Días atrás…
Por unos segundos en su mente aturdida,
creyó que todo lo acontecido los últimos siglos había sido sólo una funesta
pesadilla al despertar en una de las alcobas del Palacio de Poseidón y no en
una mazmorra o a la orilla del río Aqueronte.
Sólo hasta que miró las vendas en su
cuerpo es que el dolor se inyectó en él para hacerle entender un par de cosas:
estaba vivo y todo lo anterior no fue un sueño.
Abrió los ojos de par en par y se irguió
de un sobresalto que no tomó por sorpresa al médico que velaba su recuperación.
Paralizado por un agobiante dolor en el
pecho, Atlas no logró abandonar la cama en la que se le permitió reposar tras su
última batalla. Sudó copiosamente por el ardor de las heridas, mirando a la
única persona que quizá podría esclarecer la situación.
— Debes tomarlo con calma, aún no has
sanado lo suficiente— le pidió el humano que vestía una túnica azul sobre la
que resaltaba una estola blanca en el cuello, tal y como los antiguos
sacerdotes de la Atlántida usaban en la antigüedad.
El hombre de cabello oscuro y barba rizada
se acercó con cautela, sabiendo lo impulsivos y aguerridos que pueden ser los
guerreros de los dioses.
Atlas miró hacia los altos muros blancos
de la habitación, buscando algo con desesperación, una respuesta que necesitaba
oír.
— ¿Por
qué…? —logró decir, encorvado por las dolencias provenientes del centro de
su pecho, donde la espada Áxalon lo hirió de manera mortal.
Atlas removió la sábana azul e intentó
levantarse, mas cayó pesadamente de rodillas vistiendo únicamente pantalones y
vendajes. Pretendió levantarse apoyando las manos en el suelo, viendo que sólo
una de sus palmas llegó a tocar el piso. Desconcertado, el santo de Aries miró
su hombro derecho, encontrándose con un muñón vendado.
— Lo siento, no hubo forma de salvar tu
brazo— dijo el médico de manera comprensiva, poniendo sobre los hombros del
santo una túnica roja para mantenerlo en calor—. Pero es gracias a la
benevolencia del Emperador que estás con vida— le dijo, sabiendo que su
supervivencia fue más por obra divina que por cualquier tratamiento médico—.
Alégrate.
Alégrate resonó en su
cabeza con tal fuerza que le causó una gran incomodidad. ¿Realmente debía sentirse
agradecido? Perder un brazo no era la
razón de su angustia, sino el haber sido salvado por el dios al que traicionó
hace tanto tiempo… ¡¿Por qué lo hizo?! ¿Piedad, perdón o sólo una extensión más
de su castigo? ¡Tenía que saberlo!
Sacando fuerzas de su flaqueza, Atlas
logró levantarse y andar hacia la salida de la habitación. El médico trató de
detenerlo con advertencias que se perdieron en los oídos del atlante, quien
avanzó descalzo por el interior del Palacio.
No encontró guardias en el camino, y
aunque los hubiera los habría manipulado para que lo dejaran avanzar en paz,
pues quisiera o no aún tenía cierta influencia sobre la voluntad de los marinos
de su padre, lo comprobó cuando envió a los marines shoguns a luchar contra el
coloso de Sennefer y los otros Patronos que invadieron la Atlántida.
Débil de cuerpo, mas no de espíritu, Atlas siguió el camino que lo
llevaría a encontrarse con su salvador,
quien se movía en la distancia sin intenciones de ocultarse de él o evadir la
reunión que estaban destinados a tener para así concluir su historia.
Los pasillos del Palacio no trajeron
recuerdos nostálgicos que frenaran los pasos de Atlas, mas cuando puso un pie
en el exterior, se quedó inmóvil ante el gran Corredor de los Reyes. Éste era
uno de los pasillos exteriores principales del Palacio de Poseidón, donde la
historia de su familia estaba
plasmada en once bellas fuentes incrustadas en altas paredes de mármol.
Los dos grandes muros paralelos estaban
seccionados por columnas para formar diez paredes en las que se encontraban
detallados grabados y relieves sobre las que delgadas capas de agua caían de
manera constante. En cada una de las fuentes se plasmaba la mayor hazaña de
cada uno de los antiguos reyes de la Atlántida, sus hermanos Diáprepes, Azaes, Méstor,
Elasipo, Autóctono, Mneseo, Evemo, Anferes y su gemelo, Gadiro.
Atlas avanzó despacio por ese corredor,
mirando las representaciones de sus hermanos y sus notables epopeyas… Tras
siglos de luchas y destrucción, jamás esperó que ese lugar continuara tal cual
recordaba, y por supuesto no le sorprendió que la pared que debía contener su
imagen sólo fuera un muro liso sobre la que el agua caía.
Sin embargo, cualquier tristeza de
antaño desapareció en el instante en que contempló la onceava fuente al final
del Corredor de los Reyes, la más amplia y bella sobre la que se encontraba la
imagen de Clito, su madre. En el medio del mural la hermosa dama estaba de pie,
con las manos sobre su vientre de donde resaltaba el símbolo del tridente de
Poseidón; a su espalda se encontraba una alta colina y las olas del mar a su
alrededor protegiéndola; en la falda de su vestido se plasmaban los diez pequeños
niños que engendró con el dios del Mar, quienes al crecer se volvieron los soberanos
de la Atlántida.
De los once, ese mural era su favorito,
fue siempre el favorito de todos, incluso el de su padre, quien aún ahora lo
contemplaba con cierta devoción.
Atlas pasó sus ojos del mural hacia la
espalda de Poseidón, quien estaba sólo a un par de metros de distancia más adelante.
No sentía que el Emperador estuviera ignorándolo, pero sí que esperaba que
fuera él quien pronunciara la primera palabra.
La frustración que lo había acompañado
durante todo el recorrido por el Palacio desapareció conforme caminó por el
Corredor de los Reyes, por lo que con una mente más clara y mejor actitud, es
que logró hacer la pregunta que lo atormentaba con una voz pasiva, en el idioma
de los atlantes—: ¿Por qué me habéis
salvado?
Poseidón aguardó unos segundos antes de
responder.— La muerte es un sosiego que no merecéis, por lo que continuad viviendo
y expiando la condena de vuestros pecados —citó para vergüenza de
Atlas, dando una larga pausa para poder proseguir—. Por vuestro reniego a la vida sospecho que esas son las de palabras que
queréis escuchar de mí, ¿no es así?
Atlas se sintió aún más confundido en
ese momento.
— Teníais
todo el derecho de dejarme perecer —concluyó Atlas con la mirada baja.
— Vos
también, y aun así me protegisteis— el Emperador añadió, para sorpresa del
atlante—. No podía actuar diferente
—confesó—. Mas no significa que os haya perdonado
—dijo, girándose finalmente hacia él para sostener su mirada.
Atlas no temió por su vida, por lo que
estaba dispuesto a aceptar cualquier nueva condena que fuera a imponérsele. Se
arrodilló y aguardó una sentencia.
— No
obstante, considero que el castigo ya ha sido suficiente —Poseidón explicó
con un gesto serio y autoritario—. Vuestra
gente ya ha sido puesta en libertad y estarán al cuidado de la Atlántida hasta
el final de los días; serán tratados con igualdad y se les dará lo necesario
para que puedan tener una vida próspera.
— ¿Es…
eso cierto? —Atlas cuestionó, perplejo.
Poseidón asintió.— No deseo cosechar más sombras que en el futuro puedan ennegrecer mi reino,
ya es tiempo de concluir el círculo de odio que las Moiras crearon a nuestro
alrededor.
Atlas se agachó con claro agradecimiento;
si bien pudo aceptar con dignidad la penitencia de Poseidón en la era
mitológica, el que su dinastía fuera también condenada por su decisión era algo
que lo atormentaba cada momento de cada día.
— En
cuanto a vos, Atlas de Aries, asesino de reyes, en compensación de la ayuda que
otorgasteis a mi reino en la última batalla, yo os libero de la condena impuesta por el Olimpo —determinó
con tono imperioso.
El santo apenas pudo creer que estaba
escuchando tales palabras, pensó que sería algo imposible, que ni aun viviendo
eternamente Poseidón lo indultaría… y ahora no sabía qué decir. En su
incredulidad le costó respirar, sintiendo que estaba a punto de sollozar por el
sobrecogimiento en su ser, por lo que mantuvo la cabeza gacha como honesta
respuesta de agradecimiento, pues ningún santo tenía permitido reverenciar a
otro dios que no fuera la sabia Atena.
