viernes, 9 de agosto de 2013

El Legado de Atena. Capitulo 37. Imperio Azul. Parte I



Capitulo 37. Imperio Azul. Parte I.
Cara a cara.

En la nueva era, no existe una comunidad más grande y próspera que la lograda por el emperador Poseidón, gobernante del reino submarino conocido como la Atlántida.

Consciente del fenómeno que alteró el mundo y cambió la Tierra, el dios del mar actuó con gran generosidad y benevolencia, acogiendo a todos aquellos que  necesitaran de guía y protección; humanos dignos que reconocieran su divinidad y trabajaran arduamente para lograr la utopía que, desde tiempos remotos, ha deseado.

Con sus recursos debidamente administrados, le ha dado comida y cobijo a centenas de personas que habitan sus ocho ciudades en la superficie y otras pocas que residen en el glorioso reino bajo el mar.
La Atlántida se convirtió rápidamente en un reino autosuficiente, mas ha procurado tener lazos diplomáticos con otras comunidades u organizaciones. Al mismo tiempo, intentando olvidar las viejas rivalidades con el Santuario y Asgard.

El Emperador se ha mostrado cooperativo durante todos esos quince años, algo que asombraba a sus viejos enemigos. Pero sus intenciones eran auténticas, el mismo Shaman King lo afirmaba.
No había formado un reino con intenciones militares, sino uno lleno de riquezas culturales y comerciales… sin embargo, la existencia de los marines shoguns y otros guerreros marinos continuaba siendo necesaria como guardianes y protectores del reino. Cada marine shogun era responsable de mantener la paz y el orden en su respectiva ciudad, ubicada en una isla correspondiente al océano que protege.

Aristeo de Lyra y Sugita de Capricornio navegaban por el Mar Mediterráneo en un barco cuya tripulación se ofreció a llevarlos. Su destino, la isla llamada Gadiro, una extensión de tierra que emergió de las profundidades por voluntad y poder del emperador Poseidón para que sirviera a sus fieles como un hogar  en el que pudieran cultivar su sociedad.
Los santos decidieron no esconder quienes eran, por lo que sus cloths de plata y oro destellaban por el sol de aquel atardecer.
Tuvieron que viajar de manera tradicional al ser la manera más apropiada, después de todo era la primera vez que un santo del Santuario se atrevería a pisar el reino de Poseidón en esta nueva era.
Fue un viaje silencioso en el que Aristeo respetó la privacidad de los pensamientos de Sugita, por lo que se entretuvo tocando algo de música para deleite de los hoscos marineros, quienes fueron capaces de disfrutar tan bellas melodías.
Tras haber estado tan cerca de la muerte y recuperado de ello, Aristeo sentía que percibía todavía mejor el mundo pese a su ceguera. Eran sensaciones gratas y de gran paz, sobre todo allí en el inmenso mar. Le alegraba haber sido elegido para viajar a la Atlántida, aunque en su cabeza aún resonaban las súplicas de su amada por que permaneciera con ella en Grecia.

El joven santo de Capricornio  nunca se había sentido incómodo en el mar, pero tenía que admitir que ahora tenía algo de miedo.
El viento fuerte y la marea tranquila, el dios del mar debe estar de muy buen humor —escuchó decir de  los marineros que hablaban entre ellos.
— Los pescadores tienen un buen concepto del dios Poseidón —comentó Aristeo, quien permanecía sentado sobre unos barriles, evitando estorbar de cualquier forma a la tripulación—. A diferencia de lo que percibo del Patriarca y del santo de Pegaso, las personas le tienen aprecio, no creo que haya que temer. Sólo basta escuchar lo que dicen los súbditos más humildes de un reino para conocer la verdadera naturaleza del soberano.
Aristeo estaba enterado del toque personal que para Sugita de Capricornio tenía esta misión. Confiaba en que fuera algo que de verdad los beneficiara para cumplir con la investigación encargada.

Sugita miró de reojo al santo de plata antes de regresar la vista al mar— Sí, seguro debe ser una buena persona… —musitó, recordando que en efecto él ya ha sido  oyente de su buena voluntad; en Cabo Sunión fue la prueba.
El cuervo negro que reposaba sobre su hombro permanecía en completo silencio. Por insistencia de Kenai de Cáncer accedieron a llevar con ellos a una de sus misteriosas aves. Kenai les aseguró que no tendrían que preocuparse por ella, era bastante dócil y no les causaría problemas, además de que a través del cuervo podría saber si se meten en algún lío.

Estaba por  anochecer cuando divisaron tierra. La isla se alzaba todavía más metros por encima del nivel del agua. Rodeada por peñascos y acantilados, el único acceso fácil y seguro era el puerto de la bahía.
Allí, pocas embarcaciones se encontraban ancladas, pero las luces de la playa llamaban la atención.
Los santos, el capitán y un par de marineros subieron a un bote  para llegar a la orilla. Desde la distancia, otros marineros saludaban a los recién llegados, delatando camaradería e incluso reclamos sobre deudas de dinero.
Para cuando pisaron el muelle, el capitán y sus hombres se despidieron de los santos, por cortesía los invitaron a acompañarlos a la taberna, mas fue obvia la respuesta del santo de Lyra, quien agradeció su ayuda.

