Clyde, dios guerrero de Megrez, avanzaba
por un largo túnel dejando residuos de su sangre en cada paso; incluso cuando
apoyaba las manos contra los muros sus huellas quedaban impresas en color escarlata.
Lo único que motivaba a su cuerpo
fatigado y herido a no detenerse era la esperanza de estar por llegar al final
de la gruta. Tal aferro a vivir le resultaba irónico, pues en el pasado deseó
casi a diario que la muerte llegara a él y ahora suplicaba para que no lo alcanzara…
todavía no.
Tras abandonar Asgard aquel día, se
adentró a Bluegrad en la búsqueda de una valiosa información. Impulsado por los
consejos del shaman Vladimir, Clyde viajó al reino que se había vuelto una
extensión más del territorio del dios Poseidón, descubriendo lo corrompida que
se encontraba por malos espíritus.
Pese a estar consciente de la situación
del reino no buscó ser un héroe, nunca lo ha sido. Sólo entró sin que nadie se
percatara de su presencia, rebuscó dentro de la famosa biblioteca de Bluegrad y
salió de ella en cuanto obtuvo lo que necesitaba. No fue una tarea sencilla
pero su magia y habilidades le abrieron las puertas necesarias.
Bluegrad fue una pequeña parada pues el
único propósito era encontrar el camino hacia el continente Mu*, la tierra que fue sumergida en el océano por
designio de los dioses desde la era mitológica, siendo centurias después que comenzó
a ser utilizada por el Shaman King y la Tribu de los Apaches como un lugar
sagrado.
Pocos lo saben pero allí se encuentra el santuario del Shaman King, siendo el sitio
donde cada quinientos años se libra la pelea que decide quién se convertirá en
el nuevo Rey.
Se dice que en el nivel más profundo de tal
santuario se encuentra la morada del Shaman King y es en donde Yoh Asakura se
encontraba actualmente… o eso le aseguró Vladimir.
El problema fue que el misterioso
Vladimir no le facilitó cómo llegar al recinto sagrado, por lo que tuvo que
valerse de sus propios medios para lograrlo.
En un viejo pergamino encontró las
pistas que lo condujeron allí, donde no fue recibido como un intruso, sino como
alguien lo suficientemente tenaz que sería puesto a prueba.
Aquellos que deseen ver al Shaman King
sin que éste los haya invitado, tienen que descender por cada uno de los
niveles que están custodiados por poderosos shamanes. No existe forma alguna de
que las puertas de cada escenario se abran a menos que el custodio en turno lo permita… o que este sea
derrotado.
Clyde maldijo su suerte repetidas veces,
pues el cuerpo que tanto se empecinó en estropear durante años le dificultó
mucho el recorrido. Tuvo suerte también, tenía que admitirlo, en ciertos
niveles los custodios estaban ausentes y eso era un paso automático al
siguiente escenario; otros sólo fueron curiosos y tras algunas preguntas lo
dejaron pasar; el resto lo enfrentaron y tras comprobar su valía como guerrero
le concedieron el paso…. Sólo uno de ellos lucho con él hasta las últimas
consecuencias y estuvo a punto de morir a su lado de no ser por algunas pócimas
que le ayudaron a seguir con vida pese a su convalecencia.
El peto y casco de su armadura fueron
pulverizados en las batallas, y las piezas que aún se aferraban a su cuerpo
estaban cuarteadas y deshaciéndose en pequeños trozos. La magnánima espada de
hielo redujo su función a tener que servir de bastón para el tullido guerrero
de Megrez.
Clyde llegó al final de aquel pasadizo
que lo condujo a una amplia y vacía cámara. No había ningún objeto, mueble o
escultura en ella, sólo las paredes y piso de piedra totalmente alisadas. Algunos
muros estaban parcialmente cubiertos por lianas y hojas, el techo se perdía en
la negrura de las sombras y sólo hasta el fondo del sitio se distinguía una
construcción.
Clyde avanzó un poco más, distinguiendo
las escaleras y el pedestal donde un trono de roca se alzaba un metro por
encima del nivel del recinto. En él estaba sentado un hombre de largo cabello
oscuro que vestía una túnica color ocre; sus ojos estaban cerrados, como si
durmiera, pero el dios guerrero no se confió.
— Tú debes ser Yoh Asakura —Clyde habló
al detener su andar, mas no obtuvo respuesta ni reacción.
— El Shaman King —prosiguió,
esperanzado—... Vine hasta aquí buscando tu ayuda, me dijeron que eras el único
capaz de reparar mi error. —El dios guerrero dio unos pasos más para acercarse
a las escaleras, mas antes de que alcanzara a pisar el primer peldaño fue
abatido por una fuerza abrasante que lo empujó varios metros hacia atrás.
Clyde de Megrez cayó pesadamente de
espaldas, quedando en shock unos instantes, asimilando la energía que lo atacó.
Logró ponerse de pie, mirando hacia el
asiento del Rey para percatarse de una presencia. Por encima del durmiente Shaman King se manifestó un
ave de luz blanca, tan pura y reluciente que no lastimaba los ojos. El ave mantenía
sus alas extendidas, pero no necesitaba aletear para mantenerse en el aire; la
entidad carecía de rasgos mas el sonido que emitió era propio de un águila.
— ¿Qué significa esto? ¿Para esto
abandoné mi reino, a mi gente y crucé este infierno al que llamas “santuario”?
¿Para ser ignorado? —Clyde cuestionó, frustrado—. ¡Respóndeme!
En respuesta, aparecieron otras dos aves
más a los costados de la original, que
al instante se abalanzaron sobre el dios guerrero. En esta ocasión fueron
contenidas por el poder de Clyde, quien blandió la espada flamígera de hielo y
cortó a ambas entidades que terminaron por desvanecerse.
— ¡Si quieres echarme tendrás que hacer
algo mejor que eso! —bramó, siendo la ira lo que revitalizó su cuerpo
maltrecho—. Deseé ser políticamente correcto, pero veo que aquí, como en muchos
otros reinos, la fuerza es el lenguaje predilecto.
Ante sus palabras, las apariciones se
multiplicaron más allá de sus expectativas. Alrededor de toda la vasta cámara
se posicionaron cientos de aves luminosas, siendo Clyde el centro de su
atención y blanco.
En el momento en que Clyde sujetó la
espada de fuego con ambas manos, las criaturas atacaron de manera simultánea.
El dios guerrero logró deshacerse de las que su espada cortaba, pero por número
y velocidad las aves alcanzaban a golpearlo, hiriéndolo y transmitiéndole un
dolor insufrible en cada embestida, como si las criaturas lo atravesaran y
quemaran su interior.
Aunque su espada eliminaba a todas las
que tocaba estas parecían ser infinitas, pues el arte que les daba vida
se encargaba de crear una nueva y reponer un espacio.
Clyde cayó de nuevo, golpeándose la boca
contra el suelo. Giró un poco el rostro en el momento justo en que la parvada
se precipitó contra él como pájaros hambrientos sobre una hogaza de pan.
El dios guerrero de Megrez pudo haber
desaparecido en medio de los graznidos de la parvada, mas su terca alma
continuó negándose a la rendición.
Con un grito atronador el cosmos
invernal de Clyde se extendió en forma de ventisca, empujando a los entes
luminosos, haciéndolos desaparecer ante su rugido.
Su voz se apagó pero no las llamas de su
cosmos, el dios guerrero miró hacia el trono del Rey cuando fue sacudido por un
ataque de tos, el cual lo derrumbó sobre sus rodillas. Se tapó la boca con
desesperación en un intento de controlar su malestar, pero esto sólo ocasionó
que le sangre emergiera como abundante vomito.
