martes, 5 de marzo de 2013

El Legado de Atena Capitulo 31


Asgard, cinco años atrás.

En el palacio del Valhalla, el silencio acallaba la alegría y la ansiedad de los habitantes del castillo. Todos estaban a la expectativa de una célebre noticia sin desatender sus quehaceres, ni los preparativos de la celebración.

Bud de Mizar era uno de ellos, quizá el que más permanecía tenso y nervioso durante la espera.
Cuando se le fue notificado el inicio de las labores, él decidió permanecer en una de las habitaciones del palacio, la cual había transformado en una celda  que apenas podía encerrar su inquietud. Nunca imaginó que llegaría a sentirse así, pero sus padres se lo advirtieron— Cuando llegue el momento será mucha tu impotencia, pero deberás hacerte a un lado y dejar que otros se encarguen.
Mientras el tiempo pasaba lentamente en la caja del reloj, el dios guerrero fue notando por la ventana que algunos campesinos comenzaron a reunirse en la explanada bajo la mirada de la estatua de Odín.
¿Y si resultan gemelos? —era la pregunta con la que Bud se atormentó conforme el vientre de Hilda fue creciendo con el paso de los meses. Aunque ella le aseguró que no, el estigma sufrido en su infancia le hacía temer el oscuro sentido del humor de los dioses.
Pese a que Hilda cambió las leyes sobre el nacimiento de gemelos hace tiempo, sabía que era difícil cambiar la forma de pensar de las personas… ¿Toda esa gente aceptaría que su gobernante trajera al mundo un par de gemelos? ¿Lo culparían a él? ¿Los rechazarían sólo por creencias ridículas? El pensar en todo eso lo sofocó un poco, decidiendo apartarse del ventanal.

Bud volvió junto a la chimenea, dando un último trago a su copa antes de dejarla en la repisa rocosa sobre la que recargó sus manos, permaneciendo allí para contemplar los maderos crujir bajo el yugo del fuego.
Tenía que alejar a sus viejos demonios. El tormento del pasado había quedado atrás, por lo que no debía sentir resentimiento.
Debía agradecer que el destino le sonrió una vez terminada la locura de dioses como Poseidón y Hades: se le permitió reencontrarse con sus padres y labrar una mejor relación con ellos a base del perdón; le fueron cedidos sus derechos de nacimiento; se le confirió el titulo de dios guerrero de Mizar, convirtiéndose en una pieza importante en la reconstrucción y reorganización de Asgard; se ganó el corazón de Hilda de Polaris y ahora ella estaba por darle a su primer hijo. Sí, tenía mucho que agradecerle al destino

Bud vio como la chimenea estuvo a punto de apagarse, pero en una clase de arrepentimiento las llamas volvieron a danzar más altas y llamativas que antes. El dios guerrero lanzó una mirada sobre su hombro, sabiéndose acompañado por algo sobrenatural.
Giró por completo al reconocer a la mujer que apareció junto al ventanal del que se había alejado con anterioridad. Ella observaba hacia el exterior con cierta curiosidad.
El nacimiento de tu primogénito es un suceso que debe celebrarse— la mujer dijo con esa voz suave y celestial que escuchó desde su primer encuentro—. El pueblo de Asgard es cálido y gentil, esperan conocer el nombre de su futuro soberano ¿lo has decidido ya?
Aunque a Bud no le alegraba su presencia, entendía que la diosa debía estar aquí, después de todo esto era sólo parte de su proyecto.
— Extraña pregunta viniendo de ti, la norna Skuld —respondió con seriedad—. De seguro conoces la respuesta desde hace mucho tiempo— Bud caminó, colocándose a su lado.
El tiempo no causa efectos en las hijas de Odín. Skuld era tal cual la vio aquel día, de largo cabello rubio, piel bronceada, labios de color carmín. El casco alado que lleva sobre su cabeza continúa ensombreciendo sus ojos y su armadura resplandecía con una inexplicable aura mística.
— Ha pasado tiempo desde que nos vimos —prosiguió Bud, sin dejar de mirarla— … Por un momento llegué a creer que no volvería a verte… Tal vez deseaba que así fuera.
Lejos de sentirse ofendida, la valquiria sonrió débilmente. Conocía el frágil corazón humano, y entendía sus miedos.
En ese entonces te dije que había grandes planes para ti Bud. Asgard vive en paz y armonía gracias a ti y a tu esposa, sólo por eso es que ahora tu verdadera misión está por comenzar, pues es tu hijo quien será importante para Asgard en el futuro.
— ¿Mi hijo?...—los ojos del asgardiano se abrieron con temor.
Lo que aprenda de ti será determinante para el futuro de Asgard, incluso del mismo Valhalla. Los hijos tienden a ser el reflejo de sus padres, es por eso que te elegí a ti Bud, sé que él aprenderá cosas valiosas a tu lado, tus cualidades, tu honor, tu ética, tu espíritu…
— Espera un momento Skuld— Bud la interrumpió, conteniendo la frustración que sintió ante las palabras de la norna.
No me malentiendas. Yo no planeo interferir en la vida de tu hijo, nada se le será privado, tendrá una vida al lado de sus padres— extendió una mano, siendo de su palma que se creó un delgado hilo color perla que de inmediato se alargó e introdujo dentro de la melena dorada de la hija de Odín, convirtiéndose en uno más de sus cabellos—. Su hilo en mi telar está en tus manos ahora, tú tejerás su destino hasta el día en que tome las riendas de su camino, siendo entonces cuando podremos saber si cumpliste bien o no tu encomienda. Sé dichoso Bud, pues Odín te ha bendecido con su aprobación.
— ¡Skuld, tú no puedes…!
Bud calló, sobresaltado cuando un par de golpes a la puerta de la habitación lo obligó a girarse. Al volverse nuevamente hacia la valquiria, esta había desaparecido.
Escuchó que una voz femenina lo llamaba del otro lado de la puerta con insistencia, reconociendo la voz de Flare.


