— Mamá… —musitó Tara, resintiendo la
desaparición del cosmos de Hécate en el infinito.
Su fiel guardián, Abaddon, también lo
percibió, mas se mantuvo en silencio al no encontrar palabras adecuadas para
consolar a la joven.
Ambos habían decidido permanecer en el refugio
subterráneo que durante años les ha servido como escondite y base de
operaciones, siendo la estancia del estanque sagrado el preferido por la Oráculo
y su madre.
Tara se cubrió los ojos intentando
atrapar las lágrimas, mas éstas se escurrían por debajo de sus palmas hasta
resbalar por su mentón.
Los sollozos despertaron a la durmiente
Danhiri, quien estaba recostada sobre las suaves plantas que rodeaban el
estanque. La Patrono de Equidna vestía un largo camisón blanco traslúcido, por lo
que los vendajes hechos de hojas verdes en su cuerpo eran notorios.
En sus piernas y torso delgadas raíces
se habían introducido en su piel, conectándose a las venas y músculos para así
realizar constantes curaciones, limpiarla e incluso alimentarla. Hécate había
dado a todas esas plantas el entendimiento necesario para velar por su hija desvalida
mientras estuviera ausente… Quizá temiendo que por algún imprevisto no fuera
capaz de regresar a su lado.
Danhiri miró hacia la fuente de los lamentos,
mas no despertó en ella ninguna empatía que la motivara a ir al lado de su
gemela.
Tras su derrota, Danhiri no había vuelto
a ser la misma. Según el diagnóstico, el daño recibido en la última batalla afectó
no sólo su sistema motriz, sino también su mente y entendimiento, por lo que
había pasado de ser una guerrera feroz a una joven que sólo contemplaba el
mundo y a la gente en absoluto silencio, sin reaccionar a las estimulaciones del
entorno.
Aun con la ayuda del agua del estanque
sagrado, era difícil saber si algún día se recuperaría por completo, quizá el
máximo milagro que pudo ofrecerle fue el salvaguardar su vida y permitirle
despertar del profundo coma en el que cayó.
Tara decidió cuidarla sin importar lo
que sucediera, era lo menos que podía hacer tras haber perdido su habilidad profética…
mas ahora que su madre murió no estaba segura de qué hacer.
— ¡Abaddon! —lo llamó, a lo que el
enmascarado se arrodilló a su lado—. ¡Nosotros tenemos que…! Tenemos que… —lloró
aún más fuerte, insegura de su decisión.
Consciente de ello, Abaddon dijo—: Si es
el deseo de la señorita Tara, iré al
Santuario y buscaré al responsable de la muerte de la señora Hécate…
Tara se sobresaltó, y aunque sus ojos no
podían ver giró el rostro hacia donde Abaddon se encontraba.
El guerrero observó el rostro lloroso de
la mujer, decidiéndose aún más en cumplir con lo dicho.
— Pero tú no… tu cuerpo aún no ha sanado
lo suficiente—le recordó aquel instante en que recibió el ataque directo de
Poseidón—. Y tu Stella… —musitó, sabiendo que la armadura había quedado
inservible después de eso—. Soy la única que quizá pueda combatir… —aclaró, frustrada.
— Señorita Tara, mi vida es suya —dijo
el hombre con máscara—. El señor Avanish me encontró en mi momento de mayor
necesidad y salvó mi alma, pero usted —se atrevió a tomarle las manos de la
forma más delicada que pudo—, salvó mi vida con estas manos. Por lo que siempre
he creído que no debe emplear sus dones para la guerra… pero si es lo que su
corazón anhela, permita que sea yo quien luche en su lugar.
— Abaddon —musitó con suavidad,
recordando el día en que su padre la llevó con él en uno de sus viajes,
topándose con un chico desafortunado que intentó quitarse la vida al encontrar insoportable
el vivir siendo rechazado por la gente sólo por su aspecto.
—No se preocupe por nada más, yo acataré cualquiera de sus órdenes —dijo el
hombre de cabello largo—. Unirme a la lucha o permanecer aquí protegiéndola,
cualquier opción que elija está bien para mí.
La joven contuvo las lágrimas y pensó
con cuidado. Aunque muchos de sus seres queridos se habían adelantado al reino
de la muerte, no sentía justo el apresurar el viaje hacia allá. Además, tanto Danhiri
como Abaddon fueron rescatados y obtuvieron una segunda oportunidad… No
merecían que los arrastrara a tal final...
— “Deja
de preocuparte por otros y vela por tu propia vida” —recordó las frías
palabras de su padre.
— “Ya
eres libre de las pesadillas y de todo deber” —recordó las cálidas palabras
de su madre.
— Abaddon… ¿qué es lo que tú quieres
hacer? —la joven preguntó con el rostro ensombrecido.
El guerrero no respondió de inmediato. —
¿Disculpará mi honestidad?
Tara asintió, sin soltarle las manos,
siendo a través de ellas que sabría si
miente o habla con el corazón.
— Mi deseo es cuidarla hasta el final de
mis días, señorita Tara —confesó con nobleza—. Sacarla a usted y a su hermana
de esta cueva oscura, llevarlas a vivir al exterior, bajo el cielo azul. Quiero
que viva sin temor e inicie una nueva vida… Estoy seguro que es lo que su madre
también querría para ustedes —dijo, sin confesar que con anterioridad Hécate le
pidió que nunca abandonara a sus hijas.
— Lucharé con quien sea con tal de ver
cumplido ese sueño —prometió.
— … ¿Tanto me amas, Abaddon? —preguntó
incrédula, pues justo en ese momento es que se dio cuenta de los sentimientos
de su compañero.
Al hombre le temblaron involuntariamente
las manos, alzando el rostro enmascarado para mirar a la mujer a los ojos.
Tartamudeó un segundo, pero logró responder —: Sé cuál es mi lugar, señorita
Tara… Sé bien que su corazón le pertenece al recuerdo de otro hombre… uno al
que jamás podré igualar… Pero no por ello abandonaré mis sentimientos, pues es
por ellos que me he mantenido con vida hasta el día de hoy.
— Pobre Abaddon, de verdad lo siento…
—Tara reprimió más lágrimas ya que conocía perfectamente el sentimiento del
amor no correspondido.
— Le respondí con la verdad, no pienso
abandonarla —agregó rápidamente—… por lo que es su turno señorita, dígame, ¿qué
es lo que desea hacer ahora? No importa cuál sea la respuesta, sólo le suplico
que me permita acompañarla a donde quiera que decida ir… hasta el mismo
infierno si es necesario.
Capítulo 60
El día más
oscuro. Parte VII
Egipto
Cuando Sennefer asimiló el alma del
santo de Escorpión no lo hizo buscando incrementar sus poderes, pero sí
adquirir una velocidad que superara la de Kenai de Cáncer, quien se había hecho
de un arma espiritual que ponía en riesgo su existencia. Al mismo tiempo,
todavía le causaba placer encontrar modos de exasperar a un oponente, por lo
que utilizar el alma de uno de sus preciados amigos era algo a lo que no se
pudo resistir.
Su ka negro se vio iluminado por estelas
carmesís que le dieron un aspecto aún más atemorizante, sobre todo ahora que su
rostro y pecho estaban cubiertos por escamas negras, borrando su falsa
humanidad y exteriorizando el monstruo que realmente ha sido durante cientos de
años.
