Capítulo
61.
Auxilio
celestial.
Egipto.
Tanto Assiut de Horus como el espíritu
de Kenai de Cáncer permanecieron inmóviles y a la expectativa, mostrando una
extraña solemnidad sólo hasta que se convencieron de que en verdad Sennefer
había sido destruido.
Fue el Shaman King quien caminó hacia el
punto donde instantes antes el llamado Príncipe
olvidado del desierto encontró su final. — Les garantizo que lo han borrado
de la faz de la Tierra. Ya pueden relajarse —les pidió con una sonrisa amistosa.
Kenai fingió un suspiro de alivio,
mientras que Assiut lo miró con hostilidad. — ¿Cómo puede decir eso? El peligro
aún no ha terminado. La muerte de Sennefer no cerró este portal infernal —bramó
el Apóstol, mirando el inestable vórtice que poco a poco trataba de engullir el
mundo.
— Sí, hay que arreglar eso —Asakura miró
hacia el foso con tranquilidad.
— ¿Por qué hasta ahora? —Assiut no se
pudo contener— ¡¿Dónde estaba el gran
Shaman King cuando más lo necesitábamos?!
Yoh no respondió, en vez de eso caminó
hacia donde el gigante y la pelirroja se encontraban para socorrerlos.
— Oye
amigo, si lo piensas bien, apareció cuando en verdad más lo necesitábamos aquí
— dijo el espíritu de Kenai.
— ¡No quieras disculparlo…! —el Apóstol
le pidió—. ¡Si hubiera llegado antes quizá
tú y Kaia no hubieran muerto!
— La
muerte es parte de la vida, no puedes esperar a que los dioses intervengan en
eso. Los seres humanos seríamos más felices si dejáramos de intentar comprender
los designios que ellos tienen para nosotros o tomarlo de manera personal
—añadió Kenai mirando al Rey de los shamanes, quien estaba ayudando a Freya a
ponerse de pie—. Sé que estás molesto,
entiendo la razón, pero ey, ni yo que soy uno de los fallecidos me siento tan enojado, ¿y sabes por qué? Porque
realmente hicimos todo lo que estuvo a nuestro alcance como mortales y él
apareció para permitirnos cumplir con nuestra encomienda. Si Yoh Asakura no
hubiera retirado la maldición que protegía a Sennefer cuando lo hizo, éste
habría vencido.
— Aún está la posibilidad de que ese
monstruo se salga con la suya —insistió Assiut, preocupado por el portal, último
legado de Sennefer.
Freya no entendió cómo es que pudo darle
la mano con tal facilidad al extraño hombre que de pronto apareció para
ayudarla. Ella no entendía bien la jerarquía del mundo de los shamanes, pero aun
si hubiese sabido ante quién estaba no habría actuado diferente. En cuanto se
puso de pie toda su atención pasó a ser para Aifor, cuyo cuerpo se encontraba
tendido e inmóvil en el suelo, totalmente carbonizado por el ataque que recibió
de Sennefer.
La pelirroja intentó mecerlo por el
hombro, buscando una reacción.
— ¿Aifor? ¡¿Aifor, me escuchas?! ¡Dime
algo! —gritó, angustiada por el que pudiera perder a otro compañero.
Yoh Asakura dio toda una vuelta
alrededor del gigantesco ser, examinándolo
con la vista, como si buscara algo en particular. Se detuvo ante la cabeza del
monstruo, de la que resaltaba el mango de una espada reluciente.
Freya vio al shaman de reojo e intentó
advertirle que no se atreviera a tocarla, pero la advertencia fue en vano
cuando vio que el hombre sujetó la espada y la retiró con suma facilidad.
— Esto ya no es necesario —dijo él,
sosteniendo con respeto el arma que hasta hace poco empuñó el finado Clyde de
Megrez.
— ¿Cómo es que tú…? —La asgardiana se
acercó con curiosidad, justo a tiempo para que Asakura le pidiera tomar la espada de su compatriota.
— No temas, tu amigo sigue con vida —Yoh
le aseguró con amabilidad—. Sólo necesito que me des un poco de espacio,
¿puedes? —Con sutileza la hizo retroceder, justo a tiempo para que no sea
atrapada por la zarpa de la criatura junto con él.
— ¡Gracias
por quitarme tal peso de encima, imbécil! —bramó Ehrimanes, quien
aprovechándose de la inconsciencia de Aifor logró retomar el control de su
cuerpo, uno que poco a poco comenzaba a regenerarse ante la ausencia del
maleficio de Clyde.
Sólo el shaman era capaz de escuchar su voz,
por lo que Freya no entendió lo que estaba pasando.
— ¡Aifor detente, él no es nuestro
enemigo!
— Tranquila, no te preocupes, sólo está
un poco confundido —le pidió el hombre sonriente pese a que lo estrujaban con tremenda
fuerza—. Conocí brevemente a Clyde de Megrez Delta, pero tengo una deuda
pendiente con él, la cual pienso saldar ahora mismo.
Freya vio con horror cómo es que el
monstruo intentó devorar al hombre, mas en cuanto sus colmillos quisieron
cerrarse sobre él estos se astillaron al golpear un muro invisible que parecía proteger
al shaman.
Ehrimanes chilló de dolor, desorientado
al ver que Yoh Asakura desapareció de entre su zarpa, reapareciendo frente a su
pecho, tocándolo con la palma de la mano.
— ¡No,
tú no debes intervenir! ¡No puedes hacerlo! —Ehrimanes presintió su fin.
— No estoy faltando a las reglas del
juego —murmuró el Rey de los Shamanes sin mirarlo a la cara —. Avanish asesinó
a un santo de Athena, yo ayudé a la destrucción de uno de los Patronos —explicó
con paciencia, refiriéndose a lo acontecido con Sennefer—. Avanish le quitó a
Atena a uno de sus campeones, lo justo es que yo le devuelva a Odín un guerrero
que le fue arrebatado, eso es todo.
Ehrimanes ni siquiera pudo gritar cuando
su colosal cuerpo explotó en cenizas, dejando al Shaman King flotando junto a
un inconsciente y desnudo Aifor.
Asakura no tocó al chico que estaba
rodeado por una espesa bruma oscura, esencia del demonio unido a él. En su mano
acumuló la oscuridad de Ehrimanes, formando un orbe flameante.
El shaman ignoró las maldiciones y demás
pestes que escuchó provenir de la llamarada negra, sólo la aplastó entre sus
dedos, extinguiéndola sin mayor problema.
Freya se apresuró a atrapar el cuerpo de
Aifor cuando descendió junto al shaman. Con alegría se percató de que en verdad
estaba vivo y agradeció a los dioses por ello, aunque lamentó que sus brazos no
hubieran sido restaurados.
— Está vivo y es lo que cuenta —la
guerrera murmuró, abrazando con hermandad a Aifor, en cuyo cuello colgaba su
amuleto de la buena suerte. — Gracias —le dijo al hombre que de un movimiento se
quitó la maltratada capa para cubrir al chico inconsciente.
— Dáselas a Clyde, él insistió demasiado
en que lo ayudara —aclaró, consiente de todo el peregrinaje que el dios
guerrero realizó con tal de encontrarlo y pedirle ayuda—. Pero es pronto para
festejar, aún tenemos cosas que hacer.