Una vez solos, Aristeo y Sugita esperaron a que algo sucediera. Los lugareños los miraban con curiosidad, pero pasaban de largo para proseguir con su camino.
— Supongo que debemos esperar a que alguien nos dé la bienvenida —dijo Aristeo.
— Creí que el Patriarca había enviado un aviso de nuestra llegada —Sugita comentó.
— Sí, pero no especificamos cuándo sucedería —respondió.
Sugita contempló el puerto con curiosidad, cómo es que en esa media luna que formaba la bahía numerosas construcciones con arquitectura griega se levantaban rodeadas de arbustos y árboles. El muelle de roca sólida estaba decorado con lamparones decorativos y velas. Había algo de bullicio, pero se respiraba una convivencia sana y pacífica entre la población.

Pasó poco tiempo para que alguien se le acercara con confianza y naturalidad, se trataba de una mujer de hermosos ojos azules, de piel blanca y un extenso cabello rubio. Traía puesto un vestido blanco que le cubría hasta por debajo de las rodillas sobre el que resaltaban los aretes, collares y pulseras rojas que portaba.
— Bienvenidos —dijo con amabilidad—. Ustedes deben ser los emisarios del Santuario que buscan una audiencia con el emperador Poseidón.
— En efecto, somos nosotros —dijo el santo de plata, inclinándose de manera caballerosa hacia la dama, un acto que Sugita imitó—. Lamentamos no habernos anunciado con propiedad pero no era posible especificar el día de nuestra llegada. Espero no sea un inconveniente.
— Ninguno. Los estábamos esperando —la mujer respondió—. El Emperador autorizó dejarlos pasar. Por favor, acompáñenme. Mi nombre es Tethys y seré su guía —sonrió.


Aristeo y Sugita siguieron a la mujer, que los condujo por la ciudad. Todo tenía un toque ancestral, una recreación exacta de la Grecia antigua, incluso las personas vestían de esa manera holgada y sencilla.

Aristeo pensaba en que era extraño que sólo hubieran enviado a una mujer a recibirlos, esperaba a un guerrero. Sin embargo, también cabía la posibilidad de que esa mujer fuera más de lo que aparentaba.

El edificio que se encontraba por encima de todas las demás construcciones era un gran templo ceremonial, el cual estaba custodiado por soldados que los miraron sin hostilidad alguna.
En su interior había hermosas esculturas de seres marinos como sirenas y dragones de agua, pero lo más destacable era la estatua del mítico dios del mar vestido con su armadura, sujetando su tridente como un escudo frente a él y un violento oleaje a sus pies. En la base de donde se erigía la obra maestra, se encontraba plasmado el símbolo del Emperador, hacia el cual Tethys parecía llevarlos.

Sugita miró la gigantesca estatua con asombro, pues mientras la de Atena transmitía solemnidad y paz, la del Emperador demostraba fuerza y rectitud.
— La isla Gadiro es sólo un punto de encuentro. El Emperador los espera en su templo bajo el mar —la mujer explicó, tocando con la punta de los dedos el símbolo en el muro, sobre el cual se marcó una línea vertical de manera simétrica, abriéndose una puerta de la que emanaba una gran luz blanca.
— Por aquí —pidió ella, siendo la primera en perderse dentro de ese portal luminoso. Los santos la siguieron momentos después.

Sugita quedó cegado durante unos segundos por la luz tan brillante, pero en cuanto recobró la visión se vio dentro de un templo diferente, en cuya pared interior había otras siete grandes compuertas con el mismo símbolo de Poseidón.  La puerta a su espalda se cerró de manera estruendosa.
Frente a ellos se veía la hilera de columnas blancas que sostenía la bóveda de la construcción, mas entre ellas se vislumbraba la hermosura de una ciudadela de la que se alzaba un gran pilar que llegaba a tocar el cielo.
Alrededor de dicho pilar, la estructura de un palacio estaba presente. Desde la altura y distancia en la que se encontraba, Sugita de Capricornio quedó maravillado por el paisaje frente a sus ojos.
El palacio del Emperador lucía como toda una fortaleza blanca que resaltaba entre las veredas rocosas y el inmenso azul del cielo que no era más que el mismo océano sobre sus cabezas.
— Bienvenidos sean a la Atlántida —dijo la mujer, señalándoles las escaleras que debían descender para llegar al Templo de Poseidón—. Aquí es donde recibimos a los viajeros, tendremos que caminar un poco más para llegar a donde se encuentra el Emperador —explicó, comenzando a bajar los escalones.
Aristeo esperó a que Sugita se pusiera en movimiento, pero el joven santo tardó en reaccionar. El santo de plata envidió no poder ver la maravillosa visión del reino submarino, por lo que se limitó a sondearlo con sus otros sentidos.

Las escalinatas los llevaron por un camino de pronunciadas curvas y arrecifes, rodeado por exótica vegetación marina como corales de radiantes colores, estrellas de mar y caracoles incrustados en las rocas. Momento que Aristeo de la Lyra eligió para indagar un poco sobre la Atlántida.
— ¿Acaso hay civiles que viven en el reino submarino?
La mujer volvió un poco el rostro sin dejar de caminar — Así es, aunque la mayoría de ellos residen en las ciudades del exterior, algunos han preferido permanecer aquí para servir devotamente al Emperador.
— Con la extensión de su reino, es seguro que debe requerir de un gran número de soldados para cuidar de él.
— Cada ciudad está a cargo de uno de sus más leales súbditos, los marines shoguns. Su deber es impartir orden cuando las situaciones lo requieren, así como defender a la población de cualquier amenaza.
— ¿Por qué no vimos a uno en la isla Gadiro? —preguntó Sugita, meditando.
— ¿Qué te hace pensar que no estás viéndolo? —cuestionó ella, mostrando un gesto travieso.
Sugita no supo qué decir, robándole así una risita a Tethys— Sólo bromeo. La ciudad de Gadiro está bajo el cuidado directo del Emperador, yo sólo soy su vocera.