Hilda de Polaris sonrió con dulzura al ver a su esposo entrar a la recamara. Con el cabello trenzado,  la sacerdotisa se encontraba en cama bajo tibias mantas que atrapaban con facilidad el calor de la chimenea cercana. En sus brazos, un pequeño dormitaba envuelto en un cobertor.
El dios guerrero caminó muy poco dentro de la habitación, deteniéndose sin siquiera acercarse lo suficiente a la cama.
Desde allí Bud contempló a ambos, sintió que su corazón no era capaz de albergar la dicha que lo bombardeó al verlos juntos. Estaba completamente conmovido por la madre y el niño que reposaban después del laborioso parto.
En silencio dio gracias a Odín por encontrarlos sanos y salvos.
Hilda estiró el brazo hacia él, animándolo a acercarse. Bud rodeó la cama, sentándose al lado de su esposa a quien abrazó con delicadeza. Le dio un beso en la frente y ella respondió con una caricia en su mentón.
— ¿Cómo te sientes?— preguntó él, dedicándole toda su atención. Nunca la había visto tan radiante, tan feliz. La maternidad le había dado una nueva luz.
— Un poco cansada— respondió ella, refugiándose en los fuertes brazos de su esposo—Estoy bien, Odín nos bendijo este día Bud— con ternura removió un poco las mantas que cubrían al recién nacido, haciéndolo respingar un poco.
— Es tan pequeño…— se le escapó decir a Bud, entusiasmado.
— Aún no decidimos su nombre— Hilda murmuró, risueña.
Bud no pudo resistirse más y pasó su mano sobre la diminuta cabeza del bebé, la cual estaba cubierta con poco cabello del mismo color que el de su madre.
— Desde el día en que me diste la noticia, te cedí todos los derechos para escogerle uno apropiado —le recordó, bromeando—. Yo de seguro lo arruinaría.
La mujer acunó al recién nacido al saberlo inquieto. Hilda con mucho cuidado lo colocó en los brazos de Bud, para así propiciar el primer encuentro entre padre e hijo.
Las manos de Bud temblaron un poco, inseguras ante la frágil e indefensa criatura. Terminó sonriendo, encantado con ese pequeño individuo que llegó a sus vidas para darles un nuevo sentido.
— Estuve pensando y —la gobernante comenzó a decir—… si no te opones ¿por qué no lo llamamos “Syd”? En honor a tu hermano.
Bud miró sorprendido a Hilda. Con honestidad podía decir que en algún momento lo pensó, mas no deseaba imponer sus deseos personales en tan importante decisión.
— ¿Estás segura?...— preguntó él.
— ¿No te gusta?— ella respondió.
— ¿Hablas en serio? Me encanta la idea— se inclinó hacia la sacerdotisa para sellar la decisión con un beso—. Aquí y ahora Hilda, te juro que protegeré a ambos hasta el final de mis días, no permitiré que nada ni nadie arruine su felicidad —sin importar que tuviera que alzar los puños contra el mismo dios que le ha dado tanto.

—Debemos dar el anuncio, Bud— comentó Hilda al estar enterada del interés de la comunidad por el nacimiento del príncipe—. El ocaso está próximo y el frío aumentará pronto. No hagamos esperar más a nuestra gente.
Hilda se preocupó por el bienestar de su pueblo, por lo que con ayuda logró ponerse de pie. Caminó despacio con el bebé en brazos, abrigada y respaldada por su esposo quien no intentó persuadirla.
Los tres salieron a la terraza y los aldeanos señalaron hacia sus bondadosos dirigentes.
La explanada del palacio estaba repleta de personas; los guardias mantenían sus posiciones para evitar cualquier incidente, pero sentían el mismo júbilo que el resto de la población.
Con el niño en brazos, Hilda miró conmovida a su gente quien vitoreaba con alegría.
— Pueblo de Asgard —dijo ella con júbilo—. Agradecemos su preocupación e interés por el natalicio de nuestro hijo. Jamás olvidaremos su bondad en esta acción, ni tampoco permitiremos que él lo olvide —alzó al niño por encima de su rostro, cómo si deseara entregárselo a su pueblo y consagrarlo al cielo sobre ellos—. Este es Syd, príncipe de Asgard, y futuro soberano de las tierras de nuestro señor Odín. Que nuestro dios le conceda sabiduría, fuerza y espíritu para convertirse en el gobernante que este pueblo merece.
¡Viva el príncipe Syd!— clamó alguien dentro de la multitud, logrando que se alzara un coro en ritmo de alabanza.
Sobre ellos, el cielo mostraba su mejor cara. Ni una nube osaba a interponerse en el resplandor de las primeras estrellas de la noche, mucho menos sobre la osa mayor que brilló de forma inusual, no pasando desapercibido para Hilda y Bud que la contemplaron con cierta preocupación.
De las estrellas descendieron cilindros luminosos que se precipitaron a tierra sobre diferentes puntos del reino nevado. La gente ahogó gritos de sorpresa ante el fenómeno del que eran testigos. Aquellos que han vivido lo suficiente y fueron afortunados, recordaban que tales luces sólo eran el preludio del nacimiento de nuevos dioses guerreros.
Bud miró a Hilda que estaba tan consternada como el resto de los testigos. Ella no era responsable de la invocación, mas no le tomó mucho tiempo para recobrar un semblante tranquilo, como si el viento le hubiera murmurado palabras al oído, revelándole un secreto— Debemos estar agradecidos Bud, es la ofrenda del Valhalla para nuestro hijo—explicó sonriente.
En el dios guerrero de Mizar se despertó un terrible presentimiento. Debía ser obra de Skuld, mas estaba lejos de poder adivinar lo que la valquiria tenía planeado para ellos en el futuro…



Capitulo 31.
El vórtice de la tormenta Parte VII. Pesadillas

Masterebus cayó de rodillas siendo víctima de un profundo dolor, soltando fieros bufidos al luchar contra la agonía por la pérdida de su brazo. Veía furioso el charco de sangre que se estaba congelando bajo sus pies.

