Asgard, cinco años atrás.
En el palacio del Valhalla, el silencio acallaba la alegría y la
ansiedad de los habitantes del castillo. Todos estaban a la expectativa de una
célebre noticia sin desatender sus quehaceres, ni los preparativos de la celebración.
Bud de Mizar era uno de ellos, quizá el que más permanecía tenso y
nervioso durante la espera.
Cuando se le fue notificado el inicio de las labores, él decidió permanecer en una de las habitaciones del
palacio, la cual había transformado en una celda que apenas podía encerrar su inquietud. Nunca
imaginó que llegaría a sentirse así, pero sus padres se lo advirtieron— Cuando llegue el momento será mucha tu
impotencia, pero deberás hacerte a un lado y dejar que otros se encarguen.
Mientras el tiempo pasaba lentamente en la caja del reloj, el dios
guerrero fue notando por la ventana que algunos campesinos comenzaron a
reunirse en la explanada bajo la mirada de la estatua de Odín.
— ¿Y si resultan gemelos?
—era la pregunta con la que Bud se atormentó conforme el vientre de Hilda fue
creciendo con el paso de los meses. Aunque ella le aseguró que no, el estigma
sufrido en su infancia le hacía temer el oscuro sentido del humor de los
dioses.
Pese a que Hilda cambió las leyes sobre el nacimiento de gemelos hace
tiempo, sabía que era difícil cambiar la forma de pensar de las personas… ¿Toda
esa gente aceptaría que su gobernante trajera al mundo un par de gemelos? ¿Lo
culparían a él? ¿Los rechazarían sólo por creencias ridículas? El pensar en
todo eso lo sofocó un poco, decidiendo apartarse del ventanal.
Bud volvió junto a la chimenea, dando un último trago a su copa antes
de dejarla en la repisa rocosa sobre la que recargó sus manos, permaneciendo
allí para contemplar los maderos crujir bajo el yugo del fuego.
Tenía que alejar a sus viejos demonios. El tormento del pasado había
quedado atrás, por lo que no debía sentir resentimiento.
Debía agradecer que el destino le sonrió una vez terminada la locura
de dioses como Poseidón y Hades: se le permitió reencontrarse con sus padres y
labrar una mejor relación con ellos a base del perdón; le fueron cedidos sus
derechos de nacimiento; se le confirió el titulo de dios guerrero de Mizar,
convirtiéndose en una pieza importante en la reconstrucción y reorganización de
Asgard; se ganó el corazón de Hilda de Polaris y ahora ella estaba por darle a
su primer hijo. Sí, tenía mucho que agradecerle al destino…
Bud vio como la chimenea estuvo a punto de apagarse, pero en una clase
de arrepentimiento las llamas volvieron a danzar más altas y llamativas que
antes. El dios guerrero lanzó una mirada sobre su hombro, sabiéndose acompañado
por algo sobrenatural.
Giró por completo al reconocer a la mujer que apareció junto al
ventanal del que se había alejado con anterioridad. Ella observaba hacia el
exterior con cierta curiosidad.
— El nacimiento de tu
primogénito es un suceso que debe celebrarse— la mujer dijo con esa voz
suave y celestial que escuchó desde su primer encuentro—. El pueblo de Asgard es cálido y gentil, esperan conocer el nombre de su
futuro soberano ¿lo has decidido ya?
Aunque a Bud no le alegraba su presencia, entendía que la diosa debía
estar aquí, después de todo esto era sólo parte de su proyecto.
— Extraña pregunta viniendo de ti, la norna Skuld —respondió con
seriedad—. De seguro conoces la respuesta desde hace mucho tiempo— Bud caminó,
colocándose a su lado.
El tiempo no causa efectos en las hijas de Odín. Skuld era tal cual la
vio aquel día, de largo cabello rubio, piel bronceada, labios de color carmín. El
casco alado que lleva sobre su cabeza continúa ensombreciendo sus ojos y su
armadura resplandecía con una inexplicable aura mística.
— Ha pasado tiempo desde que nos vimos —prosiguió Bud, sin dejar de
mirarla— … Por un momento llegué a creer que no volvería a verte… Tal vez
deseaba que así fuera.
Lejos de sentirse ofendida, la valquiria sonrió débilmente. Conocía el
frágil corazón humano, y entendía sus miedos.
— En ese entonces te dije que
había grandes planes para ti Bud. Asgard vive en paz y armonía gracias a ti y a
tu esposa, sólo por eso es que ahora tu verdadera misión está por comenzar,
pues es tu hijo quien será importante para Asgard en el futuro.
— ¿Mi hijo?...—los ojos del asgardiano se abrieron con temor.
—Lo que aprenda de ti será
determinante para el futuro de Asgard, incluso del mismo Valhalla. Los hijos
tienden a ser el reflejo de sus padres, es por eso que te elegí a ti Bud, sé
que él aprenderá cosas valiosas a tu lado, tus cualidades, tu honor, tu ética,
tu espíritu…
— Espera un momento Skuld— Bud la interrumpió, conteniendo la
frustración que sintió ante las palabras de la norna.
— No me malentiendas. Yo no
planeo interferir en la vida de tu hijo, nada se le será privado, tendrá una
vida al lado de sus padres— extendió una mano, siendo de su palma que se
creó un delgado hilo color perla que de inmediato se alargó e introdujo dentro
de la melena dorada de la hija de Odín, convirtiéndose en uno más de sus
cabellos—. Su hilo en mi telar está en
tus manos ahora, tú tejerás su destino hasta el día en que tome las riendas de
su camino, siendo entonces cuando podremos saber si cumpliste bien o no tu
encomienda. Sé dichoso Bud, pues Odín te ha bendecido con su aprobación.
— ¡Skuld, tú no puedes…!
Bud calló, sobresaltado cuando un par de golpes a la puerta de la
habitación lo obligó a girarse. Al volverse nuevamente hacia la valquiria, esta
había desaparecido.
Escuchó que una voz femenina lo llamaba del otro lado de la puerta con
insistencia, reconociendo la voz de Flare.
