Escuchar a su hijo llamarlo con tanta
desesperación destrozó el alma de Bud, con mucho más dolor que con el que las
rocas habrían deshecho su cuerpo.
Bien se dice que cuando la vida está a punto de
terminar, todo transcurre frente a tus ojos, ayudándote a recordar las razones
por las que podrías ser admitido al paraíso, o las que te condenarían a los
martirios de algún infierno.
Pesó en su corazón ese tiempo perdido en que
odió a sus padres y a su hermano, pero decidió confortarse en los recuerdos más
felices de su vida, siendo los últimos años los más dichosos, aquellos que
compensaban con creces toda la tristeza de su nacimiento. El haber ganado el
corazón de Hilda y compartido con ella la dulzura del matrimonio; la dicha de
convertirse en padre, ese día en especial cuando su hijo nació y se decidió
llamarlo Syd, en honor a su gemelo.
Bud aceptó el final aunque en su pecho lo
embargara la angustia de abandonar a Hilda y a Syd ante el peligro que ensombrecía
a Asgard, pero no podía hacer más por ellos… Lo lamentaba.
— Bud de Mizar, aún no
es tiempo de que las puertas del Valhalla se abran para ti.
Escuchó Bud, una vez que la sensación de caer
en el vacío desapareciera. Tras perder sus cinco sentidos por la cercanía de la
muerte, lo único que pudo hacer fue escuchar esa voz que le hablaba
directamente a través de su moribundo cosmos.
Tales palabras lo obligaron a darse cuenta que
su corazón aún latía, débilmente. Ese bombeo era la señal que le indicaba que, de
algún modo, se mantenía con vida.
— ¿Quién es… a quién pertenece este cosmos? —pensó,
al ser incapaz de hablar para expresar su duda.
— Tu
destino está lejos de terminar dios guerrero de Mizar. Enciende tu cosmos una
vez más y prosigue con tu sagrada misión.
— ¿Misión…?— Bud repitió confundido a la profunda
y fantasmal voz, intentando darle una forma. De algún modo, como si un susurro
le hubiera revelado la verdad clamó— … ¡Odín!... —sintiendo que el cosmos
omnipresente del poderoso señor de Asgard se adentraba por sus poros,
reanimando cada átomo de su cuerpo, regresándole el aliento perdido.
— El
pueblo de Asgard ha sufrido desde épocas remotas. Demasiada sangre y lágrimas
se han derramado sobre nuestra patria, y ahora que finalmente se ha llegado a
una era de paz y prosperidad, no permitiré que nada interrumpa su curso.
Bud cerró los puños con fuerza, las palabras de
Odín estaban llenas de verdad. La gente de Asgard ha superado muchas
dificultades, y después de siglos de decadencia, la retribución los había
alcanzado… Nadie iba a cambiar eso… ¡Nadie va a apartar la luz que le ha
permitido a Asgard brillar como nunca antes!
— Adelante
dios guerrero, levántate y enciende tu cosmos en mi nombre, como tu dios lo
exijo, con mi corazón te lo imploro… Abandonar a Asgard no debes, el peligro
acecha a aquellos que amas. Mi travesía a tu lado no terminará aquí, enséñame
el coraje de los hombres, el valor que los impulsa a crear milagros… ¡Padre,
levántate!
Capitulo 33. El
vórtice de la tormenta. Parte IX.
Cese.
La sensación de caer en el vacío de la muerte no le fue desconocida a
Bud, por eso no temió. Ya se lo había dicho la norna Skuld, dos veces ha tenido
que morir pero dos veces alguien ha intervenido. Nadie podría ser tan
afortunado para salvarse una tercera ocasión, o eso pensó en el momento que se
entregó al sueño eterno.
Una vez más fue bendecido.
