lunes, 8 de abril de 2013

EL LEGADO DE ATENA. CAPITULO 34 El futuro no está decidido Parte I


Asgard, Palacio Valhalla

Para cuando Sergei de Alioth llegó al lado de Freya, le impresionó su palidez y la gran mancha de sangre que brotaba de la herida en su pecho.

El patio frontal del palacio se encontraba en ruinas gracias a la batalla allí suscitada. Sólo encontró dos cuerpos, el de la pelirroja y el de Clyde de Megrez, quien aún respiraba. Ambos estaban en un estado crítico, pero Sergei sentía mucha más obligación en ayudar a la joven Freya, mientras Aullido merodeaba olfateando el lugar.
Sergei contempló el ropaje de Merak que se erigía como un guardián silencioso de la  guerrera desvalida. El dios guerrero se atragantó al no entender todavía lo que le había sucedido a Aifor… Se sentía culpable por no haberlo podido detener, pero si lo que dijo antes de marcharse era cierto, de Clyde obtendría respuestas importantes.

Sergei no sabía nada de medicina excepto lavar su herida y envolverla con una venda, sin embargo era visible que el daño que recibió Freya era grave, su corazón podía estar implicado, ¿cómo seguía con vida? Se preguntaba, admirado por la fortaleza de su compañera.
Sergei se extrañó al notar el collar que Aifor siempre llevaba consigo ahora colgado en el cuello de Freya. Por reflejo, estuvo a punto de cogerlo cuando una voz lo tomó por sorpresa, haciéndolo girar como un feroz animal que había sido sorprendido.
— No tocaría eso si fuera tú —dijo la voz de un hombre encapuchado—, aunque no lo creas es lo que le permite seguir en este mundo.
Sergei de Épsilon desconfió en extremo. A la entrada del palacio se encontraba un hombre envuelto por una capa y capucha de viajero que le ocultaba el rostro. Pronto aparecieron otros dos individuos vistiendo de la misma forma.
Amo y lobo se pusieron en guardia — ¡¿Quiénes son ustedes?! —cuestionó en alerta.
El más alto de los individuos fue el único que habló —Amigos, vinimos desde lejos al saber que necesitaban ayuda.
Sergei y Aullido no sintieron malas intenciones del grupo de encapuchados. El dios guerrero se permitió dudar, pero finalmente creyó en la sinceridad de sus palabras, sobre todo cuando un cuarto sujeto apareció trayendo consigo a Alwar de Benetnasch, inconsciente pero vivo.
El líder del grupo se apartó el manto de la cabeza para decir— Mi nombre es Vladimir*, y ellos son mis discípulos. Nos gustaría hablar con sus gobernantes, queremos ofrecerles nuestra ayuda.



Capitulo 34.
El futuro no está decidido. Parte I


— Brrr, este clima no es de mis favoritos. Prefiero mil veces una playa soleada que esto. ¿Por qué tenían que enviarme a mí sabiendo que soy intolerante al frío?— Souva de Escorpión se quejó durante el corto trayecto que les tomó subir las escalinatas hacia el palacio del Valhalla. Se había envuelto completamente con la capa carmesí que colgaba de su cloth dorada, a diferencia de Terario de Acuario cuya resistencia al ambiente glaciar la tenía bien grabada en la piel.

Cuando el Patriarca les informó de lo acontecido en las tierras de Odín durante la Reunión Dorada, le encomendó a Terario la tarea de viajar al hogar de los dioses guerreros para apoyarlos en tal momento de vulnerabilidad.
Asignaron al santo de Escorpión a que lo acompañara, así como a un par de amazonas, ambas aprendices del templo de Curación.

En cuanto arribaron a la entrada del palacio, los escombros y los daños revelaron grandes enfrentamientos, incluso aún había rastros de sangre seca en algunas zonas del suelo.
Nadie los recibió, por lo que se animaron a entrar al lugar, divisando a una que otra persona corriendo por los pasillos llevando agua, fomentos y demás utensilios.
Los que llegaban a ver a los forasteros se sobresaltaban y cambiaban de dirección, posiblemente temerosos de que fueran más enemigos.

No encontraron a ningún guardia, sólo mujeres y hasta niños que les dedicaban miradas recelosas. El santo de Escorpión confió en sus habilidades sociales, pero ni su mejor sonrisa pudo lograr algún cambio.
— Lo mejor es que aguardemos aquí. En cuanto se corra la voz, alguien vendrá —dijo el santo de Acuario con tono paciente.
— Esto es lamentable —comentó Souva al estudiar el entorno, encontrándolo deprimente—… primero Egipto y ahora Asgard… Aunque el Patriarca tenga la intención de impedir que esto continúe, no tengo idea de dónde podríamos comenzar a buscar —comentó, cruzándose de brazos—. Son enemigos muy escurridizos.
Acuario meditó por unos segundos para decir— Quizá la mejor opción será anticipar su siguiente movimiento. Tienen un objetivo claro, y el Santuario es un blanco que está dentro de sus planes.
— Quien dijo que esta sería una era pacifica no sabía de lo que hablaba ¿verdad? —Souva comentó, sarcástico.

