Mientras caía desde la cima de Star
Hill, la mente del Patriarca fue un remolino de remordimientos e incertidumbre
por el futuro, pero en cierto momento la paz calmó sus emociones y la esperanza
floreció en su corazón, creyendo que sin importar los peligros, los santos de
Atena prevalecerían.
En la oscuridad de sus ojos y aún con la
disminución de sus sentidos por el veneno en su cuerpo, el Patriarca pudo percibir
algo rondándolo durante su caída. No
podía darle forma, sólo sentirlo, una cálida presencia que lo animaba a no rendirse
y que le extendió la mano durante su descenso hacia el vacío.
Aceptarla sería salvarse, una
oportunidad más para luchar y arreglar el caos que bien podía dejar atrás,
¿pero a costa de qué, con la ayuda de quién?
Esa mano estaba allí mientras el abismo
llegaba a su fin. Decidió confiar en su suerte y la tomó con determinación,
escuchando incesantes graznidos de búhos, como los que sobrevolaban el
Santuario durante las noches.
El Patriarca no supo cuánto tiempo
permaneció inconsciente, pero cuando despertó lo hizo en un lugar lejos del
planeta Tierra, en las cercanías del Palacio Lunar de la diosa Artemisa.
Una guerrera satélite* percibió su intrusión al reino, mas al
encontrarlo en tan deplorable estado dudó sobre lo que debía hacer, sobre todo
cuando era la única sierva de Artemisa presente, el resto de sus hermanas partieron
junto a la diosa hace muchos años, dejándola como única guardiana del sagrado
palacio hasta su retorno.
La piedad fue lo que la motivó a curar
al agonizante hombre, pero sin llegar a tanto como permitirle una alcoba dentro
del templo. Empleó un poco de la bendita ambrosía
sobre sus labios amoratados y la vida regresó a él, purificando su cuerpo en
poco tiempo de cualquier herida y veneno que pudiera albergar.
Mientras se recuperaba, Shiryu le
explicó quién era y de dónde provenía, mas no supo explicarle cómo es que
terminó allí. No pudo ver su rostro, pero por su voz y cosmos supo que trataba
con una guerrera leal y bondadosa.
Creyendo su historia, la satélite
extendió sus disculpas, pues aun con su título de Pontífice y representante de
la diosa Atena, no podía permitirle permanecer más tiempo en el reino de
Artemisa.
Shiryu entendió perfectamente, los
asuntos del reino de la luna no eran algo que le concerniera, mucho menos si la
guerrera satélite aparentemente desconocía sobre el descenso de los ángeles a la Tierra y las situaciones
que allí se vivían. Él agradeció su ayuda y juró que algún día saldaría su deuda
con ella.
En cuanto sintió que su cosmos y cuerpo
volvían a entrar en comunión, invocó la cloth del Dragón, que llegó hasta allí
cruzando la barrera del espacio para envolverlo y lucir tal cual lo hizo en los
Campos Elíseos.
Volver a la Tierra lo logró en apenas un
salto, y salvar la vida de uno de sus santos requirió menos esfuerzo.
Capítulo
59
El
día más oscuro. Parte VI.
Nauj de Libra apartó al sorprendido y
adolorido santo de Leo del que pronto se convertiría en el centro de una
cruenta batalla.
— El Patriarca… el Patriarca vive —Leo
musitó, sin poder apartar la vista de su majestuosa armadura divina.
— Y
no se ve muy contento —pensó Nauj, siendo esa la primera vez en que veía un
gesto de furia tensando las facciones del Pontífice.
Ambos santos de oro percibían el
glorioso cosmos que envolvía al Patriarca. A su lado, el Patrono de Géminis parecía
insignificante.
Albert no tardó en aceptar que aquel
hombre era su antiguo maestro, Shiryu de Dragón, pero lo que no entendía era
cómo es que había sobrevivido después de lo ocurrido en Star Hill. ¡No existía
manera!
— Te he turbado, estás temblando
—recalcó el guerrero que, aunque ciego, era capaz de percatarse del estupor de
su antiguo discípulo.
— Je, no por nada es uno de los
reconocidos santos legendarios —Albert logró decir, aplacando sus sentimientos
y recobrando su actitud petulante—. Si escapó triunfante del inframundo una
vez, fue presuntuoso de mi parte no creer que podría hacerlo de nuevo.
— Nauj, Jack —el Patriarca los llamó, a
lo que atendieron con atención—, agradezco el esfuerzo que han hecho por
defender el Santuario, pero a partir de ahora seré yo quien se encargue de este
traidor —aclaró, permaneciendo de espaldas a ellos—. Espero lo comprendan.
Leo asintió sin reparo, mientras que
Libra se tragó su orgullo y aceptó en silencio el mandato.
— Pero la lucha aún no ha terminado —el
Patriarca añadió—, vayan y ayuden a Shai de Virgo, ella los necesita, ahora —señaló el Templo de Atena con evidente
urgencia.
— ¿Qué ocurre? ¿Acaso no desea que haya
testigos que presencien su derrota definitiva? —el Patrono cuestionó, viendo
que los santos dorados se retiraban no muy convencidos.
— Aunque confío plenamente en mis
hermanos santos, derrotarte es una satisfacción que deseo sólo para mí, Patrono.
— Está bien… no negaré que anhelo lo
mismo, esta es una oportunidad perfecta —el cosmos de Albert comenzó a elevarse
hacia el infinito—. En Star Hill no deseé malgastar mis fuerzas, pero ya que he
dado el paso definitivo, ¡podré emplear todo mi poder para destruirte, Shiryu de Dragón!
El Patrono de Géminis embistió como un
bólido al santo del Dragón, sacándolo de la plataforma, arrastrándolo por el
aire y alejándose rápidamente ambos del Santuario. En su ascenso, atravesaron
el cuerpo etéreo del espíritu de la Tierra sin causarle estragos o alguna
molestia que cambiara su inmovilidad.
Cuando Shiryu creyó que ya habían
trazado suficiente distancia, empujó a Albert por los hombros, separándolo de
sí y haciéndolo retroceder. El santo del Dragón permaneció en el aire gracias a
la divinidad de su ropaje, mientras
que el Patrono de Géminis pudo hacerlo empleando energía psíquica sobre su
cuerpo.
— Terminemos con esto — determinó el
Patriarca, lanzando su primer ataque.
/ - / - /
Interior del Templo de Atena.
Jack de Leo golpeó con el hombro la
puerta del Templo de Atena. La entrada se abrió de par en par con facilidad,
permitiendo a ambos santos de oro pasar, mas cuando su visión fue asaltada por
un panorama muy distinto al esperado se detuvieron en seco.
— ¿Qué está pasando aquí? —Jack
preguntó, asombrado por ver las miles de rosas cubriendo el suelo, columnas y
muros, mientras que el techo era una ventana hacia un cielo distinto al que había
afuera.
Aquel sitio era una dimensión aparte,
donde los cosmos del exterior sólo se percibían por la puerta abierta detrás de
ellos.