Hilda de Polaris sonrió con dulzura al ver a su esposo entrar a la
recamara. Con el cabello trenzado, la
sacerdotisa se encontraba en cama bajo tibias mantas que atrapaban con
facilidad el calor de la chimenea cercana. En sus brazos, un pequeño dormitaba
envuelto en un cobertor.
El dios guerrero caminó muy poco dentro de la habitación, deteniéndose
sin siquiera acercarse lo suficiente a la cama.
Desde allí Bud contempló a ambos, sintió que su corazón no era capaz
de albergar la dicha que lo bombardeó al verlos juntos. Estaba completamente
conmovido por la madre y el niño que reposaban después del laborioso parto.
En silencio dio gracias a Odín por encontrarlos sanos y salvos.
Hilda estiró el brazo hacia él, animándolo a acercarse. Bud rodeó la
cama, sentándose al lado de su esposa a quien abrazó con delicadeza. Le dio un
beso en la frente y ella respondió con una caricia en su mentón.
— ¿Cómo te sientes?— preguntó él, dedicándole toda su atención. Nunca
la había visto tan radiante, tan feliz. La maternidad le había dado una nueva luz.
— Un poco cansada— respondió ella, refugiándose en los fuertes brazos
de su esposo—Estoy bien, Odín nos bendijo este día Bud— con ternura removió un
poco las mantas que cubrían al recién nacido, haciéndolo respingar un poco.
— Es tan pequeño…— se le escapó decir a Bud, entusiasmado.
— Aún no decidimos su nombre— Hilda murmuró, risueña.
Bud no pudo resistirse más y pasó su mano sobre la diminuta cabeza del
bebé, la cual estaba cubierta con poco cabello del mismo color que el de su
madre.
— Desde el día en que me diste la noticia, te cedí todos los derechos
para escogerle uno apropiado —le recordó, bromeando—. Yo de seguro lo
arruinaría.
La mujer acunó al recién nacido al saberlo inquieto. Hilda con mucho
cuidado lo colocó en los brazos de Bud, para así propiciar el primer encuentro
entre padre e hijo.
Las manos de Bud temblaron un poco, inseguras ante la frágil e indefensa
criatura. Terminó sonriendo, encantado con ese pequeño individuo que llegó a
sus vidas para darles un nuevo sentido.
— Estuve pensando y —la gobernante comenzó a decir—… si no te opones
¿por qué no lo llamamos “Syd”? En
honor a tu hermano.
Bud miró sorprendido a Hilda. Con honestidad podía decir que en algún
momento lo pensó, mas no deseaba imponer sus deseos personales en tan
importante decisión.
— ¿Estás segura?...— preguntó él.
— ¿No te gusta?— ella respondió.
— ¿Hablas en serio? Me encanta la idea— se inclinó hacia la
sacerdotisa para sellar la decisión con un beso—. Aquí y ahora Hilda, te juro
que protegeré a ambos hasta el final de mis días, no permitiré que nada ni
nadie arruine su felicidad —sin importar que tuviera que alzar los puños contra
el mismo dios que le ha dado tanto.
—Debemos dar el anuncio, Bud— comentó Hilda al estar enterada del
interés de la comunidad por el nacimiento del príncipe—. El ocaso está próximo
y el frío aumentará pronto. No hagamos esperar más a nuestra gente.
Hilda se preocupó por el bienestar de su pueblo, por lo que con ayuda
logró ponerse de pie. Caminó despacio con el bebé en brazos, abrigada y
respaldada por su esposo quien no intentó persuadirla.
Los tres salieron a la terraza y los aldeanos señalaron hacia sus
bondadosos dirigentes.
La explanada del palacio estaba repleta de personas; los guardias
mantenían sus posiciones para evitar cualquier incidente, pero sentían el mismo
júbilo que el resto de la población.
Con el niño en brazos, Hilda miró conmovida a su gente quien vitoreaba
con alegría.
— Pueblo de Asgard —dijo ella con júbilo—. Agradecemos su preocupación
e interés por el natalicio de nuestro hijo. Jamás olvidaremos su bondad en esta
acción, ni tampoco permitiremos que él lo olvide —alzó al niño por encima de su
rostro, cómo si deseara entregárselo a su pueblo y consagrarlo al cielo sobre
ellos—. Este es Syd, príncipe de Asgard, y futuro soberano de las tierras de
nuestro señor Odín. Que nuestro dios le conceda sabiduría, fuerza y espíritu
para convertirse en el gobernante que este pueblo merece.
— ¡Viva el príncipe Syd!—
clamó alguien dentro de la multitud, logrando que se alzara un coro en ritmo de
alabanza.
Sobre ellos, el cielo mostraba su mejor cara. Ni una nube osaba a
interponerse en el resplandor de las primeras estrellas de la noche, mucho
menos sobre la osa mayor que brilló de forma inusual, no pasando desapercibido
para Hilda y Bud que la contemplaron con cierta preocupación.
De las estrellas descendieron cilindros luminosos que se precipitaron
a tierra sobre diferentes puntos del reino nevado. La gente ahogó gritos de
sorpresa ante el fenómeno del que eran testigos. Aquellos que han vivido lo
suficiente y fueron afortunados, recordaban que tales luces sólo eran el
preludio del nacimiento de nuevos dioses guerreros.
Bud miró a Hilda que estaba tan consternada como el resto de los
testigos. Ella no era responsable de la invocación, mas no le tomó mucho tiempo
para recobrar un semblante tranquilo, como si el viento le hubiera murmurado
palabras al oído, revelándole un secreto— Debemos estar agradecidos Bud, es la
ofrenda del Valhalla para nuestro hijo—explicó sonriente.
En el dios guerrero de Mizar se despertó un terrible presentimiento.
Debía ser obra de Skuld, mas estaba lejos de poder adivinar lo que la valquiria
tenía planeado para ellos en el futuro…
Capitulo
31.
El
vórtice de la tormenta Parte VII. Pesadillas
Masterebus cayó de rodillas siendo
víctima de un profundo dolor, soltando fieros bufidos al luchar contra la
agonía por la pérdida de su brazo. Veía furioso el charco de sangre que se
estaba congelando bajo sus pies.