Su cuerpo fue cubierto por la legendaria armadura de Odín, la cual borró todo
mal de su ser, regresándole vitalidad y salud; reavivó la llama de su cosmos,
devolviéndole todos los sentidos con un propósito: Debía proteger a Asgard y
erradicar el mal que los invasores trajeron consigo.
Tal proeza podría resultar imposible de lograr si continuaba luchando
por cuenta propia… pero ya no estaba solo. Bud sujetó la espada Balmung con
ambas manos, alzándola en posición de ataque.
Caesar, Patrono de Sacred Python, observó detenidamente al dios
guerrero, teniendo las mismas dudas que Dahack y Masterebus.
Los guerreros se reagruparon alrededor del Patrono de Sacred Python,
buscando respuestas.
— Caesar… no me digas que él… es… —musitó Dahack.
— No —Caesar se adelantó a su conjetura—. Áxalon está reaccionando,
pero no por él… El chiquillo sigue siendo su deseo —explicó, seguro de lo que
le transmitía la espada al empuñarla con firmeza—. Yo me encargaré. Ustedes ya
han hecho suficiente, apártense.
— Sí así lo prefieres… — el Patrono de Arges accedió a hacerse a un
lado, a diferencia de Masterebus quien permaneció en su sitio.
Caesar avanzó hacia Bud, sosteniendo su espada dentada, la cual no
tenía nada que envidiarle a la legendaria Balmung.
— Tú… Fuiste tú quien luchó contra Elke —supo Bud al estudiar su
cosmos.
— Así que “Elke” era el nombre de esa mujer. Admiré su determinación
al querer vencerme, y parte de mí lamenta que su sacrificio haya sido en vano
—comentó Caesar para confusión de Bud—. No siempre se encuentran seres humanos
con tal nobleza.
— No tienes por qué lamentarte, yo acabaré lo que ella inició —aclaró
Bud—. Pero primero debo cumplir una promesa que hice antes —lanzando una mirada
hacia Dahack quien le devolvió una sonrisa socarrona.
Caesar intuyó su deseo, mas permaneció como un muro que se lo
impediría— Seré yo tu oponente.
El dios guerrero lo miró de reojo—. No desesperes, no me pienso
olvidar de ti— dijo antes de impulsarse a la velocidad de la luz en su
dirección. Caesar se alistó para confrontarlo pero le sorprendió que su enemigo
se hubiera desviado en el último segundo hacia otro objetivo.
Dahack se supo blanco del feroz y resentido tigre de Zeta, por lo que
se preparó para reanudar la confrontación.
— Veo que quieres que terminemos el juego. Me parece bien, ¡porque no
importa qué clase de armatoste lleves encima, el resultado será el mismo!
—espetó el Patrono, moviéndose a su súper velocidad, confiado de no poder ser
alcanzado por Bud.
Caesar chasqueó los dientes, un tanto sorprendido por no haber podido
interceptar al dios guerrero de Zeta. Sabía que si dejaba solo a Dahack éste
moriría, era demasiado distraído para darse cuenta que no trataba con el mismo
oponente de antes. Se dispuso a ir en su ayuda cuando el sonoro aullido de un
lobo le alertó de un inesperado arribo.
El Patrono de Sacred Python habría reaccionado con violencia, pero
pareció petrificarse en cuanto Sergei, dios guerrero de Épsilon, se plantara en
su camino.
—Dejemos que ellos peleen por ahora, ¿por qué no dejas que sea yo tu
oponente? — Sergei cuestionó con gesto hostil y desafiante.
Dahack y Bud se desplazaban en zigzag por la vasta explanada, el
Patrono evitaba el combate directo con una sonrisa cínica mientras Bud
permanecía centrado e impasible yendo detrás de él.
— ¿Qué sucede? ¿Acaso no puedes alcanzarme? —se mofó el veloz Patrono.
— Al contrario, creo que ya nos hemos alejado lo suficiente
—respondió.
— ¿Qué quieres decir? —Dahack cuestionó.