La blanca sonrisa del Patrono resaltó
sobre su rostro ennegrecido antes de desplegar las técnicas del Escorpión.
Cinco agujas escarlatas salieron de sus alargadas uñas rojas a una velocidad
fuera de lo común para un santo dorado.
Aunque Kenai logró evadir la mayoría,
una se le clavó en el muslo, pero eso no lo detuvo para contraatacar, enviando
una decena de cuervos dorados hacia su rival.
Sennefer lanzó rayos de ka que
fulminaron de inmediato a las aves espirituales, sabiendo de antemano la clase
de treta de la que podían ser parte para inmovilizarlo.
— Eso
no funcionará de nuevo —aclaró, estando en él los conocimientos del finado
Souva de Escorpión—. Pero esto será
totalmente nuevo para ti.
Sennefer pegó los ponzoñosos dedos
índices y medios en cada una de sus manos, elevando su ka antes de clamar —: Escorpión…
¡de nueve aguijones ardientes!
Kenai pudo verlo sólo un instante, la
velocidad celestial en la que los
nueve golpes venían en su dirección. Recibirlos sería mortal, pero esquivarlos
todos era algo imposible para él, sin embargo, en sus manos tenía lo único en
ese lugar que lo salvaría de la muerte instantánea, por lo que logró posicionar
la guadaña de manera vertical frente a su cuerpo para servir como un escudo
irrompible y por el que sólo fue alcanzado por cuatro de los golpes del
Escorpión.
El calor y la intensidad que acompañó
cada aguijón fue capaz de atravesarle los huesos de ambos hombros y las
piernas, dejando huecos limpios y cauterizados por la temperatura de estos. Los
impactos lo empujaron con violencia, mas sus dos espíritus acompañantes se apresuraron para atraparlo y socorrerlo.
El santo de Cáncer apretó los dientes
con fuerza, intentando sobreponerse al intenso dolor de esas cuatro heridas que
ardían de manera infernal. — Once
—pensó disgustado, al ser el número de veces que ha sido golpeado por las
agujas escarlatas.
— De
no haber sido por tu posesión de almas eso te habría matado —Sennefer
dedujo, viendo cómo el cuerpo de su oponente temblaba tras recibir los últimos
ataques, pero la guadaña lucía intacta—. ¡Probemos
una segunda vez! — El ataque de los
nueves aguijones ardientes volvió a cruzar el aire, pero esta vez con un solo
pensamiento Kenai envió a Kaia de Isis a lanzarse como escudo sobre el que los
nueve impactos dieron de lleno, sirviendo también como un confuso telón detrás
del que Kenai y su cloth emergieron para atacar.
Kenai se abalanzó contra Sennefer, por lo que el Patrono se alejó de él temiendo sólo el poder de la guadaña espiritual y no el de la autónoma cloth dorada de Cáncer, mas se dio cuenta del error cuando se percató de que el arma desapareció de repente de las manos del santo. Cuando el Patrono se giró en busca del lugar al que pudo volver a materializarse, vio el reluciente filo precipitándose contra el cetro en su mano. Sennefer giró a tiempo sobre sus pies para evitar la posible destrucción del Cetro de Anubis, pero en el proceso perdió el brazo izquierdo y recibió un profundo corte en el costado que casi lo partió en dos.
Kenai se abalanzó contra Sennefer, por lo que el Patrono se alejó de él temiendo sólo el poder de la guadaña espiritual y no el de la autónoma cloth dorada de Cáncer, mas se dio cuenta del error cuando se percató de que el arma desapareció de repente de las manos del santo. Cuando el Patrono se giró en busca del lugar al que pudo volver a materializarse, vio el reluciente filo precipitándose contra el cetro en su mano. Sennefer giró a tiempo sobre sus pies para evitar la posible destrucción del Cetro de Anubis, pero en el proceso perdió el brazo izquierdo y recibió un profundo corte en el costado que casi lo partió en dos.
Tras una perfecta coordinación gracias
el vínculo que compartían, Kenai trasladó su arma al espíritu enfundado en la
cloth de Cáncer, pudiendo herir al demonio. El espíritu de la cloth intentó
arremeter una segunda vez contra el Patrono, mas éste desplegó su ka en una
enorme llamarada de fuego negro que la hizo volar en pedazos.
Antes de despedazarse el espíritu le devolvió
la hoz a su maestro, por lo que Kenai continuó con las embestidas y cortes, girando
la guadaña con gran maestría. A su alrededor creó un remolinó cortante que
avanzaba a su paso, por lo que Sennefer se limitó a esquivar empleando su
velocidad.
Tras marcar distancia de un salto
Sennefer materializó su ka oscuro, el cual generó centellas plateadas y rojas
que se concentraron en la punta de su dedo índice y medio. — ¡Trueno
magistral! — gritó, desatando un despampanante y estruendoso rayo que
volvería cenizas a cualquier que fuera alcanzado por él.
— ¡Aliento de los espíritus! — Kenai
respondió con el poder de su cosmos, el cual liberó una tormenta blanca que
colisionó con el ka del Patrono y cubrió el lugar con una espesa niebla.
Las energías enemigas rivalizaron unos
momentos, siendo el rayo carmesí el que avanzara hacia el santo de manera lenta
y agónica.
—
¡Kenai! —escuchó el grito de Calíope de Tauro, adivinando cuál sería el
siguiente movimiento de la amazona, por lo que ordenó a Kaia de Isis que la
respaldara.
En un instante, el Gran Cuerno y las Lágrimas
de Isis se fundieron con el Aliento
de los espíritus, desatando un tsunami cósmico que embistió al Patrono con
brusquedad.
Sin embargo, Sennefer se mantuvo en su
lugar pese a que aquella corriente de poder despedazara la carne humana de su
cuerpo, la cual rápidamente se regeneró con más escamas negras que terminaron
por convertirlo en un reptil humanoide, una posible encarnación del mismo dios Apofis*.
— ¡Inútiles
estorbos, esta lucha no les concierne! —bramó Sennefer, extasiado por el
placer de la batalla.
El Patrono lanzó seis agujas escarlatas
que impactaron a Calíope de Tauro, quien abrumada por la velocidad de las
mismas le fue imposible esquivarlas. El cuerpo reanimado de Kaia de Isis
terminó calcinado al recibir el Trueno
Magistral lanzado por Sennefer.
Kenai de Cáncer trastabilló hacia un
costado, visiblemente agotado. Jamás se lo diría al enemigo, pero mantener una
posesión espiritual de tan alto nivel como la que sujetaba ahora en sus manos
requería mucha más energía de la que pudo calcular… Además, los efectos nocivos
del veneno del escorpión se acrecentaban a cada momento y sus sentidos iban apagándose
uno tras otro.
— ¿Qué
ocurre? —cuestionó hilarante la criatura que había recuperado la extremidad
perdida—. ¿A dónde se fue todo tu coraje?
—sonrió ampliamente—. Sé lo que
intentas, pero jamás resultará… no te lo permitiré — El Patrono pegó el Cetro de Anubis en su pecho,
fundiéndolo dentro de las escamas, que lo absorbieron para ocultarlo—. Pronto no serás capaz de sostener esa
posesión y eres incapaz de alcanzarme…
¿qué harás, santo de Atena? —cuestionó, anticipando el ataque de la amazona
dorada.
