Capítulo
55
El día más oscuro, Parte II
En
algún lugar de Egipto.
Sennefer emergió de la fuente de
oscuridad que contaminaba al mundo con una maldición.
En él, las placas diamantadas del zohar
de Estéropes brillaron con la poca luz natural que entraba a su fortaleza subterránea,
una mastaba antigua que por muchos siglos fue su prisión.
— Llegas
tarde de nuevo, Apóstol Sagrado de Horus —se mofó de quien más percibía odio
a su persona—. Y vuelves a presentarte
ante mí revestido con una inocente y lastimera esperanza.
— ¡Esta vez será diferente! —se adelantó
Kaia, Apóstol Sagrada de Isis—. No tienes nada con qué amedrentarnos. Te
haremos pagar lo que les hiciste a nuestros compañeros y a nuestros reyes.
— Elogio
su valentía, pero con la Corona Oscura de Sokaris en el cielo temo que su lucha
sólo les brindará efímeros momentos de vida… los suficientes para poner a
prueba mis mejoradas habilidades. —Sennefer sujetó con fuerza el Cetro de
Anubis.
— ¡¿Qué es lo que has hecho aquí
Sennefer?! —decidió cuestionar el santo de Cáncer, inquieto por lo que veía y
sentía en el lugar.
— Te
recuerdo, santo de Cáncer. Al fin nos conocemos en persona —dijo el Patrono
con hilaridad—. Es un gusto para mí que
llegaras a mi humilde morada… La verdad es que eres el segundo mortal que más
ha estado cerca de derrotarme, por lo que será un honor para mí hacerte frente.
— Puedes apostar que esta vez no
fracasaré. Aunque tenga que arrastrarte conmigo al otro mundo cumpliré con mi
encomienda —respondió Kenai.
— En esta ocasión no escaparás— secundó
Assiut de Horus—. Acabaremos con la maldición que has esparcido por el mundo.
— Me
complace decirles que esto que ha iniciado es irreversible —Sennefer aseguró
con malignidad.
— La
Corona Oscura de Sokaris es un medio por el cual abrimos una brecha a este
mundo del que se nos expulsó hace milenios —dijo Ehrimanes, deteniendo a
voluntad el flujo de sangre que salía de su cuerpo al haber perdido la mitad de
sus brazos—. Tú conoces esa historia, ¿no
es así Clyde?
El dios guerrero no asintió, sólo le
dedicó una mirada gélida al demonio.
— Hemos
sido pocos los que logramos superar todas las barreras hostiles que nos impedían
el llegar y permanecer aquí, y encontramos la forma de traer al resto de
nuestros hermanos a “casa” para disfrutar de los nuevos placeres
que hemos descubierto. Por supuesto
que se necesitaba pagar un precio: ¡vidas humanas!
— Las desapariciones —escapó de los
labios de Calíope de Tauro el pensamiento que llegó a ella—… como la isla Andrómeda.
— Demasiado
tarde para darse cuenta ¿cierto?—la criatura sonrió maliciosa—. Porque mientras todos ustedes se escondían
en sus refugios y temían de los Patronos, nosotros tomamos algunos cientos que
fueron sacrificados justo en este lugar. —Ehrimanes señaló la fosa con su
barbilla.
— ¡Malditos monstruos! —clamó la amazona
de oro.
— Y
habríamos requerido más, pero en este tiempo no existen humanos suficientes en el
planeta para llevar a cabo el ritual y al mismo tiempo satisfacer a nuestros
congéneres —Ehrimanes prosiguió—. Gracias
al santo de Capricornio pudimos prescindir de ellos y dejar que el resto de los
seres humanos que quedan aquí sean meros recipientes para la familia.
— ¡¿Qué estás diciendo?! —cuestionó
Kenai de Cáncer, alarmado.
— Es… verdad —alcanzó a decir la
asgardiana Freya, quien luchaba por mantenerse consiente en los brazos de
Clyde—. Sugita fue… arrojado a ese pozo…
— No puede ser… —Calíope de Tauro se
lamentó unos segundos—. Pero cómo… él estaba a salvo en el Santuario…
— Ahora lo entiendo —musitó el santo de
Cáncer, cuyo semblante cambió paulatinamente de sorpresa a furia pura—. Esa es
la razón por la que la maldición posee tal fuerza —se dijo.
— ¿De qué estás hablando? —deseó saber
Assiut.
— Eso ya no importa —respondió Kenai—,
lo único que nos queda por hacer es detener a este par de monstruos y cerrar el
portal.
— Se dice fácil —añadió Clyde en voz
baja.
— Todos
ustedes vinieron aquí buscando satisfacer sus deseos de venganza, oculta bajo
los cánticos de justicia que son típicos de su especie —Sennefer intervino—. Es hora de que dejen de ocultar sus
verdaderos seres, lo último que experimentarán en sus vida será ese despertar.
Después serán premiados por las tinieblas.
El ka de Sennefer brilló a su alrededor.
La columna de oscuridad reaccionó a su energía y expulsó un torbellino de poder
que golpeó a todos los presentes.
Clyde sujetó a Freya contra su pecho,
evitándole cualquier otro daño, mas para cuando el vendaval aplacó su
intensidad debió moverse con agilidad antes de que Ehrimanes lo pateara.
La criatura lo persiguió por el lugar,
adentrándose más a la mastaba hasta perderse de vista para el resto de los
guerreros. Tras un último ataque fallido, Ehrimanes permaneció de cuclillas en
medio del cráter que dejó su caída, mirando con desafío al dios guerrero de Megrez.
— Hay
algo que ha cambiado en ti, Clyde. Y
no hablo sólo de que pareces estar dispuesto a destruirme sin importarte ya mi
recipiente, tus movimientos dejaron de ser los de un vejestorio resignado a
morir —enfatizó al mover los muñones en sus brazos.
— Ja, en este tiempo no eres el único
que ha hecho nuevos amigos Ehrimanes, fue uno de ellos quien reparó el cuerpo
que tanto me empeñé en atrofiar para ti— Clyde explicó, realizando unos rápidos
trazos en el suelo con la punta de su espada llameante—. Y ahora, utilizaré el
poder que recuperé para hacerte pagar todo lo que me has hecho a mí y a Aifor.
Ehrimanes se rió antes de enderezarse.
Su cosmos pútrido y oscuro lo envolvió, centrándose en los muñones cercenados.
— Ahora
que mi poder ha aumentado, ningún trato podrá salvarte de mí —aseguró,
siendo tras un esfuerzo de sus músculos por el que nuevos brazos crecieron en
su cuerpo. Suplantando los miembros perdidos, su brazo derecho parecía estar
hecho de magma y roca fundida, envuelto por llamas tan intensas como las de la
espada de Megrez; su brazo izquierdo cambió a una despiadada garra de fragmentos
de hielo que desprendía vapor glaciar.
El dios guerrero de Delta dejó a Freya
sobre los símbolos que dibujó en el suelo, esperanzado en que aquello la sanaría
o cuando menos la mantendría protegida hasta que lograra su objetivo. Lo único
que tenía que hacer era alejar al enemigo de ella y esperar que los dioses la
protegieran.
Como si hubiera podido leer su
pensamiento, Ehrimanes miró a la convaleciente Freya con un deje de maldad,
buscando provocar al dios guerrero y teniendo éxito, pues Clyde arremetió en su
contra de inmediato.
Kenai de Cáncer, Calíope de Tauro,
Assiut de Horus y Kaia de Isis se repusieron rápidamente de la ventisca, siendo
Assiut quien se adelantara para contraatacar. El ka del Apóstol Sagrado de
Horus brilló como el sol dentro de la cámara subterránea pero ni así las densas
sombras se dispersaron por un instante.
Los haces de luz fueron contra el
Patrono quien sólo extendió la mano derecha, y ante su palma el ataque se congeló
tal cual si el tiempo hubiera sido detenido. Sin embargo estos sólo se
desvanecieron cual velas encendidas que recibieron un soplido de aire.
