El
vórtice de la tormenta Parte VIII. Milagroso destino
El corazón de Hilda de Polaris se llenó de desesperación al compartir
la angustia de Bud. Tras escuchar el nombre de “Syd”, su instinto de madre la alertó del peligro inminente que corría
su hijo.
Como el acto cruel dentro de una obra del destino, el príncipe Syd arribó al palacio en el momento en que sus
padres se habían resignado a soportar cualquier cosa con tal de mantenerlo a
salvo. Y ahora, allí estaba, de pie frente a dos agentes de la muerte misma.
El niño contemplaba con ojos asustados la situación, parecía haberse
congelado por la impresión que le causó el escenario.
Por las reacciones de los regentes de Asgard, el Patrono Dahack
averiguó la identidad de ese niño, lo que lo hizo sonreír con cinismo.
— Esto sí que es afortunado —dijo, perdiendo el interés en la
sacerdotisa a la que dejó caer al suelo.
La parálisis que aprisionaba el cuerpo de Hilda le impedía si quiera
arrastrarse. Con un delgado hilo de voz es con el que la sacerdotisa le pidió a
Syd que corriera, pero todo sonido de su garganta se perdía con el feroz paso
de la ventisca que los rodeaba.
El Patrono de Arges caminó a paso lento hacia el infante, lo que
obligó a Bud a buscar la libertad pese a que ello significara desangrarse.
Con gran determinación, Bud hizo estallar su cosmos, incrementando su
fuerza en un mero instante en que aprovechó para jalar su brazo fuera de la
estaca que lo aprisionaba. La sangre
brotó al mismo tiempo que sus garras mortales adornaron su mano ya libre,
cortando con veloces movimientos las extensiones que lo tenían sometido.
Los destellantes cortes hicieron retroceder a Masterebus quien gruñó
bajo su máscara, afectado por el dolor
de las amputaciones. Sus extensiones cortadas se movieron cuales gusanos
agonizantes en el piso.
Antes de que el guerrero infernal reaccionara, Bud ejecutó el poder
devastador de sus garras sobre él. A tan corta distancia, los cortes perforaron
la armadura e impulsaron a Masterebus lejos por la explanada.
Bud compartió una última mirada con Hilda para tomar una difícil
decisión: por encima de sus propias vidas, la de Syd era mucho más importante.
Bud de Mizar se desplazó velozmente hacia Dahack, quien ante el
alboroto miró por encima del hombro. El haz de luz en el que se convirtió el
dios guerrero de Mizar no lo impresionó lo suficiente, pues logró quitarse del
camino.
Bud quedó frente a Syd a quien apenas miró, su atención volvió a la
batalla en cuanto retuvo un golpe traicionero con su antebrazo.
Dahack dio un salto hacia atrás ante su fallo — Eres veloz —admitió. Estaba
seguro de que lograría golpearlo, mas el dios guerrero parecía estar dotado de buenos
reflejos —. Aunque dudo que puedas mantener el mismo ritmo con tus heridas
—dijo al ver los agujeros sangrantes en las piernas y brazos de Bud.
El dios guerrero no respondió, el enojo que crecía en su interior
sobrepasaba sus límites, sólo deseaba acabar con ese maldito.
— ¡Papá!
— ¡No te acerques! ¡Retrocede! —fueron las duras palabras de Bud para
su hijo.
— ¡Pero… papá…! —insistió el pequeño, indeciso ante la amplia espalda
de su progenitor.
— ¡Obedece! ¡Aléjate de aquí, no tenías que haber venido! ¡Hazlo ya! —
gritó impaciente, lanzando una severa mirada al príncipe; era la primera vez
que veía una expresión como esa en su padre.
Tal distracción permitió a Dahack desaparecer del campo de batalla,
pero el instinto guerrero de Bud lo llevó a sujetarlo del brazo antes de que lo
pasara de largo y se abalanzara contra Syd.
El dios guerrero de Mizar lo arrojó en dirección opuesta a la que se
encontraban el niño y su madre, yendo detrás de él con las garras extendidas.
Asustado y confundido, el príncipe buscó a su madre, corriendo hacia
ella al ser el acto natural de un cachorro aterrorizado.
Al verlo a su lado, algunas lágrimas corrieron por el rostro de Hilda,
e igual en las del niño. Con gran esfuerzo, la sacerdotisa pudo sentarse para
abrazar a su pequeño. En su actual condición estaba incapacitada para luchar,
pero estaba dispuesta a servirle de escudo.
— Oh Syd… Syd… ¿Qué estás haciendo aquí?... ¿Cómo llegaste?... No
tenías que… — Hilda susurró angustiada.
— Lo siento… perdóname mamá... yo… no quería quedarme solo, mamá, no
quería… por eso yo… —Syd balbuceó completamente apenado, dificultándosele el
expresar los temores que lo hicieron abandonar la casa de Freya y viajar de
vuelta al Valhalla. Atragantado por su propia angustia, sollozó en los brazos
de su madre.
Hilda se aferró a él de manera protectora, rogando en silencio por la
vida de su hijo.
Dahack realizó algunas volteretas para volver a suelo sobre el que se
impulsó para evadir al dios guerrero que lo perseguía. El Patrono admitía que
era un férreo oponente, pero su velocidad seguía siendo mayor.
Podría continuar evadiéndolo hasta que las heridas de Bud terminaran
por cansarlo, pero la mirada en el dios guerrero indicaba que era un hombre lo
suficientemente obstinado para mantener los mismos bríos hasta el último
suspiro.
El Patrono desplegó su cosmos en una poderosa ráfaga energética hacia
su rival, mas el tigre de Asgard la eludió sin la necesidad de retrasarse ni un
segundo.