El dios guerrero no respondió con palabras, en vez de eso desapareció
de cualquier vista tras convertirse en una figura borrosa.
Dahack quedó pasmado al ver la estela fantasmal que lo atravesó y pasó
de largo, resintiendo una intensa sensación gélida en el cuerpo que tardó en
entender. Al mirar por encima de su hombro, vio la espalda del guerrero Bud
mientras la visión se le nublaba.
En cuanto Bud sacudió la hoja de su espada para limpiarla de la
sangre, Dahack lanzó un potente alarido, al mismo tiempo que su armadura
estallara en pedazos y en su cuerpo se abrieran múltiples heridas sangrantes,
cada una de ellas mortales.
Dahack cayó muerto al suelo para sobresalto de los presentes, envuelto
por una lluvia carmesí generada por su propia sangre.
— No pensaba dejar que tu asquerosa sangre manchara la pureza de Odín
en la Tierra —Bud musitó, instantes antes de buscar con ojos de desprecio a
Masterebus. El guerrero oscuro entendió la indirecta por lo que aceptó
continuar con la lucha que constantemente ha sido interrumpida.
Caesar contempló el acto en la distancia, irritado por ver morir a un
compañero. No porque él apreciara al fallecido Dahack, sino por lo que tal pérdida
podría causar en su señor.
Le asombró que el dios guerrero haya podido destruir la Stella de Arges con tal facilidad, se
preguntaba si su propio Zohar podría
ser dañada por el filo de la Balmung.
Cuando Sergei lo atacó de manera repentina, el Patrono sintió el leve
roce en su mejilla, pero logró girar sobre sus pies para evitar el impacto y a
su vez darle un codazo a su enemigo en la espalda.
Sergei dio unas volteretas hacia el frente para evitar caer, dándose
media vuelta para atacar.
Caesar retrocedía y bloqueaba cada golpe con los brazos. Era una
estupidez tener a un enemigo que lo atacara con las manos desnudas y sin
protección de algún ropaje ¿era sólo valiente o estúpido?
Conforme Sergei continuaba atacando con simples golpes y patadas,
comenzó a sentirse atrapado en un extraño Déjà
vu. La manera en la que su enemigo contenía sus movimientos y respondía a
sus ataques le transmitió viejas sensaciones e imágenes.
En un lugar como este, rodeado por altas paredes de concreto y metal,
con nieve bajo sus pies, con un cielo gris perpetuo sobre él… un combate
constante, el mismo oponente de todos los días…
Caesar esquivó el gancho derecho de su rival al agacharse. El brazo de
Sergei perdió su blanco por lo que el Patrono estiró su mano y lo sujetó por la
garganta, dándole un fuerte apretón con el cual lo alzó lejos del suelo.
Los ojos de Sergei se abrieron con asombro, sus labios temblaron en un
rictus de completa perplejidad en cuanto el Déjà
vu dejó de ser un recuerdo y se situó en su tiempo presente, hasta el
ladrido lastimero de su lobo Aullido ocurrió tal cual en el pasado.
El dios guerrero sujetó la muñeca de Caesar en un vano intento de que
lo soltara, la fuerza física del Patrono era superior.
Caesar tenía la capacidad para destrozarle el cuello tal y como lo
hizo con la guerrera de Odín a la que enfrentó antes, pero el escuchar los
constantes ladridos del lobo, tuvo un conflicto de emociones por las que
terminó azotando a su enemigo contra el piso.
El impacto en su cabeza fue severo, Sergei sintió como el suelo firme
se cuarteó bajo su cuerpo.
Con la vista descuadrada, miró al hombre que aún lo tenía sujeto del
cuello, éste le dijo algo pero la contusión le impidió escucharlo con claridad,
conmocionándose al ver cómo el Patrono se rascó una mejilla con mucha
naturalidad y de manera muy discreta trazó una equis con los movimientos de sus
dedos.