La Apóstol Sagrada de Isis atacó por el
flanco izquierdo. — ¡Lagrimas de Isis!
Siendo acompañada por Calíope de Tauro
que arremetió por el flanco derecho— ¡Gran cuerno!
Centenares de explosiones ocurrieron
alrededor del Patrono sin que ninguna llegara a impactar sobre su armadura.
Se escuchó un sonido metálico cuando
Assiut desenfundó las espadas de Horus para atacar, adentrándose en la
humareda y lanzando un corte preciso
sobre la cabeza del inmortal.
El choque de metal contra metal retumbó
por la mastaba, siendo instantes después que el Apóstol Sagrado de Horus salió
despedido de la nube terrosa al ser repelido por una fuerza que contrarrestó su
mandoble.
Assiut cayó de pie, manteniendo los
sables en alto al sentirse perseguido por el enemigo, pero ante él sólo se
descubría poco a poco la imagen de Sennefer y la de otro individuo que causó
desconcierto en los presentes.
Para Assiut fue como verse ante un
espejo, pues ese hombre vestía una armadura idéntica al alba sagrada de Horus y
sujetaba con firmeza una réplica exacta de los sables que él mismo sostenía.
Aquel guerrero fue quien sin dudas se interpuso en su camino.
— ¿Qué significa esto? —Assiut indagó,
preocupado y a la vez furioso—. ¡¿Qué nueva treta tuya es esta, Sennefer?!
¡¿Hasta cuándo continuarás ocultándote detrás de tus marionetas?! ¡Hacer una copia
mía no va a salvarte! —El Apóstol alistó sus sables para atacar.
— ¿Una
réplica? Eso sería una bajeza imperdonable —respondió al agravio con
tranquilidad.
Sin recibir ninguna clase de orden, el recién
aparecido se lanzó a gran velocidad sobre Assiut, obligándolo a un intercambio
de espadazos en el que el resto no encontraba manera de interferir.
— ¿Por
qué crear una imitación cuando puedo invocar a un auténtico guerrero? —el
Patrono dijo, burlesco.
Y como si tales palabras hubieran
retirado un nubarrón que ocultaba el rostro del misterioso hombre, Assiut quedó
perplejo al descubrir que no era un doble
a quien combatía, sino a un individuo al que no esperó ver nunca más.
— …No… puede ser… —musitó con total
desconcierto. Assiut logró contener los sables de su enemigo cruzando los
suyos, resintiendo la fuerza de su oponente que lo llevó a pegar una rodilla al
suelo.
No sólo sus ojos temblaban al ver al
hombre sobre él, todo su cuerpo se estremeció y por un instante sus brazos
perdieron firmeza, siendo un momento aprovechado por el enemigo para desarmarlo
con su sable izquierdo y arremeter contra su cuerpo con el derecho.
Kaia de Isis interpuso uno de sus brazos
para detener el avance de la espada que hubiera decapitado a su hermano de
batalla. El brazal de su alba resistió lo suficiente como para no perder su
extremidad, mas la lesión fue grave y la sangre brincó de manera escandalosa
sobre Assiut, quien continuaba perplejo.
— ¡Reacciona de una vez! ¡¿Qué es lo que
pasa contigo?! —ella le pidió, aguantando el dolor.
La Apóstol de Isis lanzó golpes contra
el adversario, quien se resistió a retroceder. Kaia no tuvo más remedio que
crear distancia con un par de patadas con las que logró empujarlo hacia atrás.
El guerrero de Sennefer desplegó su ka a través de sus sables, creando ráfagas
cortantes contra ambos Apóstoles.
Kaia inmediatamente se lanzó sobre Assiut
para apartarlo del peligro, rodando ambos por el suelo.
En cuanto el guerrero de Sennefer se
impulsó hacia ellos, la amazona de Tauro apareció por un costado, propinándole
un derechazo que frenó la persecución. El guerrero cayó pesadamente al suelo,
alzándose de forma inmediata e interponiendo sus armas como escudos. Calíope de
Tauro permaneció de pie entre él y los Apóstoles al saberlos blancos fáciles.
Kaia fue la primera en levantarse,
desconcertada por la repentina ineptitud de su compañero. No era propio de él
cometer tales descuidos.
Lentamente el Apóstol de Horus comenzó a
ponerse de pie, todo su cuerpo temblaba, pero ya no por desconcierto, sino por
el coraje que sentía al ser consciente de la profanación a sus recuerdos.
Ante la situación, Kaia decidió hablarle
con discreción—: Assiut, si no te crees capaz…
— Es mi padre —el Apóstol confesó en voz
alta, siendo sólo Kaia quien comprendiera el verdadero malestar de Assiut—…
Harakhty, antiguo Apóstol Sagrado de Horus.
— ¡¿Tu padre?! —repitió ella, mirando
con sorpresa al que podría ser un doble del Apóstol de Horus, mas al prestar
completa atención en él descubrió que bajo esa armadura se encontraba un hombre
con rasgos diferentes y de mayor edad—. Eso es…
— ¿Imposible? ¡Lo sé! —vociferó el Apóstol,
mirando con profundo odio al Patrono, quien permanecía inamovible en la
distancia—. ¡¿Cómo?! ¡Dime cómo lo hiciste! —exigió, sabiendo en el alma que
aquello no era una simple manifestación, ni siquiera una ilusión—. ¡Tú
destruiste su cuerpo…! ¡Hiciste que lo devoraran! ¡¿Cómo es que pudiste traerlo
de vuelta?!
— Deberías
mostrar gratitud, Apóstol Sagrado de Horus. No deseo que los estigmas bajo los
que nacimos nos condenen a repetir la calamidad del pasado. Yo que represento a
Seth asesiné y despedacé al padre de Horus, siendo esto lo que dio nacimiento
al guerrero que estaba destinado a destruirlo —explicó, sarcástico—. Así que helo aquí, lo regreso a tu vida
esperando que te sientas complacido.
— ¡Eres un infeliz al que jamás
perdonaré! —clamó el Apóstol, casi fuera de sí.
— No
he exaltado mis dones en vano. Ya he dicho que mis poderes se han incrementado
en más de una forma —Sennefer respondió—. Y con el Cetro de Anubis unido a mí he superado los límites que cualquier
mortal tiene hacia el mundo de los muertos. No necesito de ningún cadáver para
regresarle a un alma la vida, ni tampoco permiso del más allá para hacerlo
—rió con hilaridad—. Dicen que sólo los
dioses tienen la habilidad de regresar a un mortal enteramente a la vida, y
ante ustedes el milagro ocurre, ¿acaso eso me hace el nuevo dios de la muerte? —preguntó,
mirando con presunción a sus enemigos.
Kenai de Cáncer había estado analizando
la situación con todos sus sentidos, corroborando con indignación las palabras
del Patrono de Estéropes. Aquella “resurrección” no era común entre los
shamanes de la antigüedad, quienes utilizaban los restos del difunto para unir su alma y que éste pudiera volver a
andar por el mundo de los mortales… de alguna manera el Cetro de Anubis había
ganado la capacidad de revivir a alguien con la misma eficacia que lo haría una
divinidad.
— Sabes bien que no lo eres, ni lo
serás. La misma muerte aguarda tu visita Sennefer, y esta vez me aseguraré de que
en verdad acudas a ella— dijo el santo de Cáncer.
— ¿Hablas
de esa insignificante e inexperta entidad que colocaron en el trono del Duat?
—el Patrono se mofó—. Mientras el Cetro
de Anubis esté bajo mi poder, eso no puede tocarme… Pero no temas, prometo que
una vez que este reino sea enteramente nuestro iré a verle, pero sólo para
removerlo del trono que injustamente le fue dado.
— Si fueras tan poderoso como presumes
no tendrías que depender de otros para que luchen tus batallas —alegó la
amazona de Tauro.