Nauj de Libra observó los pétalos
viajando en la corriente de aire que los acompañó al entrar, entendiendo que
sin importar lo que hagan ambos ya se encontraban en desventaja, por lo que no se molestó en siquiera cubrirse la nariz,
sabía que sería inútil.
Jack lo comprendió un segundo después
que él, por lo que cierto nerviosismo se notó mientras decidía si continuar o
no avanzando sobre el tapete de flores.
— Puedo
percibir el cosmos de Shai y Adonisia en cada rincón, pero no las veo por
ninguna parte, es… como si ambas se hubieran fundido con el entorno, ¿qué
diablos sucedió aquí? —Leo pensó, preocupado.
— Esto es una tontería —se adelantó
Libra, extendiendo su cosmos para calcinar por completo las rosas del templo,
todas, excepto una que se encontraba al fondo de la recámara de Atena.
Con seguridad, el santo de Libra avanzó
hacia allá, seguido por Leo, quien mantuvo sus sentidos enfocados en detectar
cualquier amenaza.
A medio camino, los pasos de los santos
dorados bajaron su velocidad. Nauj fue el primero en detenerse por completo,
mas Jack continuó avanzando, atraído por la curiosidad que le generó ver aquel
enorme capullo, cuyas raíces crecían del pedestal donde la diosa Atena ha
reposado en cada una de sus reencarnaciones.
— Espera —Nauj le advirtió.
— Hay alguien allí —Jack se negó a escucharlo,
comenzando a resentir un extraño dolor por todo el cuerpo que no detuvo su
andar.
El joven subió los pocos escalones que
había hacia el pedestal y se encontró frente a frente con un gigantesco
capullo, relleno de un espeso líquido rojo dentro del que un cuerpo desnudo
flotaba. Era una joven mujer, de largo cabello oscuro, cuerpo delgado y bello aun
cuando su piel presentaba numerosas heridas abiertas de las que emanaban un
fluido marrón. Sus ojos se mantenían cerrados, difícil saber si sólo estaba
inconsciente o se trataba de un cadáver. Lo más descorazonador, y extraño a la
vez, era su vientre hinchado, indicando un posible y avanzado embarazo, mas era
de su amplio ombligo del que salía más sustancia negruzca que de cualquiera de
sus otras heridas.
Jack pegó su mano sana sobre el capullo
de cristal y contempló con cuidado el rostro de la chica, descubriendo su
identidad sólo hasta que sus dedos sintieron el débil palpitar de un cosmos, al
mismo tiempo en que una solitaria burbuja de aire salió de la nariz de la
mujer.
— ¡Es Shai! —Jack exclamó, horrorizado
al ver la condición a la que había sido reducida — Está viva, debemos sacarla
de allí — tosió un poco, girándose hacia el santo de Libra, quien no había
avanzado ni un centímetro de donde se paró.
— Quizá eres tú el que debería de
alejarse de allí — Libra sugirió, viendo cómo es que sangre comenzó a salir de
la nariz de su compañero —. Esto es sin duda obra de la bruja de Piscis, ¿acaso
no lo sientes? Ese capullo del demonio está desprendiendo un poderoso veneno,
mientras más te acerques a él más nocivo será.
Jack se limpió el rostro con la mano y vio
su sangre en ella.— ¡No podemos dejarla allí! —alegó, entendiendo el peligro.
— Y no lo haremos, sólo apártate —Nauj
volvió a insistir, manifestando su cosmos.
Jack retrocedió, esperando a que Nauj
ejecutara algún movimiento.
— Yo
no haría eso si fuera tú —ambos escucharon, era la voz de Adonisia que se desplazaba
con eco por el lugar—. Aunque si tu deseo
es matar a todos los pobres inocentes que están refugiados en el Santuario y
Villa Rodorio, entonces adelante, no te detendré.
— ¡¿Qué es lo que le has hecho a Shai?!
—Jack gritó, iracundo por la situación.
Nauj contuvo su ataque.— ¿Qué es lo que
estás ocultando, bruja? —preguntó, intrigado por sus palabras.
— Sencillo
— las puertas del templo volvieron a cerrarse de manera estruendosa. Conforme
las ondas del portazo se desplazaban por el templo, las rosas volvieron a
crecer en el suelo y la dimensión se amplió, convirtiendo el interior del
templo de Atena en un infinito paraje de flores al aire libre; sólo el pedestal
y el capullo permanecieron tal cual.
La amazona de Piscis apareció de entre
un tornado de pétalos blancos junto al gigantesco retoño, ilesa de cualquier
herida anterior sufrida y una armadura dorada intacta—. Dentro de este capullo
se está creando un veneno muy peligroso que podría liberarse si no se le cuida
bien. Cualquier maltrato o daño provocará una abertura por la que el veneno
correrá desde la cima de las doce casas hasta los pies de la montaña sagrada, e
incluso más allá. Por ahora parece que no es capaz de matar a un santo dorado
pero —la amazona miró a Jack, quien lucía más pálido y ojeroso tras haberse
acercado a su creación—, quién sabe en unos minutos más.
Adonisia palpó el capullo con sumo
cuidado, acariciándolo como si fuera el vientre de una mujer embarazada—. Es
una lástima que hayan matado a Elphaba, era su hechizo lo que mantenía a salvo
a todos los civiles de la maldición del sol, y bien pudo haberlos protegido de
esta plaga que están tan dispuestos a liberar.
Nauj no se atrevió a dudar, por lo que
salvar a la amazona de Virgo dejó de ser su prioridad.
— ¡Maldita! ¡Libera a Shai enseguida!—
Leo ordenó, conteniéndose de no atacar pues temía herir a la amazona durmiente.
— ¿Dejarla libre? —Adonisia repitió, sin
dejar de acariciar a su bello espécimen—. Me temo que eso es imposible. Verás,
tuve que hacer unas pequeñas modificaciones a la química de su cuerpo, tantas
que sacarla de allí significaría su muerte ¿eso es lo que quieres? —preguntó,
riendo un poco—… Aunque si por algún milagro pudiera mantenerse viva fuera de
esta pecera, su cuerpo será la fuente
de un veneno mortífero, el cual segundo a segundo se vuelve más letal; todo
aquel que se le acerque aunque sea a kilómetros de distancia caerá muerto, ¿esa
es la clase de vida que quieres para ella? Oh no, ni yo puedo ser tan cruel,
por eso la mantendré aquí, conmigo, y será su sangre y su cosmos lo que
alimente mi jardín hasta el final de mis días… y quizá aún después de eso.
Jack quedó en shock al escuchar tan
abominables palabras, siendo Nauj quien tomara la palabra.
— ¿Y cuál es tu plan, lunática? Si
piensas que será un rehén por la cual no me moveré, estás muy equivocada —Libra
sentenció, decidido a atacar.
— ¡Nauj, basta! —Jack corrió para
interponerse en el camino del santo de Libra—. ¡No puedes hablar en serio!
Después de lo que ella hizo por ti, tú no…—recriminó, mirándolo a los ojos,
pero sus palabras se bloquearon en su garganta ante la determinación que vio en
la mirada de su compañero.
El santo de Leo se giró rápidamente
hacia Adonisia de Piscis—. ¡Devuélvela a la normalidad! ¡Si no lo haces…!