Bud de Mizar se alejó del enemigo, llevando consigo a su esposa a quien dejó descansar bajo el techo de la construcción más cercana, debiendo confiarle su seguridad a los pilares y arcos sólidos del palacio.
Desearía que alguno de los otros dioses guerreros estuviera presente para encomendarle el cuidado de Hilda, pero por ahora lo único que podía hacer era mantenerla en un sitio cercano, donde no la perdiera de vista.
Antes de volver al campo de batalla, Hilda lo tomó de las manos, reteniéndolo a su lado — Bud… ten mucho cuidado. Sergei, Elke, Clyde y Alwar han sido derrotados —habló temerosa.
— Lamento no haber podido hacer nada para ayudarlos, pero comprobé que esta tormenta no es normal, es como si todo el reino estuviera cubierto por una poderosa maldición —Bud explicó para contrariedad de Hilda—. Intenté llegar a aquí cuanto antes, pero me fue imposible, pareciera que la misma tempestad tiene vida y pensamientos propios, bloqueó mi paso hacia aquí en cada uno de mis intentos.
— Entonces… es como me lo suponía, esta tormenta fue provocada. Alguien está detrás de ella, es quien me impide ponerme en contacto con nuestros aliados en el exterior.
Bud asintió— Es lo más probable. Algo debió pasar para que al fin el camino se me revelara hasta aquí, de lo contrario… quizá yo no hubiera podido… —el dios guerrero calló, la sola idea de haber perdido a Hilda le estrujaba el corazón.
La sacerdotisa lo notó, compartiendo su mismo pesar ante el pensamiento de una trágica separación.

Los dirigentes de Asgard se exaltaron al escuchar un funesto alarido por parte de Masterebus, quien sin moverse de su posición había invocado el poder de las llamas negras en su mano restante.

La criatura utilizó el calor de las llamas para tratar su herida, cerrando el excesivo flujo de sangre. No le resultó nada placentero fundir su propia carne, pero al lograr su propósito pudo reincorporarse a la lucha.

Bud sostuvo la mirada de su oponente, no sintiendo temor pese a que los ojos de Masterebus se habían inyectado por una capa de oscuridad en la que resaltaba el color amarillo de su iris.
Entendiendo lo feroz que sería su rival, no dudó más en dejar a Hilda atrás. Avanzó por la explanada donde libraría una batalla a muerte.

El rostro de Masterebus estaba contraído con un rictus de furia, mientras que el asgardiano mantenía una expresión imperturbable.
Masterebus alargó el único brazo que le quedaba, mostrando lar garras de su brazal, con las que le arrancaría la vida a su enemigo.
Bud no tardó en mostrarle que también contaba con afiladas zarpas para combatir, dejando a la vista las afiladas garras con las que cortó su brazo.
— Nunca les perdonaré haber irrumpido en nuestra tierra sólo para traer muerte y destrucción. Pero tú —lo señaló con desprecio— terminarás hecho pedazos por tocar a mi esposa.
Tanta fanfarronería logró que Masterebus se lanzara primero al combate. Bud respondió garra con garra, el impacto entre ambas y la tensión entre ellas generaron vistosas chispas.
Masterebus perdió la calma que lo había caracterizado desde el principio, demostrando que sin importar que se viera como un ser humano por el exterior, continuaba siendo un monstruo en su interior. El daño y dolor sufrido expusieron su verdadera naturaleza, un agente del mal que no pararía hasta ver a sus enemigos eliminados.
Bud se desplazaba atinadamente, evadiendo los ataques directos de su oponente. Era fácil leer los movimientos de su adversario si se comportaba como un ser irracional.
El dios guerrero de Mizar no tuvo problemas en alcanzarlo con sus golpes, era mucho más diestro y disciplinado, tal vez hasta más veloz. Bud lo pateó repetidas veces en la cabeza, estrellándolo contra un pilar decorativo después de una potente patada en el pecho.

Masterebus se levantó presuroso, alzando el vuelo donde el enemigo no pudiera alcanzarlo. Asechó como un halcón a su presa, pero el dios guerrero no lucía para nada impresionado, ni mucho menos preocupado por la batalla. La criatura detestó su mirada tan confiada y prepotente, desearía poder arrancarle los ojos y aplastarlos entre sus dedos.
Había enfrentado a contrincantes como él antes, pero era la primera vez que se sentía tan humillado y presionado como ahora ¿Acaso todas esas extrañas sensaciones se debían a su nuevo cuerpo?— ¡Qué tontería!— Masterebus pensó con mortificación.
Invadido por la ira, expulsó su cosmoenergía negra, envolviéndose completamente por fuego oscuro para llevar a cabo la técnica con la que le dio fin al guerrero de Épsilon.
Bud admiró el poder de su oponente, pero no creía ser menos poderoso que él. Elevó su cosmos resplandeciente, dispuesto a contraatacar en cuanto estuviera dentro de su rango de alcance.
¡Aleteo abismal! —Masterebus rugió durante el veloz descenso.
— Eres mío—Bud aseguró su victoria antes de saltar para interceptarlo— ¡Garras del tigre vikingo!
La luz y la oscuridad se estrellaron como en todo canto épico. El tronido desgarró a la tormenta misma y paralizó el corazón de Hilda de Polaris por un instante.
Ambos bólidos pasaron a través del otro pareciendo un empate, sin embargo, cuando una gran cantidad de fluido negro salió del cuerpo de Masterebus, fue claro quién fue el vencedor.
Bud maniobró en el aire, cayendo de pie. Su capa estaba incinerándose por las llamas del enemigo por lo que apartó los restos de tela con prontitud.
Masterebus cayó de costado, volviendo a encharcarse en sangre negra. Su armadura presentaba severos y profundos cortes que alcanzaron a llegar hasta su cuerpo humano, por lo que una mezcla de ambas sangres escurrió por la coraza maltrecha.
El guerrero luchó por reincorporarse, mas cuando Bud plantó su pie sobre su espalda se lo impidió.
— Eso fue por Sergei —musitó con resentimiento, sujetándolo del casco para encorvar su espina. Clavó todo el largo de sus garras repetidas veces en su espalda, sacándole largos alaridos así como hilos de sangre—, por Clyde, por Elke, por Alwar, por Hilda.
Bud lo jaló hacia arriba, obligándolo a levantarse, dándole un empujón para que tomara distancia. Abatido por todas sus heridas, Masterebus logró mantenerse de pie. De manera tambaleante se giró hacia el asgardiano quien ya preparaba su técnica mortal.