— ¿Acaso
los dioses no preparan guerreros para conquistar a sus enemigos? —Sennefer
cuestionó soberbio—. En todo caso, desde la antigüedad los
guerreros se fortalecen de cada batalla victoriosa, de cada enemigo derrotado;
el fuerte se alimenta del débil y existieron quienes creían que devorando a sus
enemigos se adueñaban de sus espíritus y aptitudes —sonrió con malicia—. Es algo que yo mismo he practicado desde que
me convertí en Apóstol, y que como shaman tú deberías entender, santo de Cáncer
—miró al susodicho—. Cada enemigo
derrotado es un alma que puedes reclamar para servirte. La vida de ese hombre
estaba consagrada a proteger mi lugar de descanso, por ello pensé en atribuirle
su dedicación conservando su alma a mi servicio, ese sería el mejor de los
agradecimientos, y reunirlo con su primogénito mi mayor regalo.
Assiut, Kaia y Calíope tomaron ese
instante de distracción de Sennefer para movilizarse. La amazona de Tauro
desplegó su técnica hacia Harakhty, quien contuvo el cosmos liberado con el
filo de sus espadas. Esto impidió que pudiera perseguir a los Apóstoles que se
arrojaron sobre Sennefer.
El ka de los Apóstoles brilló con
fuerza, preparando sus volátiles técnicas, mas antes de poder ejecutar
cualquiera de ellas fueron golpeados por algo que frenó su avance de manera
súbita y los tumbó al suelo, tal cual hubieran chocado contra un muro invisible.
Kenai
vio la estela rojiza que pasó a través de los Apóstoles, por lo que esquivó
los proyectiles rojos que se precipitaron sobre él, siendo sólo uno de ellos el
que impactó en su brazo derecho. El santo miró sorprendido un diminuto agujero
en su brazal del cual se propagó un intensó dolor.
De nueva cuenta, entre Sennefer y sus
enemigos apareció una figura que pretendía defender a su amo.
Kenai abrió los ojos con gran sorpresa,
quedando inmóvil ante el hombre que reconoció fácilmente.
El ka de Harakhty de Horus neutralizó el
feroz ataque de la amazona, quedando frente a frente. Una vez que los residuos
cósmicos permitieran algo más de visión, Calíope distinguió a un nuevo oponente
en el campo de batalla, fue un mero instante en el que se sintió frustrada
pensando en los percances que esto traería, pero se quedó corta de aliento
cuando pudo reconocerlo…
Allá, al mirar por encima del hombro de Harakhty
de Horus, distinguió una capa carmesí ondeando sobre una armadura dorada… Allí
estaba alguien a quien no esperó volver a ver tan pronto en su vida.
— ¿Souva?... —musitó incrédula.
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Grecia,
Santuario de Atena
Seiya de Pegaso abrió los ojos muy
lentamente, observando el lugar con evidente desconcierto. Pestañeó un par de
veces antes de incorporarse del suelo.
— Pero…
¿cómo llegué aquí?— se preguntó, tocándose la frente en un intento
desesperado por repasar sus últimos recuerdos.
— ¡Shiryu!
Yo… lo escuché llamarme y por eso yo… maldición, ¿por qué?… ¿Acaso volví a
desmayarme?— pensó frustrado, buscando la salida de aquel lugar que tardó
en reconocer. Estaba en el interior de la bodega de alimentos—. ¿Cómo llegue aquí? Iba hacia el Templo
Principal cuando… ¡No puedo recordar!
Por el sol que entraba por las altas
ventanillas de madera, supuso que había pasado toda la noche allí, ¿pero por
qué? Tenía que salir y aclarar su mente.
Abrió la puerta y cruzó el umbral,
encandilándose unos instantes por el sol de la mañana. Seiya de Pegaso avanzó,
buscando a cualquiera que pudiera responderle un par de preguntas y esclarecer
el tiempo que había permanecido en ese lugar.
Escuchó cierto alboroto en la lejanía,
por lo que se dirigió hacia allá al sentirse intrigado. En el camino se topó
con cinco soldados uniformados que rodeaban a un sexto que se encontraba tirado
en el suelo e intentaba levantarse de forma lastimera.
Antes de que él pudiera alzar la voz y
exigir explicaciones, fue detectado por todos ellos. Sus miradas obligaron al santo de Pegaso a
detenerse, pues en sus ojos negros y pupilas blancas encontró un peligro
desconocido.
— ¿Qué
significa esa mirada? —se preguntó antes de siquiera hablar.
Los seis soldados sonrieron ampliamente, lanzando un grito de guerra que
simuló más a los bramidos de una jauría de animales salvajes que las voces de
soldados adiestrados.
Seiya se impresionó cuando ya dos de
ellos estaban a su espalda bloqueándole el camino — ¡¿Pero qué?! ¡¿Cómo pueden moverse tan rápido?! —pensó antes de
esquivar las patadas de los otros cuatro que saltaron sobre él.
Los golpes fallidos hundieron el suelo y
lanzaron piedras trituradas por todas partes. Seiya conocía la velocidad de los
soldados de bajo rango, por lo que sabía que esta nueva demostración de
destreza era insólita y no propia de ellos.
— ¡¿Cuál es el significado de esto?!
¡Deténganse de una vez, ¿acaso han perdido la razón?! —les cuestionó con
severidad.
En respuesta, los soldados volvieron a
atacar como manada, esta vez expulsando una cosmoenergía maligna que ennegreció
sus cuerpos como si se encontraran en medio de la noche.
Esta vez, el santo de Pegaso aguardó el momento justo para esquivarlos y
al mismo tiempo golpear sus nucas en un intento por no herirlos de gravedad.
Los seis soldados cayeron al suelo pesadamente, mas se incorporaron al
siguiente instante.
— No
entiendo qué les ha pasado, con esa fuerza debió bastar para dejarlos inconscientes
y sin embargo se recuperaron de inmediato —meditó Seiya con desconcierto—. El cosmos que expelen sus cuerpos es
difícil de ignorar, ¡¿qué es lo que ha pasado aquí?!
El número de ellos no importaba, ni el
incremento de su velocidad, fuerza y resistencia, enfrentar al santo de Pegaso
era una sentencia a la derrota y eso en el Santuario todos lo sabían, mas las
bestias que ahora poseían esos cuerpos apenas iban a comprenderlo.
Cuando fueron alcanzados por los
meteoros del santo de Pegaso, su fuerza los dejó inmóviles y fuera de combate.
Aunque las heridas abiertas de cada uno parecían fatales, la verdad es que aún
vivían, pues esa fue la intención de Seiya.
La pequeña confrontación despertó sus
sentidos finalmente, pudiendo percatarse de cómo otros cosmos colisionaban
entre sí en diferentes partes del Santuario.
Se alarmó, creyendo que los Patronos
estaban atacándolos, por lo que a toda velocidad se desplazó por los campos
áridos hacia las Doce Casas.
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Egipto
— No es posible… ¡Souva!
La impresión logró que la amazona
olvidara por un momento el lugar y situación en la que se encontraba. Por
suerte, el enemigo ante ella recibió la instrucción silenciosa de apartarse del
camino y regresar al lado de su amo.
— ¿Realmente eres tú? —ella preguntó al
hombre de capa roja, quien permaneció en silencio—. ¡Kenai, dime qué es lo que
está pasando! ¿En verdad es él?
— Él —Kenai se atragantó, sabiendo lo
mucho que sus palabras podrían afectar a la amazona—… No es posible que pueda
ser él —intentó convencer no sólo a ella, sino así mismo—. No hay manera, su
alma debió estar fuera de tu alcance—recriminó al Patrono de Estéropes.
— Es
cierto que yo no cacé tan valiosa alma, pero me fue dada como un último
presente de mi salvador. Tengo entendido que este hombre fue asesinado por el
mismo señor Avanish, algo que no cualquier mortal puede presumir —Sennefer
explicó—. ¿Fue un honor o un castigo para
él? No sabría decirlo, pero determiné ponerlo a mi servicio como una expiación
a sus últimas acciones.
— De nuevo pretendes esconderte en vez de enfrentar tus propias peleas —dijo
Assiut, al ponerse de pie junto a Kaia de Isis.