Sennefer la sujetó por el brazo y la
arrojó hacia los pies de Kenai de Cáncer con brusquedad.
— Mírate,
estás a un solo ataque de morir y aun así continuas siendo un fastidio.
La amazona tembló en el suelo, sin poder
levantarse. En su cuerpo las heridas de las catorce agujas que había recibido
sangraban de manera abundante.
Antes de que Kenai pudiera avanzar para
interponerse entre la amazona y el Patrono, cuatro rayos carmesí se clavaron en
su cuerpo, por lo que cayó de rodillas.
— Pero
ya que parece que son tan unidos, me encargaré de que compartan la misma muerte
—se mofó—. ¡Antares!
El fulminante rayo escarlata se dirigió
hacia los santos, siendo Kenai quien se expusiera a recibirlo y salvar a su
compañera, sin embargo, una enorme figura se coló en medio de los combatientes,
recibiendo el golpe escarlata en su corpulento cuerpo sin lograr un efecto
mortal.
Sennefer quedó confundido al reconocer a
quien había intercedido a favor de los santos.
— ¿Qué
es lo que estás haciendo, Ehrimanes? —el Patrono cuestionó confundido, pero
a la vez paciente.
/ - / - / - / - /
Para cuando Freya Dubhe de Alfa dejó
atrás al moribundo Clyde, ésta llegó rápidamente hasta donde el gigante se
recuperaba de los golpes que le propinó para alejarlo de su moribundo
compañero.
— ¡Maldita
engreída! ¡No importa lo que hagas, Clyde está acabado y pronto tú también lo
estarás! — el gigante pisó con fuerza, fracturando el suelo del que
emergieron un sin número de estalagmitas afiladas de cristal negro.
La diosa guerrera se limitó a saltarlas
e impulsarse cual rayo hacia el gigante, a quien volvió a golpear brutalmente
con sus puños.
— Eres tú el fanfarrón, ¿acaso no te das
cuenta que con ese tamaño tengo más masa en dónde pegarte? —dijo antes de fallar
un golpe que el coloso esquivó y por lo que lanzó de su boca una llamarada de
fuego sobre ella.
En respuesta, la asgardiana precipitó su
puño derecho hacia la bocaza del gigante para desatar su poder invernal — ¡Ventisca
del dragón de hielo! — el cual abrió en dos el cauce de flamas y golpeó
a Ehrimanes en plena boca.
El monstruo fingió estar a punto de
caer, mas velozmente lanzó una patada contra la diosa guerrera, quien terminó
siendo impactada por su gran pie.
El golpe la lanzó estrepitosamente hacia
la oscuridad, pero aun aturdida la mujer encajó los dedos en el suelo para
frenar y volver a impulsarse hacia el enemigo.
Los puños de los combatientes chocaron
uno contra el otro, generando un vacío que empujó a ambos hacia atrás, dejando
vulnerable a la diosa guerrera unos instantes mientras caía al suelo a causa de
la gravedad, momento que Ehrimanes aprovechó para cerrar sus manos sobre ella,
como quien quiere aplastar a una mosca. Freya opuso resistencia, mas el
resonante choque de las inmensas palmas aplastó su cuerpo con brusquedad,
provocando que escupiera algo de sangre.
La criatura la retuvo entre sus garras,
oprimiéndola sin compasión.
— ¡Eso
es, se acabó tu buena suerte! ¡Debiste huir cuando pudiste pero ahora
compartirás el mismo destino que todos tus amigos! ¡Serás alimento de la nueva
especie que regirá el mundo!
Freya y su ropaje sagrado resistieron la
presión, mas cuando vio que Ehrimanes precipitó las fauces contra su cabeza es
que se obligó a superarse y liberar sus brazos, reteniendo el avance de los
afilados dientes antes de que se cerraran sobre su cuello.
— ¡Nunca! ¡No pienso dejar que una
escoria como tú me vuelva a derrotar! —gritó, elevando su cosmos blanco, el
cual protegió su cuerpo de ser triturado por las manos del coloso.
Ehrimanes se vio obligado a soltarla al
sentir que el cosmos de la asgardiana estaba triturando sus zarpas.
— ¡Soy hija de Sigmund* de Asgard, la
sangre de dragón protege a mi familia! ¡Ser vencida por una criatura inferior
sería un sacrilegio!
La diosa guerrera jaló a la bestia por
su dentadura hacia el suelo, azotándola en la superficie con su increíble
fuerza. De un salto se apartó, preparando su mejor técnica.
Ehrimanes rápidamente rodó en el suelo y
se puso de pie para contemplar a la mujer. — ¡Ja! ¿Estás segura de querer atacarme con eso? Recuerda lo que pasó la
última vez —se burló, anticipando el uso de
la técnica Dragon Bravest Blizzard
(Ventisca de Dragón).
La criatura creó una delgada lanza de
cristal en su mano, siendo clara su intención con ella.
Freya recordaba bien su derrota, la
cicatriz todavía le dolía, pero no se amedrentó, estaba decidida a vengarse de
tal humillación.
— ¡Apuesto mi vida a que esta vez saldré
victoriosa! — Relámpagos circularon a través del cosmos de la asgardiana, concentrando
todo su poder en ambos puños.
Ehrimanes lo vio tan claro como la
última vez, por lo que lanzó el veloz proyectil que golpeó directamente el
pecho de Freya, destrozando un gran pedazo del ropaje sagrado. Sin embargo, vio
sorprendido cómo es que la lanza se pulverizó sin haber herido la blanca piel
de la pelirroja.
— ¡Imposible!
—clamó confundido.
— Dragon Bravest Blizzard! (¡Ventisca de Dragón!)
La diosa guerrera arrojó su poder a
través de los brazos, creando una fuerte ventisca nevada donde se desplazaron dos
cabezas de dragón.
Los dragones golpearon a Ehrimanes a la
altura del pecho donde usualmente un humano
tendría un corazón, perforando violentamente su cuerpo y siendo arrastrado por los
fulminantes rayos.
El gigante se dejó caer hacia al frente,
poniendo una rodilla en el suelo mientras sus zarpas cubrieron el gran boquete
sangrante en su pecho.
— ¡¿Cómo…?!
— bramó furioso, vomitando sangre negruzca—. ¡No fallé, y aun así estás indemne!
Freya guardó distancia, molesta porque el
monstruo continuara moviéndose después de haber recibido su ataque.
— No podía ser tan ególatra como para
permitir que por tercera vez alguien pusiera en jaque mi vida por tan simple
debilidad —explicó, recordando esos momentos en que Sugita de Capricornio y
Ehrimanes hicieron uso de su punto débil para someterla—. Por lo que gracias a
ti es que creé una técnica defensiva que me permite desplazar de manera
temporal toda la fortaleza de mi cuerpo hacia un único punto —se palpó el pecho
descubierto, donde la armadura había sido dañada pero la piel no presentaba ningún
rasguño.
— ¡Eso
sólo te ha vuelto más difícil de matar, mas no invencible! —gruñó,
alzándose lentamente—. Pero eres una
ilusa si crees que podrás detenerme… así como Clyde tú también intentas
encontrar una forma de salvar al pequeño Aifor, ¿no es verdad? —sonrió, sin
recibir una respuesta—. No te atrevas a
negarlo, pero si quieres probar que me equivoco entonces te confesaré algo:
¿Buscas mi corazón? Bien, dispara aquí la próxima vez —con una garra se
tocó el punto medio de su gigantesco
cuerpo—. Es aquí donde se encuentra el
corazón de tu querido amigo… detenlo y yo moriré con él —rió.