Masterebus sentía un intenso dolor lacerante por todo su cuerpo, el sufrimiento de su hermano era suyo y viceversa. Escuchaba sus jadeos y los suyos al unísono. Los dos corazones palpitaban con fuerza ante la posible destrucción, mas era el cuerpo humano el que estaba por desfallecer.
Mientras vivió como un demonio completo, jamás experimentó estas emociones antes de caer contra un oponente más fuerte. Nunca se había sentido tan diminuto, tan inútil, tan desesperado… Y lo más extraño de todo,  aun cuando ahora servía a un amo que podría invocarlo y regresarlo a la vida las veces que fueran necesarias, él no quería morirno quería perderno quería fallar… Sin duda todos esos pensamientos irracionales provienen del nefasto corazón humano que bombea en su nuevo ser.

— ¡Y esto es por todos aquellos que han muerto por su causa! —clamó Bud al correr hacia el enemigo con las zarpas luminosas por un costado, posicionadas de tal forma en que convirtieron el brazo del dios guerrero en una lanza de luz— ¡Colmillo del tigre vikingo!

Hilda cerró los ojos en cuanto vio el brazo de Bud emerger por la espalda del guerrero tras perforarle el corazón por su lado izquierdo.
El cuerpo Masterebus se tensó, quedando totalmente rígido como para mantenerse en pie. Bud lo escuchó exhalar un último respiro antes de que cerrara sus ojos amarillos y le colgaran los brazos.
Bud no sintió pena por el guerrero caído, sabía que aún debía atender a otros invasores que intentaban esconderse de él.

Pero cuando el guerrero de Mizar Zeta intentó sacar su brazo de entre las entrañas del cadáver, descubrió con horror que no le sería tan fácil.
— ¡¿Pero qué..?! —bramó, viendo que su brazo estaba siendo cubierto por la misma coraza de su enemigo que estaba expandiéndose. Aunque jaló con fuerza, estaba atrapado desde su codo hasta la muñeca  por el impactante grillete.
— ¡Esto no puede ser posible… pero si le perforé el corazón! —pensó consternado conforme la mancha negra se extendía centímetro a centímetro por su brazo.
Durante el forcejeo, Bud de Mizar quedó estupefacto al sentir un nuevo palpitar en el pecho de su oponente— ¡Tiene dos corazones! —descubrió muy tarde.
El dios guerrero alzó el mentón sólo para quedar cara a cara con Masterebus, cuyo rostro se cubrió rápidamente con repulsivas membranas que completaron su casco, dejando sólo dos huecos de los que se encendieron un par de llamas amarillas.
Las alas de la criatura se abrieron a todo su ancho, dividiéndose de manera instantánea en ocho extensiones afiladas que arremetieron contra Bud.

El grito de Bud estrujó el corazón de Hilda, única testigo de la sangrienta confrontación.  Vio horrorizada cómo esas lanzas atravesaron el cuerpo de su esposo.

Bud se sacudió por las ondas de dolor que azotaron su cuerpo, cuando sus brazos y piernas fueron atravesados por cuatro navajas. Una quinta cuchilla flexible se le enredó en el cuello como una cobra despiadada que en cualquier momento podría decapitarlo.
Imposibilitado de moverse por las dolorosas cadenas, Bud lanzó una mirada furiosa hacia su oponente, sólo para ver que su armadura se estaba reparando por sí sola, sellando las grietas, reconstruyendo las partes perdidas. Aunque el brazo de su cascaron humano se había perdido, eso no evitó que una  nueva hombrera y brazal se formaran, y más impactante aún, que se moviera de manera natural.
Debería arrancarte un brazo… —escuchó de una voz espectral, proveniente de debajo de la máscara que ahora cubría por completo el rostro del pelinaranja.
Sus extensiones libres se encargaron de sacar el brazo del dios guerrero que se alojaba en sus entrañas. Bud creyó que se vengaría cortándolo, pero le asombró que no fuera el caso.
Debería reventarte el corazón… —volvió a decir, acercando las cuchillas filosas a la pechera de Bud y después llevándolas hacia su cabeza —… debería sacarte los ojos… — musitó la tortura que anhelaba su ser.
— ¿De dónde ha salido algo como tú?... ¿Qué eres? —Bud se atrevió a preguntar por primera vez.
Masterebus pareció estudiar la pregunta, moviendo la cabeza como si desconociera el idioma —Arrojarlos a todos al vacío… ese es mi deseo… —divagó—. Allí te sumergiré pronto… usándola a ella….. —siseó para terror de Bud.
— ¡Hilda, cuidado! —exclamó, anticipando la acción.

La sacerdotisa se sobresaltó al ver cómo las extensiones restantes se abalanzaron sobre ella. Empleó su cosmos para generar un escudo que la protegió, las cuchillas oscuras no fueron capaces de alcanzarla, pero el golpeteo constante debilitó el campo de energía. Una vez de pie, Hilda corrió entre los pilares, junto a los muros, pudiendo rechazar el intento de su enemigo.
Estuvo a punto de ser alcanzada, cuando alguien la apartó del camino, salvándola. Mas pronto, la sacerdotisa se preguntaría qué habría sido mejor, terminar en manos del guerrero infernal, o del Patrono de Arges que poseía una mirada lasciva.
— ¿Querías quedarte con la mejor parte, criatura molesta? —cuestionó Dahack a su aliado, reteniendo a Hilda junto a él—. Si no te importa quiero ser partícipe de esta batalla.