— Les
prometí que exteriorizarían su verdadera naturaleza al final de esta batalla,
jóvenes justicieros —reprimió una risa—. Les recomiendo que no menosprecien mi participación en esto, las artes
shamanicas continúan siendo mi mayor fortaleza, ellos dos son extensiones de mi poder, podría invocar a
otros si eso les place. ¿Desearían ver a su antigua Faraona de nuevo? ¿A sus
camaradas que murieron en el asalto a Meskhenet? Hay un gran repertorio del que
puedo hacer uso, mas elegí a estos dos peones al ser de los pocos que pueden
causarles auténtica desesperación…
Calíope contemplaba al renacido santo de
Escorpión, buscando en él una prueba que la convenciera de que se trataba de un
impostor, un truco de un hombre malvado para hacerla dudar, pero no encontró
nada... Ni siquiera ver ese semblante serio que opacaba su rostro y contrastaba
con los osados gestos que siempre acompañaron su faz era suficiente.
Al final la amazona terminó comprimiendo
sus manos con fuerza.— Esto… esto es inaudito… ¡No te saldrás con la tuya! ¡¿Me
oyes?! ¡Yo misma te destruiré!
— Demuestra
que serás capaz de tal hazaña— pidió el Patrono.
El cosmos de Souva de Escorpión se alzó
de forma prominente, desapareciendo toda duda en sus compañeros, en verdad era él.
Calíope no logró reaccionar al primer
golpe. Le sorprendió que la rodilla del Escorpión se hubiera incrustado en su
vientre con tal facilidad.
— ¡No
pude verlo…! —pensó consternada—. ¿Siempre
fue así de rápido?
El impacto la arrojó lejos, cayendo de
pie al haber maniobrado con las palmas de sus manos en el suelo.
En cuanto enderezó la espalda debió
alzar las manos para atrapar las muñecas del espectro de Escorpión.
Calíope observó las alargadas uñas
carmesí en los dedos del santo dorado muy cerca de su cuello, de no haberlas
detenido seguramente ahora estarían clavadas en su yugular.
— ¿La kata del aguijón, eh? Desafortunadamente
para ti, la conozco muy bien—musitó la amazona, reteniendo fuertemente los
brazos de su enemigo quien intentaba liberarse— …. Yo… me niego a creer… que el
hombre que murió en mis brazos sea ahora el enclenque de una escoria como
Sennefer… Pero si eres en verdad tú… Souva… si en verdad eres tú… yo… ¡No
pienso contenerme!—clamó, apretando con más fuerza los brazales de oro, que
comenzaron a cuartearse.
Ambos elevaron sus cosmos en un duelo de
fuerza donde claramente la amazona dorada tenía la ventaja, sin embargo su
enemigo también conocía a la perfección el alcance del poder de la amazona.
El estoico santo de Escorpión giró
repentinamente sus muñecas con una destreza inconcebible, pudiendo invertir el
agarre para jalar a la amazona hacia abajo al mismo tiempo que alzaba la pierna
izquierda, adaptando una pose que simulaba la de un escorpión a punto de
aguijonear a su presa.
Fue un instante fugaz en el que el
cuerpo del santo giró para encajar la punta de su pie en la espalda de Calíope
de Tauro para rematarla contra el suelo. El impacto resonó por el lugar,
cuarteando el suelo bajo ellos.
El santo del Escorpión dejó su pie
descansar sobre la espalda de la amazona quien yacía inerte en el suelo,
alistando los aguijones carmesí para darle un golpe mortal.
Sin embargo, Souva tuvo que alejarse
para evitar un corte con el que Kenai de Cáncer lo habría decapitado.
El santo de Cáncer permaneció cerca de
su compañera, sosteniendo en sus manos una gran y tenebrosa hoz echa de huesos
y con un filo curvo resplandeciente. Calíope de Tauro no tardó en moverse,
buscando el ponerse de pie, mas el último golpe dejó su cuerpo un poco entumecido.
— Calíope, lo mejor será que me dejes el
ataque frontal a mí— Kenai indicó, sin mirarla.
— No me hagas reír —la amazona se mofó,
alzándose con el orgullo herido—… Sólo porque tú sabes de estas brujerías no
significa que yo sea menos…
— No te equivoques, no te estoy pidiendo
que te abstengas de intervenir, sino que me dejes ir al frente —Kenai se
corrigió—. Me es claro que si peleamos contra ese espectro de manera individual
jamás podremos detenerle… Souva siempre fue un guerrero muy poderoso, por más
que intentara ocultarlo bajo una actitud cínica y despreocupada era alguien a
quien se le debía temer. — El santo giró la hoz, interponiéndola como escudo
ante el rival que claramente buscaba el mejor momento de atacar.
— Y aunque ahora sea un espíritu, mis
habilidades como shaman no me permiten ayudarlo, su alma está atada al Cetro de Anubis y es
imposible quebrar esa unión. Por lo que tenemos dos opciones: yo puedo destruir
su alma o…
— Destruir ese maldito cetro. —Los ojos
de Calíope miraron hacia donde el Patrono continuaba apartado de las batallas.
— Ambos casos son complicados, pero no
imposibles. —Aunque Kenai sabía que sus dones serían más efectivos contra el
espectro, los lazos de hermandad hacia su compañero caído le impedían elegir la
primera opción. Además, su misión primordial era Sennefer, tenía que encontrar
alguna forma de derrotarlo antes de que fuera muy tarde.
/ - / - /
Al mismo tiempo en que el santo dorado
revivido comenzó su ataque, el antiguo Apóstol Sagrado de Horus se arrojó hacia
los jóvenes Apóstoles en un ataque relámpago. Assiut lo interceptó, volviendo al
duelo de espadas. Cada choque desataba relámpagos dorados por doquier.
Kaia de Isis veía a su compañero luchar completamente
enfurecido y desesperado por acabar con el rival lo más rápido que le fuera
posible.
Aunque cada golpe lo asestaba con
fuerza, una aflicción terrible se marcaba en su entrecejo, pues al ver el
rostro de su padre todas las memorias que compartía con él afloraban en su
mente y ponían en conflicto sus emociones.
Assiut gritó furioso al lanzar dos
espadazos verticales sobre su enemigo, mas Harakhty de Horus interpuso sus
espadas de tal forma que al recibir el golpe de los sables de Assiut estos se
deslizaron sin control hacia los lados, dejando completamente expuesto el pecho
del joven Apóstol. Assiut no pudo cerrar los brazos a tiempo, ni retroceder lo
suficiente, por lo que recibió un profundo corte diagonal en el cuerpo desde su
muslo izquierdo hasta su hombro derecho.
La reluciente espada arrastró trozos de
armadura, carne y sangre que sonó como lluvia al momento de caer al suelo desde
una gran altura
Assiut soltó uno de sus sables al caer
al suelo, donde se retorció de dolor.
Harakhty se aproximó lentamente a él.— Patético— dijo éste para sorpresa de
Assiut, quien conmocionado alzó la vista hacia él.
— Di
mi vida a cambio de la tuya ¿y esto es todo lo que puedes hacer? —
cuestionó su padre, pero sin que sus labios se movieran en absoluto.
— ¿Pa-padre? —Assiut permaneció
contrariado ante la mirada recriminadora que recibía de su progenitor.
— No
sirves para nada, eres una completa vergüenza, siempre lo has sido. Si así es
como ibas a manchar mi nombre debiste haber sido tú quien muriera devorado
aquel día.
— ¡Eso no es…!
— Pero
es un error que puedo solucionar. Hijo mío, lo único que puedo hacer por ti es
darte una muerte pacifica a diferencia de la que yo tuve. —La voz de su
padre paulatinamente cambio de tono, siendo la de Sennefer quien la supliera al
final. Harakhty levantó su espada sagrada por encima de su cabeza, mas el
estallido de un cosmos iracundo lo obligó a volverse y recibir de lleno un
puñetazo de Kaia.
En los ojos de la Apóstol de Isis llamas
azules destellaban con hostilidad mientras el enemigo fue arrojado a hacia las
sombras.
