Asgard, Palacio Valhalla
Para cuando Sergei de Alioth llegó al lado de Freya, le impresionó su
palidez y la gran mancha de sangre que brotaba de la herida en su pecho.
El patio frontal del palacio se encontraba en ruinas gracias a la
batalla allí suscitada. Sólo encontró dos cuerpos, el de la pelirroja y el de
Clyde de Megrez, quien aún respiraba. Ambos estaban en un estado crítico, pero
Sergei sentía mucha más obligación en ayudar a la joven Freya, mientras Aullido
merodeaba olfateando el lugar.
Sergei contempló el ropaje de Merak que se erigía como un guardián
silencioso de la guerrera desvalida. El
dios guerrero se atragantó al no entender todavía lo que le había sucedido a
Aifor… Se sentía culpable por no haberlo podido detener, pero si lo que dijo
antes de marcharse era cierto, de Clyde obtendría respuestas importantes.
Sergei no sabía nada de medicina excepto lavar su herida y envolverla
con una venda, sin embargo era visible que el daño que recibió Freya era grave,
su corazón podía estar implicado, ¿cómo seguía con vida? Se preguntaba,
admirado por la fortaleza de su compañera.
Sergei se extrañó al notar el collar que Aifor siempre llevaba consigo
ahora colgado en el cuello de Freya. Por reflejo, estuvo a punto de cogerlo
cuando una voz lo tomó por sorpresa, haciéndolo girar como un feroz animal que
había sido sorprendido.
— No tocaría eso si fuera tú —dijo la voz de un hombre encapuchado—,
aunque no lo creas es lo que le permite seguir en este mundo.
Sergei de Épsilon desconfió en extremo. A la entrada del palacio se
encontraba un hombre envuelto por una capa y capucha de viajero que le ocultaba
el rostro. Pronto aparecieron otros dos individuos vistiendo de la misma forma.
Amo y lobo se pusieron en guardia — ¡¿Quiénes son ustedes?! —cuestionó
en alerta.
El más alto de los individuos fue el único que habló —Amigos, vinimos desde lejos al saber que
necesitaban ayuda.
Sergei y Aullido no sintieron malas intenciones del grupo de encapuchados.
El dios guerrero se permitió dudar, pero finalmente creyó en la sinceridad de
sus palabras, sobre todo cuando un cuarto sujeto apareció trayendo consigo a
Alwar de Benetnasch, inconsciente pero vivo.
El líder del grupo se apartó el manto de la cabeza para decir— Mi
nombre es Vladimir*, y ellos son mis discípulos. Nos gustaría hablar con sus
gobernantes, queremos ofrecerles nuestra ayuda.
Capitulo 34.
El futuro no está decidido. Parte I
— Brrr, este clima no es de mis favoritos. Prefiero mil veces una
playa soleada que esto. ¿Por qué tenían que enviarme a mí sabiendo que soy
intolerante al frío?— Souva de Escorpión se quejó durante el corto trayecto que
les tomó subir las escalinatas hacia el palacio del Valhalla. Se había envuelto
completamente con la capa carmesí que colgaba de su cloth dorada, a diferencia
de Terario de Acuario cuya resistencia al ambiente glaciar la tenía bien grabada
en la piel.
Cuando el Patriarca les informó de lo acontecido en las tierras de
Odín durante la Reunión Dorada, le encomendó a Terario la tarea de viajar al
hogar de los dioses guerreros para apoyarlos en tal momento de vulnerabilidad.
Asignaron al santo de Escorpión a que lo acompañara, así como a un par
de amazonas, ambas aprendices del templo de Curación.
En cuanto arribaron a la entrada del palacio, los escombros y los
daños revelaron grandes enfrentamientos, incluso aún había rastros de sangre
seca en algunas zonas del suelo.
Nadie los recibió, por lo que se animaron a entrar al lugar, divisando
a una que otra persona corriendo por los pasillos llevando agua, fomentos y
demás utensilios.
Los que llegaban a ver a los forasteros se sobresaltaban y cambiaban
de dirección, posiblemente temerosos de que fueran más enemigos.
No encontraron a ningún guardia, sólo mujeres y hasta niños que les
dedicaban miradas recelosas. El santo de Escorpión confió en sus habilidades
sociales, pero ni su mejor sonrisa pudo lograr algún cambio.
— Lo mejor es que aguardemos aquí. En cuanto se corra la voz, alguien
vendrá —dijo el santo de Acuario con tono paciente.
— Esto es lamentable —comentó Souva al estudiar el entorno,
encontrándolo deprimente—… primero Egipto y ahora Asgard… Aunque el Patriarca
tenga la intención de impedir que esto continúe, no tengo idea de dónde
podríamos comenzar a buscar —comentó, cruzándose de brazos—. Son enemigos muy escurridizos.
Acuario meditó por unos segundos para decir— Quizá la mejor opción
será anticipar su siguiente movimiento. Tienen un objetivo claro, y el
Santuario es un blanco que está dentro de sus planes.
— Quien dijo que esta sería una era pacifica no sabía de lo que
hablaba ¿verdad? —Souva comentó, sarcástico.
Terario fue el primero en percibir que alguien venía hacia ellos. El
santo de Acuario habría esperado encontrarse con cualquier desconocido, pero en
cambio un rostro familiar es quien estaba allí para darles la bienvenida.
— ¿Terario?... ¿Eres tú? —un joven preguntó azorado, en cuyo rostro
resaltaba un parche negro sobre su ojo derecho.
Aunque no había sido mucho el tiempo desde que abandonó Siberia, el
santo de Acuario se sorprendió de ver allí a — Velder —su antiguo compañero de
entrenamiento—… ¿qué es lo que haces aquí?