El método ofensivo de su adversario le permitió a Bud acortar
distancia, pudiendo sentir cómo sus garras alcanzaron su objetivo.
Ambos guerreros se enfrascaron en un intercambio de golpes y patadas
veloces. La experiencia de Bud le permitía no encontrarse tan a la desventaja
con un oponente que superaba fácilmente su velocidad, se dejaba guiar por su
instinto que le advertía de los peligros y tácticas del Patrono.
Dahack se enfureció al estar recibiendo cortes tras cada impacto que recibía,
pero terminó por permitir más heridas sangrantes. Los hilos escarlata de ambos
guerreros se mezclaron en el aire
mientras continuaban en movimiento.
Bud no fue ajeno a recibir golpes, mas sus fuerzas no menguaron, ni
siquiera cuando su visión comenzó a tornarse borrosa. Sin embargo, en cuanto
sus garras atravesaron el aire en vez de la cabeza a la que había apuntado,
comprendió su verdadera condición.
Ante el golpe fallido por la visión doble, Dahack rompió la defensa de
su oponente a patadas y puñetazos que arremetieron contra el dios guerrero. El
Patrono liberó una descarga cósmica que arrastró a Bud por el suelo hasta golpear
contra el mirador.
— ¡Ja! No hay ímpetu que mis venenos no puedan doblegar, ya sea la de
la misma sacerdotisa de Odín o la del feroz tigre de Zeta, todos caen ante mí
—el Patrono de Arges exclamó con prepotencia.
Bud lo miró con hostilidad. Sentía que su cuerpo se entumecía cada vez
más y más, y sus sentidos estaban debilitándose.
— Bien lo dijo tu amigo, el arpista —Dahack comentó, recordando al
guerrero de Eta y su consejo sobre no subestimar al enemigo, sobre todo si
desconoces de lo que es capaz—… Deberías ser un buen perdedor, no te culpes por
desconocer que mi cuerpo y sangre son mi mejor arma —explicó ante los ojos
furiosos del dios guerrero que buscaba ponerse de pie—. Durante años he
trabajado para que cada célula y gota de mi cuerpo resulten mortíferas para
cualquier criatura viviente. Por lo que, fue efectivo que me hirieras, mi
sangre resultó tu perdición al mezclarse con la tuya a través de tus heridas.
Aunque de todas formas, con tan sólo
haberla olfateado o que tocara tu piel habría tenido el mismo efecto… Ahora todo
eso ya está dentro de ti, por lo que pronto morirás como todos los que moran
este palacio —rió con maldad.
— Debí saber que eres un… ser miserable… que sólo sabe luchar a
ventaja — una vez de pie, Bud escupió el exceso de sangre que había en sus
labios.
— En las guerras todo está permitido —comentó con sarcasmo—. Creo que
te has dado cuenta que ya no podrás moverte con la misma rapidez de antes. Pero
no te preocupes, aún no pienso eliminarte, todavía quiero que seas testigo de
lo que le haré al mocoso y a tu mujer —Dahack volvió a sonreír malicioso.
El Patrono dio media vuelta, caminando hacia donde la sacerdotisa y el
niño se encontraban.
— No te atrevas a darme la espalda… —dijo Bud, permaneciendo de pie,
levantando con firmeza los brazos hacia los lados.
Dahack no se detuvo, le divertía su intento por persuadirlo.
Bud se rodeó con su cosmos invernal, dispuesto a emplear cada
partícula de energía que le restaba para detenerlo.
A lo lejos, Masterebus había logrado recuperarse. Su armadura pareció
llamar a los trozos que fueron cortados por el dios guerrero. Con movimientos
serpentinos se arrastraron por el suelo hasta llegar a él, volviendo a
fusionarse con la coraza negra.
Vio como Bud de Mizar estaba preparándose para atacar al Patrono de
Arges, y como el tonto e inconsciente Dahack se atrevía a ignorarlo. En esta
ocasión Masterebus se decidió a no intervenir, salvaguardar la vida de Dahack
no era ninguna prioridad, la vida de un humano valía lo mismo que todas las
demás: nada.
El Patrono se detuvo sólo hasta que sintió una atmosfera
extremadamente fría formándose tras su espalda. Se obligó a girar para
contemplar el gran vendaval que giraba alrededor del dios guerrero de Mizar.
Pese a que el cuerpo falle, el cosmos es inmortal y una fuente
inagotable de poder, eso Bud lo sabía muy bien.
Durante años ha preferido un estilo de combate más directo, donde sus
garras pudieran destrozar a sus enemigos, pero en condiciones como estas, le
alegraba haber aprendido la técnica que su hermano le heredó a través de la
armadura de Zeta.
— ¡¡Impulso azul!! —clamó con fuerza, pareciendo unificar su
poder y el de la misma tormenta en contra del Patrono.
Dahack no supo reaccionar a tiempo, no estaba seguro si moriría, pero
tuvo el presentimiento que sería catastrófico.
En contra de lo deseado, el Patrono de Arges no recibió ni una lesión
por ese ataque, no cuando una segunda ventisca desvaneció la técnica del
guerrero de Mizar.
Una profunda zanja se marcó en el suelo de piedra ante el paso del
viento cortante que sobrepasó la técnica del dios guerrero de Zeta.
Conmocionados, Bud y Dahack buscaron al responsable de tal
intervención.
El Patrono sonrió socarronamente al reconocerlo, mientras Bud no podía
creer que todo pudiera empeorar más.
— ¡Sabía que la señorita Tara no te dejaría morir tan fácilmente,
Caesar! —dijo Dahack a su compañero de armas.
El recién llegado traía en mano la mortífera espada dentada que le
había dado muerte a Elke de Phecda Gamma.
Caesar, Patrono de Sacred Python estaba con vida.