Bajo su túnica, el Shaman King vestía
pantalones holgados cafés y una playera blanca de mangas cortas, prendas
demasiado comunes para alguien de la realeza,
mas su humildad siempre había sido una de sus mayores virtudes. A lo largo de ambos brazos tenía tatuajes tribales negros
que combinaban con los adornos de plumas y huesos que colgaban en su pecho.
— ¿Qué quieres decir? ¿Acaso eres capaz
de cerrar ese maldito agujero? —cuestionó Freya al verlo avanzar hacia donde el
foso se encontraba.
— Eso espero —confesó, rascándose un
poco la sien.
Aunque se veía algo atolondrado, la
asgardiana, el Apóstol y el espíritu quedaron absortos cuando vieron que en
cuanto Yoh Asakura puso el pie sobre la línea circunferencial del portal, éste
dejo de expandirse.
— Hmmm, podría cerrarlo desde aquí pero
—dudó, contando con los dedos como si elaborara una complicada cuenta mental—…
supongo que lo más conveniente será cerrarlo desde el interior —se dijo,
mirando hacia los guerreros—. ¿Te gustaría acompañarme? —preguntó.
— ¡¿Qué?! ¿Te refieres a mí? —la
pelirroja se señaló, confundida.
Yoh Asakura asintió. — Claro, ¿o es que
acaso no quieres salvar a tu novio?
—le sonrió con complicidad.
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Cuando cayó al piso, no hubo manera en
la que Calíope de Tauro pudiera volver a ponerse de pie. La carencia de
sentidos le impidió atestiguar el final del combate, mas sabía en el alma que
el milagro ocurriría y Sennefer sería derrotado.
Estaba lista para morir, su cuerpo
desangrándose la acercaba cada vez más al limbo en el que esperaba reunirse con
los que han caído en la lucha y con orgullo poder ver a Souva a los ojos… Sin embargo,
ese encuentro no sucedería como se permitió fantasear, no cuando alguien golpeó
un punto en su pecho que le destapó los pulmones y regresó los latidos a su débil
corazón, frenando el sangrado y permitiendo que sus sentidos volvieran a ella
poco a poco.
La amazona soltó un lastimero gemido por
el que se movió un poco en el suelo, intentando abrir los ojos para ver lo que
pasaba a su alrededor.
— Despierta
encanto, temo que no puedo permitir que una belleza como tú se vaya de este
mundo todavía —escuchó claramente de una voz añorada—. Aunque si lo que quieres es que te despierte con un beso de amor, por
mí está bien.
— ¿Souva…? —preguntó apenas con un
murmullo. Su visión borrosa sólo le
permitió ver manchones de un hombre acuclillado junto a ella—. ¿En verdad… eres
tú?... —preguntó, rogando porque no fuera una última treta del enemigo.
Calíope sintió una mano fría posándose sobre su mejilla descubierta,
pues la máscara de oro terminó hecha pedazos durante la última acción.
— Como
lo suponía… eres hermosa— musitó el fantasma, cautivado por los bellos ojos
verdes de Calíope, sus carnosos labios y el coqueto lunar que tenía debajo del
ojo izquierdo.
— Sólo hay un tonto que conozco que me diría
frases como esas— Calíope musitó, convencida de no equivocarse.
La amazona sonrió ampliamente,
esforzándose por levantarse un poco ya que presentía que esa sería la última
oportunidad que tendría para despedirse como debía. Abrazó al hombre junto a ella
y lo besó con tremenda dulzura.
— Sé
feliz, ¿de acuerdo? —escuchó en su mente.
— Lo seré… por los dos —alcanzó a
responder antes de volver a desmayarse, conservando un gesto sonriente y pacífico.
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— ¿Estás seguro de esto? —preguntó la
diosa guerrera parada al filo de la fosa infernal, justo a la diestra del
Shaman King.
— No —respondió con un gesto travieso
que sólo asustó a la guerrera de Odín—. Vaya expresión la tuya, deberías
relajarte un poco, por supuesto que sé lo que hago. ¿Confías en mí? —Le tendió
la mano para que la sujetara.
Freya asintió, después de lo que ese
hombre había hecho por Aifor sería mentira si negara que no, por lo que le dio
la mano con firmeza.
— Escucha, debemos hacer esto rápido por
lo que sólo tendrás una oportunidad, si no lo logras en el tiempo que me tome
cerrar la puerta quedarás atrapada
junto con el hijo de Hiragizawa y morirán. ¿Entiendes el riesgo?
La pelirroja asintió. — ¿Pero cómo podré
encontrarlo? —preguntó algo dudosa.
— Por ahora eres la única en este mundo
que tiene un vínculo tan fuerte con él, utiliza eso a tu favor —respondió de
manera enigmática.
Antes de que la asgardiana pudiera
exigir una mejor explicación, varias siluetas arribaron presurosas al lugar.
— ¡Yoh!
— ¡Señor Asakura!
El Shaman King miró sobre su hombro y
vio varios rostros conocidos, viejos amigos, shamanes a su servicio, el santo
del Fénix y un par de Apóstoles que corrieron con urgencia hacia Assiut de Horus.
— ¡Con que aquí se encontraba, majestad!
— reclamó uno de los tres oficiales enmascarados, quienes lo reverenciaron con
propiedad—. Nos tenía muy preocupados.
— Ah, hola muchachos, cuánto tiempo
—Asakura saludó apenado con la mano—… Cielos, creo que tendrás que adelantarte,
muchacha, pero no tardaré, prometido. —Y tras decir eso sólo le bastó una
pequeña palmada para lanzar a la joven al vacío ante la mirada atónita de
todos.
— Veo que han controlado la situación,
buen trabajo —felicitó a sus sirvientes—. Y gracias por atender mi llamado,
amigos. —Yoh miró a Ren Tao, Horokeu Usui y Syaoran Li, todos ellos prácticamente
ilesos salvo por pequeños rasguños en sus ropas.
— Tienes mucho que explicar —dijo el
líder de los Tao, manteniendo los brazos cruzados.
— Lo sé, pero aunque me gustaría
quedarme a charlar el deber llama, lo siento —sonrió de manera cínica—. Les
prometo que hablaremos después… Ah, y Deneb,
por favor, que los hombres ayuden a los heridos… Y aléjense de la zona ya que
esto podría tornarse peligroso —ordenó a uno de los oficiales antes de lanzarse
de espaldas al Abismo.
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Cuando descendió por el vacío, hubo un
instante en que Freya creyó que moriría, pues fue como sumergirse en un
estanque repleto de afiladas agujas que se encajaron en cada centímetro de su
cuerpo, una sensación mil veces peor que la que vivió al perseguir a Ehrimanes
por el portal oscuro que utilizó para escapar del Santuario. Por fortuna el fulminante
dolor sólo duró un segundo.
La diosa guerrera se sobresaltó por el
cambio tan brusco en sus sentidos, abriendo los ojos para encontrarse flotando
en la más profunda oscuridad.
Se miró las manos y descubrió que su
apariencia se había reducido a una silueta blanca dentro de aquel infinito lienzo negro. Buscó
indicios del shaman, quien inesperadamente la arrojó allí, y también del chico
por el que había decidido zambullirse en lo desconocido, pero no veía nada, no percibía
nada y no escuchaba nada a excepción del eco de sus propios pensamientos.