—dudó, corrigiéndose de inmediato—. Si lo
haces, perdonaremos tu vida.
Adonisia calló un par de segundos antes
de soltar una carcajada que no le fue fácil aplacar.
— Vaya broma. ¿Ustedes me perdonarán la
vida, a mí? —cuestionó, hilarante—. Aunque no entiendo cómo es que escaparon de
las garras de Albert, la verdad es que la batalla que sostuvieron con él ha
dejado marca en ustedes, sin mencionar que, en el segundo en que entraron aquí
mis rosas comenzaron a jugar con sus
cuerpos. No, caballeros, su convenio no satisface mis intereses.
Adonisia caminó un poco hacia ellos,
como si se posicionara para combatir.
— Además, admitiré que es la primera vez
que llevo a cabo un experimento así,
por lo que temo que no hay manera de revertir lo que he hecho con esta mujer
—explicó con maldad—. Y aunque pudiera, no lo haría. La pequeña rebelión de
Albert me ha permitido explorar el alcance de mis poderes de formas en las que
jamás creí posibles —extendió los brazos a los lados, como si con ellos pudiera
abrazar toda su creación.
— Eres… un monstruo —Jack musitó,
atragantado con su propio enojo y frustración.
— ¿Tanto te importa esta mujer?—Adonisia
preguntó con cinismo—. ¿Es por su belleza, no es cierto? Lo comprendo bien, su
cautivador rostro, su poder, su cuerpo, su hermosura, su alma, toda ella es perfecta. Aun con su cuerpo magullado y
rostro marcado, esa perfección no desaparece —tocó su máscara como si imaginara
que tocara el rostro de Shai de Virgo una vez más—, es por eso que la elegí,
para convertirla en la flor más hermosa de mi jardín, donde sólo yo y mis rosas
seremos inmunes a su perfecta mortalidad.
¡Nadie nunca podrá acercarse a ella, su vitalidad es lo que le dará una nueva
fuerza a este lugar! ¡Y ustedes se convertirán en abono para su crecimiento!
El cosmos de Piscis creció a su
alrededor. Para los sentidos de los santos dorados, era evidente que la mujer
no hablaba por hablar, podían sentir los latidos del cosmos de Shai palpitando
en la estela dorada que cubría a su enemiga, así como en cada rosa que
reaccionó a la voluntad de la amazona de Piscis.
Piscis tomó una rosa negra y la lanzó hacia
sus oponentes, en el acto todas las rosas pirañas cercanas volaron contra los
blancos seleccionados.
Ante las numerosas rosas negras viniendo
por todos los flancos, Jack reaccionó atinadamente. —¡No te muevas! —le indicó
a Nauj—. Lighting plasma! (¡Plasma
Relámpago!).
Lanzando un golpe al cielo, millares de
rayos dorados emergieron de sus nudillos, los cuales impactaron el centro de
cada rosa negra que intentó alcanzarlos, desintegrándolas en el acto. Cuando
las rosas negras fueron desintegradas, los haces resplandecientes se
redirigieron hacia la amazona de Piscis, quien temerariamente se adentró a la
red de luz. Aunque algunos rayos alcanzaron a perforar las hombreras de su
armadura y los muslos de sus piernas, ella logró su cometido, llegar a la
fuente de los resplandores y clavar una rosa en el pecho desnudo del santo de
Leo.
Por la cercanía, el santo de Libra
reaccionó y sujetó el brazo de la amazona para que no escapara, golpeándola en
el estómago con su puño recargado de cosmos. — ¡Estallido relámpago!
El poder descargado reventó la armadura
de Piscis desde el cinturón hasta el peto. Adonisia fue lanzada con potencia
hacia el horizonte, cayendo al suelo, donde pareció hundirse y desaparecer de
la vista de todos.
Nauj rápidamente se volvió hacia Jack,
quien se encontraba de rodillas, con el cuerpo tembloroso y escupiendo sangre
por el dolor. Con su mano intentaba tocar la flor blanca que se había clavado
en su corazón.
Cuando el santo de Libra notó que los
pétalos de la rosa comenzaron a teñirse de rojo, entendió lo que debía hacer,
por lo que sin miramientos extrajo el tallo de un solo movimiento, saliendo un
hilo de sangre a presión que intentó cubrir con la palma de la mano.
Leo se encorvó aún más, soltando un
gemido al momento de oprimir también la herida en su pecho.
—Recupérate, porque esa bruja no nos
dará tregua —Libra le dijo, estaba preocupado por él pero no podía permitirle
desfallecer ahora.
Jack sólo asintió, visiblemente
debilitado por el golpe de la rosa sangrienta.
— Parece
que saben trabajar en equipo —Adonisia se dejó escuchar, anticipando su
reaparición en el campo de batalla, emergiendo de entre las rosas como si fuera
una más de ellas. Para preocupación de los santos, la amazona lucía ilesa y
revitalizada.
— Pero jamás podrán superar el estrecho
lazo que yo tengo con este invernadero, el cual he hecho florecer con la sangre
de mis enemigos. Sus vidas segadas por mí lo han fortalecido, y ahora ha
evolucionado a niveles insospechados —Adonisia rió—. De haber sabido que sembrar a una amazona de oro aquí
traería tan buenos resultados, hace muchos años lo habría hecho. Lo que hace
preguntarme, qué clase de poder obtendrá mi invernadero cuando absorba la vida
de dos santos dorados más.
— ¡Eso no va a suceder, zorra infeliz!
Libra se desplazó a toda velocidad por
el campo de rosas, concentrando en su puño derecho el resplandor de su cosmo. —
¡Choque
de Estrellas!
Piscis desplegó su gran escudo de oro y
cristal, el cual se destruyó tras absorber el impacto de Libra, liberando
cientos de destellos que viajaron como rosas doradas hacia el santo. Nauj se
impulsó a través de los proyectiles florales, sin importarle ser golpeado por
ellos. La fortaleza de su cuerpo superó cualquier fuerza de estos, y aun tras
ser herido alcanzó a Adonisia.
Libra cerró fuertemente su mano sobre el
cuello de la amazona, a poco de partirlo en dos en el primer apretón. La alzó
del suelo para impedir su truco de viajar por entre las rosas, estrangulándola
sin consideración. Nauj precipitó su puño libre con la intención de sacarle él
mismo el corazón, mas una fuerte mano contuvo su golpe.
— ¡Pero…! ¡¿Tú?! —Libra clamó con
desconcierto al ver al hombre que surgió como ángel protector de la infame
mujer.
El impávido guerrero aprovechó la
turbación del santo de Libra para sujetar su otra mano, obligándolo a liberar a
la prisionera cuando sintió que los huesos de sus brazos comenzaron a
congelarse.
Nauj intentó resistirse al
congelamiento, pero supo que no lo lograría, por lo que a modo de estrategia se
dejó caer hacia atrás y utilizó sus piernas para lanzar lejos a su nuevo
enemigo.
Al levantarse, el santo de Libra ya
tenía en sus manos el tridente y la barra triple de su cloth señalando a los dos enemigos que lo rodeaban.