— Miserable… —la guerrera musitó.
— Ese
es el problema de los seres humanos, son muy sentimentales —dijo, haciendo
un rápido movimiento con la mano que desató problemas para la asgardiana.
En su breve distracción, Freya no se
percató de que la sangre de Ehrimanes se desplazó en el suelo, transformándose
en serpientes oscuras que se mimetizaron fácilmente con las sombras del
entorno. Las serpientes saltaron sobre la pelirroja, enrollándose en sus extremidades
y cadera para entonces petrificarse en un intento por inmovilizarla.
— ¡¿Qué es esto?! —gritó, sorprendida
por lo pesadas que eran las extrañas capas de piedra que comenzaron a
extenderse por su cuerpo, como si desearan cubrirla por completo. Con el
incremento de masa el peso también fue en aumento, por lo que sus manos y
rodillas cristalizadas llegaron a tocar el suelo.
Ehrimanes sabía que eso no la detendría
para siempre, por lo que decidió aprovechar el momento para destruirla. Aspiró
con fuerza y en su gran bocaza se reunieron las centellas de cosmos, listas
para ser liberadas.
Sin embargo, el monstruo se contuvo cuando
vio cómo un rayo fugaz cruzó el campo de batalla y lo golpeó justo en el punto
que momentos antes le había señalado a Freya de Alfa.
Hubo un instante de conmoción, pues
Ehrimanes y la asgardiana creyeron que al fin Clyde de Megrez se había atrevido
a detener el corazón de Aifor y así vencer al enemigo que lo había atormentado
por tanto tiempo.
Clyde de Megrez se desplazó lo más
rápido que pudo empleando unas rudimentarias y llamativas prótesis de cristal
en su pierna y brazo masticados, sólo
para efectuar aquel movimiento en que enterró el brazo entero dentro del cuerpo
del gigante.
El dios guerrero empleó lo que le
quedaba de energía en ese último ataque, consciente de que no le restarían
fuerzas ni siquiera para retroceder, quedando a merced del enemigo.
Fue un dolor mínimo, apenas perceptible,
por lo que Ehrimanes se mofó. — ¿Hasta cuándo
piensas seguir con tu mediocridad? Un cadáver tiene mayor fuerza que tú ahora. Pero
admito que por un momento me sorprendiste… ¡Creí que al fin habrías recuperado
las agallas! ¡Desaparece de una vez, maldito insecto!
— ¡Clyde! — clamó Freya, todavía
prisionera de los cristales negros.
Las fauces del monstruo se
electrificaron aún más, liberando un potente rayo blanco que chocó contra el
asgardiano y desquebrajó el suelo.
Freya cerró los ojos, cegada por el
intenso resplandor de las centellas. La mujer se apresuró a recobrar la visión
para ver el destino de su compañero de armas.
A los pies de Ehrimanes el terreno se
hundió cual si se hubiera estrellado un cometa, dejándolo a él en medio del
cráter junto al cuerpo mutilado y humeante del dios guerrero de Megrez, cuya
armadura desapareció por completo, dejando a la vista sólo los despojos de
quien fue alguna vez un poderoso guerrero asgardiano.
Ehrimanes pareció dar un suspiro con su
inmenso cuerpo, aliviado de que la lucha encarnizada que han tenido durante
largos años llegó su fin, siendo él el ganador. Sin embargo, un gruñido de
furia escapó de su garganta cuando vio al hombre mover un poco la barbilla.
¿No podía ser sólo un reflejo post mortem? ¡No! Ehrimanes estaba
seguro de que aún se aferraba a la vida. — ¡¿Es
que acaso eres un demonio?! ¿Te crees inmortal? ¡Sólo muere! — Ehrimanes
levantó un pie, esperando aplastar al agonizante guerrero y dejar sólo una
pulpa sanguinolenta.
— ¡NO, NO LO HAGAS! —escuchó un sonoro
grito que anticipó la inesperada inmovilidad de su ser.
—
¡¿Pero qué…?! ¡¿Qué-qué pasa?! —preguntó, exaltado y confundido por la
parálisis de su cuerpo. Intentaba moverse, mas nada ocurría.
— ¡Basta! —volvió a escuchar.
— ¡¿Quién?!
El cuerpo del monstruo comenzó a
temblar, retrocediendo un par de estruendosos pasos mientras se sujetaba la
cabeza en acorde a la segunda voz que también pudo ser escuchada por Freya.
— ¡Detente! ¡BASTA!
— ¡No,
mi cuerpo! ¡¿Qué demonios me hiciste ahora?! —El gigante miró hacia la
última herida infligida por el dios guerrero de Megrez, viendo que de aquel
hueco emanaba una débil y cálida luz dorada—. ¡No puede ser! —Ehrimanes clamó, mientras su voz se volvía cada vez más baja y la nueva ganaba fuerza.
— ¡¡Para de una maldita vez!! ¡ES SUFICIENTE!
La asgardiana logró liberarse de su
prisión, mas guardó la distancia al intentar comprender lo que estaba pasando
con el enemigo, quien parecía tener un repentino ataque de esquizofrenia. Siendo
entonces que reconoció la voz de —: ¿Aifor?
El gigante cayó de rodillas, sujetándose
la cabeza con tanta fuerza como si él mismo fuera a arrancársela de un tirón.
— ¡Imposible!
¡Tú no puedes hacer esto! ¡Este cuerpo es mío por derecho! ¡Vuelve a dormir!
— Ehrimanes espetó, sin percatarse de que su voz ahora sólo podía ser escuchada
por Aifor de Merak.
De alguna manera, la conciencia del dios
guerrero pudo despertar, iniciándose la lucha entre ambas entidades para ver
quién se quedaba con el dominio del monstruoso ser... mas esta vez Aifor no estaba solo, tanto su padre como su madre le dieron el impulso para recuperar el control de lo que
le fue robado.
Ehrimanes se frustró cuando dejó de
sentir su cuerpo, volviendo a esa existencia en la que sólo podía ser un parásito espectador y oyente de lo que
sucede, incapaz de intervenir. Seguro de que podía ser escuchado por Aifor,
continuó con sus bramidos—. ¡Imposible! ¡Esto
es inaudito! ¡No es justo!
Aifor respiró agitado, poco a poco
sintiéndose totalmente uno con el enorme cuerpo que ahora poseía. Se miró las
horrendas manos, intentando ignorar la voz de Ehrimanes que no paraba de
chillar.
— ¿Aifor? —escuchó que alguien lo llamó,
girando la cabeza hacia donde Freya Dubhe de Alfa lo miraba con expectación —.
¿En verdad eres tú?
— Comandante —dijo con su voz, sin que
su feroz mandíbula se moviera.
— … Es él… —ambos escucharon,
volviéndose rápidamente hacia donde Clyde de Megrez yacía— … Confía… —Hablaba a
través de su cosmos, pues su cuerpo no podía hacer nada más.
— ¡Maestro Clyde! —Aifor se aproximó a
él, alargando las manos como si deseara ayudarlo, mas al ver de nuevo la
deformidad de sus extremidades comprendió que era el menos indicado para
socorrerlo, por lo que sólo pudo inclinarse a su lado. —¡Maestro, resista!¡Maldición, no
tenía que hacer esto! — recriminó, angustiado.