El joven avanzó y con gran camaradería saludó de mano a su hermano. Terario respondió el apretón y
una leve sonrisa se vislumbró en su cara.
—Lo mismo podría preguntarte, creo que estas muy lejos de Grecia ¿no? Pero… mírate nada
más —Velder dio un paso hacia atrás, admirado por el ropaje dorado que cubría a
su amigo—, de verdad eres todo un santo dorado, espera a que Natasha te vea.
— ¿Natasha? ¿Ella está aquí también? —el santo de Acuario preguntó
preocupado.
Velder asintió —También Singa y el maestro Vladimir. No me preguntes por
qué pero, el maestro sólo nos dijo que teníamos que acompañarlo, y nos trajo
hasta aquí. Desde que llegamos hemos estado ayudando a los heridos y enfermos.
— El Patriarca fue notificado de los eventos que aquí ocurrieron, por
eso nos envió. Traemos con nosotros algo que quizá sea de gran ayuda para el
pueblo de Asgard —Terario explicó, señalando a una de las amazonas que cargaba
en sus hombros una caja cubierta con un manto blanco.
— El señor Bud me comentó algo al respecto, espero lo disculpen pero
él está atendiendo algo importante justo ahora. Puedo llevarlos a donde nos
encontramos atendiendo a los heridos, estoy seguro que Natasha estará muy feliz
de verte.
— No tengo dudas de que Natasha está haciendo un excelente trabajo
cuidando de los enfermos, lo último que quisiera es que se distrajera por mi presencia,
ya habrá tiempo de saludarnos después.
Souva miró con intriga a su compañero dorado.
Aunque a Velder le molestó la actitud de Terario, entendía sus
palabras. Natasha usualmente es una joven muy centrada, pero en cuanto el
pelirrojo estaba cerca o era el centro de sus pensamientos, tendía a volverse
muy descuidada.
— Como quieras. Sólo espero que no quiera golpearme porque le oculté
tu llegada —fue lo último que dijo antes de emprender el camino seguido por las
dos amazonas.
— Vaya… de pronto el ambiente cambió. ¿Quién es Natasha? —Souva
preguntó con picardía—. Te pusiste un poco nervioso en cuanto escuchaste su
nombre.
Terario le lanzó una mirada gélida al Escorpión, pero éste lejos de
intimidarse se sintió más intrigado y comenzó a deducir una historia de amor.
— Lo imaginaste.
— Como digas… — sonrió el Escorpión en cuanto Terario diera vuelta y
marchara hacia la dirección opuesta a la de Velder—. Y ya que ambos somos malos
para atender heridos, ¿qué haremos mientras tanto? —preguntó, siguiéndolo.
— Esperar hasta que podamos hablar con alguno de los gobernantes. Tengo
entendido que la señora Hilda de Polaris quedó en un estado de salud delicado,
pero entre los cuidados de Natasha y la armadura de la Copa, ella y todos los
demás se recuperarán pronto.
— Me sorprendió que el Patriarca permitiera sacar un tesoro como ese
del Santuario, sobre todo en tiempos de guerra, pero eso refleja la buena
relación que se tiene con estas tierras. Vaya que fue difícil para Calíope
dejar que nos la lleváramos —Souva rió, recordando a la amazona de Tauro y
todas las amenazas que les lanzó antes de entregarles la caja. Una de las
condiciones fue que dos de sus más confiables aprendices los acompañaran, pues
ellas sabrían cómo utilizar las bendiciones del ropaje a favor de los enfermos.
La armadura de la Copa es el tesoro que se resguarda celosamente en el
templo de Curación. Las amazonas allí conocen sus secretos, y están asignadas a
su cuidado y preservación.
— ¿Sabes? Se dice que si te ves en el reflejo del agua que emana la
armadura, puedes ver tu futuro —comentó Souva—. Nunca lo he podido comprobar, Calíope
no me lo ha permitido, quizá sea una buena oportunidad —se detuvo,
sosteniéndose la barbilla con gesto pensativo—. Con ella tan lejos… y ¿por qué
no? Conocer a tus amigos, Terario, tengo curiosidad —lo dijo con una doble
intención que Terario percibió.
— Haz lo que quieras Souva, te buscaré en cuanto te necesite. Pero
pese a todo, no bajes la guardia, no podemos asegurar si los ataques aquí
cesarán o sólo se tomaron un descanso.
*-*-*-*
El Santuario de Atena, Grecia. Cuarta casa del
Zodiaco.
Por el templo de Cáncer deambulaban extraños olores provenientes de
una fogata encendida en el Cuarto de Batalla. Allí el santo de Cáncer había
colocado las herramientas necesarias para llevar a cabo su extensa labor.
Muchas agujas, cuencos con pasta de color, cubetas con agua, vendas y
paños limpios era todo lo que necesitaba para trabajar. Una vez que tuvo la
autorización del Patriarca Shiryu se prestó a ser el primero en sentarse,
siguiéndolo algunos santos de oro después.
— ¿Y esta tontería en qué exactamente va a ayudarnos?— Nauj de Libra
cuestionó malhumorado mientras Kenai de Cáncer le tatuaba un símbolo al lado
izquierdo del pecho.
— Me lo agradecerás el día en que llegues a enfrentarte a algún
ejército de espectros. No es algo que le desee a nadie, pero hay que ser
precavidos —contestó sin distraerse, limpiando la sangre que brotaba—. Esto mi
querido amigo protegerá tu alma de espíritus que quieran someterte o devorarte.