Terario fue el primero en percibir que alguien venía hacia ellos. El santo de Acuario habría esperado encontrarse con cualquier desconocido, pero en cambio un rostro familiar es quien estaba allí para darles la bienvenida.
— ¿Terario?... ¿Eres tú? —un joven preguntó azorado, en cuyo rostro resaltaba un parche negro sobre su ojo derecho.
Aunque no había sido mucho el tiempo desde que abandonó Siberia, el santo de Acuario se sorprendió de ver allí a — Velder —su antiguo compañero de entrenamiento—… ¿qué es lo que haces aquí?
El joven avanzó y con gran camaradería saludó de mano a su hermano. Terario respondió el apretón y una leve sonrisa se vislumbró en su cara.
—Lo mismo podría preguntarte, creo que estas  muy lejos de Grecia ¿no? Pero… mírate nada más —Velder dio un paso hacia atrás, admirado por el ropaje dorado que cubría a su amigo—, de verdad eres todo un santo dorado, espera a que Natasha te vea.
— ¿Natasha? ¿Ella está aquí también? —el santo de Acuario preguntó preocupado.
Velder asintió —También Singa y el maestro Vladimir. No me preguntes por qué pero, el maestro sólo nos dijo que teníamos que acompañarlo, y nos trajo hasta aquí. Desde que llegamos hemos estado ayudando a los heridos y enfermos.
— El Patriarca fue notificado de los eventos que aquí ocurrieron, por eso nos envió. Traemos con nosotros algo que quizá sea de gran ayuda para el pueblo de Asgard —Terario explicó, señalando a una de las amazonas que cargaba en sus hombros una caja cubierta con un manto blanco.
— El señor Bud me comentó algo al respecto, espero lo disculpen pero él está atendiendo algo importante justo ahora. Puedo llevarlos a donde nos encontramos atendiendo a los heridos, estoy seguro que Natasha estará muy feliz de verte.
— No tengo dudas de que Natasha está haciendo un excelente trabajo cuidando de los enfermos, lo último que quisiera es que se distrajera por mi presencia, ya habrá tiempo de saludarnos después.
Souva miró con intriga a su compañero dorado.
Aunque a Velder le molestó la actitud de Terario, entendía sus palabras. Natasha usualmente es una joven muy centrada, pero en cuanto el pelirrojo estaba cerca o era el centro de sus pensamientos, tendía a volverse muy descuidada.
— Como quieras. Sólo espero que no quiera golpearme porque le oculté tu llegada —fue lo último que dijo antes de emprender el camino seguido por las dos amazonas.

— Vaya… de pronto el ambiente cambió. ¿Quién es Natasha? —Souva preguntó con picardía—. Te pusiste un poco nervioso en cuanto escuchaste su nombre.
Terario le lanzó una mirada gélida al Escorpión, pero éste lejos de intimidarse se sintió más intrigado y comenzó a deducir una historia de amor.
— Lo imaginaste.
— Como digas… — sonrió el Escorpión en cuanto Terario diera vuelta y marchara hacia la dirección opuesta a la de Velder—. Y ya que ambos somos malos para atender heridos, ¿qué haremos mientras tanto? —preguntó, siguiéndolo.
— Esperar hasta que podamos hablar con alguno de los gobernantes. Tengo entendido que la señora Hilda de Polaris quedó en un estado de salud delicado, pero entre los cuidados de Natasha y la armadura de la Copa, ella y todos los demás se recuperarán pronto.
— Me sorprendió que el Patriarca permitiera sacar un tesoro como ese del Santuario, sobre todo en tiempos de guerra, pero eso refleja la buena relación que se tiene con estas tierras. Vaya que fue difícil para Calíope dejar que nos la lleváramos —Souva rió, recordando a la amazona de Tauro y todas las amenazas que les lanzó antes de entregarles la caja. Una de las condiciones fue que dos de sus más confiables aprendices los acompañaran, pues ellas sabrían cómo utilizar las bendiciones del ropaje a favor de los enfermos.
La armadura de la Copa es el tesoro que se resguarda celosamente en el templo de Curación. Las amazonas allí conocen sus secretos, y están asignadas a su cuidado y preservación.
— ¿Sabes? Se dice que si te ves en el reflejo del agua que emana la armadura, puedes ver tu futuro —comentó Souva—. Nunca lo he podido comprobar, Calíope no me lo ha permitido, quizá sea una buena oportunidad —se detuvo, sosteniéndose la barbilla con gesto pensativo—. Con ella tan lejos… y ¿por qué no? Conocer a tus amigos, Terario, tengo curiosidad —lo dijo con una doble intención que Terario percibió.
— Haz lo que quieras Souva, te buscaré en cuanto te necesite. Pero pese a todo, no bajes la guardia, no podemos asegurar si los ataques aquí cesarán o sólo se tomaron un descanso.

*-*-*-*

El Santuario de Atena, Grecia. Cuarta casa del Zodiaco.

Por el templo de Cáncer deambulaban extraños olores provenientes de una fogata encendida en el Cuarto de Batalla. Allí el santo de Cáncer había colocado las herramientas necesarias para llevar a cabo su extensa labor.

Muchas agujas, cuencos con pasta de color, cubetas con agua, vendas y paños limpios era todo lo que necesitaba para trabajar. Una vez que tuvo la autorización del Patriarca Shiryu se prestó a ser el primero en sentarse, siguiéndolo algunos santos de oro después.