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La revelación de Ehrimanes golpeó brutalmente la confianza y psique de Aifor de Merak. Aunque en el primer instante rechazó la idea, su mente terminó por dudar, creyendo en la posibilidad…
— …¡No! ¡Es mentira! —intentó protegerse.
¿Por qué mentiría? —Ehrimanes recriminó sonriente—. ¿Acaso no da sentido a todas las preguntas de tu infancia? ¿De verdad creíste que te quería como un heredero? No pequeño incauto, no es tan bondadoso como lo fue el viejo Harek… de haberlo sido te habría entregado a manos más capaces, a una familia donde crecerías como cualquier niño; quizá hasta te habría dicho que él era tu padre, o algún pariente…. Pero no, siempre supiste cual era tu condición, un huérfano infortunado que debía comer de la mano de su salvador, un perro recogido al que entrenaría para ser un guerrero, y admito que estaba haciendo un trabajo aceptable. Nunca había visto a un dios guerrero tan joven como tú, habrías sido una excelente vasija para mí pero es evidente que ya no te necesito… —rió, soltándole el cabello.
Aifor permaneció silencioso, sumido en la controversia. De Ehrimanes había escuchado una verdad, de Clyde de Megrez otra… había algunas contradicciones entre ellas, y aunque quisiera no creer en la lengua de un demonio tampoco su maestro le fue sincero en todos los años en que convivieron.
Atrapado en el hielo, Aifor ya había dejado de sentir dolor y frío, ya no sentía nada más que pesar y un profundo aletargamiento que poco a poco estaba nublándole la vista. Luchó contra el sueño que se esforzaba por cerrar sus párpados.

Clyde le pidió antes de desaparecer que lo matara, para eso lo había entrenado todos estos años; Ehrimanes dice que fue sólo para el beneficio de ambos, un viejo trato… No sabía qué pensar, ni mucho menos qué debía hacer… Y aunque luchara, ese demonio era muy fuerte. En sus pensamientos le reclamó a su maestro una vez más, si le hubiera contado todo nada de esto estaría pasando… si tan sólo él le hubiera advertido… Aun ahora imploraba para que le dijera qué es lo que debía hacer…
Estaba a punto de llorar por la frustración que como una daga se le había incrustado en el pecho, cuando Ehrimanes, sin razón, le dio un fuerte puñetazo en la cara.
Ese golpe no sólo sacudió los pensamientos de Aifor, sino también su memoria. Quedó con el rostro hacia un lado, con la sangre brotando de su labio partido, mirando de reojo a Ehrimanes quien recogió su puño con un gesto preocupado.
 — ¿Qué fue eso? —la criatura se preguntó, sujetándose el brazo que por un instante actuó por cuenta propia.
Al borde de la inconsciencia, Aifor contempló la figura de su maestro, creyendo escucharlo decir algo como — ¡No llores, eso no resolverá nada!

Derribado en la nieve, Aifor intentaba contener las gruesas lágrimas mientras se tocaba la mejilla inflamada.
¡Y-ya no quiero… me duele… ya no quiero pelear más! —sollozó el infante de siete años.
¿Tan pronto te rindes? —se burló su estricto maestro al encontrarse en el interior del bosque oscuro— ¿Acaso no dijiste que querías ser un guerrero? Lo que sientes ahora es lo mínimo que sufrirás si sigues por ese camino.
¡Pero usted es muy malo! —recriminó el niño, poniéndose de pie con los ojos llorosos. En sus visitas al palacio había visto cómo entrenaban a los soldados, quienes recibían un mejor trato e instrucción.
¿Eso crees? Qué decepción Aifor, y yo que admiré tu determinación ese día en que me pediste que te entrenara —le recordó Clyde en tono burlón.
Aifor bajó la cabeza con vergüenza.
¿Quieres que te trate como un mozalbete? Ese no es mi estilo, no pienso mentirte, la vida de guerrero no es sencilla, es un camino de sacrificios constantes y pocas recompensas —aclaró con severidad—… Es bueno que te des cuenta de que eso no es para ti, nos ahorras tiempo y energía. Regresa a casa —dijo con desprecio. Estuvo a punto de dar media vuelta cuando el chiquillo le gritó.
Quiero ser un guerrero… ¡quiero serlo… ser como el señor Bud, como usted!
Eliges malos ejemplos a seguir —Clyde se mofó—. No te gustaría ser como yo, eso te lo aseguro.
— ¡Pero si usted es un hombre muy fuerte y valiente! ¿Qué tiene de malo? —cuestionó, sin darle a tiempo a Clyde de contestar—. Sé que todos le temen pero…
¿Te doy miedo Aifor? —lo interrumpió, mirándolo fijamente.
El chiquillo dudó en responder, sonrojándose— No.
¿Por qué no?
Porque… usted me ha cuidado siempre… y yo quiero responder a eso… ¡también quiero protegerlo! —admitió, nervioso.
Clyde prefirió voltear hacia otro lado, soltando un suspiro.
Qué disparates dices, mocoso ingenuo. Para “protegerme” tendrías que ser mucho más fuerte que yo ¿crees que podrías llegar a serlo?
¡¿Más fuerte que usted?! —se alarmó de sólo pensarlo.
Si alguna vez llegara a estar en “peligro”, que lo dudo, sería porque estoy enfrentando a alguien más hábil que yo, eso significa que tu fuerza debe no sólo sobrepasar la mía, sino también la del enemigo ¿te crees capaz de alcanzar tal nivel?
Yo…
De lo contrario sólo serías un estorbo para los demás.
Yo…
— Si quieres ser alguien útil, confiable y poderoso debes ser estricto contigo mismo. Resistir todas las pruebas que lleguen a ti, jamás vacilar de lo que crees ya que cualquier instante de duda te traerá una dolorosa derrota y un fatídico final… No quisiera eso para ti —confesó con dificultad—. Pero sobretodo quiero que entiendas que siempre hay una solución para toda situación que enfrentes, excepto claro la de llorar como una niña.
Maestro… —el niño se apresuró a limpiarse la cara, asustándose cuando Clyde posó su mano sobre su hombro, creyó que le daría una golpiza para darle una auténtica razón por la cual llorar.
En cambio, Clyde logró suavizar un poco su expresión para hablar con franqueza y con tono paternal.
No hay prisa, tampoco debes precipitarte. Si es tu destino serás un guerrero, si no estaré igual de orgulloso sin importar qué decidas ser en el futuro.
Aifor sonrió ante esas palabras, además lo llenó de alegría ver una sonrisa sincera en los labios de su mentor.