Nauj se reservó cualquier comentario. En otros tiempos no se dejaría
arrastrar hacia las supersticiones ni a la brujería, pero era claro que las
fuerzas enemigas dominaban artes sobrenaturales contra las que no podía
combatir por su cuenta. Sólo por eso es que se prestaba a ser partícipe en el
ritual.
— ¿Y de verdad funcionará? —preguntó todavía escéptico el joven Leo,
quien aguardaba su turno.
— Tenía la opción de confeccionar un amuleto, pero esos son fáciles de
detectar y destruir. Confíen, será cien por ciento eficaz. Cualquiera en mi
tribu podría hacer esto en pocos minutos, pero al tratarse de un sello de
protección de alto nivel requiere más dedicación y energía. Yo mismo hice los
míos hace años, y hasta el momento han funcionado bien —respondió, señalándolos
con orgullo.
Jack de Leo tenía sus dudas pese a que ha visto todo el proceso. Nauj
lo ocultaba bien, pero de seguro era muy doloroso recibir tantos pinchazos en
la piel… o tal vez para él no. Cuando
el santo de Libra se quitó la camisa
para comenzar con el tatuado, pudo ver
las horribles cicatrices que le marcaban la espalda y el cuello. Le
embargó una clase de lástima tratando de imaginar el origen de ellas, quizá un
evento remoto por el cual formó una actitud agresiva hacia el mundo y para los que estaban en él.
— ¿El dibujo es el mismo para todos? —el santo de Libra preguntó,
manteniendo los ojos cerrados.
— Las prisas no me permiten trabajos personalizados, lo siento
—bromeó—. Tuve que diseñar una estructura correcta con los conjuros adecuados.
Mi primera idea fue un cangrejo —dijo
sonriente—, pero obviamente Albert casi me manda a otra dimensión cuando lo
supo, así que opté por algo más adecuado, supuse que sería lo mejor.
El santo de Cáncer pasó un paño húmedo sobre el tatuaje terminado,
dejando a la vista el símbolo de Nike con el que Atena por siglos ha liderado a
los santos siempre a la victoria. Kenai aplicó una delgada capa de ungüento
sobre el dibujo, manteniendo la mano sobre éste. Cerró los ojos al recitar un
canto en voz baja, ni Nauj ni Jack entendieron el lenguaje.
El santo de Libra se tensó al resentir un extraño dolor recorriéndole
el cuerpo, estuvo a punto de apartar a Kenai de un golpe, pero intuyó que era
parte de la hechicería de la que tanto pregona.
El cosmos del santo de Cáncer se encendió, inyectándolo sobre la
imagen.
— Debo advertirles un par de cosas antes. El tener este sello no
significa que serán completamente inmunes o invencibles para un shaman;
impedirá que espíritus carentes de un cuerpo puedan hacerles daño, incluso
evitará que puedan ser poseídos. Será de utilidad al enfrentarnos a alguien con
el poder del Cetro de Anubis que es capaz de invocar batallones de espectros.
Sin embargo, no aplica para aquellos espíritus que conservan su cuerpo físico
ni mucho menos contra un guerrero shaman. Tengan en mente eso.
— Con eso será suficiente —Nauj comentó, confiado—, con que me eviten
molestias invisibles basta.
Kenai de Cáncer bajó la mano y suspiró con claro cansancio. Le dio un
par de vendas al santo de Libra con las que esperaba él mismo se pudiera
vendar.
— He terminado, para mañana ya no te causará molestia alguna.
Nauj se levantó del banquillo, mirando el resultado final— ¿Será
permanente? —cuestionó.
— Lo tendrás toda la vida… a menos que un día decidas arrancarte el
trozo de piel o algo por el estilo —explicó con desenfado, alistando todo para
continuar con Jack.
— Quizá debas tomar un descanso —aconsejó Leo en cuanto se sentara
frente a él.
— Aún tengo mucho que hacer, ya habrá tiempo para descansar.
Afortunadamente mis discípulos se están encargando de otras tareas mientras me
centro en esta… ¿Me pregunto si realmente te preocupas por mí o sólo quieres retrasar
que te pinche con una de éstas? —preguntó divertido, alzando una de las agujas
negras.
— No digas tonterías —respondió molesto, quitándose la playera—. Sólo
me preocupa que no hagas bien tu labor, es todo.
— Tranquilo, puedo hacer esto hasta con los ojos cerrados —Kenai hizo malabares
con la filosa herramienta—. Sólo duele los primeros minutos, pero ya te
acostumbrarás.
Nauj no se quedó, en cuanto pudo abandonó el recinto del Cangrejo para
volver a su propio templo. Jack de Leo intentó no hacer muecas, pero sintió
mucho dolor, aunque para su suerte el shaman no mintió al decir que era muy
diestro en tal asignatura.
— ¿Qué crees que suceda ahora, Kenai? —el santo de Leo preguntó,
optando por hablar al saber que sería una buena distracción para su mente.
— El Patriarca ya nos avisará. Se ha tomado estos últimos días para
decidir los siguientes movimientos —Kenai de Cáncer respondió sin detener su
labor—, con Terario y Souva en Asgard, es posible que envíe a los santos de
Plata a buscar a los santos de oro que continúan ausentes.
— ¿Y ya saben dónde se encuentran?
— Sí, pude averiguarlo. El Patriarca ya está enterado por lo que no tardará
en asignar a alguien. Me habría gustado seguir con esa misión, era mía después
de todo, pero aquí vaya que tengo muchas cosas que hacer —suspiró, pero
conservó una cara alegre—. Supongo que es ahora cuando se alegran de haberle permitido
a un shaman formar parte del Santuario, recuerdo que había muchos quisquillosos
por aquí cuando recién ingresé —comentó, recordando lo mucho que el señor Seiya
y Albert de Géminis le insistieron al
Patriarca de ser cuidadoso con las admisiones al Santuario.