Poseidón lo miró allí, postrado y
temblando de manera involuntaria, sabiendo bien que esa era la forma en la que
Atlas actuaba desde que era un chiquillo orgulloso.— En cuanto vuestras heridas hayan sanado deberéis idos —añadió,
avanzando de regreso al interior del Palacio—.
Regresad al lado de la diosa a la que decidisteis servir y no volváis —dijo,
pasando a un lado del santo arrodillado, pudiendo escuchar un débil Gracias que sintió de corazón.
Poseidón se detuvo al quedar de espaldas
del santo de Atena.— Eso es todo lo que
tenía que decir como Emperador, pero como padre diré una cosa más —dijo,
sin mirar atrás—: Vive, Atlas. Deja la
oscuridad de tu vida aquí y abraza la luz de la nueva era— fueron las últimas
palabras antes de desparecer dentro de la inmensidad del Palacio.
Capítulo
63.
Batalla
de reyes. Parte I
Grecia,
Santuario de Atena.
Exterior
del Templo del Patriarca.
— ¿Quién es usted? — Shunrei pudo
preguntar al fin, con un respeto infundido por lo que acababa de presenciar.
Ante la orden de la mujer de gafas oscuras, el inmenso titán se retiró como un
niño regañado.
La rubia permaneció de espaldas, girando
sólo un poco la cabeza para responder, mas sus palabras fueron interrumpidas
por el shaman Kenta, quien descendió a toda velocidad en la explanada del
Templo.
—
¡Señora Asakura, está aquí!
La misteriosa mujer súbitamente giró el
rostro hacia el imprudente shaman, quien, pese a no ver sus ojos por las gafas negras,
se atragantó al imaginar claramente una mirada furiosa.
— Hiragizawa
—corrigió ella—. Señora Anna Hiragizawa* —puntualizó—. Recuerda que el imbécil de tu jefe me abandonó —recalcó.
—
¡Ci-cierto, disculpe mi imprudencia señora… Anna! —Kenta se
disculpó con claro nerviosismo—. Es una
alegría verla después de tantos años. Es bueno contar con su ayuda
—agradeció inclinando la cabeza, siendo entonces consciente de algo—. ¡Pe-pero señora Anna…! ¡¿Por qué trae
consigo a un bebé?!
Anna palpó la espalda de la bebé
durmiente pese a los sobresaltos y alborotos del entorno; lucía tan tranquila
pegada al pecho de su madre, y sólo el chupete rosado en su boca se movía al compás
de sus respiraciones.
—
¡Es peligroso! —Kenta
reiteró.
— El lugar más seguro para un bebé es al
lado de su madre —la mujer respondió con indiferencia—. Además, el mundo está derrumbándose,
¿con quién iba a dejarla con la certeza de que estaría a salvo? ¿Con patanes
como ustedes? —resopló—. Son tan incompetentes como el inútil de su jefe.
— Señora
Anna, por favor, no tiene que hablar así del señor Asakura —pidió el otro
Oficial que la acompañaba, quien apenas llegaba al lugar. Sólo hasta entonces es
que mostró que llevaba a alguien en brazos.
— ¡Syd! —Hilda de inmediato corrió hacia
el hombre, arrebatándole el pequeño cuerpo de su hijo—. ¡Syd, por favor abre
los ojos! ¡¿Qué pasa?! ¡¿Por qué no reacciona?! —preguntó con desesperación,
trayendo un momento de silencio por el que todos pudieron centrarse en el
peligro que los rodeaba.
Hilda comenzó a sollozar al ver el pálido
aspecto de Syd y sentir el frío de su cuerpo. ¡No podía ser que su hijo
estuviera muerto! ¡No lo aceptaba!
— Aún no es tarde para él —Anna habló,
manteniendo la distancia—. Si regresamos lo que esa criatura le arrebató, es muy posible que pueda salvarse.
— ¿De-de verdad? —Hilda preguntó con un
brillo de renovada esperanza, lo que le permitió hasta entonces sentir un débil
palpitar en el pecho del niño que apenas respiraba.
— Mantenlo con vida hasta entonces, del
resto ya nos encargaremos cuando llegue el momento —Anna aseguró con una
confianza absoluta.
— Si
ella lo dice es que es verdad —Kenta intervino, sabiendo que debían hacerse
las presentaciones adecuadas—. Ella es
Anna A-Hiragizawa —casi cometió el mismo error, lo que habría costado dos
costillas rotas en el mejor de los casos—, el
señor Yoh debió haberla llamado para que nos ayudara con la situación aquí, ¿o
me equivoco? —preguntó, ya que él no estaba enterado del por qué la
sacerdotisa había sido convocada, sólo se alegraba de que hubiera llegado en el
momento en que más la necesitaban.
— En efecto —Anna se quitó las gafas de
sol, mostrando unos alargados y fríos ojos negros enmarcados en un bello rostro—,
el Rey de los Tarados me suplicó que
viniera a este caluroso sitio ya que estaba seguro de que algo grave iba a
pasar, y vaya sorpresa, esta vez no se equivocó.
Anna se apartó un poco, mirando el
horizonte hacia donde proyectó sus sentidos, siguiendo con interés la batalla
que se suscitaba muy a lo lejos.
— ¿Entonces puede ella explicarnos lo
que está ocurriendo? ¿Por qué Seiya ha cambiado de esa manera? No lo entiendo
—Shunrei inquirió, aferrada a Arun, quien veía con preocupación al moribundo
Syd en los brazos de su madre.
Kenta tardó unos segundos antes de
responder—: Todo indica que el santo de
Pegaso ha sido poseído por una entidad maligna a la que ya escucharon llamarse
a sí mismo Hades, dios del Inframundo.
— ¡¿Es eso posible?! —La esposa del
Patriarca se sobresaltó, pues sabía que el dios nombrado había sido eliminado
por Atena en los Campos Elíseos.
— Yo…
no estoy seguro —Kenta confesó, avergonzado.
— ¿En verdad esa entidad que se
encuentra dentro de Seiya es Hades? —Shunrei le preguntó a Anna, intuyendo que
ella era la que tenía las respuestas correctas—. ¿El mismo Hades que invocó el
Eclipse hace más de quince años?
— ¿Eso les dijo? —Anna preguntó casi
sonriendo—. Por lo que puedo percibir es apenas una sombra de lo que el Olímpico fue… Una parte de él que de algún
modo logró sobrevivir a la destrucción de su verdadero ser y estuvo oculta en
el interior de ese hombre llamado Seiya… Lo increíble
es que pudo pasar desapercibido para los sentidos de Yoh y de otros shamanes
—comentó, meditando si realmente Yoh lo desconocía o sólo fingió no darse
cuenta, pero rápidamente apartó tales pensamientos al no creer que el susodicho
fuera tan inconsciente al tratar con un asunto tan delicado—. Pero eso no
quiere decir que no sea un peligro —admitió con seriedad—. Es obvio que ha
decidido alimentarse de esencias divinas en un intento de fortalecerse, si se
lo permitimos podría convertirse en algo peor que el Hades que alguna vez sus
guerreros enfrentaron.
— ¿Podría
volverse más fuerte? —preguntó Kenta, aterrado por tan sólo pensarlo.
—
Por ahora la fuerza de su cuerpo huésped y el alma que robó de este niño
parecen haberse amalgamado bien a su propia esencia... Así que sí, puede convertirse
en una calamidad, por ello deben eliminarlo antes de que eso ocurra.
— ¡¿Matar a Seiya?! No, Shiryu jamás lo
permitiría —aclaró Shunrei, negándose al plan.
— No hay otra manera —dictaminó Anna con
frialdad—. Un exorcismo no servirá… ni siquiera Yoh creo que sea capaz de
hacerlo, no es algo que haya enfrentado antes. Por lo que puedo ver, la esencia
de Hades se implantó en el corazón del santo de Pegaso de tal forma que se ha
vuelto una parte indispensable de él… removerlo lo mataría y en el mejor de los
casos quedaría siendo sólo un despojo incapaz de valerse por sí mismo. No es
que sea pesimista, es sólo que no hay opción.
— ¿Es verdad todo lo que has dicho?
—escucharon de una voz que se adelantó a la aparición del Patriarca en la plataforma
que todos ellos compartían.
