendo el esfuerzo de ambos brazos para romper la nefasta estructura que lo rodeaba.
Todos reconocieron a Caesar, quien gritó enfurecido y con un gesto desquiciante. El Patrono de Sacred Python inhaló aire con dificultad, cayendo de rodillas y manos al suelo.
Danhiri se apresuró a postrarse junto a él. Hécate vio con desagrado los restos de aquello que aprisionó a Caesar, sólo bastándole un soplido de sus labios para que tan nauseabunda sustancia fuera purificada por el rocío que existía entre el césped y las flores.
Aunque Danhiri lo llamó repetidas veces por su nombre, y hasta lo sacudió un poco, Caesar continuó sólo recuperando el aliento, mostrando una mirada muy perturbada por la experiencia que había sufrido.
— Denle un poco de tiempo, quizá recupere el habla en uno o dos días —comentó el invitado con tono burlón.
— Entonces fuiste tú, aquel que intervino en nuestra batalla contra los dioses guerreros en Asgard —lo acusó Ábadon.
— ¡Tú! ¡¿Qué fue lo que hiciste?! —Danhiri clamó furiosa, dispuesta a iniciar un combate que muchos allí lamentarían.
Todos, guarden la compostura —se escuchó la voz suave de Avanish en cuanto decidió abandonar el interior del manantial. El manto y capucha con el que se cubría brilló por el sol que recaía sobre sus hombros, como si estuviera echa de plata u otro metal precioso.
Los Patronos se sometieron a las palabras de su señor. Avanish caminó hacia Caesar, obligando a la joven Danhiri a apartarse de él.
Avanish puso la mano sobre la cabeza de su allegado y eso bastó para que el Patrono volviera en sí.
Consciente de sí mismo, Caesar levantó el rostro en cuanto su respiración agitada volvió a tonarse calma. Miró a su señor y al reconocerlo sintió que el peligro había pasado, aunque la vergüenza por su fracaso lo hizo devolver la vista a sus pies.
— Señor Avanish, permítame encargarme de este intruso —pidió Ábadon.
No —respondió con voz pasiva, dejando atrás a Caesar y avanzando hasta la línea circular que dividía la luz de la oscuridad en el recinto—. Si lo invité a pasar es porque yo mismo quería tratar con él. Libéralo.
Ábadon tuvo sus deseos por replicar, pero le bastó una mirada de su señor para obedecer.
Una vez que la cadena fue apartada de su cuerpo, el extraño invitado realizó una osada pero apropiada reverencia.
— Como te prometí, ambas posesiones tuyas han regresado sanas y salvas ¿será suficiente para que creas en mis palabras? —cuestionó el de ojos relampagueantes.
Actuar contra mis hombres es interponerse a mis deseos, ¿por qué debería permitirle a una criatura como tú servirme? —Avanish cuestionó, intrigado.
— Si interferí con tus designios fue para llamar tu atención, y ha funcionado ¿no es así?
¿Entiendes que podría destruirte justo ahora? —Avanish musitó sonriente—. También podría anular el contrato por el que estás dentro de ese cuerpo humano… no sé cuál de las dos situaciones sería más apropiada para ti.
— No dudo que pueda hacerlo, por eso es quien es —comentó la criatura—. A través de mi hermano que murió en Asgard, supe de la existencia de seres interesantes en éste mundo que me es desconocido y del que fui expulsado…  Mi única manera de encontrarlo era siguiendo a sus allegados, pero si los dejaba morir a todos, habría tardado más en celebrar esta reunión.
— Tenemos entendido que Caesar estaba destinado a acabar con todos en Asgard —dijo una de las figuras ensombrecidas—. Hasta que llegaste tú y arruinaste todo.
— ¿Será eso cierto? —la criatura reprimió una risa—. No, y lo sabes —se dirigió únicamente a Avanish—. Éste chiquillo cambió el futuro —palpándose el pecho—. El destino que veía terminaba en sangre y muerte, lo que ustedes buscaban… En ese momento yo desconocía todo esto, lo único que me importaba era sobrevivir, por lo que no dudé en tomar mi oportunidad. Una vez que él me dio el control de todo lo que le pertenece, fui capaz de ver el nuevo futuro que nuestras acciones ocasionarían, y puedo decir que incluso aquel hombre —señalando a Caesar—, iba a ser derrotado.
Los Patronos guardaron silencio, algunos deseando que su señor pulverizara al entrometido individuo, otros preguntándose si sus palabras eran ciertas.
— Como ves, intercedí por ti… y no pareces ser un hombre que no recompense dichas acciones.
— Cómo te atreves… —Danhiri susurró furiosa, frenando sus impulsos por una señal de su señor.
— Te doy la razón, criatura del abismo, haz hecho algo por mí de gran importancia. Las personas de buenos modales no esperarían nada a cambio, pero tú —calló de pronto, meditando cuidadosamente su decisión—… olvido con quien estoy tratando. Con un exiliado… un desterrado… Aunque nuestros orígenes difieren, eres como todos los que están aquí reunidos —Avanish alzó los brazos como si deseara alcanzar con ellos a todos los presentes—. Es posible que tengas razón, no existe un mejor lugar en el mundo en el que puedas ser bienvenido más que aquí.
— Señor Avanish, no estará accediendo a… —uno de los Patronos buscó intervenir, pero de nuevo fue silenciado por la presencia de su líder.
Todos ustedes han sido testigos de mi bondad en el pasado. Conocen en gran medida lo que es el abandono, la traición, la desesperanza —de manera fugaz recordó los momentos en que se topó con todos sus seguidores—… la soledad. Por lo que no está en mí negarle a una criatura perdida un refugio…
Avanish le dio la espalda a la oscuridad y miró con gentileza a Hécate, quien le respondió de la misma manera, aunque en sus ojos había un deje de preocupación e inseguridad.
Él me llamó desde la lejanía, me buscó y vino a mí. Está dispuesto a someterse a mi voluntad pese a que no estoy complacido con sus recientes acciones… Me ha pedido asilo, dirección, como todos ustedes alguna vez lo hicieron… Por lo que accedo a cubrirlo bajo mis alas.