— ¿Con que así serán las cosas, no?
—Libra espetó, mirando de reojo a la amazona de Piscis.
En la distancia, Jack observó la
situación y no supo qué pensar al reconocer al nuevo aliado de Adonisia.— ¡¿Terario?!
¡¿Por qué él…?! ¡Oh, no! — se respondió a sí mismo al notar los mismos
síntomas que vio en el dios guerrero de Mizar no hace mucho tiempo. El color
aguamarina en sus pupilas, las venas azules marcadas en su rostro y piel. Sin
duda bajo la renovada armadura de Acuario una de esas malditas rosas debía
hallarse incrustada en su pecho.
— Si crees que ocultándote detrás de una
marioneta sin voluntad te librarás de tu castigo, estás muy equivocada— Libra
aclaró, notando lo mismo que Jack a lo lejos—. Aunque me sorprende, ¿cómo es
que justamente este hombre fue tan imbécil como para caer en tus redes?
Recuperada, la amazona de Piscis habló—:
Se resistió, debo admitirlo, pero todos poseen un punto débil, los más
desdichados son aquellos que lo tienen en la forma de otro ser viviente. Los
más astutos saben cómo esconderlo o son lo suficiente listos para mantenerlos
lejos de ellos… Fue fácil deducir cuál podría ser el de el impasible santo de
Acuario, imaginarán cuál fue mi sorpresa al haber acertado —dijo con cinismo—.
Sólo intercambié vida por vida, un trato justo —explicó, recordando el momento
en que envenenó a la ilusa chica rubia cuyo nombre no se preocupó en
memorizar—. Además, tenía que asegurar a un aliado
que me respalde por si Albert decidiera de repente traicionarme.
Sin decir palabra, Terario manifestó su
cosmos dorado y preparó su ataque invernal.
/ - / - / - /
Templo en ruinas.
La Patrono Hécate retrocedió, pasmada
por el poder que emitía el santo de Pegaso, pero no era un cosmos luminoso y
heroico, sino uno que irradiaba sangre
y extinción.
— ¿Qué quieres decir con que ya no eres
el santo de Pegaso? —cuestionó la mujer, una vez que el vendaval cesara y se
centrara sólo en el cosmos escarlata del hombre con armadura divina —. ¿Quién eres tú?
— Que
insignificante debo lucir para que una antigua sierva de Gea sea incapaz de
reconocer mi ascendencia —dijo el santo, curveando ligeramente los labios—.
Pero eso cambiará dentro de poco. Ahora… —Sus ojos destellaron al mismo
tiempo en que la Patrono gritó de dolor.
Hécate vio ese resplandor pero sólo
sintió los múltiples impactos en su armadura y nada que pudiera esquivar, siendo
arrastrada por los continuos golpes hasta chocar contra una gruesa columna que
derribó a su paso.
— ¡No
puede ser, no vi nada! —la Patrono pensó, sobresaltada al sentir un fuerte
sabor a sangre en la boca e intensas dolencias en su cuerpo. Su zohar esmeralda
no presentaba ningún daño, pero aun así se sentía como si acabara de recibir
una fuerte paliza.
El hombre se mostró analítico, cerrando
su mano a la altura del rostro. — Así que
es verdad, esas armaduras son las que estaban destinadas para los despreciados hijos de Urano, obsequio
de Gea para sus imperfectos hijos…
No es una sorpresa que ropajes tan inmundos terminaran en poder de los seres
humanos, a los cuales parecen vestir tan bien.
Sin levantarse, Hécate lanzó un puñado
de sus semillas especiales, las cuales germinaron a medio camino,
convirtiéndose en flores amarillas de largas lianas que se encargarían de sumir
al santo en un profundo sueño.
Un soplido de cosmos y las rosas se desintegraron en menor tiempo del
que les había tomado abrirse.
—
¿Es con esa clase de poder con el que planean desafiar a los dioses? Cuánta
insolencia.
En cuanto vio al hombre dar un paso
hacia ella, la Patrono respondió con hostilidad, desatando su poder en un
intento por mantenerlo alejado.
Los ojos de la Patrono se tornaron
completamente verdes cuando tocó la tierra y musitó—: Penitencia de la Tierra.
Un círculo esmeralda se trazó en el suelo,
encerrando al santo de Pegaso en una cúpula flamígera de diez metros de diámetro.
En su interior, la combinación de las fuerzas de la naturaleza circulaban como
partículas que cargaban con el poder de los rayos, erupciones, sismos,
tormentas y huracanes dentro de una presión atmosférica que debería ser capaz
de destruir a cualquier ser viviente, mas ni todo el rugir del mundo dentro de la
bóveda de llamas esmeralda detuvo el andar de Seiya de Pegaso.
Hécate quedó boquiabierta, sintiendo
como nunca antes el peligro de la muerte sobre ella. Volvió a retroceder,
evitando ser alcanzada por la misma cúpula que creó y avanzaba junto al
imparable hombre.
La Patrono decidió que tenía que huir,
sobre todo cuando el juego de luces y sombras del entorno alteraron por leves
segundos la imagen del santo y revelaron para ella una gran verdad.
— ¡No!
¡Es imposible! —fue su pensamiento en
el instante en que el sudor empapó su rostro.
El santo extendió las alas de su god
cloth oscura, y al batirlas una sola vez extinguió las paredes ígneas.
Hécate albergó esperanzas en su
teletransportación, mas en la fracción de segundo que le toma el desaparecer y
reaparecer en otro lugar fue mortalmente herida en el pecho, impidiendo su
escape.
Su gesto se congeló en completa
confusión, sólo sus ojos pestañearon un par de veces hasta que contempló cómo
es que el puño del santo de Pegaso había atravesado el peto de su zohar para reventarle
el corazón.
— No
importa lo sublimes que sean sus mantos protectores, bajo ellos siguen siendo débil
barro —el hombre murmuró, complacido con la mortalidad de la Patrono. De un
rápido movimiento sacó su mano, arrancando los restos del sanguinolento corazón
para arrojarlos a la tierra.
Incapaz de hablar, la mujer cayó al
suelo de espaldas, donde su cuerpo tembló a causa del shock de encontrarse en
los últimos momentos de vida.
El santo la contempló desde lo alto,
cubriéndola con la sombra que proyectaba su cuerpo.
— Debo
agradecerte, hetaira de Avanish, pues tú y los tuyos fueron cómplices de las hilanderas
para asegurar mi regreso… Es por eso que en gratitud te permitiré tener una
muerte pacífica. Reclamaré tu alma una vez que retome el trono de mi reino y
aparte a ese falso dios que se atreve a sentarse en él.
El santo dio media vuelta y desapareció,
dejando a la moribunda Hécate tendida en el pasto sin que ésta presentara
signos de querer oponerse a su destino.
Su mente y su cuerpo no entraron en
conflicto, aceptaron que iban a morir. La herida era mortal, sorprendente es
que no haya perecido en el acto. La sensación inicial fue terrible, pero en
cuanto tocó el suelo sus sentidos mostraron piedad y desconectaron cualquier
sensación de dolor.
