Cuando Kenta, Oficial de la aldea Apache,
los condujo hacia el cementerio del Santuario, jamás imaginaron que sería para
desenterrar la tumba de un compañero caído.
El shaman no tardó en relatarles el
enfrentamiento entre los santos de Géminis y Libra. Sus habilidades le
permitieron contemplar desde la distancia los leves destellos que produjo la lucha en el plano astral, pero ni aun tras
el resultado tuvo permitido intervenir; ahora que tenía libertad de acción, emplearía
su conocimiento para devolverle a la orden de Atena a uno de sus guerreros
dorados.
Jack escarbó con sus propias manos la
tierra recién removida. No lo enterraron a una gran profundidad, por lo que
rescataron rápidamente el cuerpo de Nauj de Libra. El santo de Leo buscó signos
vitales en el cuerpo polvoriento, pero no había ni un vestigio de vida en él.
Apesadumbrado, Jack permaneció de
rodillas junto al cuerpo, mientras Shai de Virgo contemplaba la escena en
silencio.
El shaman Kenta se paró justo a los pies
del santo de Libra, moviendo sus manos revestidas con un aura blanca. Su energía
espiritual logró una reacción en el manto de Libra, retirando sólo el peto
dorado.
Al ver el rostro intrigado del santo de
Leo es que decidió explicar: — Para
muchos, la muerte es la separación de aquello que llamamos alma de un cuerpo
material, para así iniciar un viaje hacia el centro de todo, la Gran Voluntad.
En el caso de este hombre, su alma fue arrastrada a una dimensión lejana, para
cualquier ser viviente eso significaría el fin, pero ustedes no son seres
ordinarios, son guerreros bendecidos por los dioses, capaces de efectuar
milagros y ser el centro de ellos.
El shaman movió efusivamente los dedos
en el aire, provocando una herida superficial en la mejilla de Jack, quien no
intentó defenderse siquiera, pues no sintió peligro alguno en la acción.
Las gotas de sangre cayeron sobre el estómago
del santo de Libra, y al instante comenzaron a rodar por sí mismas, marcando su
camino con tinta escarlata.
— Este
cuerpo no ha sufrido ningún daño que impida que su alma encuentre el camino de
regreso y pueda volver a caminar en el reino de los mortales. —La sangre
terminó trazando un cuadrado en la piel de Nauj, así como un símbolo tribal a
un lado de cada línea recta, siendo su ombligo el centro del recuadro.
— ¿De verdad funcionará? —Jack preguntó,
incrédulo.
— Esto
es un arte prohibido que mi posición me permite conocer, el castigo es severo,
pero yo tomaré toda la responsabilidad —el shaman aseguró sin un deje de
duda—. Encontraré el alma de este hombre
y la guiaré hasta aquí, pero el éxito recaerá en ustedes, si son capaces o no
de reanimar su organismo. De lo contrario, sólo puedo prometerles que el alma
de su amigo encontrará el camino correcto hacia la Gran Voluntad —explicó,
sin permitirles ni un segundo para objeciones. El cuerpo del shaman se iluminó
con la misma aura blanca de sus manos. De los huecos en su máscara, una fuerte
luz salió, delatando el trance en el que se había sumido.
El santo de Leo tenía muchas preguntas,
por lo que recayó en Shai de Virgo el ayudarlo a comprender.
— Está dispuesto a romper las normas de
su Rey, pero aun así no pretende cruzar la línea que lo estigmatizará como un
traidor —dijo la amazona al sentarse en el suelo, colocando sus manos sobre la
cabeza de Nauj —. Ya lo dijo Kenai una vez, los shamanes de la antigüedad eran
capaces de reanimar cadáveres e invocar las almas de los mismos difuntos para
que puedan volver al mundo mortal; pero su existencia sólo era una ilusión,
cuerpos fríos que servían como jaulas para las almas cálidas que eran
arrebatadas del reino de la muerte… El actual Shaman King ha cambiado mucho las
tradiciones de su propia gente con la intención de que no se repitan los mismos
errores que desequilibraron este mundo y el otro en el pasado.
Shai guardó silencio, buscando la mejor
manera de explicar la situación.
— El shaman está dispuesto a ayudarnos
sólo por las circunstancias en las que Nauj fue vencido. No busca un alma en el
reino de la muerte, sino en una dimensión distinta, eso está bien para él, pero
si no logramos que el cuerpo de Libra recobre su vitalidad… Kenta no estará
dispuesto a introducir un alma en un cadáver.
Shai encendió su cosmos y dejó que
fluyera sobre el cuerpo del santo de Libra.
— No ha pasado mucho tiempo, por lo que
aún es posible —aseguró la amazona—. Nuestros cuerpos han sido adiestrados para
manipular y guardar los secretos del cosmos. Aun cuando perdamos los sentidos,
mientras una chispa de cosmos continúe en nuestro interior somos capaces de
volver a levantarnos. Sólo necesitamos reencender esa chispa un instante y
recordarle a este cuerpo cómo funcionar.
Leo asintió, inspirado por las palabras
esperanzadoras de la amazona. Sujetó a Nauj por las muñecas y del mismo modo
permitió que su cosmos fluyera a través de él.
Entrenada en Egipto en ciertas artes místicas,
Shai entendía mejor que nadie el flujo de la vida en los cuerpos vivientes, por
lo que encaminó su cosmos y el de Jack por los conductos apropiados, centrándolos
en los puntos cósmicos precisos.
Pero, sin importar la intensidad de
ambos cosmos, nada en ese cuerpo parecía querer cambiar. Cuando la amazona dio
un suspiro, Jack comprendió que el método no estaba dando resultado…
El santo de Leo no sabía nada sobre
artes prohibidas, shamánicas, ni nada parecido, pero comprendía las funciones
del cuerpo humano, por lo que en un impulso demasiado humano de su parte, juntó sus manos sobre el pecho del santo de
Libra, calculando la fuerza correcta que debería emplear para no aplastarle el
corazón, y comenzó el procedimiento de emergencia que mejor conocía.
— Jack… —murmuró Shai, al verlo realizar
las compresiones.
— No lo perderemos así —fueron las
palabras llenas de determinación que Jack dijo y con las que convenció a Shai
de continuar con sus esfuerzos.
De pronto, el santo de Leo detuvo las
compresiones para pegar sus labios sobre los de Libra, dándole respiración de
boca a boca sin importarle las apariencias, o lo que Shai pudiera pensar,
además, era preferible hacerlo él mismo que insultar a la amazona pidiendo una
ayuda que la comprometería a quitarse la máscara.
Jack no contó las veces en las que debió
repetir el procedimiento, pero cuando menos lo esperó el santo de Libra le
tosió en el rostro.
— ¡Funcionó! —fue el grito de victoria
que Jack dejó escapar.
Shai suspiró con alivio, alzando la
vista hacia el shaman, quien asintió con la cabeza, asegurando el éxito del
procedimiento.
— ¡¿Qu-qué… pasó?! ¡¿Dónde…? —logró
decir el que regresó al mundo de los vivos. Totalmente desorientado y
encandilado por el sol buscaba en vano a un enemigo que no estaba allí— ¡¿Y por
qué demonios estás sobre mí?! —renegó al sentir su espacio personal invadido
por el santo de Leo.
— No hay mucho tiempo para explicaciones,
ahora, si puedes, levántate —pidió Shai de Virgo al ponerse de pie—. En el
camino te enterarás.
Capítulo
58
El
día más Oscuro, Parte V.
— Estás vivo —Albert dijo con actitud
calmada pese a tener frente a él a tres santos dorados.
Albert intentó escudriñar la mente de
sus próximos adversarios, encontrar la verdad tras esa resurrección, mas Virgo empleó sus habilidades para proteger sus
pensamientos y los de sus compañeros. Con un leve cabeceo, ella le indicó que
mientras estuviera allí, él no podrá utilizar esa clase de artimañas contra
ellos.
— Así es, no soy una ilusión. ¿Pensaste
que podrías librarte de mí con tal facilidad? —Nauj rió—. Me alegra estar de
vuelta, así podré cumplir la promesa que te hice antes, Albert —dijo, sin
intimidarle el ver a su enemigo cubierto por un zohar.
— Continúas desconociendo cuál es tu
lugar… todos ustedes —Albert comentó con cierto desagrado.