Harakhty de Horus frenó con sus cuatro
extremidades aferradas al suelo cual bestia, recuperándose con un sabor amargo
en las encías.
— ¡Kaia, tú…!
— ¡Assiut, ya basta! ¡Yo pelearé con él,
me es claro que no estás capacitado para hacerlo! —aclaró molesta—. Sé que debe
ser difícil para ti, Sennefer sólo está jugando contigo, como siempre lo ha
hecho… Lo sabes, pero también sé que es difícil pedirte que ignores el hecho de
que tu padre está aquí, siendo utilizado por el mismo hombre que lo asesinó…
por ello debes ir y enfrentarte al único responsable de tu tragedia.
— No puedo hacer eso… —él murmuró,
poniéndose de pie pese a la herida que cruzaba por su cuerpo.
— ¡Lo harás! ¡¿O acaso has olvidado cuál
fue la orden que te dio el Faraón?!
Assiut recordó al joven Atem y sus
claras palabras —: Por favor, libera a mi
papá y a mi mamá.
Assiut jamás se perdonaría si el
príncipe Atem tuviera que lidiar con un momento tan amargo como el que él vive
ahora, reencontrarse con sus padres
de esta forma… ¡No, Atem no lo merecía y no lo iba a permitir!
Tales sentimientos esclarecieron un poco
su mente confundida, sabiendo que si derrotaban a Sennefer incluso el alma de
su padre sería liberada.
El Apóstol Sagrado de Horus asintió,
aceptando el plan de su compañera. Recogió el sable perdido y se marchó sin
mirar atrás.
En cuanto el Apóstol le dio la espalda, Harakhty
emergió de la oscuridad para perseguirlo, mas su cuerpo quedó inmóvil de
repente.
— ¡Dominio del Nilo! —clamó la
guerrera, envuelta por su ka azul.
El espectro luchó para moverse, sólo logrando
que su cuerpo temblara.
— La resurrección de Sennefer es más
completa de lo que hubiera podido creer —Kaia dijo, moviendo sus manos para
controlar el cuerpo de su enemigo. Obligó a Harakhty a soltar sus armas y
volverse hacia ella—, y eso es una desventaja para ti, ya que puedo controlarte
por los fluidos que corren por todo tu
cuerpo.
La Apóstol de Isis azotó al espectro
contra el suelo, impidiéndole levantarse. Ella movió uno de sus dedos y el
brazo del espectro se estiró hacia atrás de su espalda hasta romper la
flexibilidad del ligamento de su hombro, dislocándoselo. El enemigo no gimió de
dolor, continuó luchando por recuperar control de su ser.
— No quería que Assiut viera esto… él
jamás habría sido capaz de eliminarte o dejar que alguien más lo hiciera. ¡Ahora
sólo destrozaré ese cuerpo impío y lo seguiré!
La guerrera escuchó la risa de Sennefer
proveniente del cuerpo de su enemigo.
— Parece
que eres la clase de mujer que haría lo que fuera con tal de salvar a sus
amigos.
El ka dorado de Harakhty se mezcló con
la oscuridad, convirtiéndose en una llamarada bicolor que compitió con el
brillo turquesa que Kaia generaba.
La Apóstol rápidamente rompió las
piernas y el brazo restante de aquel cuerpo que siguió sin quejarse.
— Si
es lo que hay dentro de mi marioneta lo que dominas, te haré perder la esperanza…
El espectro comenzó a convulsionarse
ligeramente en el suelo, moviendo sus brazos y piernas para levantarse.
— ¡¿Qué
es lo que está pasando?! —pensó Kaia de Isis al sentir que estaba perdiendo
dominio sobre aquel cuerpo—. ¡¿Es esa… su sangre?!
Vapor rojo empezó a salir del cuerpo de Harakhty,
disipándose en la negrura del techo.
Pese a tener sus brazos y piernas rotas,
el espectro se puso lentamente de pie, sin que aquello lo limitara de alguna
forma.
— ¡Maldito, tú…!
— Fui
amable y cuidadoso con la presentación de mis guerreros, pero sin importar su
apariencia siguen siendo sólo cascarones, extensiones de mi poder y dominio
sobre estas almas perdidas. Son mis armas
de guerra y puedo modificarlas a mi gusto.
Harakhty retomó sus sables sagrados y se
preparó para continuar la batalla.
— Ahora
que ya no hay nada que puedas controlar dentro de él, ¿por qué no damos inicio
a la verdadera lucha?
/ - / - / -
Clyde de Megrez y Ehrimanes se atacaban
de forma despiadada. Espadazos, zarpazos, puñetazos, patadas, fuego y escarcha
marcaban los pasos en la danza mortal del destino.
— ¡Sí
que has recobrado las ganas de vivir, Clyde! —se mofó Ehrimanes durante el
intercambio de golpes—. Pero fuera del
bosque oscuro, alejado de la naturaleza siniestra de Asgard, tus habilidades
son limitadas. —Con su zarpa de hielo atrapó el filo de la espada de
Megrez, empezando a congelar la hoja y apagar sus llamas—. Aquí
sólo hay muerte.
— ¡Silencio, bestia estúpida! —El dios
guerrero dejó que su cosmos fluyera hacia su espada, reviviendo las llamas
anaranjadas con un fulgor impresionante que derritió la capa de cristal que
buscaba sellarla. Las flamas hicieron lo mismo con el brazo de Ehrimanes,
extendiéndose aún más hasta envolver todo su cuerpo. La bestia se retorció atrapada
en el fuego que no era capaz de extinguir.
— La naturaleza es una poderosa aliada, más
no la razón de mi fuerza —Clyde de Megrez explicó, manteniendo la distancia —.
Eso ya deberías saberlo.
— Tienes
razón —respondió la criatura al sobreponerse al fuego que lo rodeaba,
dejándose envestir por las llamas—… Este…
este es el verdadero Clyde Van Alberich, lo recuerdo bien, toda esa habilidad y
destreza con la que destazamos a docenas de aldeanos —rió malévolo—, la veo al fin liberada. Fueron muy buenos
tiempos ¿de verdad no lo echas de menos?
Dentro del fuego, la forma de Ehrimanes reflejaba
tal cual era su interior. Una sombra negra con ojos destellantes. Para Clyde,
verlo así le hizo recordar todas esas veces en que se miró en algún espejo y
podía verlo allí, mofándose de él y de sus intentos por escapar de su
maldición.
— Ni un instante —murmuró el dios
guerrero, lanzando una estocada a su oponente con la que esperaba destruirlo de
la misma forma en la que despedazó tantos espejos en el pasado.
Ehrimanes se movió para que la hoja
llameante atravesara su hombro izquierdo. Ante la herida las llamas que lo
envolvían desaparecieron, dejando ver el maltrecho cuerpo humano del que ahora
se valía para luchar.
— Es
evidente que ya no te importa para nada este cuerpo... ¿o es lo que quieres
hacerme creer? —cuestionó con una sonrisa torcida—. Después de todo, cualquiera puede vivir sin dos brazos y un hombro
herido. ¿Acaso aún hay esperanza en ti? —cuestionó, cínico.
Clyde extrajo la espada de Megrez del
cuerpo de su oponente y lo pateó con brusquedad. Ehrimanes cayó al suelo, donde
permaneció tendido unos pocos segundos mientras hablaba.
— Sí…
la tienes —comenzó a reír a carcajadas—. Es cierto que recuperaste tu poder, pero hay algo que este crío te
quitó y que jamás podrás recuperar —Ehrimanes se levantó, escupiendo sangre
negra—: tu crueldad. Y un monstruo sólo
puede ser derrotado por otro monstruo.
— ¡Te equivocas! —Clyde exclamó, alzando
su cosmos invernal aún más—. Yo… es cierto que carezco del poder necesario para
reparar lo que le hice a Aifor… lo único que puedo hacer es evitar que continúes
torturándolo de esta manera, ese es mi deber como su maestro.
Clyde estiró sus brazos y piernas para
adaptar una pose que Ehrimanes conocía perfectamente. — ¡Escudo Amatista!