— Estúpido cuerpo —musitó, apenas
pudiendo respirar—… No quisiste morir cuando debiste… así que ahora debes
resistir… no es el momento… aún no… No hasta que... haya cumplido… mi deseo…
El dios guerrero calló al ver que en el
cielo la parvada de aves volvió a materializarse para continuar con una batalla
que tendría un solo final.
Clyde se alzó pese a que sus piernas se
resistieron. Con su cosmos brillante en alto y la espada de cristal a su costado,
estaba decidido a superar a sus enemigos.
Las aves se alistaron para repetir la
estrategia anterior, lanzándose en picada contra el dios guerrero. Pero como si
el tiempo se hubiera detenido súbitamente, los entes luminosos se quedaron
congelados en el aire y en completo silencio.
Clyde pestañeó, incrédulo y desconfiando
de aquel fenómeno que no le afectó, pero se sorprendió cuando escuchó unos
pasos. Por instinto giró el cuerpo hacia el trono del rey de los shamanes,
viendo para su sorpresa que este se había puesto de pie y descendía lentamente
los escalones.
No hubo palabras o acciones. Con tan sólo
mirarlo caminar hacia él, Clyde sintió que algo lo desarmó pese a que la espada
llameante continuaba en su mano; que algo lo retenía pese a que no había sogas
en sus extremidades; que la muerte se acercaba pese a que era sólo un hombre en
sandalias el que venía en su dirección.
El Shaman King pasó a través de las
criaturas de luz que estaban en su camino sin ninguna clase de percance.
Yoh Asakura se detuvo a un paso de
distancia, siendo Clyde quien terminara de rodillas en el suelo… Podría
pensarse que fue por el cansancio y el dolor, pero el asgardiano tendría que
admitir que fue por más que eso.
El dios guerrero de Megrez retuvo la
mirada del Shaman King, encontrándose con un rostro que no esperaba ver en una
autoridad como la suya.
— Hola
—fueron las palabras del Rey tras una respetuosa y afable sonrisa.
Capítulo
53. Oscura Rebelión, Parte III
En
algún lugar dentro del plano astral.
Iblis, Patrono de la Stella de Nereo,
contempló con asombro la forma en que las puertas a otra dimensión se abrieron
y cerraron por voluntad del santo de Géminis.
Al igual que Albert, él también se
preguntó qué sucedería con el alma del santo de Libra, a qué remota región del
plano astral viajaría o es que acaso sería destruida por las fuerzas que rigen
aquel reino repleto de misterios.
Iblis descendió hasta que sus pies
tocaron el suelo, mirando a lo lejos al santo de Géminis, quien se mantuvo con
un temple tranquilo y meditabundo contemplando el cielo, justo el punto en el
cual Nauj de Libra fue visto por última vez. Quizás aguardaba una reaparición
milagrosa y audaz.
— No volverá —dijo Iblis, manteniendo
los brazos cruzados—, ni siquiera yo puedo sentir residuos de su alma en este
plano —explicó, confiado en sus habilidades—, y mira que lo estoy intentando.
— ¿Estás seguro? —cuestionó Albert,
manteniendo su posición.
— Totalmente. Admito que me intriga,
pero sea lo que sea lo que tu técnica hizo con él, lo envió lejos.
— Bien —musitó Albert—. Significa que el
plan puede continuar…
— Sí, todo ha salido bastante bien
—secundó el Patrono—. Tuve mis dudas, pero hice bien en elegirte a ti, Albert. Aunque
creo que ya te he dejado jugar lo
suficiente con los santos, es hora de que cumplas con el evento principal:
asesinar al Patriarca. Sé que es algo que has esperado por mucho tiempo, al fin
podrás cumplir con tal anhelo —se regocijó pensando en el próximo drama
que atestiguaría.
Albert se giró hacia el Patrono con un
gesto serio.
— Tienes razón, pero incluso por encima
de tal “anhelo”, como tú lo llamas,
hay otro que me gustaría ver cumplido primero…
Iblis tardó en comprender, y sólo lo
hizo cuando un inmenso dolor entró por su espalda.
El Patrono gimió, sus sentidos se
descuadraron unos instantes sin poder apartar la vista de Albert, quien sonreía
con satisfacción en la lejanía.
Cuando escupió sangre a borbotones de su
boca, Iblis se obligó a mirar hacia abajo para encontrar la aterradora imagen
de un puño ensangrentado emergiendo de su pecho. Aunque sus piernas perdieron
fuerzas para mantenerse en pie, no cayó al suelo por la presencia del brazo que
se albergaba dentro de su caja torácica.
Iblis intentó girar el cuello y ver el
rostro de su atacante, pero no pudo voltear lo suficiente, sólo hasta que su
asesino habló es que entendió todo.
— Sí, no sentía que fuera correcto
proseguir con el plan si no me encargaba de ti primero, Iblis.
El Patrono se confundió al reconocer la
voz de Albert proveniente de su espalda y ver claramente su imagen allá en la
distancia.
— Tuve razón al suponer que tus
habilidades sólo te permitían conocer lo que había a mi alrededor, mas no leer
mis pensamientos, jamás lo hiciste, de lo contrario no estarías a punto de
morir —el santo se mofó, haciendo desaparecer la ilusión que vistió con su
imagen para engañar al Patrono de Nereo—. Debo admitir que actuaste bastante
bien tu papel de fantasma, pero estás
a poco de conocer lo que es en verdad ser un espectro.
— ¡Albert…! ¡Tú…! —gruñó con la boca
repleta de sangre, gritando cuando el santo removió un poco el brazo que
mantenía dentro de sus entrañas.
— No sabes cuánto ansiaba acabar con tu
miserable vida. Siempre he sido un hombre paciente, tenía que esperar hasta
encontrar el momento correcto —habló sin consideración por el dolor ajeno—. Imaginaba
que mientras continuaras dentro del plano astral sería imposible para mí
liquidarte, por ello tuve que buscar la forma de convencerte de que me trajeras
hasta ti.
— … ¿Có… mo te atreves? Creí que… —el
Patrono intentó decir, interrumpido por un ataque de tos.
El santo de Géminis prosiguió, ignorando
sus reproches y convulsiones—: Fue una decisión arriesgada, pero con tal de
deshacerme de ti decidí aventurarme y al final logré mi cometido —rio
sarcástico—. Lo que nos dijiste fue verdad, pelear con Nauj de Libra me
permitió comprobar que estando aquí serías un blanco fácil. Pude engañar tus
sentidos como lo habría hecho en el mundo terrenal si no fueras una rata
cobarde.
— … El señor Avanish no… no perdonará
que tú… lo traiciones —Iblis se esforzó por decir.
Albert rio de nuevo—: Con esta acción al
único que estoy traicionando es a ti —explicó—, no a él. Tú error fue creer que
te debía completa sumisión cuando lo único que sentía por ti era desprecio. ¿De
verdad creíste que perdonaría la humillación que me hiciste pasar? —cuestionó
con furia, ensañándose con su brazo—. Como te dije una vez, yo no te debo nada…
Excepto el haberme llevado ante el señor Avanish —agregó, con fingido agradecimiento—… y sólo por eso
es que no te torturaré más. ¡Desaparece, basura!
El santo generó en su brazo una
resplandeciente luz que prendió totalmente en llamas al Patrono de Nereo, éste
se retorció con violencia, aullando con todas sus fuerzas mientras la energía
cósmica consumía su cuerpo en tan singular hoguera.
/ * / * /
Cementerio
del Santuario de Atena, Grecia.
Albert de Géminis abrió los ojos,
encontrándose a sí mismo postrado de cuclillas en el suelo. Parpadeó un par de
veces, alzándose con lentitud para encontrarse con las miradas interrogantes de
dos santos de plata que custodiaban la zona y su bienestar.
