Capitulo 37. Imperio Azul. Parte I.
Cara a cara.
En la nueva era, no existe una comunidad más grande y próspera que la
lograda por el emperador Poseidón, gobernante del reino submarino conocido como
la Atlántida.
Consciente del fenómeno que alteró el mundo y cambió la Tierra, el
dios del mar actuó con gran generosidad y benevolencia, acogiendo a todos
aquellos que necesitaran de guía y
protección; humanos dignos que reconocieran su divinidad y trabajaran
arduamente para lograr la utopía que, desde tiempos remotos, ha deseado.
Con sus recursos debidamente administrados, le ha dado comida y cobijo
a centenas de personas que habitan sus ocho ciudades en la superficie y otras
pocas que residen en el glorioso reino bajo el mar.
La Atlántida se convirtió rápidamente en un reino autosuficiente, mas ha
procurado tener lazos diplomáticos con otras comunidades u organizaciones. Al
mismo tiempo, intentando olvidar las viejas rivalidades con el Santuario y
Asgard.
El Emperador se ha mostrado cooperativo durante todos esos quince
años, algo que asombraba a sus viejos enemigos. Pero sus intenciones eran auténticas,
el mismo Shaman King lo afirmaba.
No había formado un reino con intenciones militares, sino uno lleno de
riquezas culturales y comerciales… sin embargo, la existencia de los marines shoguns
y otros guerreros marinos continuaba siendo necesaria como guardianes y
protectores del reino. Cada marine shogun era responsable de mantener la paz y
el orden en su respectiva ciudad, ubicada en una isla correspondiente al océano
que protege.
Aristeo de Lyra y Sugita de Capricornio navegaban por el Mar Mediterráneo
en un barco cuya tripulación se ofreció a llevarlos. Su destino, la isla
llamada Gadiro, una extensión de tierra que emergió de las
profundidades por voluntad y poder del emperador Poseidón para que sirviera a
sus fieles como un hogar en el que
pudieran cultivar su sociedad.
Los santos decidieron no esconder quienes eran, por lo que sus cloths
de plata y oro destellaban por el sol de aquel atardecer.
Tuvieron que viajar de manera tradicional al ser la manera más apropiada,
después de todo era la primera vez que un santo del Santuario se atrevería a
pisar el reino de Poseidón en esta nueva era.
Fue un viaje silencioso en el que Aristeo respetó la privacidad de los
pensamientos de Sugita, por lo que se entretuvo tocando algo de música para
deleite de los hoscos marineros, quienes fueron capaces de disfrutar tan bellas
melodías.
Tras haber estado tan cerca de la muerte y recuperado de ello, Aristeo
sentía que percibía todavía mejor el mundo pese a su ceguera. Eran sensaciones
gratas y de gran paz, sobre todo allí en el inmenso mar. Le alegraba haber sido
elegido para viajar a la Atlántida, aunque en su cabeza aún resonaban las
súplicas de su amada por que permaneciera con ella en Grecia.
El joven santo de Capricornio
nunca se había sentido incómodo en el mar, pero tenía que admitir que
ahora tenía algo de miedo.
— El viento fuerte y la marea
tranquila, el dios del mar debe estar de muy buen humor —escuchó decir
de los marineros que hablaban entre
ellos.
— Los pescadores tienen un buen concepto del dios Poseidón —comentó
Aristeo, quien permanecía sentado sobre unos barriles, evitando estorbar de
cualquier forma a la tripulación—. A diferencia de lo que percibo del Patriarca
y del santo de Pegaso, las personas le tienen aprecio, no creo que haya que
temer. Sólo basta escuchar lo que dicen los súbditos más humildes de un reino para
conocer la verdadera naturaleza del soberano.
Aristeo estaba enterado del toque personal que para Sugita de
Capricornio tenía esta misión. Confiaba en que fuera algo que de verdad los
beneficiara para cumplir con la investigación encargada.
Sugita miró de reojo al santo de plata antes de regresar la vista al
mar— Sí, seguro debe ser una buena persona… —musitó, recordando que en efecto
él ya ha sido oyente de su buena
voluntad; en Cabo Sunión fue la prueba.
El cuervo negro que reposaba sobre su hombro permanecía en completo
silencio. Por insistencia de Kenai de Cáncer accedieron a llevar con ellos a
una de sus misteriosas aves. Kenai les aseguró que no tendrían que preocuparse
por ella, era bastante dócil y no les causaría problemas, además de que a
través del cuervo podría saber si se meten en algún lío.
Estaba por anochecer cuando
divisaron tierra. La isla se alzaba todavía más metros por encima del nivel del
agua. Rodeada por peñascos y acantilados, el único acceso fácil y seguro era el
puerto de la bahía.
Allí, pocas embarcaciones se encontraban ancladas, pero las luces de
la playa llamaban la atención.
Los santos, el capitán y un par de marineros subieron a un bote para llegar a la orilla. Desde la distancia,
otros marineros saludaban a los recién llegados, delatando camaradería e
incluso reclamos sobre deudas de dinero.
Para cuando pisaron el muelle, el capitán y sus hombres se despidieron
de los santos, por cortesía los invitaron a acompañarlos a la taberna, mas fue
obvia la respuesta del santo de Lyra, quien agradeció su ayuda.
Una vez solos, Aristeo y Sugita esperaron a que algo sucediera. Los
lugareños los miraban con curiosidad, pero pasaban de largo para proseguir con
su camino.
— Supongo que debemos esperar a que alguien nos dé la bienvenida —dijo
Aristeo.
— Creí que el Patriarca había enviado un aviso de nuestra llegada
—Sugita comentó.
— Sí, pero no especificamos cuándo sucedería —respondió.