Bud de Mizar se alejó del enemigo,
llevando consigo a su esposa a quien dejó descansar bajo el techo de la
construcción más cercana, debiendo confiarle su seguridad a los pilares y arcos
sólidos del palacio.
Desearía que alguno de los otros dioses
guerreros estuviera presente para encomendarle el cuidado de Hilda, pero por
ahora lo único que podía hacer era mantenerla en un sitio cercano, donde no la
perdiera de vista.
Antes de volver al campo de batalla,
Hilda lo tomó de las manos, reteniéndolo a su lado — Bud… ten mucho cuidado.
Sergei, Elke, Clyde y Alwar han sido derrotados —habló temerosa.
— Lamento no haber podido hacer nada
para ayudarlos, pero comprobé que esta tormenta no es normal, es como si todo
el reino estuviera cubierto por una poderosa maldición —Bud explicó para
contrariedad de Hilda—. Intenté llegar a aquí cuanto antes, pero me fue
imposible, pareciera que la misma tempestad tiene vida y pensamientos propios,
bloqueó mi paso hacia aquí en cada uno de mis intentos.
— Entonces… es como me lo suponía, esta
tormenta fue provocada. Alguien está detrás de ella, es quien me impide ponerme
en contacto con nuestros aliados en el exterior.
Bud asintió— Es lo más probable. Algo
debió pasar para que al fin el camino se me revelara hasta aquí, de lo
contrario… quizá yo no hubiera podido… —el dios guerrero calló, la sola idea de
haber perdido a Hilda le estrujaba el corazón.
La sacerdotisa lo notó, compartiendo su
mismo pesar ante el pensamiento de una trágica separación.
Los dirigentes de Asgard se exaltaron al
escuchar un funesto alarido por parte de Masterebus, quien sin moverse de su
posición había invocado el poder de las llamas negras en su mano restante.
La criatura utilizó el calor de las
llamas para tratar su herida, cerrando el excesivo flujo de sangre. No le
resultó nada placentero fundir su propia carne, pero al lograr su propósito
pudo reincorporarse a la lucha.
Bud sostuvo la mirada de su oponente, no
sintiendo temor pese a que los ojos de Masterebus se habían inyectado por una
capa de oscuridad en la que resaltaba el color amarillo de su iris.
Entendiendo lo feroz que sería su rival,
no dudó más en dejar a Hilda atrás. Avanzó por la explanada donde libraría una
batalla a muerte.
El rostro de Masterebus estaba contraído
con un rictus de furia, mientras que el asgardiano mantenía una expresión
imperturbable.
Masterebus alargó el único brazo que le
quedaba, mostrando lar garras de su brazal, con las que le arrancaría la vida a
su enemigo.
Bud no tardó en mostrarle que también
contaba con afiladas zarpas para combatir, dejando a la vista las afiladas
garras con las que cortó su brazo.
— Nunca les perdonaré haber irrumpido en
nuestra tierra sólo para traer muerte y destrucción. Pero tú —lo señaló con
desprecio— terminarás hecho pedazos por tocar a mi esposa.
Tanta fanfarronería logró que Masterebus
se lanzara primero al combate. Bud respondió garra con garra, el impacto entre
ambas y la tensión entre ellas generaron vistosas chispas.
Masterebus perdió la calma que lo había
caracterizado desde el principio, demostrando que sin importar que se viera
como un ser humano por el exterior, continuaba siendo un monstruo en su
interior. El daño y dolor sufrido expusieron su verdadera naturaleza, un agente
del mal que no pararía hasta ver a sus enemigos eliminados.
Bud se desplazaba atinadamente,
evadiendo los ataques directos de su oponente. Era fácil leer los movimientos
de su adversario si se comportaba como un ser irracional.
El dios guerrero de Mizar no tuvo
problemas en alcanzarlo con sus golpes, era mucho más diestro y disciplinado,
tal vez hasta más veloz. Bud lo pateó repetidas veces en la cabeza,
estrellándolo contra un pilar decorativo después de una potente patada en el
pecho.
Masterebus se levantó presuroso, alzando
el vuelo donde el enemigo no pudiera alcanzarlo. Asechó como un halcón a su
presa, pero el dios guerrero no lucía para nada impresionado, ni mucho menos
preocupado por la batalla. La criatura detestó su mirada tan confiada y
prepotente, desearía poder arrancarle los ojos y aplastarlos entre sus dedos.
Había enfrentado a contrincantes como él
antes, pero era la primera vez que se sentía tan humillado y presionado como
ahora ¿Acaso todas esas extrañas
sensaciones se debían a su nuevo cuerpo?— ¡Qué tontería!— Masterebus pensó con
mortificación.
Invadido por la ira, expulsó su
cosmoenergía negra, envolviéndose completamente por fuego oscuro para llevar a
cabo la técnica con la que le dio fin al guerrero de Épsilon.
Bud admiró el poder de su oponente, pero
no creía ser menos poderoso que él. Elevó su cosmos resplandeciente, dispuesto
a contraatacar en cuanto estuviera dentro de su rango de alcance.
— ¡Aleteo abismal! —Masterebus rugió
durante el veloz descenso.
— Eres mío—Bud aseguró su victoria antes
de saltar para interceptarlo— ¡Garras del tigre vikingo!
La luz y la oscuridad se estrellaron
como en todo canto épico. El tronido desgarró a la tormenta misma y paralizó el
corazón de Hilda de Polaris por un instante.
Ambos bólidos pasaron a través del otro
pareciendo un empate, sin embargo, cuando una gran cantidad de fluido negro
salió del cuerpo de Masterebus, fue claro quién fue el vencedor.
Bud maniobró en el aire, cayendo de pie.
Su capa estaba incinerándose por las llamas del enemigo por lo que apartó los
restos de tela con prontitud.
Masterebus cayó de costado, volviendo a
encharcarse en sangre negra. Su armadura presentaba severos y profundos cortes
que alcanzaron a llegar hasta su cuerpo humano, por lo que una mezcla de ambas
sangres escurrió por la coraza maltrecha.
El guerrero luchó por reincorporarse,
mas cuando Bud plantó su pie sobre su espalda se lo impidió.