— Eres tú quien ha querido ascender a
lugares que no te pertenecen, Albert —espetó Jack—, y con ello has condenado a
otros a caer en el infierno. La verdad no te entiendo… llegar a tanto sólo por
poder.
— Olvídate de eso, no gastes palabrerías
con él, no vale la pena —intervino Libra, adelantándose—. Agoté la diplomacia
antes, por lo que saltémonos esa parte ya que no lo pienso volver a repetir. —La
espada de Libra cortó el aire al ser desenfundada.
— Cierto, hablamos mucho antes, y aún
creo que tu lugar no es allí donde estás parado, fingiendo ser algo que no eres
y escondiendo tus pecados —dijo Albert con cizaña.
— ¿De qué estás hablando? —cuestionó
Jack, interesado.
Albert sonrió con malicia. — Creo que
tienen derecho a saber que tú…
— Asesiné a los santos de Pavo Real y Loto
—Nauj se adelantó, confesando sin más uno de sus más oscuros secretos. No le
permitiría a Albert distraer a nadie con eso.
Jack y Shai permanecieron en silencio,
cada uno asimilando la noticia de diferente manera.
— No pienso excusarme — Nauj aclaró, sin
mirar atrás—, y ese evento no tiene nada que ver con este momento, pero es su
elección si quieren seguirme en esta lucha o no. No pienso suplicar.
El santo de Libra rápidamente dejó que
cosmos se manifestara, lanzándose con todo su
poder contra Albert de Géminis.
Adonisia de Piscis retrocedió, al mismo
tiempo en que el shaman Kenta apareció ante Hilda de Polaris y Bud de Mizar
para extraerlos del campo de batalla.
Albert retuvo el avance de la espada de
Libra con el antebrazo de su brazal.
— Qué descuidado. ¿Realmente esperabas
que tu arma tuviera efecto en mí? —el peliazul preguntó—. ¿Acaso no aprendiste
nada en tu antigua batalla contra Nergal?
— Ja, aprendí más de lo que crees. —Un nuevo
destello sobresaltó en la mano izquierda de Nauj, lanzando un espadazo a la
cabeza de Albert con la segunda espada dorada—. Y gracias al resto que han
derrotado a los Patronos sé una gran verdad, que debajo de todo ese armatoste
hay un cuerpo que puede morir, por lo tanto, si te arranco la cabeza todo terminará
para ti —dijo, viendo cómo Albert se movió atinadamente para esquivar los
sablazos que arremetían contra su rostro y garganta.
Géminis retrocedió sólo un par de pasos
cuando su cosmos dorado se encendió, atrapando las hojas de oro, una en cada
mano.
— No me compares con esos fracasados.
Existe una diferencia abismal entre aquellos que fueron derrotados y yo
—sentenció, partiendo en dos los filos de las espadas con un fuerte apretón—. Y
ahora te lo voy a demostrar. Desearás nunca haber salido de la otra dimensión.
Albert le propinó un par de puñetazos en
el rostro a Nauj, lanzándolo lejos con un último y certero golpe en el centro
de su peto.
Libra terminó estrellándose contra uno
de los casquetes montañosos fuera de la plataforma. En su aturdimiento, no pudo
ver que Géminis empleó su poder psíquico para hacer levitar los restos afilados
de las espadas de Libra y lanzarlas a toda velocidad contra él.
Aquellos fragmentos fueron arrojados con
una velocidad y fuerza que no sólo atravesarían el pecho del santo de Libra,
sino las montañas mismas, sin embargo, Leo apareció en el camino de ambos
proyectiles, y con su ataque relámpago manipuló la red de luz que generó para redirigirlos
hacia Albert.
El antiguo santo de Géminis no se molestó
en esquivar, su cosmos volvió polvo aquello que intentó herirlo.
— ¿Jack…? —Nauj parpadeó incrédulo,
levantándose rápidamente. No esperaba que de entre todos, justamente Leo,
decidiera ayudarlo a él, un asesino con el que desde un principio ha estado en conflicto.
El santo de Leo le daba la espalda,
protegiéndolo de cualquier próximo ataque.
— No me importa lo que hayas hecho en tu
pasado —fueron las palabras del joven Leo—, pues así como tú yo también tengo
un pecado que confesar: maté a un hombre, a un amigo —dijo, sin volverse—… No
importan las razones, sucedió. ¿Pero sabes? Si en el fondo no te arrepintieras
de corazón, sé que la diosa Atena no te habría permitido portar la armadura de
Libra.
— Idiota, este no es el momento para
parlotear sobre esas cosas. — Libra pasó junto a él, empujándolo con el hombro,
siendo la más amistosa seña de camaradería que se permitió.
— Confío en ti, y en el juicio de
nuestra diosa —Jack insistió, sonriéndole con fraternidad.
— Cierra la boca, no necesito que me
consueles —Nauj resopló, abochornado—, sino que por primera vez me demuestres
por qué es que le dieron la armadura de un guerrero a un hombre que mejor debió
convertirse en un monje.
— Daré mi máximo —Jack prometió,
impulsándose un segundo para llegar a donde Albert lo esperaba.
- / - / -
— ¿No deberías ir en su ayuda? —Adonisia
de Piscis escuchó una voz proveniente de su flanco derecho. Lanzó una rápida
mirada hacia la amazona de Virgo, quien también se había alejado del centro de
la batalla.
— Lo mismo podría decirte, Virgo —respondió
con tranquilidad—. Albert ha incrementado su poder gracias a su nueva
adquisición, por lo que si antes podía ser un peligro, ahora lo es más.
— Me preocupa más lo que tú pudieras
hacer desde las gradas —Shai añadió,
carente de pose ofensiva o defensiva—. No por nada tú ayudaste a Albert a
asesinar al Patriarca.
— Estás muy bien enterada para ser
alguien que no estuvo allí —Adonisia soltó una pequeña risa, —girándose completamente
hacia la amazona de oro—. ¿Cómo es eso?
— No tengo por qué decírtelo —respondió,
negándose a confesar que fue gracias al shaman Kenta que conocían bien lo
sucedido en la infortunada batalla—. Ni tampoco te voy a permitir que utilices
tus trucos sucios contra ellos.
— ¿“Sucia”? ¡¿Te atreves a llamarme
“sucia” cuando no has demostrado ser mejor que yo?! —Adonisia reaccionó
indignada, pero recobró pronto una actitud tranquila y cínica—. Tú, que
impusiste la seguridad de un reino lejano en vez de la vida de tus propios
camaradas. Eso fue egoísta… ambas lo somos.
— Jamás me compararía contigo.
— Y harás bien, porque yo estoy por
encima de ti en todos y cada uno de los aspectos —concluyó, lanzando una rosa
roja que germinó en su mano.
La rosa se multiplicó en el aire, siendo
una docena las que Shai de Virgo pulverizó con su cosmos.
— ¡Eso no funcionará conmigo! —Virgo aclaró,
cubriendo sus brazos con el poder del cosmos, moviéndolos de arriba abajo como
si intentara emprender el vuelo, transformando el aire que la rodeaba en un viento
huracanado que precipitó hacia su oponente—. Ra’s Wings! (¡Alas de Ra!)
La amazona de Piscis vio aquella
tormenta cósmica aproximándose, siendo alcanzada y atrapada por su furioso
torrente. Separada del suelo y a merced de la furia torrencial, Adonisia
desplegó su cosmos, creando un escudo protector que la envolvió dentro de una
esfera de cristal transparente y de adornos florales dorados. Protegida por dicha
barrera, se precipitó a tierra, en un intento por caer sobre la amazona de
Virgo.
Shai fue rápida y saltó para evadir el
impacto, pero en cuanto la esfera de cristal se estrelló, ésta se rompió,
liberando miles de fragmentos que se transformaron en rosas de energía dorada.
Ante la sorpresa, Shai de Virgo sólo
alcanzó a cruzar sus brazos sobre su pecho, recibiendo el millar de impactos en
el aire.
Al observar que la amazona de Virgo caía
sin control, Adonisia decidió aprovechar el momento para lanzar una centena de rosas pirañas, capaces de destruir los
mantos sagrados.
Aún de cabeza, Virgo entendió el peligro
que corría, por lo que hizo uso de su concentración para ejecutar una de sus
técnicas.