Sugita contempló el puerto con curiosidad, cómo es que en esa media
luna que formaba la bahía numerosas construcciones con arquitectura griega se levantaban
rodeadas de arbustos y árboles. El muelle de roca sólida estaba decorado con
lamparones decorativos y velas. Había algo de bullicio, pero se respiraba una convivencia
sana y pacífica entre la población.
Pasó poco tiempo para que alguien se le acercara con confianza y
naturalidad, se trataba de una mujer de hermosos ojos azules, de piel blanca y
un extenso cabello rubio. Traía puesto un vestido blanco que le cubría hasta por
debajo de las rodillas sobre el que resaltaban los aretes, collares y pulseras
rojas que portaba.
— Bienvenidos —dijo con amabilidad—. Ustedes deben ser los emisarios
del Santuario que buscan una audiencia con el emperador Poseidón.
— En efecto, somos nosotros —dijo el santo de plata, inclinándose de
manera caballerosa hacia la dama, un acto que Sugita imitó—. Lamentamos no
habernos anunciado con propiedad pero no era posible especificar el día de
nuestra llegada. Espero no sea un inconveniente.
— Ninguno. Los estábamos esperando —la mujer respondió—. El Emperador
autorizó dejarlos pasar. Por favor, acompáñenme. Mi nombre es Tethys y seré su guía —sonrió.
Aristeo y Sugita siguieron a la mujer, que los condujo por la ciudad.
Todo tenía un toque ancestral, una recreación exacta de la Grecia antigua,
incluso las personas vestían de esa manera holgada y sencilla.
Aristeo pensaba en que era extraño que sólo hubieran enviado a una
mujer a recibirlos, esperaba a un guerrero. Sin embargo, también cabía la
posibilidad de que esa mujer fuera más de lo que aparentaba.
El edificio que se encontraba por encima de todas las demás
construcciones era un gran templo ceremonial, el cual estaba custodiado por soldados
que los miraron sin hostilidad alguna.
En su interior había hermosas esculturas de seres marinos como sirenas
y dragones de agua, pero lo más destacable era la estatua del mítico dios del
mar vestido con su armadura, sujetando su tridente como un escudo frente a él y
un violento oleaje a sus pies. En la base de donde se erigía la obra maestra,
se encontraba plasmado el símbolo del Emperador, hacia el cual Tethys parecía
llevarlos.
Sugita miró la gigantesca estatua con asombro, pues mientras la de Atena
transmitía solemnidad y paz, la del Emperador demostraba fuerza y rectitud.
— La isla Gadiro es sólo un punto de encuentro. El Emperador los
espera en su templo bajo el mar —la mujer explicó, tocando con la punta de los
dedos el símbolo en el muro, sobre el cual se marcó una línea vertical de
manera simétrica, abriéndose una puerta de la que emanaba una gran luz blanca.
— Por aquí —pidió ella, siendo la primera en perderse dentro de ese
portal luminoso. Los santos la siguieron momentos después.
Sugita quedó cegado durante unos segundos por la luz tan brillante,
pero en cuanto recobró la visión se vio dentro de un templo diferente, en cuya
pared interior había otras siete grandes compuertas con el mismo símbolo de
Poseidón. La puerta a su espalda se
cerró de manera estruendosa.
Frente a ellos se veía la hilera de columnas blancas que sostenía la bóveda
de la construcción, mas entre ellas se vislumbraba la hermosura de una
ciudadela de la que se alzaba un gran pilar que llegaba a tocar el cielo.
Alrededor de dicho pilar, la estructura de un palacio estaba presente.
Desde la altura y distancia en la que se encontraba, Sugita de Capricornio
quedó maravillado por el paisaje frente a sus ojos.
El palacio del Emperador lucía como toda una fortaleza blanca que
resaltaba entre las veredas rocosas y el inmenso azul del cielo que no era más que el mismo océano sobre sus cabezas.
— Bienvenidos sean a la Atlántida —dijo la mujer, señalándoles las
escaleras que debían descender para llegar al Templo de Poseidón—. Aquí es
donde recibimos a los viajeros, tendremos que caminar un poco más para llegar a
donde se encuentra el Emperador —explicó, comenzando a bajar los escalones.
Aristeo esperó a que Sugita se pusiera en movimiento, pero el joven
santo tardó en reaccionar. El santo de plata envidió no poder ver la
maravillosa visión del reino submarino, por lo que se limitó a sondearlo con
sus otros sentidos.
Las escalinatas los llevaron por un camino de pronunciadas curvas y
arrecifes, rodeado por exótica vegetación marina como corales de radiantes
colores, estrellas de mar y caracoles incrustados en las rocas. Momento que
Aristeo de la Lyra eligió para indagar un poco sobre la Atlántida.
— ¿Acaso hay civiles que viven en el reino submarino?
La mujer volvió un poco el rostro sin dejar de caminar — Así es,
aunque la mayoría de ellos residen en las ciudades del exterior, algunos han
preferido permanecer aquí para servir devotamente al Emperador.
— Con la extensión de su reino, es seguro que debe requerir de un gran
número de soldados para cuidar de él.
— Cada ciudad está a cargo de uno de sus más leales súbditos, los marines shoguns. Su deber es impartir
orden cuando las situaciones lo requieren, así como defender a la población de
cualquier amenaza.
— ¿Por qué no vimos a uno en la isla Gadiro? —preguntó Sugita,
meditando.
— ¿Qué te hace pensar que no estás viéndolo? —cuestionó ella,
mostrando un gesto travieso.
Sugita no supo qué decir, robándole así una risita a Tethys— Sólo
bromeo. La ciudad de Gadiro está bajo el cuidado directo del Emperador, yo sólo
soy su vocera.
Los tres llegaron al fin al palacio, de muros y columnas tan altas que
empequeñecían a todos los caminantes. Los
recibieron algunos soldados vistiendo sus armaduras, quienes se mantuvieron
como estatuas rígidas en sus puestos.
