martes, 5 de marzo de 2013

El Legado de Atena. Capitulo 32





Capitulo 32.
El vórtice de la tormenta Parte VIII. Milagroso destino

El corazón de Hilda de Polaris se llenó de desesperación al compartir la angustia de Bud. Tras escuchar el nombre de “Syd”, su instinto de madre la alertó del peligro inminente que corría su hijo.
Como el acto cruel dentro de una obra del destino, el príncipe Syd arribó al palacio en el momento en que sus padres se habían resignado a soportar cualquier cosa con tal de mantenerlo a salvo. Y ahora, allí estaba, de pie frente a dos agentes de la muerte misma.
El niño contemplaba con ojos asustados la situación, parecía haberse congelado por la impresión que le causó el escenario.

Por las reacciones de los regentes de Asgard, el Patrono Dahack averiguó la identidad de ese niño, lo que lo hizo sonreír con cinismo.
— Esto sí que es afortunado —dijo, perdiendo el interés en la sacerdotisa a la que dejó caer al suelo.
La parálisis que aprisionaba el cuerpo de Hilda le impedía si quiera arrastrarse. Con un delgado hilo de voz es con el que la sacerdotisa le pidió a Syd que corriera, pero todo sonido de su garganta se perdía con el feroz paso de la ventisca que los rodeaba.
El Patrono de Arges caminó a paso lento hacia el infante, lo que obligó a Bud a buscar la libertad pese a que ello significara desangrarse.
Con gran determinación, Bud hizo estallar su cosmos, incrementando su fuerza en un mero instante en que aprovechó para jalar su brazo fuera de la estaca  que lo aprisionaba. La sangre brotó al mismo tiempo que sus garras mortales adornaron su mano ya libre, cortando con veloces movimientos las extensiones que lo tenían sometido.
Los destellantes cortes hicieron retroceder a Masterebus quien gruñó bajo su máscara,  afectado por el dolor de las amputaciones. Sus extensiones cortadas se movieron cuales gusanos agonizantes en el piso.
Antes de que el guerrero infernal reaccionara, Bud ejecutó el poder devastador de sus garras sobre él. A tan corta distancia, los cortes perforaron la armadura e impulsaron a Masterebus lejos por la explanada.
Bud compartió una última mirada con Hilda para tomar una difícil decisión: por encima de sus propias vidas, la de Syd era mucho más importante.

Bud de Mizar se desplazó velozmente hacia Dahack, quien ante el alboroto miró por encima del hombro. El haz de luz en el que se convirtió el dios guerrero de Mizar no lo impresionó lo suficiente, pues logró quitarse del camino.
Bud quedó frente a Syd a quien apenas miró, su atención volvió a la batalla en cuanto retuvo un golpe traicionero con su antebrazo.
Dahack dio un salto hacia atrás ante su fallo — Eres veloz —admitió. Estaba seguro de que lograría golpearlo, mas el dios guerrero parecía estar dotado de buenos reflejos —. Aunque dudo que puedas mantener el mismo ritmo con tus heridas —dijo al ver los agujeros sangrantes en las piernas y brazos de Bud.
El dios guerrero no respondió, el enojo que crecía en su interior sobrepasaba sus límites, sólo deseaba acabar con ese maldito.
— ¡Papá!
— ¡No te acerques! ¡Retrocede! —fueron las duras palabras de Bud para su hijo.
— ¡Pero… papá…! —insistió el pequeño, indeciso ante la amplia espalda de su progenitor.
— ¡Obedece! ¡Aléjate de aquí, no tenías que haber venido! ¡Hazlo ya! — gritó impaciente, lanzando una severa mirada al príncipe; era la primera vez que veía una expresión como esa en su padre.
Tal distracción permitió a Dahack desaparecer del campo de batalla, pero el instinto guerrero de Bud lo llevó a sujetarlo del brazo antes de que lo pasara de largo y se abalanzara contra Syd.
El dios guerrero de Mizar lo arrojó en dirección opuesta a la que se encontraban el niño y su madre, yendo detrás de él con las garras extendidas.

Asustado y confundido, el príncipe buscó a su madre, corriendo hacia ella al ser el acto natural de un cachorro aterrorizado.
Al verlo a su lado, algunas lágrimas corrieron por el rostro de Hilda, e igual en las del niño. Con gran esfuerzo, la sacerdotisa pudo sentarse para abrazar a su pequeño. En su actual condición estaba incapacitada para luchar, pero estaba dispuesta a servirle de escudo.
— Oh Syd… Syd… ¿Qué estás haciendo aquí?... ¿Cómo llegaste?... No tenías que… — Hilda susurró angustiada.
— Lo siento… perdóname mamá... yo… no quería quedarme solo, mamá, no quería… por eso yo… —Syd balbuceó completamente apenado, dificultándosele el expresar los temores que lo hicieron abandonar la casa de Freya y viajar de vuelta al Valhalla. Atragantado por su propia angustia, sollozó en los brazos de su madre.
Hilda se aferró a él de manera protectora, rogando en silencio por la vida de su hijo.

Dahack realizó algunas volteretas para volver a suelo sobre el que se impulsó para evadir al dios guerrero que lo perseguía. El Patrono admitía que era un férreo oponente, pero su velocidad seguía siendo mayor.
Podría continuar evadiéndolo hasta que las heridas de Bud terminaran por cansarlo, pero la mirada en el dios guerrero indicaba que era un hombre lo suficientemente obstinado para mantener los mismos bríos hasta el último suspiro.
El Patrono desplegó su cosmos en una poderosa ráfaga energética hacia su rival, mas el tigre de Asgard la eludió sin la necesidad de retrasarse ni un segundo.
El método ofensivo de su adversario le permitió a Bud acortar distancia, pudiendo sentir cómo sus garras alcanzaron su objetivo.
Ambos guerreros se enfrascaron en un intercambio de golpes y patadas veloces. La experiencia de Bud le permitía no encontrarse tan a la desventaja con un oponente que superaba fácilmente su velocidad, se dejaba guiar por su instinto que le advertía de los peligros y tácticas del Patrono.