Ehrimanes inclinó la cabeza, avanzando hacia la luz que fue borrando sus rasgos inhumanos y espectrales hasta iluminar por completo a un jovencito de cabello ocre que vestía ropas del reino de Asgard.
Ante los ojos de los presentes, inclinó una rodilla y la postró en el lecho de flores— Viviré para ver realizados sus deseos. Expulsemos de este mundo a los indignos y a los traidores. Los dioses tuvieron su oportunidad, no les permitamos arruinarlo de nuevo—Ehrimanes dijo, ocultando una tenebrosa sonrisa.


Capitulo 35
El futuro no está decidido. Parte 2

Asgard, Palacio del Valhalla.

Las mazmorras en el Palacio de Odín habían permanecido vacías y sin uso desde que la guerra civil fue mermada y los prisioneros fueron exiliados por decreto de Hilda de Polaris años atrás. Todo el lugar estaba polvoriento, y descuidado, sólo las antorchas empotradas en las paredes iluminaban los muros, las telarañas y algún que otro insecto o animalejo rastrero que terminaban escondiéndose ante los sonidos de pasos que avanzaban por el lugar.
Bud de Mizar caminaba por el solitario corredor de celdas, dirigiéndose a la única resguardada por un guardia de aspecto joven e inexperto. Le causaba pesar, pero la mayoría de los soldados del reino fueron asesinados durante la batalla contra los Patronos.
El pueblo de Asgard ha reaccionado con valentía y resignación, llorando a sus muertos pero también esforzándose por mantener vivos a los heridos, sanar a los enfermos y apoyar a sus gobernantes. Jóvenes como ese tomaron la iniciativa de cambiar sus herramientas de carpintería o caza por escudos y espadas. Bud sólo podía hacerse el propósito de impedir que el peligro volviera a sacudir a Asgard de manera tan trágica.

El dios guerrero ordenó que lo dejara pasar, aguardando a que los seguros fueran removidos. Tomó una antorcha bañada con aceite, encendiéndola con el mismo fuego que estaba a su alcance. Esperó hasta que la puerta fuera sellada una vez más para mirar el interior de la celda.
El lugar estaba hundido en la oscuridad, sólo las flamas en su mano iluminaron un poco el entorno. Avanzó, conociendo la instalación a la perfección como para saber donde arrojar el leño encendido para prender un lamparón de aceite que generó el fuego necesario para su propósito.