Antes de entrar, Sugita se desconcertó cuando el cuervo de Kenai
abandonó su hombro para emprender el vuelo.
— Pero… ¿A dónde va? —se preguntó al seguirlo con la mirada.
— Déjalo, ya volverá —Aristeo sugirió.
Siguieron un camino alfombrado por el que miraron mujeres deambular.
Ellas saludaron a los invitados con propiedad para después proseguir con sus labores.
Tethys los condujo hacia una gran puerta, custodiada por otros dos
hombres. Los centinelas agacharon respetuosamente la cabeza ante la mujer
cuando ésta se detuvo. Ella se giró hacia los santos para decir —Hemos llegado.
Mas debo informarles que sólo uno de ustedes podrá pasar.
— ¿Sólo uno? —repitió Aristeo con cierta desconfianza.
Tethys asintió — Es parte del protocolo.
— De acuerdo —el santo de plata supo que no tenía muchas opciones—.
Seré yo quien pase a la audiencia.
Sugita no objetó, por un lado le alivió tal situación.
Tethys dio la orden para que abrieran la puerta que mostró más
escaleras. El santo de Lyra entró no sin antes aconsejar a su acompañante —Sé
prudente— ocultando el mensaje real —Ten
cuidado.
Cuando la puerta se cerró, Sugita de Capricornio creyó que
permanecería allí, en espera de noticias de Aristeo, sin embargo, Tethys se
ofreció a darle un recorrido. No percibía malas intenciones en tal propuesta,
además pensó en que quizá podría encontrarse con esa persona que le habló en
Cabo Sunión. Sólo por ello es que aceptó.
Tethys lo acompañó hacia una estancia exterior, donde de los muros
resbalaba el agua como fuentes decorativas. Era una explanada amplia en la que
había bancas donde hombres y mujeres descansaban mientras los
niños jugueteaban, como si fuera un parque. Se respiraba tanta tranquilidad y
armonía que Sugita pensó que aquello era lo más cercano que haya visto a una
utopía.
Miraba con discreción a las personas, buscando, aunque cuando lo
razonaba se reprendía a si mismo ¿cómo encontraría a alguien a quien ni
siquiera le vio el rostro?
De un momento a otro, encontró a alguien que retuvo su atención. Se
trataba de un hombre que en solitario estaba sentado en una de las bancas. Vestía
una túnica blanca con adornos dorados en el cuello y hombros. Él estaba leyendo un libro con
interés, pasando los dedos constantemente sobre la pulcra y corta barba que
cubría su mentón.
A simple vista no era nadie extraordinario, sin embargo Sugita no pudo
quitarle la vista de encima, incluso se detuvo para contemplarlo. Tethys lo
notó, por lo que de igual forma aguardó. Ella miró hacia la dirección en la que
lo hacía el santo de Capricornio, sonriendo ante la visión de sus ojos.
Aun en la distancia, el hombre de largo cabello azul pareció percatarse
de la situación. Al alzar la vista, dirigió su mirada color esmeralda al joven
santo.
Sugita quedó impresionado por la fuerza que percibió dentro de esos
ojos. Con el simple hecho de verlo sentía la necesidad de acudir a su lado y
pedirle permiso para siquiera respirar.
Con ese único gesto, el hombre de ojos verdes pareció escudriñar cada parte
de su alma y pensamientos. Tal estupefacción sólo la ha sentido una vez… y fue
en el Santuario, ¿acaso ese hombre podría ser…?
Sugita se sintió totalmente indefenso y vulnerable al ser blanco de
esos ojos verdes; lo que desconocía su mente lo sabía otra parte de su ser.
Pero toda esa tensión desapareció en cuanto un sonido lo sacara de su
estupefacción. Sugita reconoció tal tonada, por lo que pudo desviar los ojos a
otra dirección. Buscó el origen de la melodía, pudiendo ver en esa misma
explanada, junto a una fuente circular a lo lejos, la espalda de un hombre
rodeado por un grupo de niños que festejaban la música.
Los adultos se contagiaban de las sonrisas de los pequeños, por lo que
con alegría contemplaban la manera en la que bailaban y canturreaban junto al
flautista de cabello lila.
Sugita se giró nuevamente hacia el hombre de ojos verdes, pero él
había vuelto a su lectura de manera despreocupada. El santo titubeó sobre lo
que debía de hacer, mas Tethys le facilitó las cosas.
— Creo recordar que dijiste que querías conocer a uno de nuestros marines
shoguns —dijo, tocándole el hombro—. Ven, te presentaré —guiándolo hacía allá.
— Sí… pero yo…
— ¿Ocurre algo? —inquirió ella.
— Es sólo que —miró una última vez al hombre de pelo azul—… No, no es
nada —acobardándose al final.
Tethys lo acercó a donde la mayoría de las personas que estaban esparcidas
por la explanada ya se encontraban aglomeradas. Ese pequeño concierto se alargó
algunos minutos en los que el flautista no perdió concentración ni ritmo.
Permaneció con los ojos cerrados hasta el último soplido. Cuando sus ojos se
abrieron, los aplausos de los oyentes se hicieron escuchar.
Sugita observó detenidamente a ese hombre de llamativo cabello, no
portaba una armadura sagrada que lo distinguiera, en vez de eso llevaba puesto
un elegante traje blanco de camisa y pantalón.
Poco a poco cada una de las personas regresó a sus actividades, por lo
que finalmente el flautista pudo acercarse a las únicas dos personas que lo
estaban esperando. Había decidió no actuar como si no supiera a quién tenía de
frente, por lo que le sonrió con naturalidad.
— Te presento a Sorrento de Siren, protector del Pilar del Océano
Atlántico Sur y la isla Autóctono —Tethys presentó—.