Dahack se enfureció al estar recibiendo cortes tras cada impacto que recibía, pero terminó por permitir más heridas sangrantes. Los hilos escarlata de ambos guerreros  se mezclaron en el aire mientras continuaban en movimiento.
Bud no fue ajeno a recibir golpes, mas sus fuerzas no menguaron, ni siquiera cuando su visión comenzó a tornarse borrosa. Sin embargo, en cuanto sus garras atravesaron el aire en vez de la cabeza a la que había apuntado, comprendió su verdadera condición.
Ante el golpe fallido por la visión doble, Dahack rompió la defensa de su oponente a patadas y puñetazos que arremetieron contra el dios guerrero. El Patrono liberó una descarga cósmica que arrastró a Bud por el suelo hasta golpear contra el mirador.
— ¡Ja! No hay ímpetu que mis venenos no puedan doblegar, ya sea la de la misma sacerdotisa de Odín o la del feroz tigre de Zeta, todos caen ante mí —el Patrono de Arges exclamó con prepotencia.
Bud lo miró con hostilidad. Sentía que su cuerpo se entumecía cada vez más y más, y sus sentidos estaban debilitándose.
— Bien lo dijo tu amigo, el arpista —Dahack comentó, recordando al guerrero de Eta y su consejo sobre no subestimar al enemigo, sobre todo si desconoces de lo que es capaz—… Deberías ser un buen perdedor, no te culpes por desconocer que mi cuerpo y sangre son mi mejor arma —explicó ante los ojos furiosos del dios guerrero que buscaba ponerse de pie—. Durante años he trabajado para que cada célula y gota de mi cuerpo resulten mortíferas para cualquier criatura viviente. Por lo que, fue efectivo que me hirieras, mi sangre resultó tu perdición al mezclarse con la tuya a través de tus heridas. Aunque de todas formas, con  tan sólo haberla olfateado o que tocara tu piel habría tenido el mismo efecto… Ahora todo eso ya está dentro de ti, por lo que pronto morirás como todos los que moran este palacio —rió con maldad.
— Debí saber que eres un… ser miserable… que sólo sabe luchar a ventaja — una vez de pie, Bud escupió el exceso de sangre que había en sus labios.
— En las guerras todo está permitido —comentó con sarcasmo—. Creo que te has dado cuenta que ya no podrás moverte con la misma rapidez de antes. Pero no te preocupes, aún no pienso eliminarte, todavía quiero que seas testigo de lo que le haré al mocoso y a tu mujer —Dahack volvió a sonreír malicioso.

El Patrono dio media vuelta, caminando hacia donde la sacerdotisa y el niño se encontraban.
— No te atrevas a darme la espalda… —dijo Bud, permaneciendo de pie, levantando con firmeza los brazos hacia los lados.
Dahack no se detuvo, le divertía su intento por persuadirlo.
Bud se rodeó con su cosmos invernal, dispuesto a emplear cada partícula de energía que le restaba para detenerlo.

A lo lejos, Masterebus había logrado recuperarse. Su armadura pareció llamar a los trozos que fueron cortados por el dios guerrero. Con movimientos serpentinos se arrastraron por el suelo hasta llegar a él, volviendo a fusionarse con la coraza negra.
Vio como Bud de Mizar estaba preparándose para atacar al Patrono de Arges, y como el tonto e inconsciente Dahack se atrevía a ignorarlo. En esta ocasión Masterebus se decidió a no intervenir, salvaguardar la vida de Dahack no era ninguna prioridad, la vida de un humano valía lo mismo que todas las demás: nada.

El Patrono se detuvo sólo hasta que sintió una atmosfera extremadamente fría formándose tras su espalda. Se obligó a girar para contemplar el gran vendaval que giraba alrededor del dios guerrero de Mizar.

Pese a que el cuerpo falle, el cosmos es inmortal y una fuente inagotable de poder, eso Bud lo sabía muy bien.  Durante años ha preferido un estilo de combate más directo, donde sus garras pudieran destrozar a sus enemigos, pero en condiciones como estas, le alegraba haber aprendido la técnica que su hermano le heredó a través de la armadura de Zeta.
¡¡Impulso azul!! —clamó con fuerza, pareciendo unificar su poder y el de la misma tormenta en contra del Patrono.

Dahack no supo reaccionar a tiempo, no estaba seguro si moriría, pero tuvo el presentimiento que sería catastrófico.
En contra de lo deseado, el Patrono de Arges no recibió ni una lesión por ese ataque, no cuando una segunda ventisca desvaneció la técnica del guerrero de Mizar.
Una profunda zanja se marcó en el suelo de piedra ante el paso del viento cortante que sobrepasó la técnica del dios guerrero de Zeta.
Conmocionados, Bud y Dahack buscaron al responsable de tal intervención.
El Patrono sonrió socarronamente al reconocerlo, mientras Bud no podía creer que todo pudiera empeorar más.
— ¡Sabía que la señorita Tara no te dejaría morir tan fácilmente, Caesar! —dijo Dahack a su compañero de armas.
El recién llegado traía en mano la mortífera espada dentada que le había dado muerte a Elke de Phecda Gamma.
Caesar, Patrono de Sacred Python estaba con vida.