Los tres llegaron al fin al palacio, de muros y columnas tan altas que empequeñecían a todos los caminantes.  Los recibieron algunos soldados vistiendo sus armaduras, quienes se mantuvieron como estatuas rígidas en sus puestos.
Antes de entrar, Sugita se desconcertó cuando el cuervo de Kenai abandonó su hombro para emprender el vuelo.
— Pero… ¿A dónde va? —se preguntó al seguirlo con la mirada.
— Déjalo, ya volverá —Aristeo sugirió.
Siguieron un camino alfombrado por el que miraron mujeres deambular. Ellas saludaron a los invitados con propiedad para después proseguir con sus labores.

Tethys los condujo hacia una gran puerta, custodiada por otros dos hombres. Los centinelas agacharon respetuosamente la cabeza ante la mujer cuando ésta se detuvo. Ella se giró hacia los santos para decir —Hemos llegado. Mas debo informarles que sólo uno de ustedes podrá pasar.
— ¿Sólo uno? —repitió Aristeo con cierta desconfianza.
Tethys asintió — Es parte del protocolo.
— De acuerdo —el santo de plata supo que no tenía muchas opciones—. Seré yo quien pase a la audiencia.
Sugita no objetó, por un lado le alivió tal situación.

Tethys dio la orden para que abrieran la puerta que mostró más escaleras. El santo de Lyra entró no sin antes aconsejar a su acompañante —Sé prudente— ocultando el mensaje real —Ten cuidado.

Cuando la puerta se cerró, Sugita de Capricornio creyó que permanecería allí, en espera de noticias de Aristeo, sin embargo, Tethys se ofreció a darle un recorrido. No percibía malas intenciones en tal propuesta, además pensó en que quizá podría encontrarse con esa persona que le habló en Cabo Sunión. Sólo por ello es que aceptó.

Tethys lo acompañó hacia una estancia exterior, donde de los muros resbalaba el agua como fuentes decorativas. Era una explanada amplia en la que había  bancas donde  hombres y mujeres descansaban mientras los niños jugueteaban, como si fuera un parque. Se respiraba tanta tranquilidad y armonía que Sugita pensó que aquello era lo más cercano que haya visto a una utopía.
Miraba con discreción a las personas, buscando, aunque cuando lo razonaba se reprendía a si mismo ¿cómo encontraría a alguien a quien ni siquiera le vio el rostro?
De un momento a otro, encontró a alguien que retuvo su atención. Se trataba de un hombre que en solitario estaba sentado en una de las bancas. Vestía una túnica blanca con adornos dorados en el cuello y  hombros. Él estaba leyendo un libro con interés, pasando los dedos constantemente sobre la pulcra y corta barba que cubría su mentón.
A simple vista no era nadie extraordinario, sin embargo Sugita no pudo quitarle la vista de encima, incluso se detuvo para contemplarlo. Tethys lo notó, por lo que de igual forma aguardó. Ella miró hacia la dirección en la que lo hacía el santo de Capricornio, sonriendo ante la visión de sus ojos.
Aun en la distancia, el hombre de largo cabello azul pareció percatarse de la situación. Al alzar la vista, dirigió su mirada color esmeralda al joven santo.
Sugita quedó impresionado por la fuerza que percibió dentro de esos ojos. Con el simple hecho de verlo sentía la necesidad de acudir a su lado y pedirle permiso para siquiera respirar.
Con ese único gesto, el hombre de ojos verdes pareció escudriñar cada parte de su alma y pensamientos. Tal estupefacción sólo la ha sentido una vez… y fue en el Santuario, ¿acaso ese hombre podría ser…?
Sugita se sintió totalmente indefenso y vulnerable al ser blanco de esos ojos verdes; lo que desconocía su mente lo sabía otra parte de su ser.

Pero toda esa tensión desapareció en cuanto un sonido lo sacara de su estupefacción. Sugita reconoció tal tonada, por lo que pudo desviar los ojos a otra dirección. Buscó el origen de la melodía, pudiendo ver en esa misma explanada, junto a una fuente circular a lo lejos, la espalda de un hombre rodeado por un grupo de niños que festejaban la música.
Los adultos se contagiaban de las sonrisas de los pequeños, por lo que con alegría contemplaban la manera en la que bailaban y canturreaban junto al flautista de cabello lila.
Sugita se giró nuevamente hacia el hombre de ojos verdes, pero él había vuelto a su lectura de manera despreocupada. El santo titubeó sobre lo que debía de hacer, mas Tethys le facilitó las cosas.
— Creo recordar que dijiste que querías conocer a uno de nuestros marines shoguns —dijo, tocándole el hombro—. Ven, te presentaré —guiándolo hacía allá.
— Sí… pero yo…
— ¿Ocurre algo? —inquirió ella.
— Es sólo que —miró una última vez al hombre de pelo azul—… No, no es nada —acobardándose al final.
Tethys lo acercó a donde la mayoría de las personas que estaban esparcidas por la explanada ya se encontraban aglomeradas. Ese pequeño concierto se alargó algunos minutos en los que el flautista no perdió concentración ni ritmo. Permaneció con los ojos cerrados hasta el último soplido. Cuando sus ojos se abrieron, los aplausos de los oyentes se hicieron escuchar.
Sugita observó detenidamente a ese hombre de llamativo cabello, no portaba una armadura sagrada que lo distinguiera, en vez de eso llevaba puesto un elegante traje blanco de camisa y pantalón.