Ella jamás se consideró una guerrera, no
fue entrenada como tal, y aun así dedicó los últimos años de su vida a combatir… Era normal que muriera en la
lucha, estuvo dispuesta a ello desde el principio, pero nunca hubiera querido
morir inútilmente, ese era el pesar que se transformó en lágrimas que corrieron
por su maduro pero bello rostro.
Sus últimos pensamientos los dedicó a
sus dos bellas hijas, y por supuesto al hombre que más amó en su vida.
Con sus últimas fuerzas, la Patrono palpó
los restos de su corazón destrozado, liberándose de éste pequeñas chispas de
luz que ascendieron al cielo tras el último soplo de sus labios. — Contigo
hasta el final, amor —musitó con una media sonrisa, siguiendo el ascenso de sus
últimas palabras, rogando para que llegaran a los oídos correctos. Al final la
Patrono terminó cerrando su ojo y encontró así el descanso que en el fondo
anhelaba, esperando poder soñar en la eternidad con aquellos días pacíficos en
los que sólo fue una madre que cuidaba de sus pequeñas niñas.
/ - / - / - /
Parajes montañosos del Santuario.
Cuando lo encontraron él no recordaba su
nombre, su edad, ni ningún otro dato que pudiera ayudar a los monjes a encaminarlo
hacia su hogar. Por sus rasgos y piel morena, imaginaron que provenía de algún
sitio de américa, y por su manejo de diversos lenguajes seguro se trataba de un
viajero que terminó con amnesia tras algún incidente.
Sin embargo, las cicatrices de su cuerpo
contaban una historia diferente, una de entrenamiento, tortura y guerra, sin
duda había sido adiestrado y vivido como guerrero desde temprana edad.
Pero en lo que la mayoría de los
hermanos concordaban era que su largo cabello blanco cual algodón era reflejo
de infortunio y quizá una advertencia para todos los que se le acercaran. Para
su suerte, el gran maestro del templo no era un hombre supersticioso, pero sí
alguien que creía fervientemente en el destino,
por eso fue bienvenido a quedarse en aquel
inhóspito lugar perdido en el bosque.
“Asis”
fue el nombre que le dieron y aceptó como suyo. Intentó hacer raíces allí pero
nunca dejó de sentirse un forastero y no tuvo la suficiente confianza como para
partir en busca de un lugar en el que realmente sintiera que pertenecía.
Con el tiempo redescubrió el potencial de su cuerpo y el dominio del cosmos le
fue sencillo de aprender. Por azares de las Moiras, una cloth dorada apareció
ante él un día, prueba irrefutable de que había sido elegido como un santo y servir a la diosa del Santuario sería su
deber hasta el último día de su vida.
Obvio decir que nada de eso le gustó,
sentirse una marioneta en eventos fuera de su control le era desagradable… quizá
por eso aceptó cuidar de Arun, un posible e inconsciente acto de rebeldía, creyendo
que era una decisión que tomó con libre albedrio.
Pero su libertad tuvo un costo, y ahora lo pagaba con creces en sufrimiento
y dolor desmedido. Sumido en la oscuridad y privado de cuatro de sus sentidos,
Asis se retorcía ante el réquiem tocado por Paris.
Las ninfas bailarían al escuchar la
melodía celestial, pero a oídos impíos
era un descenso al infierno en tres etapas.
La primera sólo generaba un insoportable
dolor a través de los oídos hasta el momento en que estos estallaban, pero aun así
la sonata sobrepasaba la nueva incapacidad del oyente para continuar lacerando
su cabeza.
La segunda fase ocurría cuando las notas
comenzaban a afectar el ropaje sagrado del condenado, generando vibraciones
capaces de destruir los átomos que lo conformaban. La cloth dorada de Sagitario
empezó a cuartearse rápidamente, cayendo en pequeños trozos al suelo del que
Asis intentaba levantarse.
Torturado por la agonía, el santo de oro
logró girarse en el suelo, quedando pecho tierra. Aun con el agarrotamiento de
su cuerpo logró plantar ambas manos en el suelo, buscando ponerse de pie.
Paris abrió los ojos un instante,
observando la tenacidad de aquel hombre que pese a haberle quitado los sentidos
continuaba mostrando un gesto desafiante y combativo, pero ésa era la
naturaleza de los mortales y nada lo cambiaría.
La armadura de Sagitario no resistió más
y se despedazó tras la vibración de una sola cuerda, ocasionándole un dolor incontrolable a Asis, tal cual le
hubieran arrancado la columna vertebral, dejándolo con los ojos volteados y la
saliva saliendo de sus labios.
El final del réquiem estaba por llegar,
por lo que la melodía se tornó más aguda y rápida. El santo se negó a
desfallecer, pero estuvo a punto de hacerlo cuando la canción pretendió
pulverizar sus huesos y órganos como lo hizo con la cloth de Sagitario, resintiendo
más la presión en su corazón, el cual terminaría estallando en el interior de
su pecho si no hacía algo pronto.
Nunca había sentido tanto dolor antes ¿o
sí? Algo en ese torbellino de agonía lo llevó a sentirse en otro lugar, en otro
momento donde la misma desesperación hervía su sangre y el odio tensaba su
torturado cuerpo...
Asis sabía que no debía rendirse, no podía hacerlo, no sólo por los
juramentos que había hecho, sino por orgullo propio. ¿Por qué morir a manos de
un heraldo de los dioses, quien en vez de luchar por lo justo sólo bajó a la
Tierra para hostigar a un inocente? No, eso es algo que no estaba dispuesto a
permitir, no por ser un santo sino como un ser humano.
Paris pestañeó incrédulo al ver que
Sagitario logró manifestar su cosmos una vez más, débil por supuesto, pero aun
así admirable.
— Cuánta
obstinación… está con un pie en la tumba y aun así intenta alcanzar lo
imposible —musitó, consciente de que su voz no sería escuchada por su rival—.
Con el cuerpo destrozado y los sentidos
destruidos, sólo es un cadáver viviente, pero una vez que detenga su corazón
todo habrá terminado, con la última nota…
Con el dolor como la única sensación perceptible,
Asis se aferró a él como un salvavidas en medio de un huracán. Sin importar la
fuerza que intentaba hundirlo, él tenía que ascender, volver a ponerse de pie.
En su mente recaía una gran responsabilidad, no sólo para con un niño indefenso
sino para los otros guerreros de Atena que tenían sus propias luchas. Si dejaba
con vida al guerrero del Olimpo, quién sabe a cuantos más podrá afectar a su
paso. Su misión es derrotar al ángel Paris y no abandonará este mundo sin
lograrlo... no defraudaría a nadie, no dejará que nadie muera por su propia
debilidad. Proteger a otros siempre ha sido su mejor cualidad y el motivo por
el cual era capaz de eliminar a cualquier enemigo en su camino.
Se olvidó de sus sentidos perdidos y
ligó su vida al séptimo que permitió que su cosmos volviera a brillar con
intensidad para ascender hacia el infinito.
Paris casi detuvo su melodía, pero
prosiguió aun cuando el cosmos de su enemigo lo empujó.
Sin más vacilación Paris estuvo por
terminar su réquiem mortal, pero antes de poder tocar la cuerda final, ésta se
rompió.