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En aquella cueva ancestral, lugar oscuro que da refugio a la legión de
guerreros que se han llamado a sí mismos Patronos,
los lamentos de una mujer se escuchan de manera constante.
Sus fuertes respiraciones se acrecentaban por el eco del lugar.
Velando su malestar, un hombre en armadura gris, y con una máscara cubriéndole la
parte inferior del rostro, aguarda a la orilla del estanque iluminado.
En silencio, el guerrero observa hacia el interior de la profunda
fuente. El círculo perfecto que encerraba el agua cristalina, simulaba un
portal que llevaba a una dimensión donde reinaba la nada, al ser un espacio
enteramente blanco y aparentemente sin límites. Sólo un punto colorido
resaltaba en medio de toda esa blancura, de él provenían los quejidos que
afligían al guardián gris.
— Señorita Tara, no debió esforzarse de esa manera —el enmascarado
comentó con evidente preocupación.
Sumergida en el profundo pozo, la joven de cabello celeste se abrazaba
las rodillas reteniéndolas contra su pecho, manteniendo los ojos cerrados
mientras intentaba recuperar el aliento.
— Lo sé pero… no podía dejarlo
morir… Hice lo que estaba destinada a hacer… —se escuchó por la cueva sin
la necesidad de que ella hubiera movido los labios— ¿Funcionó no es así? ¿Él está…?
— La señora Hécate se encargó del resto, Caesar vive y está libre para
continuar con su misión —el enmascarado pudo confirmárselo.
La hermosa joven sonrió, satisfecha de escuchar tales palabras, aunque
lo sabía de antemano gracias al poder de sus visiones.
Pero tal sonrisa se borró en cuanto escuchó — Tara, eso fue demasiado arriesgado y lo sabes, muy egoísta además
—de la voz a la que ambos le deben obediencia y devoción.
El enmascarado se giró hacia el templete sobre el que su señor se
materializa en cada ocasión. La fogata allí puesta se encendió en cuanto se
manifestó un hombre rodeado por diminutas almas que circulaban a su alrededor
como luciérnagas.
El guerrero se arrodilló de inmediato mientras la joven aceptó su
falla.
— Lo siento mucho señor Avanish,
pero no me malentienda… Sólo hice lo que tenía que hacer para asegurar que el
futuro ocurriera tal y como lo he visto —se disculpó con sumisión y
nerviosismo—. Caesar debía estar allí… yo
sólo…
— Mi bella Tara, ¿continúas
creyendo que el futuro necesita que tú lo guíes? —el hombre encapuchado
sonrió— ¿Hasta cuándo vas a excusar tus
acciones de esa forma?
La mujer alzó el rostro hacia la superficie, abriendo sus ojos rojos
con clara preocupación.
— No debes desgastarte pequeña. Aun
con tu gran poder no serás capaz de controlar las voluntades de todos los que
contribuyen para que el futuro se cree frente a tus ojos —el llamado
Avanish estaba lejos de escucharse molesto o inconforme, parecía un sacerdote
impartiendo una lección a una niña—. Sólo
los dioses creen tener el control absoluto sobre los hombres y su futuro, pero
continúan cerrando los ojos a la verdad.
Una sola voluntad podría romper el tapiz que con tanto cuidado han
tejido para nosotros. ¿Acaso te crees una diosa?
— ¡No! —se apresuró a decir
la joven, llena de vergüenza—. Mi señor
yo… lo siento, creí hacer lo correcto… pero es verdad, yo… debí confiar en
Caesar… ayudándolo o no, sé que él hubiera podido escapar, yo solamente… me
precipité… yo… yo… tiene razón, fui una egoísta… —admitió, conteniendo el
llanto ante la reprimenda.
— Me complace que lo aceptes, y
sé que no volverá a ocurrir —aclaró comprensivo—. Agotaste todas tus fuerzas para proteger a Caesar, pero ahora has
dejado a todos sin la debida vigilia de tu protección, esperemos y eso no
traiga consecuencias…
Tara no sabía qué decir, volvió a hacerse un ovillo dentro del
estanque. Cuando utilizó su poder para socorrer al Patrono de Sacred Python conocía
los riesgos, pero no pudo reprimir su deseo por ayudarlo…
Tara nació con un extraño poder proveniente de su linaje materno. Desde
pequeña fue una habilidad latente que las hermanas de su madre decidieron
despertar de manera agresiva, para que así pudiera tomar su lugar como una más
de ellas.
Sacrificaron su visión mortal
para permitirle acceder a una visión
divina sobre el futuro, el presente y el pasado a través de la gran madre, Gea… Pero ella nunca pidió vivir en la
oscuridad de su entorno y sólo ver el mundo a través de los recuerdos que
quedaban en la Tierra, así como en las visiones que saltaban en su mente.
Nació para ser prisionera de un deber de sangre, del cual pudo escapar
gracias a la intervención del señor Avanish, su salvador.
En ello pensaba la joven llamada Tara, sobresaltándose de forma
repentina cuando imágenes comenzaron a fluir por su cabeza.
— No… no, esto no puede ser…
—musitó perpleja.
Avanish y el guerrero enmascarado la escucharon, intentando adivinar
lo que le ocurría.
— ¿Señorita Tara, qué sucede? —preguntó el hombre de armadura gris.
— ¡E-el futuro está cambiando…
ha cambiado! —clamó espantada—. No…
no… Para… ¡Basta!… ¡Alguien deténgalo!
*-*-*-*-*-*
Freya Dubhe de Alfa se vio rodeada por un ejército de muertos
vivientes. Aunque le causó pesar ver a sus compatriotas asgardianos reducidos a
despojos ensangrentados para luchar en contra de su propia nación, Freya
entendía que no debía dejarse llevar por sentimentalismos.