La ausencia de todo. — ¿Será esto la muerte? —pensó un
instante, entrando en un pánico por el que se repudió a sí misma, por lo que
combatió sus demonios internos para encontrar la calma que necesitaba.
Intentó recordar el consejo que el shaman le dio para cumplir con su misión allí, usar
el vínculo que tenía con el santo de Capricornio, ¿pero cómo? ¿A qué se refería
exactamente? Es cierto que tenía grandes sentimientos por Sugita pero, ¿sería
suficiente, era recíproco?
Tenía que hallarlo, pero no percibía su
cosmos, ni su cuerpo, ¿entonces cómo lo encontraría en esa inmensidad? ¿Cómo...? ¡¿Cómo?!
Freya cerró los ojos e intentó pensar en
Sugita, alarmándole el que se le dificultó recordar su apariencia, como si
hubiera pasado mucho tiempo desde la última vez que lo vio... ¡Pero no había pasado
más que unas horas! ¡¿Por qué no podía acordarse de él?! ¿Qué es lo que ese
lugar le estaba haciendo a su mente? ¿Acaso era la forma que tenía el Abismo
para defenderse, para conservar lo que Sennefer le ofreció?
Confundida por esa pérdida de memoria se
esforzó por recordar los momentos que compartieron juntos, y aunque no pudo recordar
su imagen, sí logró recordar algo de él: la
carta… Esa torpe carta que le escribió cuando regresó a Asgard. El
insignificante papel que leyó por compromiso y que arrugó en su mano antes de
arrojarlo a la basura, sólo para que horas más tardes terminara rescatándola
del pequeño cesto al ser invadida por un extraño remordimiento, incluso la
releyó y guardó en su sobre original. Cada día le dio una leída, como si en
cada ocasión encontrara algo nuevo que la hacía sonreír...
Freya había memorizado cada palabra de
esa letra campesina, y guiada por un sexto sentido es que comenzó a recitarla
justo en ese momento, sin percatarse que tras cada silaba un copo luminoso
emergía de la oscuridad y se amontonaba frente a ella, comenzando a formar una
silueta humana.
Sin abrir los ojos aún, Freya sintió que
estaba lista para enfrentar el poder del Abismo y recuperar a Sugita… el chico
del que no se dio cuenta que se había enamorado hasta que volvió a verlo en tan
terribles circunstancias, y con el que deseaba compartir momentos más amenos,
fabricar recuerdos más felices. La asgardiana juró por lo más sagrado que iba a
salvarlo.
Al abrir los ojos Freya se sorprendió al
ver la imagen blanca de Sugita flotando delante de ella. Le tomó un gran
esfuerzo el ser precavida, pues podría ser alguna clase de treta, pero la
esperanza la invadió cuando vio a la altura del cuello del santo (justo donde
Sennefer lo hirió antes de arrojarlo al foso), cómo los copos blancos no podían
llenar ese espacio vacío.
Freya estiró la mano hacia la incurable
herida, sin animarse a tocarla. Siendo entonces cuando la silueta frente a ella
abrió los ojos y le dedicó una confundida mirada.
— ¿Freya?
—escuchó claramente, siendo entonces en que la pelirroja lo abrazó con
efusividad.
— ¡Te tengo! — dijo ella sin dejar de estrecharlo,
posando la barbilla sobre el hombro del santo de Capricornio—. Esta vez te
tengo y no te soltaré… Me tenías muy preocupada —confesó, atragantada por el
llanto de felicidad que estaba reprimiendo.
Capricornio movió lentamente las manos y
correspondió el abrazo para decir —: Te
dije que no iba a morir… —murmuró con voz débil, provocando que la pelirroja
lo abrazara todavía más y lo besara apasionadamente en medio de la oscuridad.
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— ¿Pudiste
despedirte? —preguntó el espíritu de Kenai de Cáncer, mirando el portal del
que extraños crujidos comenzaban a escucharse.
— Sí,
gracias a ti —respondió el fantasma
de Souva de Escorpion, vestido con su vieja ropa de entrenamiento—. Ah, es una lástima, habríamos tenido hijos
hermosos —bromeó.
— Eso
fue porque sé que siempre has sido un romántico —Kenai añadió en
complicidad.
La mayoría de los espíritus errantes que
rondaban por la mastaba fueron guiados hacia el más allá, sólo ellos dos se quedaron
rezagados como ovejas desobedientes a su pastor.
— ¿A
quién escuchas llamándote? —preguntó el santo de Cáncer a Souva.
— Son
mis viejos compañeros de juegos —respondió sonriente, siendo capaz de
reconocer las voces de sus amigos de la infancia, aquellos que murieron antes
de volverse un aprendiz a santo—. La
verdad es que se siente extraño… pero a la vez me hace feliz —explicó
Souva, cruzándose de brazos—. Dime la
verdad, ¿es sólo una artimaña de la muerte para que vayamos voluntariamente al
otro mundo o en verdad son ellos?
Kenai sonrió de manera traviesa. —Es algo que deberemos descubrir los dos —respondió
con honestidad—. Nuestra próxima
aventura. ¿Listo?
— Sí,
debemos dejar el resto a los demás. Ya nos volveremos a reunir algún día y
haremos esa gran fiesta que quedó pendiente —respondió Souva, dándose
vuelta al mismo tiempo que Kenai, desapareciendo ambos del lugar mientras éste
se derrumbaba.
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A lo lejos, en el desierto, algunos
shamanes y guerreros permanecieron a la expectativa de lo que iba a suceder; en el cielo, el sol
había dejado de esparcir la maldición de Sennefer. En las comunidades, los
entes usurpadores de cuerpos se mostraban confundidos al no sentir más la
fuerza que los liberó respaldando sus actos; en el interior de la fosa
infernal, la oscuridad se volvió un líquido manipulable que comenzó a girar
cual remolino, siendo tanta su fuerza de atracción que comenzó a arrastrar de
regreso a todas aquellas entidades que soltó por el mundo.
Cada poseído sufrió por breves segundos,
pero una vez que los demonios eran arrancados de sus cuerpos caían dormidos y
en completa paz. Tal exorcismo
sucedió a nivel global, sin haber lugar en la Tierra en el que las huestes de
Nyx pudieran encontrar refugio.
Los testigos en el desierto miraron
absortos cómo uno de los grandes colosos amarillos, extensión del magnánimo
espíritu de la Tierra, emergió de entre las dunas y metió los largos brazos en
la fosa de oscuridad, arrancándola del suelo como una masa pútrida que
comprimió entre sus manos hasta darle una forma redonda que pudo sostener con facilidad.
Después, en el rostro liso del espíritu de la Tierra aparecieron unas temibles
fauces con las que devoró el tumor
maligno que extrajo del mundo.
Empequeñecidos a su sombra, los humanos
se atragantaron al ver tal espectáculo.
Satisfecho con su labor, el titán avanzó
hacia el gran y profundo hueco que quedó en el desierto, convirtiendo su
inmenso cuerpo en roca para rellenar y sanar esa herida en el planeta.
Cuando los estruendos cesaron, una voz
amigable rompió el silencio sepulcral de los presentes.
— ¿Eso salió bien, no lo creen?
Siendo Yoh Asakura quien de repente
estaba detrás de todos ellos, acompañado por Freya Dubhe de Alfa y un desmayado
Sugita de Capricornio.