En lo profundo de la celda, un hombre fue alcanzado por la luz anaranjada. Gruesos grilletes aprisionaban sus manos y cuello, mientras que las cadenas estaban firmemente sujetas a los muros.
El prisionero no reaccionó ni siquiera un poco ante su visita, permaneció sentado como un mendigo recargado en la pared, con la cabeza colgante entre sus rodillas. Tenía el cabello desmarañado que le cubría el rostro, mientras el resto de su cuerpo se encontraba cubierto de vendajes.
— Me enteré que habías recobrado el conocimiento. Si no has intentado escapar de aquí significa que aceptas que despertaste en el lugar correcto, Clyde —Bud habló, acercándose al prisionero.
Clyde, dios guerrero de Megrez, continuó con su inmovilidad y silencio.
Bud de Mizar no podía negar su amistad con Clyde, después de todo, fueron los únicos dioses guerreros que estuvieron al servicio de Hilda en el pasado, por lo que lo conocía lo suficiente como para tenerle estima.
— Alwar me contó todo —Bud prosiguió en vista de no escuchar respuesta—. Decidiste traicionar a Asgard, atacaste a dos de tus compañeros y ahora Freya está luchando para mantenerse con vida después de su enfrentamiento. Dímelo Clyde, dime ¿por qué? —Bud reclamó, enojado—. ¿Qué te llevó a traicionarnos en el momento en que más te necesitábamos de nuestro lado?
Ni una palabra salió de boca de Clyde.
Bud se sentía lo suficiente molesto como para permitirse golpearlo, pero se abstuvo, decidió intentar algo más—. Clyde, ¿Qué fue lo que le sucedió a Aifor? —cuestionó, con éxito.
El dios guerrero de Megrez meció un poco la cabeza, como si le incomodara el tema.
— Antes de que la batalla terminara, se comportó de una manera extraña, ninguno de nosotros lo comprendió. Sergei asegura que no se trataba de él pero… antes de marcharse dijo que tú tenías respuestas, y sólo por ellas es que no he dejado ir sobre ti la verdadera ira que siento —le dijo con evidente advertencia.
Bud aguardó paciente, mirando a su camarada caído en desgracia. Le resultaba toda una ironía que aquel quien con más fiereza cazó a los traidores de Odín en el pasado, ahora se haya transformado en uno.
Para el dios guerrero de Mizar sería fácil no buscar pretextos para las decisiones que tomó Clyde, pero Hilda le pidió que no se precipitara, que el deber de ellos como dirigentes de Asgard era buscar la verdad. Si existía una conexión entre lo que le ocurrió a Aifor y las acciones de Clyde, él debía averiguarlas.

Cuando Clyde abrió los ojos después de su última pelea, se lamentó de saberse con vida. En algún momento, rodeado por toda esa oscuridad, creyó que estaba muerto y su estancia en el infierno no había hecho más que comenzar. Pero en cuanto un joven soldado entró para darle de comer supo que no era tan afortunado…
Si se mantenía en esa celda era porque así era su deseo. No le temía a Bud, ni siquiera a la ira de los dioses.
Clyde no pudo detener los recuerdos en cuanto le preguntaron sobre Aifor… No importaba si mantenía abiertos o cerrados los ojos, su imagen lo acompañaba, esa mirada que siempre lo caracterizó y la manera en la que, pese a todo lo ocurrido, le agradeció tantos años de cuidado.