Se giró hacia donde Clyde era ya custodiado por una barrera de
guerreros muertos mientras el resto se preparaba para atacar ante la primera
orden.
— ¿Y crees que estos muñecos tuyos van a detenerme? ¡Por favor! —Freya
se mofó.
— Puede que en vida hayan estado limitados por su
escaso potencial humano, pero ¿acaso no dicen que cuando uno muere es cuando
encuentra la verdadera libertad? —Clyde
cuestionó sonriente, liberando centellas
de su cuerpo que se introdujeron por las bocas de cada uno de los espectros, proporcionándoles
una chipa de vida y poder en sus ojos muertos—. Bien pequeña pelirroja, entretenme un poco…
Clyde de Megrez señaló a la guerrera de Odín, ocasionando que la horda
del inframundo comenzara su ataque.
Freya se perturbó en cuanto los primeros se aproximaron blandiendo
espadas cuyas hojas se convirtieron en relámpagos, la velocidad y destreza con
la que se desplazaron fue sobrehumana.
La guerrera de Odín esquivó atinadamente, confundida por la sagacidad que
en vida jamás poseyeron sus ahora enemigos.
Por reflejo, Freya esquivó y retuvo con
sus brazales los feroces golpes, mas cuando las hojas relampagueantes la golpearon,
resintió un extraño daño que le entumeció las palmas de las manos.
Acosada por los constantes ataques, la
guerrera apartó toda emoción humana para poder contraatacar. El primer puñetazo
fue el difícil, el cadáver rodó estrepitosamente en el suelo quebrándosele
numerosos huesos.
La guerrera se disculpó en silencio con
todos sus hermanos de batalla y con el mismo Odín por tener que derramar sangre
asgardiana en el palacio del Valhalla.
Freya procuró deshacerse de ellos uno
por uno, evadiendo los ataques que organizaban en conjunto. Se valió de
acrobacias y saltos para imponerse al batallón infernal. Sus golpes y patadas
lanzaban a los muertos contra los muros y columnas.
Eludió las flechas que los arqueros
lanzaban desde lo alto, subiendo con un gran salto para deshacerse de ellos.
Aprovechando el terreno alto, dio un vistazo hacia el campo de batalla, notando
que el número de soldados no había disminuido, descubriendo que pese a que les
destrozaba los huesos, volvían a levantarse.
— ¿Qué? ¿Acaso esto no tendrá fin? —se preguntó
enfadada. Fue cuando percibió el inicio de otra lucha en lo más profundo del
palacio. Distinguió el cosmos del señor Bud, quién parecía tener problemas.
En su distracción, Freya no escuchó los
numerosos pasos de los que se aproximaban hasta que una de las puertas del
balcón en el que se encontraba fue deshecha por el paso de numerosos cadáveres
caminantes. Ésta vez no se trataba de soldados, sino la servidumbre del
palacio.
Ante la sorpresa, la guerrera de Odín
prefirió volver a la explanada del patio principal, donde todos los espectros
armados volvieron a formarse a su alrededor.
Clyde sonrió divertido al ver la
expresión de furia en la pelirroja— ¿Eso
es lo mejor que tienes? Peleaste con mayor entusiasmo antes. ¿A dónde se fue
esa vitalidad?
— No me provoques maldito, sabes que te
puede ir muy mal —bramó la mujer.
— Considerando
que tu técnica máxima es tu mayor punto débil, la verdad es que ansío que lo
intentes. Aunque tienes miedo de hacerlo… te estás conteniendo, pero a la vez sabes
que es tu única oportunidad ¿no es cierto? De lo contrario jamás podrás abrirte
paso hacia donde tus reyes están por ser despedazados —Clyde rió
sonoramente.
Freya se llenó de coraje al saberse
entre las cuerdas. Clyde había sido uno de los que atestiguaron el reto que
perdió en el pasado, por ende conocía la forma de derrotarla de un solo golpe.
La guerrera se convenció de que no había
otra salida, el señor Bud y la señora Hilda peligraban, ¡no podía permanecer
más allí! Albergó esperanzas de triunfar sabiendo que Clyde no era tan veloz
como los otros dioses guerreros.
Lo primero que debía hacer era llegar
hasta el titiritero de tan desagradables marionetas.
— ¡Lamentaras haberme llevado a esto,
traidor!
Freya se lanzó al ataque, viendo como
una marejada de espectros se abalanzaron sobre ella. Su brazo derecho se
prendió por la fuerza de su cosmos antes de gritar—. ¡Ventisca del dragón de hielo! —
lanzando una terrible onda glaciar que frenó el paso de los soldados infernales,
haciéndolos volar por los aires. Sus cuerpos ensangrentados se congelaron
completamente, por lo que en cuanto impactaron contra cualquier superficie,
fueron reducidos a fragmentos de hielo.
La asgardiana dio un rápido giro sobre
sus pies al saberse perseguida por otra fracción de espectros que intentaban
atacarla por la espalda. Una vez más ahogó cualquier pesar y remordimiento,
rodeando su brazo izquierdo con energía resplandeciente — ¡Ventisca del dragón de luz! —una
poderosa luz blanca golpeó a los cadáveres, empujándolos con violencia hasta
reducirlos a cenizas.
Sólo un puñado de muertos vivientes se hallaban
esparcidos por el lugar, pero el espacio entre la guerrera Dubhe de Alfa y el dios guerrero de Megrez estaba
despejado.
Freya no esperó más y concentró su
cosmos hasta el máximo mientras que Clyde la imitó, armándose con la espada de
fuego.
La guerrera de Odín movilizó los brazos
sobre sus costados, estirando los puños a la altura de los hombros para gritar—
¡Ventisca
del dragón supremo! —liberando dos fuertes corrientes que se mezclaron
en una ráfaga mortífera hacia Clyde.