— ¡Shiryu! —Shunrei se alegró un
instante, pero pasó a la angustia al percatarse del cuerpo sin vida que él traía
en brazos.
La sacerdotisa Anna reconoció el poderío
del santo del Dragón, no sólo por su armadura sino por el aura que lo rodeaba,
sin duda estaba ante el líder de los santos de Atena. — Si hubiera otra manera
se los diría —juró.
Shiryu dejó el cuerpo de Albert en el
suelo, permitiendo que Shunrei se acercara y confirmara el deceso del santo de Géminis.
Intentó contener el llanto delante de su esposo, pero sus sollozos no pudieron
esconderse. Aun sin saber que Albert actuó por influencia de una técnica
mental, Shunrei no podía odiar a uno de los santos que vio crecer en el
Santuario, siendo Albert el más cercano a Shiryu desde que era un niño. En
verdad lamentaba su muerte.
Apesadumbrado por el dolor que compartía
con Shunrei, el santo de Dragón se alejó de ellos con la clara intención de ir
en ayuda de Asis de Sagitario, pesando en su ser el que este día no sólo había
asesinado a un discípulo, sino que también tendría que acabar con la vida de un
querido hermano.
/ - / - / - /
La Atlántida, reino de Poseidón.
Dentro del Sustento Principal, Poseidón
buscó aislarse de todo para centrarse sólo en la protección de la Tierra, que
era amenazada por la prominencia solar que Apolo dirigía contra ella.
Al no tratarse de un evento natural, el poder del dios del
Sol incrementó de manera notable las llamas y la radiación que sólo otra fuerza
igual o superior sería capaz de contrarrestar, siendo el cosmos de Poseidón la
única razón por la que la Tierra no había sido arrasada por ese castigo divino.
No obstante, en el tiempo en que ha
sostenido ese duelo distante, comprobó algo humillante, sobre todo cuando tosió
al sentir una punzada ardiente en el pecho. Julián Solo saboreó la sangre que
le manchó los labios, prueba de que había llegado al límite que tanto temía.
Desde que encarnó al primero de sus
avatares en la antigüedad, Poseidón se había percatado de que un cuerpo humano no era un recipiente ideal que pudiera
soportar la carga del auténtico poder de un dios como él… Pero ese había sido
el castigo de Atena, sellar no sólo su alma de manera permanente sino también
el verdadero alcance y magnificencia de su cosmos.
En las pasadas guerras santas en que se
batió contra la diosa de la Sabiduría, ambos se encontraban en igualdad de
condiciones, atados a cuerpos mortales; pero todo era distinto ahora que
intentaba combatir a un dios como Apolo, quien podía soportar la pesada carga
del universo sin consecuencias.
— ¡Emperador!
—alcanzó a escuchar dentro del inmenso pilar, era la voz de Tetis, quien había
permanecido como custodia de las puertas que selló en cuanto ingresó.
Julián sacudió la cabeza e ignoró el
llamado de su súbdita, agradeciendo que ella ni ninguno de sus guerreros
pudiera ver las marcadas gotas de sudor en su rostro.
En el exterior, Tetis palpó la puerta
sellada con preocupación, como si algo dentro de ella supiera el peligro que
corría su señor.
— ¡Señor Poseidón, por favor responda!
—suplicó, queriendo escucharlo decir que todo estaba bien, mas su prolongado silencio
no hacía más que acrecentar sus temores.
— Él está bien, pero no por mucho tiempo
—la sirena oyó, girándose a la defensiva, dispuesta a enfrentar a quien quiera
que se hubiera atrevido a llegar hasta allí.
— ¡¿Tú?! — Tetis lo reconoció, siendo un
hombre que durante años acudió a reuniones con el Emperador—. Yoh Asakura, ¿qué
es lo que estás haciendo aquí? —preguntó con cierta desconfianza.
— Intentando ayudar, arreglar ciertas
cosas —explicó, conservando las manos dentro de los bolsillos de su holgado
pantalón—. Y también intento disuadir a tu señor de que el suicidio no es la mejor estrategia…
— ¡¿Qué?! —La sirena se sobresaltó.
— Él está intentando romper la barrera
que mantiene cautivo su verdadero ser, piensa que es la única manera que tiene
para vencer al enemigo y detener la hecatombe solar —el Shaman King explicó
sonriente, como un niño que había revelado un secreto que no debía.
— No
te entrometas en esto. —Yoh recibió la inmediata reprimenda del dios del
Mar, quien habló a través del cosmos—. Aléjate,
ambos deben hacerlo —ordenó.
— ¡Emperador, no lo haga! —Tetis clamó,
angustiada.
Justo en ese instante arribaron al sitio
Enoc de Dragón Marino, Sorrento de Siren, Caribdis de Scylla y Nihil de
Lymnades, seguidos por Atlas de Aries. Como si todos ellos pudieran ver a
través de los muros del Sustento Principal, entendieron inmediatamente la
situación por la que Tetis se encontraba tan afligida.
— Escúchenme
bien, mis marines shoguns —dijo, sabiéndolos allí reunidos y triunfantes
tras la batalla con los ángeles—. El
peligro que se cierne sobre el mundo ha superado mis expectativas, y por ello
deberé hacer uso de mi poder real, uno que no me permitirá permanecer más
tiempo aquí, con ustedes, en esta forma —explicó, sin dudar de la decisión
que había tomado.
Los marinos se sobresaltaron, mientras
que el Shaman King y el santo de Aries permanecieron expectantes.— ¡Aunque este cuerpo vuelva a la tierra, yo
triunfaré! ¡Dejaré el resto en sus manos! —anunció, determinado a liberar
el poder que durante siglos ha permanecido dormido dentro de su ser.
El Sustento Principal vibró con gran
fuerza antes de encenderse completamente por el cosmos aguamarina del dios del Mar,
desmoronando construcciones aledañas del Palacio y agitando el océano del
planeta entero. Tethis sintió su scale vibrar al punto de la ruptura y un
intenso calor lastimándole el cuerpo, mas en vez de alejarse se empecinó en permanecer
allí.
El resto de los presentes se admiraron
del poder creciente del emperador Poseidón, el cual parecía no tener límites; sin
embargo, conforme se volvía más poderoso, mas abandonaba la humanidad que le
daba forma.
Los marines shoguns dudaron sobre qué
hacer, sabiendo que cualquier intento por contradecir al dios sería desacato,
pero aun así ¿estaría bien sólo obedecer sin más?
Antes de que Sorrento obligara a Tetis a
retroceder, la sirena aferró sus manos a las compuertas del Pilar en un
desesperado intento de abrirlas, cerrando los ojos con dolor al sentir sus
manos quemarse con tal solo tocar la superficie.
— ¡Tetis, ¿qué estás haciendo?!
¡Morirás, apártate de allí en este instante! —clamó Sorrento al ver que la
sirena manifestó su colorido cosmos, el cual junto al radiante Sustento
Principal era un insignificante punto luminoso.
— ¡No lo haré! —gritó ella, desistiendo
de abrir las puertas del Gran Pilar pero manteniendo las manos sobre éstas,
dejando que su cosmos fluyera y se fundiera con el del Olímpico—. Lamento no
poder obedecer su mandato Emperador… pero no puedo traicionar mi corazón, es mi
más ferviente deseo el ayudarlo. Aunque mi fuerza sea un simple grano de arena
dentro de la infinidad de su cosmos, deseo pelear a su lado, ya que… —se
atragantó por las lágrimas se le acumulaban en los ojos— ¡Este reino no sería
lo que es sin usted aquí! —exclamó con valentía—. ¡No pienso vivir en un mundo
donde mi Emperador no pueda disfrutar la vida que se permitió aceptar! ¡No dejaré
que termine de esta manera! —sentenció.
No hubo respuesta por parte del
Emperador, quien se sentía sobrecogido por la lealtad y amor expresado por
Tetis.
— ¡Ella tiene razón!— Enoc avanzó hacia
Tetis, posando su mano sobre el hombro de la sirena al momento en que encendía
su cosmos, buscando la armonía con el del Emperador del Mar—. ¿Acaso ha
olvidado lo que nos dijo aquel día en el Templo Principal, mi señor? —cuestionó
respetuoso—. Somos sus armas, nuestros
cosmos arden con un sólo fin y ese es el brindarle la victoria en sus metas.