— Isis Kingdom! (¡Reino de Isis!) —clamó, uniendo las palmas de las manos a la
altura de su nariz. El sonido de la palmada iluminó a los espíritus que
merodeaban libres por la zona, quedando a la vista de todos como pequeñas
esferas de fuego blanco que acudieron al llamado de la amazona. Los espíritus se
dividieron, la mitad se abalanzó en defensa de Shai, girando a su alrededor
para incinerar las rosas pirañas que se impactaron contra ellos, dándole a
Virgo la habilidad de levitar en el aire con libertad; el resto se precipitó hacia
Adonisia de Piscis como estrellas fugaces, atrapándola con movimientos
giratorios que le impidieron mover su cuerpo.
Prisionera del torbellino espiritual, Adonisia fue arrastrada por el torrente que
presionaba su cuerpo con una fuerza descomunal, sólo para descender a gran
velocidad e impactar su cabeza contra el suelo.
El cuerpo de Adonisia agujeró el techo
del Templo de Atena, perdiéndose en su interior. El choque provocó un fuerte temblor
que sacudió la cima del Santuario.
— Qué descuidada eres. —pudo decir
Albert con desaprobación antes de mirar a Jack de Leo, justo frente a él, a
punto de lanzarle un golpe.
Albert atrapó el puño de Jack con su
mano sana, probando la fuerza que el pasivo santo de Leo se ha resistido en
mostrar desde que fue nombrado el guardián del Quinto Templo del Zodiaco. Géminis
sonrió al apretar los nudillos de su oponente sin ninguna dificultad, pero
cuando sintió severos impactos en su armadura, descubrió que Leo fue capaz de
ejecutar múltiples golpes contra él, milisegundos antes de haber alcanzado su puño.
Los destellos dorados impactaron
diferentes puntos de su Zohar, mas como era de esperar, simples ataques no
harían mella en su estructura.
— Parece que los colmillos del león
dorado no son tan afilados después de todo —el ahora Patrono masculló,
atacándolo con sus puños y piernas.
Jack sólo retrocedió un paso para
adquirir una pose marcial, manteniendo ambas palmas abiertas, siendo con ellas
con las que desvió y evitó los golpes fulminantes de su enemigo sin siquiera
alejarse de él.
Sus cuerpos entraron en combate
constante a la velocidad de la luz, Albert a la ofensiva mientras Jack en la
defensiva, empleando éste una técnica precisa que le permitía manipular los
movimientos del Patrono para que erraran o perdieran potencia, mientras él se
desplazaba fuera de la línea de ataque.
En menos de cinco segundos, Albert y
Jack mostraron sus habilidades en el combate cuerpo a cuerpo, deteniéndose
cuando sus muñecas se golpearon una contra la otra, manteniendo entre ellas la
tensión
Jack conservó una expresión centrada,
mientras que Albert sonrió.
— Vaya habilidad la tuya, careces de
fuerza, pero posees una destreza sobresaliente. Estoy impresionado —el Patrono halagó
a su enemigo.
— En mi búsqueda por técnicas menos
violentas para luchar, he aprendido a usar la fuerza de un oponente a mi favor
—Jack explicó como agradecimiento—. Y tú posees la necesaria como para poner en
práctica lo aprendido.
— Qué osado, jamás imaginé que podrías
expresarte de esta forma. ¿Qué es lo que intentas probar?
— Sólo cumplir la penitencia que Atena
me concedió, eso es todo.
Jack lanzó su puño libre al ataque,
ejecutando la más conocida técnica de los guardianes de la constelación de Leo.
— Lighting
Bolt! (¡Relámpago de Voltaje!)
Albert
recibió de lleno el devastador ataque, siendo arrastrado por la energía
liberada, mas sus pies sirvieron como freno en el suelo de piedra.
Entre la humareda final, el Patrono apareció
incólume gracias a la monstruosa resistencia de su zohar azul.
El Patrono de Géminis se tomó el tiempo
para observar que su nueva armadura resistió de manera sublime el ataque
directo del enemigo, comprobando una vez más la magnitud de su actual ventaja.
— Si eso es todo, entonces... —Albert
encendió su cosmos dorado y respondió con la misma intensidad—. Galaxian
Explosion! (¡Explosión de
Galaxias!)
De manera temeraria, Jack permaneció
inmóvil, como si esperara ser alcanzado por el poder de las galaxias, mas no
contó con que Nauj de Libra aparecería y lo protegería empleando los dos
escudos de Libra.
— ¡¿En qué estabas pensando?! —le recriminó, soportando la
embestida de la explosión.
—Nauj —Jack pestañeó incrédulo—… ¡Nadie
te pidió que te metieras! —resopló con un gesto molesto—. Pero supongo que es
tu manera de agradecerme lo de antes —concluyó.
El santo de Libra dejó que sus escudos absorbieran
la fuerza del ataque enemigo y se precipitó a contraatacar . — ¡Escudo
Aplastante!
Con los escudos por delante, Libra se
impulsó hacia el Patrono, convirtiéndose en un muro de luz capaz de desintegrar
todo lo que se encuentre a su paso.
Albert sonrió con malicia, recordando la
pelea que sostuvieron antes, mas esta vez no iba a esquivarlo. Se precipitó
hacia Nauj con el puño extendido, buscando un sólo resultado.
El Patrono atravesó el muro de luz sin
mayor problema, despedazando los escudos de Libra a su paso. Nauj recibió un
golpe directo en la quijada que estuvo a punto de noquearlo y arrojarlo fuera
de la plataforma, pero en el último instante giró para aterrizar de pie
justamente en la orilla.
Allí, aunque quiso permanecer firme,
terminó con una rodilla en el suelo, escupiendo sangre y respirando con
dificultad.
— No importa en qué plano de existencia
peleemos, tú nunca me podrás superar —el Patrono dijo, mirando a Libra en la
distancia—. Ninguno de ustedes lo hará —se lo advirtió también a Jack, quien no
había cambiado de posición.
El santo de Leo miró con preocupación a
su compañero. Entendía la posible fuerza del ataque de Albert, pero no debió
ser tan devastador como para dejarlo en ese repentino estado de debilidad
considerando que los escudos absorbieron la mayor parte del impacto. ¿Acaso
estaba sufriendo las consecuencias de haber vuelto a este mundo gracias a
Kenta? La agresiva separación de un alma de su cuerpo original, sumado a su
forzoso regreso a este plano de existencia, debía ser un proceso del que nadie
puede recuperarse tan a prisa, y sin embargo Nauj se permitió ser arrastrado
hasta aquí para continuar con la lucha.
Hasta ese momento Jack descubrió lo
desconsiderados que habían sido con él, y aunque el santo de Libra no expresó ninguna
incomodidad, él debió imaginar que sobrepondría su orgullo a cualquier dolencia
sólo para seguirles el paso.
Jack estuvo a punto de ir a su lado,
cuando recibió una clara petición en su mente: — ¡No te muevas!
Nauj tomó entre sus manos uno de los
tridentes Libra para retar al Patrono. — Es demasiado pronto como para afirmar
tu supremacía —sonrió como lo haría un demonio cínico.
— Conozco tus técnicas a la perfección,
por lo que dudo que seas capaz de sorprenderme —Albert intentó recordarle las
experiencias de su pasado encuentro—. Sin mencionar que las armas de Libra ya
han demostrado ser inefectivas contra la resistencia de un zohar.
El santo de Libra comenzó a girar la
lanza entre sus dedos como un experto artista marcial, tan rápido, tan fuerte,
que el movimiento rotatorio comenzó a jalar el aire y polvo a su alrededor.—
¿Por quién me tomas? ¿De verdad crees que empleé mis mejores técnicas contra ti?
—De pronto, entre el aire y el polvo manipulados, comenzaron a ser visibles
destellos dorados, tan pequeños como un grano de arena, pero que resaltaban en
el movimiento circular de la lanza. En un inicio fueron pocos, pero en un
instante decenas comenzaron a unirse en el centro de aquella hélice, juntándose
pedazos de roca y granos de oro, formando un núcleo que flameó con violencia y
palpitó como un corazón.
— Te subestimé y ese fue mi error, pero
ahora será diferente —Libra aclaró, y aunque soltó la lanza, esta continuó
girando mientras su movimiento alimentaba cada vez más el pequeño sol que había
formado y que comenzó a expulsar un gran poder junto a un resplandor hiriente.
— ¿Sabes por qué permití que destruyeras
con tanta facilidad mis armas? —Nauj cuestionó, incrementando su cosmos, el
cual también comenzó a ser absorbido por su
estrella—. Porque en cada una de ellas se ha almacenado una gran cantidad
de energía solar. Aun convertidas en partículas no pierden ese poder, por lo
que al juntarlas en un sólo punto causarán un daño mayor del que pudieran hacer
por separado.