El dios guerrero abrió uno de sus ojos
sangrantes, volviéndolo a cerrar al descubrir que no había ninguna diferencia,
todo era oscuridad.
— Clyde… tú… ¿cómo lo hiciste?
—cuestionó Freya, hincándose a su diestra.
El guerrero sonrió pese a su condición.
— Fue tal como dijiste Freya… la magia de ese artilugio es sorprendente, por lo
que no me rechazó cuando lo encanté con mi propio poder… sólo así es que su madre y yo pudimos despertar a este chico holgazán.
Aifor pegó una de sus garras donde Clyde
había introducido su brazo momentos antes, sintiendo el intenso fulgor de la
magia en su interior, fuerte como siempre su maestro ha sido, y acogedora como
debía ser el afectuoso trato de una madre.
— Lamento que sea lo máximo que pueda
hacer por ti ahora —Clyde se disculpó cuando comenzó a escuchar extraños pasos
aproximándose, los cascos de un corcel tal vez— … Pero no está tan mal… siempre
dijiste que querías ser más alto —rió.
Los ojos del gigante no pudieron llorar,
pero el alma del chico dentro de él lo hizo, reflejándose en su voz.
— No se disculpe, todo es mi culpa
—Aifor dijo, cabizbajo—, yo sólo quería salvarlo… y a Asgard, por eso
no me importó dar a cambio mi cuerpo, mi vida entera… ¡Pero jamás imaginé que
todo esto ocurriría…! ¡Yo soy el culpable de que todo esto haya llegado tan
lejos!
— Muchacho tonto… No pienses así, hay
mucha culpa que repartir para que la cargues tu solo… sabes bien que yo no
estoy exento de responsabilidad sobre lo ocurrido… Pero si te hace sentir
mejor, bien… Sí, cometiste una estupidez mayor que la mía, por lo que puedo
decir que el alumno finalmente superó al maestro —volvió a bromear, sin un deje
de resentimiento.
Las pisadas de caballo se detuvieron,
por lo que Clyde volvió a abrir uno de sus ojos, pudiendo ver dentro del manto
negro una silueta resplandeciente montada en un magnifico corcel blanco. Era
una mujer de cabello negro, envestida con una armadura platinada y un casco
alado, envuelta por un halo divino que le permitió identificarla fácilmente
como una auténtica valquiria.
— Maestro, no quiero que muera.
— Deja de lloriquear, mi tonto pupilo —
dijo Clyde, mirando a la silenciosa hija de Odín, quien le tendió la mano y
aguardó pacientemente a que la tomara. Sólo él era capaz de verla y sentir su
presencia al parecer—. Si te sientes tan culpable, te tengo buenas noticias… la
batalla aún no ha terminado… por lo que mueve tu gigantesco trasero y ayuda a
detener al monstruo que queda… Y eso será todo…
— ¡Maestro!
— Después… tengo fe en que todo tu sufrimiento… y pérdidas serán compensadas por los
dioses…
Freya y Aifor vieron que Clyde alzó la
mano, como si deseara alcanzar algo en el aire. Por consideración a Aifor, la
asgardiana sujetó esa mano con hermandad.
— Díganle a la señora Hilda que yo…
Clyde Van Alberich, cumplí mi palabra, por lo que puedo dar por concluida mi
vigilia… pero que confío en que mi hijo, Aifor
de Merak, será un digno sucesor para estar a su lado… —alcanzó
a decir, empleando la última luz de su cosmos.
Freya fue la primera en notar su deceso,
por lo que con amabilidad cerró el ojo del dios guerrero de Delta y acomodó su
cuerpo en una posición digna.
— ¡Al
fin murió! —Aifor escuchó a Ehrimanes celebrar, riendo a carcajadas. —¡Cuando menos esa dicha me has dado,
maldito!
Aifor reprimió los sollozos, sabiendo
que su maestro lo aporrearía desde el más allá si se atrevía a hacer una escena
ante su muerte, él siempre fue así… Pero aun con su tosco trato y cruel
disciplina, no existía hombre en el mundo por el que sintiera más afecto y
respeto que no fuera Clyde Van Alberich, el único padre que conoció y
necesitará en su vida.
Freya se levantó y caminó hacia al
gigante, poniendo su mano sobre su gran hombro. — Debemos irnos… ¿lo sabes,
verdad?
— Imbéciles,
¿todavía creen que tienen oportunidad contra Sennefer? ¡Nos aniquilará! ¡No
tengo que ver el futuro para saber eso! —Ehrimanes rugió—. ¡Escúchame a mí terco insensato y quizá así
salvemos el pellejo, no lo hagas!
Ignorándolo, Aifor se alzó y asintió. — Es la
última orden de mi padre… por lo que no puedo fallarle. Vayamos y
ayudemos en lo que podamos. Devolvamos a todos estos demonios al infierno del
que salieron.
/ - / - / - / - /
— ¿Qué
es lo que estás haciendo, Ehrimanes? —escucharon que el Patrono cuestionó.
Pero la única respuesta que recibió del
gigantesco monstruo fue el repentino movimiento con el que sus grandes zarpas
de magma y hielo se cerraron sobre él, castigándolo con el poder de ambos
elementos que luchaban por desintegrar su cuerpo.
Kenai y Calíope contemplaron aquello confundidos, pero de
inmediato apareció la guerrera asgardiana, Freya, para esclarecer en algo sus
dudas.
— Tranquilos, está de nuestra parte
ahora —se limitó a decir, omitiendo la explicación larga—. Pero no lo contendrá
por mucho tiempo — era claro que el cosmos de Sennefer superaba en creces a la
mayoría de los presentes—. Espero tengan
un plan.
— A cada segundo nosotros nos
debilitamos mientras él se recupera… destruir el cetro disminuirá todas sus
ventajas… Sólo necesito que me den un instante… un espacio abierto en su
defensa para poder dar el último golpe —Cáncer aseguró, confiando en el poder que
le restaba a su guadaña espiritual.
Freya Dubhe de Alfa asintió, sabiendo
que en ella recaería más el peso de la lucha al ver la condición de los demás
guerreros.
— Calíope, tú quédate atrás… — Kenai le
pidió.
— No me vengas con esas estupideces —la
amazona rió, esperando que se tratara de una broma.
— Si yo fallo, de ti dependerá el resto
—el santo musitó, respirando con dificultad—… El Cetro de Anubis está en su
pecho, recuérdalo bien. Por lo que toma estos momentos para concentrar toda tu fuerza…
En el infierno de magma y hielo creado
entre sus garras, Aifor de Merak intentaba suprimir el poder de Sennefer, mas
el demonio terminó superando sus esfuerzos cuando una llamarada de fuego negro
neutralizó su cosmos. El estallido de ka obligó al gigante a retroceder.
— ¡Ja!
¡Te dije que tus intentos serían inútiles! —Aifor escuchó de Ehrimanes—. Me cuesta decirlo, pero Sennefer supera mi
poder aun en esta forma. ¡Nos destruirá sin contemplación, qué desperdicio...!
— Ya
veo —musitó el Patrono—, con que perdiste
el control de ese cuerpo y ahora es el humano el que recuperó el control...