El dios guerrero de Megrez sonrió con un
gesto desquiciado en el instante en que el resto de sus marionetas se lanzaran
como escudos humanos para recibir el impacto.
— ¡Cobarde! —gruñó Freya, imposibilitada
de detener su técnica, la cual intensificó esperando deshacerse de la coraza
humana que Clyde colocó entre ellos y lograr alcanzarlo.
Uno a uno los soldados espectrales
fueron consumidos por la luz y el hielo, desbaratándose en polvo de cristal. En
cuanto el último de ellos comenzó a deformarse por el vendaval, un rayo
atravesó el cadáver por la espalda, abriéndose camino con una tremenda velocidad
que la guerrera apenas alcanzó a ver antes de recibir un impacto en el pecho.
Freya quedó perpleja al ver la espada
llameante del guerrero de Delta clavada en su corazón.
Sólo las últimas fuerzas de la poderosa
ventisca alcanzaron a Clyde, justo como él lo había planeado. En su actual
condición y con el cuerpo maltratado que poseía, habría sido difícil confrontar
esa pavorosa técnica. Sus marionetas resistieron lo suficiente para ser una distracción que bloqueara la visión de
su oponente y mermar la intensidad de la ventisca, dándole el tiempo suficiente
para calcular la fuerza y precisión con la que debía arrojar su espada,
convirtiéndola en una lanza letal que alcanzó su blanco.
El viento en contra, el cadáver y la
resistencia de su armadura sagrada fueron factores que le impidieron tener una
muerte instantánea. Sólo la punta de la espada penetró la coraza del ropaje,
mas fue suficiente para herir su corazón.
Quemándose las manos, la guerrera de
Odín sacó la afilada espada de su cuerpo, cayendo al suelo por el intenso dolor,
sujetándose el pecho mientras tosía sin parar.
La sangre salió de su boca y brotó
rápidamente por su herida, estaba acabada… no había nada más que hacer.
Se sentía frustrada por su exceso de
confianza e ingenuidad al creer que podía luchar sin esperar un golpe como ese.
Clyde de Megrez caminó hacia la
moribunda mujer, observándola retorcerse en su propia sangre, gritar y respirar
con dificultad. Con un simple pie la sometió para que se girara boca arriba, apartándole la
mano del pecho con la que intentaba detener la hemorragia.
El guerrero se pasó la lengua por los
labios, sintiendo ganas de alimentarse, después de todo tenía que reponer
energías.
— Perdiste
—recalcó lo obvio al mantenerse sobre ella—, y el más fuerte debe comerse al débil, ese será tu destino.
Freya maldijo algo pero su voz no
alcanzó a escucharse por la agonía que la dominaba.
La criatura que posee el cuerpo de Clyde
estaba dispuesta a desmembrar a la guerrera utilizando solo la fuerza de sus
manos, aunque tales intenciones no se llevarían a cabo.
Comenzó como un débil sonido que dejó
pasar por alto, un crujido que se repitió conforme delgadas fisuras comenzaron
a marcarse en el hielo que aprisionaba al dios guerrero de Merak.
En el momento en que el demonio Ehrimanes
se percató del fenómeno, notó un débil brillo dorado en el pecho del abatido
joven, mismo que comenzó a cubrirlo de la cabeza hasta los pies.
Aifor abrió los ojos, reanimado por la
energía que fluía sobre él como un manto protector. Sabía que ésta sería su
última oportunidad para hacer las cosas correctamente.
Elevó su cosmos flameante al punto en
que su prisión no pudo contenerlo más. Los pedazos de cristal se evaporaron de
inmediato, dejando libre al joven maltrecho.
De pie y con mirada decidida, Aifor se
encontraba ungido con un aura cálida y dorada que causó confusión en el
demonio.
Ehrimanes estaba consternado, el dios
guerrero de Merak estaba sometido por su encantamiento ¿cómo pudo liberarse con
tal facilidad? Se preguntaba sin quitarle la vista de encima.
Estudió las posibilidades, dejó que sus
sentidos fluyeran y encontraran la verdad. En el instante en que puso sus ojos
en el medallón de oro que colgaba del cuello del joven encontró su respuesta.
Una vez más ese extraño amuleto se interponía en su camino.
— ¡Aléjate de ella, miserable…! —Aifor
exclamó—. ¡Esta vez… voy a detenerte! —aclaró con agresividad
— Vaya,
parece que sigues dándome sorpresas… Sí que eres un chiquillo molesto, pero tu
mirada… creo que ya tomaste una decisión, ¿acaso vas a cumplir la petición de
Clyde? —cuestionó sarcástico—. Dudo
que puedas hacerlo, tu poder no se compara con el mío.
— Has acertado, ya tomé una decisión —respondió
Aifor con seriedad—, sólo falta que tú tomes la tuya.
— ¿Qué
dices?
— Y te doy la razón, aún estoy lejos de
poder vencerte… pero ¿adivina qué? ¡Esta vez no estoy solo! ¡Nunca lo he
estado! ¡Y lo que te detuvo una vez, volverá a hacerlo!
Ehrimanes sintió una inmensa presión
espiritual alrededor de Aifor de Merak, en el instante en que bajo los pies del
joven se dibujó el mismo símbolo de su medallón. El demonio percibió una magia
poderosa tanto del propio chico como del artilugio de oro.
Aifor se sobrecogió por el poder que
ahora le pertenecía, aunque sólo fuera temporal lo emplearía para salvar a sus
compañeros y amigos, sin importar el sacrificio.
Ehrimanes intentó avanzar, pero quedó
pasmado al descubrir que su cuerpo se había engarrotado y le era imposible
realizar cualquier movimiento — ¡¿Qué…
qué es esto?! —gritó iracundo—. ¡Es…
magia! ¡Una magia tan poderosa que… no puede ser…! ¡¿Acaso tenías este poder oculto?! —se llenó de temor al notar cómo
el mismo círculo mágico se había dibujado a su alrededor, siendo el sello que
estaba restringiéndolo.