El Patrono entrecerró los ojos, reconociendo el gran poder con el que el
santo de Libra intentaba amedrentarlo. Mas Albert le devolvió la sonrisa,
confiando en que ni eso sería capaz de destruirlo.
— ¿Apostarás tu vida, entonces? Entiende
que si erras y yo continúo con vida después de eso, serás tú el que terminará
fulminado por las estrellas —Albert amenazó con frialdad.
— ¡En esta batalla es ganar o morir!
¡Muere! ¡Balance de destrucción!
Con su cosmos, Nauj de Libra empujó
aquel sol diminuto, el cual creció el doble de su tamaño cada centímetro que
avanzaba hacia su oponente, transformándose pronto en un gran cometa.
Albert sintió la presión exorbitante de
aquel cumulo de energía flamígera, manteniéndose firme en su posición, con la
estatua de Atena a sus espaldas. Cuando sus mejillas resintieron el calor del
fuego de la estrella, es cuando actuó.
Para conmoción del santo de Libra, el
Patrono sólo chocó las palmas de sus palmas ante sí, y de ellas, al separarlas,
creció una ventana hacia otra dimensión,
la cual se extendió lo justo para tragarse el despampanante ataque, el cual
explotó en un lugar desconocido del universo.
Albert sólo le permitió ver vestigios de
la detonación antes de cerrar la abertura dimensional, con tal facilidad que,
por unos instantes, pudo haber sido confundido con un dios.
Estupefacto, Nauj debió utilizar el
tridente como apoyo para no caer. Visiblemente cansado, apenas y podía creer lo
fuerte que Géminis era. Antes, en el plano astral, no imaginó que la diferencia
de poderes fuera tanta. ¿Siempre fue así de hábil, o es gracias a su pacto con los Patronos que ha alcanzado
tal nivel?
— ¡Maldito! —gruñó Libra, con completa
indignación.
— Ojalá les haya quedado claro que,
aunque mi zohar es casi indestructible, continúa siendo sólo eso, un mero
complemento para luchar, pero que unido al guerrero correcto es capaz de
transformarlo en un ser invencible
—el Patrono dijo, rodeado por su cosmos dorado.
— Ahora, lo prometido —millares de
esferas de luz rodearon a Albert—. Desaparece. ¡Detonación Galáctica!
Las esferas luminosas se transformaron
en rayos de luz que tenían un único blanco. El santo de Libra sentía el cuerpo
pesado por su débil condición, por lo que sabía que cualquier intento de
esquivar sería inútil. Se preparó para recibir la brutal técnica, pero se juró
que no moriría, pasara lo que pasara Albert de Géminis no volvería a tomar su
vida.
Con esa esperanza fortaleció su mente y
su cuerpo para afrontar lo que sea… excepto lo que vio frente a sus ojos.
Jack de Leo se interpuso, una vez más,
entre él y el ataque del enemigo. ¿Acaso pensaba ser un escudo humano?— ¡Qué estupidez! —pensó turbado. Y aunque
Nauj trató de pensar en una manera de salvarlo, sus propios pensamientos se
congelaron cuando vio al santo de Leo tomar una extraña posición, en la que
dobló ligeramente las rodillas, inclinando el cuerpo hasta que su hombro
izquierdo quedara al frente y cubriera su mentón, procurando mantener el brazo
estirado a pocos centímetros de que sus dedos tocaran el suelo.
— ¡¿Qué es lo que vas a…?! —Nauj intentó
preguntar, pero calló al sentir la cosmoenergía del santo de Leo incrementarse
de golpe.
— Castigo kármico —lo escuchó murmurar
antes de que precipitara un golpe de espada con el brazo izquierdo, liberando
un ráfaga en forma de media luna que engulló la energía de la detonación galáctica y se dirigió
velozmente hacia el enemigo.
Tal acción fue tan rápida e impredecible
para sus sentidos, que Albert no tuvo forma de reaccionar antes de ser golpeado
brutalmente por aquel gran destello, el cual desató una estruendosa explosión
de luz que emblanqueció el cielo y cegó a todos los que estaban en la redonda.
Para beneplácito del santo de Leo, logró
ver que el rostro del Patrono se contrajo con una expresión de inmenso dolor momentos
antes de perderse dentro de la pantalla de luz.
/ - / - / - /
Alrededores del Santuario de Atena.
Cuando aquellos tres santos de plata derrumbaron
la única salida de las mazmorras del Santuario, no se le dificultó el lidiar
con ellos pese a la combinación de sus fuerzas. En su condición de santo dorado
pudo haberlos asesinado a sangre fría, tal cual era la intención de ellos para
con él, pero en vez de eso sólo los incapacitó para encerrarlos tras las mismas
rejas en las que los maldecidos fueron puestos en cuarentena. De uno de ellos extrajo el nombre del hombre que les
ordenó ponerle tal trampa, fue lo único que necesitó para saber a dónde
dirigirse.
Sin embargo, Asis comprobó que la
prisión en verdad había sido forjada para evitar que cualquier prisionero pudiera
escapar, incluyendo a uno que tuviera el séptimo sentido. Se sintió frustrado y
esos sentimientos se transformaron en desesperación al escuchar las incesantes llamadas de auxilio de Arun en su cabeza.
Se dice que sólo un dios tiene la capacidad de abrir esa prisión subterránea, y aunque
él no era un hombre que practicara la fe, terminó humillándose al pedir un poco
de ayuda a cualquier dios que pudiera escuchar su súplica.
Entonces, casualidad o no, la tierra comenzó a vibrar, provocando
que parte del techo justo encima de él comenzara a desmoronarse, abriendo un
boquete por el cual podría salir.
Al alzar la vista hacia el agujero por
el que entró la luz del sol, el santo de Sagitario no vio el azul del cielo o
las blancas nubes, sino una visión que lo dejó perplejo: el rostro de un titán.
Quizá fue su imaginación, pero Asis
estaba seguro de que aquel ser lo miró, un instante, como si con ello pudiera
responder la pregunta que se atragantó en su pecho: — Sí, fui yo.
Confiando en que eso de allá afuera no era un peligro, sino un aliado, Asis de
Sagitario abrió las alas de su armadura y voló a toda velocidad hacia donde sus
sentidos le indicaron debía estar, llegando justo a tiempo para evitar una
tragedia, pero aquella osada escena en el templo de Atena fue la parte fácil.
Derrotar a un heraldo del Olimpo será el mayor desafío.
El ángel, Paris, era veloz y podía
desplazarse en el aire con gran destreza. Pese a que en el pasado ya han
batallado entre ellos, esta era la primera vez en que podrían pelear de verdad,
sin distracciones, ni restricciones.
Gracias a que ambos poseían la capacidad
de volar, la batalla pasó rápidamente
a llevarse a cabo en las alturas, cerca del gigante inamovible. Ninguno de los
dos dejó que aquel extraño espectador
los distrajera o se convirtiera en un impedimento para luchar allí.
Paris mantuvo su arpa silenciosa,
permitiéndose chocar fuerzas con el santo dorado. Cuando el ángel movía los
brazos, en éstos aparecían alas de energía de las que se desprendían centenares
de flechas. Cada uno de estos proyectiles era manipulado por su voluntad y los
disparaba contra su enemigo de manera constante.
Sus reflejos le permitían a Asis eludir
cada flecha, inquietándole al recibir rozones que si bien no perforaban su
armadura le causaban un ardor electrizante en el cuerpo.
Zigzagueando en el aire, Sagitario creó
distancia para ejecutar una técnica resplandeciente, por la que su brazo se
encendió en una intensa llamara dorada. — ¡Furia de Quirón! — liberando de su
puño un poderoso y rugiente rayo dorado.
El ángel ni siquiera se inmutó cuando
con un simple impulso ya se había desplazado a través del ataque y posicionado
a un costado del santo.
Asis miró a los ojos al ángel cuando éste
puso la punta de sus dedos sobre sus costillas. Paris apenas presionó ese punto
y el cuerpo de Asis se dobló hacia el frente, rompiendo un pequeño trozo de la
armadura de Sagitario, dejando al descubierto la piel amoratada y sangrante que
el simple toque había ocasionado.
En inmediata respuesta, superando el
dolor, el santo lanzó una serie de puñetazos y patadas contra su enemigo.