¡Permita que nuestras vidas completen la fuerza que necesita sin llegar al
sacrificio! ¡No es un pensamiento digno de usted el consentir que Apolo se
imponga de esta manera, la batalla apenas ha comenzado!
Sorrento cerró los ojos y sonrió un poco
al escuchar las palabras de Enoc, quien tenía las agallas suficientes para
hablarle de esa forma al dios del Océano y no temer las represalias… sin duda ese
coraje era la razón por la que fue nombrado comandante del ejército marino. El
marine shogun de Siren avanzó y posó su mano sobre el hombro libre de Tetis,
imitando a sus camaradas.
— Dijo que confiaría en nosotros
ciegamente, Emperador, ¿acaso cambió de opinión? —preguntó, como lo haría a un
amigo.
Nihil tomó por el brazo a la estoica
Caribdis, guiándola hacia donde el resto de los marines shoguns estaban para
unir sus cosmos al de ellos.
— No es como si fuera a morir en el sentido propio de la palabra—el
Shaman King explicó al santo de Aries, quien aguardaba convenientemente a su
lado—. Los dioses no mueren con tal
facilidad, sólo demoraría su regreso a la Tierra, pero parece que
malinterpretaron mis palabras.
Atlas miró de reojo al Rey de los
shamanes, notando la sonrisa traviesa en su rostro.— ¿Es esta la reacción que esperabas? —le preguntó ante la declarada
maquinación.
— No, pero esto resultó mejor —confesó,
mirándolo fijamente a la cara un instante para después retornar su atención al
radiante Sustento Principal—. La humanidad y los dioses caminando de la mano,
olvidando el pasado y perdonando los rencores… un panorama que Avanish cree
imposible se muestra ahora en nuestro mundo pese a tantas paradojas… Ganamos —musitó, para extrañeza que
Atlas—. Ahora sólo nos queda solucionar tres grandes problemas que ensombrecen
nuestro futuro, y este pequeño contratiempo no puede demorarnos —Asakura aclaró
con semblante despreocupado y entusiasta—. ¿Me escuchó emperador Poseidón? —lo
llamó, avanzando un par de pasos, sabiendo que sería escuchado por el dios—.
Dejemos en manos de los habitantes de este mundo su protección mientras
nosotros lidiamos con problemas de nuestra liga, ¿qué opina?
Poseidón siempre intentó ser paciente al
interactuar con el Shaman King, mas antes de que objetara su burda insinuación,
él percibió el gran poder que vibraba junto al suyo, uno que segundo a segundo
crecía y provenía de los corazones de sus marines shoguns.
—Yo creo que en verdad podemos confiar
en ellos —aseguró Yoh Asakura, esperando
la respuesta del dios del Mar.
/ - / - / - /
Grecia.
Asis de Sagitario retuvo y alejó lo más
que pudo a Hades del Santuario, de Arun
y del titán. Mas su poderoso rival no toleró ser tratado de tal manera, por lo
que al encender su cosmos rojizo éste comenzó a quemar al santo de oro.
Asis resistió lo suficiente, y aunque la
cloth divina le evitó grandes daños, no lo salvó de que las palmas de sus manos
y su mejilla izquierda se carbonizaran por las llamas cósmicas.
Cuando vio que el gigante de oro
desapareció del cielo, lo tomó como la señal que necesitaba para reiniciar el
combate. Al soltarlo, se aseguró de patearlo en la espalda para crear una
distancia prudente y así ejecutar la volátil técnica—: ¡Furia de Quirón!
Creando un segundo sol en el firmamento
dentro del que Hades desapareció.
Tras la detonación cósmica, el resplandor blanqueó el entorno un par de
segundos en los que la fantasmal silueta de Hades
se colocó frente a Asis, quien no logró reaccionar cuando fue vapuleado por
numerosos meteoros rojos.
Antes de terminar estampado en el suelo
rocoso, Asis desplegó sus alas, generando una ola expansiva que disminuyó la
velocidad del resto de los cometas que se aproximaban, permitiéndole
esquivarlos e impulsarse hacia su oponente.
Del puño de Asis se liberaron miles de
truenos dorados, a lo que el dios
respondió lanzando más meteoros rojos, imitando por reflejo la técnica del
santo de Pegaso.
Relámpagos y meteoros chocaron entre sí,
siendo Asis quien se desplazó de manera temeraria entre los estallidos para
alcanzar a Hades, golpeándolo brutalmente
en la cara. Aprovechando la conmoción momentánea del enemigo, el santo de oro
logró impactar una decena más de puñetazos en los puntos vitales de aquel hombre
poseído, fallando el último de ellos cuando sintió una presión abismal en todo
su cuerpo.
Los ojos de Hades mantuvieron un destello rojo con el que parecía someter los
movimientos de Sagitario.
Asis luchó, pero apenas y lograba mover
un centímetro de su cuerpo por cada segundo que pasaba, y en una batalla de tal
magnitud hasta en un parpadeo la muerte podría alcanzarte.
Hades permaneció en
silencio, sin importunarle el labio partido del cuerpo que poseía, después de
todo él no sentía ninguna lesión como propia.
El peliblanco sintió que el cosmos de Hades lo oprimía cada vez más, como si
esperara pulverizar cada uno de los doscientos seis huesos de su esqueleto.
Cuando escuchó la armadura de Sagitario crujir y vio las primeras grietas en
ella, creyó que todo estaba perdido. Apretó los dientes mientras intentaba
liberarse de tal presión.
— Los
humanos siempre se empeñan en retrasar lo inevitable —musitó el dios, preparado para asestar un golpe
fulminante contra el indefenso santo de Sagitario, mas un rugiente cosmos
desplazándose por el cielo detuvo la ejecución.
Hades desapareció
antes de que un serpentino cosmos esmeralda lo alcanzara, desplazándose hacia
un punto lejano a aquel en el que el santo de Dragón apareció en el aire.
Libre del cosmos del dios, Asis voló
junto al Patriarca, agradeciendo en silencio su intervención. Imaginando que le
exigiría una explicación intentó hablar, mas con una simple señal el Patriarca contuvo
sus palabras.
— Conozco la situación, mucho mejor de
lo que tú crees… Por eso es que sé bien que no podré hacerle frente a esta
entidad yo solo. Necesitaré que me respaldes, ¿te sientes capaz? —lo cuestionó.
— Como si hubiera nacido para este
momento —fue la respuesta del santo dorado.
— Entonces, permíteme un último descuido… Es algo que debo hacer —le pidió, avanzando un poco
hacia el enemigo, quien lo contemplaba con indiferencia.
Para sus sentidos tan agudos y la forma
que tenía para percibir al mundo en la oscuridad, Shiryu sentía una gran
confusión al estar ante aquel poder que reconocía como el que Hades manifestó
en los Campos Elíseos, pero también distinguía el que le daba fuerza a la
constelación de Pegaso, mezclado con una tercera presencia que sólo había
sentido una vez en Asgard hace muchos años. Esas tres esencias se fundían en
una caótica entidad que estaba empecinada en concluir las ambiciones del dios del
Inframundo.
Por ello y más es que Shiryu sintió la
necesidad de hacer una absurda petición.— Seiya, si puedes escucharme necesito
que lo demuestres, hermano. Si continúas allí dentro dame una señal, la que sea
—pidió, sin avergonzarse de tal suplica.
El dios
no reaccionó de ninguna forma, escuchó atentamente para limitarse a decir—: En los Campos Elíseos juré que acabaría con
el alma de Pegaso… Él ya no existe, y pronto ninguno de ustedes lo hará.
/ - / - / - /
Más allá del infinito, en un espacio
diferente y fuera de la comprensión de cualquier mortal se encuentra el hogar
de los dioses, seres inmortales que
nacieron del cosmos y fueron bendecidos con la sabiduría del universo y el
poder del dunamis.
Dentro de uno de estos espacios
gobernaba Apolo, renombrado dios del Sol e hijo del omnipotente Zeus.
Su morada era un inmenso templo sin techo
y sobre el que un radiante sol siempre se encontraba en su cenit, bañando con
su luz las blancas paredes. El suelo parecía estar hecho de mercurio, sirviendo
como un espejo metálico que reflejaba la maravilla del ambiente, la pureza de
los muros, el precioso rojo del cielo y las algodonosas nubes anaranjadas de
aquel eterno atardecer. En el centro de tan magnifico templo de base
rectangular se encontraba Apolo, de pie y en total solitud.