La criatura abrió los ojos con sorpresa,
incapaz de reaccionar cuando fue alcanzado por la ventisca de cristales que
inmovilizó sus extremidades.
En pocos segundos Ehrimanes quedó
atrapado dentro de un enorme cristal que se clavó en el suelo pétreo.
— Eso
deberá bastar por ahora —Clyde pensó al contemplar el témpano amatista—, por lo menos hasta que el señor Asakura…
¡¿Qué?!
El dios guerrero de Megrez se contrarió
al ver que el sólido ataúd de cristal comenzó a temblar.
— ¿De
verdad crees que me dejaría atrapar por una artimaña como esta? —escuchó de
Ehrimanes pese a que se encontraba inmóvil en el féretro—. No Clyde, he luchado por mi libertad durante siglos, y ahora que la
tengo no pienso perderla así de fácil.
Un aura oscura nació del cuerpo de
Ehrimanes, la cual contaminó el color de la amatista, volviéndolo un sólido
completamente negro. Dos ojos blancos se encendieron dentro del cristal,
seguido por una risa retumbante.
— Es
verdad que ahora tu capacidad supera cualquiera que yo pudiera alcanzar con
este recipiente… sin embargo, lo volveré a repetir: no eres el único que ha
incrementado su fuerza.
El cristal negro liberó un denso vapor
negruzco que se expandió hacia las alturas, creando una masa dentro de la que
los ojos blancos se desplazaron con libertad hasta llegar a la cima.
— Y
ya que conservar esta apariencia ha perdido cualquier efecto en ti, no tiene
sentido conservarlo. Es momento de pasar a algo más apropiado.
La masa negra moldeó lentamente una
figura, la cual desató un rugido bestial que desencadenó una explosión de
llamas negras.
Clyde proyectó su cosmos, generando un
escudo que lo protegió, pero aun así fue empujado por el impacto. En cuanto
cayó sobre sus pies, el dios guerrero de Megrez miró absorto a la criatura que
ahora se hallaba frente a él.
Lo único que aquella nueva apariencia se
semejaba a la humana era que se alzaba sobre dos piernas, el resto era una
monstruosidad que alcanzaba los doce metros de altura. Las pezuñas sobre las
que se mantenía en pie estaban adornadas por afiladas garras, su cuerpo era de
una textura áspera y dura de color gris sobre la que resaltaban placas negras
en piernas, brazos pecho y cabeza que simulaban una armadura propia. Sus brazos
eran largos y de sus codos, nudillos y dedos crecían huesos afilados.
Su cabeza se asemejaba a la de un
tiburón por las grandes fauces y las hileras de dientes que la adornaban, tenía
ojos pequeños y redondos que resaltaban en la oscuridad de su coraza por el
color rojo inyectado en ellos.
La criatura tensó el cuerpo musculoso,
la tierra se hundió bajo sus pies y miró desde las alturas al dios guerrero tal
cual se mira a un insecto que se está por aplastar.
— ¿Es esta… tu verdadera forma? —Clyde
preguntó, impresionado.
— No
—la voz de Ehrimanes respondió, proveniente del monstruo pese a que su nueva
mandíbula era incapaz de articular algún dialecto humano—. Mi autentica forma fue destruida hace milenios, ¿acaso lo olvidaste?
La criatura dio un paso retumbante por
el que Clyde se colocó en guardia.
—
Pero esto tendrá que bastar. Ahora, Clyde Van Alberich, terminemos con nuestra
dramática historia de una vez por todas —Ehrimanes dijo antes de desplazarse
hacia su enemigo.
/ - / - /
Grecia, Santuario de Atena, Templo
Principal.
— Algo no está bien… —volvió a decir el
joven Arun, quien miraba las ventanas selladas de la habitación como si de esta
fuera a emerger un monstruo horrible en cualquier momento.
— Quiero ir con mi mamá y mi papá—dijo
el pequeño príncipe de Asgard, quien era consolado por Ayaka, la joven aprendiz
de Kiki.
— ¿Estarán atacando el Santuario? —era
la única explicación que encontraba Víctor, el escudero del santo de Acuario.
Cuando intentaron salir de la habitación,
dos santos de plata se hallaban protegiendo la entrada. Se sorprendieron, pues
les prohibieron rotundamente abandonar la estancia pese a sus pucheros,
reclamos e insistencias.
— No lo sé, pero no me gusta que me
encierren como si fuera un perro. —El joven Mailu intentó forzar por enésima
vez la puerta, pero al entender que sería inútil se dirigió hacia la ventana
más próxima.
— Podría intentar teletransportarme
afuera y buscar respuestas —dijo Ayaka, al notar la impaciencia y nerviosismo
de sus compañeros de juegos, mas el príncipe Syd se aferró a ella suplicante
para que no se fuera.
— ¿Y no podrías sacarnos a todos? —
preguntó Víctor.
— La verdad… aún no domino demasiado esa
técnica, apenas puedo viajar yo —explicó un poco apenada—. Sería demasiado
arriesgado, lo siento.
— Quédate con tu magia y trucos raros.
Ustedes quédense aquí, yo iré y volveré en un tris, me estoy muriendo de hambre
y esos tipos afuera no parecen tener la intención de darnos de comer —dijo
Mailu, momentos antes de abrir la
ventana por la que estaba decidido a salir.
— Iré contigo, si los guardias te pescan
seguro nos traerás problemas a todos, conozco este lugar mejor que tú —dijo el
orgulloso escudero, ayudando a que la luz se filtrara cual faro por la cuadrada
abertura.
Al instante en que fueron tocados por la
luz del sol, ambos niños cayeron de rodillas al piso, sujetándose el cuello
como si se ahogaran al faltarles la respiración. Chillaron de dolor como si se
estuvieran quemando por culpa del sol. Entre convulsiones y gritos agónicos sus
ojos comenzaron a tornarse oscuros.
El susto dejó a los otros pequeños
perplejos y sorprendidos, pero cuando Víctor alzó su mano hacia ellos
suplicando auxilio, Arun reaccionó y avanzó hacia ambos. Al verlos sufrir su
acción fue el aferrarse a ellos, con sus brazos los rodeó y esperó, de alguna
manera, que eso fuera suficiente.
— Todo va a estar bien, todo va a estar bien…
—Arun comenzó a repetir, conteniendo apenas las pataletas de los niños y
recibiendo algunos rasguños en el rostro que no lo hicieron desistir.
Ayaka y Syd vieron asombrados que sólo
eso bastó para que Víctor y Mailu paulatinamente pararan de gritar, pudiendo
recobrar el aliento y el control de sus cuerpos. De sus ojos se extinguió la
negrura cual si se hubiera evaporado.
— ¿Pero qué…? —Mailu pestañeó
confundido—. Ya-ya no duele…
— ¿Qué sucedió? — Víctor miró extrañado
a Arun, quien los observaba con un gesto feliz pero con los ojos llorosos.
— O-oye ¿por qué nos abrazas? Suéltame
—pidió Mailu, avergonzado e incómodo por ser estrechado por otro niño.
Por instinto, Ayaka utilizó su
telequinesis para volver a sellar la ventana e impedir que la luz siguiera
tocándolos.
— Es peligroso afuera —dijo Arun al
soltarlos un poco—. No deben salir.
— ¿Eh? ¿Pero por qué? —renegó Víctor,
como si hubiera olvidado lo que sufrió momentos antes.
— ¡Hagan caso! —renegó Ayaka, testigo de
lo que pasó e intuyendo que sucedería de nuevo si volvían a intentarlo—. Arun
¿sabes qué está pasando? —se animó a preguntarle.
Arun se quedó callado unos segundos.—
No, pero algo me dice que no debemos salir… el sol es nuestro enemigo.
— ¿El sol? —repitió ella, sin poder
indagar más pues alguien entró a la habitación, despertando temor en los niños.
— Señor
Asis —Arun pensó en el santo dorado de Sagitario, y deseó que él estuviera
allí.