Patético —dedujo gracias a sus poderes espirituales—. Pero si creen que eso cambiará en algo la sentencia impuesta para
todos ustedes, están en un error — Sennefer concentró una gran cantidad de ka
en la palma de su mano, pero antes de arrojarla la asgardiana pelirroja logró
escabullirse y propinarle una combinación de puñetazos y patadas que lo sacaron
de balance.
Sorprendido por sentir el dolor de cada
golpe, el Patrono lanzó un derechazo que voló el casco de su enemiga, mas la
mujer se había movido lo suficientemente rápido para evitar el que fuera su
cabeza la que se separara de su cuerpo.
Aprovechando la cercanía, Freya trazó
rápidamente un círculo en el suelo con su dedo, dentro del cual Sennefer permaneció el tiempo
suficiente para ser víctima de la —: Odín Sword! (¡Espada de Odín!)
Dentro del círculo se liberó un torrente
vertical que alzó a Sennefer por el aire, atrapándolo en una feroz corriente
dentro del que perdió movilidad al ser separado del suelo firme y era golpeado
constantemente por trozos de cristal.
— ¡Ahora
Aifor, ayúdame a contenerlo! —Freya lanzó un mensaje telepático a su
compañero.
Al instante el coloso liberó su cosmos
invernal hacia el geiser, incrementando su ferocidad y al mismo tiempo creando
fuertes grilletes de hielo en los brazos y piernas de Sennefer,
imposibilitándole más aún el moverse.
Era el momento, Kenai lo supo, por lo
que empleó todo su cosmos en la guadaña espiritual, restableciendo una última
vez ese halo divino que el sello de Atena le permitía. Saltó en busca de dar el
golpe final, llevando con él las esperanzas de aquellos que lo miraban… pero no
llegó a acercarse lo suficiente cuando un estruendo retumbó en la mastaba.
El ensombrecido Sennefer sólo sonrió con
malicia, anticipando el acto que apagó la ilusión de los guerreros. Aunque él
se encontraba inmóvil, el ojo maldito en su pecho disparó un potente y amplio
rayo de ka que hizo que el brazo y
hombro izquierdo de Kenai de Cáncer desapareciera a su paso junto a la mitad de
su pecho y torso, dejando la piel quemada y cauterizada.
El cuerpo del santo fue empujado por esa
violenta descarga que no llegó a desintegrarlo por un mero error de ángulo.
Kenai cayó mortalmente herido a lo lejos, junto al inconsciente y ciego Assiut
de Horus, siendo a su lado con quien compartiría sus últimos momentos de vida.
Calíope ahogó un grito de furia y
tristeza, mas debió suprimir su pesar para que la ira le permitiera a su cosmos
crecer con extrema violencia.
Freya y Aifor se coordinaron para atacar
a la criatura, mas ni la velocidad de la asgardiana, ni la fuerza del gigante
lograron alcanzar al inmortal. Sennefer se limitó a castigar a la pelirroja con
potentes golpes que la enviaron al suelo. El gigante intentó atraparlo
nuevamente, pero el Patrono lo sujetó de una garra para arrancarle el brazo
entero de un fuerte tirón.
— ¡Terminemos
con esto! —sentenció Sennefer en medio del rugido de dolor del coloso,
volviendo a disparar su Trueno Magistral
hacia los asgardianos.
Aturdida y cegada por el intenso
resplandor que caía sobre ellos, Freya apenas y se arrastró un poco cuando
Aifor utilizó lo que quedaba de su gran cuerpo como escudo, haciéndose un
ovillo sobre ella en un claro intento por protegerla.
La centella se impactó en la espalda de
la bestia, electrificándola de pies a cabeza, logrando un daño que ennegreció
gran parte de su cuerpo al carbonizarlo, incluso Freya resultó herida al ser
alcanzada por los residuos de poder, pero no lo suficiente como para perder el
conocimiento. Aunque la pelirroja intentó levantarse, el peso de la criatura inconsciente
la mantuvo contra el suelo, imposibilitada de reaccionar a cualquier ataque del
Patrono, quien la tenía en la mira desde la distancia.
—
¡SENNEFER!
Escuchó que Calíope de Tauro le gritó a
lo lejos, permitiéndose girar hacia el sentido contrario de donde los
asgardianos yacían convalecientes.
La amazona de Tauro estaba de pie y
rodeada por un luminoso cosmos dorado como claro estandarte de guerra. Aunque
se encontraba sangrando por la dilatación de las agujas escarlatas y su sentidos
estaban a pocos momentos de apagarse, con su posición firme y retadora se
reflejaba la determinación que había en su alma —: No vas a ganar —decretó con
tal confianza que en ella Sennefer vio el rostro de todos aquellos que en el
pasado alguna vez juraron su destrucción.
El Patrono cerró los ojos y sonrió con
maldad, desvaneciendo aquel espejismo. — La
victoria ha sido mía desde el instante en que la Corona Oscura de Sokaris reinó
el cielo… sólo que ustedes fueron muy necios para aceptarlo, y yo demasiado soberbio
por haberlos dejado llegar tan lejos. —El ka de Sennefer cubrió todo a su
alrededor, perdiéndose en las llamas negras donde sólo sus ojos dorados resaltaban—.
¡¿Acaso no los he torturado lo
suficiente?! ¡¿Quieres más desesperación?! —bramó, aceptando el duelo final
de la amazona—. ¡Te la daré! ¡Y qué mejor
forma que morir por el golpe fatal de Souva de Escorpión, el hombre que más te
amó en vida y que incluso ahora se esfuerza en vano por no dejarte morir!
Aquellas palabras sólo le dieron más
poder a Calíope, cuyo corazón saltó al saber que Souva también estaba luchando.
Ella no podía dar menos de lo que Souva y Kenai habían sacrificado por la
salvación del mundo… Era considerada la amazona más fuerte del Santuario, y
ahora que se encontraba tan cerca de la línea que divide la vida y la muerte su
cosmos podía alcanzar el siguiente nivel para constatarlo.
La velocidad con la que Calíope se
impulsó impresionó a Sennefer, quien la imitó para acercarse y lanzar el
aguijón final —: ¡Antares!
Los dedos del Patrono se clavaron en el
cuerpo de la amazona, marcando la quinceava aguja escarlata con crueldad. Pero
en vez de sucumbir al dolor, Calíope rió de manera descarada ante el hombre que
estaba al alcance de su puño—: ¡Cuerno Destructor!
El poderoso golpe no pudo ser esquivado
por Sennefer, ni bloqueado por el fulgor que el ojo infernal en su pecho
disparó como lo hizo con Kenai de Cáncer. Ante el puño de Calíope aquella
ráfaga no fue nada y se impactó de lleno en el punto medio del pecho del
Patrono, causando una explosión que creó un gran agujero en su cuerpo de reptil,
destruyendo escamas, músculos, huesos y hasta el ojo monstruoso, dejando sólo
pocos tejidos uniendo sus brazos y cabeza en un solo cuerpo.
En ese vacío, el Cetro de Anubis
flotaba, magnetizado a los pellejos a su alrededor, mas a los ojos de la
moribunda amazona resaltó el que ahora presentaba pequeñas fracturas.
La fuerza del impacto volteó los ojos
del Patrono, resintiendo el daño atroz y paralizante por el que soltó un tremendo y rugiente
alarido. Por instinto, intentó alejarse del peligro, mas Calíope sujetó el
Cetro con su mano, reteniéndolo.