Sorrento, él es Sugita de Capricornio, santo de oro al que el Emperador ha permitido
visitar nuestro reino.
— Sabes que no hacen falta las presentaciones Tethys. Sugita y yo ya
nos conocíamos, sólo que es hasta hoy que nos vemos de frente —Sorrento aclaró.
— Quería que fuera más fácil para el chico, pero si quieres manejarlo
entonces lo dejo en tus manos —dijo Tethys, sonriendo con complicidad.
— Acaso ¿usted ya lo sabía? —Sugita cuestionó a la mujer rubia, quien
se limitó a mostrar un gesto risueño en vez de responder—. Entonces es cierto,
tú eres la persona que esa noche estuvo allí… Sorrento de Siren —Sugita repitió.
Una sonrisa se dibujó en los
labios del marino— Me alegra que me recuerdes. Sabía que nos volveríamos a ver.
Es un alivio que no sea en el campo de
batalla.
Los ojos del marino se mostraron
nostálgicos, mientras los del santo temblaban por las ansiosas dudas que latían
en su pecho.
— Te prometí que nos volveríamos a encontrar, ¿no es así? —Sorrento lo
observó con detenimiento, era la primera vez que lo veía cara a cara, por lo
que estudió cada línea de su rostro, sus ojos y labios, encontrando el parecido
con la imagen de la mujer que estaba en su memoria—. Veo que tu prueba fue
exitosa y Atena te ha dado su bendición… Un santo de oro, no esperaba menos del
hijo de la señorita Mizuki —comentó con alegría—. Ya que has venido hasta aquí,
supongo que tendrás muchas preguntas, y como prometí aquel día las pienso responder.
Acompáñame, tu amigo demorará un poco, por lo que tenemos tiempo para charlar.
Sugita no dudó en
seguirlo, despidiéndose de Tethys, quien tomó un camino diferente.
— Te encuentras tan
confundido como antes, ¿en verdad no tienes idea de tu vínculo con nuestro
reino?
Sugita negó con la cabeza—
No del todo, pero dijiste haber conocido a mi madre…
— Sí, ella fue una gran
dama… Te agradezco por haber venido, el Emperador está complacido y me ha
permitido hablarte sobre algo que tienes derecho a saber. Pero este no es el
lugar apropiado, sígueme— dijo con tono gentil.
Tethys volvió junto al
hombre de cabello azul quien continuaba con su pasatiempo.
— Y ¿qué es lo que piensa del
muchacho? —ella preguntó.
— Hay mucho de su madre en él —respondió con tranquilidad.
— ¿No le hablará?
— No hay necesidad, he saciado mi curiosidad. Le queda mucho qué
aprender, pero su potencial es claro… Aunque continúa decepcionándome su
elección, mantendré mi promesa.
Tethys sonrió al escucharlo.
El hombre de ojos verdes se levantó tras cerrar el libro, que conservó
bajo su brazo— Me retiraré a mis aposentos. Cuando Enoc termine, que me informe
sobre la situación, quiero escuchar qué es lo que el Santuario espera con este
repentino interés en mi reino.
— Así se hará, Emperador.
*-*-*
Aristeo de Lyra caminó por el suelo de baldosas negras que reflejaban
su imagen con claridad.
El sonido de sus pasos hacía eco por el lugar, permitiéndole guiarse
por las ondas sonoras para imaginar el amplio y encerrado espacio del salón.
Se adentró lo suficiente para darse cuenta de que se encontraba solo.
Sus ojos ciegos no pudieron contemplar la gloriosa vista que se mostraba por el
muro que enmarcaba el gran soporte principal. El trono del emperador de los
mares se encontraba vacío, por lo que Aristeo intentó averiguar la razón. Se
preocupó un poco al imaginar que esta fue la forma más sutil de separarlo del
santo de Capricornio… mas en cuanto se giró con la intención de regresar por
donde vino, una presencia se hizo presente, cuya voz lo obligó a volverse.
— ¿Partes tan pronto, santo de Atena?
Aristeo permaneció a la expectativa al reconocer el poderío de ese
cosmos. No era tan magnánimo como para creer que le pertenecía al emperador Poseidón,
pero sí competía fácilmente con el de un santo dorado.
— No todos los días se les concede a antiguos enemigos del reino de
Poseidón una audiencia con su excelencia. Sería imprudente de tu parte
abandonar la sala de esa manera.
— ¿Quién eres tú? —preguntó Aristeo, sintiendo cómo ese hombre se detuvo a pocos pasos frente a él.
— Me llamo Enoc, custodio del pilar del Océano Atlántico Norte
—respondió el hombre de voz profunda—. Devoto sirviente del Emperador, quien me
ha pedido recibirte.
Ante él se encontraba el marine shogun que vestía la scale del dragón del mar. Era un hombre
alto, de cabello rojo y ojos color violeta. Lo que más destacaba eran las tres
cicatrices que marcaban su cara, las cuales no lo deformaban pero sí le daban
un aspecto inquietante.
— ¿El Emperador no asistirá a esta reunión? —Aristeo cuestionó.
— Todo lo que desees consultar con él podrás decírmelo a mí, después
seré yo quien le transmita tus palabras si las encuentro dignas de ser
escuchadas por su excelencia —Enoc explicó, conservando un tono frío e
indiferente.
Aristeo desconfió, mas tenía que conservar la calma al encontrarse en
un reino desconocido.
— Si así es el protocolo, entonces lo aceptaré. Mis disculpas —el
santo accedió—. Puedes llamarme Aristeo, santo de plata al servicio del
Santuario… Agradezco el que me permitas intercambiar algunas palabras, las
cuales creo serán de interés para el Emperador.
— Puedes hablar.