— No lo sé… si de verdad has presenciado
todo lo que el maestro Clyde me enseñó, sabrás que jamás fui muy adepto para la
magia… Sin embargo este poder… desconozco si me pertenece o no pero… ¡Lo usaré
ahora! —alzó su brazo quemado hacia el enemigo— ¡Ehrimanes, te ordeno que te
manifiestes, permíteme ver tu verdadero ser! ¡Libera ese cuerpo que no te
pertenece y encárame!
El guerrero de Megrez gritó de manera
apabullante al sentir una sofocante energía presionándolo dentro de su jaula de
luz. Una fuerza abrumadora lo torturó hasta la agonía para forzarlo a obedecer.
No resistió demasiado cuando de la boca y ojos de Clyde emergieron una
infinidad de rayos negros que se acumularon en una densa nube oscura sobre el
hombre que cayó inconsciente al suelo.
Aifor quedó incrédulo al ver que su
conjuro funcionó tal y como lo deseó. La nube tormentosa poco a poco adquirió
una forma humanoide, sin dejar de ser una silueta formada por bruma y
relámpagos que se concentraron a la altura de los ojos para encender una
mirada.
— ¿Así que esto eres? ¿A esto se reduce
tu maldad? Una bolsa se aire…—Aifor se aproximo a él, encarándolo sin miedo alguno.
— ¡¡Tú…
no puedo creer que… me hayas obligado a salir!! —su voz tronó con furia.
— Admito que estoy igual de sorprendido
que tú… pero te he vencido y eso es lo único que importa.
— ¡¿Vencerme
tú?! —rió el ser espectral—. Temo que las cosas no funcionarán así, y no
por mi culpa claro ¿acaso no olvidas lo que Clyde dijo? Me ató completamente a
él por lo que no hay manera de eliminarme sin que detengas su corazón primero
¿lo ves? —señaló el extraño hilo que se materializó desde el interior de la
criatura hasta el pecho del dios guerrero—. La
única forma de que desaparezca es que elimines mi cuerpo huésped… es reconfortante
saber que Clyde empleó un conjuro tan poderoso que ni tú fuiste capaz de
romper… ¡Pero anda, cumplí lo que me ordenaste! ¡Mátalo ahora que no puedo
hacer nada por defenderlo!
Aifor miró al convaleciente Clyde quien
parecía luchar por despertar.
— ¡O
intenta exterminarme, da igual, el orden no cambiará nada! —aclaró la
criatura con una risa malévola.
— Toda mi vida… he soñado con la muerte
de otras personas, y jamás pude impedir que ocurrieran por más que lo intenté
—el joven recordó esas ocasiones que le causaron mucho dolor—. “No se puede cambiar el futuro” es con lo
que mi maestro siempre me reprendía… y quizá tenga razón. Cuando no está en tus
propias manos que ocurra el cambio, es difícil… ¡Pero en esta ocasión depende
de ti y de mí!
La criatura guardó silencio, aún no
entendía a dónde intentaba llegar.
— Es por eso que me niego a hacerlo, iré
en contra del destino de las mismas nornas, así que Ehrimanes todo depende de
ti ahora.
— ¿Qué
es lo que estás planeando exactamente? —inquirió con desconfianza— ¿Qué intentas decirme?
— Yo… —dudó, pero al ver a Clyde y a
Freya al borde de la muerte lo llevó a decir—, ¡quiero hacer un trato contigo!
—Aifor dijo sin más vacilaciones.
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Bud de Mizar cayó estrepitosamente en el
suelo después de un último golpe. Con el cuerpo tembloroso, intentó ponerse de
pie pero resultó inútil, ya no albergaba la fuerza suficiente para hacerlo.
Poco a poco sus sentidos se han ido
debilitando, quedando un débil hilo que apenas le permitía ver y escuchar.
Enfrentar a tantos enemigos a la vez no
era algo que pudiera manejar ya, no en su actual condición…
Abrumado por el dolor, miró hacia el
frente, topándose con la inmaculada imagen pétrea de Odín, resintiendo la
pesada mirada del dios ante su pronta derrota.
Estuvo a punto de desfallecer cuando la
voz de Hilda lo retuvo unos segundos más en este mundo.
La sacerdotisa estaba a unos cuantos
metros, abrazando a Syd a quien le evitaba la desdicha de ver la situación en
la que se encontraba su padre, cubriéndole los ojos.
Bud ahogó un grito, haciendo lo
sobrehumano para poder levantarse ante las miradas de sus enemigos que
aguardaron en sus posiciones.
Bud nunca fue un hombre de plegarias,
pero en su corazón suplicó por un milagro, no para él, sino para Hilda y su
hijo… Sin importar si Odín o algún otro dios lo escuchaban o no, ofreció su
vida y hasta su alma a cambio de una oportunidad para ellos.
Dahack se había adelantado para ser quien
le diera el golpe final.
— Si no les importa, el gusto será mío.
Aquellos que llegaron tarde no tienen derecho a reclamar —aclaró Dahack, sin
lograr que Caesar emitiera palabra alguna.
Masterebus gruñó molesto, pero tomó la
misma posición del Patrono de Sacred Python.
Bud se alejó unos pasos más de Hilda y
Syd, temiendo que salieran heridos por su causa. Aunque de cualquier forma
dudaba que pudiera eludir cualquier clase de ataque.
Dahack concentró una inmensa cantidad de
energía a su alrededor, sabiendo que al fin terminaría con tan bravo rival.
Admitía haber disfrutado del enfrentamiento, pero debía ponerle fin.