— Protegerlo… debo ser más fuerte… más fuerte… si soy más fuerte podré… salvarlo… —Aifor susurró delirante, atrapado en el hielo— … siempre hay…. una solución…
¿Hmm? ¿Qué tanto estás murmurando? —Ehrimanes sonrió con morbosidad, interesándose por escuchar sus divagaciones.
— ¡Aléjate de él, Clyde! —dijo alguien a su espalda.
Ehrimanes miró sobre su hombro antes de recibir una fuerte patada que lo alejó del guerrero de Merak.
Entre el demonio y el joven apareció la guerrera Freya, vistiendo la armadura Dubhe de Alfa.
— ¡No sé qué es lo que pretendes con tu traición Clyde —Freya clamó, tomando una posición ofensiva—, pero no dejaré que continúes!

Ehrimanes esculcó en la memoria de su cuerpo huésped para identificar a la guerrera de Odín,  pudiendo responderle como si la conociera de toda la vida.
Así que… la joven comandante de los dioses guerreros al fin aparece —siseó de manera siniestra—. Será un placer hacerte un lugar en mi jardín de esculturas de hielo —rió.
— Vi lo que le hiciste a Alwar, pero a mí no me atraparás en tu amatista con tanta facilidad… Voy a matarte maldito brujo.
— Fuertes palabras para provenir de una muchacha cobarde.
Freya arrugó el entrecejo. No tenía que dejarse llevar por las palabras de quien pensaba que era Clyde, sólo la estaba provocando.

Le angustiaba haber llegado al palacio tras correr lo más rápido que ha corrido en toda su vida, y aun así no encontrar rastros del joven príncipe. Temía que algo le hubiera ocurrido en el camino pero, tenía un fuerte presentimiento de que debía estar en algún lugar del castillo.
A su llegada, le conmocionó encontrar al arpista de Eta atrapado dentro del ataúd amatista, sabiendo que tal abominación sólo podía ser obra del dios guerrero de Megrez. La traición de Clyde le fue evidente, y más al ver cómo hostigaba al indefenso Aifor de Merak.
Freya sentía la sangre hervirle por las venas, no estaba en ella perdonar a los que traicionan a Odín y a sus camaradas.

— Sólo quiero que me digas ¿por qué Clyde? ¿Por qué te vuelves contra Asgard en un momento como este? —la guerrera pidió, preocupándose por el estado de Aifor quien terminó por cerrar los ojos mientras murmuraba cosas inentendibles.
Eso no te concierne… además interrumpes un momento muy personal entre mi pupilo y yo. No dejaré que te entrometas, aún tengo muchos juegos para él —dijo con sarcasmo.
Freya jamás había visto un semblante tan maquiavélico en el rostro de Clyde. Sabía que el hechicero era un hombre muy excéntrico y un poco lunático, siempre le contrarió que pudiera haber criado a Aifor, quien posee un espíritu noble.
— Parece que al final te has vuelto completamente loco, Clyde. Era cuestión de tiempo, todos lo sabíamos. Pedirle a Aifor que se encargue de ti es demasiado para él, por lo que yo seré quien lo haga —aseguró, poniéndose en movimiento.
Qué presuntuosa eres… Está bien, juguemos un poco para comprobar de qué está hecha la diosa guerrera Dubhe de Alfa.
Freya alistó sus puños, Clyde se armó con la espada de fuego.
Clyde se precipitó a dar el primer golpe por lo que Freya logró empujarlo levemente hacia la derecha para propinar un puñetazo en el mentón de su rival.
El impacto resonó en los oídos de los presentes. Clyde cerró la mandíbula al sentir el fulminante golpe que lo privó de su casco.
La diosa guerrera no se detuvo allí, una vez tan cerca de su oponente, arremetió numerosas veces contra él con la misma potencia que el primer golpe.
Freya sentía en sus nudillos cómo dañaba la armadura de Megrez, el crujir de la coraza y algunos huesos la motivó cada vez más, terminando con un despliegue de su cosmos que formó un destello en su mano.
Clyde intentó imponerse con mandobles de su espada llameante, pero Freya era mucho más hábil en el combate cuerpo a cuerpo, por lo que tras el golpe energético que estalló en su peto, terminó golpeando una muralla sobre la que debió apoyarse para no caer.
Freya suspiró, sintiéndose satisfecha con lo que sentía en su ser. Desde su regreso a Asgard no había puesto a prueba el entrenamiento que recibió en Grecia, por lo que ahora era una gran oportunidad para hacerlo. No volvería a subestimar a ningún enemigo, la última vez quedó humillada por un niño, eso fue suficiente para negarse a  caer en una situación similar de nuevo.