— Señor Albert, ¿está todo bien?
—preguntó Vergil, santo de Cerbero.
— Cumplí con mi cometido, espero que no
haya ocurrido ningún contratiempo —Géminis respondió, aliviado de que su
intuición fuera acertada: tras la muerte del Patrono pudo regresar al mundo que
conocía.
— Ninguno —respondió Vergil de Cerbero.
— ¿Qué espera que hagamos con esto? —cuestionó
Nimrod de Centauro, señalando con su barbilla el cuerpo inerte del santo de
Libra tirado a sus pies.
— No presenta signos vitales —explicó el
santo de Cerbero—. Al verlo caer durante nuestra vigilia supusimos que fue
usted quien ganó la batalla. Nos preocupamos por su tardío reaccionar.
Albert avanzó hacia el cuerpo del Nauj
de Libra, dedicándole una rápida mirada antes de dar media vuelta, en dirección
a las doce casas.
— Entiérrenlo —ordenó sin remordimiento—,
sin demoras. Esta noche será muy agitada y es seguro que tendrán que cavar
muchas más tumbas por la mañana.
/ - / - / - / - /
Ciudad
de Meskenet, Egipto
Kenai de Cáncer y Calíope de Tauro
viajaron a Egipto con el propósito de encontrar y detener al Patrono Sennefer.
Sabiendo la historia y obsesión que el Patrono tenía con las tierras de Ra,
imaginaron que los Apóstoles serían los mejores aliados para tal encrucijada.
Arribaron a la ciudad en reconstrucción
sin ninguna clase de aviso, pero no por ello fueron mal recibidos, por el
contrario creyeron que habían sido convocados a la reunión que estaba por
celebrarse.
Habían escuchado que la ciudad quedó prácticamente en ruinas tras la batalla
contra los Patronos, pero había muchos edificios y viviendas con tan buena
apariencia y arquitectura que parecía imposible que todo aquello pudiera
alzarse con simple mano de obra en tan poco tiempo.
Ambos quedaron cautivados por el
palacio, jamás creyeron que podrían ver una pieza arquitectónica como aquella
en la actualidad. Toda la antigua cultura del desierto sólo se encontraban en
ilustraciones, simulaciones o escenografías, pero esto era auténtico.
— Este lugar es… reconfortante —dijo el santo de Cáncer al mirar a través de los
pilares de la estancia—. Puedo sentir cómo los espíritus cabalgan en el viento,
la armonía de este lugar es casi perfecta…
mucho más pura que en la misma aldea de los Apaches —comentó al mover la mano
por delante de su rostro, como si quisiera tocar algo con respeto y
fascinación.
— Me pones nerviosa cuando comienzas a
hablar solo —dijo Calíope, quien lo acompañaba en la estancia de aquel jardín.
Frente a ella tenía a la vista el Nilo y sus aguas resplandecientes por el
brillo de la luna, era como mirar un río de plata.
— ¿Quién dijo que hablo solo? ¿Estás
aquí, no? —Kenai de Cáncer aclaró, tomando asiento en el banquillo acolchonado
más cercano.
— Te he visto hablando con tu cuervo…
Por cierto, ¿dónde está? —la amazona preguntó al notar la ausencia del
pajarraco de plumas plateadas que no solía alejarse de Kenai.
— Lo envié a explorar los alrededores, sólo
por si acaso.
— Aún no puedo creer que el señor Seiya
nos haya dejado abandonar el Santuario con tanta facilidad —la amazona
comentó—, pensé que pondría mayor resistencia. Aunque también me extrañó que el
Patriarca no nos recibiera en el Gran Salón.
— Debió estar atendiendo algo sumamente
importante —Kenai dijo, despreocupado—. Pero no me sorprende que nos hayan dado
permiso para venir aquí. Según tengo entendido no hace mucho recibieron a un
enviado de la aldea de los Apaches, quizás trataron un tema delicado como este
que tenemos entre manos.
— ¿Sin avisarte a ti?
— Recuerda que estuve “fuera” los últimos días—el santo le
recordó—. No hubo tiempo para ponernos al día.
Entonces se vieron interrumpidos por una
tercera voz que dijo—: ¿Y qué es lo que ustedes dos están haciendo aquí? Hasta
donde me informaron se decidió no involucrar al Santuario.
Kenai y Calíope se pusieron de pie al
reconocer al santo del Fénix, Ikki. Aunque ninguno de los dos lo conocía de
manera personal, su renombre ante la nueva generación era tal como para que dos
santos de oro le concedieran el debido respeto.
— Señor Ikki, escuchamos que ahora residía
aquí en Meskenet —la amazona inclinó un poco la cabeza—. Es un gusto volver a
verlo.
— Si no mal recuerdo ustedes son… Calíope
de Tauro y… Kenai de Cáncer —Ikki se remontó a las últimas visitas hechas al
Santuario.
— Efectivamente —Kenai confirmó—. Pero
qué quiso decir con que no estábamos invitados, ¿qué está ocurriendo?
— Supongo que es como dicen, o es una gran coincidencia—el santo del
Fenix mantuvo su distancia—, o es la mano del destino moviéndose. Bien, me
pidieron venir y cuestionarlos acerca de sus intenciones, por lo que les
sugiero que sean breves.
— Es acerca de Sennefer —respondió el
santo de Cáncer.
Ikki guardó silencio un momento en lo
que una fugaz sonrisa cruzó por su cara. — ¿Coincidencia?
No lo creo— se mofó—. Vengan, les explicaré en el camino.
Kenai y Calíope intercambiaron miradas
antes de seguir el camino por el que el santo del Fénix se adelantó.
— Como saben, el llamado Sennefer es una
maldición milenaria que nació en el reino de Egipto —Ikki explicó—; por ende el
Chaty regente y sus guerreros tienen la responsabilidad de ponerle fin. Pasaron
por una grave situación que finalmente han podido estabilizar, lo que les
permite prestar la atención debida a la búsqueda del enemigo que asesinó a su
antiguo Faraón.
— Es admirable lo rápido que lograron
reponerse —añadió Kenai, distrayéndose un poco por los murales y objetos
decorativos que dejaban atrás, lamentando no poder detenerse para admirarlos
apropiadamente.
— Aún se necesita de trabajo, pero confío
en que la comunidad superará todo esto— Ikki comentó sin mirar hacia
atrás—. Hace algunos días recibimos una
visita inesperada, imaginarán cuál fue mi sorpresa al encontrarme con un dios
guerrero de Odín a las afueras del palacio.
— ¿Un asgardiano? ¿Buscando refugio en
Meskenet acaso? —inquirió Calíope de Tauro, pensando en la familia real de Asgard que ahora se
refugiaba en el Santuario.
— No. Dijo traer una información
importante para los Apóstoles y el Faraón: la ubicación de Sennefer y el Cetro
de Anubis.
— ¡¿Qué?! ¿Y es verídica? —Kenai
preguntó, asombrado.
Ikki asintió—: Se enviaron exploradores
capacitados esperando confirmarlo, todo indica que es verdad. Tras eso, nos ha
pedido que invoquemos a ciertos señores de casas importantes de shamanes y
hechiceros siguiendo las órdenes del mismo Shaman King.
— ¿El Shaman King? ¿De verdad ha regresado?
— Es algo que muchos desearían, pero no
es así —Ikki respondió con cierta frustración—. Ya lo escucharán del dios
guerrero de Megrez, es por él que esta reunión se llevará a cabo. Ustedes arribaron
antes que algunos de los invitados, por lo que será mejor que se comporten —les
indicó como si fueran unos niños.