Poco a poco cada una de las personas regresó a sus actividades, por lo que finalmente el flautista pudo acercarse a las únicas dos personas que lo estaban esperando. Había decidió no actuar como si no supiera a quién tenía de frente, por lo que le sonrió con naturalidad.
— Te presento a Sorrento de Siren, protector del Pilar del Océano Atlántico Sur y la isla Autóctono —Tethys presentó—. Sorrento, él es Sugita de Capricornio, santo de oro al que el Emperador ha permitido visitar nuestro reino.
— Sabes que no hacen falta las presentaciones Tethys. Sugita y yo ya nos conocíamos, sólo que es hasta hoy que nos vemos de frente —Sorrento aclaró.
— Quería que fuera más fácil para el chico, pero si quieres manejarlo entonces lo dejo en tus manos —dijo Tethys, sonriendo con complicidad.
— Acaso ¿usted ya lo sabía? —Sugita cuestionó a la mujer rubia, quien se limitó a mostrar un gesto risueño en vez de responder—. Entonces es cierto, tú eres la persona que esa noche estuvo allí… Sorrento de Siren —Sugita repitió.
Una sonrisa se dibujó en los labios del marino— Me alegra que me recuerdes. Sabía que nos volveríamos a ver. Es  un alivio que no sea en el campo de batalla.
Los ojos del marino se mostraron nostálgicos, mientras los del santo temblaban por las ansiosas dudas que latían en su pecho.
— Te prometí que nos volveríamos a encontrar, ¿no es así? —Sorrento lo observó con detenimiento, era la primera vez que lo veía cara a cara, por lo que estudió cada línea de su rostro, sus ojos y labios, encontrando el parecido con la imagen de la mujer que estaba en su memoria—. Veo que tu prueba fue exitosa y Atena te ha dado su bendición… Un santo de oro, no esperaba menos del hijo de la señorita Mizuki —comentó con alegría—. Ya que has venido hasta aquí, supongo que tendrás muchas preguntas, y como prometí aquel día las pienso responder. Acompáñame, tu amigo demorará un poco, por lo que tenemos tiempo para charlar.
Sugita no dudó en seguirlo, despidiéndose de Tethys, quien tomó un camino diferente.
— Te encuentras tan confundido como antes, ¿en verdad no tienes idea de tu vínculo con nuestro reino?
Sugita negó con la cabeza— No del todo, pero dijiste haber conocido a mi madre…
— Sí, ella fue una gran dama… Te agradezco por haber venido, el Emperador está complacido y me ha permitido hablarte sobre algo que tienes derecho a saber. Pero este no es el lugar apropiado, sígueme— dijo con tono gentil.

Tethys volvió junto al hombre de cabello azul quien continuaba con su pasatiempo.
— Y ¿qué es lo que  piensa del muchacho? —ella preguntó.
— Hay mucho de su madre en él —respondió con tranquilidad.
— ¿No le hablará?
— No hay necesidad, he saciado mi curiosidad. Le queda mucho qué aprender, pero su potencial es claro… Aunque continúa decepcionándome su elección, mantendré mi promesa.
Tethys sonrió al escucharlo.
El hombre de ojos verdes se levantó tras cerrar el libro, que conservó bajo su brazo— Me retiraré a mis aposentos. Cuando Enoc termine, que me informe sobre la situación, quiero escuchar qué es lo que el Santuario espera con este repentino interés en mi reino.
— Así se hará, Emperador.