Clyde se sobrepuso casi de inmediato. Freya admiró su resistencia pues creyó haber herido severamente sus músculos, pero en el rostro del dios guerrero de Megrez no había ni una mueca de sufrimiento.
Ehrimanes sonrió divertido, después de todo él no sufría el dolor que fluía por ese cuerpo humano.
¡Eres rápida y fuerte, haces honor a la leyenda que envuelve a los miembros de tu familia! ¡Probemos la distancia existente entre la verdad y el mito! —Ehrimanes apuntó hacia la diosa guerrera, generando cientos de chispas eléctricas que comenzaron a estallar una tras otra alrededor de la mujer — ¡ ¡Tordenbrak!!
Freya se vio atrapada en medio de una nube eléctrica con saetas estallando e impactando por doquier.
Con su destreza fue capaz de eludir los rayos que  destruían lo que tocaban. Con mucho valor, Freya logró abrirse camino entre ellos, descubriendo que la zona electrificada la seguía, siendo ella el centro del fenómeno.
Intentó llevar toda esa tormenta hacia Clyde pero éste la frenó una vez que tomara la postura con la que suele terminar un combate.
¡Escudo amatista!
Freya no tuvo más remedio que saltar para evadir el ataque, sabiendo que su enemigo no esperaba atraparla en el hielo, pero sí obligarla a buscar refugio en el aire donde le fue imposible maniobrar con libertad para seguir evitando las descargas eléctricas.
Freya gritó con fuerza al ser envuelta por la tormenta eléctrica. Sentía cada uno de sus nervios entumecidos y desgarrados por el paso de la feroz corriente.
El poder de Clyde la mantuvo en el aire como una telaraña eléctrica en la que recibía daños constantes.
Ehrimanes permaneció en el suelo, viendo con una sádica sonrisa cómo la guerrera se retorcía. No existía prisa, podría quedarse allí observando hasta que quedara como un cadáver carbonizado y marchito.
Pero cuando Freya abrió los ojos invadidos por la furia, supo que tal cosa no pasaría. La diosa guerrera despertó su cosmos blanco, el cual creó un conflicto con el de Clyde. Las dos corrientes de poder lucharon una contra otra hasta que tras un sonoro grito, la guerrera logró romper la técnica que la aprisionaba.
Durante el descenso, Freya se percató del intento de Clyde  por atraparla con su escudo amatista, pero esta vez reaccionó con antelación, liberando un rayo de luz con el que dibujó un círculo alrededor de los pies del guerrero de Megrez.
Esto es… —Ehrimanes musitó.
— ¡Espada de Odín! —clamó la guerrera en cuanto el círculo en el suelo se iluminara, y de cuyo interior emergiera un geiser de energía que liberó cientos de fragmentos cortantes.
Ehrimanes fue alzado en el aire por esa lluvia invertida de cristal. Su cuerpo fue severamente cortado por el paso de las cuchillas que terminaron por destruir el manto sagrado de Megrez.
Freya llegó de rodillas al suelo, adolorida por el anterior ataque eléctrico, mas se puso de pie completamente repuesta en cuanto Clyde cayera a metros de distancia.

La guerrera de Odín se mantuvo alejada, esperando alguna clase de ataque sorpresa, o que de verdad su enemigo ya no pudiera levantarse. Tantas heridas y sangre podrían asegurarle la victoria, pero el guerrero de Megrez tenía otros planes.

El cuerpo de Clyde se cubrió con un aura oscura y espesa que lo alzó en el aire. El hombre permaneció levitando a pocos centímetros del suelo, contemplando a su rival con un gesto prepotente.
No lo haces nada mal, niña —fueron las palabras que salieron de esa dentadura electrificada—. Si éste fuera mi cuerpo, de seguro estaría gimiendo de dolor.
— ¡¿Qué dices?! —cuestionó Freya con espanto, dudando si había escuchado bien.
No es que quiera cambiar el concepto que tienes de Clyde pero, deseo que entiendas que hay fuerzas demasiado complejas en este asunto, y tú estás interponiéndote —el cosmos negro alrededor de Ehrimanes comenzó a extenderse por el suelo como un humo negro. Freya permaneció en alerta, siendo mucho más precavida al resentir una sensación extremadamente fría en sus pies en cuanto la bruma le cubriera los tobillos.
Es una lástima que este plano haya sido limpiado y todos los portales hayan sido sellados —el hombre comentó, conforme los relámpagos en sus ojos se volvían más brillantes—, de lo contrario tendría un mayor número de piezas a mi disposición para lidiar contigo, pero qué más da… estos peones deberán ser suficientes para vencer a la reina enemiga¡ Skyggen av kaos*!

De entre el humo negro en el suelo, comenzaron a escucharse quejidos y lamentos espeluznantes. Freya se sobresaltó al ver cómo los cuerpos sin vida de los soldados asgardianos que cayeron durante la batalla empezaron a emerger de la bruma, levantándose con cierta dificultad.
Era una treintena de espectros ensangrentados o mutilados en cuyos cuerpos permanecían abiertas las heridas que les dieron muerte, incluso algunos conservaban dentro de sus entrañas las armas que les quitaron la vida.
Estaban esparcidos por toda la zona, por lo que la diosa guerrera se vio rodeada por esa brigada infernal que se armó con espadas, arcos, picas y escudos que usaron en vida.
Clyde era un excelente nigromante, pero no tenía idea de su verdadero alcance —Ehrimanes rió victorioso—. ¡Vayan ahora mis esbirros, muéstrenme el camino para vencer a tan entrometida enemiga! —señalando a Freya, quien de inmediato se convirtió en el objetivo de todos ellos.

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Hilda de Polaris forcejeó lo más posible para zafarse de las manos de Dahack, Patrono de la Stella de Arges.
El Patrono sólo sonreía divertido al ver sus intentos, por lo que más la apretó contra sí. Sin dificultad, abrazó a Hilda por la espalda, reteniéndola con claro placer y morbosidad. Enredó su brazo derecho sobre el cuello de la sacerdotisa, mientras el izquierdo le cruzó por encima del pecho para sujetarle la cintura.

Fue claro el sobresalto y enojo de Bud. Masterebus sintió cómo cada nervio del dios guerrero se tensó ante el escenario frente a ellos, por lo que decidió no reclamar por la vida de la mujer.
— Parece que eres vengativo, monstruo —Dahack le habló a Masterebus —, vas por buen camino pero, no siempre destazar a alguien es la mejor manera de castigar a los insolentes —para probar su punto, una de sus manos dio un tirón sobre el vestido de la sacerdotisa, arrancándole lo suficiente para que una de sus esbeltas piernas quedara expuesta.
— ¡Hilda! — se agitó Bud, invadido por la cólera. Luchó por liberarse aunque más sangre brotó de sus ataduras, pero aun así las extensiones de Masterebus continuaron manteniéndolo bajo control.