— Desconozco si están enterados sobre recientes ataques en la
superficie, más propiamente dicho en Meskhenet y en Asgard.
— Hemos escuchado rumores sobre la situación en Egipto —Enoc dijo,
recordando lo dicho por los marineros que navegaban por tal ruta marítima, y de
la misma marine shogun que protege el océano Índico—. Tenemos entendido que un
conflicto interno devastó el reino del desierto, y aunque intentamos
acercarnos, Meskhenet ha decidido mantener la situación bajo puertas cerradas,
diciendo que todo fue resultado de una insurrección que logró ser frenada,
aunque con terribles resultados… Por supuesto que creemos que es un intento por
ocultar una verdad más compleja —el marine shogun explicó con perspicacia—. Desistimos
al respetar los deseos de dicha nación… pero Asgard es un tema diferente… desconozco
lo ocurrido —Enoc musitó, pensando en que si de verdad se suscitó algo, era
obligación del guardián del océano Ártico informarles.
Aristeo se prestó a relatar con detalles conocidos sobre el ataque a Meskhenet
en Egipto y la forma en que el Santuario fue involucrado. De la existencia de
la orden de guerreros responsables de tal ola de destrucción y muerte que alcanzó
en días recientes al reino de Odín. El cómo es que ahora se encuentran buscando
a esos hombres y la posibilidad de que la Atlántida pudiera ser uno de sus
próximos objetivos.
Enoc escuchó atentamente, limitándose a algunos comentarios cortos que
no interrumpieron el relato, hasta que...
— Patronos… zohars… La devastación de Meskhenet y Asgard son sucesos difíciles
de creer. Aunque la condición actual de Egipto no me permite poner en duda tu
palabra, pero Asgard… nuestro hombre en Bluegrad no ha reportado nada de lo que
has mencionado —comentó, con un deje de desconcierto.
Aunque Bluegrad se convirtió en una de las ocho ciudades del reino de
Poseidón, tuvo permitido el amistarse con Asgard sin ninguna clase de
represalia… podría decirse que son aliados, por lo tanto si algo de tal gravedad
ocurrió con los dioses guerreros, Alexer debió haber informado de esto, incluso
apoyado.
Sólo encontraba dos alternativas, o el santo de Lyra mentía, o Alexer prefirió
callar. No tenía razones para desconfiar del regente de Bluegrad, pese a todo
el Emperador lo acogió bajo su protección y lo nombró marine shogun
entregándole la scale de Kraken. Pero tampoco creía tan inconsciente al santo
de plata como para venir hasta la Atlántida sólo para decir mentiras que lo
condenarían.
— Quizá tenga sus motivos, pero no es algo que he inventado. Podrías
comprobarlo en el momento que desees. El Patriarca nos pidió venir y advertir
al Emperador de esta amenaza, por lo que hemos visto no creo que estén exentos
de un ataque, después de todo una de sus motivaciones es destruir las antiguas órdenes
de guerreros que quedan en el mundo.
Enoc no parecía muy afectado por tal amenaza, por lo que prosiguió —¿Y
qué esperan ustedes a cambio de tal información?
Aristeo calló ante la repentina pregunta.
— Hay demasiada sangre en la historia que vincula al Santuario con la Atlántida
como para esperar que no buscan un beneficio propio… En los últimos años el
Emperador y su Patriarca han mantenido una relación neutral, ¿por qué ahora el interés?
—cuestionó, imaginando que para el Santuario lo más conveniente sería la
destrucción de la Atlántida.
— Eres injusto, en todos estos años
ha habido paz entre nosotros —Aristeo no toleró tales insinuaciones—. Debes
recordar que ustedes tampoco se han mostrado deseosos por lograr una mayor
cooperación. Es cierto que los santos y los marinos hemos sido enemigos desde
la época del mito, pero no significa que eso no pueda cambiar. El primer paso
lo han dado nuestros líderes al respetar la coexistencia de ambos reinos en esta
era; el resto dependerá de cada individuo que los forman para labrar una
mentalidad menos fanatizada con el pasado.
— ¿Y crees que utilizando a ese chico que trajiste contigo podrás
lograrlo? —Enoc cuestionó con seriedad—. Sí santo de Lyra, estoy al tanto de la
historia que rodea a ese joven, y aunque el Emperador es un ser misericordioso,
mi deber es ver a través de las intenciones de todos aquellos que buscan su
bondad con mezquinos propósitos.
— Haces bien en proteger a tu señor, pero nuestras intenciones son
sinceras. Sería desastroso que un reino tan próspero como este cayera bajo el
yugo de los Patronos. Son muchos los inocentes que se verían afectados, y lo
que ha ocurrido en Meskhenet y Asgard no debe volver a ocurrir.
— No creo que se atrevan, el poder del Emperador es reconocido en este
mundo. De decidir invadirnos sería un acto suicida.
— No cometas el error de subestimarlos —se apresuró a decir Aristeo—.
Tienen sus recursos y aún desconocemos el alcance real de su poder y sus propósitos…
— Tomaré en cuenta tus advertencias y transmitiré las preocupaciones
del Santuario a mi señor —Enoc dijo, dándose la media vuelta—. ¿Eso es todo lo
que tienes que decir?
— No, aún hay algo más.
Enoc se volvió un poco— Te escucho.
— Lo ocurrido en el exterior ha obligado al Patriarca a reunir al
mayor número de santos en el Santuario… sin embargo, la búsqueda de ellos y las
cloths ausentes nos ha llevado a descubrir que una de ellas se encuentra aquí,
en algún lugar de la Atlántida.
— ¿Qué patraña estás diciendo? —musitó el dragón marino.
— Sé que puede sonar absurdo…
— ¿Cómo pueden estar seguros de eso? ¿Confirmas que tienen espías en
nuestro reino? —Enoc sospechó.