Los santos de oro fueron conducidos por
el interior del palacio, sin toparse con servidumbre ni guardias, sólo
antorchas y lámparas que iluminaron perfectamente su andar.
Bajaron un par de escaleras hacia
pasillos subterráneos, llegando al fin al lugar destinado. Allí dos porteros en
armaduras de bronce empujaron las puertas para permitirles el paso, cerrándolas
en cuanto los invitados entraron.
Con tan sólo cruzar el marco de la
entrada, Kenai resintió la fuerza espiritual que trabajaba sobre la estancia,
no algo dañino ni mucho menos maligno, sino algo protector.
Los santos se encontraron dentro de una
cámara completamente sellada, sin ventanas ni otras salidas más la que acababan
de atravesar. Era una habitación lujosa y opulenta, el suelo y muros de mármol
blanco, con jeroglíficos grabados en oro en las paredes y estatuas
conmemorativas de los dioses del reino.
Divisaron un trono de oro vacío, y
frente a este se hallaba una larga mesa rectangular, revestido con un mantel de
seda blanca y costuras azules. En la superficie se distribuyó un banquete con
charolas llenas de frutas de la región, jabalí y pato asado, pescado, cangrejo
y diversas tartas junto a jarrones de vino. Había diez sillas de respaldo alto
flanqueando la mesa, pero sólo dos asientos estaban ocupados.
Calíope miró con curiosidad al hombre de
cabello y barba trenzada que vestía una armadura azulada visiblemente dañada,
este los miró con extrañeza.
— ¿Santos de oro? —preguntó el dios
guerrero de Megrez, permaneciendo de brazos cruzado y apático hacia todos los
presentes.
— No fui yo quien los llamó —se adelantó
Ikki—. Dicen que fue una simple coincidencia.
— “No
existen las coincidencias, sólo existe lo inevitable” —dijo el segundo de
los invitados, quien sí se aprovechaba de la ocasión para comer. Aún con la
boca un poco llena de carne sus palabras fueron claras—, esa frase la escuché
mucho en la batalla de hace quince años, por lo que creo que es apropiada. —Pasó
el bocado con un trago a su bebida antes de volverse y sonreírles—. Lamento
eso, el viaje fue muy largo hasta aquí y no había comido nada en días. Soy Horokeu
Usui*, un gusto en conocerlos—saludó el simpático hombre de cabello blanco en
puntas y ojos azules. Vestía con ropas ligeras negras llenas de gruesos
bordados azules y una bandana atada alrededor de su frente.
Kenai reconoció los símbolos en la ropa
de aquel hombre, indicándole que se trataba de un shaman de la tribu ainu de Japón. Pese a actuar con una
actitud relajada y hasta atolondrada, Horokeu Usui contaba con una tremenda
fuerza espiritual.
El santo de Cáncer les explicó
brevemente los motivos por los que estaban en Meskenet, y al mencionar al “Espíritu de la Muerte” el shaman de
cabello blanco casi escupió la comida al intentar reprimir una risa. Él se
disculpó pero no dio una explicación, sólo musitó un leve —: Volverá a pasar— y
continuó comiendo.
Una vez que todos tomaron un lugar en la
mesa, no pasó mucho tiempo para que ingresaran dos personas más a la estancia.
Uno era un hombre de mediana edad, de
piel clara y complexión robusta que llevaba ropas con diseño oriental de dos
piezas, la superior de colores rojizos con largas mangas y cuello alto; la
inferior un pantalón blanco holgado. Tenía el cabello blanco que apenas cubría
un poco su frente y tapaba su nuca. Él mantenía los ojos cerrados, lo que
permitía que otros contemplaran las viejas quemaduras sobre sus párpados y
alrededor de ellos.
El segundo era un hombre de la misma
edad, alto, delgado y con aire sofisticado pues lucía un traje de sastre y
corbata de color negro y camisa tinta. Su cabello también era blanco, largo
hasta la cintura y una pequeña pinza detrás de su cabeza hacía que tres mechas
de cabello sobresalieran como las puntas de un tridente sobre su sien. Pero lo
que más resaltaba en él, sobre todo para Kenai de Cáncer, era el feroz color
dorado de sus ojos.
Ambos despedían un poder espiritual
arrollador.
— ¡Ah, llegaron tarde, como siempre!
¿Acaso vinieron juntos? —preguntó Horokeu, sosteniendo una pierna asada y
jugosa a la que estuvo a punto de
encajarle los dientes segundos antes—. Cielos, ¿desde cuándo no nos veíamos?— Se
levantó para saludarlos con un fuerte apretón de manos y palmadas en los hombros.
El de ropas orientales respondió al
saludo, pero el hombre de traje mantuvo los brazos cruzados y sólo recibió las
palmadas.
— ¿De qué rayos hablas? Si nos vimos el
año pasado en el cumpleaños de tu hija —respondió el trajeado con cierto
fastidio.
— Sigue siendo mucho tiempo —dijo
Horokeu.
Mientras ellos tres hablaban
animadamente, eran observados por los santos y el dios guerrero, cada uno con
sus impresiones diferentes, pero teniendo una inquietud en común: ¿Por qué los
tres tenían el cabello blanco? ¿Casualidad, moda o existía una historia detrás?
Por otro lado, Kenai de Cáncer permaneció
absorto, sin poder apartar la vista del hombre trajeado. Pestañeó repetidas
veces pero la ilusión persistía, sus labios se movían como si quisiera formular
la pregunta que su cabeza le exigía hacer mas su prudencia callaba.
Cuando el hombre de traje se sentó,
descubrió la forma nada discreta en la que era observado por el santo de
Cáncer. Se sostuvieron las miradas unos segundos en los que Kenai soltó un
titubeante —: Tú… usted se parece…
Horokeu sonrió traviesamente y musitó
para que su amigo escuchara—: Esa cara, todos hacen esa cara —se burló—. Ahí
viene, tres… dos… uno….
— ¿Por qué es que…? —intentó decir Kenai,
pero el hombre de ojos dorados se adelantó.
— Antes de que digas algo estúpido e irritante,
permíteme detenerte —alzando la palma de la mano para frenar su balbuceo—; la
pregunta correcta sería: “¿por qué es que
el Espíritu de la Muerte se parece a usted?” Jamás al revés.
Kenai se sintió aún más confundido pues
era verdad, ante él tenía a un hombre con la apariencia que la Muerte suele
tomar en su reino. Por supuesto que la entidad se manifestaba en una versión
más joven y con el cabello negro, pero eran prácticamente idénticos, como si
fueran padre e hijo, incluso compartían el mismo semblante serio e impaciente
al hablar con los demás…
Horokeu Usui rio un poco—: Por favor
discúlpenlo, aquí mi amigo Ren Tao* es de poca paciencia y siempre pasa lo
mismo cuando se topa con individuos que han visto a la Muerte en persona. Es un tema sensible para él… —dijo
susurrando, como si de verdad creyera que el aludido no podría escucharlo aún al
tenerlo a su diestra.
— Estás exagerando —comentó Ren Tao sin
tomarlo a gracia—. Siempre hacen mucho escándalo al respecto, eso es lo
irritante y nada más.
— La duda es entendible —intervino el
hombre ciego, manteniendo una actitud pasiva—, no es complicado de explicar,
sino de creer. Sólo puedo decirte que nosotros tres estuvimos muy involucrados
en una de las batallas que trajeron la Nueva Era, y cuando se necesitó regresar
el equilibrio al mundo una parte de nosotros fue tomada para tal proceso… Es por ello que la similitud es impresionante.
Kenai asintió, luchando por no indagar
en el asunto, intentando armar por sí mismo el resto del rompecabezas.