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En aquella cueva ancestral, lugar oscuro que da refugio a la legión de guerreros que se han llamado a sí mismos Patronos, los lamentos de una mujer se escuchan de manera constante.
Sus fuertes respiraciones se acrecentaban por el eco del lugar. Velando su malestar, un hombre en armadura gris, y con una máscara cubriéndole la parte inferior del rostro, aguarda a la orilla del estanque iluminado.
En silencio, el guerrero observa hacia el interior de la profunda fuente. El círculo perfecto que encerraba el agua cristalina, simulaba un portal que llevaba a una dimensión donde reinaba la nada, al ser un espacio enteramente blanco y aparentemente sin límites. Sólo un punto colorido resaltaba en medio de toda esa blancura, de él provenían los quejidos que afligían al guardián gris.
— Señorita Tara, no debió esforzarse de esa manera —el enmascarado comentó con evidente preocupación.
Sumergida en el profundo pozo, la joven de cabello celeste se abrazaba las rodillas reteniéndolas contra su pecho, manteniendo los ojos cerrados mientras intentaba recuperar el aliento.
Lo sé pero… no podía dejarlo morir… Hice lo que estaba destinada a hacer… —se escuchó por la cueva sin la necesidad de que ella hubiera movido los labios— ¿Funcionó no es así? ¿Él está…?
— La señora Hécate se encargó del resto, Caesar vive y está libre para continuar con su misión —el enmascarado pudo confirmárselo.
La hermosa joven sonrió, satisfecha de escuchar tales palabras, aunque lo sabía de antemano gracias al poder de sus visiones.
Pero tal sonrisa se borró en cuanto escuchó — Tara, eso fue demasiado arriesgado y lo sabes, muy egoísta además —de la voz a la que ambos le deben obediencia y devoción.

El enmascarado se giró hacia el templete sobre el que su señor se materializa en cada ocasión. La fogata allí puesta se encendió en cuanto se manifestó un hombre rodeado por diminutas almas que circulaban a su alrededor como luciérnagas.
El guerrero se arrodilló de inmediato mientras la joven aceptó su falla.
Lo siento mucho señor Avanish, pero no me malentienda… Sólo hice lo que tenía que hacer para asegurar que el futuro ocurriera tal y como lo he visto —se disculpó con sumisión y nerviosismo—. Caesar debía estar allí… yo sólo…
Mi bella Tara, ¿continúas creyendo que el futuro necesita que tú lo guíes? —el hombre encapuchado sonrió— ¿Hasta cuándo vas a excusar tus acciones de esa forma?
La mujer alzó el rostro hacia la superficie, abriendo sus ojos rojos con clara preocupación.
No debes desgastarte pequeña. Aun con tu gran poder no serás capaz de controlar las voluntades de todos los que contribuyen para que el futuro se cree frente a tus ojos —el llamado Avanish estaba lejos de escucharse molesto o inconforme, parecía un sacerdote impartiendo una lección a una niña—. Sólo los dioses creen tener el control absoluto sobre los hombres y su futuro, pero continúan cerrando los ojos a la verdad.  Una sola voluntad podría romper el tapiz que con tanto cuidado han tejido para nosotros. ¿Acaso te crees una diosa?
¡No! —se apresuró a decir la joven, llena de vergüenza—. Mi señor yo… lo siento, creí hacer lo correcto… pero es verdad, yo… debí confiar en Caesar… ayudándolo o no, sé que él hubiera podido escapar, yo solamente… me precipité… yo… yo… tiene razón, fui una egoísta… —admitió, conteniendo el llanto ante la reprimenda.
Me complace que lo aceptes, y sé que no volverá a ocurrir —aclaró comprensivo—. Agotaste todas tus fuerzas para proteger a Caesar, pero ahora has dejado a todos sin la debida vigilia de tu protección, esperemos y eso no traiga consecuencias…
Tara no sabía qué decir, volvió a hacerse un ovillo dentro del estanque. Cuando utilizó su poder para socorrer al Patrono de Sacred Python conocía los riesgos, pero no pudo reprimir su deseo por ayudarlo…

Tara nació con un extraño poder proveniente de su linaje materno. Desde pequeña fue una habilidad latente que las hermanas de su madre decidieron despertar de manera agresiva, para que así pudiera tomar su lugar como una más de ellas.
Sacrificaron su visión mortal para permitirle acceder a una visión divina sobre el futuro, el presente y el pasado a través de la gran madre, Gea… Pero ella nunca pidió vivir en la oscuridad de su entorno y sólo ver el mundo a través de los recuerdos que quedaban en la Tierra, así como en las visiones que saltaban en su mente.
Nació para ser prisionera de un deber de sangre, del cual pudo escapar gracias a la intervención del señor Avanish, su salvador.

En ello pensaba la joven llamada Tara, sobresaltándose de forma repentina cuando imágenes comenzaron a fluir por su cabeza.
No… no, esto no puede ser… —musitó perpleja.
Avanish y el guerrero enmascarado la escucharon, intentando adivinar lo que le ocurría.
— ¿Señorita Tara, qué sucede? —preguntó el hombre de armadura gris.
¡E-el futuro está cambiando… ha cambiado! —clamó espantada—. No… no… Para… ¡Basta!… ¡Alguien deténgalo!