Aristeo negó con la cabeza —Por mi honor juro que no es así. Sin
embargo, en el Santuario contamos con un aliado de habilidades especiales, un
shaman que pudo alertarnos de tal descubrimiento. Desconocemos la razón por la
que puede estar aquí… pero no es tan descabellado considerando que un marino se
enlistó en las filas de los guerreros de Atena… quizá aquí pudo suceder algo
similar.
— No confío en lo que dices.
— Es evidente que desconoces de lo que hablo, significa que incluso
para ti permanece oculta pero… me dieron algunas señales sobre su ubicación: se
encuentra dentro un lugar oscuro, una gran caverna de paredes ensombrecidas,
pero en el punto más alto hay un gran resplandor, un remolino que arrastra
ferozmente el agua clara como si fuera un portal hacia otro mundo… en ese lugar
hay un templo derruido por el tiempo, donde un sinnúmero de estatuas han sido
deformadas por los golpes de una vieja batalla… pero la más representativa es una gigantesca imagen de mármol cuya
cabeza y brazos fueron pulverizados, dejando el torso y piernas de una figura
masculina que se encuentra sobre un pedestal y en él se haya marcado el
deteriorado símbolo de Poseidón.
Enoc buscó en su mente algún lugar dentro de la Atlántida que se le pareciera—
En todos mis años de servicio al Emperador, jamás he visto un escenario como el
que describes…
— El mismo Emperador podría saberlo… por favor, es importante para
nosotros dar con esa cloth y su posible dueño.
— Así que después de todo sí buscas algo a cambio…
Aristeo suspiró, implorando paciencia— No tienes que deformar mis
palabras de tal manera. No queremos molestarlos con tal petición, pero
estaríamos en deuda si nos brindaran su ayuda. Para ustedes esa cloth carece de
valor, pero para nosotros es importante… No sé por qué está en este lugar pero
con gusto nos la llevaremos.
— Tendré que consultarlo… el Emperador decidirá cuál será nuestra
postura al respecto. Supondré que has terminado.
— Sí, eso es todo lo que el Santuario tiene que decir.
— Aguarda aquí, enviaré a uno de los sirvientes a que te escolten y te
llamaré en cuanto haya una resolución al respecto. Mientras tanto no cometan
imprudencias —el dragón marino advirtió, abandonando el salón del trono.
Enoc, dragón del mar, salió por un acceso secundario que lo llevó por
un largo pasillo hacia el exterior. Durante su andar, una silueta apareció de
entre las columnas, acompañándolo en su caminata.
— La conversación con ese santo ha perturbado tu espíritu Enoc —dijo la
mujer a su lado—. ¿O es que acaso te sientes decepcionado porque no te diera
algún motivo para comenzar una contienda?
Enoc respondió sin detenerse —Tú lo escuchaste también, Behula.
La mujer de piel oscura y largo cabello negro asintió— ¿Dudas de
Alexer? —preguntó, siendo su mismo pensamiento tras haber estado de manera
inadvertida en el salón del trono.
— Me desconcierta que no haya reportado nada sobre eso…
— ¿Se lo dirás al Emperador?
Enoc se detuvo, mirando los ojos color almendra de la marine shogun de
Chrysaor.
— No puedo desacreditar al Santuario sin pruebas… pero jamás podría
ocultárselo al Emperador. Necesito que envíes por Alexer, deseo hablar con él
sobre estos sucesos cuanto antes.
La mujer asintió— Enoc, entiendo que te moleste tener que lidiar con
antiguos enemigos del Imperio pero… no debes cargar con esos sentimientos de
épocas remotas en las que ni siquiera fuiste partícipe.
Enoc la miró con frialdad, sin poder confesar el resentimiento
personal que tenía hacia el Santuario. Después de todo fue uno de sus miembros
quien le arrebató su lugar y destino en la última guerra santa entre Atena y
Poseidón.
— Supongo que concuerdas con lo que dijo el santo de Lyra —Enoc comentó.
— Tuvo buenos argumentos —respondió al ser creyente de la coexistencia
pacífica entre los reinos—… Pero también entiendo que consideres tu trabajo desconfiar
de todos los que son del exterior para proteger a tu gente.
— No me malentiendas, sé cuándo dar mi confianza y cuándo no… quizá te
alegre saber que no creo que el santo de Lyra mienta… pero eso significa que es
Alexer quien oculta algo y quiero saber por qué… Jamás toleraría una traición
de su parte.
— No nos precipitemos —pidió la mujer tras apoyar su lanza en el suelo—.
Démosle la oportunidad de explicarse, además esos juicios no te competen, Enoc
—le recordó.
Enoc contempló a Behula en silencio. De entre todos en la Atlántida
ella es quien más lo ha apoyado y tolerado. Se ganó su aprecio no porque
concordara siempre con él, al contrario, es quien siempre lo enfrentaba y lo
obligaba a considerar el otro lado de la
moneda en cada situación. Aunque muchos los creían rivales acérrimos, la verdad
era totalmente diferente, juntos se complementaban y eso los volvía los marinos
más importantes dentro del reino submarino.
— Eso lo sé… Bien Behula, te dejaré el resto a ti, iré a ver al
Emperador y ya veremos cómo procederemos.
— Como ordenes— dijo ella, reconociendo su liderato.
*/*/*/*/*
En algún lugar de Irlanda.
Sentado en una vieja silla de cedro, de finos
acabados como para haber pertenecido a un noble, un hombre aguardaba en paz y
quietud.
Parecía dormir al mantener su cuerpo inclinado
hacia la derecha, donde su brazo se mantenía
rígido al servirle de almohadilla a su mejilla. El hombre de ropaje blanco permanecía
con los ojos cerrados con un gesto que revelaba un sueño placentero.