— Y ahora, ¿qué es lo que sigue?
—preguntó el risueño Shaman King.
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Grecia, Santuario de Atena.
Interior del Templo de Atena
Cuando la Ejecución Aurora estuvo a poco
de golpearlo, Nauj de Libra lanzó la barra triple en su dirección, formando un triángulo
de luz dorada que sirvió como escudo contra el que la ventisca se volvió
indefenso vapor. De inmediato Libra se desplazó hacia el santo de Acuario con
el tridente en mano.
El hechizado Terario se limitó a eludir
los mortales golpes, sabiendo sus desventajas. Aunque la cuchilla hirió su
torso y hombros de manera superficial, calculaba que si las cosas continuaban
así terminaría siendo derrotado.
Adonisia intentó intervenir lanzando
rosas pirañas al santo de Libra, sin embargo Jack de Leo protegió su
retaguardia y fulminó cada flor con rápidos relámpagos.
— ¡Por un momento creí que ibas a
dejarme todo el trabajo! —espetó Libra al sentir la espalda de Leo contra la
suya.
— Nunca más —fue la breve respuesta de
Jack antes de lanzarse contra la amazona de Piscis. Sabía que si ambos enemigos
unían fuerzas contra ellos sería demasiado difícil el derrotarlos. Liquidar a
Adonisia se convirtió en prioridad, con la esperanza de que eso pudiera liberar
a Shai y a Terario.
Piscis y Leo se desplazaron por aquel
infinito a la velocidad de la luz, dando y eludiendo golpes capaces de
pulverizar montañas, mas era cuestión de tiempo de que uno de ellos mostrara
debilidad. Sólo un milisegundo de diferencia bastó para que Adonisia golpeara a
Jack en el costado, a lo que el guerrero se dobló de dolor.
— Admiro tu bravura, pero es evidente
que no te queda mucho tiempo — dijo ella, viendo cómo Leo cayó de rodillas al
suelo y vomitó sangre—. El veneno de mi invernadero ha contaminado tu cuerpo y
el de Libra... en verdad me impresiona la resistencia que han demostrado —elevó
su cosmos y decidió usar toda la fuerza de éste para acabar con él—. Me
encargaré de esparcir muy bien tu sangre y restos por mi precioso jardín —dijo,
antes de desatar una lluvia de rosas doradas sobre Jack.
El santo de Leo vio su oportunidad, por
lo que rápidamente empleó su técnica de contraataque —: ¡Castigo kármico! —lo que
creó una gran cuchilla de medialuna que golpeó de lleno a la amazona, quebrando
su armadura dorada completamente, incluyendo la máscara de oro. Una brutal
herida simétrica cruzo el cuerpo de Adonisia de manera vertical, siendo su
sangre la que regó las rosas cercanas.
La mujer cayó adolorida al suelo,
preocupándose más por ocultar su rostro que por su propia vida.
La amazona aprovechó el largo de su
cabello enmarañado y sus manos para ocultar su faz, incluso se atrevió a darle
a Jack la espalda sin tener la intención de levantarse. Sumida en una clase de
shock, esa era sin duda la oportunidad perfecta para acabar con ella. El puño
de Jack tembló un instante, pues no era la clase de persona que se sintiera
capaz de atacar a un oponente en ese estado… y aun así tenía que hacerlo.
Jack se lanzó con la clara intención de
aplastar el cráneo de Adonisia con su puño, sin embargo, súbitamente la amazona
se volvió, mostrándole a Jack por un segundo su cara, en la cual destelló una retorcida
sonrisa que lo impresionó al punto de perder velocidad.
Aprovechándose de ello, la amazona actuó.
— ¡Haz visto mi rostro y por eso debes morir! ¡Se acabaron los juegos! ¡Jardín
de rosas blancas!
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Libra volvió a abalanzarse contra el
santo de Acuario; que si bien no deseaba matarlo, eso no significaba que no
emplearía métodos para inmovilizarlo, como cortarle las piernas.
Continuó atacando violentamente a
Acuario hasta que escuchó que su
tridente chocó contra algo que repelió el último golpe. Nauj frunció el
entrecejo al ver que Terario ahora sujetaba entre sus pálidas manos una larga
lanza de hielo, hecha con el frío más intenso que su cosmos era capaz de generar,
técnica que le permitió vencer al Patrono Nergal.
El santo de Acuario aguardó en una pose
abierta, esperando que su enemigo reanudara la batalla.
— Si es cómo quieres jugar, está bien…
Veamos quién posee la mejor habilidad —Nauj sonrió, atacando con el tridente dorado.
Terario lo sorprendió al reaccionar con
una velocidad y movilidad sorprendente, ya que aunque las armas chocaron el
santo de Acuario logró un pequeño impulso por el que la punta de su lanza rozó
el cinturón de la armadura de Libra.
Nauj retrocedió un momento sólo para ver
la rasgadura en el manto dorado, así como la gran área congelada en la pieza
protectora.
— Este
debe ser el cero absoluto —pensó un poco preocupado, pues si recibía un
golpe certero de esa lanza todo podría terminar.
Libra empleó su Choque de Estrellas, a lo
que Acuario respondió con la fuerza de la Ejecución Aurora. Ambos torrentes
impactaron, siendo en el punto medio que el calor y el hielo generaron una
densa bruma que dificultó la visión.
Nauj fue el primero en parar para arrojarse
al ataque, siendo Terario quien corrió a su encuentro. La lanza de hielo y el
tridente dorado chocaron innumerables veces hasta que, tras un grito de furia,
Nauj logró partir el arma de cristal, encontrando el momento deseado por el que
pudo clavar su tridente en el muslo de Terario.
El filoso tridente salió por detrás de la pierna del santo de
Acuario, liberando un gran flujo de sangre. Pero antes de que Nauj pudiera
retirarlo o moverlo para cortar la extremidad, Terario sujetó el mango del arma
para impedírselo.
Libra vio que el tridente de oro comenzó
a congelarse rápidamente, y aunque intentó rescatarlo su propia fuerza terminó
rompiéndolo por la mitad.
Terario tranquilamente terminó por congelar
los restos del tridente, dejando que la capa de hielo se extendiera hasta su
pierna y cubriera la profunda herida, después sólo bastó un deseo suyo para que
el arma congelada se disolviera en copos de cristal.
— Hasta ahora entiendo por qué los
llaman magos del agua y el hielo —Nauj comentó, lanzando el inservible
mango de oro a un lado—. Pero tus trucos no serán suficientes para… ¡¿Qué
demonios?! —se exaltó al sentir un dolor aplastante y punzante en las piernas,
viendo que raíces espinosas emergieron repentinamente de entre las rosas y se
alargaron para enredarse y clavarse en su cuerpo. Fue como recibir cientos de
mordiscos a la vez, y mientras más se resistía más dolor le causaban.
Cuando Adonisia conjuró su maleficio,
las raíces espinosas capturaron a los santos de Leo y Libra al mismo tiempo.
Sus cuerpos envenenados, heridos y debilitados por los constantes combates los
volvieron presas fáciles de la técnica de la amazona de Piscis.
La amazona manipuló la dimensión y
volvió a reunir a todos los combatientes en un solo lugar, y no sólo eso,
también curó sus propias heridas y regeneró su armadura de oro a una gran velocidad
por la que nadie más pudo ver su verdadero rostro.