*-*-*

Aristeo de Lyra caminó por el suelo de baldosas negras que reflejaban su imagen con claridad.
El sonido de sus pasos hacía eco por el lugar, permitiéndole guiarse por las ondas sonoras para imaginar el amplio y encerrado espacio del salón.
Se adentró lo suficiente para darse cuenta de que se encontraba solo. Sus ojos ciegos no pudieron contemplar la gloriosa vista que se mostraba por el muro que enmarcaba el gran soporte principal. El trono del emperador de los mares se encontraba vacío, por lo que Aristeo intentó averiguar la razón. Se preocupó un poco al imaginar que esta fue la forma más sutil de separarlo del santo de Capricornio… mas en cuanto se giró con la intención de regresar por donde vino, una presencia se hizo presente, cuya voz lo obligó a volverse.
— ¿Partes tan pronto, santo de Atena?
Aristeo permaneció a la expectativa al reconocer el poderío de ese cosmos. No era tan magnánimo como para creer que le pertenecía al emperador Poseidón, pero sí competía fácilmente con el de un santo dorado.
— No todos los días se les concede a antiguos enemigos del reino de Poseidón una audiencia con su excelencia. Sería imprudente de tu parte abandonar la sala de esa manera.
— ¿Quién eres tú? —preguntó Aristeo, sintiendo cómo ese hombre  se detuvo a pocos pasos frente a él.
— Me llamo Enoc, custodio del pilar del Océano Atlántico Norte —respondió el hombre de voz profunda—. Devoto sirviente del Emperador, quien me ha pedido recibirte.
Ante él se encontraba el marine shogun que vestía la scale del dragón del mar. Era un hombre alto, de cabello rojo y ojos color violeta. Lo que más destacaba eran las tres cicatrices que marcaban su cara, las cuales no lo deformaban pero sí le daban un aspecto inquietante.
— ¿El Emperador no asistirá a esta reunión? —Aristeo cuestionó.
— Todo lo que desees consultar con él podrás decírmelo a mí, después seré yo quien le transmita tus palabras si las encuentro dignas de ser escuchadas por su excelencia —Enoc explicó, conservando un tono frío e indiferente.
Aristeo desconfió, mas tenía que conservar la calma al encontrarse en un reino desconocido.
— Si así es el protocolo, entonces lo aceptaré. Mis disculpas —el santo accedió—. Puedes llamarme Aristeo, santo de plata al servicio del Santuario… Agradezco el que me permitas intercambiar algunas palabras, las cuales creo serán de interés para el Emperador.
— Puedes hablar.
— Desconozco si están enterados sobre recientes ataques en la superficie, más propiamente dicho en Meskhenet y en Asgard.
— Hemos escuchado rumores sobre la situación en Egipto —Enoc dijo, recordando lo dicho por los marineros que navegaban por tal ruta marítima, y de la misma marine shogun que protege el océano Índico—. Tenemos entendido que un conflicto interno devastó el reino del desierto, y aunque intentamos acercarnos, Meskhenet ha decidido mantener la situación bajo puertas cerradas, diciendo que todo fue resultado de una insurrección que logró ser frenada, aunque con terribles resultados… Por supuesto que creemos que es un intento por ocultar una verdad más compleja —el marine shogun explicó con perspicacia—. Desistimos al respetar los deseos de dicha nación… pero Asgard es un tema diferente… desconozco lo ocurrido —Enoc musitó, pensando en que si de verdad se suscitó algo, era obligación del guardián del océano Ártico informarles.
Aristeo se prestó a relatar con detalles conocidos sobre el ataque a Meskhenet en Egipto y la forma en que el Santuario fue involucrado. De la existencia de la orden de guerreros responsables de tal ola de destrucción y muerte que alcanzó en días recientes al reino de Odín. El cómo es que ahora se encuentran buscando a esos hombres y la posibilidad de que la Atlántida pudiera ser uno de sus próximos objetivos.