La figura del dios resaltaba aun entre
los vibrantes colores del cielo, su cabello rojo y rizado coronaba su cabeza,
mientras una tiara de oro le cubría la frente. Su esbelto y largo cuerpo se
encontraba envuelto por una larguísima capa blanca que se mecía con el paso del
aire sobre ella.
Ante su total quietud era increíble
imaginar que se encontraba en pleno duelo de poder contra el mismísimo dios de
los Mares, Poseidón, quien lo combatía desde el planeta Tierra.
Lo cierto es que Poseidón era alguien a
quien debería temer o con quien tendría que evitar cualquier tipo de
confrontación, mas confiado en que él se había fortalecido mientras el hermano de su padre se había vuelto débil, el dios del Sol tenía la certeza
de que su voluntad se cumpliría.
En el momento en que sus heraldos
comenzaron a perecer, no hubo tristeza, ni pena en sus derrotas, sólo un
desprecio aberrante al saberlos vencidos por míseros humanos, avivando más las llamas de la prominencia solar que
dirigía contra la Tierra.
Seguía sin comprender por qué era el
único dios dispuesto a no tolerar más las infamias que estaban cometiéndose en
ese desdichado mundo. No sólo los humanos habían osado atentar contra los
dioses crédulos que confiaron en sus artimañas; los impíos esbirros de Nyx
estaban intentando volver a este plano a través de la corrompida Tierra; una
abominación sin precedentes crecía en el interior del santo de Pegaso; y
Poseidón había perdido lo último que le quedaba de cordura al decidir proteger
un mundo tan corrupto y enfermizo del que jamás dejarán de brotar calamidades.
¿Era por miedo a Zeus? Desde que el rey
de los dioses proclamó ese infame pacto con los humanos todos los Olímpicos
parecieron haber perdido la dignidad… Nadie objetó pese a que en el fondo
algunos lo desaprobaban, incluso el padre de los dioses se atrevió a darle a
Atena el control del Olimpo… a ella, quien fue la iniciadora de tanto desorden
al permitirles a los humanos descubrir las bondades del cosmos.
Quizá los demás dioses podían
soportarlo, pero él no… No más.
— Es extraordinario ver que alguien que dice
despreciar el pacto de Zeus para con el hombre, haya decidido beneficiarse
tanto de él.— Apolo escuchó una voz que no lo tomó desprevenido, nadie entraba
a sus dominios sin él saberlo, por mucho que este individuo intentara
ocultarlo. Pero el intruso no deseaba esconderse, mucho menos atacar a
traición, por lo que apareció frente al dios del Sol momentos antes de que éste
abriera sus grandes e inclementes ojos azules.
— Apolo, ha pasado mucho tiempo —dijo el
hombre joven envuelto por una austera capucha blanca que resplandecía como si
estuviera hecha con hilos de luz.
El Olímpico no respondió pronto,
sabiendo que sería indigno de su parte pronunciar el nombre de la despreciable
entidad invasora.
— ¿Cómo
osas dirigirme la palabra o siquiera mirarme a los ojos, falso dios de la
Tierra? —cuestionó el imperturbable dios del sol—. ¿Planeas acaso volver a interponerte a mis deseos tal cual lo hiciste
en la Antigüedad? No estuviste a la altura antes, no lo estás ahora. Arrodíllate y quizá te permita morir
sin dolor.
Avanish sonrió, apartándose el capuchón
de la cabeza con la mano vendada, dejando al descubierto su rostro y largo
cabello gris.
Atrapados en un breve déjà vu, ambos dioses recordaron esa vez en que sus vidas colisionaron y cambiaron
el mundo de los mortales para siempre. Para Apolo, Avanish era una ofensa que
su padre Zeus le impidió remendar.
— Sigues mirándome de esa forma tan
narcisista —Avanish indicó, para nada intimidado ante el alto Olímpico, cuyo
cosmos ardía más que mil soles—. Pero te equivocas, no estoy aquí para ser el
héroe de la raza humana, no esta vez —respondió con tranquilidad—. La humanidad
ya no está sola y ha aprendido a defenderse por sí misma… puedo sentirme en paz
con eso —murmuró, descubriéndose el hombro izquierdo, dejando ver que de entre
las vendas negras y calcinadas que cubrían su extremidad, comenzaban a salir
delgadas flamas rojas.
—Venganza
—Apolo afirmó, ese era el sentimiento que dominaba al falso dios de la Tierra—.
¿Acaso piensas admitir que todo lo que
has hecho en la Tierra hasta ahora fue para llegar a este preciso momento?
—el dios inquirió con cierto desagrado.
Avanish sonrió aún más, reprimiendo la
risa.— Es cierto que a ti te debo todo lo que soy —dijo, arrancando los
vendajes que reprimían el fulgor de las llamas perpetuas de su brazo izquierdo,
mostrando una piel marchita y flamígera desde la punta de los dedos hasta la
cicatriz punzante que se plasmaba a la altura de su corazón, eterno recuerdo de
su batalla con el dios Apolo en la era mitológica—. Pero no eres el centro de
mi todo… Aunque debo admitir que esperaba que el destino me diera esta
oportunidad… Contaba con que tú me
darías la oportunidad.
— Me acusan de asesinar a los dioses que
decidieron habitar en la Tierra de acuerdo a las normas del tratado, mas tú también te has aprovechado de la
situación todo este tiempo, enviando a tus ángeles cada que profetizabas el
advenimiento de alguno de ellos y así consumir sus cosmos para fortalecer el
tuyo —acusó, apuntándole con el dedo flameante—. Confiabas en que nadie se
percataría de ello, pero fue demasiado ingenuo de tu parte ya que compartías el
territorio de caza con mis propios depredadores —explicó, divertido—. Tuvimos
que librar nuestra batalla con mucha discreción, pero ya que has decidido dejar
de ocultar tus verdaderas intenciones nada me impide destruirte.
¿Recuerdas? —enfatizó—. Todo dios que se
atreva a incumplir el pacto queda sometido a la voluntad de los mortales y de
las deidades que vivan en ese mundo llamado Tierra, por lo que tu muerte no
será un agravio contra el Olimpo, sino justicia respaldada por los mismos
dioses.
— Temo que esa es una justicia que no te
corresponde impartir, mi honorable predecesor —interrumpió una nueva voz que se
dejó escuchar por el lugar, siendo Avanish quien se sorprendiera al reconocerlo
y volverse, pues había quedado en medio de Apolo y los recién llegados.
— Además, tú y yo debemos finalizar el juego que tenemos pendiente, ¿recuerdas?
—inquirió el actual Shaman King, Yoh Asakura.
Apolo no centró su atención en el
insignificante shaman, sino en la otra entidad que venía detrás de él.
— Has
venido, Poseidón.
/ - / - / - /
Grecia.
— La maldición de Hades… —musitó Shiryu,
recordando el crudo momento en que Seiya recibió la estocada mortal del dios
del inframundo para proteger a Saori Kido. En ese momento lo creyeron muerto y
su regreso a la vida fue considerado como el último milagro labrado por la
diosa antes de abandonar la Tierra… Pero ahora esa bendición se transformó en
un maleficio para todos aquellos que mancillaron el orgullo del hijo de Cronos.
El santo de Dragón cerró los puños con
fuerza, entendiendo que no existía alternativa… Como Patriarca, era su deber
guiar a los santos a enfrentar cualquier amenaza que pusiera en riesgo la vida
y prosperidad del mundo, por lo que no había momento para dudar, enfrentaría al
enemigo sin importar bajo qué rostro se escondiera.
— No dejaremos que se propague en el
reino de Atena —dijo, a lo que Asis entendió la instrucción oculta.
Shiryu desató la fuerza de los Cien Dragones de Rozan que
desaparecieron ante el despliegue de cosmos de Hades. Asis vislumbró el momento justo en que pudo desplazarse para
acortar la distancia entre él y el dios,
mas Hades no se dejó sorprender y
volvió a inmovilizar al santo con una sola mirada, al mismo tiempo en que
extendió el brazo izquierdo para bloquear el Dragón Ascendente que el Patriarca intentó clavarle en la quijada. Sagitario
aprovechó la colisión para liberarse y arremeter contra el dios.
Hades reaccionó como
el santo de Pegaso lo habría hecho, bloqueando con sus manos los golpes del
enemigo, reflejos que ese cuerpo dominado ya traía consigo y al que poco a poco
se sentía más afín. Los dos santos lo cubrieron de siderales golpes que él contenía
con una velocidad superior.