Pese a la situación e inutilidad de su fuerza física, Hilda no desistió en sus intentos
— ¡Basta, basta de tanta insensatez!  — gritó frustrada—. ¡¿Por qué?! ¡¿Qué es lo que hemos hecho para atraer a seres como ustedes a las puertas del Valhalla?! —preguntó, logrando mirar por encima de su hombro al Patrono.
El Patrono de Arges sólo sonrió con malicia —Sin error a equivocarme tú debes ser Hilda de Polaris, la gobernante de este inmundo lugar —le retuvo el mentón muy cerca de sus labios, con un claro deseo por besarla—. Y aquel dios guerrero debe ser tu consorte —dedicó una rápida mirada a Bud—… De ser así debe ser claro para ti… Tengo la orden de matar a los reyes de esta nación, así como Sennefer lo hizo en Egipto, pero… podría ser piadoso y prolongar un poco más tu vida si haces algo por mí.
Hilda se limitaba a escuchar, conservando un semblante firme y valiente pese a las circunstancias.
— Llama a tu hijo —le pidió.
— ¡¿Qué?! —los ojos de Hilda temblaron temerosos.
— Ya me escuchaste. ¿Dónde está tu bastardo? Llámalo, llámalo ahora —el Patrono insistió—. No tiene caso que lo ocultes de nosotros, lo encontraremos tarde o temprano, pero sería mejor para ti si me apoyaras. Quizá pueda convencer a mis aliados de que te dejen con vida.
— ¡Nunca! —fue la rotunda respuesta de la sacerdotisa de Odín quien volvió a luchar entre los brazos de su captor.
— Admito que esperaba que te resistieras, así puedo disponer de ti como crea conveniente —Dahack le alzó el cuello al jalarle una parte del cabello plateado. El Patrono volvió a mirar a Bud, satisfaciéndole el gesto iracundo del dios guerrero de Mizar.

Dahack mostró sus afilados colmillos, con los cuales mordió el cuello de Hilda. La sacerdotisa ahogó un grito ante el inesperado movimiento, resintiendo el paso  de la mordedura y la sangre que escurrió por las heridas.

Hilda intentó resistir el dolor pero, de inmediato comenzó a ser invadida por extraños síntomas que la aletargaron. Su vista se fue nublando poco a poco, hasta su voz fue perdiendo fuerza. Su cuerpo se volvió pesado, difícil de mover a voluntad.

Dahack no succionó la sangre de la mujer como seguramente los testigos creyeron. Desde joven, trató su dentadura para simular los colmillos de una serpiente venenosa. Sus habilidades en los venenos y sueros fueron por las que se ganó el aprecio del hombre al que sirve.

Al extraer sus dientes, la sacerdotisa no perdió el conocimiento, mantenía los ojos entre abiertos, pero no podía hablar más que en susurros, y su cuerpo no le respondía de ninguna forma, sólo quedó colgante en los brazos del Patrono. Apenas podía escuchar los gritos de Bud que la llamaban.
— Oye monstruo —el Patrono volvió a dirigirse a su silencioso compañero—, según tengo entendido, tú y Sennefer se divirtieron mucho en Egipto aquel día, y por torturar a sus gobernantes obtuvo lo que tanto ansiaba: su venganza y el Zohar de Estéropes. Supongo que podremos intentar lo mismo para lograr nuestra meta en vista de que el inútil de Caesar se ha retrasado, quizá hasta esté muerto —Dahack llevó su mano a levantar el muslo desnudo de Hilda, simulando una caricia muy insinuante—. Pero a mí no me gusta la sangre y las vísceras a diferencia de tu amo, hay otros métodos.
— ¡Suéltala maldito! ¡No la toques! —rabió el dios guerrero.
— Al final, cualquiera de los dos tendrá que ceder —Dahack miró con sorna a Bud, —. Ya seas tú para evitarle esta humillación a tu esposa —enfatizó al dejar que su mano avance por debajo de la falda de la sacerdotisa, llegando a un punto en que hubo una clara conmoción en las facciones de la mujer— O ya sea ella para evitarte tanto sufrimiento y un destino sangriento.
Masterebus entendió, por lo que decidió cooperar con el Patrono de Arges. Presionó con más fuerza las cadenas hirientes de Bud quien tembló en enojo y frustración. Se negó a gritar, pero sus ojos sostuvieron los de Hilda quien lo miraba suplicante —Resiste, pase lo que pase resiste —es lo que parecían decirle en voz alta.

El dios guerrero de Mizar hervía en coraje, sentía que el corazón le iba a reventar del odio que sentía hacia sus rivales. No temía el ser desmembrado por el enemigo con tal de liberarse, pero no podía adivinar lo que le pasaría a Hilda al estar en manos de un asesino desalmado.
Pensó en Syd. Al igual que su esposa sus labios jamás traicionarían a su sangre. Parece ser que después de todo, las nornas le permitieron ponerlo en un lugar seguro antes de que esta tempestad diera inicio. Agradecía que estuviera a salvo…
Pero, en el momento en que estaba encontrando consuelo en dichos pensamientos, sintió que el corazón se le detuvo al escuchar — ¡Papá! ¡Mamá! —deseando que fuera una alucinación.
Dahack y Masterebus miraron en dirección hacia el templo, distinguiendo la pequeña silueta que apareció.
Los ojos de Bud se desorbitaron al verlo ahí— ¡No! —clamó desolado— ¡Syd, aléjate, no te acerques!
Pero el príncipe estaba lejos de poder cumplir la orden de su padre. Era clara su conmoción ante el escenario en el que dos monstruos tenían sometidos a sus padres. Sólo en sus pesadillas habría podido ver algo así.

FIN DEL CAPITULO 31

*Skyggen av kaos: en noruego significa “Sombras del caos”

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