— Eso fue por Sergei —musitó con
resentimiento, sujetándolo del casco para encorvar su espina. Clavó todo el
largo de sus garras repetidas veces en su espalda, sacándole largos alaridos
así como hilos de sangre—, por Clyde, por Elke, por Alwar, por Hilda.
Bud lo jaló hacia arriba, obligándolo a
levantarse, dándole un empujón para que tomara distancia. Abatido por todas sus
heridas, Masterebus logró mantenerse de pie. De manera tambaleante se giró
hacia el asgardiano quien ya preparaba su técnica mortal.
Masterebus sentía un intenso dolor
lacerante por todo su cuerpo, el sufrimiento de su hermano era suyo y viceversa. Escuchaba sus jadeos y los suyos
al unísono. Los dos corazones palpitaban con fuerza ante la posible
destrucción, mas era el cuerpo humano el que estaba por desfallecer.
Mientras vivió como un demonio completo,
jamás experimentó estas emociones antes de caer contra un oponente más fuerte.
Nunca se había sentido tan diminuto, tan inútil, tan desesperado… Y lo más
extraño de todo, aun cuando ahora servía
a un amo que podría invocarlo y regresarlo a la vida las veces que fueran
necesarias, él no quería morir… no quería perder… no quería fallar… Sin duda todos esos pensamientos irracionales
provienen del nefasto corazón humano que bombea en su nuevo ser.
— ¡Y esto es por todos aquellos que han
muerto por su causa! —clamó Bud al correr hacia el enemigo con las zarpas
luminosas por un costado, posicionadas de tal forma en que convirtieron el
brazo del dios guerrero en una lanza de luz— ¡Colmillo del tigre vikingo!
Hilda cerró los ojos en cuanto vio el
brazo de Bud emerger por la espalda del guerrero tras perforarle el corazón por
su lado izquierdo.
El cuerpo Masterebus se tensó, quedando
totalmente rígido como para mantenerse en pie. Bud lo escuchó exhalar un último
respiro antes de que cerrara sus ojos amarillos y le colgaran los brazos.
Bud no sintió pena por el guerrero
caído, sabía que aún debía atender a otros invasores que intentaban esconderse
de él.
Pero cuando el guerrero de Mizar Zeta
intentó sacar su brazo de entre las entrañas del cadáver, descubrió con horror
que no le sería tan fácil.
— ¡¿Pero qué..?! —bramó, viendo que su
brazo estaba siendo cubierto por la misma coraza de su enemigo que estaba
expandiéndose. Aunque jaló con fuerza, estaba atrapado desde su codo hasta la
muñeca por el impactante grillete.
— ¡Esto no puede ser posible… pero si le
perforé el corazón! —pensó consternado conforme la mancha negra se extendía
centímetro a centímetro por su brazo.
Durante el forcejeo, Bud de Mizar quedó
estupefacto al sentir un nuevo palpitar en el pecho de su oponente— ¡Tiene dos
corazones! —descubrió muy tarde.
El dios guerrero alzó el mentón sólo
para quedar cara a cara con Masterebus, cuyo rostro se cubrió rápidamente con
repulsivas membranas que completaron su casco, dejando sólo dos huecos de los
que se encendieron un par de llamas amarillas.
Las alas de la criatura se abrieron a
todo su ancho, dividiéndose de manera instantánea en ocho extensiones afiladas
que arremetieron contra Bud.
El grito de Bud estrujó el corazón de
Hilda, única testigo de la sangrienta confrontación. Vio horrorizada cómo esas lanzas atravesaron
el cuerpo de su esposo.
Bud se sacudió por las ondas de dolor
que azotaron su cuerpo, cuando sus brazos y piernas fueron atravesados por
cuatro navajas. Una quinta cuchilla flexible se le enredó en el cuello como una
cobra despiadada que en cualquier momento podría decapitarlo.
Imposibilitado de moverse por las
dolorosas cadenas, Bud lanzó una mirada furiosa hacia su oponente, sólo para
ver que su armadura se estaba reparando por sí sola, sellando las grietas,
reconstruyendo las partes perdidas. Aunque el brazo de su cascaron humano se
había perdido, eso no evitó que una
nueva hombrera y brazal se formaran, y más impactante aún, que se
moviera de manera natural.
— Debería
arrancarte un brazo… —escuchó de una voz espectral, proveniente de debajo
de la máscara que ahora cubría por completo el rostro del pelinaranja.
Sus extensiones libres se encargaron de
sacar el brazo del dios guerrero que se alojaba en sus entrañas. Bud creyó que
se vengaría cortándolo, pero le asombró que no fuera el caso.
— Debería
reventarte el corazón… —volvió a decir, acercando las cuchillas filosas a
la pechera de Bud y después llevándolas hacia su cabeza —… debería sacarte los ojos… — musitó la tortura que anhelaba su
ser.
— ¿De dónde ha salido algo como tú?...
¿Qué eres? —Bud se atrevió a preguntar por primera vez.
Masterebus pareció estudiar la pregunta,
moviendo la cabeza como si desconociera el idioma —Arrojarlos a todos al vacío… ese es mi deseo… —divagó—. Allí te sumergiré pronto… usándola a ella….. —siseó para terror de Bud.
— ¡Hilda, cuidado! —exclamó, anticipando
la acción.
La sacerdotisa se sobresaltó al ver cómo
las extensiones restantes se abalanzaron sobre ella. Empleó su cosmos para
generar un escudo que la protegió, las cuchillas oscuras no fueron capaces de
alcanzarla, pero el golpeteo constante debilitó el campo de energía. Una vez de
pie, Hilda corrió entre los pilares, junto a los muros, pudiendo rechazar el
intento de su enemigo.
Estuvo a punto de ser alcanzada, cuando
alguien la apartó del camino, salvándola. Mas pronto, la sacerdotisa se
preguntaría qué habría sido mejor, terminar en manos del guerrero infernal, o
del Patrono de Arges que poseía una mirada lasciva.
— ¿Querías quedarte con la mejor parte,
criatura molesta? —cuestionó Dahack a su aliado,
reteniendo a Hilda junto a él—. Si no te importa quiero ser partícipe de esta
batalla.