El ángel se limitó a esquivar y
retroceder sin dificultad. — Qué
desilusión —habló sin dejar de eludir los ataques —. En el pasado, los Patronos han demostrado un mejor desempeño contra
nuestras fuerzas. No creí que los renombrados santos de Atena fueran tan
débiles.
Asis cambió de estrategia y tras volver
a crear distancia disparó una flecha dorada con su arco.
Paris lo miró con indiferencia, extendió
su mano con la intención de anticipar su llegada y tomarla entre sus dedos,
pero antes de que pudiera hacer contacto con la flecha, ésta se dividió en
doces rayos de luz que lo golpearon por todos los flancos.
Las detonaciones sobre el cuerpo del
ángel lo hicieron desaparecer en un capullo de luz y polvo cósmico.
Al no verlo caer, Asis anticipó la inefectividad
de su ataque, por lo que volvió a preparar una segunda flecha. Pero antes de
poder apuntar, un sonido tronó en sus oídos, ocasionando que disparara hacia el
suelo, y por poco soltó su arco. Aturdido, Sagitario temió por la sensación que
aún retumbaba en sus tímpanos.
Paris hizo vibrar una sola cuerda de su
arpa para afectar los sentidos de su rival.
— El
santo de Acuario, si no mal recuerdo, estaba herido en aquel momento en que nos
encontramos —recordó brevemente—. Creía
que su deteriorada condición era lo que impidió que me mostrara el poder de los
“milagros”, como ustedes lo llaman. Pero tú, pese a encontrarte en plena forma,
no has demostrado ser un oponente diferente —sus dedos comenzaron a tocar
una bella melodía.
Para Paris no había composición más
dulce en el mundo que la que su arpa liberaba, para Asis, escucharla era como
tener lava corriendo por sus canales auditivos.
— He
comprobado que su leyenda está sobrevalorada —dijo el arpista, concentrado
en el paso de sus dedos por las finas cuerdas plateadas.
Asis cerró los dientes con fuerza,
mordiéndose la lengua para que el shock nervioso lo liberara de ese maleficio, volviéndose
inmune a la música del ángel por breves segundos en los que decidió emplear la
más poderosa de sus técnicas.
Su cosmos se extendió y abrió por
completo las alas de su cloth, generando feroces corrientes de aire y centellas.—
¡Impulso
Celestial!
Las alas de Sagitario batieron el viento
huracanado a su alrededor, desatando una
tifón de poder contra el heraldo del Olimpo.
El cielo se inundó de aquel resplandor,
avanzando como una ola que demolerá todo lo que encuentre en su camino.
Con determinación, el ángel pasó su mano
sobre todas las cuerdas, liberando un sonido nada melodioso, sino uno atronador
que transmitió una ira explosiva. Tal acorde sirvió como un rompeolas contra el
que la furia de Sagitario se estrelló, neutralizando el vendaval de poder y convirtiéndolo
sólo en partículas que cayeron a tierra como inofensivos copos de nieve.
Asis abrió los ojos estupefacto, y por
breves instantes sintió su cuerpo temblar.
Aún a lo lejos, Paris se percató de
ello, por lo que sonrió con lástima. — Supongo
que al fin has visto la realidad, has contemplado tu muerte y la de aquellos
que han agredido a los dioses.
El arpa del ángel brilló tenuemente,
transformándose en un largo arco de cacería blanco con bellos grabados en su
superficie.
— La
muerte es tu futuro, pero, tu actual agonía es poca en comparación de la
humillación que me hiciste sufrir, por lo que no morirás en brevedad. — Paris
preparó una flecha platinada.
Sagitario logró salir de su estupor al
saberse blanco de ese proyectil, por lo que rápidamente lo imitó.
— Me
aseguraré de que seas uno de los pocos mortales que hayan escuchado mi réquiem
hasta el final.
El ángel disparó su flecha, sólo un
instante antes de que Asis también lo hiciera. Los haces de luz avanzaron el
uno contra el otro.
— Conoce
tu lugar, Sagitario— Paris dijo, previendo el resultado.
La flecha platinada extinguió en su
totalidad el proyectil dorado, sin perder fuerza ni velocidad continuó
avanzando hasta incrustarse en el vientre del santo de Sagitario.
Asis escupió sangre ante el intenso
dolor. Le flecha no lo había atravesado pero sintió que iba a desmayarse en
cualquier momento. En su conmoción se dio cuenta de algo: había perdido el
sentido del olfato.
— No puede ser… ¿acaso?... —dedujo que
ese fue el efecto de recibir el disparo. Intentó extraer la flecha de su
cuerpo, pero una segunda impactó en el
brazo que movió. El dolor fue aún mayor que antes, cerró los ojos evitando
soltar un alarido, pero cuando los abrió la oscuridad persistía.
— La
vista — escuchó al ángel decir, antes de sentir un tercer golpe en el
hombro y un cuarto en el lado derecho del pecho—, el gusto y el tacto…
Tras perder cuatro de sus sentidos, el
santo de Sagitario fue incapaz de mantenerse en el aire, por lo que su descenso
fue inevitable.
Asis cayó desde gran altura, su cuerpo no se desarmó gracias a la cloth de
oro. En su condición, realmente intentó ponerse de pie, pero su cuerpo no
respondía, el único sentido que seguía activo era su oído y entendía la razón
del por qué. Cuando dio inicio el réquiem angelical, supo que el infierno
apenas comenzaba para él.
/ - / - / - /
Interior del Templo de Atena.
Shai de Virgo entró al templo de Atena,
donde segundos antes su rival había caído dejando tras de sí un hueco en el
techo.
La amazona de Piscis permaneció
recostada e inmóvil en medio del cráter que su impacto marcó. El casco de
Adonisia había quedado en un rincón de los aposentos de Atena.
Virgo no se confió, por lo que descendió
a una distancia prudente de su posición.
— ¿Ese juego de verdad te ha funcionado
antes? —preguntó Shai, molesta al intuir que la menospreciaba.
— Te sorprendería —respondió ella,
mofándose. De un rápido movimiento la amazona de Piscis se alzó, alisándose el
cabello con femineidad. Miró en redondo, contemplando la escueta decoración del
lugar—. Y ahora que dejamos a los hombres jugando entre ellos, ¿qué planes
quedan para nosotras? —preguntó, posando sus manos sobre sus caderas.
— No he cambiado de opinión Adonisia,
que recibas tu merecido castigo sigue siendo mi prioridad.
— ¿De verdad? Qué lástima. En ese caso,
tendremos que pelear en serio, mis amigas
y yo —el cosmos de Piscis se elevó rápidamente. Bajo sus pies empezó a
extenderse una brillante capa de transparente cristal rosado, el cual rápidamente
cubrió el suelo, las paredes y el techo del templo, incluso bloqueando el
acceso por el cual ambas entraron.
En contra de lo pensado, Shai vio que
ese cristal no buscó atrapar sus pies o herirla de algún modo, sólo se fundió
con el entorno, encerrándolas a las dos dentro del templo.
El aislamiento fue total, pues dejó de
escuchar la batalla que ocurría afuera y ya no podía detectar el cosmos de sus
amigos, ni el de nadie más.
— Ya no hay escape — Piscis musitó,
moviendo las manos hacia arriba y, ante su orden, rosas comenzaron a abrirse en
los muros cristalinos, tapizando cada rincón del templo de Atena, y
convirtiendo el techo en una ventana hacia un cielo azul repleto de nubes
blancas.
— Bienvenida al Invernadero de Cloris*
—se inclinó al frente, como un caballero de la nobleza.
Virgo dio un paso hacia atrás, pisando
la alfombra de rosas con inquietud. Sabía que la amazona de Piscis empleaba
rosas especiales para acabar con sus enemigos, por lo que ver miles de ellas
reunidas en un solo espacio indicaba que todas y cada una eran un potencial
enemigo. Sus sentidos le advertían de un gran peligro y la impulsaban a buscar
una salida de allí.
— Mi lugar especial, la tumba de todos
aquellos que osan desafiarme —Adonisia continuó hablando, mientras que algunos pétalos
se desprendían de las flores.
Rosas rojas, negras, blancas y aguamarinas
resaltaban en aquel edén de aterradora belleza, donde cada rosa estaba cubierta
por un rocío brillante que las embellecía aún más.