¡Quiero hacer un trato contigo! —se escuchó la retumbante voz de Aifor, quien encaró al monstruo relampagueante.
¿Un trato? —Ehrimanes repitió, consternado.
Aifor de Merack asintió— A cambio de que abandones el cuerpo del maestro Clyde, y erradiques a los invasores que han invadido la tierra de Odín, yo te daré el mío.
¿Acaso he escuchado bien? —Ehrimanes cuestionó, sorprendido por tal propuesta—. ¿Me lo entregarás si te ayudo a deshacerte de esos sujetos?
Si la situación no sufre un cambio pronto, el futuro de Asgard será desastroso… ¡Todos van a morir! ¡No puedo permitirlo! Está en mí cambiarlo, pero para lograrlo necesito de tu ayuda —Aifor explicó sin temor o dudas—. Por eso estoy dispuesto a hacer un contrato contigo, en el que ambos saldremos beneficiados, ¿te interesa?
¡N-no… de… de-tente… n-no lo… hagas! —pidió Clyde de Megrez, notándose en sus gestos el esfuerzo supremo que se ejercía para poder mantenerse consciente y hablando, incapaz de levantarse del suelo por las severas heridas sufridas—. ¿Qué no entiendes… q-que… eso es… lo que él quiere?!
¿Un contrato? ¿Tú? ¿Te sientes con la capacidad para hacerlo? —cuestionó la criatura—. Hasta ahora me has sorprendido más de lo esperado, ya entenderé la razón por la que has podido hacer todo esto —meditó sus opciones y el extraño giro de los acontecimientos—… Tienes suerte, mi contrato actual con Clyde es complicado pero no irrompible… En vista que apareció ante mí alguien que con su entera voluntad me ofrece un cuerpo, tengo la libertad de aceptarlo.
Aifor escuchó a Clyde perfectamente, pero decidió ignorarlo para proseguir.
¿Entonces aceptas mis condiciones? ¿Dejarás al maestro y nos ayudarás a resolver esta situación?
Está bien, de cualquier forma Clyde ya no es apropiado para mí —Ehrimanes siseó con malicia—. Te ayudaré como me pides a lidiar con los invasores y sacarlos de Asgard… Pero después de eso, lo que yo haga es asunto mío —aclaró.
— ¡Basta…! ¡Para! —el guerrero de Megrez siguió insistiendo con desesperación, mas su pupilo no planeaba escucharlo. No lo iba a permitir.
Con sus últimas fuerzas, sacó de entre su cinturón una pequeña daga, intentó ser discreto pero fue difícil con los torpes movimientos de su cuerpo magullado. Sólo tenía que cortarse el cuello y entonces esa pesadilla terminaría, como debió haberlo hecho hace tantos años, pero nunca tuvo el coraje necesario para atreverse… hasta hoy.
Aifor y Ehrimanes se dieron cuenta, mas el dios guerrero de Merak se abalanzó sobre Clyde y lo detuvo, pudiendo desarmarlo con facilidad.
¡Eres… un tonto! ¡Mocoso… idiota! ¡No cometas… una estupidez! —Clyde aprovechó el acercamiento y lo cogió por el cuello, mas sus fuerzas no eran suficientes como para ser una amenaza.
Aifor tenía el rostro acongojado, pero no se atrevió a dirigirle palabra a su mentor. Todo estaba decidido y nada lo haría cambiar de parecer.
¡Mírame… mírame bien! ¡No puedes… confiar en él…! ¡Este es… tu futuro… quizá has elegido uno peor…! ¡Recapacita Aifor…! ¡Todo este tiempo… yo…! ¡¿Por qué?! ¡No necesito que… hagas esto, no necesito que me salves…! —se enfurecía a cada segundo que pasaba y su alumno no le respondía.
No había cosa que detestara mas que le dedicara esa mirada de cordero a medio morir.
¡¿Acaso no lo entiendes?! ¡Todo este tiempo… todo fue una farsa! ¡Ese día… en que te encontré… no dudé en utilizarte para mi propia supervivencia! ¡Lo único que tenía que hacer… era mantenerte vivo y prepararte para este día! ¡Y ahora que lo sabes… tú…! —Clyde tosió sangre por el esfuerzo, a lo que su joven alumno le sujetó la mano con la suya para decir algo al fin.
Quizá todo haya comenzado de esa manera… pero escúchese ahora, mire lo que está dispuesto a hacer para evitarlo —Aifor miró la daga y sonrió conmovido—. No puedo odiarlo maestro, por más que lo intentara no podría. El destino cruzó nuestras vidas en aquel entonces, quizá ésta es la razón por la que aparecí en su camino ese día en la nieve… No importa las razones por lo que lo haya hecho, usted me salvó y es el único padre que he conocido —compartió los sentimientos que siempre ha albergado.
Clyde quedó muy asombrado al escucharlo, las palabras ya no podían fluir de sus labios.
Pero por otra parte… esto va más allá de lo que sintamos usted y yo. Confíe en mí, esta decisión cambiará su destino, el del señor Bud, la señora Hilda, el del príncipe Syd, el de todos los habitantes de Asgard. Mi deber como dios guerrero es proteger esta tierra y a su gente, y pienso hacer honor a ello —Aifor volvió a ponerse de pie, dedicándole una última mirada gentil al hombre al que respeta y ama como a un padre.