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La revelación de Ehrimanes golpeó
brutalmente la confianza y psique de Aifor de Merak. Aunque en el primer
instante rechazó la idea, su mente terminó por dudar, creyendo en la
posibilidad…
— …¡No! ¡Es mentira! —intentó protegerse.
— ¿Por qué mentiría?
—Ehrimanes recriminó sonriente—. ¿Acaso
no da sentido a todas las preguntas de tu infancia? ¿De verdad creíste que te
quería como un heredero? No pequeño incauto, no es tan bondadoso como lo fue el
viejo Harek… de haberlo sido te habría entregado a manos más capaces, a una
familia donde crecerías como cualquier niño; quizá hasta te habría dicho que él
era tu padre, o algún pariente…. Pero no, siempre supiste cual era tu condición,
un huérfano infortunado que debía comer de la mano de su salvador, un perro
recogido al que entrenaría para ser un guerrero, y admito que estaba haciendo
un trabajo aceptable. Nunca había visto a un dios guerrero tan joven como tú,
habrías sido una excelente vasija para mí pero es evidente que ya no te
necesito… —rió, soltándole el cabello.
Aifor permaneció silencioso, sumido en la controversia. De Ehrimanes había
escuchado una verdad, de Clyde de Megrez otra… había algunas contradicciones
entre ellas, y aunque quisiera no creer en la lengua de un demonio tampoco su
maestro le fue sincero en todos los años en que convivieron.
Atrapado en el hielo, Aifor ya había
dejado de sentir dolor y frío, ya no sentía nada más que pesar y un profundo
aletargamiento que poco a poco estaba nublándole la vista. Luchó contra el
sueño que se esforzaba por cerrar sus párpados.
Clyde le pidió antes de desaparecer que lo matara, para eso lo había
entrenado todos estos años; Ehrimanes dice que fue sólo para el beneficio de
ambos, un viejo trato… No sabía qué pensar, ni mucho menos qué debía hacer… Y
aunque luchara, ese demonio era muy fuerte. En sus pensamientos le reclamó a su
maestro una vez más, si le hubiera contado todo nada de esto estaría pasando…
si tan sólo él le hubiera advertido… Aun ahora imploraba para que le dijera qué
es lo que debía hacer…
Estaba a punto de llorar por la
frustración que como una daga se le había incrustado en el pecho, cuando
Ehrimanes, sin razón, le dio un fuerte puñetazo en la cara.
Ese golpe no sólo sacudió los
pensamientos de Aifor, sino también su memoria. Quedó con el rostro hacia un
lado, con la sangre brotando de su labio partido, mirando de reojo a Ehrimanes
quien recogió su puño con un gesto preocupado.
—
¿Qué fue eso? —la criatura se preguntó, sujetándose el brazo que por un
instante actuó por cuenta propia.
Al borde de la inconsciencia, Aifor
contempló la figura de su maestro, creyendo escucharlo decir algo como — ¡No llores, eso no resolverá nada!
Derribado en la nieve, Aifor intentaba
contener las gruesas lágrimas mientras se tocaba la mejilla inflamada.
— ¡Y-ya
no quiero… me duele… ya no quiero pelear más! —sollozó el infante de siete
años.
— ¿Tan
pronto te rindes? —se burló su estricto maestro al encontrarse en el
interior del bosque oscuro— ¿Acaso no
dijiste que querías ser un guerrero? Lo que sientes ahora es lo mínimo que
sufrirás si sigues por ese camino.
— ¡Pero
usted es muy malo! —recriminó el niño, poniéndose de pie con los ojos
llorosos. En sus visitas al palacio había visto cómo entrenaban a los soldados,
quienes recibían un mejor trato e instrucción.
— ¿Eso
crees? Qué decepción Aifor, y yo que admiré tu determinación ese día en que me
pediste que te entrenara —le recordó Clyde en tono burlón.
Aifor bajó la cabeza con vergüenza.
— ¿Quieres que te trate como un
mozalbete? Ese no es mi estilo, no
pienso mentirte, la vida de guerrero no es sencilla, es un camino de
sacrificios constantes y pocas recompensas —aclaró con severidad—… Es bueno que te des cuenta de que eso no
es para ti, nos ahorras tiempo y energía. Regresa a casa —dijo con
desprecio. Estuvo a punto de dar media vuelta cuando el chiquillo le gritó.
— Quiero ser un guerrero…
¡quiero serlo… ser como el señor Bud, como usted!
— Eliges malos ejemplos a seguir
—Clyde se mofó—. No te gustaría ser como
yo, eso te lo aseguro.
— ¡Pero si usted es un hombre
muy fuerte y valiente! ¿Qué tiene de malo? —cuestionó, sin darle a tiempo a
Clyde de contestar—. Sé que todos le
temen pero…
— ¿Te doy miedo Aifor? —lo
interrumpió, mirándolo fijamente.
El chiquillo dudó en responder, sonrojándose— No.
— ¿Por qué no?
— Porque… usted me ha cuidado
siempre… y yo quiero responder a eso… ¡también quiero protegerlo! —admitió,
nervioso.
Clyde prefirió voltear hacia otro lado, soltando un suspiro.
— Qué disparates dices, mocoso
ingenuo. Para “protegerme” tendrías
que ser mucho más fuerte que yo ¿crees que podrías llegar a serlo?
— ¡¿Más fuerte que usted?!
—se alarmó de sólo pensarlo.
— Si alguna vez llegara a estar
en “peligro”, que lo dudo, sería porque estoy enfrentando a alguien más hábil
que yo, eso significa que tu fuerza debe no sólo sobrepasar la mía, sino también
la del enemigo ¿te crees capaz de alcanzar tal nivel?
— Yo…
— De lo contrario sólo serías un
estorbo para los demás.
— Yo…
— Si quieres ser alguien útil, confiable y poderoso
debes ser estricto contigo mismo. Resistir todas las pruebas que lleguen a ti,
jamás vacilar de lo que crees ya que cualquier instante de duda te traerá una
dolorosa derrota y un fatídico final… No quisiera eso para ti —confesó con dificultad—. Pero sobretodo quiero que entiendas que siempre hay una solución para
toda situación que enfrentes, excepto claro la de llorar como una niña.