— ¿Estará fingiendo?— pensó Albert de Géminis
conforme avanzaba sigilosamente por el suelo de madera carcomida.
Se arriesgó a seguir las indicaciones de la
entidad que lo ha acompañado durante tantos años. Decidió abandonar el
Santuario sin dar mayores explicaciones. Ocultó la verdad al saber lo absurdo
que sonaría confesar tal historia… No estaba dispuesto a ser el hazmerreír si
resultaban ser sólo alucinaciones de su mente, pero también cabía la
posibilidad de que fuera cierto y el viajar hasta allí le permitiría encontrar
al hombre que estaba detrás de los ataques a Meskhenet, al Santuario y a Asgard.
Comprobar si de verdad sufría de un desorden
mental o no, era algo que debía averiguar por sus propios medios, sin importar
el peligro.
Pese a todo, no fue tan insensato como para
viajar solo, trajo consigo a dos santos de plata a los que les pidió aguardar
en un lugar seguro, pero lo suficientemente cerca para que se percataran de los
sucesos si una batalla se daba inicio.
Confiando en que si llegaba a fallar en su
cometido alguien alertaría al Santuario, es por lo que Albert entró sin demora
a ese lugar.
Para su alivio, la guía de su invisible benefactor lo llevó realmente
allí, a una vieja mansión que estaba haciéndose pedazos, envuelta por la hiedra
y musgo que paulatinamente se han apoderado del lugar, incluso había un
riachuelo que pasaba por debajo de los tablones podridos del suelo.
La naturaleza se abrió camino por la
construcción y se amalgamó con ella, dándole un aspecto mítico por la luz que
entraba por las ventanas aún adornadas con vitrales coloridos.
El santo de géminis no daba crédito a la clase
de enemigo que allí encontró. Imaginaba que detrás de esos monstruosos
guerreros se escondería un dirigente mucho más temible e incluso intimidante,
pero en vez de eso se topó con un hombre de frágil aspecto. Sólo podía ver su
mentón descubierto, su rostro permaneció ensombrecido por la capucha que le
cubría la cabeza.
No sintió ninguna presencia custodiándolo…
Tampoco percibía algún cosmos en él… ¿acaso podría ser un espejismo? No… Tenía
que ser cierto, por lo que consideró esa la oportunidad perfecta para
deshacerse de ese monstruo que ha causado tantos estragos en la nueva era.
Si fingía o no, no le interesaba. No había una
ostentosa armadura protegiendo su delgado cuerpo, ni tampoco era un dios ¿qué podría
ser ese hombre como para subyugar a los Patronos? Estaba por averiguarlo…
Albert preparó su mejor técnica, concentrando
el poder de las galaxias en su mano. Liberó la violenta onda cósmica que en un santiamén
redujo todo a su paso a simple grava.
La parte posterior de la mansión se evaporó
tras la retumbante explosión, dejando solo una cortina de humo que poco a poco
volvía al suelo. Albert aguardó unos segundos, esperando que se disipara la
bruma.
Cuando sucedió, el santo dorado se sorprendió.
Su técnica acabó con la parte trasera de la construcción y barrió con gran
parte del terreno, mas una pequeña zona alrededor de la silla se mantuvo intacta,
incluyendo a la persona que estaba en ella.
Inmediatamente, ese hombre abrió los ojos,
enderezando su posición en el viejo
mueble.
— Eres muy osado santo de Atena. Creí que los
de tu clase siempre buscaban un combate justo, pero en vez de eso decidiste
atacarme cuando más indefenso me encontraba… —el encapuchado comentó sumamente
tranquilo. Albert alcanzó a distinguir un color rojizo en sus ojos, los cuales
mostraban una expresión cansada y aburrida—. Es claro que no eres como los demás.
Albert lo miró desafiante, sin retroceder.
— No tolero que intenten jugar conmigo —el
santo aclaró con soberbia— Lo último que tenía ante mí era a un hombre
indefenso. ¡Basta de juegos! ¿Eres Yoh Asakura? —cuestionó.
— ¿Yoh… Asakura? —repitió—… que graciosa
comparación. Aunque no está muy lejos de la verdad —comentó, siéndole gracioso—.
Bueno, estamos en una encrucijada… ya me has encontrado, ¿qué planeas ahora que
estás frente a mí?
— ¿Y todavía lo preguntas? Por supuesto que he
venido a detenerte— Albert volvió a encender su cosmos, concentrándolo en los
puños.
— Así que esa es tu respuesta, violencia para
la violencia… Atena no estaría complacida —el hombre comentó sin abandonar la
relajada posición en su asiento.
— Ella entendería, al final son sujetos como tú
los que hacen imposible la paz duradera. Ahora vas a decirme todo lo que quiero
saber —Albert respondió con altivez.
— ¿Y cómo planeas hacer e…? —el hombre nombrado
Avanish calló de repente, cerrando los ojos cuando un delgado rayo de luz
atravesara su frente.
— Ahora —Albert permaneció con el dedo
extendido hacia Avanish— estás bajo la influencia de mi técnica. El Satán Imperial te obligará a hacer lo
que yo te ordene. Así que tendremos una larga charla tú y yo, y no podrás
mentirme.
Avanish entreabrió un poco la boca, como si
hubiera entrado en un estado de shock, sin embargo rápidamente sus labios
volvieron a curvearse.
— Si querías la verdad, no había necesidad de tanta
rudeza —dijo con serenidad — Bastaba un sutil “por favor” —sonrió ante la incredulidad del santo dorado—. Tenía
entendido que sólo el Patriarca del Santuario tiene derecho a usar esta técnica…
¿Acaso él te permitió aprenderla?... ¿O no sabe que has quebrantado la ley? —preguntó,
masajeándose un poco la frente.