En las manos de Hades nacieron dos destellos rojos que impactaron contra sus
adversarios. Asis lo recibió en la frente y Shiryu en el pecho, sufriendo la
misma cantidad de dolor cuando el cosmos escarlata estalló dentro de sus cuerpos,
incendiando sus armaduras en llamas rojas. Ambos cayeron estrepitosamente al
suelo, siendo el Patriarca quien pudiera ponerse de pie primero, mientras Sagitario
convalecía.
— Es
muy fuerte… pero a la vez es como dijo esa mujer, no es el mismo Hades al que
enfrentamos, sólo una parte de él… De lo contrario ya estaríamos muertos —el
Patriarca pensaba mientras trataba de elegir su siguiente movimiento.
Hades se adelantó y
dejó caer sobre ellos una violenta marejada de cosmos.
Shiryu lo vislumbró claramente, ese estruendo
y cauce torrencial sobre él lo transportó al Monte Lu y la cascada en la que
por años se entrenó, sabiendo que era capaz de invertir la poderosa corriente.
— ¡Asis,
apunta! —lo alertó con un mensaje telepático, a lo que el santo de
Sagitario se incorporó de inmediato, maldiciendo la vista nublada que tenía
tras el último ataque recibido.
Invocando su poderoso cosmos, Shiryu
ejecutó el—: Rozan Sho Ryu Ha! (¡Dragón
Naciente!)— siendo su puño el que invirtiera el cauce de poder y lanzara de
vuelta la furia de Hades al cielo.
El hasta entonces imperturbable rostro
de Hades alzó las cejas con asombro,
interponiendo la mano para protegerse del torrente cósmico y consumirlo. Pero
en ese mísero lapso de concentración absoluta, algo le impactó en la frente.
Apenas logró ver el resplandor que le golpeó el casco y lo arrancó de su
cabeza.
Hades echó la cabeza
hacia atrás, pudiendo ver la flecha dorada clavada en el centro del yelmo, siendo
solo tres milímetros de la punta lo que sobresalía en el interior de la
protección. Un delgado e insignificante hilo de sangre cayó por su entrecejo, dividiéndose
el cauce en dos por el tabique de su nariz. No sintió dolor, jamás lo haría
estando dentro de ese cuerpo ajeno, mas el acto provocó que la ira recorriera
su ser.
Ante la indicación del Patriarca,
Sagitario sólo tuvo una oportunidad, siendo el rostro del dios el único blanco posible, mas por un inoportuno temblor en su
mano derecha es que erró por varios centímetros. Anticipando el fallo, Shiryu
ya se había impulsado hacia Hades,
quien tenía la vista en el casco que volaba lejos de él. Preparó su brazo
derecho y apuntó el expuesto cuello del dios con Excalibur.
Un chorro de sangre saltó violentamente en
el aire cuando la espada cortó carne, arterias y hueso.
Shiryu contuvo el grito de dolor que tensó
su mandíbula, apretando con la mano izquierda el muñón sangrante por debajo del
codo que la magnífica espada de Hades
dejó a su paso cuando ésta se manifestó.
El dios
buscó herirlo de manera consecutiva, mas el santo de Sagitario se abalanzó y logró
empujar al Patriarca antes de que fuera herido por segunda vez. Aunque ambos
salieron del rango de alcance, Asis fue tocado en el costado por la veloz
espada del dios, cayendo pedazos de
su armadura para dejar a la vista un profundo corte del que la sangre salió a
gran presión por unos segundos.
— No
habrá una segunda oportunidad como esa —el dios decretó con el ceño fruncido. Dejó que su cosmos carmesí
fluyera por la hoja de su espada, lanzando un golpe a distancia que liberó una
fulminante ráfaga cortante hacia los santos.
Preocupado por la seguridad del Pontífice,
Sagitario sólo tenía en claro que debía alejarlo del enemigo, mas Shiryu
chasqueó los dientes y se zafó del agarre para encarar el ataque carmesí,
interponiendo el escudo del Dragón. Asis quedó boquiabierto cuando la coraza de
jade no se partió en dos.
Shiryu voló a toda velocidad contra el
dios nuevamente, anteponiendo el escudo para cubrirse de cualquier ataque a
distancia, mas Hades aguardó,
preparándose para cortar la cabeza del Patriarca del Santuario, lo calculó todo
en ese nanosegundo, pero un destello inesperado cambió toda su visión cuando
del muñón sangrante del santo apareció la reluciente hoja de Excalibur
echa de cosmos dorado.
El dios antepuso atinadamente la espada
divina contra su pecho, deteniendo el paso de Excalibur, quedando ambas
unidas en un duelo de poder.
— Sin importar que hagas mi cuerpo
pedazos, nunca me detendré —el Patriarca aseguró con valentía y fervor—. No soy
el mismo muchacho ingenuo de hace quince años, ¡ninguno de nosotros lo es! —Un veloz
golpe con el escudo logró que ambos separaran sus cuerpos sólo para iniciar un
sideral duelo de espadas.
/ - / - / - /
Más allá del infinito. Reino de Apolo.
— ¿Ustedes? ¿Aquí? —cuestionó Avanish a
los reyes.
— Lamento mucho la interrupción a su
morada, señor Apolo —Yoh Asakura ignoró a su predecesor, hablando con fingida
propiedad al dios—. Pero le gustará saber que estoy aquí para llevarme a este
indeseable sujeto de su reino, ya que de seguro deberá atender con formalidad a
este distinguido visitante. —Señaló con la palma de la mano al silencioso
Poseidón, quien portaba su majestuosa scale dorada y miraba fijamente al hijo
de Zeus.
Ambos dioses quizás ni escucharon al parlanchín
shaman, mucho menos les importó que Yoh Asakura y Avanish desaparecieran del
lugar cuando dos gigantes manos de fuego rojo emergieron del suelo para
cerrarse sobre ellos y trasportarlos a otro destino.
Avanish no logró preverlo, pero una vez
que esa mano flameante se cerró, le concedió a Asakura el llevarlo a donde
planeaba sin oponer resistencia.
Las llamas no lo hirieron de ninguna
forma, por lo que cuando se desvanecieron entrecerró un poco los ojos por el
resplandor blanco que giraba no muy lejos de su actual posición. Reconoció el
torbellino invertido sobre el cielo eternamente amarillento, los altos tótems
de piedra incrustados en el árido suelo y el espeso bosque alrededor del
torrente al que ellos llamaban Los
Grandes Espíritus.
— ¿Qué
es lo que vuelve dios a un dios?... Fue lo que me preguntaste justo aquí, antes
de que iniciaras tanta locura y caos —habló Yoh, algunos metros frente a él,
con el torbellino de luz respaldándolo.
— ¿Por qué me trajiste aquí? ¿Por qué
interfieres? —Avanish cuestionó, manteniendo una débil sonrisa—. Si Apolo no es
exterminado este mundo será arrasado por la fuerza del universo.
— Como ya dije, no es tu deber enfrentar
tal amenaza, ni ninguna otra, deberías saberlo —el Shaman King respondió con
afabilidad—. Además ya tengo mi respuesta, lo que me pediste meditar durante el
largo desafío.
— ¿En verdad? —Avanish cuestionó con
curiosidad—. Si estás tan ansioso por decírmelo, entonces hazlo sin demora, dame
la respuesta que has obtenido.
— Es bochornoso —sonrió como un niño
mientras se rascaba un poco la cabeza, más súbitamente cambió la expresión
atolondrada a una más seria y determinada—.
Los lazos que crea con los seres humanos,
esa es mi resolución.
Avanish no objetó, mantuvo una expresión
serena pese a la mirada retadora del actual Shaman King.
— Un dios que no cuenta con vidas que
proteger, —prosiguió Yoh, recordando el despertar de Horus en Egipto—, ni seres que lo amen de manera incondicional
—y la unión de los marines shoguns ante el Sustento Principal—, no puede llamarse a sí mismo dios.
Avanish soltó una repentina y mordaz
carcajada.— ¡Cuidado Asakura, esas palabras te condenarían a un castigo eterno si
te escucharan las entidades equivocadas! Pero yo lo respeto —celebró,
apaciguando la risa—… La verdad, no es la clase de respuesta que esperaba de
ti, pero no por nada continúas siendo un ingenuo ser humano.