— ¿Y esta tontería en qué exactamente va a ayudarnos?— Nauj de Libra cuestionó malhumorado mientras Kenai de Cáncer le tatuaba un símbolo al lado izquierdo del pecho.
— Me lo agradecerás el día en que llegues a enfrentarte a algún ejército de espectros. No es algo que le desee a nadie, pero hay que ser precavidos —contestó sin distraerse, limpiando la sangre que brotaba—. Esto mi querido amigo protegerá tu alma de espíritus que quieran someterte o devorarte.
Nauj se reservó cualquier comentario. En otros tiempos no se dejaría arrastrar hacia las supersticiones ni a la brujería, pero era claro que las fuerzas enemigas dominaban artes sobrenaturales contra las que no podía combatir por su cuenta. Sólo por eso es que se prestaba a ser partícipe en el ritual.
— ¿Y de verdad funcionará? —preguntó todavía escéptico el joven Leo, quien aguardaba su turno.
— Tenía la opción de confeccionar un amuleto, pero esos son fáciles de detectar y destruir. Confíen, será cien por ciento eficaz. Cualquiera en mi tribu podría hacer esto en pocos minutos, pero al tratarse de un sello de protección de alto nivel requiere más dedicación y energía. Yo mismo hice los míos hace años, y hasta el momento han funcionado bien —respondió, señalándolos con orgullo.
Jack de Leo tenía sus dudas pese a que ha visto todo el proceso. Nauj lo ocultaba bien, pero de seguro era muy doloroso recibir tantos pinchazos en la piel… o tal vez  para él no. Cuando el  santo de Libra se quitó la camisa para comenzar con el tatuado, pudo ver  las horribles cicatrices que le marcaban la espalda y el cuello. Le embargó una clase de lástima tratando de imaginar el origen de ellas, quizá un evento remoto por el cual formó una actitud agresiva  hacia el mundo y para los que estaban en él.
— ¿El dibujo es el mismo para todos? —el santo de Libra preguntó, manteniendo los ojos cerrados.
— Las prisas no me permiten trabajos personalizados, lo siento —bromeó—. Tuve que diseñar una estructura correcta con los conjuros adecuados. Mi primera idea fue  un cangrejo —dijo sonriente—, pero obviamente Albert casi me manda a otra dimensión cuando lo supo, así que opté por algo más adecuado, supuse que sería lo mejor.

El santo de Cáncer pasó un paño húmedo sobre el tatuaje terminado, dejando a la vista el símbolo de Nike con el que Atena por siglos ha liderado a los santos siempre a la victoria. Kenai aplicó una delgada capa de ungüento sobre el dibujo, manteniendo la mano sobre éste. Cerró los ojos al recitar un canto en voz baja, ni Nauj ni Jack entendieron el lenguaje.
El santo de Libra se tensó al resentir un extraño dolor recorriéndole el cuerpo, estuvo a punto de apartar a Kenai de un golpe, pero intuyó que era parte de la hechicería de la que tanto pregona.
El cosmos del santo de Cáncer se encendió, inyectándolo sobre la imagen.
— Debo advertirles un par de cosas antes. El tener este sello no significa que serán completamente inmunes o invencibles para un shaman; impedirá que espíritus carentes de un cuerpo puedan hacerles daño, incluso evitará que puedan ser poseídos. Será de utilidad al enfrentarnos a alguien con el poder del Cetro de Anubis que es capaz de invocar batallones de espectros. Sin embargo, no aplica para aquellos espíritus que conservan su cuerpo físico ni mucho menos contra un guerrero shaman. Tengan en mente eso.
— Con eso será suficiente —Nauj comentó, confiado—, con que me eviten molestias invisibles basta.

Kenai de Cáncer bajó la mano y suspiró con claro cansancio. Le dio un par de vendas al santo de Libra con las que esperaba él mismo se pudiera vendar.
— He terminado, para mañana ya no te causará molestia alguna.
Nauj se levantó del banquillo, mirando el resultado final— ¿Será permanente? —cuestionó.
— Lo tendrás toda la vida… a menos que un día decidas arrancarte el trozo de piel o algo por el estilo —explicó con desenfado, alistando todo para continuar con Jack.
— Quizá debas tomar un descanso —aconsejó Leo en cuanto se sentara frente a él.
— Aún tengo mucho que hacer, ya habrá tiempo para descansar. Afortunadamente mis discípulos se están encargando de otras tareas mientras me centro en esta… ¿Me pregunto si realmente te preocupas por mí o sólo quieres retrasar que te pinche con una de éstas? —preguntó divertido, alzando una de las agujas negras.
— No digas tonterías —respondió molesto, quitándose la playera—. Sólo me preocupa que no hagas bien tu labor, es todo.
— Tranquilo, puedo hacer esto hasta con los ojos cerrados —Kenai hizo malabares con la filosa herramienta—. Sólo duele los primeros minutos, pero ya te acostumbrarás.

Nauj no se quedó, en cuanto pudo abandonó el recinto del Cangrejo para volver a su propio templo. Jack de Leo intentó no hacer muecas, pero sintió mucho dolor, aunque para su suerte el shaman no mintió al decir que era muy diestro en tal asignatura.
— ¿Qué crees que suceda ahora, Kenai? —el santo de Leo preguntó, optando por hablar al saber que sería una buena distracción para su mente.
— El Patriarca ya nos avisará. Se ha tomado estos últimos días para decidir los siguientes movimientos —Kenai de Cáncer respondió sin detener su labor—, con Terario y Souva en Asgard, es posible que envíe a los santos de Plata a buscar a los santos de oro que continúan ausentes.
— ¿Y ya saben dónde se encuentran?
— Sí, pude averiguarlo. El Patriarca ya está enterado por lo que no tardará en asignar a alguien. Me habría gustado seguir con esa misión, era mía después de todo, pero aquí vaya que tengo muchas cosas que hacer —suspiró, pero conservó una cara alegre—. Supongo que es ahora cuando se alegran de haberle permitido a un shaman formar parte del Santuario, recuerdo que había muchos quisquillosos por aquí cuando recién ingresé —comentó, recordando lo mucho que el señor Seiya y Albert de Géminis le  insistieron al Patriarca de ser cuidadoso con las admisiones al Santuario.
— Entiendo. Por mi parte puedo decirte que no creo en juzgar a todos por igual. Quizá seas un shaman pero no significa que seas un enemigo… Creo que era tu destino estar aquí con nosotros —el santo de Leo dijo con tono amistoso.
— Es bueno escuchar eso  —el santo de Cancer ocultó bien su preocupación. Le acongojaba la idea de que estuvieran al borde de una guerra en la que los shamanes quisieran tomar el control de este mundo… pero se negaba a acusarlos de esa manera, siendo ellos los hijos más cercanos a la madre tierra, no era posible que decidieran profanar esta era de paz con más sangre.