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Freya Dubhe de Alfa se vio rodeada por un ejército de muertos vivientes. Aunque le causó pesar ver a sus compatriotas asgardianos reducidos a despojos ensangrentados para luchar en contra de su propia nación, Freya entendía que no debía dejarse llevar por sentimentalismos.
Se giró hacia donde Clyde era ya custodiado por una barrera de guerreros muertos mientras el resto se preparaba para atacar ante la primera orden.
— ¿Y crees que estos muñecos tuyos van a detenerme? ¡Por favor! —Freya se mofó.
— Puede que en vida hayan estado limitados por su escaso potencial humano, pero ¿acaso no dicen que cuando uno muere es cuando encuentra la verdadera libertad? —Clyde cuestionó sonriente, liberando  centellas de su cuerpo que se introdujeron por las bocas de cada uno de los espectros, proporcionándoles una chipa de vida y poder en sus ojos muertos—. Bien pequeña pelirroja, entretenme un poco…
Clyde de Megrez señaló a la guerrera de Odín, ocasionando que la horda del inframundo comenzara su ataque.
Freya se perturbó en cuanto los primeros se aproximaron blandiendo espadas cuyas hojas se convirtieron en relámpagos, la velocidad y destreza con la que se desplazaron fue sobrehumana.
La guerrera de Odín esquivó atinadamente, confundida por la sagacidad que en vida jamás poseyeron sus ahora enemigos.
Por reflejo, Freya esquivó y retuvo con sus brazales los feroces golpes, mas cuando las hojas relampagueantes la golpearon, resintió un extraño daño que le entumeció las palmas de las manos.
Acosada por los constantes ataques, la guerrera apartó toda emoción humana para poder contraatacar. El primer puñetazo fue el difícil, el cadáver rodó estrepitosamente en el suelo quebrándosele numerosos huesos.
La guerrera se disculpó en silencio con todos sus hermanos de batalla y con el mismo Odín por tener que derramar sangre asgardiana en el palacio del Valhalla.
Freya procuró deshacerse de ellos uno por uno, evadiendo los ataques que organizaban en conjunto. Se valió de acrobacias y saltos para imponerse al batallón infernal. Sus golpes y patadas lanzaban a los muertos contra los muros y columnas.
Eludió las flechas que los arqueros lanzaban desde lo alto, subiendo con un gran salto para deshacerse de ellos. Aprovechando el terreno alto, dio un vistazo hacia el campo de batalla, notando que el número de soldados no había disminuido, descubriendo que pese a que les destrozaba los huesos, volvían a levantarse.
— ¿Qué? ¿Acaso esto no tendrá fin? —se preguntó enfadada. Fue cuando percibió el inicio de otra lucha en lo más profundo del palacio. Distinguió el cosmos del señor Bud, quién parecía tener problemas.
En su distracción, Freya no escuchó los numerosos pasos de los que se aproximaban hasta que una de las puertas del balcón en el que se encontraba fue deshecha por el paso de numerosos cadáveres caminantes. Ésta vez no se trataba de soldados, sino la servidumbre del palacio.
Ante la sorpresa, la guerrera de Odín prefirió volver a la explanada del patio principal, donde todos los espectros armados volvieron a formarse a su alrededor.
Clyde sonrió divertido al ver la expresión de furia en la pelirroja— ¿Eso es lo mejor que tienes? Peleaste con mayor entusiasmo antes. ¿A dónde se fue esa vitalidad?
— No me provoques maldito, sabes que te puede ir muy mal —bramó la mujer.
Considerando que tu técnica máxima es tu mayor punto débil, la verdad es que ansío que lo intentes. Aunque tienes miedo de hacerlo… te estás conteniendo, pero a la vez sabes que es tu única oportunidad ¿no es cierto? De lo contrario jamás podrás abrirte paso hacia donde tus reyes están por ser despedazados —Clyde rió sonoramente.

Freya se llenó de coraje al saberse entre las cuerdas. Clyde había sido uno de los que atestiguaron el reto que perdió en el pasado, por ende conocía la forma de derrotarla de un solo golpe.
La guerrera se convenció de que no había otra salida, el señor Bud y la señora Hilda peligraban, ¡no podía permanecer más allí! Albergó esperanzas de triunfar sabiendo que Clyde no era tan veloz como los otros dioses guerreros.
Lo primero que debía hacer era llegar hasta el titiritero de tan desagradables marionetas.
— ¡Lamentaras haberme llevado a esto, traidor!
Freya se lanzó al ataque, viendo como una marejada de espectros se abalanzaron sobre ella. Su brazo derecho se prendió por la fuerza de su cosmos antes de gritar—. ¡Ventisca del dragón de hielo! — lanzando una terrible onda glaciar que frenó el paso de los soldados infernales, haciéndolos volar por los aires. Sus cuerpos ensangrentados se congelaron completamente, por lo que en cuanto impactaron contra cualquier superficie, fueron reducidos a fragmentos de hielo.

La asgardiana dio un rápido giro sobre sus pies al saberse perseguida por otra fracción de espectros que intentaban atacarla por la espalda. Una vez más ahogó cualquier pesar y remordimiento, rodeando su brazo izquierdo con energía resplandeciente — ¡Ventisca del dragón de luz! —una poderosa luz blanca golpeó a los cadáveres, empujándolos con violencia hasta reducirlos a cenizas.