— Aunque eres la primera que llega a
entrar viva a mi invernadero
—Adonisia rió, tomando una rosa roja de entre todas las presentes.
Shai apretó la máscara en su rostro con
cierta ansiedad, pues algo comenzó a picar
en su nariz.
— Una máscara tan burda como esa sólo te
dará unos minutos de resistencia —explicó Piscis, inmune a las toxinas que
envenenaban el aire—, pero no tengo dudas de que el polen y la fragancia de mis
flores terminarán por acabar con tu vida.
— Peleas sucio —la amazona de Virgo se
alistó para el combate.
— No seas una mala perdedora —respondió
Piscis, sin pena.
— Ra’s Wings! —el cosmos de Shai
volvió a desatar su técnica huracanada, una que logró barrer con la flora de todo
el cuarto, mas con asombro notó que las paredes volvieron a atiborrarse de
rosas casi al instante.
Como un fantasma entre la lluvia de pétalos,
Adonisia apareció a un lado de Virgo, propinándole un fuerte puñetazo que si
bien no la tiró al suelo le arrebató el equilibrio. — Como bien imaginé, no
serás de las que espere la muerte quieta. Por lo que divirtámonos hasta
entonces, ¿te parece? —cuestionó, lanzando patadas y golpes que Shai apenas y
lograba bloquear.
Si tan sólo lidiar con las extremidades
de la amazona de Piscis bastara, la pelea habría sido más pareja, pero con sólo
el poder de su pensamiento Adonisia ordenaba
a su ejército de rosas a atacar, saliendo del suelo como rayos de luz en busca
del enemigo.
Vapuleada por los innumerables ataques,
Shai concentró su cosmos, creando seis esferas luminosas que arrojó contra
Adonisia. La amazona de Piscis las esquivó sin dificultad, mas no se percató de
que éstas no causaron ningún daño a sus rosas o al suelo, sólo se introdujeron
bajo la superficie como semillas de luz.
Shai se esforzó por mantener la
distancia de su enemiga antes de actuar.
— Este espacio es demasiado pequeño para
que te la pases huyendo —Piscis se mofó, aun persiguiéndola.
— Con gusto aceleraré tu derrota —sin
detenerse, la amazona de Virgo volvió a encender su cosmos y atacó —. Osiris
Justice! (¡Justicia de Osiris!)
Justo cuando Adonisia pisó el suelo para
darse un ligero impulso, bajo su pie emergió un potente rayo de luz que la
atrapó completamente, hiriéndola por la
energía condensada que ascendió con la forma de un cilindro luminoso.
Adonisia gritó de dolor, pudiendo salir
del rayo solar, sólo para caer a otro que ya la estaba esperando en cuanto
volvió a tocar el suelo.
Con simples movimientos de sus manos,
Shai detonó sus ataques subterráneos, anticipando los movimientos de la amazona
enemiga.
En total fueron cinco columnas de oro
que rápidamente castigaron a Adonisia, tras el golpeteo de cada una de ellas la
armadura de Piscis perdió varios trozos. El sexto rayo no la alcanzó, pues proyectó
un escudo para protegerse, regresando al suelo, donde permaneció en cuclillas.
— Nada mal… nada mal —Adonisia musitó,
mirando las gotas de sangre que resbalaban por sus brazos y caían sobre las
rosas cercanas. Ella se enderezó rápidamente, tomando en su mano una de las
flores aguamarinas—. Eso sí que me tomó por sorpresa. Creo que deberé responder
de la misma forma e intentar sorprenderte.
— Eres más resistente de lo que hubiera
imaginado.
— Soy una amazona de oro ¿esperabas
menos que eso? —Adonisia elevó su cosmos, despertando un resplandor arcoíris en
la rosa que sostenía—. Deberías dejar de subestimarme.
La rosa aguamarina cambió de un instante
a otro, volviéndose enteramente de cristal. —Cuando la peligrosidad de mi rosa
marina deja de ser un secreto, es cuando muestra su verdadera apariencia.
Virgo vio que no sólo esa rosa brillaba
con tal resplandor, sino también las otras mil del mismo color que se
encontraban esparcidas por el invernadero maldito.
— Vayan —Adonisia susurró, arrojando la
rosa contra su rival. En el trayecto, la flor de cristal se separó en numerosos
pétalos cristalinos, los cuales comenzaron
a girar hasta volverse discos cortantes de energía.
Virgo quedó estupefacta cuando el resto
de las rosas de cristal imitaron la acción y pronto se encontró en medio de
todo ese poder a punto de alcanzarla.
Aunque Shai buscó protegerse con su
cosmos, los incontables discos la impactaron sin piedad, girando como cierras
sobre su armadura, elevándola por el aire como si estuviera siendo devorada por
un enjambre de insectos.
Al final, los pétalos de cristal
estallaron en un indefenso polvo azul, liberando a la amazona de Virgo, quien
cayó pesadamente en el suelo muy malherida.
Su armadura se hizo pedazos por el feroz
ataque de las rosas marinas. Aunque la pérdida era significativa, Shai prefería
que fuera la cloth la destrozada y no sus extremidades.
Adonisia de Piscis caminó hacia donde su
rival yacía aturdida. Ver su cuerpo sangrante y tembloroso sobre la cama de
rosas le provocó una satisfacción que la obligó a suspirar de gozo.
Shai, sólo con retazos de su uniforme de
batalla, se obligó a girar en el suelo, sobre todo cuando sintió una espina clavarse
sobre la piel de su rostro ya sin máscara.
Aún en su condición, Shai miró
desafiante a su enemiga, mientras Adonisia la contempló en silencio, admirando su
rostro descubierto.
— Cualquiera podría enamorarse de ti
—Adonisia musitó, para enojo de Shai.
Shai luchó por levantarse pese a sus
múltiples heridas, pero el sólo pensarlo la hizo toser salvajemente y el vómito
escarlata regó las flores a su costado.
— Pero ya que has sido herida por mis
rosas y aspirado por tanto tiempo sus fragancias, tu sangre no tardará en
convertirse en veneno puro y morirás —Adonisia explicó, orgullosa de su labor—.
No demorará mucho.
Piscis se acuclilló ante Virgo, y aunque
Shai intentó atacarla, Adonisia fácilmente atrapó su puño con la mano y se le
echó encima en una posición sugerente para retenerla en el suelo.
— Ahora sólo descansa, pronto serás
alimento para mi jardín, dormirás eternamente en este paraíso —Piscis le pidió,
utilizando sus rodillas y el peso de su cuerpo para inmovilizarla.
— ¡Púdrete…! —logró decir, sintiendo que
respiraba dentro de un volcán activo.
Con sus manos libres, Adonisia tocó el
rostro de Shai, con una delicadeza contrastante con la violencia demostrada.
Sus dedos delinearon cada línea de expresión de la morena, los labios pequeños
pero carnosos, los ojos grandes de un hermoso color violeta, la nariz delgada y
respingada.
Repugnada, Shai peleó, pero era en vano,
sólo podía ver su rostro compungido reflejado en la máscara dorada de Piscis.
Atrapada en su propia ensoñación,
Adonisia continuó palpando el rostro de la amazona de Virgo hasta que un
pensamiento la hizo salir del trance.
— Perfecta… Eres mucho más perfecta que
yo —Piscis musitó, mientras peinaba el cabello que cubría la frente de Shai—...
Demasiado —de un repentino movimiento, con sus uñas abrió cuatro heridas en la
mejilla derecha de su adversaria—. Eres repugnante
— y volvió a repetirlo en la izquierda, con una saña aun mayor—. Pero te
envidio… Te quiero para mí… Te tendré conmigo hasta el final de los días— rió de
manera demencial, elevando su cosmos hacia el séptimo sentido.
Raíces espinosas se aferraron al cuerpo
de Shai de Virgo, inmovilizándola y levantándola en vertical ante la señora del
invernadero. Las raíces arrancaron lo que quedaba de su ropa, exponiendo su cuerpo
femenino herido.
— Sí —dijo Adonisia, contemplándola con
una emoción enfermiza—, tu perfección
me ha inspirado a querer probar algo nuevo… Ésta podría ser la perfecta
oportunidad. —A sus pies, creció un minúsculo capullo dorado que flotó hasta llegar
a la altura de sus manos.
Adonisia cubrió ese botón con su cosmos,
marchitándolo, pero quedando una semilla negra en su lugar. La amazona la tomó
entre sus dedos y la admiró con ternura.