— Entiendo. Por mi parte puedo decirte que no creo en juzgar a todos
por igual. Quizá seas un shaman pero no significa que seas un enemigo… Creo que
era tu destino estar aquí con nosotros —el santo de Leo dijo con tono amistoso.
— Es bueno escuchar eso —el
santo de Cancer ocultó bien su preocupación. Le acongojaba la idea de que
estuvieran al borde de una guerra en la que los shamanes quisieran tomar el
control de este mundo… pero se negaba a acusarlos de esa manera, siendo ellos los
hijos más cercanos a la madre tierra, no era posible que decidieran profanar
esta era de paz con más sangre.
El Santuario de Atena, Grecia. Templo de Atena.
En el templo de la diosa ausente, el Patriarca había tomado sus
decisiones después de meditar la información dada por sus allegados. Una vez
que compartió sus ideas con el santo de Pegaso, sólo faltaba asignar las tareas
a las personas correctas.
Pero con tanto peligro y
devastación rondándolos últimamente, cierta congoja comenzó a crecer en el
pecho del Patriarca, por ello llegó a decir — Seiya, si algo llegara a pasarme,
espero que seas tú quien tome mi lugar. El Santuario necesitaría de tu fuerza
para no sucumbir a estas adversidades.
Seiya de Pegaso se extrañó ante
las repentinas palabras del Patriarca, pero sabía exactamente cómo responder a
ellas.
— Lo siento Shiryu, eso jamás
pasará —aclaró seriamente ante la sorpresiva expresión del Pontífice—. Porque
para que llegaras a morir, primero tendrían que pasar sobre mi cadáver— dijo
tranquilo y sonriente—. Y un muerto no puede liderar a nadie, tendrás que
pensar en alguien más.
— Seiya, esto no es ninguna broma
—recalcó el Patriarca con seriedad, caminando hacia donde la estatua de la
diosa sujeta a Nike y el escudo de Atena. Un recinto que suele visitar cada que
necesita un tiempo de serenidad.
— Yo tampoco estoy bromeando —Seiya
aclaró—. No pongas esa cara Shiryu, ambos sabemos que así será. Dime,
¿realmente nunca has pensado en quién podría ser un buen sucesor llegado el
momento?
— Por supuesto, y jamás saldrá de
mi cabeza que debes ser tú… Pero si ambos tenemos la dicha de envejecer en el
Santuario sirviendo a Atena, no tendría ningún sentido que un viejo le diera el
cargo a otro viejo.
— Tú lo has dicho.
— Aunque el nuevo Santuario y
nosotros mismos aún somos jóvenes, lo pienso en ocasiones… tal vez más de lo
acostumbrado desde que comenzó todo esto— el Patriarca confesó—... Quizá me
precipite, o todavía no conozco a los demás lo suficientemente bien como para
cambiar de parecer, pero basado en lo que he vivido y compartido con cada uno
de los miembros del Santuario, si algo llegara a pasar, escogería a Souva de
Escorpión como mi sucesor.
— ¡¿Souva?! —el santo de Pegaso
se contrarió—. Oh, no esperaba esa respuesta.
— ¿Crees que lo juzgo mal?
—Shiryu se interesó en la opinión de su amigo.
— No… bueno, tengo mis reservas
pero —Seiya dudó—… me extraña, eso es todo, por un momento creí que escogerías
a alguien como Albert, tal vez.
— Ah, Albert es un hombre muy
dedicado, con muchos conocimientos, podría decirse que es como mi hijo pues fui
yo quien lo encontró aquel día y lo traje aquí al percibir su talento —Shiryu
explicó, recordando a ese grosero niño que encontró en las calles hace tantos
años—. Su disciplina y dedicación me impresionan y lo harían acreedor a tomar
mi lugar… Sin embargo, temo que esa disciplina es excesiva, lo ciega de vez en
cuando, tal vez ocupa trabajar un poco su empatía hacia los demás. En cambio
Souva, él es sabio a su manera, fuerte, tranquilo y percibe al mundo y a las
personas desde otro ángulo; es reconocido por todos por su amabilidad y corazón
justo —sonrió al ser las cualidades que más admiraba en los santos—. Es cierto
que a veces causa conmociones por aquí, pero cuando el momento lo requiere ha
sido un santo ejemplar. Además, ser Patriarca no significa sólo acatar reglas o
imponer castigos, es saber cómo cautivar y dar aliento a todos los que viven en
el Santuario.
— El corazón del Santuario —secundó
Seiya, aprobando las palabras dichas por Shiryu.
— Exacto.
— Debo decir que no objetaría
demasiado llegado el momento, pese a todas las veces en las que se le ha insinuado
a mi mujer— Seiya bromeó—. Lo considero un buen prospecto por ahora. Aunque si
aparece alguien más también estará bien —era claro que no estaba muy convencido
con la elección, pero tenía que confiar en Shiryu.
Los nudillos de Albert se
pusieron casi blancos por la fuerza con la que cerró sus puños al escuchar tal
conversación.
No había sido su intención, el
Patriarca solicitó su presencia en el sagrado templo de la diosa, cuyo acceso
estaba restringido para la mayoría de los habitantes del Santuario. Siempre se
había sentido honrado por ser de los pocos privilegiados que contaban con el
permiso del Patriarca para ello.