Sólo un puñado de muertos vivientes se hallaban esparcidos por el lugar, pero el espacio entre la guerrera Dubhe de Alfa y el dios guerrero de Megrez estaba despejado.
Freya no esperó más y concentró su cosmos hasta el máximo mientras que Clyde la imitó, armándose con la espada de fuego.
La guerrera de Odín movilizó los brazos sobre sus costados, estirando los puños a la altura de los hombros para gritar— ¡Ventisca del dragón supremo! —liberando dos fuertes corrientes que se mezclaron en una ráfaga mortífera hacia Clyde.
El dios guerrero de Megrez sonrió con un gesto desquiciado en el instante en que el resto de sus marionetas se lanzaran como escudos humanos para recibir el impacto.
— ¡Cobarde! —gruñó Freya, imposibilitada de detener su técnica, la cual intensificó esperando deshacerse de la coraza humana que Clyde colocó entre ellos y lograr alcanzarlo.
Uno a uno los soldados espectrales fueron consumidos por la luz y el hielo, desbaratándose en polvo de cristal. En cuanto el último de ellos comenzó a deformarse por el vendaval, un rayo atravesó el cadáver por la espalda, abriéndose camino con una tremenda velocidad que la guerrera apenas alcanzó a ver antes de recibir un impacto en el pecho.

Freya quedó perpleja al ver la espada llameante del guerrero de Delta clavada en su corazón.

Sólo las últimas fuerzas de la poderosa ventisca alcanzaron a Clyde, justo como él lo había planeado. En su actual condición y con el cuerpo maltratado que poseía, habría sido difícil confrontar esa pavorosa técnica. Sus marionetas resistieron lo suficiente para ser una distracción que bloqueara la visión de su oponente y mermar la intensidad de la ventisca, dándole el tiempo suficiente para calcular la fuerza y precisión con la que debía arrojar su espada, convirtiéndola en una lanza letal que alcanzó su blanco.

El viento en contra, el cadáver y la resistencia de su armadura sagrada fueron factores que le impidieron tener una muerte instantánea. Sólo la punta de la espada penetró la coraza del ropaje, mas fue suficiente para herir su corazón.
Quemándose las manos, la guerrera de Odín sacó la afilada espada de su cuerpo, cayendo al suelo por el intenso dolor, sujetándose el pecho mientras tosía sin parar.
La sangre salió de su boca y brotó rápidamente por su herida, estaba acabada… no había nada más que hacer.
Se sentía frustrada por su exceso de confianza e ingenuidad al creer que podía luchar sin esperar un golpe como ese.

Clyde de Megrez caminó hacia la moribunda mujer, observándola retorcerse en su propia sangre, gritar y respirar con dificultad. Con un simple pie la sometió para  que se girara boca arriba, apartándole la mano del pecho con la que intentaba detener la hemorragia.
El guerrero se pasó la lengua por los labios, sintiendo ganas de alimentarse, después de todo tenía que reponer energías.
Perdiste —recalcó lo obvio al mantenerse sobre ella—, y el más fuerte debe comerse al débil, ese será tu destino.
Freya maldijo algo pero su voz no alcanzó a escucharse por la agonía que la dominaba.
La criatura que posee el cuerpo de Clyde estaba dispuesta a desmembrar a la guerrera utilizando solo la fuerza de sus manos, aunque tales intenciones no se llevarían a cabo.
Comenzó como un débil sonido que dejó pasar por alto, un crujido que se repitió conforme delgadas fisuras comenzaron a marcarse en el hielo que aprisionaba al dios guerrero de Merak.

En el momento en que el demonio Ehrimanes se percató del fenómeno, notó un débil brillo dorado en el pecho del abatido joven, mismo que comenzó a cubrirlo de la cabeza  hasta los pies.
Aifor abrió los ojos, reanimado por la energía que fluía sobre él como un manto protector. Sabía que ésta sería su última oportunidad para hacer las cosas correctamente.
Elevó su cosmos flameante al punto en que su prisión no pudo contenerlo más. Los pedazos de cristal se evaporaron de inmediato, dejando libre al joven maltrecho.

De pie y con mirada decidida, Aifor se encontraba ungido con un aura cálida y dorada que causó confusión en el demonio.
Ehrimanes estaba consternado, el dios guerrero de Merak estaba sometido por su encantamiento ¿cómo pudo liberarse con tal facilidad? Se preguntaba sin quitarle la vista de encima.
Estudió las posibilidades, dejó que sus sentidos fluyeran y encontraran la verdad. En el instante en que puso sus ojos en el medallón de oro que colgaba del cuello del joven encontró su respuesta. Una vez más ese extraño amuleto se interponía en su camino.
— ¡Aléjate de ella, miserable…! —Aifor exclamó—. ¡Esta vez… voy a detenerte! —aclaró con agresividad
Vaya, parece que sigues dándome sorpresas… Sí que eres un chiquillo molesto, pero tu mirada… creo que ya tomaste una decisión, ¿acaso vas a cumplir la petición de Clyde? —cuestionó sarcástico—. Dudo que puedas hacerlo, tu poder no se compara con el mío.
— Has acertado, ya tomé una decisión —respondió Aifor con seriedad—, sólo falta que tú tomes la tuya.
¿Qué dices?
— Y te doy la razón, aún estoy lejos de poder vencerte… pero ¿adivina qué? ¡Esta vez no estoy solo! ¡Nunca lo he estado! ¡Y lo que te detuvo una vez, volverá a hacerlo!
Ehrimanes sintió una inmensa presión espiritual alrededor de Aifor de Merak, en el instante en que bajo los pies del joven se dibujó el mismo símbolo de su medallón. El demonio percibió una magia poderosa tanto del propio chico como del artilugio de oro.
Aifor se sobrecogió por el poder que ahora le pertenecía, aunque sólo fuera temporal lo emplearía para salvar a sus compañeros y amigos, sin importar el sacrificio.