— Maestro… —el niño se
apresuró a limpiarse la cara, asustándose cuando Clyde posó su mano sobre su
hombro, creyó que le daría una golpiza para darle una auténtica razón por la
cual llorar.
En cambio, Clyde logró suavizar un poco su expresión para hablar con
franqueza y con tono paternal.
— No hay prisa, tampoco debes
precipitarte. Si es tu destino serás un guerrero, si no estaré igual de
orgulloso sin importar qué decidas ser en el futuro.
Aifor sonrió ante esas palabras, además lo llenó de alegría ver una
sonrisa sincera en los labios de su mentor.
— Protegerlo… debo ser más fuerte… más fuerte… si soy más fuerte
podré… salvarlo… —Aifor susurró delirante, atrapado en el hielo— … siempre
hay…. una solución…
— ¿Hmm? ¿Qué tanto estás
murmurando? —Ehrimanes sonrió con morbosidad, interesándose por escuchar
sus divagaciones.
— ¡Aléjate de él, Clyde! —dijo alguien a su espalda.
Ehrimanes miró sobre su hombro antes de recibir una fuerte patada que
lo alejó del guerrero de Merak.
Entre el demonio y el joven apareció la guerrera Freya, vistiendo la
armadura Dubhe de Alfa.
— ¡No sé qué es lo que pretendes con tu traición Clyde —Freya clamó,
tomando una posición ofensiva—, pero no dejaré que continúes!
Ehrimanes esculcó en la memoria de su cuerpo huésped para identificar
a la guerrera de Odín, pudiendo
responderle como si la conociera de toda la vida.
— Así que… la joven comandante
de los dioses guerreros al fin aparece —siseó de manera siniestra—. Será un
placer hacerte un lugar en mi jardín de esculturas de hielo —rió.
— Vi lo que le hiciste a Alwar, pero a mí no me atraparás en tu
amatista con tanta facilidad… Voy a matarte maldito brujo.
— Fuertes palabras para provenir de una muchacha cobarde.
Freya arrugó el entrecejo. No tenía que dejarse llevar por las
palabras de quien pensaba que era Clyde, sólo la estaba provocando.
Le angustiaba haber llegado al palacio tras correr lo más rápido que
ha corrido en toda su vida, y aun así no encontrar rastros del joven príncipe.
Temía que algo le hubiera ocurrido en el camino pero, tenía un fuerte
presentimiento de que debía estar en algún lugar del castillo.
A su llegada, le conmocionó encontrar al arpista de Eta atrapado
dentro del ataúd amatista, sabiendo que tal abominación sólo podía ser obra del
dios guerrero de Megrez. La traición de Clyde le fue evidente, y más al ver
cómo hostigaba al indefenso Aifor de Merak.
Freya sentía la sangre hervirle por las venas, no estaba en ella
perdonar a los que traicionan a Odín y a sus camaradas.
— Sólo quiero que me digas ¿por qué Clyde? ¿Por qué te vuelves contra
Asgard en un momento como este? —la guerrera pidió, preocupándose por el estado
de Aifor quien terminó por cerrar los ojos mientras murmuraba cosas
inentendibles.
— Eso no te concierne… además
interrumpes un momento muy personal entre mi pupilo y yo. No dejaré que te
entrometas, aún tengo muchos juegos para él —dijo con sarcasmo.
Freya jamás había visto un semblante tan maquiavélico en el rostro de
Clyde. Sabía que el hechicero era un hombre muy excéntrico y un poco lunático,
siempre le contrarió que pudiera haber criado a Aifor, quien posee un espíritu
noble.
— Parece que al final te has vuelto completamente loco, Clyde. Era
cuestión de tiempo, todos lo sabíamos. Pedirle a Aifor que se encargue de ti es
demasiado para él, por lo que yo seré quien lo haga —aseguró, poniéndose en
movimiento.
— Qué presuntuosa eres… Está
bien, juguemos un poco para comprobar de qué está hecha la diosa guerrera Dubhe
de Alfa.
Freya alistó sus puños, Clyde se armó con la espada de fuego.
Clyde se precipitó a dar el primer golpe por lo que Freya logró
empujarlo levemente hacia la derecha para propinar un puñetazo en el mentón de
su rival.
El impacto resonó en los oídos de los presentes. Clyde cerró la
mandíbula al sentir el fulminante golpe que lo privó de su casco.
La diosa guerrera no se detuvo allí, una vez tan cerca de su oponente,
arremetió numerosas veces contra él con la misma potencia que el primer golpe.
Freya sentía en sus nudillos cómo dañaba la armadura de Megrez, el
crujir de la coraza y algunos huesos la motivó cada vez más, terminando con un
despliegue de su cosmos que formó un destello en su mano.
Clyde intentó imponerse con mandobles de su espada llameante, pero
Freya era mucho más hábil en el combate cuerpo a cuerpo, por lo que tras el
golpe energético que estalló en su peto, terminó golpeando una muralla sobre la
que debió apoyarse para no caer.
Freya suspiró, sintiéndose satisfecha con lo que sentía en su ser.
Desde su regreso a Asgard no había puesto a prueba el entrenamiento que recibió
en Grecia, por lo que ahora era una gran oportunidad para hacerlo. No volvería
a subestimar a ningún enemigo, la última vez quedó humillada por un niño, eso
fue suficiente para negarse a caer en
una situación similar de nuevo.
Clyde se sobrepuso casi de inmediato. Freya admiró su resistencia pues
creyó haber herido severamente sus músculos, pero en el rostro del dios
guerrero de Megrez no había ni una mueca de sufrimiento.
Ehrimanes sonrió divertido, después de todo él no sufría el dolor que
fluía por ese cuerpo humano.
— ¡Eres rápida y fuerte, haces
honor a la leyenda que envuelve a los miembros de tu familia! ¡Probemos la
distancia existente entre la verdad y el mito! —Ehrimanes apuntó hacia la
diosa guerrera, generando cientos de chispas eléctricas que comenzaron a
estallar una tras otra alrededor de la mujer — ¡ ¡Tordenbrak!!