Al entrar solo escuchó las voces,
y conforme avanzó por el amplio pasillo de grandes ventanas, comenzó a entender
el tema de la charla entre el Patriarca y el santo de Pegaso. Por educación
debió haberse hecho notar o anticipar su llegada, pero no lo hizo, estaba
curioso por la respuesta del Patriarca, la cual lo sacudió más allá de lo que
hubiera podido pensar.
¿Souva de Escorpión un mejor
candidato para suceder al Patriarca…? ¿Cómo podría ser eso posible? Escuchó
cada palabra, sintiendo que cada una de ellas se le clavaba en el pecho como
cuchillos. Ardía en deseos por emerger de la oscuridad y cuestionar
abiertamente tal decisión, pero prefirió contenerse. No podía mostrar tal
descontrol ante el Patriarca por esa situación.
Usando todo su autocontrol,
Albert de Géminis logró serenar su rostro, retrocediendo varios pasos y fingiendo
su reciente llegada al templo.
El Patriarca y el santo de Pegaso
le dieron la bienvenida, sin sospechar que hubiera sido oyente de su
conversación.
— Dime Albert ¿cómo van las cosas
dentro del Santuario? —el Patriarca preguntó con interés.
— El trabajo de Kenai de Cáncer y
sus pupilos marcha bien, tal y como usted lo dispuso Patriarca. Sabemos que la condición
de Asgard se ha equilibrado, pero no hemos recibido detalles de la situación.
— Confío en que Terario y Souva
puedan manejarlo. Si las cosas están marchando bien deberé pedirle a uno de
ellos que regrese lo más pronto posible, no podemos dejar nuestras defensas tan
abiertas, considerando que planeo enviar a otros santos de oro a diferentes
misiones —Shiryu dijo para sus dos allegados—. Me he convencido que para
afrentar esta amenaza los doce caballeros dorados deben reunirse en el
Santuario. Gracias a Kenai tenemos dos localizaciones precisas del lugar donde
las armaduras se encuentran.
— ¿Es eso cierto, Patriarca?
—Albert cuestionó.
— La armadura de Piscis parece
reposar en un lugar en Albania, pienso enviar a las amazonas Calíope de Tauro y
Elphaba de Perseo. Confío en que ellas lograrán establecer contacto con la
persona que la armadura de oro ha elegido y la traerán hasta aquí. Pero esa
tarea no es la que me mortifica —Shiryu mostró un gesto preocupado.
— ¿Qué es lo que ocurre? —Géminis
se atrevió a preguntar.
— Para nuestra mala suerte —Seiya
decidió responder—, todo indica que hay una armadura de oro en las
profundidades del océano.
— Eso quiere decir que… —Albert musitó
perturbado.
— Se encuentra en el Reino Submarino de
Poseidón —Shiryu continuó—. Desconocemos la razón… y Kenai parece muy seguro de
su descubrimiento. No tengo porque dudar de su investigación. ¿Acaso un marino
habrá sido elegido por la armadura?, ¿la persona elegida vivirá allí? o ¿el
ropaje se encuentra allá en contra de su voluntad? —eran las posibles
respuestas que encontraba, después de todo no sería la primera vez…
— Entiendo que es una situación
delicada. Pese a que tengamos una relación neutral con el Reino Submarino,
solicitar entrar para una búsqueda como esa podría resultar un insulto para
ellos… —meditó Albert en voz alta.
— Lo más correcto es que yo mismo acudiera,
pero temo que en mi ausencia algo pudiera pasar, y aunque Seiya se ha ofrecido,
tampoco lo creo apropiado. Pienso enviar un comunicado, anunciado de la visita
de dos de nuestros santos y solicitando una audiencia con el Emperador.
— Envíe a Sugita —se adelantó a decir
Albert.
Seiya ya se encontraba al tanto del vínculo
existente entre el actual santo de Capricornio con el Reino Submarino, por lo
que tal sugerencia le parecía poco recomendable.
— ¿Qué clase de sandeces estás diciendo?
—Seiya cuestionó con severidad.
Pero el santo de Géminis no se dejó
intimidar — Dígame si no lo ha pensado Patriarca. No creo que el Emperador desconozca
que uno de los suyos se encuentra dentro de nuestras filas, y si no ha habido
ninguna clase de represalia por ahora quizá podamos ver esto como una
oportunidad. Qué mejor emisario que él.
— Entiendo tu punto Albert —Shiryu dijo,
no muy cómodo al saber que el santo de Géminis veía a Sugita de Capricornio
como un anzuelo para sus propósitos—, pero me preocupa que ocurra todo lo
contrario… Qué tal si es recibido y tratado como un traidor. Una vez dentro,
habría pocas cosas que pudiéramos hacer por él.
— Creí que yo era el pesimista,
Patriarca —dijo Albert.
— No es una decisión fácil… pero veo las
grandes posibilidades de éxito si le encomendamos a Sugita de Capricornio tal
tarea —Shiryu meditó—. Por supuesto que no le permitiría ir solo, Sugita es
inexperto… quizá Aristeo de Lyra deba acompañarlo, es mucho mejor orador y
sabría cómo llevar la situación de una manera diplomática.
— Sería prudente que Aristeo estuviera
enterado de nuestros temores… quizá hasta Sugita deba ser advertido—aconsejó el
santo de Pegaso.
— Eso si es que continúa sin saberlo
—comentó Albert, creyendo que el paso del tiempo podría haberle dado al santo
de Capricornio conocimiento sobre sus orígenes.
El Patriarca avanzó un poco por el recinto
con gesto pensativo— No es correcto enviar a dos de nuestros santos sin la
información apropiada. Dejaré que Sugita decida, después de todo es su vida la
que entraría en juego. Yo hablaré con él— decidió al fin.