— ¡¿D-de verdad… e-eres tú?! —Sergei se esforzó en decir, espantado
como si estuviera viendo a un fantasma.
En respuesta, Caesar lo volvió a levantar, sólo para arrojarlo
bruscamente contra el muro más cercano.
Masterebus volvió a dividir sus alas en numerosas cuchillas que
buscaron herir a Bud, mas el dios guerrero elevó su cosmos esgrimiendo la
espada Balmung para defenderse. La espada sagrada repelió cada una de las afiladas
extensiones, y con certeros movimientos Bud las cortó.
El guerrero con armadura de murciélago rugió adolorido, perplejo al
ver que los trozos de sí mismo cayeron al suelo y se marchitaron hasta volverse
polvo negro.
El peligro volvió a sacudir su ser, llevándolo a retroceder unos
cuantos pasos al saberse herido y
vulnerable.
Bud sujetó la Balmung en posición defensiva, estudiando a su rival con
cuidado.
— No he olvidado que pese a que perforé tu corazón posees otro
escondido en algún lugar de tu ser —dijo Bud con tono analítico—. No sé qué
clase de criatura seas, has logrado sobrevivir sin importar cuánto te han
herido… pero es bueno descubrir que eres incapaz de eludir el poder de los
dioses.
Masterebus bufó como un animal rabioso, haciendo que su armadura
comenzara a presentar nuevos cambios para compensar lo perdido. Las garras que
cubrían las manos del guerrero oscuro se alargaron todavía más hasta la medida
de una katana.
Completamente desenfrenado, Masterebus se precipitó sobre Bud, quien
lo enfrentó en un duelo veloz de espadas y cuchillas.
Aunque Masterebus intentó repetidas veces desarmar a su rival
empleando agarres repentinos, el dios guerrero lo evitaba respondiendo con
agilidad.
Al chocar sus espadas, volvieron a entrar en una competencia de fuerza
muy reñida, en la que Bud se sobresaltó
al ser atacado por poderosas llamas negras que emergieron de los ojos
destellantes de su oponente.
Las llamas oscuras lo cubrieron, girando violentamente a su alrededor.
Bud se perdió momentáneamente dentro de ese tornado de fuego hasta que emergió
después de un largo salto.
El dios guerrero tosió al sentirse sofocado después de eso. Admiró
nuevamente la bendición de la armadura de Odín, pues se encontraba ileso pese a
haber recibido el ataque de manera tan directa.
Masterebus no estaba complacido por ello, por lo que prefirió guardar
distancia y desplazarse alrededor de su enemigo, buscando el momento justo para
atacar.
Bud lo imitó, avanzando con cautela. Centró todos sus sentidos para
ubicar sus latidos, sabiendo que debía acabar pronto con la pelea; Sergei no
podrá frenar por demasiado tiempo al otro espadachín.
Sus pensamientos causaron cierta reacción en el ropaje y espada de
Odín cuando éstos lo obligaron a elevar su cosmos. Bud pestañeó incrédulo en
cuanto su vista transformara al hombre frente a él en un ser de estelas y humo
negro; todo un remolino de caos girando alrededor de un cuerpo que carecía de
un brazo y con un amplio boquete en el pecho.
Masterebus notó el extraño brillo en uno de los ojos del dios
guerrero, decidiéndose a atacar al ver confusión en su oponente. Volvió a
prenderse en llamas, transformándose una vez más en un ente de fuego negro.
Bud vio como ese tornado venía en su dirección, estaba inseguro de lo
que debía hacer, pero en cuanto notó un fulgor rojo sobresaliendo de las
sombras entendió todo. El dios guerrero corrió al encuentro de ese vendaval,
sin temor de ser devorado por el vórtice oscuro.
Luz y oscuridad se estrellaron una vez más. Las sombras y destellos se
esparcieron por el cielo acompañados de un apabullador alarido.