Shai forcejaba inútilmente, desesperada al estar a merced de
una lunática como Piscis. Pero aunque intentaba hacer estallar su cosmos, este
de alguna manera era absorbido por las raíces que la aprisionaban, ganando una
resistencia descomunal que impedían su escape.
— Estaba esperando encontrar el lugar
adecuado en dónde plantar a esta pequeña… Pero ante tal oportunidad, qué mejor
sitio que sembrarla en el cuerpo fértil de una poderosa guerrera como tú.
Adonisia cubrió sus dedos y la semilla
con su cosmos, y de un rápido movimiento los introdujo dentro de vientre de la
amazona cautiva por su ombligo. La sangre brotó de la nueva herida, y aunque
Shai intentó resistir el dolor, sus muecas reflejaron la angustiante sensación
mientras Adonisia colocaba la semilla dentro de sus entrañas.
Piscis sacó sus dedos lentamente, dejando
un agujero del que no solo emergía sangre sino que también se podía vislumbrar
un débil resplandor dorado.
— Sé que te duele, pero debes ser
fuerte, apenas vamos a comenzar —ella le dijo con cinismo, consciente y
complacida por su dolor.
Piscis volvió a cubrir sus manos con
cosmos, tocando el desnudo vientre y alimentando con su energía a la semilla
que había dentro de este.
Desde el primer segundo, Shai chilló
adolorida. No podía saber la clase de abominación que estaba preparando para ella,
pero la agonía creciente en su estómago se extendió hasta la última fibra de su
ser. Su cuerpo tembló frenético entre las espinas, sus ojos se voltearon, cerró
los puños con tanta fuerza que se hirió las palmas de las manos, su garganta no
podía frenar los alaridos, y aunque por segundos alcanzaba a cerrar la boca,
inmediatamente la abría de nuevo exhalando un grito todavía más desgarrador que
el anterior.
Nuevas raíces comenzaron a moverse,
todas ellas extensiones que la amazona de Piscis dirigía para trabajar en su
nuevo experimento.
— Resiste, resiste —Piscis pidió con
tranquilidad—. Todo este dolor es necesario, debo adecuar tu cuerpo para que
puedas renacer dentro de mi jardín, de lo contrario no me servirás —explicó,
con oídos sordos a la agonía de su nuevo espécimen.
El sentido del tiempo fue algo que ambas
perdieron dentro de esa dimensión. No importa si sólo fueron unos minutos,
horas o días, en algún punto Shai terminó perdiendo la voz y el sentido, quizá
hasta la cordura.
Para terminar, Piscis avanzó hacía donde
se encontraba el pedestal de la diosa del Santuario, sabiendo que sería el
lugar indicado para el nacimiento de su nueva y más grande creación hasta ahora.
La mujer movió las manos de forma
delicada a sus costados, ocasionando que abundante agua saliera del suelo, la
cual manipuló e hizo girar en el aire, formando un enorme y bello capullo. A su
orden, las raíces llevaron el cuerpo de Shai hasta allí y la sumergieron dentro
del agua, liberándola de cualquier atadura.
Adonisia tronó los dedos, y el exterior
de la rosa de agua se solidificó en un delgado cristal, mientras que en su
interior, el cuerpo de la inconsciente amazona de Virgo permaneció flotando en el
líquido incoloro que, al hacer contacto con la sangre de sus heridas, comenzó a
tomar un color rojizo.
Adonisia admiró su obra con fascinación,
dando un suspiro largo de satisfacción. —Cumpliré mi promesa… y pronto, serás
la reina de mi jardín. Con tu sangre y
cosmos fortaleceremos esté invernadero juntas. Bienvenida a tu nuevo hogar —rió
para sí, abrazándose al cristal como si sintiera que sus brazos estrechaban a
un esperado bebé.
/ - / - / - /
Explanada del Templo de Atena.
Jack de Leo bajó su brazo lentamente sin
dejar de mirar el punto donde segundos antes se encontraba su adversario.
Libra se apresuró a ponerse de pie, sin
poder ocultar su admiración por lo que acababa de pasar. ¿Este era el verdadero
poder de león dorado?
— ¿Qué demonios fue eso? —preguntó,
colocándose al lado de Jack para acompañarlo en su vigía.
— Lo siento pero, no soy de los que cree
que debo de explicarle a todos mis técnicas —respondió, alzando los hombros.
El campo de batalla se despejó tras un
fuerte soplido del viento, mostrando la inmaculada estatua de Atena sin un
rasguño pese a haber sido alcanzada por el vendaval de poder y ser la
superficie en la que Albert de Géminis chocó de espaldas, resbalando hasta la
base. Allí, Albert permaneció sentado, como si a su cerebro le costara asimilar
lo que había sucedido.
— Ni te atrevas a pensar que está muerto
—Nauj le dijo a su compañero, nervioso al ver que aún tras brutal ataque el
zohar de Géminis estaba tan intacto como la estatua de la diosa.
— Jamás cruzó por mi cabeza…
Albert se irguió lentamente, escupiendo
un puñado de sangre que se acumuló en su boca. Se apartó el cabello del rostro,
dejando ver las quemaduras superficiales en sus mejillas y oreja izquierda.
— Interesante intento —dijo con tono cínico,
tocándose la quijada como si algo en ella le doliera—. ¡¿Por qué no lo
intentamos de nuevo?!
El Patrono de Géminis desató de
inmediato la Explosión de Galaxias,
por la que Jack de Leo no tuvo más alternativa que contrarrestarla con la misma
técnica. Justo como antes, la media luna superó la potencia de las estrellas y
se impactó contra Albert, quien en esta ocasión no se dejó sorprender y plantó
firmemente sus pies para resistir el embate.
Su armadura resistió sublimemente, por
lo que se impulsó de inmediato contra los santos enemigos, moviéndose a una
velocidad sorpréndete.
De un puñetazo tumbó a Leo al suelo y
detuvo el intento de Libra por atacarlo con el tridente con una patada en el estómago,
dejándolo sin aliento e impedido sólo por unos segundos que el Patrono deseaba
aprovechar.
— Eso no se sintió tan fuerte como
antes, me pregunto por qué —cuestionó al avanzar a pasos acelerados hacia Leo,
quien ya estaba de pie y listo para el combate—. Veámoslo una vez más
—sentenció, mostrando su cosmos y liberando por tercera vez la explosión galáctica.
A tan corta distancia, Leo desató el
ataque de media luna que golpeó a Albert directamente en el pecho, con la
esperanza de que partiera en dos al infame guerrero, mas no fue así, el titán
en que se había convertido sobrevivió y no dejó de avanzar.
Impresionado por lo imparable de su oponente,
Jack descargó sobre él la furia de los relámpagos, mas antes de que se
materializaran, Albert atrapó su puño electrificado, conteniendo el inmensurable
poder que al no encontrar salida terminó estallando en la mano de su ejecutor.
Jack tensó la mandíbula cuando su mano
fue destrozada por su propio poder, el brazal de oro se hizo pedazos, quemando
y fracturando su brazo entero. El dolor lo distrajo menos de un instante, pero así
Albert de Géminis se movió a una velocidad mayor con la que le propinó una
salvaje golpiza usando únicamente sus puños hasta tumbarlo al suelo, donde lo
pisó bruscamente, manteniendo su pie sobre él para evitar que se levantara, si
es que aún le quedaban deseos de hacerlo.
Cada golpe se llevó consigo un trozo de
su armadura dorada, siendo el último pisotón el que quebrara por completo la
pechera y varias de sus costillas.
Al sentir fragmentos de la armadura
entre su pie y el pecho del enemigo, Albert movió su talón lentamente,
asegurándose de que los pedazos terminaran clavándosele en la piel.
— Una técnica de contraataque, eso fue
—dijo, complacido de haber descubierto el truco más peligroso del santo de
Leo—. Al principio no estaba seguro, pero decidí comprobarlo antes de entrar en paranoia. La
intensidad de tu ataque depende de la energía que emplee tu enemigo en su
propia técnica, es por eso que la primera vez fue tan devastadora, ya que en mi
segundo intento disminuí la cantidad de fuerza y empleé menos en el que le continuó.
Jack lo miró con desafío, aun cuando su
cuerpo se encontraba acalambrado por las embestidas recibidas.
— Has perdido mucha energía en ello, sin
mencionar que sólo puedes contraatacar técnicas a distancia que liberen cierta
cantidad de cosmos, nunca golpes físicos ¿o estoy equivocado?