Ehrimanes observó todo en silencio, entendía la delicada línea que lo separaba del éxito y desaparecer. Celebró la derrota de Clyde, quien no pudo cambiar la decisión del joven Merak.
No demoremos. Acepto tu propuesta, pero debes prometer algo más —dijo Aifor con desafío—. Serás libre de hacer lo que se te plazca excepto volver a pisar esta tierra, nunca volverás a entrar al reino de Odín.
Eso es aceptable —la criatura respondió con tranquilidad, no tenia interés en ese reino devastado.
Y jamás podrás hacerle daño a mis camaradas, nunca —agregó.
Oh, y ¿qué esperas que haga si se atreven a levantar su puño contra mí? —Ehrimanes cuestionó sarcástico.
Cuando te unas a mí, estoy seguro que tendrás las herramientas para evitar dichos encuentros —Aifor respondió de inmediato—. No es mucho lo que te pido si consideras que voy a dártelo todo. Al final tú sales ganando.
En eso te doy la razón. De acuerdo pequeño Aifor, yo Ehrimanes acepto hacer un pacto contigo —la sombra se ensanchó dentro de la jaula de luz dorada que lo aprisionaba—. Debes abandonar todo lo que te ata a tu vida pasada y sellar nuestro acuerdo.
Aifor asintió, con un pensamiento la armadura de Merak se separó de su cuerpo. Cada trozo volvió a ensamblarse hasta formar la figura del caballo de ocho patas.
Eso también —Ehrimanes señaló con una mano brumosa.
El joven tomó el brillante medallón de su cuello. En contra de lo pensado, Aifor dio media vuelta y se aproximó a la agonizante Freya quien ya había perdido el sentido,  pero algo de vida todavía alzaba su pecho de manera errática.
Con cuidado, Aifor colgó su reliquia en el cuello de la pelirroja quien, de algún modo, dejó de sentir dolores, pudiendo descansar.

El joven volvió a pararse frente a la jaula dorada, dentro de la que se arremolinaba un tornado negro.
Yo, Aifor de Merak Eta, accedo al pacto establecido contigo Ehrimanes. Cualquier falta a las condiciones establecidas terminará con dicho contrato— el joven se hirió la mano que aún podía mover con libertad utilizando la daga que tomó de su maestro— Que mi sangre selle este tratado…
Los barrotes luminosos  se desvanecieron al término de tales palabras. La sangre que Aifor ofrecía fue manipulada por el viento hasta formar un delgado hilo que unió a ambos seres.
¡¡¡Aifor!!! —clamó Clyde en cuanto vio desvanecerse su conexión con Ehrimanes.
El joven Merak cerró los ojos, siendo golpeado por la feroz corriente que lo envolvió en sus tormentosas cortinas.
El torbellino oscuro perdió rápidamente intensidad, conforme los relámpagos circulaban alrededor del joven guerrero. Las centellas parecieron curar el herido y fatigado cuerpo de Aifor, pues su brazo roto dejó de estarlo y todas las otras lesiones desaparecieron.
Cuando la ventisca se desvaneció, el joven permaneció con los ojos cerrados unos segundos en los que Clyde continuó llamándolo con persistencia. Pero cuando el dios guerrero de Megrez vio una siniestra sonrisa marcada en esa cara, supo que Aifor fue llevado a un lugar lejos de su alcance.
¡¡No!!... ¡Maldito… mil veces maldito! —Clyde buscó arrastrase hacia él, motivado por la furia en su corazón, pero todo era inútil, no pudo avanzar.
Ehrimanes subió los brazos, los cuales observó detenidamente, cerrando las palmas de las manos un par de veces—  Ah, la sensación es totalmente diferente. Un cuerpo que no pelea, que no se resiste —rió un poco—. ¡Esto es maravilloso!
Ehrimanes caminó hacia su viejo recipiente, dichoso de verlo en ese estado de completa desesperación— Tengo que agradecértelo Clyde, después de todo cumpliste con tu parte del trato —rió con la voz del joven Merak—. ¡Ahora eres libre! ¡¿No estás contento?! —se mofó entre carcajadas—. Las cosas resultaron mejor de lo que creí. Lo di todo por perdido cuando este chiquillo demostró su verdadero poder, pero el destino tenía algo mucho más grande planeado para nosotros.
— ¡Voy… a matarte! ¡No vas a…!
Ha sido un trato justo —Ehrimanes se anticipó—. Obtuviste tu libertad, yo obtuve un cuerpo perfecto, y el chiquillo logró salvarte. ¡Todos ganamos!
Clyde logró sujetar el tobillo del joven, apretándolo con las fuerzas que le quedaban.
Qué lástima me das Clyde —dijo con cinismo—. Ojalá pudiera acabar con tu vida para que dejaras de sufrir, pero me han atado las manos. Si quieres morir tendrás que hacerlo tú mismo —con el pie situó la daga a una corta distancia del dios guerrero—, ya no habrá nadie que te detenga.