— Un humano que te ha vencido
en tu propio juego —Yoh le recordó—. Intentaste que este mundo colapsara
desatando la ira de los dioses, pero ellos accedieron a escucharme y decidieron
confiar en que la humanidad resolvería la situación —explicó con seriedad—. No
fue fácil, te concedo eso, y en algún momento creí que fracasaría, sin embargo,
hubo dioses benévolos que me apoyaron y lograron mantener la paz entre sus
hermanos… y a ellos les estaré agradecido eternamente. Por lo que yo gané.
— ¿Y qué ganaste exactamente, Asakura? —cuestionó Avanish con hilaridad—.
¿Cuántos seres humanos quedan en este mundo ahora? ¿A cuántos defensores de
esta Tierra has perdido? ¿Crees que el descontento con los reinos celestiales
cesará sólo con palabras hermosas y promesas superficiales?
— En eso tienes razón, tuve que
prometerles algo a cambio de que se apegaran al pacto pese a tus enfermas maquinaciones.—
Apenas y movió la mano cuando una espada brillante se manifestó justo ahí para
empuñarla. El mango era de un metal rojo, mientras que la hoja estaba hecha con
una densa energía espiritual blanca —. Y eso es entregarles tu alma para que
hagan lo que les plazca con ella.
— ¿En verdad valgo tanto como para que
mi insignificante alma apacigüe tantos agravios? —preguntó irónico—. O eres muy
buen orador o simplemente un cruel manipulador… —dijo, sonriendo de manera
siniestra.
— No fui yo quien inició estas absurdas
batallas. Por más que adornes tus acciones y te digas que buscas la salvación
de este mundo, sólo los has llevado más cerca del exterminio.
— Tú también cometiste actos deplorables
en tus vidas pasadas creyendo que hacías lo correcto para ti y los tuyos.
¿Quién eres tú para juzgarme, Hao Asakura? —dijo el señor de los
Patronos.
— Admito que tú y yo no somos tan
diferentes… —dijo el Shaman King con humildad—. Pero en las múltiples vidas que
he tenido que surcar, he aprendido más cosas que las que tú pareces comprender
—le apuntó con la punta de su espada—. La más importante, que las almas de los
mortales no están hechas para cargar con el peso de la inmortalidad, no importa qué tan fuertes o voluntariosos sean, qué
tan nobles o virtuosos actúen, al final, éstas sucumbirán por las debilidades
más básicas de nuestra esencia: ira, miedo y soledad.
— Es por ello que se nombra a un nuevo
Shaman King cada quinientos años, los
Grandes Espíritus son sabios y entienden las limitaciones de los hombres.
Pero tú te negaste a abandonar el puesto como el primero de nosotros, impulsado
por la rabia de tu herido corazón, y vaya que entiendo eso— Asakura pausó, pero
sin que su mano armada perdiera firmeza.
— Nuestras vidas son cortas y por eso
vivimos con una intensidad que nos lleva a cometer muchos errores, pero a la
vez a apreciar cada momento de nuestra existencia y experimentar cada emoción con
plenitud. Ante los dioses somos seres diminutos e imperfectos, nos acusan de
primitivos y salvajes, pero existen otros que entienden el espíritu humano y su
deseo de vivir con tal pasión, siendo así que pueden perdonar nuestra ingenuidad
e intentan guiarnos a un futuro mejor. Es lo que dioses como Odín, Horus y
otros más están viviendo ahora, tras estas breves y temporales vidas que se han permitido vivir entre nosotros,
estoy seguro de que comprenderán de mejor forma a los seres humanos y
aprenderán a ser mejores guías del hombre si ese es su deseo, terminarán por
darnos un auténtico valor que va más allá de los prejuicios del pasado.
— De verdad tienes mucha esperanza en
ellos ¿verdad? En los dioses. Si es así, dime ¿por qué es continúas siendo un
simple mortal? Si los aprecias tanto como dices, ¿por qué es que te resistes a
convertirte en uno? —Avanish preguntó—. Responde Asakura, es algo que en verdad
deseo saber antes de que todo esto llegue a su fin.
— Sólo si tú me cuentas el auténtico motivo por el que hiciste todo
esto —respondió el Shaman King con un gesto más amistoso.
— Destruir los ciclos enfermizos de este
mundo —le recordó—. ¿Crees que miento?
— No, sólo que no me has dicho todo… Y
por lo que pude ver en el Templo de Apolo, vaya que aún le guardas un gran
resentimiento.
— Supongo que todo monstruo termina odiando a su creador
—bromeó Avanish—. Pero no, jamás pondría en peligro a este mundo por algo tan
insignificante como la venganza, disculpa
por ver la oportunidad y no resistirme… Creí que apreciarías el favor.
— ¿Cómo puedes decir que te preocupas
por este mundo si lo has llevado al borde un precipicio? Permitiste que seres
del Abismo estuvieran a punto de apropiarse de la Tierra —recriminó.
— Aunque te cueste creerlo, todos y cada
uno de los que decidieron seguirme tenían el potencial necesario para cambiar
al mundo que conoces, ya sea por sus ideales o su poder. Sennefer jugó de
manera astuta, sus métodos fueron agresivos y brutales, lo admito, mas yo pude
ver a través de las apariencias y todos esos seres condenados a la oscuridad
habrían vivido prósperamente si se
les hubiera dado la oportunidad —comentó con cinismo—. Después de tantos
milenios encerrados, volver a un mundo de luz los haría apreciar la vida como tú
tanto profesas.
— Todo se acabó, Avanish, acéptalo
—cortó Yoh—. Todos tus guerreros han sido derrotados, ¿qué esperas conseguir
ahora? Estás solo.
— ¿Solo?
—inquirió, sonriendo con sadismo—. ¿Me estás retando finalmente? Cuando aparecí
ante ti, justo aquí donde pudiste intentar detenerme, no lo hiciste por miedo a
que los espíritus de la Tierra pudieran salir lastimados, ¿qué hay de diferente
ahora?
— El que ahora estoy seguro de que el mundo resistirá cualquier calamidad que
le presentes.—Yoh se rodeó con su poder espiritual, brillante como el alba—. ¡Cuando
los hombres, espíritus y dioses pelean por el mismo fin nada podrá vencerlos!
En menos de un parpadeo, Yoh Asakura se
lanzó contra el primer Shaman King, dirigiendo la hoja de luz hacia la frente
del peligris, quien sólo estiró la mano e interpuso la punta de su dedo
llameante para detener el paso de la espada. El impacto embraveció el viento de
alrededor, remolineando el cabello y ropa de ambos, así como doblando las troncos
de los árboles que forraban el terreno sagrado.
— Tienes razón en una cosa, el pequeño
juego entre ambos terminó… Creí que tendría más tiempo, pero superaste mis
expectativas, bien hecho —Avanish dijo, sujetando entre sus dedos la espada de
Asakura—. Pero si quieres vencerme tendrás que mostrarme algo mejor que esta
mediocre posesión. La frágil alma de un samurái no será suficiente —musitó al
quebrar la cuchilla de luz con un ligero apretón de su pulgar.
Yoh abrió los ojos sorprendido,
escuchando el aullido de dolor de Amidamaru.
Con sólo pensarlo, Avanish manipuló los
fragmentos en los que quebró esa alma y los lanzó como navajas hacia Asakura,
quien atinó a transformar la empuñadura rota en un gran escudo para protegerse
y volver a unir el alma de su más fiel espíritu acompañante.
— Sé que alguien de tu nivel puede
invocar algo mejor —Avanish aguardó—. Vamos, ¿qué no planeabas confiar en los espíritus
de la Tierra? ¿Por qué no aparecen e intentan proteger a su Rey como la última
vez? —alzó la voz, incitando a que esas seis entidades se manifestaran.
— Solo uno será suficiente — dijo Yoh al
desvanecer el escudo para inclinarse y tomar un puño de tierra sobre la que
dejó su poder fluir, creando una katana japonesa con una empuñadura de jade y
hoja dorada echa de intensa luz—, el que nació de mi alma y el que más ansía
combatir desde que todo esto comenzó, ¡el espíritu de la tierra!
En el instante en que la empuñó, el
suelo tembló ante el rugido de su poder liberado.
/ - / - / - /
Grecia.