Bud clavó con fuerza la espada Balmung en el cuello del enemigo, y en
cuanto la punta perforó ese punto, emergiendo por la nuca, una llamarada roja
fue visible. Dicho resplandor escarlata se extinguió en un santiamén al mismo
tiempo que el brillo en los ojos de Masterebus.
Masterebus se retorció de dolor unos breves momentos antes de que Bud
extrajera la espada con un violento movimiento, preparando un golpe vertical
con el que le daría fin.
La hoja de la espada Balmung dejó una línea de luz que se marcó en el
cuerpo de Masterebus. De la resplandeciente herida crecieron fisuras luminosas
que se extendieron por toda la armadura oscura del guerrero que crujió hasta
que se convirtió en cenizas.
A los pies de Bud cayó el cuerpo inerte y sin vida de un hombre
pelirrojo, el cual rápidamente comenzó a secarse hasta quedar como una momia
totalmente marchita.
En cuanto Caesar se supo blanco de la mirada del dios guerrero de
Mizar, dejó de darle importancia al tullido Sergei, quien emergió de la
destrozada pared con dificultad.
— Listo, tienes toda mi atención —dijo Bud, procurando atraer a su
rival hacia él.
— Vaya… tu espada es impresionante. Eliminaste a Dahack, uno de mis
aliados —comentó Caesar, mirando los cuerpos de los caídos—. Y también a esa
criatura… me dijeron que no podía morir, pero es claro que la inmortalidad es
sólo una ilusión.
— Esto es entre tú y yo ahora.
— Parece que confías en que obtendrás la victoria, pero no eres el
único que sabe cómo utilizar una espada —el Patrono aclaró, levantando su arma
dentada.
— La victoria es segura cuando tienes a un dios de tu lado. No hay
nada que la espada de Odín no pueda vencer.
Caesar intentó permanecer serio pero terminó por soltar una risa
burlona—. Ya veo, así que es por eso que mi espada se encuentra tan ansiosa por
cortarte… Está bien, habría preferido que el dios del que hablas dejara de esconderse y enfrentara su destino,
pero en vez de eso decidió entregarte esa responsabilidad a ti... “Que los mortales peleen mientras yo
observo”, típico de ellos —Caesar colocó su arma frente a él, cerrando la
mano alrededor de su filo hasta sangrar—. Por el poder otorgado a mí, libero el
primer sello —la sangre de Caesar provocó que de la espada naciera un intenso
resplandor azul—… Áxalon, te privo de una de tus cadenas, ¡muestra tu furia!
Un estruendo alertó a Bud del nacimiento de un gran poder. El cosmos
que emergió de la espada del Patrono dejó perplejos a todos los que se
encontraban en la redonda.
Bud, Hilda y Sergei quedaron consternados al escuchar una serie de
lamentos y gritos provenientes del interior de esa luz.
El Patrono elevó su cosmos, el cual armonizó con las flamas de su
espada — ¿Te sientes intocable por estar respaldado por un dios? —preguntó, tomando una posición ofensiva—. Imagina cómo me
siento yo al ser seguido por un ejército
que ansía su destrucción.
Balmung y Áxalon chocaron en un primer y estruendoso golpe. Las
espadas se repelieron con tal fuerza que casi escaparon de las manos de sus
respectivos espadachines, pero tras un rápido giro ambos volvieron a recobrar
equilibrio para impulsarse contra el otro.
Sergei de Épsilon avanzó hacia donde Hilda de Polaris se encontraba,
sujetándola a ella y al príncipe para alejarlos del lugar. Los constantes
golpes de espada desplegaban ráfagas de gran presión que estaban causando daños
y vibraciones por la explanada, hasta las montañas parecían crujir por el
enfrentamiento de ambos titanes.