/ - / -
En cuanto Asis de Sagitario cerró la
celda dentro de la que confinó a un grupo de soldados enloquecidos, juró
escuchar que alguien lo llamó, tan claro como si esa persona estuviera justo a
su lado.
En las mazmorras del Santuario estaban
encerrando a aquellos que habían sido poseídos por las fuerzas enemigas.
Confiaban plenamente en que aquel lugar subterráneo mantendría bajo control a
todos esos hombres malditos, después de todo no era una cárcel ordinaria, sino
una que fue construida para la tremenda tarea de mantener bajo arresto a
cualquier prisionero, sin importar su fuerza o cosmos.
Con la ayuda de Shai, habían logrado
localizar a todos aquellos que fueron contaminados por la oscuridad, y
auxiliado a quienes por suerte se mantuvieron a salvo del maleficio. Sólo los santos
dorados eran capaces de moverse a la velocidad necesaria como para desplazarse
sin ser víctimas de la maldición. Pero aunque todo parecía bajo control, en
Asis persistía cierta inquietud…
— ¡Señor
Asis! —volvió a escuchar, reconociendo la voz en cuanto su mente fue
asaltada por la imagen de aquel niño rubio al que juró proteger.
Algo ocurría en el Templo Principal y en
él creció la necesidad de ir hacia allá y confirmar su mal presentimiento.
Avanzó por el largo pasillo flanqueado
por las celdas, divisando las escaleras que lo llevarían a la superficie. Mas
antes de llegar a ellas se detuvo y atrapó con la mano una flecha que iba
dirigida a su garganta.
En tan breve pausa, dos grandes impactos
arremetieron contra la entrada del calabozo, provocando un escandaloso derrumbe
que selló la única salida de la mazmorra.
Asis retrocedió sólo un poco, pues era
evidente que el derrumbe no fue con la intención de herirlo, sólo impedir su
salida.
El santo de oro giró hacia donde un par
de cadenas negras regresaron a las manos de su dueño, jalando dos bolas con
picos, las herramientas encargadas de tal colapso.
Una a una, tres figuras emergieron de la
oscuridad. Asis reconocía las cloths, mas no los nombres de aquellos que las
portaban, ni mucho menos las razones de su comportamiento.
— ¿Qué es lo que pretenden, santos de
plata? —cuestionó el santo de oro, adivinando que era una emboscada.
— Lo sentimos señor Asis —dijo Leonardo
de Sagita, respaldado por los santos de Cerbero y Centauro—, pero tenemos
órdenes de no dejarlo abandonar este lugar.
— ¿Órdenes? —Sagitario repitió,
rompiendo la insignificante flecha en su mano—. Por un momento creí que podrían
estar bajo el influjo de la maldición solar, pero al no comportarse como el
resto de los prisioneros aquí presentes, significa que siguen a alguien tan
desalmado como para hacerles creer que tres santos de plata podrán hacer algo
contra un santo de oro —advirtió seriamente.
Ninguno de los tres santos de plata
mostró temor alguno o dudó de su misión.
— Nuestras vidas le pertenecen al señor
Albert —añadió Vergil de Cerbero al lanzar sus cadenas contra Sagitario.
/ - / - / - / -
Shai de Virgo llegó a Villa Rodorio imaginando
que encontraría un atroz escenario, donde humanos convertidos en bestias frenéticas
estarían dando rienda suelta a sus instintos malévolos, mas lo que halló fue
diferente, pero al mismo tiempo igual de desgarrador.
En cualquier otro día, a esas horas de
la mañana, las calles estarían repletas por los pueblerinos comenzando sus
actividades diarias, pero hoy todas las calles estaban desiertas. Cuando la
amazona de oro entró a una primera vivienda, quedó perpleja al encontrar
estatuas de piedra en lugar de personas, siendo algo que se repitió en cada una
de las moradas a las que llegó para confirmar su miedo.
Tocó una, la de una niña que quedó
petrificada en su cama con un gesto adormilado e inocente. Shai mantuvo su mano
sobre esa mejilla de piedra y sus sentidos le permitieron escuchar el lamento
del espíritu que se encontraba atrapado en su interior.
— La amazona de Perseo… Esto sólo puede
ser obra de ella… ¿Pero por qué…? —se dijo, sin poder apartar los ojos de la
pequeña estatua envuelta en sábanas—. ¡¿Por qué Elphaba haría algo como esto?!
—se preguntó, atragantándose por la ira que sentía.
De pronto, Shai se alarmó al percibir un
cosmos agonizante en las cercanías. Era una llamada de auxilio, por lo que
acudió de inmediato hacia allá.
Arribó a una choza cercana, cuidando el
mantenerse alejada de las fuentes de luz. En el recibidor encontró un rastro de
sangre que marcaba un camino hacia una de las habitaciones.
En la recámara encontró la estatua de
una joven mujer que fue sorprendida por la maldición de Medusa justo cuando
cerró las cortinas de la estancia. Aunque los ojos de Shai se precipitaron
hacia el cuerpo tirado en el suelo, del que provenía la sangre.
— ¡Aristeo! —La amazona se abalanzó
sobre el santo de plata de la Lyra, quien yacía en una de las esquinas de la
habitación. Su brillante cloth estaba muerta y sólo pedazos de ella permanecían
en su cuerpo herido.
— Aguanta— Shai le pidió, tocándole el
hombro al esperar una reacción de vida.
El santo de plata apenas y pudo levantar
un poco su cabeza que colgaba por la debilidad en su ser. Tenía heridas de
golpes, quemaduras y flechas incrustadas por todo su cuerpo.
— ¿Sha…Shai de Virgo? —preguntó el
moribundo, apenas pudiendo escuchar su voz, mas fue por su cosmos por el que
pudo distinguirla mejor.
— Soy yo, resiste. Tengo que buscarte
ayuda —le pidió, intentando sujetarlo para llevarlo al templo de curación, mas
el santo le sujetó las manos para impedírselo.
— No… es tarde para mí… —aseguró sin pena—.
Si me he mantenido con vida hasta ahora es… porque esperaba que alguien…
alguien llegara hasta aquí… advertirles… Por favor, escúchame, no me queda…
mucho tiempo.
Shaia dudó, pero ante el fuerte y
tembloroso agarre del santo de plata decidió que escucharlo sería su prioridad.
— Dime Aristeo, ¿qué sucedió? —La
amazona dejó que su cosmos fluyera a través de sus manos hacia Aristeo,
pudiendo apaciguar sus dolores de manera momentánea. Ella no era una sanadora
como Calíope de Tauro, mas confortar a un espíritu que estaba por abandonar su
cuerpo mortal era algo que podía hacer.
— Por la noche… decidí venir a Villa
Rodorio… mi intención no era demorar demasiado… por eso no se lo notifiqué a
nadie. Pero al llegar a aquí descubrí… el mismo escenario que tú has de haber
visto… y sólo hay una persona en este
mundo que es capaz de hacer tal atrocidad… —El santo tosió, pero luchó
por recuperarse y continuar—. Yo lo presencié, Elphaba convirtió a todos en el
pueblo en estatuas… La confronté… es de las pocas veces en la que me alegré de
estar ciego, sólo así fui inmune a la maldición de Medusa… pero tarde me di
cuenta de que Elphaba no estaba sola… Leonardo de Sagita, Nimrod de Centauro y
Giles del Reloj aparecieron. —Aristeo sujetó una de las flechas salientes en su
pecho.
— Las habilidades de Giles… lo
decidieron todo, fui incapaz de siquiera… pedir ayuda… y además ¿cómo estar seguro
de en quién confiar?... Me dieron por muerto, sólo así es que estamos hablando
ahora… Pero escuché lo suficiente… una rebelión ha comenzado… el Patriarca está
muerto…
— ¡¿Qué?! ¡No, eso no puede ser! —exclamó
la amazona.
— El que no hayas querido matarme en
cuanto entraste aquí, me indicó que no eras una de ellos… Desconozco los nombres
de todos aquellos que están a favor de esta rebelión… pero sí sé quién los lidera:…
Albert de Géminis.