Ehrimanes intentó avanzar, pero quedó pasmado al descubrir que su cuerpo se había engarrotado y le era imposible realizar cualquier movimiento — ¡¿Qué… qué es esto?! —gritó iracundo—. ¡Es… magia! ¡Una magia tan poderosa que… no puede ser…! ¡¿Acaso tenías este poder oculto?! —se llenó de temor al notar cómo el mismo círculo mágico se había dibujado a su alrededor, siendo el sello que estaba restringiéndolo.
— No lo sé… si de verdad has presenciado todo lo que el maestro Clyde me enseñó, sabrás que jamás fui muy adepto para la magia… Sin embargo este poder… desconozco si me pertenece o no pero… ¡Lo usaré ahora! —alzó su brazo quemado hacia el enemigo— ¡Ehrimanes, te ordeno que te manifiestes, permíteme ver tu verdadero ser! ¡Libera ese cuerpo que no te pertenece y encárame!
El guerrero de Megrez gritó de manera apabullante al sentir una sofocante energía presionándolo dentro de su jaula de luz. Una fuerza abrumadora lo torturó hasta la agonía para forzarlo a obedecer. No resistió demasiado cuando de la boca y ojos de Clyde emergieron una infinidad de rayos negros que se acumularon en una densa nube oscura sobre el hombre que cayó inconsciente al suelo.
Aifor quedó incrédulo al ver que su conjuro funcionó tal y como lo deseó. La nube tormentosa poco a poco adquirió una forma humanoide, sin dejar de ser una silueta formada por bruma y relámpagos que se concentraron a la altura de los ojos para encender una mirada.
— ¿Así que esto eres? ¿A esto se reduce tu maldad? Una bolsa se aire…—Aifor se aproximo a él, encarándolo sin miedo alguno.
¡¡Tú… no puedo creer que… me hayas obligado a salir!! —su voz tronó con furia.
— Admito que estoy igual de sorprendido que tú… pero te he vencido y eso es lo único que importa.
¡¿Vencerme tú?! —rió el ser espectral—.  Temo que las cosas no funcionarán así, y no por mi culpa claro ¿acaso no olvidas lo que Clyde dijo? Me ató completamente a él por lo que no hay manera de eliminarme sin que detengas su corazón primero ¿lo ves? —señaló el extraño hilo que se materializó desde el interior de la criatura hasta el pecho del dios guerrero—. La única forma de que desaparezca es que elimines mi cuerpo huésped… es reconfortante saber que Clyde empleó un conjuro tan poderoso que ni tú fuiste capaz de romper… ¡Pero anda, cumplí lo que me ordenaste! ¡Mátalo ahora que no puedo hacer nada por defenderlo!
Aifor miró al convaleciente Clyde quien parecía luchar por despertar.
¡O intenta exterminarme, da igual, el orden no cambiará nada! —aclaró la criatura con una risa malévola.
— Toda mi vida… he soñado con la muerte de otras personas, y jamás pude impedir que ocurrieran por más que lo intenté —el joven recordó esas ocasiones que le causaron mucho dolor—. “No se puede cambiar el futuro” es con lo que mi maestro siempre me reprendía… y quizá tenga razón. Cuando no está en tus propias manos que ocurra el cambio, es difícil… ¡Pero en esta ocasión depende de ti y de mí!
La criatura guardó silencio, aún no entendía a dónde intentaba llegar.
— Es por eso que me niego a hacerlo, iré en contra del destino de las mismas nornas, así que Ehrimanes todo depende de ti ahora.
¿Qué es lo que estás planeando exactamente? —inquirió con desconfianza— ¿Qué intentas decirme?
— Yo… —dudó, pero al ver a Clyde y a Freya al borde de la muerte lo llevó a decir—, ¡quiero hacer un trato contigo! —Aifor dijo sin más vacilaciones.

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Bud de Mizar cayó estrepitosamente en el suelo después de un último golpe. Con el cuerpo tembloroso, intentó ponerse de pie pero resultó inútil, ya no albergaba la fuerza suficiente para hacerlo.
Poco a poco sus sentidos se han ido debilitando, quedando un débil hilo que apenas le permitía ver y escuchar.
Enfrentar a tantos enemigos a la vez no era algo que pudiera manejar ya, no en su actual condición…
Abrumado por el dolor, miró hacia el frente, topándose con la inmaculada imagen pétrea de Odín, resintiendo la pesada mirada del dios ante su pronta derrota.
Estuvo a punto de desfallecer cuando la voz de Hilda lo retuvo unos segundos más en este mundo.
La sacerdotisa estaba a unos cuantos metros, abrazando a Syd a quien le evitaba la desdicha de ver la situación en la que se encontraba su padre, cubriéndole los ojos.

Bud ahogó un grito, haciendo lo sobrehumano para poder levantarse ante las miradas de sus enemigos que aguardaron en sus posiciones.
Bud nunca fue un hombre de plegarias, pero en su corazón suplicó por un milagro, no para él, sino para Hilda y su hijo… Sin importar si Odín o algún otro dios lo escuchaban o no, ofreció su vida y hasta su alma a cambio de una oportunidad para ellos.

Dahack se había adelantado para ser quien le diera el golpe final.
— Si no les importa, el gusto será mío. Aquellos que llegaron tarde no tienen derecho a reclamar —aclaró Dahack, sin lograr que Caesar emitiera palabra alguna.
Masterebus gruñó molesto, pero tomó la misma posición del Patrono de Sacred Python.

Bud se alejó unos pasos más de Hilda y Syd, temiendo que salieran heridos por su causa. Aunque de cualquier forma dudaba que pudiera eludir cualquier clase de ataque.

Dahack concentró una inmensa cantidad de energía a su alrededor, sabiendo que al fin terminaría con tan bravo rival. Admitía haber disfrutado del enfrentamiento, pero debía ponerle fin.