Syd luchó contra el regazo de su madre
para ver lo que sucedía. La visión de su padre herido y ensangrentado lo
impactó, llorando todavía más.
Su padre ya había sufrido demasiado por
ellos, es lo que pensaba el príncipe de Asgard cuando escapó de los brazos de
Hilda. No era justo que enfrentara a esos hombres él solo, ¿por qué no estaban
aquí los dioses guerreros para ayudarlo? ¡No era justo, no era justo!
— ¡¡Papá!! — Bud escuchó, viendo a Syd
corriendo hacia su encuentro. Horrorizándole que él mismo se hubiera encaminado
hacia la muerte segura.
Dahack estaba lejos de querer detenerse,
no le importó la presencia del niño pese a que Caesar le gritó que se
detuviera. La llamarada azul tinta en sus manos escapó de su cuerpo mucho antes
de que pudiera interceder.
La ráfaga mortal desaparecería tanto a
padre como a hijo.
Con un abismo detrás de sí y una ola
mortal frente a él, Bud no tenía muchas opciones en su deplorable estado, por
lo que en un intento desesperado por proteger a Syd logró sujetarlo del brazo, salvaguardándolo
contra su pecho para servirle de escudo.
El impacto en su espalda fue brutal, su
ropaje divino estalló en cientos de pedazos, conmocionando a Hilda, quien
observó como Bud y el pequeño fueron arrastrados por tal resplandor.
Con el cuerpo destrozado, Bud se impulsó
para salir de esa violenta marejada, cayendo por el abismo existente entre el
altar y la estatua de Odín.
Aunque estuvo a punto de perder el
sentido, el llanto de su hijo lo aferró a mantenerse consciente. El efecto de
la caída entorpeció todavía más su cuerpo malherido, pero con gran
determinación alargó sus garras de tigre, encajándolas sobre la pared rocosa
para disminuir la velocidad de la caída, hasta toparse con una pequeña saliente
a la que pudo aferrarse.
Con una sola mano se sujetó a ese pedazo
de roca que era lo suficientemente amplia y resistente para albergar al
pequeño.
Con gran esfuerzo, Bud subió allí a su
hijo, quien temblaba aterrado entre lágrimas que resbalaban por su sucio y
lastimado rostro.
El guerrero de Mizar sabía que esa
saliente caería si permanecía sosteniéndose a ella. Pero por más que buscó, no
encontró otro lugar al cual poder aferrarse.
— ¡Papá, sube papá, vamos, sube! —sollozó
Syd, sujetándolo por la muñeca. El ver a su padre colgando en la negrura del
profundo vacío lo llenó de desesperación. Su mente inocente no entendía que en
esa situación sólo uno de ellos se salvaría, y que su padre ya había escogido
por él.
Bud clavó sus garras todo lo que pudo en
el muro para detenerse un poco más. A este punto no había muchas alternativas…
pero pese a todo Bud decidió tomar esos escasos segundos para consolar a su hijo con suaves palabras. Aun cuando
sentía que la vida se le escapaba por las heridas sufridas, el dios guerrero de
Mizar no se permitiría que el último recuerdo que tuviera Syd de él fuera la de
un hombre débil.
— ¡No te caigas papá, por favor no te
caigas! —suplicó en inútiles esfuerzos de poder jalar a su padre.
— Todo está bien Syd… Papá no puede
hacer lo que le pides ya que los dos caeríamos sin remedio al vacío —explicó
con gran serenidad, dedicando a su hijo una mirada tranquila y sumisa hacia su destino—. Tienes que ser
valiente por los dos ¿de acuerdo? —pidió, pero un ligero derrumbe estremeció la
plataforma en la que el príncipe se mantenía tendido.
— L-lo siento papá… en verdad…. Lo siento —sollozó
todavía más.
— No tienes nada de que disculparte, no
es tu culpa —le dijo con sinceridad—. Así es como deben ser las cosas, mi deber
es protegerte sin importar qué… ahora serás tú quien deba proteger a los demás.
— ¡Papá! —gritó asustado. Bud aprovechó
esa distracción para alejarse, evitando que Syd se negara a soltarlo en el
momento final y lo arrastrara con él.
— No importa lo que llegue a pasar,
debes aguardar a que vengan por ti ¿me escuchas? —sus garras resbalaron un
poco, bajando un par de metros más.
Con desesperación, Syd insistía en alcanzar a su padre, alargando
sus manos hacia él, pero Bud, con toda la tristeza de su corazón se despidió en
la distancia.
— Cuida a tu madre por mi Syd… —le
sonrió antes de que sus ojos se nublaran por completo e irremediablemente cayera hacia la oscuridad.
El pequeño Syd abrió los ojos conmocionado,
llamando su padre con todas sus fuerzas.
Por sus mejillas resbalaron incontables lágrimas que cayeron hacia el
precipicio. El dolor que sentía en su corazón era demasiado grande para pedir a
un niño como él controlarse, pero esa fue la razón por la que su ojo izquierdo
comenzó a brillar sin su consentimiento.
El estar envuelto por esa profunda tristeza, no le permitió percatarse del fenómeno,
el cual culminó con un grito que ascendió a los cielos y recorrió todo Asgard.
Callaron los sonidos de la tormenta, la cual como si fuera una sierva sumisa
perdió intensidad.
Todo dios guerrero, sin importar estado
o ubicación, fue víctima de una sensación escalofriante cuando un poderoso
cosmos los alcanzó, al mismo tiempo en que los zafiros de sus ropajes comenzaron
a brillar.
Sergei de Alioth, quien corría por los
bosques del palacio, se detuvo estrepitosamente por el resplandor en su
cinturón.
— ¿Qué es esto? Esa voz… —fijó su vista
hacia el castillo al cual estaba a pocos segundos de arribar—. El zafiro de
Odín está brillando... ¿qué puede significar esto?...