Ehrimanes dio media vuelta, zafándose con extrema facilidad del agarre de Clyde —Ahora vayamos a cumplir el último deseo de Aifor… Porque después hay una persona a la que deseo conocer. Hasta nunca, Clyde. Fue divertido….


— Clyde —lo volvió a llamar Bud.
— No tengo nada que decirte a ti… —el dios guerrero de Megrez dijo finalmente—. Si debo hablar con alguien… será con la señora Hilda —aclaró, levantando un poco el rostro, mirando a Bud de manera desafiante.
— No estás en posición de exigir tal cosa. Tendrás que decírmelo a mí y yo juzgaré si mereces tal consideración o no.
— Aunque te lo dijera, no me creerías… siempre has sido un hombre muy escéptico— le recordó.
— Pruébame. Sergei dijo que “Aifor dejó de ser Aifor”… Suena confuso pero estoy dispuesto a creer que algo extraño pasó. Después de enfrentar a esos individuos con habilidades tan especiales, podré abrir mi mente — Bud aclaró—. Por lo que comienza de una vez.
Clyde recargó la cabeza  en la pared, permaneciendo sentado en el suelo— Creo que tienes mejores cosas que atender que perder tu tiempo aquí.
— Eso lo sé bien—dijo resentido—. Nuestras tropas han sido diezmadas, hay muchos enfermos y moribundos, y no tenemos suficiente gente para darnos abasto. Para colmo, Sergei se ha marchado sin dar razones. De vernos amenazados nuevamente, sólo puedo contar con Alwar para defender el Valhalla.
— Nadie dijo que compartir la cama de la sacerdotisa de Odín sería fácil —Clyde se mofó.
Bud paró a Clyde, jalándolo por la cadena que le sujetaba el cuello.
— ¡Escúchame bien, pese a todo te sigo considerando mi amigo Clyde, pero no tientes tu suerte! —le advirtió con dureza—. ¡Si Aifor está en problemas, deberías ser el primero en querer ir en su búsqueda!
Clyde no opuso resistencia, pero tampoco se dejó amedrentar— No es algo que se pueda reparar… Ni tú, ni yo podemos hacer nada —respondió irritado.
Ante la tensa situación, el sonido de la puerta de la celda abriéndose contuvo la discusión. A Bud le extrañó ver allí al hombre llamado Vladimir, quien arribó a Asgard con sus discípulos e hija con la intención de ayudarles.
— Señor Bud, los emisarios del Santurio han llegado, creo prioritario que acuda a verlos —fueron las palabras de Vladimir.
La pasiva mirada del invitado lo llevó a calmar su mente, por lo que Bud terminó soltando a Clyde.
— Tienes razón, hay otras prioridades —masculló el dios guerrero de Mizar, saliendo del lugar.
— ¿Le importa si me quedo con el prisionero? —Vladimir preguntó sin intención de acompañarlo.
— Como prefieras, y si de paso puedes obtener alguna información útil de él, lo agradeceré —respondió Bud, abandonando la celda.

Clyde nunca había visto a ese sujeto, por lo que le contrarió que se tomara tantas libertades con el tigre de Zeta. Había algo en su mirada que no le agradaba y  lo hacía sentirse incómodo.
— Estás manchado —dijo repentinamente Vladimir para confusión de Clyde—. Aunque la corrupción ha abandonado tu cuerpo, ha dejado una mancha imborrable en tu alma.
— ¿D-de qué estás hablando? —Clyde se sorprendió.
— Lo que pasó con tu discípulo es lamentable, pero cuando te topas con una criatura del abismo, la desgracia está garantizada —Vladimir prosiguió.
— ¡¿Cómo es que tú…?!
— Hubo muchos ojos y oídos que estuvieron como espectadores de las trágicas batallas. Sólo tuve que preguntarles y ellos me relataron lo que alcanzaron a comprender, el resto… bueno espero tú me lo cuentes —Vladimir se acuclilló para estar a la altura del guerrero de Megrez.
— Tú… ¿acaso eres…?
— No eres el único capaz de hablar con los espíritus, Clyde de Megrez.  Aunque a diferencia de ti, yo soy un experto. Por ello estoy seguro de poder ayudarte.
— ¿En qué podrías ayudarme?— inquirió con desconfianza.
— Lo que tú y tu discípulo han hecho es algo que no puedo deshacer, sin embargo hay alguien que sí puede…
Clyde dudó pero tras unos segundos de silencio hizo la pregunta — ¿De quién hablas?
— Del hombre al que tengo el gusto de llamar “Señor”.