— No tiene caso que te resistas, el efecto es
irreversible…
— ¿Irreversible dices? Por supuesto que no me
dirás la forma de poder librarme de esta técnica maldita, únicamente tendría
que morir… o matar a alguien ¿no es cierto? —cuestionó sonriente, llevando su
dedo índice a tocar el punto medio de su frente. Presionó unos segundos hasta
que lentamente comenzó a apartarlo, en la punta de su dedo se acumuló una
chispa electrizante de color dorado.
— Observa bien santo de Atena, a esto se reduce
el esfuerzo en el que depositaste toda tu confianza y con lo que intentaste
someterme.
Albert se sobresaltó. Jamás creyó que llegaría
el día en que conocería a un humano con tales capacidades. El Satán Imperial en
la punta de sus dedos ¿es eso posible?
— Este poder me es desagradable —dijo Avanish mientras
observaba la pizca de sol que tenía bajo su control—… con esto apartas el libre
albedrio de las personas —musitó con leve resentimiento— Deberías avergonzarte…
El santo de géminis se sintió frustrado por su
fallo, por lo que se lanzó ferozmente al ataque contra esa enigmática entidad.
Albert avivó todavía más su cosmos para atacar,
pero al primer paso que dio para iniciar la ofensiva, una silueta se interpuso
en su camino, la cual liberó una ráfaga destructiva que lo frenó. Ante la inesperada interrupción, el santo dorado quedó
parcialmente ciego por unos segundos en los que recibió una brutal patada en la
quijada.
El santo de Géminis giró sobre sí mismo,
resintiendo el golpe que lo obligó a caer de rodillas unos segundos antes de volver a incorporarse.
Alzó inmediatamente el rostro, limpiando los hilillos de sangre que salieron de
su boca.
— Parece que en persona eres mucho más
desagradable de lo que llegué a pensar —dijo el guerrero frente a él.
Albert tensó el entrecejo con frustración, pues
enfrentaba a un hombre con su mismo rostro y voz. Sacudió la cabeza creyendo
que estaba desvariando, mas la imagen no desapareció.
— Debo admirar tu determinación Albert, haber
llegado hasta aquí buscando a tu enemigo pese a los riesgos, pero aquí estás,
con tu entera voluntad seguiste mis indicaciones… Sabía que lo harías, sólo
tenía que esperar el momento adecuado.
— Tú eres… —Albert reconoció esa altanería con
la que el ser espectral se manifestaba y comunicaba con él. Pero ahora estaba allí,
no era un fantasma ni una alucinación, era de carne y hueso — ¿Qué significa
esto?
— ¿No te alegra Albert? Después de todo no soy
un producto de tu imaginación —rió divertido el guerrero de mirada maligna—. Ahora
puedes descartar la locura, ya que ha sido sólo tu ambición la única causa de
tu enfermedad —dijo la copia de armadura gris, permaneciendo en medio de Albert
y Avanish, quien contemplaba impasible el evento.
— Ni tampoco eres un dios… al fin lo sé —el
santo de oro masculló con resentimiento.
— ¿De verdad creíste que un dios mostraría interés en ti? —su doble rió
todavía más escandalosamente—. Ah, sí que eres bastante gracioso. Fuiste lo
suficientemente ególatra para creer en la minúscula posibilidad de poder ser tentado
por un dios o una entidad poderosa… Has sido un buen títere, Albert — su voz comenzó
a deformarse, cambiando de tono al mismo tiempo en que su rostro se desvanecía
para mostrar otro—. Aunque hubo momentos en los que me dificultaste las cosas.
Me tomó años el que llegaras hasta aquí.
— ¡¿De qué demonios hablas?! —exigió saber.
Aquel que había tomado su imagen regresó a su
aspecto original, un hombre pálido y delgado portando una armadura azul. Tenía
una feroz mirada de color verde y una
melena corta café. Una barba enmarcaba su sádica sonrisa — Mi nombre es Iblis,
Patrono de la Stella de Nereo, apréndetelo bien pues soy el hombre que piensa
abrirle las puertas del Santuario al señor Avanish, siendo tú la llave.
— ¿Acaso estás demente? ¡Jamás traicionaría al
Santuario!
— Oh, eso es lo que dices, pero sabes bien que
conozco tu verdadero secreto… Amas ese pedazo de tierra con todo tú ser y matarías
por la oportunidad de estar al mando de él.
— No sé quién o qué seas, pero jamás me
prestaré a tus maquinaciones —Albert espetó, volviendo a elevar su cosmos para
reiniciar la batalla.
— Pero ingenuo muchacho, ya lo hiciste —el
Patrono sonrió victorioso—. Mientras mis compañeros se preparaban para sus
respectivos movimientos, yo aspiré a lograr el éxito sobre el Santuario que mi
señor Avanish deseaba. Necesité esperar hasta que el indicado arribara, tenía que encontrar al eslabón más débil ¿y
adivina qué Albert? Fuiste tú.
— ¡Silencio, imbécil! ¡Sabes bien que mi fuerza
supera a la del resto de los santos dorados!
— Te sobreestimas Albert, y es ese exceso de
confianza lo que te vuelve inferior. Yo encontré las dudas que habitan en tu
corazón y pude manipularte a través de tus miedos —rió una vez más— ¿Y adivina
qué? Yo ya he decidido tu destino, y es el mismo que más temes.
— ¡Cállate! —Albert exclamó al liberar la
explosión de galaxias.
Iblis no logró moverse para evitar el ataque
que lo alzó con violencia hacia el cielo. Albert esperó a que ese cuerpo
regresara por efecto de la gravedad y cayera a sus pies, más en ese lapso,
instantes antes de escuchar el impacto en el suelo, Albert advirtió un inesperado
resplandor que estaba por golpearle el rostro.
FIN
DEL CAPITULO 37
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