— ¡¿Qué?!
—el ángel se sorprendió, viendo asombrado que el resto de las cuerdas también
fueron cortadas en cuanto dos inmensas alas doradas se manifestaron en la
espalda del santo de Sagitario—. Es inaudito… ¿cómo sucedió? Su cosmos…
Como si las gigantescas alas pesaran lo
que el mundo, Asis batalló en erguirse. En el tiempo en que le tomó
enderezarse, los fragmentos de su armadura destruida se convirtieron en polvo
estelar que flotó hacia su cuerpo, cubriéndolo y tejiendo una vestimenta de energía
pura.
— Si en este mundo te consideran un ángel del cielo, entonces no me queda más
remedio que convertirme en el demonio
que te arrojará al infierno— Sagitario anunció.
El cosmos de Asis se fortaleció tras un
estallido por el que los destellos de su cuerpo tomaron una forma sólida,
mostrando una reconstruida cloth de oro, pero mucho más ostentosa que antes por
sus dobles hombreras, nuevos relieves marcados en su superficie y enormes alas de
oro curveadas.
— Esa
armadura — Paris quedó perplejo ante el resplandor que veía en la renovada
cloth—… tal cual narran sucedió en los Campos
Elíseos… ¡Una armadura divina!
¡Imposible! ¡Si Atena no…!
Asis abrió los ojos, mostrando la
recuperación de sus sentidos, un cuerpo restablecido y una nueva determinación
palpitando en su alma.
Lo que ángel y santo desconocían era que
Atena no era partícipe de aquel milagro,
pues la esperanza, las lágrimas y la sangre que permitieron a la cloth de
Sagitario alcanzar la divinidad
fueron las del pequeño cuya vida se disputaba en esa batalla mortal.
/ - / - / - /
Atlántida, Reino Submarino de Poseidón
Fue tal como el Emperador del Mar lo
predijo, en cuanto el océano se alzó contra la llamarada solar, las represalias
se manifestaron en el reino submarino en la forma de cuatro ángeles sirvientes
de Apolo, dios del sol.
Los emisarios del Olimpo no perdieron
tiempo, por lo que se dirigieron al centro del reino buscando detener a
Poseidón, quien obstruía el juicio del dios del sol sobre la Tierra infestada
por la estirpe de Nyx. Aplastaron sin miramientos a las alimañas que salieron a
su encuentro, pequeños peces sin nombre que Castalia deshidrató en el acto y
sin un deje de esfuerzo.
Se desplazaron por el palacio cual
parvada de aves, saliendo a los jardines donde el majestuoso Soporte Principal
se alzaba a lo lejos, sosteniendo el océano entero.
Los cuatro ángeles se detuvieron en
diferentes puntos del sendero cuando una línea de contingencia apareció en su
camino. Los ropajes dorados y anaranjados resaltaron a sus ojos y entendieron
que no eran inocentes pececillos, sino la élite del mar, los marine shoguns.
Cuatro marines shoguns detuvieron su
andar mientras los otros tres bloquearon el camino de regreso.
— No darán ni un paso más —sentenció
Enoc, portador de la scale de Dragón Marino y comandante de las fuerzas de la
Atlántida.
— Lamentamos
la invasión a sus dominios —habló el ángel Admeto, quien encabezaba el escuadrón
de emisarios de Apolo. Era un hombre de apariencia noble, piel bronceada,
cabello corto, oscuro y rizado, con una sutil barba en el mentón. Su gloria era
de color blanco y dorado sobre una túnica clara, su peto estaba decorado con el
relieve de una biga* tirada por un león
y un jabalí, con el astro rey sobre ellos—, pero
hay un mensaje para el Emperador del Mar que debe ser entregado. Esperamos nos
ayuden a hacérselo llegar — dijo, sonando demasiado serio y formal pese a
la clara burla en sus palabras.
— Su instigación a la guerra es clara,
por lo que las formalidades no son necesarias —respondió Enoc, respaldado por
el resto de los marine shoguns cuyas scales han sido restauradas a sus formas
originales—, ninguno de ustedes verá el rostro del emperador Poseidón.
— Este
reino alguna vez fue el hogar de un ejército al cual temer —habló la fémina
del grupo, Castalia, una hermosa mujer peliazul
de piel clara y cuerpo delgado, cuya gloria platinada iba acompañada de un
faldón azul hecho de agua— pero desde que
su Emperador fue derrotado por Atena no han podido recuperar la reputación de
antaño, no son más que sombras de una era dorada que debe ser sepultada para
siempre bajo el mar.
El cosmos de Castalia se materializó
como un torrente de agua que la envolvió,
generando grandes olas cósmicas contra los marinos y hasta sus aliados.
Los otros tres ángeles anticiparon la acción
de su compañera al conocer su impulsivo carácter, por lo que se desplazaron en
un santiamén hacia diferentes rincones de los jardines del palacio, así como
los marine shoguns.
Admeto usó la pequeña distracción para
seguir el sendero original, pero cuando resintió una sombra a su espalda decidió
dar una voltereta hacia atrás para eludir el ataque a traición. En el aire, en plena
pirueta, con el cuerpo arqueado y de cabeza, el ángel vio el paso del Dragón
Marino quien al no haber atinado rápidamente frenó y lo atacó de nuevo.
Admeto movió su cuerpo hábilmente aún en
el aire y con la punta del pie izquierdo frenó el puño de Enoc, sólo para
responder con una patada de su pierna derecha hacia el marino, quien no perdió
la cabeza pero sí el casco de su scale.
Cuando el yelmo estalló en su cabeza, Enoc
quedó aturdido por el golpe que lo llevó a estrellarse en un pilar cercano
contra el que rebotó, pudiendo quedar de pie. La sangre brotó del lado derecho
de su cráneo y empapó rápidamente la mitad de su rostro.
—
Aun cuando el Emperador vertió su sangre en esta armadura, él pudo… —Enoc detuvo
sus pensamientos cuando el ángel Admeto dio unos cortos pasos en su dirección.
— ¿Sigues
en pie? Nada mal para un mortal —el ángel comentó, intrigado por la
resistencia de su oponente—, pero me temo
que nuestras ordenes son aniquilar a todos aquellos que desafíen la voluntad de
los cielos — su cosmos se materializó entre sus brazos, formando alas
cortas con las que se impulsó hacia el marine shogun.
— ¡La ira de Leviatán! —contraatacó
Enoc, lanzando un sucesión infinita de golpes a la velocidad de la luz.
Admeto no se detuvo, incrementó su
velocidad y en un santiamén recorrió el laberinto de luz, superando cada golpe
para embestir a su rival.
Enoc apenas vislumbró al luminoso ángel
que pasó a través de él, arrastrando las llamaradas de su cosmos que por un
instante parecieron dibujar un carro de guerra siendo jalado por dos feroces bestias.
El marine shogun fue aplastado por el
abrasante ataque que lo elevó varios metros en el aire. Admeto permaneció
inmóvil incluso cuando el cuerpo de su enemigo cayó al suelo, justamente detrás
de él.