Albert de Géminis sonrió para sus
adentros, ¿cómo podría el Patriarca considerar a Souva como un mejor sucesor
después de que él siempre le ha dado atinados consejos y sugerencias?
— Yo iré en su búsqueda, Patriarca —Albert
se acomidió.
Shiryu se lo agradeció, y tras una leve
reverencia el santo de Géminis partió.
Albert dejó atrás el Templo de Atena, sintiendo esa incómoda y desagradable presencia conforme descendía hacia los
aposentos del Patriarca.
— Esto comienza a serme más y
más familiar, ¿no lo crees Albert? —escuchó de esa voz burlona que reconocería
como la suya propia.
El santo prefirió callar, continuando su camino.
— Oh Albert, no me esfumaré sólo
porque me ignores… Debes admitir que la Historia es un ciclo que tiende a
repetirse, eres la prueba viviente ¿Qué no lo ves? —cuestionó sarcástico—. De nuevo aquí está, un santo de Géminis
devoto, fiel, sabio, poderoso, con un corazón ansioso y lleno de esperanza para
un día ascender a Patriarca… Cree ciegamente que el puesto será suyo, pues todo
el tiempo, esfuerzo y sangre que ha dedicado a ello lo harían acreedor a tal
sucesión… pero entonces descubre la traición de los que más respeta, pues es
otro quien está siendo considerado para tomar ese lugar. De nuevo el escenario trágico
se muestra, me pregunto si Souva de Escorpión terminará siendo expulsado del
Santuario como un traidor, ¿enviarías al santo de Capricornio también como lo
hizo Saga? —rió.
Albert se detuvo, tomando una gran bocanada de aire para mantenerse
sereno.
— ¿Por qué me atormentas siempre con lo mismo? ¿Acaso no has entendido
que jamás me convertiré en lo que pregonas? —cuestionó, animándose a mirar el
casco que lleva en sus manos, para contemplar su reflejo en el rostro sonriente
de la armadura.
—No soy yo quien mueve los
hilos, pero las coincidencias no existen tampoco —dijo su reflejo con gesto
prepotente y malévolo—. Quizá es el
destino el que conspira para que triunfes donde otros tantos han fracasado y
muerto con el estigma de traidores… Una última oportunidad para reivindicar el
signo de los Gemelos, como sueles decir…
Albert desconfió —Y lo haré, a mi manera, no a base de mentiras y
asesinatos.
— Si fueras de pensamientos tan
puros, ¿por qué nunca le has hablado a nadie sobre mí? —cuestionó, sin
recibir respuesta del santo de Géminis—. Temes
las consecuencias… el rechazo o incluso que crean que te has vuelto loco… y
quizá hayas perdido la cordura Albert, tu obsesión por el poder y el
conocimiento pudieron haberme creado… Lo que tú creas depende de ti, pese a que
te he revelado mi identidad te niegas a aceptar la verdad… si es más fácil para
ti creer que has perdido la cordura, está bien, te ayudaré —volvió a reír
con aire desquiciado.
Albert se palpó la frente, sintiéndose confundido y cansado por ese
juego funesto por el que siempre termina envuelto.
— A estas alturas… creo que es momento de que descubramos la verdad.
No puedo continuar así… si en serio eres quien dices ser, entonces pruébalo
—pidió el santo.
— ¿Le pides pruebas a un dios?
— Negarte sólo prueba tu mentira…
— Entiendo, olvido que los
humanos sufren de una carencia de fe… Ya
antes te ofrecí revelarte algo de sumo poder escondido en el Santuario, pero te
negaste, ¿qué podría decirte que fuera de mayor interés para ti? —el ser
espectral meditó unos instantes en los que Albert guardó silencio—. Si poder no es lo que buscas, quizá la
oportunidad de una gran hazaña te resulte más tentadora…
— ¿Una hazaña? —Albert repitió confundido.
— Sí —respondió la voz
maliciosa—, ¿qué harías si te diera la
ubicación exacta en donde encontrarás a la persona responsable de todas estas
batallas?
— ¿Qué estás diciendo? —Albert se sobresaltó.
— Así es Albert, yo puedo
decirte donde se encuentra. ¿Te interesa? —cuestionó.
*-*-*-*-*-*
Grecia. Villa Rodorio.
Sugita no deseaba verse demasiado ansioso, pero eso no evitó que sus
pies trotaran todo el camino desde que salió del Santuario hacia villa Rodorio.
Sonreía entusiasmado de encontrarse con la persona que le escribió la
nota que llevaba en el bolsillo.
Cuando la recibió a manos de uno de los guardias, le causó gran
extrañeza, llegó a pensar que había sido una equivocación, pero en cuanto leyó
su contenido quedó sorprendido y a la vez asustado.
Una vez que arribó a la villa, preguntó por el establecimiento donde
debería encontrarse con dicha persona; un pequeño restaurante que es famoso por
su té y panecillos según decían. Fue fácil de encontrar por la fachada pintada
de color rosado, las plantas, las sillas y mesas fuera del establecimiento
donde algunas personas se encontraban merendando. Avanzó hacia allá pero se
detuvo aún a lo lejos al distinguir entre las demás personas a una en
particular.
Allí estaba él, sentado junto a una mesa circular, fumando esa larga
pipa que le gustaba tanto. En verdad se trataba de su padre, los años no lo han desfavorecido; continuaba con ese
porte y apariencia distinguida que sus anteojos acentuaban. Su largo cabello
blanco estaba sujeto por un delgado listón, vestía un traje negro que resaltaba
la blancura de su piel y el azul intenso de sus ojos… parecía todo un noble.