El Santuario de Atena, Grecia. Templo de Atena.
En el templo de la diosa ausente, el Patriarca había tomado sus decisiones después de meditar la información dada por sus allegados. Una vez que compartió sus ideas con el santo de Pegaso, sólo faltaba asignar las tareas a las personas correctas.
Pero con tanto peligro y devastación rondándolos últimamente, cierta congoja comenzó a crecer en el pecho del Patriarca, por ello llegó a decir — Seiya, si algo llegara a pasarme, espero que seas tú quien tome mi lugar. El Santuario necesitaría de tu fuerza para no sucumbir a estas adversidades.
Seiya de Pegaso se extrañó ante las repentinas palabras del Patriarca, pero sabía exactamente cómo responder a ellas.
— Lo siento Shiryu, eso jamás pasará —aclaró seriamente ante la sorpresiva expresión del Pontífice—. Porque para que llegaras a morir, primero tendrían que pasar sobre mi cadáver— dijo tranquilo y sonriente—. Y un muerto no puede liderar a nadie, tendrás que pensar en alguien más.
— Seiya, esto no es ninguna broma —recalcó el Patriarca con seriedad, caminando hacia donde la estatua de la diosa sujeta a Nike y el escudo de Atena. Un recinto que suele visitar cada que necesita un tiempo de serenidad.
— Yo tampoco estoy bromeando —Seiya aclaró—. No pongas esa cara Shiryu, ambos sabemos que así será. Dime, ¿realmente nunca has pensado en quién podría ser un buen sucesor llegado el momento?
— Por supuesto, y jamás saldrá de mi cabeza que debes ser tú… Pero si ambos tenemos la dicha de envejecer en el Santuario sirviendo a Atena, no tendría ningún sentido que un viejo le diera el cargo a otro viejo.
— Tú lo has dicho.
— Aunque el nuevo Santuario y nosotros mismos aún somos jóvenes, lo pienso en ocasiones… tal vez más de lo acostumbrado desde que comenzó todo esto— el Patriarca confesó—... Quizá me precipite, o todavía no conozco a los demás lo suficientemente bien como para cambiar de parecer, pero basado en lo que he vivido y compartido con cada uno de los miembros del Santuario, si algo llegara a pasar, escogería a Souva de Escorpión como mi sucesor.
— ¡¿Souva?! —el santo de Pegaso se contrarió—. Oh, no esperaba esa respuesta.
— ¿Crees que lo juzgo mal? —Shiryu se interesó en la opinión de su amigo.
— No… bueno, tengo mis reservas pero —Seiya dudó—… me extraña, eso es todo, por un momento creí que escogerías a alguien como Albert, tal vez.
— Ah, Albert es un hombre muy dedicado, con muchos conocimientos, podría decirse que es como mi hijo pues fui yo quien lo encontró aquel día y lo traje aquí al percibir su talento —Shiryu explicó, recordando a ese grosero niño que encontró en las calles hace tantos años—. Su disciplina y dedicación me impresionan y lo harían acreedor a tomar mi lugar… Sin embargo, temo que esa disciplina es excesiva, lo ciega de vez en cuando, tal vez ocupa trabajar un poco su empatía hacia los demás. En cambio Souva, él es sabio a su manera, fuerte, tranquilo y percibe al mundo y a las personas desde otro ángulo; es reconocido por todos por su amabilidad y corazón justo —sonrió al ser las cualidades que más admiraba en los santos—. Es cierto que a veces causa conmociones por aquí, pero cuando el momento lo requiere ha sido un santo ejemplar. Además, ser Patriarca no significa sólo acatar reglas o imponer castigos, es saber cómo cautivar y dar aliento a todos los que viven en el Santuario.
— El corazón del Santuario —secundó Seiya, aprobando las palabras dichas por Shiryu.
— Exacto.
— Debo decir que no objetaría demasiado llegado el momento, pese a todas las veces en las que se le ha insinuado a mi mujer— Seiya bromeó—. Lo considero un buen prospecto por ahora. Aunque si aparece alguien más también estará bien —era claro que no estaba muy convencido con la elección, pero tenía que confiar en Shiryu.