El dios guerrero de Épsilon deseó ir en ayuda de su superior, pero
Hilda se lo impidió, diciéndole que debían confiar en Bud y en la voluntad de
Odín. Pero aun ante la petición de Hilda, Sergei no podía dejar de sentirse ansioso
por sumarse a la batalla.
Le parecía una locura pensar que conocía la identidad del guerrero
enemigo, ¡era imposible! Sin embargo, ¿sería el mismo sujeto que lo salvó de
morir en el agua helada? ¿Aquel que lo llevó a casa de Asdis y vio por su
bienestar? Si resultaba así… entonces existía una gran posibilidad de que un espectro
de su pasado haya podido volver a la vida.
Caesar y Bud se movían con una agilidad y fuerza que como oponentes
admiraron y respetaron. Mientras Bud era mucho más ágil, Caesar poseía un mejor
dominio con la espada, llevándolos a lidiar con un duelo muy parejo. Los cortes
luminosos desgarraban el aire, los choques metálicos resonaban por doquier. En
un ataque simultáneo, Bud y Caesar
terminaron pasando uno junto al otro, esperando que sus espadas hayan
herido a su respectivo rival.
Bud fue el primero en darse cuenta que en su brazal derecho apareció
una delgada fisura.
El Patrono sonrió complacido al comprobar que el filo de Áxalon era
capaz de rasgar una armadura como la que ahora protege al dios guerrero.
Bud por su parte no cambió su expresión para agregar— No sonreiría
tanto si fuera tú —apuntando su espada hacia el pecho de Caesar—, yo estuve más
cerca.
El Patrono miró pasmado el largo rayón que se trazaba en su ropaje, desde
su costado inferior derecho hasta su hombro izquierdo. El fino trazo resaltaba
en su armadura negra, Caesar supo que pudo haber sido un golpe fatal bajo otras
circunstancias.
— Por tu expresión es evidente que es la primera vez que te pasa algo
como eso.
— Mi Zohar… Ni siquiera los guerreros del Santuario fueron capaces de
causarle un raspón a nuestras armaduras —Caesar palpó la marca en su peto.
— Haces mal en compararnos con el Santuario.
— ¿Y por qué no? Ambos son regímenes que veneran cosas absurdas
—Caesar se mofó, alzando a Áxalón hacia el cielo con ambos brazos extendidos—.
El hombre tiene la oportunidad de recomenzar su historia en esta nueva era,
pero sus despreciables creencias se niegan a desaparecer… ¿Acaso no fueron los
dioses quienes comenzaron con las guerras santas desde la antigüedad? ¿No
fueron ellos quienes les mostraron a los mortales la habilidad de despertar sus
cosmos? ¿Todo para qué? Para que los mortales bailen en su escenario mientras
ellos observan cómo nos destazamos entre nosotros… Si fueran tan poderosos tal
cual presumen, ¿para que necesitarían que hombres como tú los protegieran?...—
cuestionó Caesar, concentrando su energía cósmica.
Bud contuvo la respiración al no saber qué contestar.
— ¿No puedes responderme cierto? Nadie ha podido… —el Patrono masculló
con sorna.
El dios guerrero imitó a su oponente, elevando al máximo su cosmos—
Estás queriendo decirme, ¿que tu objetivo es eliminar a todas las órdenes
sagradas que existen? —indagó.
— Desde hace años ese plan se ha puesto en marcha —Caesar sonrió con
malignidad, causando cierto temor en Bud—. Son pocos los que quedan, ¡y hoy
llegó su turno!
Caesar estuvo a pocos instantes de descargar todo su poder contra Bud,
con el cual esperaba fulminarlo. Sin embargo una aparición le impidió cumplir
su deseo.
— Lo siento pero… temo que eso tendrá que esperar —fueron las palabras que congelaron la situación.
Caesar quedó inmóvil ante la susurrante voz que sopló sobre su oído.
Bud frenó su embestida al ver a una figura sombría que de algún modo se abrió
paso hasta allí, justo a un costado del Patrono, sin que nadie lo hubiera
detectado.