Asis de Sagitario observaba el duelo
mortal de espadas que el Patriarca y Hades
mantenían por el cielo. Siguiéndolos de cerca buscaba la mejor oportunidad para
intervenir, mas a la velocidad con la que se movían era imposible encontrar un
instante ideal dentro de ese huracán de ráfagas cortantes. Con su vista de
francotirador enfocada en ambos, mantenía el arco siempre listo para actuar en
favor del Pontífice, quien de manera magistral había logrado resistir los
embistes del dios del inframundo.
Sin embargo, cuando Hades tensó el entrecejo, la batalla cambió; sujetó con ambas manos
la empuñadura de la espada, desatando un poderoso mandoble que obligó al santo
a defenderse con el escudo del Dragón.
La fuerza empleada por el dios fue
terrible, Shiryu sintió que su brazo izquierdo se rompió por el impacto por el
que el escudo finalmente se agrietó, siendo empujado hacia la montaña más
cercana, de la que demoró en salir por la profundidad en la que se vio
atrapado.
Desde la distancia, Hades apuntó al santo con su espada y de ésta salió un fino
resplandor de cosmos, el cual impactó en la flecha dorada que Asis lanzó como
blanco sustituto. El proyectil se despedazó en diminutas partículas al ser
tocado por el cosmos del dios, generando una explosión que enterró
momentáneamente al Patriarca entre la montaña.
Para cuando Hades se giró hacia un lado, Sagitario ya estaba sobre él
ejecutando una técnica relampagueante que logró contener al interponer la palma
de la mano.
La mano del dios reflejó el cosmos de Asis
contra él, mas el santo se entercó en avanzar pese al soplo cósmico que hacia
su piel arder, así que en un batir de sus alas logró dar el impulso que le
permitió sujetar al enemigo por la muñeca y desplazarse hasta su espalda para
sujetarlo con fuerza e impedir que pudiera mover los brazos con libertad.
Al retener las extremidades del enemigo,
Asis le concedió al Patriarca la fugaz oportunidad de un golpe letal. Shiryu lo
escuchó en su mente, y lo vio tan claro como si sus ojos hubieran recuperado la
vista. El descubierto peto de la cloth negra y detrás de ella el corazón
corrompido por la maldición de Hades, ¿si lo perforaba todo terminaría? Seiya
moriría sin duda, pero ¿y Hades?
Ese segundo de vacilación y el siguiente
que le tomó el impulsar los pies, es lo que determinó el fracaso de los santos.
El resplandor en los ojos de Hades liberó un arrollador relámpago de
su cuerpo, el cual unió el cielo con la tierra como un terrible presagio. El
abrasador cosmos hirió a Sagitario, quien salió expulsado por centellas que
castigaron y paralizaron su cuerpo.
Shiryu continuó su veloz ascenso,
percatándose del cambio en el cosmos del dios, el cual dejó de sentirse como un
torbellino devastador para transformarse en un siniestro agujero negro que lo consumiría
todo.
El Patriarca pasó a través de Hades sin
que Excalibur
hubiera golpeando algún punto de su ser, en cambio, él escuchó su peto crujir y
sintió su piel empaparse por la larga herida diagonal que se le abrió en el tórax.
El dios buscó atravesarle el corazón por la espalda, mas el santo de Dragón
giró sólo para recibir la estocada en el lado opuesto del pecho y así eludir la
muerte unos segundos más.
Con una sola mirada, el silencioso dios lo condenó a morir al mover la
espada a través de la carne del santo hacia su cabeza. Sólo alcanzó a subir dos centímetros cuando una cadena se
le enredó en el puño armado y de un certero movimiento manipuló la extremidad
de Hades para que éste retrocediera y
sacara el arma del cuerpo del Patriarca limpiamente.
Aquella abrupta separación casi dejó en
la inconsciencia a Shiryu, mas rápido se sintió atrapado por alguien que se
apresuró a llevarlo a tierra, donde ya el convaleciente Asis de Sagitario
estaba levantándose.
El santo dorado no tenía idea de quiénes
eran los individuos que aparecieron para auxiliar al Patriarca, pero en el
resplandor de sus armaduras divisó las mismas propiedades divinas que existían
en la cloth de Dragón.
— Ya estamos aquí Shiryu— escuchó de
aquel que lo llevaba en brazos, en su debilidad tardó en reconocerlo, pero
cuando lo hizo fue clara su exaltación.
— ¡¿Hyoga?!
—Shiryu permaneció incrédulo, atragantándose por la sangre de sus heridas e
impidiéndole hablar. Hyoga había desaparecido desde el inicio de todo esto.
¿Por qué ahora…?
— Seiya, cuida
de Shiryu —pidió Hyoga a Asis de Sagitario una vez que pisó tierra. Por reflejo
el santo dorado se acercó para sujetar al Patriarca del brazo y servirle de
apoyo momentáneo.
— Nosotros nos
encargaremos de Hades de una vez por todas, y salvaremos a Atena— el santo de
Cisne añadió, elevándose a toda prisa para asistir en el combate a Shun de Andrómeda.
— ¿Ese hombre
acaba de llamarme Seiya?— Sagitario
preguntó un poco extrañado.
El Patriarca también se percató de ello,
así como el que Hyoga mencionara a Atena en ese momento…
Por un lado debería estar contento por
volver a saber de sus hermanos, vivos y con bien, pero la intranquilidad en su
corazón le hacía desconfiar de la conveniente
aparición.
— Es… como si no vieran lo mismo que
nosotros —dedujo en voz alta, siendo así que en la oscuridad de sus ojos, una
mujer se presentó ante él.
De hermosa apariencia y cosmos
distinguido, la mujer de cabello azul y tiara en la cabeza le habló a través de
su mente.
— Está
en lo correcto, Patriarca del Santuario. ¿Pero acaso eso importa? Ellos están
aquí para ayudarlo ante un enemigo tan temible.
— ¿Quién
eres tú? —el Patriarca preguntó, manteniendo esa conversación en secreto.
— Mi
nombre es Tara, Patrono de la Stella de Euribia.
— ¿Una
Patrono? ¿Aún quedan más de ellos? —Shiryu pensó, siendo un pensamiento que
no quedó oculto para la doncella.
— La
última— mintió, por el bien de su hermana y Ábadon—. Mas no es mi intención continuar con absurdas confrontaciones. La lucha
del señor Avanish ya no es la mía, está solo —anunció con frialdad. Así
como el primer Shaman King había abandonado a su madre Hécate a su fatal
destino, ella decidió hacer lo mismo.
Sabiendo que sus pensamientos no estaban
a salvo, Shiryu dejó de intentar ocultarlos.— ¿Qué les has hecho? —preguntó.
— Fueron
resguardados como una prevención por si los dioses decidían soltar su castigo
divino sobre nosotros… Y ahora que está sucediendo pueden cumplir con su función.
Sin embargo, no dejan de ser mis
prisioneros —explicó—. Muñecos
sin voluntad no sirven en una pelea de esta índole, pero tampoco puedo permitir
que sus juicios se nublen sólo por la cercanía que tienen con Seiya de Pegaso…
Y veo que no me equivoqué, ellos harán lo que usted no tiene el valor de hacer.
— ¡Sólo
estás controlándolos! —Shiryu se mostró molesto.
— Esa
no es mi habilidad —confesó sin remordimiento—. Sólo elegí un momento apropiado de sus vidas y recreé para sus mentes y
sentidos el escenario de su pasada lucha en los Campos Elíseos. Así, mientras
usted ve el rostro de un querido amigo, ellos ven lo que realmente es, a Hades,
dios del Inframundo.
— ¡¿Por
qué haces esto?!
— ¿Reniega
de mi ayuda? —Tara cuestionó—. ¿No le
basta con saber que ya no seré más su enemiga y que al final de la batalla
dejaré libre a sus amigos? Supongo entonces que quiere una respuesta más
honesta… La única razón por la que estoy aquí es para ver a ese monstruo destruido —explicó con gran
resentimiento—, quiero matarlo así como
él asesinó a mi madre, y esta es la única manera que tengo para hacerlo
FIN DEL CAPÍTULO 63
* Mejor conocida como Anna
Kyoyama, es un personaje oficial de la serie de Shaman King. Para este fic ella estuvo casada con Yoh Asakura cuál
era su sueño desde pequeña, mas Yoh
terminó la relación de manera abrupta al poco tiempo de que se volvió Shaman
King. En consecuencia, Anna terminó volviéndose a casar con el viudo Eriol
Hiragizawa, antiguo líder de los hechiceros y padre de Sugita de Capricornio.