Los nudillos de Albert se pusieron casi blancos por la fuerza con la que cerró sus puños al escuchar tal conversación.
No había sido su intención, el Patriarca solicitó su presencia en el sagrado templo de la diosa, cuyo acceso estaba restringido para la mayoría de los habitantes del Santuario. Siempre se había sentido honrado por ser de los pocos privilegiados que contaban con el permiso del Patriarca para ello.
Al entrar solo escuchó las voces, y conforme avanzó por el amplio pasillo de grandes ventanas, comenzó a entender el tema de la charla entre el Patriarca y el santo de Pegaso. Por educación debió haberse hecho notar o anticipar su llegada, pero no lo hizo, estaba curioso por la respuesta del Patriarca, la cual lo sacudió más allá de lo que hubiera podido pensar.
¿Souva de Escorpión un mejor candidato para suceder al Patriarca…? ¿Cómo podría ser eso posible? Escuchó cada palabra, sintiendo que cada una de ellas se le clavaba en el pecho como cuchillos. Ardía en deseos por emerger de la oscuridad y cuestionar abiertamente tal decisión, pero prefirió contenerse. No podía mostrar tal descontrol ante el Patriarca por esa situación.

Usando todo su autocontrol, Albert de Géminis logró serenar su rostro, retrocediendo varios pasos y fingiendo su reciente llegada al templo.
El Patriarca y el santo de Pegaso le dieron la bienvenida, sin sospechar que hubiera sido oyente de su conversación.

— Dime Albert ¿cómo van las cosas dentro del Santuario? —el Patriarca preguntó con interés.
— El trabajo de Kenai de Cáncer y sus pupilos marcha bien, tal y como usted lo dispuso Patriarca. Sabemos que la condición de Asgard se ha equilibrado, pero no hemos recibido detalles de la situación.
— Confío en que Terario y Souva puedan manejarlo. Si las cosas están marchando bien deberé pedirle a uno de ellos que regrese lo más pronto posible, no podemos dejar nuestras defensas tan abiertas, considerando que planeo enviar a otros santos de oro a diferentes misiones —Shiryu dijo para sus dos allegados—. Me he convencido que para afrentar esta amenaza los doce caballeros dorados deben reunirse en el Santuario. Gracias a Kenai tenemos dos localizaciones precisas del lugar donde las armaduras se encuentran.
— ¿Es eso cierto, Patriarca? —Albert cuestionó.
— La armadura de Piscis parece reposar en un lugar en Albania, pienso enviar a las amazonas Calíope de Tauro y Elphaba de Perseo. Confío en que ellas lograrán establecer contacto con la persona que la armadura de oro ha elegido y la traerán hasta aquí. Pero esa tarea no es la que me mortifica —Shiryu mostró un gesto preocupado.
— ¿Qué es lo que ocurre? —Géminis se atrevió a preguntar.
— Para nuestra mala suerte —Seiya decidió responder—, todo indica que hay una armadura de oro en las profundidades del océano.
— Eso quiere decir que… —Albert musitó perturbado.
— Se encuentra en el Reino Submarino de Poseidón —Shiryu continuó—. Desconocemos la razón… y Kenai parece muy seguro de su descubrimiento. No tengo porque dudar de su investigación. ¿Acaso un marino habrá sido elegido por la armadura?, ¿la persona elegida vivirá allí? o ¿el ropaje se encuentra allá en contra de su voluntad? —eran las posibles respuestas que encontraba, después de todo no sería la primera vez…
— Entiendo que es una situación delicada. Pese a que tengamos una relación neutral con el Reino Submarino, solicitar entrar para una búsqueda como esa podría resultar un insulto para ellos… —meditó Albert en voz alta.
— Lo más correcto es que yo mismo acudiera, pero temo que en mi ausencia algo pudiera pasar, y aunque Seiya se ha ofrecido, tampoco lo creo apropiado. Pienso enviar un comunicado, anunciado de la visita de dos de nuestros santos y solicitando una audiencia con el Emperador.
— Envíe a Sugita —se adelantó a decir Albert.
Seiya ya se encontraba al tanto del vínculo existente entre el actual santo de Capricornio con el Reino Submarino, por lo que tal sugerencia le parecía poco recomendable.
— ¿Qué clase de sandeces estás diciendo? —Seiya cuestionó con severidad.
Pero el santo de Géminis no se dejó intimidar — Dígame si no lo ha pensado Patriarca. No creo que el Emperador desconozca que uno de los suyos se encuentra dentro de nuestras filas, y si no ha habido ninguna clase de represalia por ahora quizá podamos ver esto como una oportunidad. Qué mejor emisario que él.
— Entiendo tu punto Albert —Shiryu dijo, no muy cómodo al saber que el santo de Géminis veía a Sugita de Capricornio como un anzuelo para sus propósitos—, pero me preocupa que ocurra todo lo contrario… Qué tal si es recibido y tratado como un traidor. Una vez dentro, habría pocas cosas que pudiéramos hacer por él.
— Creí que yo era el pesimista, Patriarca —dijo Albert.
— No es una decisión fácil… pero veo las grandes posibilidades de éxito si le encomendamos a Sugita de Capricornio tal tarea —Shiryu meditó—. Por supuesto que no le permitiría ir solo, Sugita es inexperto… quizá Aristeo de Lyra deba acompañarlo, es mucho mejor orador y sabría cómo llevar la situación de una manera diplomática.
— Sería prudente que Aristeo estuviera enterado de nuestros temores… quizá hasta Sugita deba ser advertido—aconsejó el santo de Pegaso.
— Eso si es que continúa sin saberlo —comentó Albert, creyendo que el paso del tiempo podría haberle dado al santo de Capricornio conocimiento sobre sus orígenes.
El Patriarca avanzó un poco por el recinto con gesto pensativo— No es correcto enviar a dos de nuestros santos sin la información apropiada. Dejaré que Sugita decida, después de todo es su vida la que entraría en juego. Yo hablaré con él— decidió al fin.
Albert de Géminis sonrió para sus adentros, ¿cómo podría el Patriarca considerar a Souva como un mejor sucesor después de que él siempre le ha dado atinados consejos y sugerencias?
— Yo iré en su búsqueda, Patriarca —Albert se acomidió.
Shiryu se lo agradeció, y tras una leve reverencia el santo de Géminis partió.