La amazona lamentó el que ni todo su
poder fue capaz de destruir el cetro maldito, por lo que con sus últimas fuerzas
intentó arrebatárselo a la criatura. En cuanto lo tocó, el brazal de su brazo
comenzó a romperse por la intensa descarga liberada por el artilugio.
— ¡No
me rendiré! —pensó con ahínco, sin notar que hasta la hombrera derecha y su
máscara comenzaron a cuartearse por los rayos negros que salían del Cetro de
Anubis. Hasta que su brazo quedó completamente negro como el carbón es que la
amazona logró su cometido, arrancó el cetro con tal fuerza que terminó cayendo al piso, lanzando el artilugio hacia
atrás, guiada por un sexto sentido que le aseguró que era lo correcto.
Abrumado e impedido para actuar de
alguna manera hasta que su cuerpo se regenerara, Sennefer sólo pudo ver cómo su
cetro volaba por los aires. Confiado de que no había nadie más en pie que
pudiera ser una amenaza, sonrió, pero su gesto cambió totalmente cuando uno de
sus adversarios volvió a levantarse, esgrimiendo una peligrosa arma.
— ¡NO!
—exclamó con un rugido bestial.
/ - / - / - /
Cuando Kenai de Cáncer cayó al suelo en
tan agonizante condición, supo que el fin de su vida estaba próximo.
— ¡No…
todavía no…! Sólo… necesito… un poco más… — pensaba, agobiado por el dolor
de su cuerpo colapsando. En la mano que le quedaba, la guadaña espiritual aún
mantenía su forma, pero en cuanto su corazón se detuviera todo su poder se
esfumaría con él.
En su desesperación, notó en las
cercanías el cuerpo de Assiut de Horus y deseó,
por un instante egoísta, que estuviera muerto,
pues sólo así podría convertirlo en la última herramienta que podría utilizar
para cumplir con su misión.
Pero en cuanto sus dedos tocaron la
cabeza del Apóstol, percibió que ya otra fuerza estaba actuando sobre él, por
lo que desistió y sonrió ante el brillo de esperanza que vio en Assiut cuando éste
abrió los párpados.
/ - / - / - /
Ciudad de Meskhenet, Egipto.
En el Palacio Real, el joven Faraón
permanecía resguardado dentro de una cámara subterránea en la que sólo lo
acompañaban un par de siervas y el Apóstol Sagrado de Osiris, Nichrom.
Gracias a la conexión mental que puede
tener con sus compañeros, Nichrom ha sido capaz de conocer la situación vivida
en la ciudad. En cuanto la maldición del sol azotó las tierras de Egipto, los Apóstoles
y guardias se movilizaron para proteger a la población, y al ser una comunidad
fuertemente ligada al shamanismo pudieron controlar con rapidez la maldición de
Sennefer.
Cuando el gran espíritu dorado se alzó
sobre el reino para protegerlos, la llegada de los shamanes de occidente fue
bien recibida, mas a esas alturas la ayuda allí era innecesaria. Algunos de
ellos, junto a otros Apóstoles, se movilizaron hacia la mastaba de Sennefer,
esperando ser de ayuda contra las hordas de monstruos y bestias que informaron
estaban naciendo en sus dominios.
Nichrom recibió la orden de quedarse y
enfocarse sólo en la seguridad del joven Atem, quien había permanecido la mayor
parte del tiempo tranquilo y a la expectativa de las noticias que decidía contarle.
En cierto momento, el Apóstol se centró
en ver lo que ocurría en el nido de monstruos al que sus camaradas enfrentaban,
por lo que sólo hasta que una de las mujeres le tocara el brazo es que volvió a
prestar atención a lo que en el refugio ocurría.
— Señor Nichrom, el Faraón… —dijo la sierva
de tez morena, señalando a donde Atem estaba sentado sobre un banquillo de
madera.
El Apóstol vio que la segunda mujer
estaba a su lado, buscando que reaccionara, mas el jovencito mantenía los ojos
cerrados y el cuerpo rígido. Para los sentidos de Nichrom fue claro lo que
ocurría, pues poco a poco la habitación comenzó a inundarse por una presencia poderosa,
la misma que sintió aquel día en que el dios Horus salvó Meskeneth.
— No lo toquen —advirtió a las mujeres,
quienes se alejaron de inmediato —. Tal parece que los esfuerzos de Assiut y
Kaia no han sido suficientes. —Nichrom se arrodilló ante el Faraón, cargando
con la vergüenza que pesaba en las almas de sus compañeros Apóstoles que
combatían en el desierto—. En verdad lo siento, mi señor… —musitó, agachando la
cabeza todavía más cuando unos hilos de sangre salieron por debajo de uno de
los parpados del joven rey.
/ - / - / - /
— De pie, mi leal Assiut, debes levantarte. No
puedo sanar tu dolor, ni aliviar tu pena, mas puedo restablecer la fuerza de tu
ka… Llegó el momento de que alces el vuelo y concluyas con tu labor de custodio;
sacia tus deseos y libera a todos aquellos que han sido torturados por esa
abominación… ¡Cumple tu destino! ¡Mis ojos son tuyos!
Assiut de Horus abrió los ojos tras una
fuerte respiración por la que los latidos de su corazón se aceleraron. Su ojo
izquierdo continuaba con su cuenca repleta de sangre y restos del órgano perdido, mas en el
derecho apareció una intensa llama dorada dentro de la que resaltaba la pupila
de un feroz halcón.
El Apóstol se levantó guiado por una
mano que sabía exactamente lo que debía hacer, por lo que no dudó en tomar la
hoz que el moribundo santo de Cáncer le tendió.
En cuanto sujetó el arma espiritual su
ka dorado se encendió totalmente restaurado, avanzando hacia donde vio que el
Cetro de Anubis volaba lejos de Sennefer. Con su nuevo ojo pudo ver el entorno
y la situación con gran detalle, casi omnisciente
Sin demora, sin palabras, Assiut saltó y
arremetió contra el artilugio que ha sido centro de tantas desgracias, y de un
rápido golpe lo quebró.
En el instante en que la hoja
resplandeciente hizo su trabajo se desvaneció, anticipando la muerte del santo
de Cáncer, quien dio un último respiro en medio de una sonrisa de gran
satisfacción.
En cuanto Assiut volvió a pisar el
suelo, el Cetro de Anubis se partió en dos, siendo el instante en que un
atronador sonido sacudió la mastaba bajo tierra. El grito unísono de miles de
almas siendo liberadas ensordeció a los presentes y desplegó una onda expansiva
alrededor del cetro que terminó por desintegrarse. Millares de estelas blancas
comenzaron a desplazarse ansiosas, confundidas, perdidas, soltando lamentos de
niños que buscan con desesperación a sus madres.
En el momento en que el Cetro de Anubis
se pulverizó, el cuerpo de Sennefer se convulsionó con violencia, encorvándose y
cayendo de rodillas. Sus fuertes bramidos se perdieron entre lo demás gemidos.
Intentó resistirse al cambio que su cuerpo comenzó a sufrir por la falta de
poder que el cetro le proporcionaba, pero no pudo. Sus músculos se retorcieron
al achicarse, se cerró el hueco en su pecho pero la mayoría de las escamas negras
desaparecieron, dejando una piel gris, arrugada y áspera pegada a los huesos de
su cuerpo humano, mientras su cabello se marchitó hasta volverse blanco, quedando
con un cadavérico y enfermo aspecto. De su boca escapó la última alma que como
shaman podrá manipular.