Fue demasiado imprevisto, Caesar no logró reaccionar de manera
correcta para evitar que esa persona lo atrapara.
Un tornado de sombras nació de los pies del misterioso individuo,
desatando vientos huracanados a su alrededor.
Dentro del vórtice de la sombría tormenta, Caesar quedó inmovilizado
por la terrible presión que engarrotó su cuerpo. El suelo se volvió
completamente negro, donde un sinnúmero de manos negras lo sujetaron por las
piernas y brazos.
El joven movió el brazo de manera diagonal, siendo la orden que forzó
a todas esas extensiones a actuar.
— ¡¿Qué es esto?! —Caesar alcanzó a gritar lleno de frustración, viendo
cómo es que esas extremidades estaban hundiéndolo rápidamente en el piso oscuro
como si fueran arenas movedizas. Luchó por resistirse pero entre más lo hacía
más extensiones negras lo envolvían y lo jalaban.
— ¡¿Quién eres?! —bramó al joven que se encontraba de pie como el
centro de tal tempestad. El Patrono no llegó a comprender la razón por la que
sus poderes resultaban inútiles, como si hubieran sido sellados de manera
abrupta por ese maléfico entorno.
El joven no respondió, contempló en silencio cómo Caesar se perdió en
las profundidades de la oscuridad que pisaba.
Bud retrocedió, expulsado por la energía oscura que emergió del cuerpo
del misterioso guerrero. No pudo ver más allá del denso torrente negro que envolvió
al Patrono y al extraño individuo, por lo que cualquier acontecimiento ocurrido
entre ellos quedó fuera de su conocimiento.
Intentó acercarse, pero lo repelió una fuerza electrizante que tensó
su cuerpo. Abrumado por tal sensación, Bud prefirió desistir y esperar algún
cambio.
El tornado de sombras fue perdiendo intensidad y altura, succionado
por el suelo que había sido cubierto por la oscuridad. Una vez que se
desvaneció, la capa negra del piso fue achicándose hasta volver a su forma
original: la sombra del misterioso joven.
Pero para Bud, Sergei e Hilda dejó de ser un extraño, aún en la
distancia reconocieron el perfil y la complexión de uno de los suyos.
— ¿Aifor? —preguntó Bud, siendo el más cercano a él.
El joven tardó en reaccionar ante ese nombre, y con extrema pasividad
giró el rostro hacia su superior.
En efecto se trataba de Aifor de Merak, quien por alguna razón había
perdido su armadura sagrada. El chico lucía un poco sucio, pero ileso pese a
que sus ropas maltratadas mostraban residuos de una cruenta batalla.
— Aifor… ¿cómo es que tú…? ¿Qué hiciste, dónde está el enemigo? —Bud
preguntó, contrariado al no ver o sentir algún vestigio de su presencia.
— ¡¡No!! —escuchó a Sergei gritar al mismo tiempo en que el lobo
Aullido ladraba de manera feroz. El animal corrió hacia Bud, impidiendo que se
acercara al muchacho— ¡No se confíe, algo no está bien en él…! —Sergei no podía
explicarlo pero, compartía con un Aullido el mismo presentimiento.
El lobo fue mucho más sensible a las fuerzas que ahora dominaban el
cuerpo del dios guerrero de Merak, por lo que Sergei pudo percibirlo también a
través del vínculo existente con Aullido.
Hilda estaba tan confundida como su esposo, pero entendía que algo
estaba fuera de lugar. Aifor poseía grandes dones, es cierto, pero ¿llegar a
tal alcance en tan poco tiempo?
— ¡Él no es Aifor! —terminó diciendo el dios guerrero de Épsilon.
Bud e Hilda miraron con asombro al silencioso joven.
Aifor prefirió sonreír con tranquilidad ante tal acusación —Me evitan la
molestia de tener que mentir, es bueno porque me encuentro algo cansado.