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El Santuario de Atena. Décima casa del Zodiaco.

Cuando el Patriarca le confesó el motivo por el cual lo había llamado, Sugita de Capricornio calló, pensando en todo lo que dijo su padre minutos antes. En verdad que viajó hasta Grecia anticipando este justo momento.
Al no detectar ninguna clase de sorpresa o sobresalto por parte del joven, Shiryu intuyó que su origen no le era desconocido.
— ¿Lo sabías? —preguntó con voz apacible.
Los ojos de Sugita temblaron por la necesidad que sentía por mentir, pero al final terminó agachando la cabeza para decir — Sí… lo sabía…. Pero fue algo reciente, yo… no era mi intención ocultarlo —dijo con rapidez, temiendo que el Patriarca lo desterrara.
— ¿Desde cuándo? —Shiryu quiso saber.
En el salón de batalla del templo de Capricornio, sólo ellos dos se encontraban. La estatua de Excalibur era la única oyente de la conversación.
— La última noche que pasé en Cabo Sunión —confesó—. En ese momento no lo comprendí, pero mi padre me lo acaba de confirmar el día de hoy.
— ¿Tu padre? Entonces es cierto, de verdad tienes un vínculo con el reino de Poseidón.
— ¡Pero mi lealtad es con ustedes y con nadie más! —Sugita se apresuró a decir—. La verdad no entiendo qué es lo que me ata a ese lugar pero, no significa nada para mí.
— Y no pongo en duda tu lealtad —le dijo con gesto pasivo al percibir su miedo e incertidumbre—. Sugita, si estás aquí es porque has pasado todas las pruebas necesarias para ser reconocido como un santo de Athena. Ella misma te confió preservar su legado, por eso yo confío plenamente en ti.
El santo de Capricornio guardó silencio, aliviado por escucharlo decir eso.
— Al confirmarme tu origen, ¿entiendes lo importante y a la vez delicada situación de esta encomienda? —cuestionó Shiryu, quien ya le había explicado sobre el paradero de una de las cloths.
— Sí —respondió—. No tema Patriarca, yo lo comprendo bien. Estoy dispuesto a llevar a cabo esa tarea, sin importar lo que llegue a pasar —dijo, pensando que quizá esta era su oportunidad para poder descubrir la verdad que su madre no pudo decirle, y que su padre dijo no ser la persona apropiada para hacerlo.
— Tienes mi gratitud. Le he pedido a Aristeo de Lyra que te acompañe. Puedes confiar en él, ya está enterado de todo, por lo que sabrá actuar con propiedad.
— No fallaremos.
— Sé que no lo harás —dijo Shiryu, ocultando su preocupación por el incierto futuro del muchacho.
Shiryu pensaba en preguntarle algo más pero, el graznido de un cuervo llamó la atención de ambos. Sonó tan lastimero e insistente que el Patriarca entendió que algo estaba ocurriendo.
Extendió sus sentidos mas allá de la casa de Capricornio, encontrándose con un escenario que requería su atención inmediata.

*-*-*-*-*

Esa tarde, poco antes del cambio de guardia, los dos custodios de la puerta principal divisaron a alguien venir por el camino. Lo reportaron con rapidez como precaución.
Hasta que se acercó lo suficiente, pudieron reconocer que se trataba de un hombre, y no uno cualquiera pues vestía una llamativa armadura de oro. Su caminar era pausado y torpe, incluso lo vieron tambalear en la lejanía.
Sin la autorización necesaria no podía hacerse nada. Los custodios debían aguardar a que alguno de los santos se presentara, pues el señor Albert abandonó temprano su puesto sin dar muchas explicaciones.

La primera en acudir fue la amazona de Tauro, Calíope.
Se permitió salir al encuentro de ese hombre, al que a simple vista se le veía herido y al borde del colapso. Su armadura tenía severos daños marcados, incluso había perdido grandes trozos del peto, hombreras y un brazal. Una de las cosas que más llamó su atención fue el par de alas metálicas que colgaban de su espalda.
A su paso dejaba un débil camino de sangre que goteaba de sus múltiples heridas. Pero lo más intrigante era lo que llevaba en brazos, el cuerpo de un niño que no se movía para nada.