Los demás se sintieron excluidos de
aquella conversación, mas antes de que buscaran una mejor explicación a la
reunión se presentaron el Chaty y los Apóstoles Sagrados de Osiris, Isis y Horus,
acompañados por un jovencito.
— Bienvenidos sean todos al palacio de
Meskenet —saludó el Chaty al encaminar al joven hacia el púlpito del trono—.
Agradecemos a todos los que han acudido al llamado no sólo de mi pueblo, sino
del Shaman King.
La Apóstol Sagrada de Isis permaneció
junto a las puertas; el Chaty y el Apóstol Sagrado de Osiris tomaron un lugar
en la mesa; y finalmente el joven príncipe se sentó en el trono del salón
siendo el Apóstol Sagrado de Horus el que se mantuvo a su diestra como su leal
guardián.
— Ya que todos los invocados han
llegado, no hay razón para demorarnos más— el Chaty añadió antes de sentarse a
la cabeza del tablón del banquete—. El príncipe y heredero al trono, Attem I,
estará presente sólo como oyente.
Ninguno de los invitados objetó, imaginaban
que su presencia era por fines educativos y nada más.
— Señor Ren Tao, señor Horoken Usui y
señor Syaoran Li*, como expliqué en mi mensaje acudimos a ustedes en tiempos de
gran necesidad, guiados por el consejo que el señor Asakura ha enviado a través
de un mensajero que aquí nos acompaña— el Chaty explicó.
— Ju, típico de Yoh, seguramente se
metió en un lío muy grande y ahora pretende que nosotros lo solucionemos
—comentó Ren Tao con desagrado.
— Sí —secundó Horokeu al echarse para
atrás en su asiento y poner los brazos atrás de la cabeza—, uno que lo llama
para invitarlo a convivios familiares y él sólo devuelve la llamada para
invitaciones mortales y apocalípticas.
— Y sin embargo ninguno de nosotros se
lo perdería —aseguró Syaoran Li, sabiendo que Ren y Horokeu jamás abandonarían
a Yoh Asakura—. Debe ser algo que nos concierne a todos, de otro modo jamás nos
habría reunido.
— Ese fue el trato —agregó Ren con
cierto hastío—, uno que supe incumpliría tarde o temprano. Por lo que vamos,
digan de una buena vez qué es lo que ese bueno para nada quiere ahora.
Clyde de Megrez tomó la palabra para
relatar brevemente su viaje hacia el continente Mu, donde encontró a Yoh
Asakura del que esperaba recibir ayuda, pero a cambio el Shaman King se la
pidió a él.
Clyde omitió el acuerdo al que llegaron
y sólo transmitió el mensaje importante: la localización de Sennefer y la
urgencia por detenerlo. En otras circunstancias Yoh Asakura confiaría en la
fuerza de los Apóstoles y Santos combinada para frenar sus ambiciones, pero el Apóstol caído se hará de una gran
fuente de poder que le permitirá doblegar al mundo si es su deseo, y por ello
es que recurrió a los tres guerreros en los que más confía.
De la misma forma, entre el Chaty y
Kenai de Cáncer actualizaron a los tres hombres peliblancos sobre lo ocurrido,
desde la aparición de los Patronos hasta el altercado en el reino de la Atlántida,
así como la advertencia del Espíritu de la Muerte.
— ¿Y si el mundo está despedazándose,
por qué él no nos buscó en persona? ¿Por qué no está aquí? ¿Qué es lo que está
haciendo exactamente? —Ren Tao cuestionó con dureza.
— Dijo tener asuntos que finalizar
—respondió Clyde en total calma—, pero una vez concluidos aparecerá ante ustedes.
— Desde que se convirtió en Shaman King
se volvió el señor misterioso —comentó el shaman Horokeu, quien mordisqueaba un
dulce dátil—. Cuando se separó de Anna fue la primera señal.
— Ninguno de nosotros puede juzgar al
señor Asakura —alegó Kenai—, nadie en esta sala entiende o conoce lo que
conlleva el peso del manto del Shaman King, por lo que les pido que nos
enfoquemos en lo que nosotros podemos
hacer ante esta amenaza y no los que otros tendrían que hacer.
— Concuerdo—dijo Syaoran Li.
— Calma, calma chico —Horokeu pidió—,
nadie aquí está negándose a ayudarlos. Es más, no olvido que aún le debo un
favor a la antigua Faraona Inet. En verdad lamento mucho su muerte —dijo con
solemnidad, buscando que el príncipe lo escuchara.
— Sugiero que si vamos a hacer algo sea
ya —aclaró Ren Tao—. Por lo que entiendo, su falta de prisa por cazar a un
enemigo potencialmente peligroso fue su más grave error, lo subestimaron y eso
les costó no sólo la vida de sus reyes sino una humillación imborrable. Así
que, antes de que sea demasiado tarde vayamos y acabemos con esa serpiente
llamada Sennefer.
/ - / - / -
Grecia,
El Santuario de Atena, Star Hill.
En la cima de la montaña sagrada se daba
la ilusión de que el resto del mundo había desaparecido. Sólo el manto celeste
y las nubes acaparaban la visión, todo se encontraba sumido en el silencio y
los sentidos no podían conectarse a nada ni a nadie que estuviera fuera de Star
Hill. Lo mismo ocurría a la inversa, quien permanecía allí desaparecía para
todos los habitantes de la Tierra.
La falta de distracciones facilitaba a los elegidos la serenidad necesaria para
encontrar la iluminación de las estrellas.
El tiempo de meditación, la afinidad de
sus sentidos, el dominio sobre el cosmos y la bendición de la diosa de la sabiduría,
han permitido que el Patriarca sea alcanzado por visiones que al principio
fueron confusas y breves.
Pedía respuestas al universo y éste
respondía enviándoselas, mas era tarea del Patriarca entenderlas e
interpretarlas. Tomó su tiempo, y poco a poco las predicciones se volvieron
secuencias de imágenes que le mostraban lo inevitable. Quizá debió abandonar Star
Hill desde la revelación de la primera de ellas, pero las estrellas continuaron
hablando y sintió que su deber era aguardar hasta asimilar cada una de sus
advertencias.
Vio al sol extender sus llamas contra la
Tierra, acabando con todo aquello que sustentaba la vida en ella; reduciendo a
cada ser pensante en esqueléticos y
cenizos cadáveres incendiados dentro de una
atmósfera ígnea. Agónicos alaridos y desgarradores lamentos se escuchaban por
doquier, pero detrás de los tronidos del fuego sobre los restos humanos
comenzaron a brotar risas, primero
tan leves que eran opacadas por los sollozos, pero aumentaba cada vez más su
número y estruendo hasta volverse una multitud conforme las llamas sobre los cadáveres
se tornaban oscuras. El fuego ganaba una consistencia sólida y flexible dentro
de la que los restos humanos desaparecieron y adquirieron nuevas formas,
humanoides sí, pero estaban hechos de oscuridad, con ojos blancos y bocas
sonrientes que no paraban de reír y mofarse pese a que el cielo empezó a caer
sobre sus cabezas y el océano entero se alzó para evitar su derrumbe.
Más allá de la atmósfera, sólo la
constelación de Escorpión permanecía opaca por el luto a quien fue su
representante, el resto de las estrellas del zodiaco brillaban de manera
majestuosa, hasta que de la constelación de Géminis se desprendió una ola
oscura que paulatinamente creció hasta cubrir todo el firmamento, dejando en la
negrura total al Santuario.
Shiryu respingó tal cual hubiera
despertado de una pesadilla, sudando y con la respiración agitada. Se llevó una
mano a la frente, luchando por aclarar su mente y aceptar que no había error y
aquello que creyó una absurda jugarreta del destino no era más que la verdad.