Syd luchó contra el regazo de su madre para ver lo que sucedía. La visión de su padre herido y ensangrentado lo impactó, llorando todavía más.
Su padre ya había sufrido demasiado por ellos, es lo que pensaba el príncipe de Asgard cuando escapó de los brazos de Hilda. No era justo que enfrentara a esos hombres él solo, ¿por qué no estaban aquí los dioses guerreros para ayudarlo? ¡No era justo, no era justo!

— ¡¡Papá!! — Bud escuchó, viendo a Syd corriendo hacia su encuentro. Horrorizándole que él mismo se hubiera encaminado hacia la muerte segura.

Dahack estaba lejos de querer detenerse, no le importó la presencia del niño pese a que Caesar le gritó que se detuviera. La llamarada azul tinta en sus manos escapó de su cuerpo mucho antes de que pudiera interceder.
La ráfaga mortal desaparecería tanto a padre como a hijo.
Con un abismo detrás de sí y una ola mortal frente a él, Bud no tenía muchas opciones en su deplorable estado, por lo que en un intento desesperado por proteger a Syd logró sujetarlo del brazo, salvaguardándolo contra su pecho para servirle de escudo.
El impacto en su espalda fue brutal, su ropaje divino estalló en cientos de pedazos, conmocionando a Hilda, quien observó como Bud y el pequeño fueron arrastrados por tal resplandor.

Con el cuerpo destrozado, Bud se impulsó para salir de esa violenta marejada, cayendo por el abismo existente entre el altar y la estatua de Odín.
Aunque estuvo a punto de perder el sentido, el llanto de su hijo lo aferró a mantenerse consciente. El efecto de la caída entorpeció todavía más su cuerpo malherido, pero con gran determinación alargó sus garras de tigre, encajándolas sobre la pared rocosa para disminuir la velocidad de la caída, hasta toparse con una pequeña saliente a la que pudo aferrarse.
Con una sola mano se sujetó a ese pedazo de roca que era lo suficientemente amplia y resistente para albergar al pequeño.
Con gran esfuerzo, Bud subió allí a su hijo, quien temblaba aterrado entre lágrimas que resbalaban por su sucio y lastimado rostro.
El guerrero de Mizar sabía que esa saliente caería si permanecía sosteniéndose a ella. Pero por más que buscó, no encontró otro lugar al cual poder aferrarse.
— ¡Papá, sube papá, vamos, sube! —sollozó Syd, sujetándolo por la muñeca. El ver a su padre colgando en la negrura del profundo vacío lo llenó de desesperación. Su mente inocente no entendía que en esa situación sólo uno de ellos se salvaría, y que su padre ya había escogido por él.
Bud clavó sus garras todo lo que pudo en el muro para detenerse un poco más. A este punto no había muchas alternativas… pero pese a todo Bud decidió tomar esos escasos segundos para consolar  a su hijo con suaves palabras. Aun cuando sentía que la vida se le escapaba por las heridas sufridas, el dios guerrero de Mizar no se permitiría que el último recuerdo que tuviera Syd de él fuera la de un hombre débil.
— ¡No te caigas papá, por favor no te caigas! —suplicó en inútiles esfuerzos de poder jalar a su padre.
— Todo está bien Syd… Papá no puede hacer lo que le pides ya que los dos caeríamos sin remedio al vacío —explicó con gran serenidad, dedicando a su hijo una mirada tranquila  y sumisa hacia su destino—. Tienes que ser valiente por los dos ¿de acuerdo? —pidió, pero un ligero derrumbe estremeció la plataforma en la que el príncipe se mantenía tendido.
—  L-lo siento papá… en verdad…. Lo siento —sollozó todavía más.
— No tienes nada de que disculparte, no es tu culpa —le dijo con sinceridad—. Así es como deben ser las cosas, mi deber es protegerte sin importar qué… ahora serás tú quien deba proteger a los demás.
— ¡Papá! —gritó asustado. Bud aprovechó esa distracción para alejarse, evitando que Syd se negara a soltarlo en el momento final y lo arrastrara con él.
— No importa lo que llegue a pasar, debes aguardar a que vengan por ti ¿me escuchas? —sus garras resbalaron un poco, bajando un par de metros más.
Con desesperación,  Syd insistía en alcanzar a su padre, alargando sus manos hacia él, pero Bud, con toda la tristeza de su corazón se despidió en la distancia.
— Cuida a tu madre por mi Syd… —le sonrió antes de que sus ojos se nublaran por completo  e irremediablemente cayera hacia la oscuridad.

El pequeño Syd abrió los ojos conmocionado, llamando su padre con todas sus fuerzas.  Por sus mejillas resbalaron incontables lágrimas que cayeron hacia el precipicio. El dolor que sentía en su corazón era demasiado grande para pedir a un niño como él controlarse, pero esa fue la razón por la que su ojo izquierdo comenzó a brillar  sin su consentimiento. El estar envuelto por esa profunda tristeza, no le permitió percatarse del fenómeno, el cual culminó con un grito que ascendió a los cielos y recorrió todo Asgard. Callaron los sonidos de la tormenta, la cual como si fuera una sierva sumisa perdió intensidad.

Todo dios guerrero, sin importar estado o ubicación, fue víctima de una sensación escalofriante cuando un poderoso cosmos los alcanzó, al mismo tiempo en que los zafiros de sus ropajes comenzaron a brillar.

Sergei de Alioth, quien corría por los bosques del palacio, se detuvo estrepitosamente por el resplandor en su cinturón.
— ¿Qué es esto? Esa voz… —fijó su vista hacia el castillo al cual estaba a pocos segundos de arribar—. El zafiro de Odín está brillando... ¿qué puede significar esto?...
Su lobo acompañante aulló melodioso, uniéndose a otros tantos aullidos que se alzaron como alabanza por las tierras de Asgard.