Sólo entonces Sugita se sintió nervioso, se miró a sí mismo y pensó en
que quizá hubiera sido mejor traer unas mejores prendas que las que llevaba. Pero
tras despejar su garganta y limpiar el sudor de su cuello, decidió ir hacia él.
¿Él lo reconocería? Se preguntaba a cada paso. ¿Le gustará en lo que
se ha convertido? ¿Aprobará la clase de persona que es ahora?
El padre de Sugita ladeó la cabeza un poco, descubriendo al joven
pelirrojo que se tensó en cuanto sus miradas se encontraron. El hombre de
cabello blanco lo miró, reconociéndolo de inmediato aun después de diez años, y
su primer pensamiento fue— Se parece
tanto a su madre…
Inseguro de cómo actuar, Sugita permaneció tan firme como si estuviera
ante un general de altísimo rango, con la misma rigidez terminó por llegar a su
lado para decir con claro nerviosismo— ¡Me alegra que esté bien, padre! —casi
gritando, lo que causó gracia a un par de viejecitos que estaban cerca. Sugita
realizó una reverencia oriental, en espera del permiso de su padre para poder
tomar asiento.
El hombre de cabello blanco lo miró con ojos cálidos, y tras exhalar
un poco de humo dijo —Veo que has crecido bien, Sugita. Tienes buen aspecto, parece
que Deneb hizo un buen trabajo educándote. Por favor, siéntate.
— Gracias— Sugita se enderezó y terminó por tomar asiento en esa misma
mesa, notando el juego de té puesto sobre el mantel, una canasta con panecillos
y un cenicero.
El santo de Capricornio contempló a su padre y éste únicamente guardó
silencio, observándolo fijamente. Sugita recordaba poco de él, pero la
sensación de que siempre fue atento y amoroso estaba en su mente… Sin embargo
ya no era un niño de cinco años que pudiera lanzársele a sus brazos y esperar
que éste le respondiera, así que optó por comportarse como si estuviera ante su
maestro, el hombre que lo crió e instruyó durante todos esos años.
— No tienes por qué estar tan nervioso —dijo el peliblanco con un
gesto sonriente—, pero entiendo que mi visita te resulte repentina.
— Lo siento… —se disculpó el chico, viendo como su padre le sirvió un
poco de té en una taza.
— Dos cucharadas de azúcar según recuerdo, y unas gotas de limón
—comentó el hombre de anteojos al preparar la bebida.
El joven santo se sorprendió, aunque por muchos años vivió lejos de
poder tomar un buen té, así es como solía gustarle si se presentaba la
oportunidad. ¿Por qué recordaría eso el hombre que lo entregó a un desconocido
para que entrenara lejos de un hogar y una familia, el mismo que jamás
respondió alguna de sus cartas?
Sugita le dio un sorbo, pero sus manos seguían tensas sosteniendo la
taza.
— Padre… la verdad es que estoy sin palabras, no creí que… ¿por qué
esta aquí? —preguntó finalmente.
El hombre buscó entre el bolsillo de su traje y sacó un sobre con el
sello roto que Sugita reconoció como suyo.
— Me escribiste hace tiempo, ¿acaso lo has olvidado? —respondió—. En
ella decías que finalmente te habías convertido en un santo del Santuario y
bueno, quise venir a visitarte y felicitarte por ello. Estoy orgulloso, tu
madre también lo estaría.
— Es bueno escuchar eso —Sugita dijo, pudiendo sonreír—. Y me alegra
que estés aquí porque, hay algo que no he podido decirle a nadie y… creo que tú
eres el indicado.
— Dime.
— Padre, yo… conocí a alguien que me habló sobre mamá— el peliblanco
se mostró interesado—. No fue muy claro y no me encontraba en una posición que
me permitiera insistir pero —Sugita comenzó a mostrarse inquieto por una
creciente desesperación que al fin se sentía en confianza de liberar—… dijo palabras
que me preocupan, como que hay cosas que no conozco sobre ella, cosas que me
atan al Reino Submarino. He pasado muchas noches en desvelo, y por más que lo
pienso sigo sin entender lo que quiso decir —su respiración comenzó a sonar
irregular—… ¿acaso yo debería ser…? —un repentino dolor lo sobresaltó y sacó de
su angustia existencial cuando su padre lo quemara con la cazoleta de su pipa,
permitiendo que lo caliente del hornillo le hiriera la piel en un punto de su
cuello.
El grito de sorpresa no se hizo esperar, por lo que con ojos asustados
miró a su padre quien permaneció impasible.
— ¡P-pero…! ¡¿Por qué hizo eso?! —Sugita exclamó malhumorado,
cubriendo con su mano la quemadura que dejaría cicatriz.
— Si no te calmaba seguramente te ibas a hiperventilar como cuando
eras un niño, ¿acaso has olvidado esas crisis tuyas? —cuestionó el hombre de
manera despreocupada—. Antes tenía que cargarte
y cantarte una canción, ahora creo que yo estoy demasiado viejo para
intentarlo y tú demasiado grande como para que me lo permitas, así que probé
ese método, parece que funcionó.
Sugita hizo una mueca de desagrado y a la vez vergüenza— Eso ya no me
sucede.
— Veo que sigues preocupándote demasiado —el peliblanco suspiró—…
Entiendo tu posible angustia al respecto, pero no tiene sentido que te sientas
así, pronto la verdad te alcanzará.
— ¿La verdad? ¿Significa que sí hay algo que me has ocultado sobre ella?
—Sugita preguntó, esperanzado.
— Yo no diría “ocultar”, sólo que eras muy pequeño como para que lo
entendieras o que fuera necesario que conocieras. No era el tiempo Sugita, pero
en vista que has llegado hasta aquí, es tu derecho saberlo.