— Albert… —susurró con agónica
decepción, sintiéndose incapaz de alzarse del trono pétreo en el cual se
hallaba sentado dentro de la oscura capilla.
— “Llámeme
y allí estaré” —Shiryu escuchó dentro del pequeño templo—. Esa fue la
promesa que juré cumplir el día que me convertí en su discípulo, ¿lo recuerda,
Patriarca?
Advertido del mal augurio que rodeaba a
la constelación de Géminis, Shiryu se levantó para confrontar al recién
llegado.
— Aquí estoy —dijo el santo dorado,
inclinando el cuerpo de forma irreverente, deteniéndose a varios metros de la
ubicación del trono.
La capilla era un lugar enclaustrado,
sin ventanas o agujeros por los cuales pueda entrar la luz con excepción de la
entrada principal que el santo deliberadamente bloqueaba.
— Albert, ¿qué es lo que estás haciendo
aquí? —Shiryu inquirió—. Tú mejor que nadie sabe que éste es un sitio
prohibido, incluso para los santos dorados.
Géminis guardó silencio unos segundos
antes de decir—: Usted sabe qué es lo que planeo hacer aquí —aclaró tras sondear
un poco la mente del Patriarca—. Ninguno de los dos tiene que fingir ya más.
El Patriarca percibió el asalto psíquico,
sorprendiéndose pues jamás Albert había sido capaz de leer sus pensamientos. ¿Desde
cuándo había incrementado sus habilidades?
Pero no se lo volvería a permitir;
Shiryu protegió su mente como había aprendido hace algunos años.
— Albert, te conozco mejor que nadie. Te
instruí desde que eras un niño, por lo que esa parte de mí, aquella que te
educó como un hijo, se resiste a creer lo que ha visto —el Patriarca dijo con sinceridad—.
Y aun cuando te presentas aquí me es imposible creer que te convertirás en la
oscuridad que podría destruir al Santuario.
— Después
de la oscuridad siempre hay un nuevo amanecer—citó con solemnidad—. El
cosmos le advierte de una era de tinieblas ¿pero acaso será perpetua? —Albert
cuestionó con calma.
— El peligro que se cierne sobre la
humanidad es inminente, y ahora más que nunca es cuando el Santuario necesita
unir sus fuerzas. ¿Por qué lo haces? Tú que juraste proteger este recinto
sagrado, quien juró no caer bajo la maldición de la constelación de Géminis,
dime Albert: ¿qué es lo que sucedió para que estés a punto de traicionar tus
propias convicciones? —el Patriarca cuestionó con dureza—. ¿O es que desde el
principio sólo actuaste tu papel de hombre honesto?
— Estoy al tanto del peligro—el santo
respondió sin remordimientos—. Es más, lo he sabido desde hace algún tiempo y
sé que dará inicio en cuanto el sol se alce hoy por el oriente. No necesité
ayuda de las estrellas para conocer el futuro de la humanidad —dijo con
sarcasmo—, pero no tema, soy leal a mi puesto como protector del Santuario y es
por ello que he tomado medidas que asegurarán nuestra supervivencia y tras ello
podré establecer un nuevo orden que lo perdure —explicó, seguro de sí mismo—.
Desafortunadamente, para lograrlo se necesita eliminar todo aquello que
representa un obstáculo y eso lo incluye a usted, mi antiguo venerable maestro
—sentenció con malicia.
Shiryu frunció el entrecejo al sentir
que el cosmos de Albert se tornaba agresivo. El santo de Géminis ha evidenciado
sus intentos por derrocarlo, ante la clara traición sus pensamientos deberían
ser claros, pero aun así no podía dejar de sentir dudas.
— ¡Detente Albert! Si te atreves a alzar
un puño contra mí no habrá marcha atrás —advirtió el Pontífice, dispuesto a defenderse
y luchar—. Desconozco si tu insurrección es algo reciente o la has orquestado
desde tiempo atrás, y aunque es mi obligación dejar caer sobre ti el castigo
máximo estoy dispuesto a darte una oportunidad para que rectifiques tu camino,
de lo contrario las consecuencias serán inmediatas.
— ¿Rectificar mi camino? —repitió Albert
con ironía—. Es justamente lo que planeo hacer —musitó antes de cubrir su brazo
derecho con su cosmos y precipitarse hacia el Pontífice.
Albert desapareció dentro del fulgor de
su cosmos dorado, con la intención de perforar el corazón del Patriarca con su
puño, sin embargo, éste bloqueó el ataque con su mano izquierda.
Aunque el santo de Géminis logró empujar
al Patriarca, él contuvo todo ese poder desplegado y retuvo con fuerza el puño
de Albert con una sola mano. Ni el Pontífice ni el santo realizaron otro
movimiento inmediato pese a encontrarse tan cerca el uno del otro. Ambos
estudiaron ese primer impacto: Shiryu jamás imaginó que en su vida tendría que
enfrentar a su antiguo discípulo en una batalla a muerte, sin embargo reconocía
el crecimiento de Albert como guerrero y sabía que doblegarlo sería complicado;
Albert por su parte sonrió satisfecho, seguro de que él sería el triunfador.
— Haz rechazado la clemencia —dijo el
Patriarca con voz severa—, y optaste por seguir el sendero de la oscuridad.
Albert de Géminis, por tu intento de rebelarte contra el Santuario y a Athena
no me dejas otra alternativa más que despojarte del honor conferido a ti por
nuestra diosa —determinó elevando su cosmos, el cual comenzó a reaccionar con
el ropaje sagrado de Géminis—. A partir de este momento te desconozco como el
santo de la tercera casa del Zodiaco y
tacho tu nombre con el estigma de traidor.
Albert retrocedió por sí mismo mientras
su armadura destellaba, deteniéndose cuando ésta se separó de su cuerpo para armarse en su
forma original, lejos de él.
— La cloth de Géminis no volverá a
responder a tu llamado ni reaccionará a tus deseos— el Patriarca decretó sin
que su cosmos esmeralda perdiera fulgor—. Has dejado de ser un santo ante los
ojos del Santuario y serás juzgado por tu falta.
Albert no mostró preocupación al estar
protegido sólo por su vestimenta grisácea sobra la que resaltaban una pechera,
brazales, guantes, cinturón, rodilleras y botas negras unidas por gruesas
correas.
— ¿No fue usted quien me dijo que no es
la armadura lo que hace a un santo? —Albert cuestionó con hilaridad—. Si cree
que esto va a amedrentarme, de verdad no me conoce.
El peliazul dejó que su cosmos fluyera,
esta vez con un renovado destello, como si su armadura sólo hubiera estado
opacando su auténtico brillo.
— Me juzga con tanta severidad sólo por
lo que cree que haré en el futuro,
¿qué cambiará si se entera de lo que ya he puesto en marcha? —cuestionó.
— Albert, ¿qué es lo que has hecho?—el
Patriarca exigió saber, temiendo por la seguridad de sus allegados.
— Nada que no fuera necesario —respondió
tranquilamente antes de extender su brazo y que de sus nudillos emergieran
múltiples rayos de luz zigzagueantes que flanquearon al Patriarca en todas
direcciones.
El Pontífice movió su brazo derecho
atinadamente para bloquear todos y cada uno de los impactos dirigidos a su
cuerpo, a una velocidad impresionante que a simple viste pareció que los detuvo
con el poder de su mente, pero los sonoros choques delataban la presencia de
una cuchilla anteponiéndose a los ataques.
El Patriarca terminó con la manga derecha
de su túnica vuelta girones, pero su brazo totalmente intacto.
— Necesitarás más que eso para derrotarme—aclaró
el Patriarca sin moverse de su sitio—. No pienso permitir que la historia se
repita en este lugar, el Santuario no volverá a ser cubierto por las sombras de
la maldad sólo por el deseo de un hombre ambicioso.