Albert dejó atrás el Templo de Atena, sintiendo esa incómoda y desagradable presencia conforme descendía hacia los aposentos del Patriarca.
Esto comienza a serme más y más familiar, ¿no lo crees Albert? —escuchó de esa voz burlona que reconocería como la suya propia.
El santo prefirió callar, continuando su camino.
Oh Albert, no me esfumaré sólo porque me ignores… Debes admitir que la Historia es un ciclo que tiende a repetirse, eres la prueba viviente ¿Qué no lo ves? —cuestionó sarcástico—. De nuevo aquí está, un santo de Géminis devoto, fiel, sabio, poderoso, con un corazón ansioso y lleno de esperanza para un día ascender a Patriarca… Cree ciegamente que el puesto será suyo, pues todo el tiempo, esfuerzo y sangre que ha dedicado a ello lo harían acreedor a tal sucesión… pero entonces descubre la traición de los que más respeta, pues es otro quien está siendo considerado para tomar ese lugar. De nuevo el escenario trágico se muestra, me pregunto si Souva de Escorpión terminará siendo expulsado del Santuario como un traidor, ¿enviarías al santo de Capricornio también como lo hizo Saga? —rió.
Albert se detuvo, tomando una gran bocanada de aire para mantenerse sereno.
— ¿Por qué me atormentas siempre con lo mismo? ¿Acaso no has entendido que jamás me convertiré en lo que pregonas? —cuestionó, animándose a mirar el casco que lleva en sus manos, para contemplar su reflejo en el rostro sonriente de la armadura.
No soy yo quien mueve los hilos, pero las coincidencias no existen tampoco —dijo su reflejo con gesto prepotente y malévolo—. Quizá es el destino el que conspira para que triunfes donde otros tantos han fracasado y muerto con el estigma de traidores… Una última oportunidad para reivindicar el signo de los Gemelos, como sueles decir…
Albert desconfió —Y lo haré, a mi manera, no a base de mentiras y asesinatos.
Si fueras de pensamientos tan puros, ¿por qué nunca le has hablado a nadie sobre mí? —cuestionó, sin recibir respuesta del santo de Géminis—. Temes las consecuencias… el rechazo o incluso que crean que te has vuelto loco… y quizá hayas perdido la cordura Albert, tu obsesión por el poder y el conocimiento pudieron haberme creado… Lo que tú creas depende de ti, pese a que te he revelado mi identidad te niegas a aceptar la verdad… si es más fácil para ti creer que has perdido la cordura, está bien, te ayudaré —volvió a reír con aire desquiciado.
Albert se palpó la frente, sintiéndose confundido y cansado por ese juego funesto por el que siempre termina envuelto.
— A estas alturas… creo que es momento de que descubramos la verdad. No puedo continuar así… si en serio eres quien dices ser, entonces pruébalo —pidió el santo.
¿Le pides pruebas a un dios?
— Negarte sólo prueba tu mentira…
Entiendo, olvido que los humanos sufren de una carencia de fe… Ya antes te ofrecí revelarte algo de sumo poder escondido en el Santuario, pero te negaste, ¿qué podría decirte que fuera de mayor interés para ti? —el ser espectral meditó unos instantes en los que Albert guardó silencio—. Si poder no es lo que buscas, quizá la oportunidad de una gran hazaña te resulte más tentadora…
— ¿Una hazaña? —Albert repitió confundido.
—respondió la voz maliciosa—, ¿qué harías si te diera la ubicación exacta en donde encontrarás a la persona responsable de todas estas batallas?
— ¿Qué estás diciendo? —Albert se sobresaltó.
Así es Albert, yo puedo decirte donde se encuentra. ¿Te interesa? —cuestionó.

*-*-*-*-*-*

Grecia. Villa Rodorio.

Sugita no deseaba verse demasiado ansioso, pero eso no evitó que sus pies trotaran todo el camino desde que salió del Santuario hacia villa Rodorio.
Sonreía entusiasmado de encontrarse con la persona que le escribió la nota que llevaba en el bolsillo.
Cuando la recibió a manos de uno de los guardias, le causó gran extrañeza, llegó a pensar que había sido una equivocación, pero en cuanto leyó su contenido quedó sorprendido y a la vez asustado.

Una vez que arribó a la villa, preguntó por el establecimiento donde debería encontrarse con dicha persona; un pequeño restaurante que es famoso por su té y panecillos según decían. Fue fácil de encontrar por la fachada pintada de color rosado, las plantas, las sillas y mesas fuera del establecimiento donde algunas personas se encontraban merendando. Avanzó hacia allá pero se detuvo aún a lo lejos al distinguir entre las demás personas a una en particular.
Allí estaba él, sentado junto a una mesa circular, fumando esa larga pipa que le gustaba tanto. En verdad se trataba de su padre, los años no lo han desfavorecido; continuaba con ese porte y apariencia distinguida que sus anteojos acentuaban. Su largo cabello blanco estaba sujeto por un delgado listón, vestía un traje negro que resaltaba la blancura de su piel y el azul intenso de sus ojos… parecía todo un noble.
Sólo entonces Sugita se sintió nervioso, se miró a sí mismo y pensó en que quizá hubiera sido mejor traer unas mejores prendas que las que llevaba. Pero tras despejar su garganta y limpiar el sudor de su cuello, decidió ir hacia él.
¿Él lo reconocería? Se preguntaba a cada paso. ¿Le gustará en lo que se ha convertido? ¿Aprobará la clase de persona que es ahora?