Su lobo acompañante aulló melodioso,
uniéndose a otros tantos aullidos que se alzaron como alabanza por las tierras
de Asgard.
El ataúd amatista que mantenía
prisionero a Alwar de Benentash comenzó a cuartearse en el momento en que su
zafiro se iluminó. Su prisión fue despedazada por la fuerza que exigía la
comunión entre los zafiros. El arpista cayó en la nieve aún inconsciente.
La guerrera Freya yacía durmiente en el
suelo mientras su zafiro brillaba en armonía con el que se encontraba en el
ropaje de Merak Beta, que permanecía como guardián de la mujer.
Un rayo de luz azul emergió de cada una
de las joyas sagradas. Los delgados rayos se proyectaron hacia el cielo,
golpeando la estrella que representaban dentro de la osa mayor en el firmamento.
Ante el llamado de su dios, las armaduras
de Dubhe Alfa, Merak Beta, Phecda Gamma, Megrez Delta, Alioth Épsilon, Mizar
Zeta y Benetnasch Eta respondieron sin demora.
Las siete estrellas de la constelación
centellaron como nunca, uniendo su fulgor en un único rayo que cayó como un relámpago
dentro de la grieta que se encontraba bajos los pies de la estatua de Odín.
De la larga abertura se alzó una cortina
de poderosa luz que alarmó a los Patronos y a Masterebus.
La estatua de Odín se iluminó por dicho
resplandor. Piedras y escombro se alzaban por la energía que fluía desde las
profundidades de ese abismo.
Hilda mejor que nadie reconocía esa
presencia, ella que le ha servido desde que tiene memoria.
Centellas y relámpagos comenzaron a
salir, el cielo se ennegreció, mas la Osa mayor permaneció esplendorosa.
Tonalidades verdes y doradas surcaban los aires, un viento terriblemente frío
comenzó a azotar el ambiente. Aullidos de lobos y graznidos de los cuervos corearon
con el silbido del viento, que detuvo la tormenta y la nieve que caía.
Un gran poder se sentía en el aire, y
hacía temblar la tierra por su ascenso. Pronto, una esfera de viento y cristal
apareció frente a la estatua de Odín tras haber salido del abismo bajo sus pies.
La esfera permaneció infligiendo las leyes de la naturaleza, suspendida en el
aire conforme un tornado gélido giraba a su alrededor.
Algo podía divisarse en su núcleo, una
figura difícil de reconocer por el vendaval que le daba forma.
Ese capullo de nieve y centellas estalló
tras un sonoro tronido, liberando al hombre que en su interior se había resguardado
hasta entonces. Sus pies se desplazaron por encima del precipicio, llegando a
posarse sobre la superficie de la explanada. Cuando sus botas se plantaron
sobre el suelo, este se congeló varios metros a su alrededor.
Ahí, cubierto por una estola blanca que elegantemente
envolvía su cuerpo, la figura de un hombre fue descubierta, irradiando poder
por toda su armadura de diamante. De la corona en su cabeza fluían destellos,
mientras que en su mano descubierta el filo de una espada era visible.
Hilda quedó de rodillas al no poder dar crédito
a lo que veía, pero gracias a la antigua batalla con el Santuario y que el
Pegaso Seiya fue capaz de invocar el sagrado ropaje de Odín, podía convencerse
de que era real.
Frente a ella, su señor Odín le daba la
espalda. El poder verse reflejada en la hoja de la Balmung la había dejado sin
palabras. Reconocer el brillo de la armadura de cristal la mantenía en una
conmoción imposible de describir.
Ella era testigo del regreso del Señor
Odín a este mundo. Se había olvidado de respirar pues grande fue su temor de
madre, pensando en que le había fallado… Por su falta de poder, su dios, quien
decidió nacer en este mundo de su vientre, se vio obligado a abandonar su
pacifico intento de vivir con los humanos.
Caesar, a través de la ansiedad que sentía
crecer de su propia espada, reconoció inmediatamente el aura divina que
envolvía al individuo frente a él— ¿Es realmente Odin?
Hilda no se atrevió a dirigirle la
palabra a su gran señor. En vez de eso se sumió en un silencio total en que las
lágrimas expresaron todas sus penas y arrepentimiento, hasta que aquel que
portaba la armadura sagrada, habló.
— Hilda, mis pecados siguen siendo muy
grandes como para que el Valhala decida abrirme las puertas —dijo con una voz
tranquila aquel que sujetaba a Balmung en su mano derecha—. No tienes que
llorar más.
La gobernante de Asgard frenó su llanto
al reconocer esa voz. Alzó la vista hacia quien creía su señor y ahí, dedicándole
una débil sonrisa, era el rostro de su esposo quien portaba la corona de Odín y
todo el sagrado ropaje que el dios ha usado en sus batallas desde la era del
mito.
—¡Bud! —grande fue su dicha al ser
testigo del milagro por el que Bud de Mizar había sido escogido por Odín para
defender a su pueblo.
Bud caminó hacia Hilda, hincándose
frente a ella para mostrarle el valioso tesoro que resguardaba en su brazo
izquierdo. Bajo la estola blanca que le cubría, el príncipe de Asgard yacía
dormido. Todavía algunas lágrimas eran visibles en su tierna cara, pero su
semblante era de gran paz.
Hilda tomó a su hijo, agradeciendo al
creador el que se encontrara bien. Bud se libró de la estola blanca y con ella
cubrió a los dos soles que iluminaban su vida.
— Déjamelo todo a mí. El esfuerzo de Syd
no será en vano, y la orden de mi dios se cumplirá —Bud le aseguró a la
princesa. Ella asintió convencida de que así sería.
FIN DEL CAPITULO
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