— Usted fue testigo de mis intentos por
evitar que el ciclo se repitiera —añadió el santo desertor—, pero descubrí que estaba yendo en contra de mi propia
naturaleza, acallando la voz que me pedía ascender más, hasta alcanzar mi
destino.
Albert se impulsó hacia el Patriarca tal
cual en su juventud cuando entrenaba bajo su tutela, lanzando veloces y
potentes golpes que tomaron desprevenido al Pontífice y lo obligaron a
retroceder, dificultándosele el encontrar un espacio por el cual poder
contraatacar.
Shiryu bloqueó puñetazos y patadas
usando brazos y piernas, esquivando lo necesario, pero sin importar su maestría
resintió la fricción que quemaba su piel y cortaba la tela de su ropa.
El Patriarca admiró en silencio la
actual habilidad de Albert, pese haberlo instruido ha sido mucho el tiempo
transcurrido desde su último combate. Siempre estuvo consciente de su potencial
pero jamás imaginó que algún día tendría que cruzar puños con él como su
enemigo. Nunca antes había percibido su deseo de sangre como lo hacía ahora,
¿qué es lo que pudo cambiar en él para que estuviera dispuesto traicionar todo
aquello por lo que trabajó tanto? ¿Acaso era inevitable que los santos de la
constelación de Géminis caigan en la desgracia?
— ¡Rozan Ryū Hi Shō! (¡Dragón Volador!) — En un instante que logró sacar de equilibrio
a Albert, el Patriarca desató la furia de su cosmos, transformándose en un
dragón esmeralda que arremetió contra su enemigo.
Vapuleado por las feroces garras del
dragón, Albert salió despedido de la capilla, cayendo de espaldas contra el
suelo, visiblemente adolorido, pero en vez de inmovilizarse por el dolor, aprovechó
el rebote de su cuerpo para girar y quedar de rodillas.
Albert se mantuvo así por unos segundos
en los que tosió y escupió sangre bajo el cielo estrellado donde una inmensa
luna era el único testigo de su pelea.
El Patriarca salió del templo, donde escuchó
la respiración doliente de su oponente, la cual terminó abruptamente al tomar
una larga bocanada de aire para sonreír.
— Podría ser mi imaginación pero… sus
golpes ya no duelen como antes, antiguo maestro —dijo el peliazul antes de
erguirse y limpiarse la sangre de la barbilla con el antebrazo.
— Te has vuelto muy fuerte, Albert —el
Patriarca dijo, admirado por la fortaleza de Albert pese a no contar con la
protección de la cloth dorada de Géminis.
— Tenía que serlo —añadió el santo desertor—,
de otro modo jamás podría tomar su
lugar.
En el cosmos de Albert se reflejaron
imágenes del universo, donde estrellas y astros comenzaron a seguir su voluntad
— ¡Galaxian
Explosion! (¡Explosión de
Galaxias!)
El cuerpo del Patriarca desapareció
dentro de la resplandeciente aura dorada que arrastró asteroides y planetas. La
explosión iluminó la cima de Star Hill tal cual hubiera ocurrido una erupción
dorada.
Para cuando las nubes de residuos
cósmicos comenzaron a desvanecerse, un sonido metálico atrajo la atención de
Albert, por lo que pudo contemplar cómo el casco dorado del Patriarca rodó por
el suelo hasta atorarse en cierta saliente irregular del terreno.
No se engañaba, su antiguo maestro no
moriría con tal sencillez, pero las semillas
de su victoria ya estaban germinando.
Con su habilidad, Albert atrajo a sus
manos el casco del Pontífice, reflejando no sólo su imagen sino también la de
Shiryu en la distancia.
La construcción que momentos antes
estaba detrás del Patriarca había desaparecido, consumida por la explosión. El
Pontífice mantenía las manos abiertas y alzadas hacia el frente, como si estas
hubieran funcionado como escudo contra la técnica de Albert. En su túnica
maltrecha había manchas de sangre. Cierta fatiga resonaba en su respiración y de
su nariz emanaba sangre que goteaba constantemente.
Tal desgaste en su cuerpo y energía lo
consternaban, ¿se había vuelto tan débil? ¿O en verdad su oponente estaba en un
nivel muy superior?
Albert se mantuvo estoico mirando el
casco del Patriarca, como si su propio reflejo lo hubiera paralizado y mitigado
su sed de sangre, o eso percibió el Patriarca a través de sus sentidos.
El hombre peliazul tocó el centro de su
frente con la punta de sus dedos, rascando ligeramente la piel quemada que el
flequillo de su cabello ocultaba, la vacilación fue evidente en su cosmos… pero
sólo por un instante.
— Hace unos momentos, dijo que no
permitiría que se repitiera la historia… Si le soy honesto, yo tampoco lo
espero… lo único que me permitiré imitar de mi antecesor es una simple cosa: el
asesinato del Patriarca. Así que no tema, no pretendo usurpar su identidad —Albert
aclaró—. Una vez que todo esto termine, podré poner esta corona sobre mi cabeza
por mérito propio. Detendré a Sennefer y al resto de los Patronos, así el señor
Avanish me dará lo que quede del mundo, esa será mi recompensa.
— ¿A eso llegó tu obsesión Albert? —el
Patriarca cuestionó con furia—. ¿Ha aliarte con los enemigos de los dioses? Un
hombre que desea el puesto del Sumo Pontífice para satisfacer su propio ego no
es digno de representar a la diosa Atena en la Tierra.
— ¿Quiere decir que sólo aquellos que no
sueñan con tal honor son los llamados a vestir la túnica del Patriarca? —Albert
sonrió irónico—. Ahora sé porque sólo hombres sin visión son los que se han
sentado en el trono del Santuario.
— Me cuesta decirlo, pero ahora entiendo
que todos estos años confundí tu evidente ambición
por la Orden con devoción. Ese es
un error que pienso rectificar ahora. —El Patriarca volvió a mostrar su
imponente cosmos—. Sumando tu alianza con los enemigos del Santuario a tus
actuales acusaciones, es claro que tu castigo inmediato debe ser la muerte.
Albert rio—: Es la segunda persona que
me ha condenado a muerte el día de hoy—dijo con sorna—. Pero aún no, todavía no
es momento de que pise el limbo de la muerte, pero sí es tiempo de que usted
cumpla con su papel en mi historia.
Será el mártir que servirá como piedra angular para mi ascenso —explicó,
revestido por su cosmos dorado.
Albert concentró todo su cosmos para responder
el siguiente ataque de su maestro cuando reconoció la pose ofensiva que decidió tomar.
— ¡Rozan Shō Ryū Ha! (¡Dragón Ascendente!) —En un sólo golpe
el Patriarca desató toda la ira y la fuerza del dragón, revolviendo el viento
que mimetizó el rugido de la bestia milenaria.
En ningún momento Albert intentó evadir
la técnica, por el contrario, se movió imitando la técnica del dragón,
liberando su cosmos de manera torrencial para contrarrestar las garras que
seguramente lo despedazarían.
Ambas fuerzas impactaron y detonaron en
centellas que empujaron a los contendientes peligrosamente hacia las orillas de
la cima de Star Hill.
Albert no recibió más daño, pero en
cambio los quejidos del Patriarca delataron su condición.
Shiryu
enfocó sus sentidos en aquel punzante dolor que se concentraba en el
lado izquierdo de su pecho, sólo hasta que sus dedos tocaron el objeto agresor
pudo tenerlo claro en su mente—: Esto es…
Dos rosas rojas atravesaron la piel del
Patriarca y sus tallos alcanzaron a herir su corazón, un dolor que no
desconocía pero no por ello dejaba de ser agobiante e insoportable.