— Qué listo —sonrió Leo con osadía,
comprobando que no estaba leyendo su mente, de lo contrario también sabría que
su técnica duplicaba la fuerza de la técnica que contraataca, por eso lo afectó
tanto la primera vez.
— Sabes bien que una técnica no funciona
dos veces contra un santo de Atena —Albert recalcó, volviendo a pisarlo al
sentir que intentó levantarse—, por lo que si no me eliminaste en tu primer
intento, cualquier otra oportunidad se ha desvanecido, así como tu futuro…
Repentinamente, Albert estiró la mano
hacia atrás, deteniendo el avance de un proyectil que venía buscando la parte
trasera de su cabeza. Ante la palma de su mano el tridente de Libra se detuvo
tras haber sido lanzado con toda la fuerza que quedaba en el cuerpo de Nauj.
— ¡Infeliz! —bramó en la distancia al
ver que su tridente fue detenido por el poder psíquico del Patrono, quien
decidió armarse con él, girándolo con su mano sana y demostrando una destreza
impecable.
Albert le lanzó una mirada por encima
del hombro. — Te permití ese torpe movimiento sólo porque deseaba tener
esto—aclaró, sujetando el tridente de tal forma en la que lo utilizaría para
arponear la cabeza del santo que yacía a sus pies—. Gracias.
— ¡JACK! —clamó Libra, corriendo en su
dirección, aun sabiendo que sin importar lo que hiciera estaba lejos de poder
salvar a su compañero, ni aunque él mismo se lanzara a recibir el golpe.
El santo de Leo enfrentó su posible
final con valentía, viendo a los ojos a su verdugo quien no vaciló en su
actuar.
El estruendo fue ensordecedor. Nauj
frenó estrepitosamente, atónito ante lo que había pasado y lo que ahora sus
ojos contemplaban.
Sobre el rostro del santo de Leo recayó
la sombra del escudo que lo protegió, y sobre el que el tridente de Libra se
impactó.
El tiempo avanzó de manera extraña desde
el momento en que Albert lanzó el violento golpe, pues estaba seguro de que no
fallaría. Pero no fue así, el estruendo llegó primero a sus oídos que las
imágenes a sus ojos cuando la cabeza del tridente de Libra se pulverizó al
chocar contra un escudo esmeralda que se interpuso de repente, en cuyo centro la
figura de un sol dorado resplandeció para presumir su resistencia y reflejar su
semblante de incredulidad total.
Albert miró con odio e indignación al
hombre que evitó la ejecución del santo de Leo, escondiendo el temblor
involuntario que sacudió sus manos, las cuales cerró al retroceder algunos
pasos.
— Esto… no puede estar pasando —musitó,
buscando si se trataba de algún engaño.
— El maestro de las ilusiones eres tú,
¿no es así? — dijo el hombre de cabello negro que portaba una majestuosa
armadura verde de la que crecían tres pares de alas de dragón en la espalda.
El recién llegado se levantó e
inmediatamente pasó por encima del santo de Leo con cuidado, caminando hacia
Albert mientras su cosmos color jade ardía a su alrededor—. Pero si necesitas
que te lo confirme, está bien, como tu antiguo maestro, permíteme demostrarte
quien soy yo en verdad.
El rugido de su cosmos esmeralda retumbó
a lo largo y ancho del cielo, siendo escuchado por todos aquellos guerreros que
moraban el Santuario, sabiendo lo que aquello significaba: el verdadero
Patriarca había regresado, y con ello el fin de la rebelión.
/
- / - / - /
Antiguas ruinas del Santuario.
Hécate apareció en las afueras de las
ruinas de un antiguo templo. En cuanto pisó el suelo cubierto de hierba se
apoyó en la columna más cercana, tomándose unos segundos para sobrellevar el
dolor que recurría su rostro y se centraba en su ojo perdido. De entre su
ropaje sacó un frasco que contenía agua del estanque sagrado, misma que bebió,
sabiendo que no restauraría lo perdido, pero sí cerraría la herida y desvanecería
el dolor.
Allí se sintió a salvo, sabiendo que era
un lugar dentro del Santuario que nadie frecuentaba, pues nunca fue restaurado
por su lejanía y falta de propósito.
Sabiendo eso es por lo que
teletransportó al príncipe de Asgard allí, imaginando que nadie lo encontraría…
craso error.
En cuanto terminó de beber la medicina,
escuchó la alerta que le transmitió la naturaleza bajo sus pies, por lo que se
adentró al derruido templo a toda prisa, percibiendo un gran cosmos maligno en
su interior.
Preocupada por su posible fracaso,
estaba dispuesta a combatir a quien fuera para llevar a cabo su tarea, pero
jamás imaginó que al final del camino se toparía con tan complicada situación.
En las sombras del templo, donde el sol
apenas entraba por delgados agujeros en el techo, estaba un hombre que sujetaba al pequeño Syd
del cuello, ahogándolo no sólo por la presión que ejercía sobre su garganta
sino por el extraño brillo que estaba saliendo de su boca.
El hombre mantenía su mano libre cerca
del rostro del niño, con la cual estaba extrayendo ese resplandor que residía
dentro de su infantil cuerpo, acumulándolo en una esfera luminosa que le
complació ver finalmente terminada.
— ¡Esa
es su alma! —Hecaté dedujo en silencio, antes de que el niño empalideciera
cual cadáver y dejara de temblar, colgando sin fuerzas de la mano de su captor.
— ¡¿Por qué?! —la mujer recriminó,
observando el alma divina que
fácilmente fue arrancada de su avatar humano.
— ¿Por
qué reaccionas de esa manera, hetaira de Avanish? ¿Acaso no es esto lo que tú también
buscas? —cuestionó el sujeto, dueño de una voz profunda.
El hombre ensombrecido soltó el cuerpo
de Syd y se volvió ligeramente hacia la Patrono, única testigo de su acto. La
radiante llama azul en su mano iluminó el lugar con una fría luz blanca.
— ¿Cómo puedes…? ¿Qué significa esto? Tú
eres uno de los campeones del Santuario, ¿por qué tomarías tales medidas y
traicionarías a tus aliados asgardianos? —Hécate deseó obtener respuestas, pues
aquel hombre era el menos improbable de tal atrocidad—. ¿Acaso tú no eres Seiya,
el legendario santo de Pegaso?
En efecto, ante ella se encontraba el renombrado
santo de Pegaso, su armadura de bronce y las heridas sufridas en su anterior
batalla contra la amazona de Perseo eran prueba de ello, sin embargo, sus manos
y brazos estaban manchados con sangre que evidentemente no era suya.
El santo sonrió ante la pregunta, por lo
que en vez de contestar introdujo la esfera de luz en su boca, devorándola.
Hécate retrocedió por el violento cosmos
que el santo expulsó en cuanto engullera el alma del inocente príncipe.
El hombre se encorvó hacia el frente,
como si fuera a vomitar lo apenas ingerido, pero resistió y su cuerpo se vio
cubierto por intensas llamas celestes que comenzaron a afectar su armadura,
transformando su sencillez en una cloth que revestía todo su cuerpo. Dos esplendorosas
alas metálicas crecieron de su espalda, remolineando aún más el torrente
cósmico que lo rodeaba.
La armadura divina de Pegaso relució
magnánima ante la Patrono, quien miró asombrada su majestuosidad. Sin embargo,
la transformación no terminó allí, no cuando el cabello café del santo fue
oscureciéndose, llegando al negro absoluto; al mismo tiempo que la pureza de su
armadura se ennegrecía. El color blanco de la cloth fue sustituido por negro
metal, y el dorado por platino reluciente.
— ¿Qué es esto que siento? —Hécate estaba
impactada por lo que sus sentidos captaban, el inmensurable poder del santo de
Pegaso excedía sus expectativas, sin embargo no podía pertenecerle a alguien
que por tanto tiempo luchó por la paz de la humanidad, sobre todo cuando su
cosmos celeste se tornó del color de la sangre
— ¿En verdad él es Seiya de Pegaso? —la
Patrono volvió a cuestionarse, cohibida ante el peligro que el sólo verlo le
transmitía.
— Ya
no más —fue la sombría respuesta que obtuvo de aquella nueva amenaza.
FIN DEL CAPÍTULO 58
* Cloris:
Nombre dado a la Diosa de las Flores de los Jardines en la mitología Griega.
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