Enoc escuchó atentamente, limitándose a algunos comentarios cortos que no interrumpieron el relato, hasta que...
— Patronos… zohars… La devastación de Meskhenet y Asgard son sucesos difíciles de creer. Aunque la condición actual de Egipto no me permite poner en duda tu palabra, pero Asgard… nuestro hombre en Bluegrad no ha reportado nada de lo que has mencionado —comentó, con un deje de desconcierto.
Aunque Bluegrad se convirtió en una de las ocho ciudades del reino de Poseidón, tuvo permitido el amistarse con Asgard sin ninguna clase de represalia… podría decirse que son aliados, por lo tanto si algo de tal gravedad ocurrió con los dioses guerreros, Alexer debió haber informado de esto, incluso apoyado.
Sólo encontraba dos alternativas, o el santo de Lyra mentía, o Alexer prefirió callar. No tenía razones para desconfiar del regente de Bluegrad, pese a todo el Emperador lo acogió bajo su protección y lo nombró marine shogun entregándole la scale de Kraken. Pero tampoco creía tan inconsciente al santo de plata como para venir hasta la Atlántida sólo para decir mentiras que lo condenarían.
— Quizá tenga sus motivos, pero no es algo que he inventado. Podrías comprobarlo en el momento que desees. El Patriarca nos pidió venir y advertir al Emperador de esta amenaza, por lo que hemos visto no creo que estén exentos de un ataque, después de todo una de sus motivaciones es destruir las antiguas órdenes de guerreros que quedan en el mundo.
Enoc no parecía muy afectado por tal amenaza, por lo que prosiguió —¿Y qué esperan ustedes a cambio de tal información?
Aristeo calló ante la repentina pregunta.
— Hay demasiada sangre en la historia que vincula al Santuario con la Atlántida como para esperar que no buscan un beneficio propio… En los últimos años el Emperador y su Patriarca han mantenido una relación neutral, ¿por qué ahora el interés? —cuestionó, imaginando que para el Santuario lo más conveniente sería la destrucción de la Atlántida.
— Eres injusto, en todos estos años  ha habido paz entre nosotros —Aristeo no toleró tales insinuaciones—. Debes recordar que ustedes tampoco se han mostrado deseosos por lograr una mayor cooperación. Es cierto que los santos y los marinos hemos sido enemigos desde la época del mito, pero no significa que eso no pueda cambiar. El primer paso lo han dado nuestros líderes al respetar la coexistencia de ambos reinos en esta era; el resto dependerá de cada individuo que los forman para labrar una mentalidad menos fanatizada con el pasado.
— ¿Y crees que utilizando a ese chico que trajiste contigo podrás lograrlo? —Enoc cuestionó con seriedad—. Sí santo de Lyra, estoy al tanto de la historia que rodea a ese joven, y aunque el Emperador es un ser misericordioso, mi deber es ver a través de las intenciones de todos aquellos que buscan su bondad con mezquinos propósitos.
— Haces bien en proteger a tu señor, pero nuestras intenciones son sinceras. Sería desastroso que un reino tan próspero como este cayera bajo el yugo de los Patronos. Son muchos los inocentes que se verían afectados, y lo que ha ocurrido en Meskhenet y Asgard no debe volver a ocurrir.
— No creo que se atrevan, el poder del Emperador es reconocido en este mundo. De decidir invadirnos sería un acto suicida.
— No cometas el error de subestimarlos —se apresuró a decir Aristeo—. Tienen sus recursos y aún desconocemos el alcance real de su  poder y sus propósitos…
— Tomaré en cuenta tus advertencias y transmitiré las preocupaciones del Santuario a mi señor —Enoc dijo, dándose la media vuelta—. ¿Eso es todo lo que tienes que decir?
— No, aún hay algo más.
Enoc se volvió un poco— Te escucho.
— Lo ocurrido en el exterior ha obligado al Patriarca a reunir al mayor número de santos en el Santuario… sin embargo, la búsqueda de ellos y las cloths ausentes nos ha llevado a descubrir que una de ellas se encuentra aquí, en algún lugar de la Atlántida.
— ¿Qué patraña estás diciendo? —musitó el dragón marino.
— Sé que puede sonar absurdo…
— ¿Cómo pueden estar seguros de eso? ¿Confirmas que tienen espías en nuestro reino? —Enoc sospechó.
Aristeo negó con la cabeza —Por mi honor juro que no es así. Sin embargo, en el Santuario contamos con un aliado de habilidades especiales, un shaman que pudo alertarnos de tal descubrimiento. Desconocemos la razón por la que puede estar aquí… pero no es tan descabellado considerando que un marino se enlistó en las filas de los guerreros de Atena… quizá aquí pudo suceder algo similar.
— No confío en lo que dices.
— Es evidente que desconoces de lo que hablo, significa que incluso para ti permanece oculta pero… me dieron algunas señales sobre su ubicación: se encuentra dentro un lugar oscuro, una gran caverna de paredes ensombrecidas, pero en el punto más alto hay un gran resplandor, un remolino que arrastra ferozmente el agua clara como si fuera un portal hacia otro mundo… en ese lugar hay un templo derruido por el tiempo, donde un sinnúmero de estatuas han sido deformadas por los golpes de una vieja batalla… pero la más representativa  es una gigantesca imagen de mármol cuya cabeza y brazos fueron pulverizados, dejando el torso y piernas de una figura masculina que se encuentra sobre un pedestal y en él se haya marcado el deteriorado símbolo de Poseidón.
Enoc buscó en su mente algún lugar dentro de la Atlántida que se le pareciera— En todos mis años de servicio al Emperador, jamás he visto un escenario como el que describes…
— El mismo Emperador podría saberlo… por favor, es importante para nosotros dar con esa cloth y su posible dueño.
— Así que después de todo sí buscas algo a cambio…
Aristeo suspiró, implorando paciencia— No tienes que deformar mis palabras de tal manera. No queremos molestarlos con tal petición, pero estaríamos en deuda si nos brindaran su ayuda. Para ustedes esa cloth carece de valor, pero para nosotros es importante… No sé por qué está en este lugar pero con gusto nos la llevaremos.
— Tendré que consultarlo… el Emperador decidirá cuál será nuestra postura al respecto. Supondré que has terminado.
— Sí, eso es todo lo que el Santuario tiene que decir.
— Aguarda aquí, enviaré a uno de los sirvientes a que te escolten y te llamaré en cuanto haya una resolución al respecto. Mientras tanto no cometan imprudencias —el dragón marino advirtió, abandonando el salón del trono.

Enoc, dragón del mar, salió por un acceso secundario que lo llevó por un largo pasillo hacia el exterior. Durante su andar, una silueta apareció de entre las columnas, acompañándolo en su caminata.
— La conversación con ese santo ha perturbado tu espíritu Enoc —dijo la mujer a su lado—. ¿O es que acaso te sientes decepcionado porque no te diera algún motivo para comenzar una contienda?
Enoc respondió sin detenerse —Tú lo escuchaste también, Behula.
La mujer de piel oscura y largo cabello negro asintió— ¿Dudas de Alexer? —preguntó, siendo su mismo pensamiento tras haber estado de manera inadvertida en el salón del trono.
— Me desconcierta que no haya reportado nada sobre eso…
— ¿Se lo dirás al Emperador?
Enoc se detuvo, mirando los ojos color almendra de la marine shogun de Chrysaor.
— No puedo desacreditar al Santuario sin pruebas… pero jamás podría ocultárselo al Emperador. Necesito que envíes por Alexer, deseo hablar con él sobre estos sucesos cuanto antes.
La mujer asintió— Enoc, entiendo que te moleste tener que lidiar con antiguos enemigos del Imperio pero… no debes cargar con esos sentimientos de épocas remotas en las que ni siquiera fuiste partícipe.
Enoc la miró con frialdad, sin poder confesar el resentimiento personal que tenía hacia el Santuario. Después de todo fue uno de sus miembros quien le arrebató su lugar y destino en la última guerra santa entre Atena y Poseidón.
— Supongo que concuerdas con lo que dijo el santo de  Lyra —Enoc comentó.
— Tuvo buenos argumentos —respondió al ser creyente de la coexistencia pacífica entre los reinos—… Pero también entiendo que consideres tu trabajo desconfiar de todos los que son del exterior para proteger a tu gente.
— No me malentiendas, sé cuándo dar mi confianza y cuándo no… quizá te alegre saber que no creo que el santo de Lyra mienta… pero eso significa que es Alexer quien oculta algo y quiero saber por qué… Jamás toleraría una traición de su parte.
— No nos precipitemos —pidió la mujer tras apoyar su lanza en el suelo—. Démosle la oportunidad de explicarse, además esos juicios no te competen, Enoc —le recordó.
Enoc contempló a Behula en silencio. De entre todos en la Atlántida ella es quien más lo ha apoyado y tolerado. Se ganó su aprecio no porque concordara siempre con él, al contrario, es quien siempre lo enfrentaba y lo obligaba a  considerar el otro lado de la moneda en cada situación. Aunque muchos los creían rivales acérrimos, la verdad era totalmente diferente, juntos se complementaban y eso los volvía los marinos más importantes dentro del reino submarino.
— Eso lo sé… Bien Behula, te dejaré el resto a ti, iré a ver al Emperador y ya veremos cómo procederemos.
— Como ordenes— dijo ella, reconociendo su liderato.