El padre de Sugita ladeó la cabeza un poco, descubriendo al joven pelirrojo que se tensó en cuanto sus miradas se encontraron. El hombre de cabello blanco lo miró, reconociéndolo de inmediato aun después de diez años, y su primer pensamiento fue— Se parece tanto a su madre…
Inseguro de cómo actuar, Sugita permaneció tan firme como si estuviera ante un general de altísimo rango, con la misma rigidez terminó por llegar a su lado para decir con claro nerviosismo— ¡Me alegra que esté bien, padre! —casi gritando, lo que causó gracia a un par de viejecitos que estaban cerca. Sugita realizó una reverencia oriental, en espera del permiso de su padre para poder tomar asiento.
El hombre de cabello blanco lo miró con ojos cálidos, y tras exhalar un poco de humo dijo —Veo que has crecido bien, Sugita. Tienes buen aspecto, parece que Deneb hizo un buen trabajo educándote. Por favor, siéntate.
— Gracias— Sugita se enderezó y terminó por tomar asiento en esa misma mesa, notando el juego de té puesto sobre el mantel, una canasta con panecillos y un cenicero.
El santo de Capricornio contempló a su padre y éste únicamente guardó silencio, observándolo fijamente. Sugita recordaba poco de él, pero la sensación de que siempre fue atento y amoroso estaba en su mente… Sin embargo ya no era un niño de cinco años que pudiera lanzársele a sus brazos y esperar que éste le respondiera, así que optó por comportarse como si estuviera ante su maestro, el hombre que lo crió e instruyó durante todos esos años.
— No tienes por qué estar tan nervioso —dijo el peliblanco con un gesto sonriente—, pero entiendo que mi visita te resulte repentina.
— Lo siento… —se disculpó el chico, viendo como su padre le sirvió un poco de té en una taza.
— Dos cucharadas de azúcar según recuerdo, y unas gotas de limón —comentó el hombre de anteojos al preparar la bebida.
El joven santo se sorprendió, aunque por muchos años vivió lejos de poder tomar un buen té, así es como solía gustarle si se presentaba la oportunidad. ¿Por qué recordaría eso el hombre que lo entregó a un desconocido para que entrenara lejos de un hogar y una familia, el mismo que jamás respondió alguna de sus cartas?
Sugita le dio un sorbo, pero sus manos seguían tensas sosteniendo la taza.
— Padre… la verdad es que estoy sin palabras, no creí que… ¿por qué esta aquí? —preguntó finalmente.
El hombre buscó entre el bolsillo de su traje y sacó un sobre con el sello roto que Sugita reconoció como suyo.
— Me escribiste hace tiempo, ¿acaso lo has olvidado? —respondió—. En ella decías que finalmente te habías convertido en un santo del Santuario y bueno, quise venir a visitarte y felicitarte por ello. Estoy orgulloso, tu madre también lo estaría.
— Es bueno escuchar eso —Sugita dijo, pudiendo sonreír—. Y me alegra que estés aquí porque, hay algo que no he podido decirle a nadie y… creo que tú eres el indicado.
— Dime.
— Padre, yo… conocí a alguien que me habló sobre mamá— el peliblanco se mostró interesado—. No fue muy claro y no me encontraba en una posición que me permitiera insistir pero —Sugita comenzó a mostrarse inquieto por una creciente desesperación que al fin se sentía en confianza de liberar—… dijo palabras que me preocupan, como que hay cosas que no conozco sobre ella, cosas que me atan al Reino Submarino. He pasado muchas noches en desvelo, y por más que lo pienso sigo sin entender lo que quiso decir —su respiración comenzó a sonar irregular—… ¿acaso yo debería ser…? —un repentino dolor lo sobresaltó y sacó de su angustia existencial cuando su padre lo quemara con la cazoleta de su pipa, permitiendo que lo caliente del hornillo le hiriera la piel en un punto de su cuello.
El grito de sorpresa no se hizo esperar, por lo que con ojos asustados miró a su padre quien permaneció impasible.
— ¡P-pero…! ¡¿Por qué hizo eso?! —Sugita exclamó malhumorado, cubriendo con su mano la quemadura que dejaría cicatriz.
— Si no te calmaba seguramente te ibas a hiperventilar como cuando eras un niño, ¿acaso has olvidado esas crisis tuyas? —cuestionó el hombre de manera despreocupada—. Antes tenía que cargarte  y cantarte una canción, ahora creo que yo estoy demasiado viejo para intentarlo y tú demasiado grande como para que me lo permitas, así que probé ese método, parece que funcionó.
Sugita hizo una mueca de desagrado y a la vez vergüenza— Eso ya no me sucede.
— Veo que sigues preocupándote demasiado —el peliblanco suspiró—… Entiendo tu posible angustia al respecto, pero no tiene sentido que te sientas así, pronto la verdad te alcanzará.
— ¿La verdad? ¿Significa que sí hay algo que me has ocultado sobre ella? —Sugita preguntó, esperanzado.
— Yo no diría “ocultar”, sólo que eras muy pequeño como para que lo entendieras o que fuera necesario que conocieras. No era el tiempo Sugita, pero en vista que has llegado hasta aquí, es tu derecho saberlo.
— ¿Vas a decírmelo entonces?
El peliblanco fumó un poco más y después dijo —No, no soy yo quien lo hará.
— ¡¿Pero por qué no?! ¡Eres mi padre! ¡Es tu obligación!
— Lo sabrás pronto, ¿por qué eres tan impaciente? —dijo el hombre con gesto risueño—. Lo he visto, no tienes que mortificarte.
Sugita calló en cuanto escuchó esas palabras, sabiendo que su padre tenía un poder excepcional y que podía conocer el futuro de las personas, un poder mucho más desarrollado que el de su propia madre —Vas a estar bien… y si tu temor es que no seas mi hijo natural, puedo decirte que no tienes tanta suerte, yo soy tu padre te guste o no.
— No quise decir eso… pero me alegra escucharlo… —Sugita se apresuró a decir, sintiendo un gran alivio.