Atrapados por las raíces y tallos
espinosos, los santos sentían como cada una de las espinas estaban drenándoles
la sangre, y con ello la vida.
— Felicidades, lo han logrado, me han
hecho enfadar más de lo debido y por ello morirán de la peor forma posible
—dijo la amazona, viendo cómo es que de las lianas comenzaron a brotar rosas
blancas. En cuanto las flores se abrían por completo, sus pétalos empezaban a
teñirse de rojo—. Mis niñas se encargarán de alimentarse de ustedes, una vez
que terminen con su sangre también roerán su carne y vísceras hasta sólo dejar
sus miserables huesos…
Jack entonces recordó el macabro lugar
en el que encontraron a Adonisia, ese pueblo abandonado repleto de rosales
rojos dentro del que sólo moraban esqueletos.
— ¡Esto es… Fuiste tú quien asesinó a
todos en la aldea! —espetó, forcejeando por liberarse y aguantando el
agonizante dolor.
Adonisia rió melodiosa. — ¿En algún
momento lo dudaste? —preguntó con cinismo—. Pero no mentí cuando te dije que se
lo merecían… Justo como ustedes dos, esos infelices me hicieron enojar más de
lo debido. ¡Paguen las consecuencias de sus acciones, mueran y sirvan a un bien
mayor! —ordenó, incrementando la tortura que las rosas ejercían sobre los
santos.
Poco a poco, sin importar la resistencia
de sus cuerpos o la frustración en sus corazones, ambos santos dorados estaban
por sumirse en un sueño del que jamás
despertarían. Sin embargo, antes de que sus ojos se cerraran para siempre se
abrieron de par en par al sentir una sensación fría recorriéndoles la piel.
Jack y Nauj observaron confundidos cómo
es que las espinas y flores que los aprisionaban comenzaron a congelarse. El
hielo subió desde las raíces, helando sólo la flora.
— ¡¿Qué estás haciendo?! —Adonisia
cuestionó furiosa.
El santo de Acuario no respondió, sólo
mantuvo la mano extendida hacia el jardín de rosas blancas hasta que lo
transformó en un rosal de hielo. Tras un pensamiento suyo las flores y tallos
se deshicieron en inofensivo polvo cristalino que quedó flotando en el aire,
liberando a los santos.
Desde el suelo Leo buscó respuestas en
el rostro de Terario, mas quedó absorto al notar a alguien más a su lado.
Parpadeó repetidas veces, pensando que se trataba de un espejismo provocado por
la casi extinción de sus sentidos, pero no podía equivocarse.
Junto a Terario algo se había
manifestado, un ser que aunque incorpóreo, el polvo de cristal a su alrededor
le permitió reflejar una imagen temporal de sí mismo.
— ¿Shai? — Jack preguntó apenas en un
susurro.
Aquella mujer que sujetaba con amabilidad la muñeca de Terario le dedicó
una mirada gentil pero no le respondió, en cambio, con un jalón de su mano guió
al santo de Acuario para que girara y se colocara como protector de los santos
abatidos.
— No puede ser… —Adonisia contempló la
hermosa manifestación frente a ella, que bien podría confundirse con una ninfa del aire. Pero no se dejó atrapar
por el engaño, miró por encima del hombro y comprobó que el cuerpo de Shai de
Virgo continuaba en el interior del capullo carmesí.
La ninfa
había adoptado la imagen de su flor
durmiente, mas su apariencia no presentaba herida alguna o un vientre
abultado. — ¿Qué significa esta aparición? —Piscis insistió a la entidad
resplandeciente que se desplazaba en el aire como si fuera una sirena en el
océano—. ¿Cómo puedes…?
— Tú
misma lo has dicho, Adonisia —la voz de la amazona de Virgo se escuchó por
el lugar, sin que los labios de su proyección astral se movieran—, este invernadero es un cementerio donde
has enterrado a todas tus víctimas, ¿lo recuerdas?
Adonisia se exaltó cuando sintió algo
jalando su pierna. Al mirar hacia abajo pudo ver una mano podrida sujetándole
el tobillo.
— ¡¿Pero qué…?! —calló al ver que el
cadáver intentaba impulsarse para salir de la tierra.
La amazona de Piscis lo pateó con
facilidad, alejándose de él, pero notando que más cuerpos carcomidos emergían
de entre sus rosas por doquier.
— Y
ya que fui entrenada para entablar comunión con los muertos, éstos me han
ofrecido su ayuda para castigarte por tus crímenes.
La mujer vio cadáveres putrefactos y tan
deformes que era imposible determinar cuáles fueron alguna vez hombres o
mujeres, sólo los de tamaño pequeño fueron sin duda niños. En las cuencas de
sus ojos crecían flores rojas, mientras que sus cuerpos estaban cubiertos por
lianas espinosas que se adherían a sus pieles resecas.
— ¡Estas mintiendo! —Piscis clamó,
indignada—. ¡Esto no es más que una ilusión! ¡¿Cómo te atreves a contaminar mi
jardín con estas pestilencias?! ¡No tienes ningún derecho!
Adonisia movilizó las rosas pirañas del
lugar, descargando su furia sobre la centena de cadáveres que intentaban
alcanzarla. Los cuerpos fueron destrozados al instante, cayendo sobre las rosas
que terminaron por absorber sus
restos.
Terario de Acuario obedeció la orden
transmitida por la rosa en su cuerpo, por lo que generó muros de cristal que no
pudieron ser derrumbados por el ataque de las rosas negras, protegiéndose no
sólo a él sino también a Nauj y a Jack.
Las rosas atravesaron la silueta de
Virgo, comprobando realmente que sólo era la manifestación de su espíritu.
—
Te equivocas, Adonisia, tú me has
dado poder sobre tu preciado
invernadero… En contra de mi voluntad me hiciste parte de él. —El espíritu juntó
las manos sobre su pecho desnudo, donde un resplandor nació—. Gracias a eso pude fundirme con él y
descubrir la abominación que has cosechado sin saberlo. Lo único que estoy
haciendo por ti es mostrarte su verdadera apariencia.
— ¡Cállate! ¡Este jardín es mío, tú
eres mía y debes obedecerme! —el cosmos de Adonisia rugió con fuerza en un
intento por retomar el control total de su dimensión.
Las rosas se alzaron del suelo jalando
largas raíces que formaron un gigantesco rosal de espinas viviente detrás de la
amazona de Piscis.
— Aunque
te apoderaste de mi cuerpo mi alma es algo que jamás te pertenecerá — Shai
cerró los ojos y dejó que su poder se extendiera por el lugar—. Atum’s
trial (Juicio de Atum)
—musitó, desatando un lúgubre eco que sopló sobre cada flor del lugar.
Adonisia de Piscis vio cientos de
cuerpos volver a salir del suelo, sin embargo esta vez eran diferentes, mujeres,
todas ellas exactamente iguales una con la otra, copias de una misma chica viva, de piel blanca como porcelana,
largo cabello esmeralda ligeramente ondulado, de grandes ojos azules, rostro
dulce y hermoso, labios pintados y mejillas sonrosadas, sin prendas que ocultaran
su sensual cuerpo.