El ángel miró por encima del hombro al
marine shogun, a quien sabía con vida por los ligeros espasmos de su cuerpo
herido. Su scale resistió lo más que pudo, pero las fracturas en ella eran notorias.
Aturdido, Enoc abrió los ojos y estiró
la mano hacia su adversario, como si deseara aplastarlo con ella.
— Ni
siquiera lo intentes —escuchó antes de que su mano alzada crujiera por la
presión invisible que la trituró.
Enoc se encogió de dolor, pero reprimió
cualquier grito, miró con furia al ángel y notó que los ojos de Admeto perdieron
un destello dorado que instantes antes los había iluminado.
— Tus
sucias manos jamás podrán tocarme.
— Así que éste es el poder de los
guerreros del Olimpo —musitó Enoc, pudiendo reincorporarse—. Pero aun así es
risible que sólo cuatro de ustedes pretendan encarar a un dios.
— Un
dios en un recipiente de barro… —corrigió el ángel, quien abrió los ojos
sorprendido cuando Dragón Marino lo atacó de manera sorpresiva.
Enoc se movió a tal velocidad que su
puño estuvo por encajarse en el pómulo del ángel, mas este ladeó su cuerpo y
sólo recibió un rozón que soltó un delgado hilo de sangre en su mejilla.
Como si en aquel movimiento Enoc hubiera
gastado todas sus fuerzas, dio una pesada respiración mientras su cosmos se engrandecía.
— No te atrevas a hablar del Emperador
con tu inmunda boca —prohibió, con la mirada de un hombre que no estaba
dispuesto a perder por mucha que fuera la diferencia de poderes con su
adversario.
/ - / - /
Cuando su ataque acuático cesó, Castalia
alzó la mano sobre su cabeza, deteniendo el fiero golpe de la lanza de Cryshaor
sólo con las yemas de su dedo índice y medio.
Behula había saltado para posicionarse
sobre su punto ciego, por lo que quedó perpleja cuando la guerrera del Olimpo
bloqueó su ataque con tal facilidad.
Con un rápido movimiento de muñeca
Castalia apartó la lanza dorada, encajando un rodillazo en el abdomen de Behula
y un codazo en la espalda, reteniendo el cuerpo de la marine shogun entre sus
dos extremidades, ejerciendo presión en un claro intento de partirla en dos con
sólo su fuerza.
Behula de Cryshaor escupió sangre, pero
retuvo su conciencia aún tras los dos impactos que le privaron del aliento. Cuando
la scale comenzó a romperse a la altura de su cintura, la marine shogun invocó
el poder de los elementos para liberarse.
El ángel retrocedió, viendo los aros de
fuego, tierra, aire y agua que rodeaban ahora a su rival y con los que
ilusamente creía que se defendería.
— ¿Una
maestra de los elementos? —Castalia mostró un gesto de desaprobación—. Demuéstrame lo que un ser humano puede hacer
con la bendición de la Madre Tierra.
— ¡No tengo que demostrarte nada!
—Behula manifestó su cosmos, sobre el que aparecieron cientos de brazos
sosteniendo armas doradas—. ¡Danza de los mil brazos!
Castalia giró sobre sí misma y de las
alas azules que se materializaron bajo sus brazos se creó un gran tornado de
agua que la rodeó. Del remolino crecieron largos látigos acuáticos que
neutralizaron el ataque de la marina.
Una vez que los mil brazos fueran erradicados, las extremidades de agua se
precipitaron hacia Behula, mas cuando estos fueron convertidos en hielo
descubrió que Alexer de Kraken había decidido unirse a la lucha.
El efecto de solidificación llegó hasta
el torbellino, el cual se volvió un pilar de hielo dentro del que el ángel
también pareció congelarse.
— ¿Será suficiente? —Behula preguntó con
desconfianza.
— Nunca es tan fácil —aseguró Alexer,
teniendo la razón.
Ambos vieron que la estatua de hielo cobró
vida dentro del pilar congelado, saliendo de su interior como si las paredes de
cristal no existieran. El ángel, con la intimidante apariencia de un blanco
espíritu de las nieves, permaneció en el aire y contempló a sus oponentes en el
suelo.
— Qué
ingenuidad la suya… No importa qué tan bien puedan imitar los dones que los
hijos de la Tierra heredamos de nuestra madre, nunca dejarán de ser más que
simple fango.
Los ojos blancos del ángel brillaron con
fulgor azul y al instante un geiser de agua surgió bajo los pies del marine
shogun de Kraken, elevándolo en el aire hasta que el agua se congeló a su
alrededor, encerrándolo en un témpano de
reluciente zafiro.
— ¡Alexer! —Behula intentó socorrerlo,
pero el ángel volvió a usar sus poderes y la encerró dentro de una esfera de
agua de la que no pudo salir por más fuerza que empleó. Fue invadida por la
desesperación cuando sintió que el líquido estaba entrando de manera forzosa
por su garganta y nariz. No pudo mover más su cuerpo dentro de esa trampa,
incluso terminó soltando su lanza de oro.
Behula de Cryshaor supo que su fin
estaba cerca, no sólo por el agobiante dolor, sino porque su sangre comenzó a
salir en abundancia por su boca mientras el agua continuaba entrando por sus fosas
nasales, como si el ángel intentara sustituir toda la sangre de su cuerpo por
agua pura, lo que provocaría el inminente colapso de su organismo.
Con regocijo, Castalia vio que la prisión
de agua se transformó rápidamente en una de sangre, y sólo hasta que la marine
shogun dejó de retorcerse y puso los ojos en blanco soltó la esfera carmesí al
suelo, esparciéndose todo el fluido rojo alrededor del cadáver de la mujer.
/ - / - /
Nihil de Lymnades y Tyler de Hipocampo
fueron atacados por el ángel Arctos, un hombre de gran altura, que por cuya
piel pálida resaltaba el negro de su cabello y la oscuridad de su gloria.
El veloz ángel no deseó intercambiar
palabras con los hombres que estaba por asesinar, por lo que se precipitó hacia
ellos para propinarles un par de golpes con los que debió bastar, sin embargo,
los marine shoguns se alzaron de inmediato y atacaron con sus técnicas.
El viento huracanado de Hipocampo sólo
meció el cabello del ángel, mientras que los látigos de fuego de Lymnades lograron
aprisionar su brazo izquierdo sin causar ningún estrago en él.
Arctos sacudió su extremidad y los látigos
de salamandra se transformaron en simples cenizas que él mismo empujó
de vuelta hacia Nihil de Lymnades. Las cenizas volvieron a encenderse en cuanto
hicieron contacto con la scale sobre la que se propagó como si fuera de
ordinaria madera.
Envuelto por las llamas de su propio
poder, Nihil quedó sumergido en sus recuerdos y pecados, que pese a no ser
muchos lo castigaban con un dolor paralizante.
Aun cuando vio la pila de fuego en la
que su compañero se había convertido, Tyler de Hipocampo no pudo ir en su
ayuda. En la distancia, Arctos lo señaló con el dedo índice, como si de éste
fuera a disparar algo, mas su error fue centrarse en la yema de ese dedo y no en
la cosmoenergía que brilló en sus ojos.