— Sé que no he sido el padre que mereces, pero sí el que necesitabas para llegar a este punto de tu vida —el hombre dijo tras un prolongado silencio en que el joven santo comió un trozo de pan. Sugita lo miró con los ojos bien abiertos. ¿Por qué estaba aquí realmente? Todo de él sonaba a una clase de despedida.
— Lamento haberte alejado de mí, pero necesitabas un guía diferente en esta cruzada. En todo momento pudiste haber renunciado pero, decidiste proseguir el camino que se te mostró, no desafiaste tu destino pese a que diversas oportunidades se presentaron. Naciste con el corazón de un santo ateniense y eso lo has probado, jamás pongas en duda que tu sitio está allá —dijo al lanzar una mirada hacia las montañas donde se  encuentra oculto el majestuoso Santuario de los guerreros de Atena.
— Eso ahora lo sé padre— el santo de Capricornio lo imitó, mirando con orgullo hacia ese lugar, pero entonces se le ocurrió preguntar—. Cosas muy graves están sucediendo en el mundo… ¿sabes algo al respecto? Después de todo tú eres… —pero calló en cuanto descubrió lo osado de su intento.
El peliblanco llevó la taza de té a su boca, bebió dos pequeños tragos  para decir— Hace tiempo que me limité a sólo observar el presente, Sugita. No es divertido, y en ocasiones no es nada grato ver lo que ocurrirá con antelación… Contigo hice una excepción ya que… bueno, se lo prometí a tu madre, que cuidaría de ti.
— Entonces… ¿has visto mi futuro? —sintió curiosidad por preguntar.
— El futuro es como un río que siempre está en movimiento, uno puede ver imágenes en sus aguas pero por ligeros cambios y obstáculos en la corriente, las imágenes se distorsionan y muestran algo totalmente diferente… No puedo garantizar que lo que he visto se cumplirá tal cual mi visión. No puedo decirte qué ocurrirá, eso es hacer trampa, pero sí puedo asegurarte que pase lo que pase llegarás a la edad como para darme uno o dos nietos, eso me hace feliz —comentó, sonriendo.

Qué misterioso era su padre, en eso pensaba Sugita al escucharlo hablar. Sabía de boca de otros sobre su alta posición en el circulo de hechiceros en Europa… él recordaba pocas cosas en realidad, pero nunca fue testigo de su verdadero poder…
Aunque su padre continuó hablando de pasajes nostálgicos y otros más personales, como el que volvió a casarse con una mujer japonesa con la que tenía una hija de pocos meses de nacida, el santo de Capricornio lo interrumpió diciendo:
— ¿Serías nuestro aliado?
A lo que el peliblanco calló, mostrando un gesto serio— En eso no te pareces en nada a mí. Aquí estamos después de diez largos años de no vernos y prefieres hablar sobre situaciones adversas— suspiró con desilusión.
— Esto es algo que también les concierne. Dos reinos han sido atacados y sumidos en la aniquilación ¿acaso tú y los demás esperarán a que suceda en sus propios hogares para decidirse a actuar? —Sugita recriminó.
— Nuestra sociedad está dispuesta a actuar para defender este mundo si la situación así lo requiere, Sugita. Pero no es tan sencillo como crees… Si los Santos del Santuario, los Apóstoles en Egipto y los Dioses Guerreros en Asgard no han sido capaces de mermar a ese grupo bélico, que otros se inmiscuyan podría terminar con miles de personas muertas en vano.
— ¿Entonces están dispuestos a esperar a que nos aniquilen a todos primero? —el santo cuestionó molesto.
— Las cosas son como deben ser. ¿No te preguntas por qué tu Patriarca no ha buscado aliados? Él sabe que si sus fuerzas no son capaces de detener esta amenaza, hay pocas esperanzas de que los otros triunfen.
— Pero la unión hace el poder —el joven insistió.
— Esas decisiones no te competen, Sugita. No te fijes en lo que los demás hacen o no hacen, concéntrate en lo que tú puedes lograr para llegar al final de esta situación. Algún día comprenderás que el destino se labra con las acciones de todos los individuos de este mundo, sin importar lo insignificantes que estas acciones puedan parecer. Estar sentado aquí, frente a mí bien puede haber cambiado tu destino y el de otros… Debes confiar en que todo se da por una razón, no existen las coincidencias, sólo lo inevitable —el peliblanco susurró, recordando con afecto a la persona que solía decírselo tanto—. Esas siempre fueron las palabras de tu madre, recuérdalas a partir de hoy.

FIN DEL CAPITULO 34


Vladimir*: Es el nombre del Maestro de Terario de Acuario. Apareció en el Capitulo 2.

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