El hombre se detuvo en cuanto percibió a la mujer en su camino. Calíope no sintió un cosmos maligno, pero su sexto sentido le alertó que debía tomar precauciones y no acercarse.
Se sintió respaldada cuando una docena de cuervos comenzaron a aparecer por el lugar, todos negros excepto uno de plumaje gris que parecía liderar la parvada, sabía que Kenai estaba al tanto.
En cuanto Calíope se preguntó si de verdad se trataba de un santo de oro, vio como su armadura se encendió con un débil resplandor, al mismo tiempo en que lo hizo el dañado ropaje de aquel hombre. Fue un suceso de corta duración, pero le permitió a ella y a otros que lo percibieron en la distancia, saber que, en efecto, se trataba de un santo dorado.

El hombre de piel morena y cabello blanco levantó un poco el rostro ensangrentado por un par de líneas escarlatas, mostrando sus ojos negros.
Calíope sólo tuvo que mirarlo a los ojos para comprender su estado.
— ¿…..Es este… el Santuario… de Atena? —logró pronunciar el hombre herido, con un tono carente de emoción.
— Así es. ¿Quién eres tú? —preguntó la amazona.
El hombre cayó de rodillas al suelo, permaneciendo sentado sobre sus piernas continuó aferrado al pequeño de cabello rubio.
— El Patriarca… tengo que… verlo —fueron sus palabras antes de bajar la mirada, repitiendo muchas veces el mismo enunciado.
Calíope intentó acercársele, pero al percibir cómo el hombre incrementó su cosmos y tensó el cuerpo con la intención de defenderse, se detuvo. En cuanto ella decidió retroceder, el individuo volvió a la calma.

Los murmullos detrás de la puerta de la fortaleza alertaron a la amazona del arribo esperado. El Patriarca se abrió camino por entre sus súbditos, mientras Sugita de Capricornio permaneció como protector de la entrada.
Calíope de Tauro se apresuró a detener los pasos del Pontífice —No recomiendo que se acerque mucho más.
— ¿Cuál es la situación? —Shiryu preguntó, no pudiendo conocer los detalles del escenario por su invidencia.
— Aparentemente es uno de los nuestros, este hombre porta la que creo yo la armadura de Sagitario. Está herido y trae consigo a un niño al que no puedo decirle si vive o no —explicó la amazona—. No me he atrevido a acercarme…
— ¿Cuál es la razón? —Shiryu escuchó con atención.
— Este hombre está en un estado de inconsciencia —ella dedujo—. Había escuchado sobre guerreros que continúan peleando aunque los noqueen en una pelea. Cualesquiera que hayan sido los problemas por los que pasó para llegar hasta aquí, lo que sigue moviendo a este hombre es su espíritu de lucha. Cuando quise acercarme, sentí que podría atacarme, por lo que desistí.
— Aun en ese estado… —musitó Shiryu con clara admiración.
— Es peligroso, sobre todo sin saber la condición del niño al que parece proteger. No para de repetir que debe ver al Patriarca —Calíope dijo, pese a que la voz del peliblanco fue haciéndose cada vez más débil y difícil de entender.

Shiryu avanzó, comprobando que los sonidos de sus pasos lograron una tensa reacción en aquel hombre, tal y como dijo Calíope.
— Me han dicho que has viajado hasta aquí buscándome. Yo soy el Patriarca —Shiryu volvió a detenerse, sintiendo la penetrante mirada del guerrero dorado, cuyos ojos tan inexpresivos delataban su trance—. Santo dorado de Sagitario, puedes descansar. Aquí estás a salvo.
Shiryu dejó fluir su cosmos tranquilo, envolviendo al santo de oro. De alguna manera, tal conexión le permitió al herido santo reconocer la autenticidad de Shiryu como el Patriarca. Tras saber logrado su objetivo, el hombre terminó por relajarse y con cuidado depositó al niño en el suelo.
— Hay que protegerlo… de ellos… Ellos querían… matarlo… —fue su último susurro antes de caer inconsciente al suelo.
Shiryu se acuclilló, tocando la cabeza del pequeño al que escuchaba respirar a sus pies. Calíope corrió a verificar la condición de ambos. El niño parecía estar bien, sólo un poco deshidratado, pero el santo de Sagitario estaba en una grave condición, por lo que fue su prioridad. Ordenó a los soldados que lo llevaran de inmediato al templo de curación con una estricta vigilancia, cuando menos hasta que se aclarara la situación.
Shiryu levantó del suelo al pequeño, llevándolo consigo al interior del Santuario. No podía verlo en su rostro, pero si sentir un corazón afligido palpitar en ese pequeño cuerpo.

FIN DEL CAPITULO 35

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