— Aristeo, esto… no puede ser…
— Lo es… no confíes en él... cuida tu
espalda a partir de ahora— Aristeo le sonrió una última vez—. Lamento no poder
ser de ayuda en este momento tan oscuro para el Santuario… y me apena más tener
que pedirte algo… pues un santo de plata no debería dirigirse así a un santo de
oro, pero por favor… no permitas que lo primero que mi amada Fedora vea al despertar
de la maldición, sea mi cuerpo destrozado —suplicó, luchando por retener las
últimas fuerzas que le quedaban.
La amazona de Virgo miró de soslayo a la
mujer petrificada—. Descuida, yo me encargaré, te lo juro.
Aristeo alcanzó a asentir agradecido
antes de que su corazón se detuviera para siempre.
/ - / - / -
Egipto
El espectro de Souva de Escorpión se
impulsó hacia sus ahora enemigos. Los dedos índices y medios de sus manos
estaban armadas con alargadas uñas carmesí. La kata del escorpión era para el
combate cuerpo a cuerpo en el que el santo dorado utilizaba sus afilados
aguijones para herir al oponente combinando su extraordinaria velocidad con la
mortalidad del veneno del escorpión.
Kenai de Cáncer logró anticipar sus
primeros ataques, bloqueándolo con sus manos y el filo de su gran hoz
espiritual, pudiendo defenderse de los golpes que incluso llegaban por la
espalda.
Un par de destellos rojos sorprendieron
a Kenai, por lo que movilizando su arma espiritual neutralizó el veloz ataque
del enemigo en el aire, pero instantes antes de lograrlo resintió una punzante
herida en el costado izquierdo.
Los proyectiles escarlata fueron sólo
una distracción por la que Souva se desplazó a una velocidad mayor para
atacarlo directamente con sus aguijones y después retroceder para evitar que la
hoz lo partiera en dos en el repentino giro que dio.
Kenai observó el agujero sangrante en su
costado al mismo tiempo en que el santo de Escorpión lanzaba el exceso de
sangre de sus uñas al suelo.
— Sin duda tu velocidad siempre ha sido tu
punto fuerte… pero gracias a la cercanía que me permitiste tener contigo en
vida, es que puedo pensar en uno o dos trucos para enfrentarte.
El cosmos de Kenai liberó seis esferas
de energía que se precipitaron hacia el santo de Escorpión. Con escasos pero
temerarios movimientos, Souva esquivó cada uno de ellas, dejándolas pasar cual
estrellas fugaces.
Cuando Souva buscó volver a atacar,
sintió que algo lo jaló hacia atrás y frenó cualquiera de sus intentos por
avanzar. Plantó fuertemente los pies en el suelo para no ser arrastrado, siendo
entonces cuando vislumbró varias cadenas doradas enrolladas en su cuerpo.
El graznido de cuervos lo alertó de lo
sucedido, pues a su espalda, seis cuervos sujetaban en sus garras un extremo de
cada cadena que ahora lo aprisionaba. Los cuervos poseían una fuerza
sobrenatural al ser espíritus invocados por el santo de Cáncer, una extensión
de su poder. Al camuflarse como simples ataques luminosos, engatusaron al
enemigo que los menospreció.
— No puedo liberarte, pero en tu
condición de espíritu mi poder ejerce un mayor efecto en ti, mi amigo. De
verdad lo siento —el santo de Cáncer sonrió con amargura, dando una señal que
Calíope supo entender.
Tauro tuvo un instante de duda cuando
estaba por desatar su técnica, pues el santo de Escorpión clavó sus ojos en
ella. Si él hubiera pronunciado su nombre quizás habría caído en la trampa,
pero anticipando la acción y la respuesta de su corazón ella sólo gritó—: ¡Gran
Cuerno! — disparando su cosmos hacia el espectro.
Al ser incapaz de moverse, el santo de
Escorpión recibió de lleno el ataque que destruyó gran parte de su armadura e hirió de gravedad
su cuerpo. El ataque del toro dorado lanzó al espectro hacia la lejana negrura
de la mastaba hasta perderse en ella.
— La
fuerza de Calíope siempre ha sido su mejor arma, no por nada es la amazona más
fuerte del Santuario —pensó Kenai una vez que el cosmos de Calíope se
apaciguara.
— ¿Con eso… será suficiente? —Calíope
preguntó, acongojada.
— No tienes por qué temer. Tu poder sólo
destruyó el cuerpo temporal que Sennefer le otorgó, su alma debe encontrarse intacta.
Sólo un shaman sería capaz de extinguir por completo un espíritu, por lo que
ahora que regresó al interior del Cetro de Anubis, debemos… — mas el santo
calló abruptamente al percibir el peligro inminente.
Kenai y Calíope fueron vapuleados por ráfagas
carmesí que golpearon y perforaron sus cloths. El primer embate fue para ambos,
cada uno recibió cuatro impactos en diferentes partes de sus cuerpos.
Kenai de Cancer cayó al suelo adolorido,
apretándose el estómago con fuerza. Calíope de Tauro logró mantenerse en pie,
buscando al responsable de tal ataque, más aquello la hizo ganadora de otra
descarga de golpes que dejaron cuatro heridas más marcadas en su armadura
dorada. La amazona resistió, cruzando los brazos sobre su pecho en un intento
por contener un tercer ataque, mas por ello fue la primera en ver que el
espectro de Souva de Escorpión continuaba en la lucha.
Cierto es que la cloth de Escorpión se
encontraba deshecha, dejando a la vista un cuerpo magullado por la técnica de
Calíope, pero en un no muerto los daños no significaban nada.
— Cuánta
ferocidad… es la primera vez que me dejas sentir tu verdadero poder, Calíope.
Sí que me has estremecido.
La amazona se sobresaltó al escuchar la
voz de Souva.
— Souva… —lo llamó, mirando sus labios
moverse y que de ellos emergiera su auténtica voz.
— Esta
es la auténtica Calíope, me gusta —el espectro prosiguió, caminando
lentamente alrededor de donde se encontraban sus camaradas—. Desafortunadamente para ambos, así como ustedes
escondieron su verdadero potencial, yo oculté el mío, no por gusto claro
—sonrió, alzando sus aguijones carmesí—, pero
en esta era tan pacifica no existían razones para que los santos lucháramos con
todo nuestro cosmos. ¿O me equivoco?
— ¡Cállate, no te atrevas a utilizar su
voz! —espetó Caliope, reprimiendo la ira que la embargaba.
Kenai de Cáncer quiso levantarse, mas se
contuvo al ser víctima de una repentina debilidad.
— Ambos
deberían tomarse un respiro, después de todo han sido heridos por mis agujas
escarlatas, ustedes saben lo que eso significa —Souva sugirió de manera
socarrona.
— Ocho veces —indicó la amazona, quien
podía ignorar el dolor de sus lesiones—. Sólo ocho, necesitas seis golpes más
para que en verdad sea algo peligroso —le recordó.
Aunque había razón en sus palabras, en el
rostro impávido del Escorpión se marcó una sonrisa macabra que jamás en su vida
mostró. —Preciosa, ¿qué te hace creer que
sólo te he tocado ocho veces?
Tal sentencia hizo que en los cuerpos de
Kenai y Calíope se encendieran varios puntos rojos parpadeantes, aparentemente
inofensivos pues sólo eran el preámbulo de un desastre.
— En
vida conocieron la faceta más amigable que pude darles, en la muerte…
permítanme mostrarles mi auténtico ser. —El cosmos de Souva se incrementó de
golpe, haciendo reaccionar los resplandores rojizos que cubrían a sus antiguos
camaradas—. ¡Estrellas de Antares!
Cada uno de esos pequeños puntos rojos
desató una fuerte explosión, reventando al unísono. El lugar se sacudió con
violencia y desmoronó parte del techo y cubrió el lugar con estruendos y una
nube de polvo, rocas y gritos agónicos dentro de la que los guerreros de Atena desaparecieron.
FIN DEL CAPITULO 55