Todas ellas emergieron de las rosas con
alegría y optimismo, mirando el lugar como si hubieran entrado en un sueño del
que no deseaban despertar.
El cuerpo de Adonisia tembló, ya sea por
ira, alegría o tristeza, la impresión de tal visión la dejó completamente
inmóvil y le dificultó el hablar.
Confinados entre los muros de cristal,
Jack y Nauj no tenían otra alternativa más que ser meros espectadores de lo que
sucedía. Aunque intentaron sacar respuestas de Terario, éste continuaba bajo el
hechizo de la rosa en su pecho.
— … Tan hermosa… —dijo Adonisia cuando
una de esas chicas se acercó a ella con amabilidad. La amazona le tocó el
rostro, suave, cálido y carente de imperfecciones—. Soy tan hermosa… — musitó, cuando unas pocas lágrimas resbalaron
por su cuello. Piscis le colocó una flor roja en el cabello y la contempló con
una dicha indescriptible.
La mujer era un espejo de sí misma, lo
que había bajo su armadura y máscara. Su jardín se había convertido en un
paraíso donde réplicas de su belleza jugueteaban alegres, nunca se había
sentido tan feliz en la vida… pero las risas fueron cortadas por un gemido
desgarrador, el cual desencadenó muchos más.
La amazona vio que los cadáveres volvían
a salir de la tierra, esta vez miles de ellos, los cuales se abalanzaron sobre
las doncellas, quienes aterradas intentaban escapar de los huestes del
infierno.
— … No… ¡Paren…! —apenas pudo decir, sin
moverse, sólo abrazando a la chica que estaba a su lado, como si deseara
evitarle un mal que ya presagiaba.
Vio el horror en el rostro de sus
réplicas mientras eran ultrajadas por los cadáveres, el roce de sus cuerpos
cubiertos de espinas les abrían heridas en la piel, con sus manos comenzaron a
arrancarles pedazos de sus preciosas caras, incluso hasta con mordidas. Otros
metieron ramas espinosas por sus bocas pintadas, al mismo tiempo que lo hacían
por sus entrepiernas lampiñas. Los gritos de cada una fueron desgarradores y
casi destrozaron sus tímpanos.
— ¡Basta! ¡Deténganse! —Adonisia gritó,
tapándose los oídos, sin poder apartar la vista de aquel escenario dantesco.
Vio a la chica a su lado caer a sus
pies, un cadáver le jaló las piernas y otro le sujetó los brazos para evitar
que se levantara.
Adonisia no podía moverse, algo en su
cerebro lo evitaba. Totalmente en shock sólo fue testigo de cómo esos dos
cadáveres putrefactos desgarraban la vagina de su copia con espinas y le
arrancaban el rostro a mordidas… Algo se quebró en ella, justo como sucedió
aquel día.
La amazona soltó un alarido de dolor, el
cual terminó como un rugido bestial pues no existían palabras que pudieran
expresar su cólera. Por su voluntad, los tallos espinosos danzaron por el
lugar, destruyendo a cada ente infernal esparcido por el invernadero. Las
espinas se enredaron en cada uno, moliendo sus huesos, exprimiendo sus jugos
malolientes, despedazándolos y aplastándolos sin piedad, tal cual había hecho
en el pasado con esos desdichados y el pueblo que la vio nacer.
Una vez que los cadáveres fueron
descuartizados por su poder, Adonisia permaneció jadeante de cansancio y de ira
que poco a poco se iba transformando en algo diferente. Se tumbó de rodillas al
suelo, donde reprimió un gemido de tristeza que no se podía permitir. Molió a
golpes las rosas bajo sus manos, intentando recobrar la compostura, pero no
podía sacarse de la cabeza las imágenes de esos monstruos violando a las
réplicas de sí misma.
Entonces, unas manos tocaron la
superficie de su máscara de oro, siendo las de la joven a la que había coronado
con una flor roja. Desde el suelo ella la miró con su rostro enrojecido y
deforme sobre el que sus ojos azules resaltaban aún más, sobre todo porque le
removieron los párpados.
— Somos
iguales —le dijo, esbozando una sonrisa retorcida—. Ahora lo somos.
— Ahora
lo somos — repitió otra que se estaba aproximando, tullida y con pedazos de
cara colgando de sus mejillas.
— Todas
nosotras. — Frases similares comenzaron a bombardearla como un ruidoso enjambre
que se volvía cada vez más insufrible.
Aterrada y petrificada, Adonisia no pudo
evitar que su copia le quitara la máscara del rostro y, sin piedad, la
utilizara como un espejo sobre el cual vio su propia cara deforme por viejas
cicatrices.
— ¡¡Esa no…!! —Adonisia intentó negarlo
como siempre ha hecho, pero ahora que confrontaba su reflejo después de tantos
años le fue imposible — … E-esa… soy yo
—murmuró completamente abatida. Sus palabras sirvieron como un escalpelo que
abrió las antiguas cicatrices en su cara y la empaparon de sangre.
La máscara dorada frente a ella brilló
intensamente, desatando una luz cegadora que la golpeó de lleno y calcinó su
ser.
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Parajes montañosos del Santuario.
El ángel Paris continuó asombrado por lo
que veía, pues acababa de comprobar que
en verdad el coraje de los santos labraba milagros... Ahora era testigo de
ello. Su oponente, Asis de Sagitario, no sólo evolucionó su cloth, sino también
la fuerza de su cosmos ante el cual, por breves instantes, se sintió diminuto.
En el fondo, el santo de Sagitario
estaba tan absorto como él, pero supo ocultarlo bien y guardar las dudas para
un momento más propicio. Haya sido por su propia fuerza de voluntad o con la
ayuda de los dioses, tenía el poder para finalizar esa batalla.
No le importó que Paris estuviera tan
perturbado, se abalanzó sobre él y lo golpeó con el puño derecho, primera y
única prueba que necesitaba para conocer el nuevo alcance de sus habilidades.
El ángel pestañeó incrédulo cuando el
puñetazo del santo le volteó el rostro e hizo girar su cuerpo sobre su propio
eje por la potencia del mismo. Paris frenó en el aire antes de estrellarse
contra el muro de la montaña, abrumado por el sabor de la sangre en su paladar.
Asis permaneció con el brazo extendido,
observando al ángel en la distancia. Para sus adentros sonrió con malicia y sin
dudarlo lo persiguió.
Paris apenas se había recuperado del
golpe cuando sintió la sombra del santo dorado a su costado. La repentina
aparición lo tomó desprevenido, por lo que intentó retroceder mientras arrojaba
flechas de energía para cubrirse.
Sagitario ni siquiera se movió, dejó que
el cosmos del ángel lo golpeara. Paris observó que sus ataques no tuvieron
efecto alguno en la cloth de su adversario
Asis acumuló cosmos en su brazo derecho.
— Es hora de que regreses al cielo, ángel —comentó antes de desatar la—: ¡Furia
de Quirón! —liberando un atronador rayo blanco que sacudió los
casquetes montañosos de la zona.
Paris sintió su cuerpo arder cuando el cúmulo
de cosmos estaba por impactarlo, siendo por mero milagro el que pudo quitarse
del camino, recibiendo la radiación de la explosión suscitada que abrió heridas
y despedazó su gloria.
El ángel cayó estrepitosamente al suelo,
apenas consiente. Se apresuró a abrir los ojos cuando resintió la sombra de
Sagitario sobre él.