— ¿Vas a decírmelo entonces?
El peliblanco fumó un poco más y después dijo —No, no soy yo quien lo
hará.
— ¡¿Pero por qué no?! ¡Eres mi padre! ¡Es tu obligación!
— Lo sabrás pronto, ¿por qué eres tan impaciente? —dijo el hombre con
gesto risueño—. Lo he visto, no tienes que mortificarte.
Sugita calló en cuanto escuchó esas palabras, sabiendo que su padre
tenía un poder excepcional y que podía conocer el futuro de las personas, un
poder mucho más desarrollado que el de su propia madre —Vas a estar bien… y si
tu temor es que no seas mi hijo natural, puedo decirte que no tienes tanta
suerte, yo soy tu padre te guste o
no.
— No quise decir eso… pero me alegra escucharlo… —Sugita se apresuró a
decir, sintiendo un gran alivio.
— Sé que no he sido el padre que mereces, pero sí el que necesitabas
para llegar a este punto de tu vida —el hombre dijo tras un prolongado silencio
en que el joven santo comió un trozo de pan. Sugita lo miró con los ojos bien
abiertos. ¿Por qué estaba aquí realmente? Todo de él sonaba a una clase de despedida.
— Lamento haberte alejado de mí, pero necesitabas un guía diferente en
esta cruzada. En todo momento pudiste haber renunciado pero, decidiste
proseguir el camino que se te mostró, no desafiaste tu destino pese a que
diversas oportunidades se presentaron. Naciste con el corazón de un santo ateniense
y eso lo has probado, jamás pongas en duda que tu sitio está allá —dijo al
lanzar una mirada hacia las montañas donde se
encuentra oculto el majestuoso Santuario de los guerreros de Atena.
— Eso ahora lo sé padre— el santo de Capricornio lo imitó, mirando con
orgullo hacia ese lugar, pero entonces se le ocurrió preguntar—. Cosas muy
graves están sucediendo en el mundo… ¿sabes algo al respecto? Después de todo
tú eres… —pero calló en cuanto descubrió lo osado de su intento.
El peliblanco llevó la taza de té a su boca, bebió dos pequeños tragos
para decir— Hace tiempo que me limité a
sólo observar el presente, Sugita. No es divertido, y en ocasiones no es nada
grato ver lo que ocurrirá con antelación… Contigo hice una excepción ya que…
bueno, se lo prometí a tu madre, que cuidaría de ti.
— Entonces… ¿has visto mi futuro? —sintió curiosidad por preguntar.
— El futuro es como un río que siempre está en movimiento, uno puede
ver imágenes en sus aguas pero por ligeros cambios y obstáculos en la
corriente, las imágenes se distorsionan y muestran algo totalmente diferente…
No puedo garantizar que lo que he visto se cumplirá tal cual mi visión. No
puedo decirte qué ocurrirá, eso es hacer trampa, pero sí puedo asegurarte que
pase lo que pase llegarás a la edad como para darme uno o dos nietos, eso me
hace feliz —comentó, sonriendo.
Qué misterioso era su padre, en eso pensaba Sugita al escucharlo
hablar. Sabía de boca de otros sobre su alta posición en el circulo de
hechiceros en Europa… él recordaba pocas cosas en realidad, pero nunca fue
testigo de su verdadero poder…
Aunque su padre continuó hablando de pasajes nostálgicos y otros más
personales, como el que volvió a casarse con una mujer japonesa con la que
tenía una hija de pocos meses de nacida, el santo de Capricornio lo interrumpió
diciendo:
— ¿Serías nuestro aliado?
A lo que el peliblanco calló, mostrando un gesto serio— En eso no te
pareces en nada a mí. Aquí estamos después de diez largos años de no vernos y
prefieres hablar sobre situaciones adversas— suspiró con desilusión.
— Esto es algo que también les concierne. Dos reinos han sido atacados
y sumidos en la aniquilación ¿acaso tú y los demás esperarán a que suceda en
sus propios hogares para decidirse a actuar? —Sugita recriminó.
— Nuestra sociedad está dispuesta a actuar para defender este mundo si
la situación así lo requiere, Sugita. Pero no es tan sencillo como crees… Si
los Santos del Santuario, los Apóstoles en Egipto y los Dioses Guerreros en
Asgard no han sido capaces de mermar a ese grupo bélico, que otros se
inmiscuyan podría terminar con miles de personas muertas en vano.
— ¿Entonces están dispuestos a esperar a que nos aniquilen a todos primero?
—el santo cuestionó molesto.
— Las cosas son como deben ser. ¿No te preguntas por qué tu Patriarca
no ha buscado aliados? Él sabe que si sus fuerzas no son capaces de detener
esta amenaza, hay pocas esperanzas de que los otros triunfen.
— Pero la unión hace el poder —el joven insistió.
— Esas decisiones no te competen, Sugita. No te fijes en lo que los
demás hacen o no hacen, concéntrate en lo que tú puedes lograr para llegar al
final de esta situación. Algún día comprenderás que el destino se labra con las
acciones de todos los individuos de
este mundo, sin importar lo insignificantes que estas acciones puedan parecer.
Estar sentado aquí, frente a mí bien puede haber cambiado tu destino y el de
otros… Debes confiar en que todo se da por una razón, no existen las coincidencias, sólo lo inevitable —el peliblanco
susurró, recordando con afecto a la persona que solía decírselo tanto—. Esas
siempre fueron las palabras de tu madre, recuérdalas a partir de hoy.
FIN DEL CAPITULO 34
Vladimir*: Es el nombre del Maestro de Terario de Acuario. Apareció en
el Capitulo 2.
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