Los partes del zohar que sobrevivieron a
la guadaña de Kenai cayeron al suelo al no ser capaces de mantenerse unidas a
tan escuálido y débil ser.
— No…
¡No! ¡Esto no puede estar pasando! —bufó, iracundo y desesperado, viendo a
través de su cabello marchito el caos generado por la destrucción de su cetro—.
¡Estúpidos! —gritó aún más fuerte,
superando a la multitud.
— ¡¿Creen
que han ganado?! ¡¿De verdad lo creen?! —cuestionó furioso, pudiendo
levantarse, mas permanecer de pie era todo un esfuerzo para su cuerpo
momificado—. ¡No saben nada! —comenzó
a reír, mirando hacia donde el Apóstol de Horus se encontraba, único oponente
que se mantenía en pie en medio de todas las almas despavoridas.
— ¡Sin
el Cetro de Anubis el portal se desestabilizará! ¡Sólo míralo! —señaló con
su huesudo dedo—. ¡Su fuerza es
incontrolable ahora!
Assiut no se molestó en girar, sabía que
el gran agujero comenzó a aumentar de tamaño.
— ¡Engullirá
este planeta por completo, nada sobrevivirá a su oscuridad! —se burló con
sus ojos saltones destellando en locura—. ¡¿Acaso
mi derrota vale la destrucción de este mundo?! ¡¿Lo vale?! —cuestionó hilarante,
sin parar de reír—. ¡Creen que este es mi
final, pero sólo tengo que volver a comenzar! ¡Un nuevo cetro es fácil de
lograr, y con las almas que se liberarán cuando este mundo sea consumido por
las tinieblas mis poderes resurgirán!
Aún en silencio, el cosmos de Assiut se
encendió nuevamente, al mismo tiempo en que halcones de fuego dorado comenzaron
a aparecer alrededor de Sennefer.
El Patrono los miró sin miedo y sin
dejar de parlotear —: ¡Por si lo has
olvidado yo no puedo morir! ¡Todos ustedes desaparecerán pero yo seguiré aquí!
— festejó.
— No lo creo — escuchó la voz espectral
de Kenai de Cáncer.
El Patrono vio cómo es que fuego azul
comenzó a reunirse a un lado del Apóstol de Horus, formando rápidamente la
cloth de Cáncer, vacía en un principio, mas en cuanto las flamas se apagaron la
imagen de Kenai apareció dentro de ella.
— ¡¿Tú?!
¡¿Por qué no sólo desapareces?! —Sennefer bramó, confirmando la muerte del
santo al ver más allá su cadáver inmóvil.
— Así como tú, una malhumorada entidad
me condenó a no poder entrar al paraíso hasta que cumpla con la misión que me
encomendó —respondió el osado espíritu, moviendo las manos para que junto a los
halcones dorados aparecieran cuervos de llamas azules.
— Fuego
fatuo —murmuró Sennefer, reconociendo el poder que tiene para herir a los
espíritus, pero terminó sonriendo como desquiciado—. ¡Necios! ¡Mi cuerpo y mi alma no pueden ser destruidas! —volvió a reír,
triunfante—. ¡Ninguno de ustedes tiene
poder sobre mí, soy eterno!
— ¿Podrías volver a repetir eso? —
escuchó, de una voz tan calma pero que a la vez le transmitió un terrible pavor.
Sennefer calló en seco, incluso los
aullidos de las almas liberadas se apaciguaron hasta silenciarse completamente.
Allí, de la oscuridad de la mastaba, emergió un hombre con una larga y
percudida túnica ocre calzando sandalias. Sus ojos rasgados revelaban su ascendencia
oriental y su presencia transmitía por si sola su identidad.
— ¡Y-Y…Yoh
Asakura! — el Patrono gimió, incrédulo —. No puede ser verdad… ¡No es cierto! ¡No puedes estar aquí! ¡No debes estar aquí! —chilló, mirando
con enfado hacia donde el cuerpo de Ehrimanes yacía, pues le aseguró que el
Shaman King no se presentaría.
Asakura mantuvo su distancia y sonrió de
manera amigable. — Acabé con ciertos asuntos más pronto de lo que pensé —explicó
con un tono despreocupado—, pero el trabajo del Shaman King nunca termina, por
lo que vine a ver el gran lío que has desatado aquí. —El hombre miró en redondo
un momento para volver a prestarle atención.
Sennefer no pudo moverse o siquiera
pensar en continuar reclamando, la llegada del Shaman King lo paralizó por
completo pues sabía que él era una de las dos personas en este mundo que significaban
un auténtico peligro.
— ¿Y entonces? ¿Decías algo sobre ser
inmortal? —preguntó el Rey de los shamanes, mientras la sombra a sus pies se
alargaba y se conectaba a la del aterrado Patrono—. Sé que uno de mis
antepasados te dio un cruel castigo…
pero creo que ya es suficiente de tal martirio.
Supondré que ya aprendiste la lección.
— ¡N-no!
¡DETENTE! —Sennefer casi suplicó, arrastrándose hacia el hombre de cabello
largo— ¡Tú no puedes…!
— Sennefer —prosiguió, haciendo caso
omiso de sus ruegos—, como el Shaman King de esta era, yo te libero —sentenció con
una amable y siniestra sonrisa que el Apóstol y el santo supieron interpretar.
Sólo los ojos del Patrono notaron cómo
es que su propia sombra creció bajo él, apareciendo en ella un par de ojos
dorados junto a una dentadura blanca que le habló—: Con que tú eres Sennefer —escuchó de la fusión de infinidad de
voces—. Finalmente nos conocemos…
—
¡NO!
—Sennefer gritó con todas sus fuerzas, previendo las exclamaciones de Assiut de
Horus y de Kenai de Cáncer.
— ¡Gloria de Horus!
— ¡Llamado de los Inmortales!
Los halcones dorados fueron los primeros
en lanzarse en picada hacia Sennefer, seguidos por los cuervos azules,
desatando una gran explosión al impactarse todos contra el Patrono de
Estéropes.
Ilusión o no, Sennefer vio en cada una
de esas aves flamígeras las siluetas de todos aquellos que lucharon en su
contra y sucumbieron ante él, siendo su hermano Zuberi el que más resaltó a sus
ojos.
Sennefer dio un último grito de
desesperación antes de desaparecer en medio de las llamas que destruyeron cada
átomo de su cuerpo y esencia de su alma... Esta vez para siempre.
FIN DEL CAPÍTULO 60
Apofis*: representaba
en la mitología egipcia a las fuerzas maléficas que habitan el Duat y a las
tinieblas. Apofis era la encarnación del caos, una serpiente gigantesca, indestructible
y poderosa.
Sigmund* de Grane: personaje de Saint Seiya Soul of Gold. La verdad
cuando hace años se hizo a Freya tenía la peculiaridad de ser “la sobrina de Sigfried” sin entrar en
muchos detalles, pero entonces recientemente tuvimos SS Soul of Gold, donde se menciona que Sigfried tenía un hermano
mayor, así que en teoría eso haría a Freya hija de Sigmund. Un pequeño guiño y
sólo eso ya que SS Soul Of Gold no
fue tomada en cuenta para la elaboración de este fic.