— Se acabó, heraldo de los dioses.
Reconoce cuál es tu lugar ahora y quédate allí —musitó, siendo un golpe bajo
para Paris, quien ya imaginaba su fin—. Debería eliminarte, pero siento que debo
darte la misma oportunidad que me
diste por tu gran ego… Dejaré que te retuerzas en dolor y te ahogues en la
humillación, y si algún día eres capaz de igualar este milagro, será un placer volver a enfrentarte— explicó, dándose
media vuelta y caminando hacia el este, donde sabía se reencontraría con su
protegido.
Paris permaneció incrédulo al escuchar tales
palabras, repitiéndolas una y otra vez en su mente conforme las pisadas del
santo de Sagitario se alejaban de la zona. ¿Acababa de ser derrotado por un
santo de Atena? Peor aún, ¿un mortal había
decidido perdonarle la vida? ¡Qué tonterías! ¡Eso no podía suceder!
La deshonra rápidamente generó un
profundo odio que le dio la fuerza necesaria para levantarse, invocar su arco y
tensar el hilo sobre el cual se manifestó una flecha blanca muy especial.
Reteniendo el aire, Paris apuntó a la espalda del santo de Sagitario y elevó su
cosmos con la esperanza de que el proyectil diera en el blanco y cumpliera su
cometido. Con la misma técnica con la que logró vencer al gran Aquiles en la
era del mito, la saeta detectaría y se clavaría en el punto más vulnerable de cualquier
ser vivo, ocasionándole la muerte. Prefirió arriesgarse y morir que regresar
ante su señor con otra derrota manchando su nombre.
Paris disparó, la flecha cruzó el aire a
gran velocidad y todo indicaba que daría en el blanco sin que éste se percatara
siquiera de lo ocurrido. Mas Asis fue mucho más veloz que el proyectil, giró y lo
atrapó con la mano, desplazándose hacia Paris a una velocidad imposible.
Paris abrió los ojos desmesuradamente
cuando el santo de Sagitario le atravesó el corazón con su propia saeta.
— Contaba con que harías una estupidez
como esa… —el santo le murmuró al oído, soltando la flecha blanca incrustada en
el pecho del ángel.
Estupefacto, Paris gorgoteó una gran
cantidad de sangre, pudiendo sonreír con ironía al final. — …En verdad que eres… un demonio… —dijo
antes de morir. Cuando su cuerpo cayó al suelo, éste se desvaneció en estelas
de inofensiva luz, desatándose un trueno que resonó en el cielo como lamento de
su destrucción.
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El primer golpe reveló a ambos que su
enfrentamiento superaría el nivel del que llevaron a cabo en Star Hill, por
ende la duración sería menor ya que sus habilidades y fuerzas alcanzaron una
escala que no permitía errores. Cada golpe era para destruir y sólo uno de
ellos saldrá con vida de tal confrontación.
Sus desplazamientos no se limitaron al
cielo de Grecia, llegaron a sobrevolar el mar Mediterráneo durante el
intercambio de ataques. Shiryu de Dragón procuró detener cada golpe de Albert
con las palmas de las manos, sólo para marcar la superioridad de su técnica, sin
embargo, en cierto momento el Patrono de Géminis superó las expectativas y
llegó a propinarle un par de puñetazos con la potencia necesaria para empujarlo
hacia atrás y ejecutar su técnica —: Galaxian explosion! (¡Explosión de Galaxias!)
Shiryu permitió que el vendaval
destructor lo alcanzara para emerger de él y lanzar su —: Rozan Ryu Hisho! (¡Golpe volador del dragón!)
Albert extendió el brazo y contuvo con
una sola mano el puño del Patriarca sin que la fuerza desmedida lo empujara
hacia atrás, sin embargo, el Patrono se sorprendió al sentir que se le quebró
la muñeca , y aún más al ver que numerosos pedazos del brazal de su zohar se
desprendieron y volaron en el aire.
Como si el santo del Dragón lo hubiera
podido ver, dijo—: No hay armadura invencible, eso lo sé mejor que nadie —afirmó,
recordando que en su juventud creía que el escudo del dragón era una coraza
indestructible.
— ¿Ésta fue la recompensa de tu
traición, una armadura sin identidad? No sabes lo que realmente has perdido por
tu ambición—el Patriarca cuestionó con severidad, sin bajar el brazo—. Observa bien cómo te despojo de ella y sufre al ver
de lo que te has privado por darle la espalda al Santuario y a Atena. —El cosmos
de Shiryu cubrió su armadura divina y clamó con furia —: Rozan Hyaku Ryu Ha! (¡Cien Dragones de Rozan!)
El santo extendió ambos brazos hacia
Albert, liberando un centenar de dragones. Por la corta distancia entre ambos
combatientes aquello era inesquivable, pero el Patrono chocó inmediatamente las
manos ante él y abrió una ventana a otra dimensión por la que los furibundos
dragones entraron para sorpresa del Patriarca.
Albert de inmediato cerró la abertura
dimensional sólo para reabrirla y que de esta emergiera la furia de los cien
dragones contra su antiguo mentor.
El santo recibió el impacto de su propio
poder, el cual detonó sonoramente sobre el mar.
Del océano se levantó una gigantesca
columna de agua que volvió a su lugar en forma de pesada lluvia, en medio de
ella el santo de Dragón se encontraba mostrando su escudo, intacto y reluciente
aun tras recibir el último ataque.
Albert pudo sonreír un poco al ver que
un hilo de sangre corría por la ceja izquierda del Pontífice.
— Jamás creí que me vería en la
necesidad de luchar contra uno de los héroes que derrotaron al dios del
inframundo. —Albert miró su brazal dañado y continuó—. Tu fuerza es
sorprendente, no puedo negarlo… pero así como me haces el honor de enfrentarme
con todo tu poder, yo deberé hacer uso del mío.
El cosmos de Albert lo cubrió por
completo, creciendo aún más y por el que las pupilas de sus ojos desaparecieron
ante el fuego cósmico que iluminaban ahora sus ojos. El cabello sobre su frente
se alzó, permitiendo que la cicatriz en ella quedara al descubierto, siendo no
sólo piel quemada sino el trazo de un círculo con ciertos símbolos en su
interior.
Shiryu se arrojó contra el Patrono
cuando éste le apuntó con la mano abierta en la distancia, y entonces sintió
una fuerza descomunal comprimiendo su tórax con fiereza, frenando su
desplazamiento.
Desconcertado, Shiryu se llevó la mano
al pecho intentado sobreponerse a la presión que lo aquejaba y le estaba
aplastando los órganos internos.
— Bien, ya que no puedo hacer nada
contra tu gloriosa armadura no tengo
otra alternativa más que emplear la habilidad que durante años todos ustedes se
encargaron de estigmatizar, ¡haciéndome sentir culpable de poseerla! —Albert
abrió su segunda mano y la cerró con brusquedad, ocasionando aún más dolor en
el Patriarca, quien soltó un poco de sangre por la boca al sentir que una mano
invisible le estrujó el corazón con violencia—. ¡Pero la que ahora soy libre de
utilizar a mi antojo! —El Patrono ahora centró su fuerza mental en el cuello
del santo—. ¡Superando cualquiera de mis expectativas! —rió.