Para Tyler fue como ver el horizonte al
atardecer y esperar ese momento justo en que el sol agoniza en la distancia,
liberando la última luz del día, la más brillante y tenebrosa, pues con su
resplandor el mundo se sume en la oscuridad.
El ataque fue tan rápido que el marine
shogun no pudo siquiera alzar su campo protector, el cual no habría marcado
ninguna diferencia, pues cuando el inmenso rayo de luz que emergió de los ojos
del ángel lo golpeó, de su cuerpo no quedó nada.
/ - / - /
El ángel Céfiro era un bello joven de
piel pálida y ojos ámbar, su cabello largo era de un rubio albino sobre el que
una careta dorada resaltaba. La parte inferior de su rostro estaba cubierta por
una máscara lisa de metal platinado que silenciaba su voz. Una gloria blanca y
dorada protegía los puntos vitales de su delgado cuerpo.
A diferencia de sus otros compañeros, él
permaneció inmóvil sólo hasta que Sorrento de Siren y Caribdis de Scylla lo flanquearon.
Caribdis fue la primera en atacar,
liberando con el poder del viento a una de sus seis bestias: el lobo. El ángel
ni siquiera se movió, pero cuando el lobo hecho de ráfagas de viento lo golpeó,
su propia figura se distorsionó como si él mismo fuera otro ser hecho de aire,
volviéndose a formar tras un simple segundo ante la mirada incógnita de
Sorrento. Scylla volvió a intentarlo, esta vez desatando la fuerza del oso, mas
la gran bestia impactó al ángel y de nuevo su cuerpo se fragmentó como si fuera
una nube hasta volver a armarse.
El silencioso ángel ladeó la cabeza
hacia ellos, mirándolos con cierto pesar.
Intuyendo que Céfiro manipulaba en gran
nivel técnicas de viento, Caribdis decidió experimentar, esperando ser así de
utilidad para el marine shogun de Siren. La atlante se impulsó a la velocidad
de la luz con el puño extendido, mas su cuerpo traspasó la figura del enemigo
sin impactar algún blanco físico, sin embargo sintió como si hubiera atravesado
un portal dentro del cual fue golpeada por incontables cuchillas que pudieron
haberla desmembrado de no ser por su scale.
Sorrento lo vio claramente: al momento
en que Caribdis estuvo a milímetros de golpear al ángel con su puño éste se
evaporizó, volviéndose un torbellino de aire por el que Caridbis entró para
salir con heridas sangrantes y su armadura fracturada.
La marine shogun rodó en el suelo,
levantándose presurosa para alejarse un poco e intentar comprender lo que había
sucedido.
— ¡Espera,
Caribdis! —escuchó de Sorrento, quien enlazó su cosmos con el suyo para
comunicarse—. Es claro que este hombre no
será afectado por ningún tipo de ataque físico, por lo que permíteme ser yo
quien actúe.
Sorrento de Siren sopló sobre su flauta
sagrada, elevando su cosmos para fortalecer el poder de la Dead End Symphony (Sinfonía final).
— No
importa que no podamos alcanzar su cuerpo, mientras tenga una mente mi técnica deberá…
La armadura de Sorrento reventó tras el
impacto del vuelo del ángel, quien desapareció de la vista de los marines
shoguns para reaparecer detrás del marino a una velocidad divina.
Sorrento cayó al suelo, abatido y cubierto
de cortes por todo el cuerpo. Céfiro
pareció confundido al ver que su enemigo aún vivía, sin poder saber que lo
único que evitó que su presa no se convirtiera en pedazos sanguinolentos de
carne fue la magia de la melodía mortal que por fracciones de
segundo disminuyó sus poderes.
Céfiro convirtió sus brazos en
corrientes de vientos cortantes y los precipitó hacia su tullido rival, mas
Caribdis de Scylla se interpuso para protegerlo, con las seis bestias formadas
por las ventiscas de su cosmos como escudo.
— Señor
Sorrento, lo siento —le dijo a través de sus pensamientos—. No puedo emplear todo mi poder… no mientras
el Emperador necesite de todo su cosmos para salvar el mundo... En mi
inutilidad, lo menos que puedo hacer es servirle como escudo.
En el suelo, el marine shogun alzó la
cabeza y miró la espalda de su compañera. Ambos se encontraban en medio de un
tornado feroz y sólo el inestable vacío que Caribdis mantenía sobre ambos es
por lo que no eran despedazados por el viento cortante.
— No
se rinda —le pidió ella.
Sorrento logró alzarse sobre sus
rodillas, sujetó la flauta sagrada que aún se conservaba entera e intentó
tocarla, pero los profundos cortes que recibió parecían haber atrofiado
seriamente sus manos, tanto que se le
dificultó hasta el alzarla para acercarla a su boca.
— ¡Maldición…! —se lamentó, enfurecido
por su debilidad.
Fue entonces que al borde de la derrota,
una repentina voz llegó a oídos de guerreros de Poseidón y Apolo por igual,
deteniendo por unos momentos las batallas.
— Qué
lamentable ver que la élite de los guerreros del mar sea incapaz de cumplir su
único y más sagrado deber.
Los ángeles miraron hacia una misma
dirección, mientras algunos de los marinos se sobresaltaron al reconocer al
propietario de ella.
— ¿Es
así cómo pensáis proteger a vuestro Emperador? —reprochó a los heraldos de
Poseidón.
De pronto, el entorno que los rodeaba
comenzó a desaparecer detrás de largas paredes de energía aguamarina,
encerrando a todos los presentes. Los muros se electrificaron por unos instantes
antes de desvanecerse y caer como telones para descubrir un nuevo escenario.
Los guerreros se confundieron al no ver más
el océano sobre sus cabezas, ni el palacio de Poseidón, mucho menos el Sustento
Principal, en cambio ahora se encontraban rodeados por un cielo nocturno donde
sólo las estrellas daban algo de luz, pues una luna negra reinaba en las
alturas.
En ese espacio infinito flotaba una gran
ciudadela, con una arquitectura idéntica a la plasmada en los edificios de la Atlántida,
pero completamente vacía y en eterna penumbra. Todos ellos estaban reunidos en
el centro de una gran explanada pública frente a la entrada de un palacio del
cual salió un hombre y miró a todos desde lo alto de las escaleras del recinto.
— Tú… —musitó Dragón Marino, con un
gesto más de enojo que de agradecimiento por la intervención.
Los ángeles miraron al hombre enfundado
en una reluciente armadura dorada del que percibían un cosmos poderoso. Su
cabello largo y azul se ondeó con violencia por el viento que sopló de repente,
resaltando a la vista que carecía por completo de su brazo derecho.
— ¿O
pretendéis que de nuevo sea un santo de Atena quien salve vuestro reino?
—cuestionó Atlas, el primer santo de Aries y antiguo rey de la Atlantida.
FIN DEL CAPÍTULO 59
Guerrera satélite*: Se nombraron
así a las guerreras que sirven a Artemisa en Saint Seiya Next Dimension.
Biga*: Carro tirado
por dos caballos del que se sirvieron los griegos y romanos.