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En algún lugar de Irlanda.

Sentado en una vieja silla de cedro, de finos acabados como para haber pertenecido a un noble, un hombre aguardaba en paz y quietud.
Parecía dormir al mantener su cuerpo inclinado hacia la derecha,  donde su brazo se mantenía rígido al servirle de almohadilla a su mejilla. El hombre de ropaje blanco permanecía con los ojos cerrados con un gesto que revelaba un sueño placentero.

— ¿Estará fingiendo?— pensó Albert de Géminis conforme avanzaba sigilosamente por el suelo de madera carcomida.

Se arriesgó a seguir las indicaciones de la entidad que lo ha acompañado durante tantos años. Decidió abandonar el Santuario sin dar mayores explicaciones. Ocultó la verdad al saber lo absurdo que sonaría confesar tal historia… No estaba dispuesto a ser el hazmerreír si resultaban ser sólo alucinaciones de su mente, pero también cabía la posibilidad de que fuera cierto y el viajar hasta allí le permitiría encontrar al hombre que estaba detrás de los ataques a Meskhenet, al Santuario y a Asgard.
Comprobar si de verdad sufría de un desorden mental o no, era algo que debía averiguar por sus propios medios, sin importar el peligro.
Pese a todo, no fue tan insensato como para viajar solo, trajo consigo a dos santos de plata a los que les pidió aguardar en un lugar seguro, pero lo suficientemente cerca para que se percataran de los sucesos si una batalla se daba inicio.
Confiando en que si llegaba a fallar en su cometido alguien alertaría al Santuario, es por lo que Albert entró sin demora a ese lugar.

Para su alivio, la guía de su invisible benefactor lo llevó realmente allí, a una vieja mansión que estaba haciéndose pedazos, envuelta por la hiedra y musgo que paulatinamente se han apoderado del lugar, incluso había un riachuelo que pasaba por debajo de los tablones podridos del suelo.
La naturaleza se abrió camino por la construcción y se amalgamó con ella, dándole un aspecto mítico por la luz que entraba por las ventanas aún adornadas con vitrales coloridos.

El santo de géminis no daba crédito a la clase de enemigo que allí encontró. Imaginaba que detrás de esos monstruosos guerreros se escondería un dirigente mucho más temible e incluso intimidante, pero en vez de eso se topó con un hombre de frágil aspecto. Sólo podía ver su mentón descubierto, su rostro permaneció ensombrecido por la capucha que le cubría la cabeza.
No sintió ninguna presencia custodiándolo… Tampoco percibía algún cosmos en él… ¿acaso podría ser un espejismo? No… Tenía que ser cierto, por lo que consideró esa la oportunidad perfecta para deshacerse de ese monstruo que ha causado tantos estragos en la nueva era.
Si fingía o no, no le interesaba. No había una ostentosa armadura protegiendo su delgado cuerpo, ni tampoco era un dios ¿qué podría ser ese hombre como para subyugar a los Patronos? Estaba por averiguarlo…