Freya se vio atrapada en medio de una nube eléctrica con saetas
estallando e impactando por doquier.
Con su destreza fue capaz de eludir los rayos que destruían lo que tocaban. Con mucho valor,
Freya logró abrirse camino entre ellos, descubriendo que la zona electrificada
la seguía, siendo ella el centro del fenómeno.
Intentó llevar toda esa tormenta hacia Clyde pero éste la frenó una
vez que tomara la postura con la que suele terminar un combate.
— ¡Escudo amatista!
Freya no tuvo más remedio que saltar para evadir el ataque, sabiendo
que su enemigo no esperaba atraparla en el hielo, pero sí obligarla a buscar
refugio en el aire donde le fue imposible maniobrar con libertad para seguir
evitando las descargas eléctricas.
Freya gritó con fuerza al ser envuelta por la tormenta eléctrica.
Sentía cada uno de sus nervios entumecidos y desgarrados por el paso de la
feroz corriente.
El poder de Clyde la mantuvo en el aire como una telaraña eléctrica en
la que recibía daños constantes.
Ehrimanes permaneció en el suelo, viendo con una sádica sonrisa cómo
la guerrera se retorcía. No existía prisa, podría quedarse allí observando
hasta que quedara como un cadáver carbonizado y marchito.
Pero cuando Freya abrió los ojos invadidos por la furia, supo que tal
cosa no pasaría. La diosa guerrera despertó su cosmos blanco, el cual creó un
conflicto con el de Clyde. Las dos corrientes de poder lucharon una contra otra
hasta que tras un sonoro grito, la guerrera logró romper la técnica que la
aprisionaba.
Durante el descenso, Freya se percató del intento de Clyde por atraparla con su escudo amatista, pero
esta vez reaccionó con antelación, liberando un rayo de luz con el que dibujó
un círculo alrededor de los pies del guerrero de Megrez.
— Esto es… —Ehrimanes
musitó.
— ¡Espada de Odín! —clamó la guerrera en cuanto el círculo en el
suelo se iluminara, y de cuyo interior emergiera un geiser de energía que
liberó cientos de fragmentos cortantes.
Ehrimanes fue alzado en el aire por esa lluvia invertida de cristal.
Su cuerpo fue severamente cortado por el paso de las cuchillas que terminaron
por destruir el manto sagrado de Megrez.
Freya llegó de rodillas al suelo, adolorida por el anterior ataque
eléctrico, mas se puso de pie completamente repuesta en cuanto Clyde cayera a
metros de distancia.
La guerrera de Odín se mantuvo alejada, esperando alguna clase de
ataque sorpresa, o que de verdad su enemigo ya no pudiera levantarse. Tantas
heridas y sangre podrían asegurarle la victoria, pero el guerrero de Megrez
tenía otros planes.
El cuerpo de Clyde se cubrió con un aura oscura y espesa que lo alzó
en el aire. El hombre permaneció levitando a pocos centímetros del suelo,
contemplando a su rival con un gesto prepotente.
— No lo haces nada mal, niña
—fueron las palabras que salieron de esa dentadura electrificada—. Si éste fuera mi cuerpo, de seguro estaría
gimiendo de dolor.
— ¡¿Qué dices?! —cuestionó Freya con espanto, dudando si había
escuchado bien.
— No es que quiera cambiar el
concepto que tienes de Clyde pero, deseo que entiendas que hay fuerzas
demasiado complejas en este asunto, y tú estás interponiéndote —el cosmos
negro alrededor de Ehrimanes comenzó a extenderse por el suelo como un humo
negro. Freya permaneció en alerta, siendo mucho más precavida al resentir una
sensación extremadamente fría en sus pies en cuanto la bruma le cubriera los
tobillos.
— Es una lástima que este plano
haya sido limpiado y todos los portales hayan sido sellados —el hombre
comentó, conforme los relámpagos en sus ojos se volvían más brillantes—, de lo contrario tendría un mayor número de
piezas a mi disposición para lidiar contigo, pero qué más da… estos peones
deberán ser suficientes para vencer a la reina enemiga… ¡ Skyggen av kaos*!
De entre el humo negro en el suelo, comenzaron a escucharse quejidos y
lamentos espeluznantes. Freya se sobresaltó al ver cómo los cuerpos sin vida de
los soldados asgardianos que cayeron durante la batalla empezaron a emerger de
la bruma, levantándose con cierta dificultad.
Era una treintena de espectros ensangrentados o mutilados en cuyos
cuerpos permanecían abiertas las heridas que les dieron muerte, incluso algunos
conservaban dentro de sus entrañas las armas que les quitaron la vida.
Estaban esparcidos por toda la zona, por lo que la diosa guerrera se
vio rodeada por esa brigada infernal que se armó con espadas, arcos, picas y
escudos que usaron en vida.
— Clyde era un excelente
nigromante, pero no tenía idea de su verdadero alcance —Ehrimanes rió victorioso—.
¡Vayan ahora mis esbirros, muéstrenme el
camino para vencer a tan entrometida enemiga! —señalando a Freya, quien de
inmediato se convirtió en el objetivo de todos ellos.
//------//
Hilda de Polaris forcejeó lo más posible para zafarse de las manos de
Dahack, Patrono de la Stella de Arges.
El Patrono sólo sonreía divertido al ver sus intentos, por lo que más
la apretó contra sí. Sin dificultad, abrazó a Hilda por la espalda,
reteniéndola con claro placer y morbosidad. Enredó su brazo derecho sobre el
cuello de la sacerdotisa, mientras el izquierdo le cruzó por encima del pecho
para sujetarle la cintura.
Fue claro el sobresalto y enojo de Bud. Masterebus sintió cómo cada
nervio del dios guerrero se tensó ante el escenario frente a ellos, por lo que
decidió no reclamar por la vida de la mujer.
— Parece que eres vengativo, monstruo —Dahack le habló a Masterebus —,
vas por buen camino pero, no siempre destazar a alguien es la mejor manera de
castigar a los insolentes —para probar su punto, una de sus manos dio un tirón
sobre el vestido de la sacerdotisa, arrancándole lo suficiente para que una de
sus esbeltas piernas quedara expuesta.