Shiryu sintió que la presión ahora lo
estrangulaba, impidiéndole respirar al mismo tiempo en que intentaba quebrarle la
tráquea.
El semblante del santo se mantuvo sereno
pese a las circunstancias, pero al final sólo dijo: — Tu mente pudo haber sido
muy prodigiosa, Albert, pero ahora es demasiado inestable como para ser un
peligro para mí.
— ¡¿Qué dices?! —reclamó, confundido.
— Puedo sentirlo, detrás de tu
convicción de asesinarme hay un segundo pensamiento que te retiene —Shiryu
explicó—… el mismo que te llevó a mantener a salvo a la mayoría de los
habitantes del Santuario.
— ¡Silencio! —El cosmos de Albert se
intensificó, centrando su poder en el corazón de su oponente—. ¡La verdad es
que deseaba alargar tu tormento un poco más, pero si lo que me pides es una
muerte rápida entonces la tendrás!
El santo se encogió un segundo de dolor,
mas rápidamente se sobrepuso y a toda velocidad voló hacia el Patrono de
Géminis. — ¡Necio, he vencido a enemigos aun con el corazón mutilado, por lo
que tu intento es nada en
comparación! Rozan Shoryu Ha! (¡Dragón
Naciente!)
Al saber que su psicoquinesis no
frenaría más al santo, Albert volvió a abrir de forma inesperada la otra
dimensión, esperando que su enemigo se perdiera en el infinito, más Shiryu no
detuvo su avance, dio un salto hacia la velocidad máxima con la que pudo entrar
a la brecha dimensional, sobrepasándola y emergiendo detrás de ella para
encajar el puño en el abdomen de su rival.
La furia del dragón ascendente dejó a
Albert no sólo con los ojos desorbitados y con sangre saliendo escandalosamente
de su boca, también lo lanzó estrepitosamente hacia el cielo mientras su zohar
azul se despedazaba.
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Asis llegó rápidamente a donde Arun se había
resguardado. El niño corrió sin rumbo hasta encontrar un sitio en el cual
refugiarse. Sagitario (y también Paris) jamás perdió de vista el lugar que
eligió, por lo que llevó la batalla lejos de allí y se aseguró de que los daños
colaterales no alcanzaran su escondrijo: una pequeño hueco en la que sólo un pequeño
tan delgado como él era capaz de entrar.
— Puedes salir —dijo, esperando que el
chico lo reconociera.
El niño rubio dejó ver primero las manos
antes que su cabeza polvorienta, por lo que en cuanto sus ojos distinguieron al
santo de Sagitario brillaron con gusto y alegría.
— ¡Señor Asis! —celebró—. ¿Lo logró?
Usted ganó, ¿no es así? —preguntó, sin atreverse a tocarlo pues se maravilló
por la renovada armadura dorada.
El santo simplemente asintió. — Hiciste
bien en obedecer mis órdenes, ¿te encuentras bien? —deseó saber.
Arun asintió, apuñando las manos contra
el pecho.
— Bien. El peligro no ha terminado, aún
hay enemigos dispersos por el Santuario. Pero como tampoco puedo dejarte aquí
ni exponerte, será mejor que busquemos a alguien que pueda cuidar de ti, —Lo sujetó
por el brazo y lo cargó, iniciando el vuelo que esta vez el niño pudo
disfrutar. Arun se limitó a observar todo y no hacer preguntas, cohibiéndose
todavía por ver al gigantesco titán amarillo que se arqueaba sobre la región.
Con sus sentidos, Asis pudo detectar una
batalla no muy lejos de allí, reconociendo a los contendientes, más le alarmó
no poder sentir al resto de los santos de oro. ¿Acaso habían muerto en batalla?
Lo dudaba, pero entonces ¿dónde se encontraban?
— Lléveme con la señora Shunrei —el niño
pidió de pronto, con mucha más determinación que con la que se expresaba
antes—, con mis amigos… con ellos estaré bien, se lo prometo.
Sagitario se concentró y rastreó de
mejor forma el Santuario, pudiendo detectar dónde estaban la mayoría de los
supervivientes y otros individuos que transmitían un cosmos distinto al de los
santos. Al no sentir que hubiera un peligro cerca de ellos, Sagitario accedió a
la petición del chico, por lo que rápidamente llegó al Templo del Patriarca,
encontrándose con un escenario lleno de soldados heridos siendo atendidos por
un variopinto grupo de hombres y mujeres con vestimentas tribales.
Cuando el santo dorado se hizo notar
todos volvieron su atención a él, siendo tres pequeños quienes rompieron con la
tensión al momento al saltar y exclamar el nombre de —: ¡Arun!
El santo soltó al chico justo a tiempo
para que solo él recibiera el efusivo abrazo de los tres niños: Ayaka (discípula
de Kiki), Víctor (autonombrado escudero de Terario de Acuario) y Mailu
(sirviente de la finada bruja Althea), quienes casi lagrimeando lo atiborraron de
preguntas.
Asis dejó de prestarles atención cuando
la esposa del Patriarca se adelantó.
— Asis, es bueno ver que estás a salvo
—dijo ella con claro alivio.
— Señora, desconozco los pormenores que
aquí han sufrido, pero parece que ha tenido ayuda… —musitó al ver a los
shamanes a su alrededor, ocho de ellos, solo uno con rango de Oficial.
Shunrei asintió, hasta hace poco fue
informada de lo que acontecía en el mundo, pues como muchos otros fue
convertida en piedra por la magia de la máscara de Medusa. Cuando el hechizo se
terminó ella despertó en sus aposentos y pronto se reunió con el shaman Kenta,
quien estaba ayudando a Hilda de Polaris y a Bud de Mizar a recuperarse.
Con la aparición del titán dorado un
grupo de shamanes arribó al poco tiempo, desde entonces habían ayudado a
orientar a los habitantes del Santuario y contenido a aquellos que fueron
hechizados por Sennefer y Albert de Géminis.
— Syd… ¿Acaso sabes dónde está mi hijo?
—Hilda preguntó de pronto al acercarse al santo de Sagitario, esperanzada de
que así como salvó a Arun pudiera saber dónde se encontraba el pequeño Syd.
Asis negó con la cabeza, ocasionando que
a Hilda se le oprimiera el pecho de angustia al no saber de él.
— No puedo quedarme —comentó el santo al
ver que allí todo parecía controlado—, aún queda…
Asis calló de repente, incluso su gesto
cambió a uno de exaltación al percibir primero que nadie una presencia
amenazadora aproximándose al lugar.
— Quédense aquí —ordenó, desplazándose a
gran velocidad hacia la entrada del Templo del Patriarca, donde permaneció
firme como el único guardián que podría hacerle frente al mal que ascendía por
las escalinatas que conectaban el recinto con el Templo de Piscis.
Para los sentidos de Asis lo que allí
subía no era algo que pudiera catalogar como humano, y sin embargo caminaba y se veía como uno, enfundado en una
armadura negra que compartía el mismo toque divino
que su cloth había ganado.
Seiya de Pegaso se detuvo treinta
escalones antes de llegar a la cima desde donde Asis de Sagitario lo miraba con
frialdad, pero el santo de Pegaso miraba más allá de él, siendo su próximo
objetivo más que claro.
FIN DEL CAPÍTULO 61