— ¿Adonisia?— adivinó al retirar las
flores de su cuerpo. Permaneció contrariado pues sólo hasta ese momento pudo
percibir su presencia y ubicarla dentro del campo de batalla —. ¿Desde hace cuánto tiempo ha estado allí?—
se preguntó, desconcertado.
La amazona se mantuvo sentada y de
piernas cruzadas sobre un peldaño rocoso —: Tuviste razón Albert, sí tenía un
punto débil — dijo la mujer con serenidad al quitar la rosa blanca de un
colorido arreglo de flores injertado en su cabello largo.
— ¿Dudaste de mi indicación? —dijo sarcástico
el peliazul.
— Entonces tú también eres parte de esta
rebelión —preguntó el Patriarca, comenzando a sentir los acelerados efectos del
veneno de la rosa roja.
— A diferencia de Albert, no es nada
personal Patriarca—respondió la guerrera con total indiferencia—, él me indicó cuál
era su debilidad. Me sorprendió que alguien con su fuerza tuviera un punto
débil de ese tipo, pero si soy honesta, de haberse encontrado en óptimas
condiciones quizás hubiera errado —admitió.
— ¿Óptimas
condiciones? —Shiryu repitió en su mente— ¿Acaso…?
— Me gustaría que muriera de manera
pacífica gracias al veneno de mis rosas, pero no espero que un hombre como usted se mantenga inmóvil hasta que suceda
—prosiguió la amazona.
— Esto siempre se trató de un asesinato
—intervino Albert, caminando hacia el centro del lugar—. Un enfrentamiento de mil días no era lo más conveniente, ni
yo ni alguno de mis allegados puede permitirse acumular heridas en un momento
tan crucial. Adonisia utilizó las habilidades de un magnifico espécimen de su
creación para tal propósito.
La amazona sujetó un pétalo aguamarina
que revoloteaba en el viento, único sobreviviente de los racimos que dejó
esparcidos en el interior del destruido Templo de Star Hill antes de su
destrucción.
— Mis rosas marinas son invisibles para
la mayoría de los sentidos, esconden su aroma y el veneno que liberan en el
entorno. Incluso aquellos con un sexto sentido altamente desarrollado resultan
presas fáciles y no descubren su peligrosidad hasta que es muy tarde —explicó
la amazona con cierto orgullo—. Para la vista
son hermosas y tal magnetismo es su única debilidad… pero ante su conveniente incapacidad Patriarca fueron
totalmente inadvertidas —enfatizó, paseando el pétalo aguamarina por delante de
sus propios ojos—. Lo que trato de decir es que desde el instante en que puso
un pie en este lugar ha estado expuesto a la fragancia mortal de mis rosas, la
cual ha hecho que sus capacidades disminuyan. De tratarse de un santo ordinario
habría sucumbido hace horas, pero las toxinas que inyectaron las rosas
diabólicas en su corazón se encargarán de acelerar el proceso… mas temo que
Albert no desea esperar ni un minuto más.
Aunque apenas y alcanzaba a escuchar con
claridad las voces de sus confabuladores, el Patriarca no podía tomar sus
palabras a la ligera, en verdad sentía que moría y sus sentidos se desvanecían
cada instante en que el veneno circulaba por su cuerpo, pero él se negaba a
morir de esa manera cobarde. Dejar a los habitantes del Santuario a merced de
toda esta manipulación no le permitiría descansar en paz.
Logró concentrar lo que quedaba de su
cosmos en un intento desesperado por hacerlo estallar en un último sacrificio.
— En el Santuario siempre reinará la luz
—musitó como su última esperanza—. ¡Rozan Hyaku Ryū Ha! (¡Cien Dragones del Rozan!)
El ataque de los cien dragones se
dirigió hacia Albert y Adonisia, mas sólo fue la amazona quien reaccionó al
desplazarse para proteger a su aliado.
La amazona de Piscis extendió su cosmos,
el cual trazó un enorme vitral hecho de luz con diseños florales contra el que
los dragones impactaron y se volvieron polvo estelar. Una vez que desaparecieron
todas las criaturas serpentinas, del vitral emergió una ráfaga incontable
de proyectiles de energía que tomaban la
forma de rosas doradas.
El Patriarca utilizó certeros
movimientos de su brazo que permitieron que Excalibur liberara su poder y
disipara los continuos ataques.
Piscis frenó la ofensiva al distinguir
la silueta de Albert de pie junto al Patriarca.
El Pontífice detuvo sus movimientos al
sentir sobre su nuca una mano envainada. Un involuntario recuerdo vino a su
mente, pero en la imagen era él quien mantenía en jaque a un joven Albert, quien asombrado admiraba en silencio la
destreza de su mentor.
Con tan sencillo acto, Shiryu se supo
vencido…
— Usted siempre me dijo que la mayor
dicha de un maestro es ser superado por su propio alumno —musitó Albert con
cierta solemnidad.
— No puedo sentir tal dicha sabiendo la clase de hombre en el
que te has convertido... No hay honor en esta derrota y no demuestras nada excepto
poseer un alma corrupta —el Patriarca respondió de la misma forma, haciendo uso
del poco aliento que le quedaba—. Esperaba grandes cosas tuyas, pero me
equivoqué y sólo terminé de criar a una serpiente sin escrúpulos.
— A donde quiera que sea su destino ir,
le aseguro que escuchará de mí… El Santuario sobrevivirá, en eso no lo defraudaré
—dijo Albert antes de abatir a su antiguo maestro con todo su poder—. Adiós.
— ¡Detonación Galáctica!
Un último estruendo sacudió la cima de
Star Hill en la que numerosas luces impactaron sin piedad al Sumo Sacerdote del
Santuario. Su cuerpo destrozado fue alzado estrepitosamente hacia el cielo como
si fuera a chocar contra la luna, pero tras un instante en que se mantuvo a
flote en el aire, prosiguió su inminente descenso hacia los pies de la montaña.
¿Moriría por las heridas sufridas o
sería la caída lo que terminaría con el fuego de su vida? Parecía ni importar,
pues sus pensamientos se nublaron de arrepentimientos, reproches a sí mismo,
pero sobre todo de temor por aquellos
que dejaba atrás. Pero aún en su mente caótica, un poco de esperanza palpitó en
su corazón y cierta paz lo acompañó el resto del descenso, sabiendo que los
santos de Atena siempre triunfaban aun en el día más oscuro.
FIN DEL CAPITULO 53
Continente
Mu*: En
el manga de SHAMAN KING era el sitio donde se efectuaban las peleas finales del
Torneo de Shamanes por lo que para efectos de este historia se vincula en algo
con la mitología antigua.
Horokeu
Usui*:
Personaje oficial de la serie SHAMAN KING. Apodado también “HoroHoro”
por sus amigos es un shaman que controla el elemento hielo. En este fic/universo
ya es un hombre que roza los treinta años de edad y se ha dedicado a las actividades
agrícolas en el campo.
Ren
Tao*:
Personaje oficial de la serie SHAMAN KING. Es miembro de la renombrada famila
Tao de China, expertos en las artes del taoismo. En este fic/universo ya es un
hombre de mediana edad y es el jefe de la Dinastía Tao a la que ha reformado
poco a poco.
Syaoran
Li*:
Personaje oficial de la serie SAKURA CARD CAPTOR. Es el líder de la Familia Li
en China, maestros en la magia y diversas artes místicas. En este fic/universo
es un hombre de mediana edad que quedó ciego después de una batalla.
*El cameo de estos tres personajes fue
una decisión personal que para nada cambiará el sendero de la historia, por lo
que no se preocupen demasiado por ellos.