— ¿Qué estás diciendo Sergei? —preguntó Bud, consternado al no creer
lo que escuchó.
— Él tiene razón, no pensaba ocultarlo de todas formas —respondió el
joven con la voz de Aifor de Merak—. Pero no tienen que preocuparse por mí, ya
he terminado mis asuntos aquí, Asgard ya no tiene nada que sea de mi interés.
— ¡Espera! —clamó Bud, desplazándose con rapidez. Colocó el filo de
Balmung junto al cuello del muchacho—. No vas a hacer nada hasta que me
expliques qué significa todo esto —dijo irritado—. Si no eres Aifor, entonces
¿quién eres? ¿Qué fue lo que hiciste?
El chico miró sin temor alguno al dios guerrero que portaba la
majestuosa armadura de Odín— Los he salvado a todos ¿no lo ves? —inquirió con
sorna—. Ese hombre los habría matado al final… deberías agradecerme en vez de
querer agredirme, humano.
— ¿Humano? —Bud repitió extrañado.
— Les he dado tiempo para que laman sus heridas. Por supuesto que no
puedo garantizar que sus enemigos no regresen a continuar con su tarea, pero
por hoy los dioses guerreros de Asgard se llevan la victoria. Yo se las he
concedido, no lo olvides nunca —musitó prepotente.
— ¿Por qué harías algo como eso? ¿De qué lado estás? —Bud cuestionó,
impaciente.
— No del tuyo por supuesto —Aifor
respondió—. Mas no tengo interés en ustedes, no planeo siquiera volver a
verlos. Lo que les suceda de aquí en adelante ya no me incumbe… Ese fue el trato —masculló airoso.
Aifor
desplegó una corriente eléctrica que le permitió alejarse del alcance de
Bud. Se percató del intento de Sergei de
Épsilon por atraparlo, mas lanzó al suelo un poderoso torrente de llamas
anaranjadas y negras que se alzaron como un campo protector a su alrededor,
impidiendo que tanto Bud como Sergei pudieran acercarse.
— En vez de preocuparse por mí, deberían estar más interesados en
socorrer a aquellos que yacen moribundos por el palacio —decidió recordarles—.
Para mí ustedes no son nada, no tengo
obligación alguna de satisfacer sus dudas… aunque podrían intentarlo con Clyde,
claro si se atreve a contar la verdad.
Las paredes de fuego se cerraron como cortinas alrededor del joven,
girando hasta transformarse en una nube de llamas, azufre e intenso calor que
obligó a los guerreros asgardianos a cubrirse.
El cúmulo de fuego se alzó en el aire como un cometa, perdiéndose entre
las nubes grises del horizonte.
Para cuando el calor intenso se aplacó, todo quedó en silencio. Sólo
Sergei siguió inquieto, buscando con desesperación algo.
Bud aún se sentía inseguro y lleno de dudas ¿de verdad todo había
terminado de manera tan abrupta? ¿Qué fue eso último? ¿Qué sucedió con el
guerrero de Merak? ¿Qué tenía que ver Clyde en todo esto? Se preguntaba al
escudriñar con sus sentidos el entorno. Como una respuesta afirmativa a la
principal interrogante, el ropaje sagrado de Odín comenzó a brillar, anunciando
la inminente separación.
La armadura divina abandonó el cuerpo de Bud, armándose en su forma
original sobre el derruido altar, a los pies de la inmaculada estatua de Odín.
Cuando la espada Balmung tomo su lugar correspondiente, el estruendo
simuló un cerrojo que le permitió a Hilda y a Bud saber que estaban a salvo…
por ahora.
Las nubes de tormenta comenzaron a alejarse hasta perderse en el
cielo, como si huyeran del brillo de la armadura de Odín, la cual permanecería
allí hasta que el último de sus enemigos fuera derrotado.
FIN DEL CAPITULO 33