— ¡Hilda! — se agitó Bud, invadido por la cólera. Luchó por liberarse
aunque más sangre brotó de sus ataduras, pero aun así las extensiones de
Masterebus continuaron manteniéndolo bajo control.
Pese a la situación e inutilidad de su fuerza física, Hilda no
desistió en sus intentos
— ¡Basta, basta de tanta insensatez!
— gritó frustrada—. ¡¿Por qué?! ¡¿Qué es lo que hemos hecho para atraer
a seres como ustedes a las puertas del Valhalla?! —preguntó, logrando mirar por
encima de su hombro al Patrono.
El Patrono de Arges sólo sonrió con malicia —Sin error a equivocarme
tú debes ser Hilda de Polaris, la gobernante de este inmundo lugar —le retuvo
el mentón muy cerca de sus labios, con un claro deseo por besarla—. Y aquel
dios guerrero debe ser tu consorte —dedicó una rápida mirada a Bud—… De ser así
debe ser claro para ti… Tengo la orden de matar a los reyes de esta nación, así
como Sennefer lo hizo en Egipto, pero… podría ser piadoso y prolongar un poco
más tu vida si haces algo por mí.
Hilda se limitaba a escuchar, conservando un semblante firme y
valiente pese a las circunstancias.
— Llama a tu hijo —le pidió.
— ¡¿Qué?! —los ojos de Hilda temblaron temerosos.
— Ya me escuchaste. ¿Dónde está tu bastardo? Llámalo, llámalo ahora —el
Patrono insistió—. No tiene caso que lo ocultes de nosotros, lo encontraremos
tarde o temprano, pero sería mejor para ti si me apoyaras. Quizá pueda
convencer a mis aliados de que te dejen con vida.
— ¡Nunca! —fue la rotunda respuesta de la sacerdotisa de Odín quien
volvió a luchar entre los brazos de su captor.
— Admito que esperaba que te resistieras, así puedo disponer de ti
como crea conveniente —Dahack le alzó el cuello al jalarle una parte del
cabello plateado. El Patrono volvió a mirar a Bud, satisfaciéndole el gesto
iracundo del dios guerrero de Mizar.
Dahack mostró sus afilados colmillos, con los cuales mordió el cuello
de Hilda. La sacerdotisa ahogó un grito ante el inesperado movimiento,
resintiendo el paso de la mordedura y la
sangre que escurrió por las heridas.
Hilda intentó resistir el dolor pero, de inmediato comenzó a ser
invadida por extraños síntomas que la aletargaron. Su vista se fue nublando
poco a poco, hasta su voz fue perdiendo fuerza. Su cuerpo se volvió pesado,
difícil de mover a voluntad.
Dahack no succionó la sangre de la mujer como seguramente los testigos
creyeron. Desde joven, trató su dentadura para simular los colmillos de una
serpiente venenosa. Sus habilidades en los venenos y sueros fueron por las que
se ganó el aprecio del hombre al que sirve.
Al extraer sus dientes, la sacerdotisa no perdió el conocimiento,
mantenía los ojos entre abiertos, pero no podía hablar más que en susurros, y
su cuerpo no le respondía de ninguna forma, sólo quedó colgante en los brazos
del Patrono. Apenas podía escuchar los gritos de Bud que la llamaban.
— Oye monstruo —el Patrono volvió a dirigirse a su silencioso
compañero—, según tengo entendido, tú y Sennefer se divirtieron mucho en Egipto
aquel día, y por torturar a sus gobernantes obtuvo lo que tanto ansiaba: su
venganza y el Zohar de Estéropes. Supongo que podremos intentar lo mismo para
lograr nuestra meta en vista de que el inútil de Caesar se ha retrasado, quizá
hasta esté muerto —Dahack llevó su mano a levantar el muslo desnudo de Hilda,
simulando una caricia muy insinuante—. Pero a mí no me gusta la sangre y las
vísceras a diferencia de tu amo, hay otros métodos.
— ¡Suéltala maldito! ¡No la toques! —rabió el dios guerrero.
— Al final, cualquiera de los dos tendrá que ceder —Dahack miró con
sorna a Bud, —. Ya seas tú para evitarle esta humillación a tu esposa —enfatizó
al dejar que su mano avance por debajo de la falda de la sacerdotisa, llegando
a un punto en que hubo una clara conmoción en las facciones de la mujer— O ya
sea ella para evitarte tanto sufrimiento y un destino sangriento.
Masterebus entendió, por lo que decidió cooperar con el Patrono de
Arges. Presionó con más fuerza las cadenas hirientes de Bud quien tembló en
enojo y frustración. Se negó a gritar, pero sus ojos sostuvieron los de Hilda
quien lo miraba suplicante —Resiste, pase
lo que pase resiste —es lo que parecían decirle en voz alta.
El dios guerrero de Mizar hervía en coraje, sentía que el corazón le
iba a reventar del odio que sentía hacia sus rivales. No temía el ser
desmembrado por el enemigo con tal de liberarse, pero no podía adivinar lo que
le pasaría a Hilda al estar en manos de un asesino desalmado.
Pensó en Syd. Al igual que su esposa sus labios jamás traicionarían a
su sangre. Parece ser que después de todo, las nornas le permitieron ponerlo en
un lugar seguro antes de que esta tempestad diera inicio. Agradecía que
estuviera a salvo…
Pero, en el momento en que estaba encontrando consuelo en dichos
pensamientos, sintió que el corazón se le detuvo al escuchar — ¡Papá! ¡Mamá!
—deseando que fuera una alucinación.
Dahack y Masterebus miraron en dirección hacia el templo,
distinguiendo la pequeña silueta que apareció.
Los ojos de Bud se desorbitaron al verlo ahí— ¡No! —clamó desolado—
¡Syd, aléjate, no te acerques!
Pero el príncipe estaba lejos de poder cumplir la orden de su padre.
Era clara su conmoción ante el escenario en el que dos monstruos tenían
sometidos a sus padres. Sólo en sus pesadillas habría podido ver algo así.
FIN DEL
CAPITULO 31
*Skyggen av kaos: en noruego significa “Sombras del caos”
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