El ataúd amatista que mantenía prisionero a Alwar de Benentash comenzó a cuartearse en el momento en que su zafiro se iluminó. Su prisión fue despedazada por la fuerza que exigía la comunión entre los zafiros. El arpista cayó en la nieve aún inconsciente.

La guerrera Freya yacía durmiente en el suelo mientras su zafiro brillaba en armonía con el que se encontraba en el ropaje de Merak Beta, que permanecía como guardián de la mujer.
Un rayo de luz azul emergió de cada una de las joyas sagradas. Los delgados rayos se proyectaron hacia el cielo, golpeando la estrella que representaban dentro de la osa mayor en el firmamento.
Ante el llamado de su dios, las armaduras de Dubhe Alfa, Merak Beta, Phecda Gamma, Megrez Delta, Alioth Épsilon, Mizar Zeta y Benetnasch Eta respondieron sin demora.

Las siete estrellas de la constelación centellaron como nunca, uniendo su fulgor en un único rayo que cayó como un relámpago dentro de la grieta que se encontraba bajos los pies de la estatua de Odín.
De la larga abertura se alzó una cortina de poderosa luz que alarmó a los Patronos y a Masterebus.
La estatua de Odín se iluminó por dicho resplandor. Piedras y escombro se alzaban por la energía que fluía desde las profundidades de ese abismo.

Hilda mejor que nadie reconocía esa presencia, ella que le ha servido desde que tiene memoria.
Centellas y relámpagos comenzaron a salir, el cielo se ennegreció, mas la Osa mayor permaneció esplendorosa. Tonalidades verdes y doradas surcaban los aires, un viento terriblemente frío comenzó a azotar el ambiente. Aullidos de lobos y graznidos de los cuervos corearon con el silbido del viento, que detuvo la tormenta y la nieve que caía.
Un gran poder se sentía en el aire, y hacía temblar la tierra por su ascenso. Pronto, una esfera de viento y cristal apareció frente a la estatua de Odín tras haber salido del abismo bajo sus pies. La esfera permaneció infligiendo las leyes de la naturaleza, suspendida en el aire conforme un tornado gélido giraba a su alrededor.
Algo podía divisarse en su núcleo, una figura difícil de reconocer por el vendaval que le daba forma.
Ese capullo de nieve y centellas estalló tras un sonoro tronido, liberando al hombre que en su interior se había resguardado hasta entonces. Sus pies se desplazaron por encima del precipicio, llegando a posarse sobre la superficie de la explanada. Cuando sus botas se plantaron sobre el suelo, este se congeló varios metros a su alrededor.
Ahí, cubierto por una estola blanca que elegantemente envolvía su cuerpo, la figura de un hombre fue descubierta, irradiando poder por toda su armadura de diamante. De la corona en su cabeza fluían destellos, mientras que en su mano descubierta el filo de una espada era visible.
Hilda quedó de rodillas al no poder dar crédito a lo que veía, pero gracias a la antigua batalla con el Santuario y que el Pegaso Seiya fue capaz de invocar el sagrado ropaje de Odín, podía convencerse de que era real.
Frente a ella, su señor Odín le daba la espalda. El poder verse reflejada en la hoja de la Balmung la había dejado sin palabras. Reconocer el brillo de la armadura de cristal la mantenía en una conmoción imposible de describir.
Ella era testigo del regreso del Señor Odín a este mundo. Se había olvidado de respirar pues grande fue su temor de madre, pensando en que le había fallado… Por su falta de poder, su dios, quien decidió nacer en este mundo de su vientre, se vio obligado a abandonar su pacifico intento de vivir con los humanos.

Caesar, a través de la ansiedad que sentía crecer de su propia espada, reconoció inmediatamente el aura divina que envolvía al individuo frente a él— ¿Es realmente Odin?

Hilda no se atrevió a dirigirle la palabra a su gran señor. En vez de eso se sumió en un silencio total en que las lágrimas expresaron todas sus penas y arrepentimiento, hasta que aquel que portaba la armadura sagrada, habló.
— Hilda, mis pecados siguen siendo muy grandes como para que el Valhala decida abrirme las puertas —dijo con una voz tranquila aquel que sujetaba a Balmung en su mano derecha—. No tienes que llorar más.
La gobernante de Asgard frenó su llanto al reconocer esa voz. Alzó la vista hacia quien creía su señor y ahí, dedicándole una débil sonrisa, era el rostro de su esposo quien portaba la corona de Odín y todo el sagrado ropaje que el dios ha usado en sus batallas desde la era del mito.
—¡Bud! —grande fue su dicha al ser testigo del milagro por el que Bud de Mizar había sido escogido por Odín para defender a su pueblo.
Bud caminó hacia Hilda, hincándose frente a ella para mostrarle el valioso tesoro que resguardaba en su brazo izquierdo. Bajo la estola blanca que le cubría, el príncipe de Asgard yacía dormido. Todavía algunas lágrimas eran visibles en su tierna cara, pero su semblante era de gran paz.
Hilda tomó a su hijo, agradeciendo al creador el que se encontrara bien. Bud se libró de la estola blanca y con ella cubrió a los dos soles que iluminaban su vida.
— Déjamelo todo a mí. El esfuerzo de Syd no será en vano, y la orden de mi dios se cumplirá —Bud le aseguró a la princesa. Ella asintió convencida de que así sería.
FIN DEL CAPITULO 32

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