Albert preparó su mejor técnica, concentrando el poder de las galaxias en su mano. Liberó la violenta onda cósmica que en un santiamén redujo todo a su paso a simple grava.
La parte posterior de la mansión se evaporó tras la retumbante explosión, dejando solo una cortina de humo que poco a poco volvía al suelo. Albert aguardó unos segundos, esperando que se disipara la bruma.
Cuando sucedió, el santo dorado se sorprendió. Su técnica acabó con la parte trasera de la construcción y barrió con gran parte del terreno, mas una pequeña zona alrededor de la silla se mantuvo intacta, incluyendo a la persona que estaba en ella.
Inmediatamente, ese hombre abrió los ojos, enderezando su posición  en el viejo mueble.
— Eres muy osado santo de Atena. Creí que los de tu clase siempre buscaban un combate justo, pero en vez de eso decidiste atacarme cuando más indefenso me encontraba… —el encapuchado comentó sumamente tranquilo. Albert alcanzó a distinguir un color rojizo en sus ojos, los cuales mostraban una expresión cansada y aburrida—. Es claro que no eres como los demás.
Albert lo miró desafiante, sin retroceder.
— No tolero que intenten jugar conmigo —el santo aclaró con soberbia— Lo último que tenía ante mí era a un hombre indefenso. ¡Basta de juegos! ¿Eres Yoh Asakura? —cuestionó.
— ¿Yoh… Asakura? —repitió—… que graciosa comparación. Aunque no está muy lejos de la verdad —comentó, siéndole gracioso—. Bueno, estamos en una encrucijada… ya me has encontrado, ¿qué planeas ahora que estás frente a mí?
— ¿Y todavía lo preguntas? Por supuesto que he venido a detenerte— Albert volvió a encender su cosmos, concentrándolo en los puños.
— Así que esa es tu respuesta, violencia para la violencia… Atena no estaría complacida —el hombre comentó sin abandonar la relajada posición en su asiento.
— Ella entendería, al final son sujetos como tú los que hacen imposible la paz duradera. Ahora vas a decirme todo lo que quiero saber —Albert respondió con altivez.
— ¿Y cómo planeas hacer e…? —el hombre nombrado Avanish calló de repente, cerrando los ojos cuando un delgado rayo de luz atravesara su frente.
— Ahora —Albert permaneció con el dedo extendido hacia Avanish— estás bajo la influencia de mi técnica. El Satán Imperial te obligará a hacer lo que yo te ordene. Así que tendremos una larga charla tú y yo, y no podrás mentirme.
Avanish entreabrió un poco la boca, como si hubiera entrado en un estado de shock, sin embargo rápidamente sus labios volvieron a curvearse.
— Si querías la verdad, no había necesidad de tanta rudeza —dijo con serenidad — Bastaba un sutil “por favor” —sonrió ante la incredulidad del santo dorado—. Tenía entendido que sólo el Patriarca del Santuario tiene derecho a usar esta técnica… ¿Acaso él te permitió aprenderla?... ¿O no sabe que has quebrantado la ley? —preguntó, masajeándose un poco la frente.
— No tiene caso que te resistas, el efecto es irreversible…
— ¿Irreversible dices? Por supuesto que no me dirás la forma de poder librarme de esta técnica maldita, únicamente tendría que morir… o matar a alguien ¿no es cierto? —cuestionó sonriente, llevando su dedo índice a tocar el punto medio de su frente. Presionó unos segundos hasta que lentamente comenzó a apartarlo, en la punta de su dedo se acumuló una chispa electrizante de color dorado.
— Observa bien santo de Atena, a esto se reduce el esfuerzo en el que depositaste toda tu confianza y con lo que intentaste someterme.
Albert se sobresaltó. Jamás creyó que llegaría el día en que conocería a un humano con tales capacidades. El Satán Imperial en la punta de sus dedos ¿es eso posible?
— Este poder me es desagradable —dijo Avanish mientras observaba la pizca de sol que tenía bajo su control—… con esto apartas el libre albedrio de las personas —musitó con leve resentimiento— Deberías avergonzarte…
El santo de géminis se sintió frustrado por su fallo, por lo que se lanzó ferozmente al ataque contra esa enigmática entidad.
Albert avivó todavía más su cosmos para atacar, pero al primer paso que dio para iniciar la ofensiva, una silueta se interpuso en su camino, la cual liberó una ráfaga destructiva que lo frenó. Ante la  inesperada interrupción, el santo dorado quedó parcialmente ciego por unos segundos en los que recibió una brutal patada en la quijada.
El santo de Géminis giró sobre sí mismo, resintiendo el golpe que lo obligó a caer de rodillas  unos segundos antes de volver a incorporarse. Alzó inmediatamente el rostro, limpiando los hilillos de sangre que salieron de su boca.
— Parece que en persona eres mucho más desagradable de lo que llegué a pensar —dijo el guerrero frente a él.
Albert tensó el entrecejo con frustración, pues enfrentaba a un hombre con su mismo rostro y voz. Sacudió la cabeza creyendo que estaba desvariando, mas la imagen no desapareció.
— Debo admirar tu determinación Albert, haber llegado hasta aquí buscando a tu enemigo pese a los riesgos, pero aquí estás, con tu entera voluntad seguiste mis indicaciones… Sabía que lo harías, sólo tenía que esperar el momento adecuado.
— Tú eres… —Albert reconoció esa altanería con la que el ser espectral se manifestaba y comunicaba con él. Pero ahora estaba allí, no era un fantasma ni una alucinación, era de carne y hueso — ¿Qué significa esto?
— ¿No te alegra Albert? Después de todo no soy un producto de tu imaginación —rió divertido el guerrero de mirada maligna—. Ahora puedes descartar la locura, ya que ha sido sólo tu ambición la única causa de tu enfermedad —dijo la copia de armadura gris, permaneciendo en medio de Albert y Avanish, quien contemplaba impasible el evento.
— Ni tampoco eres un dios… al fin lo sé —el santo de oro masculló con resentimiento.
— ¿De verdad creíste que un dios mostraría interés en ti? —su doble rió todavía más escandalosamente—. Ah, sí que eres bastante gracioso. Fuiste lo suficientemente ególatra para creer en la minúscula posibilidad de poder ser tentado por un dios o una entidad poderosa… Has sido un buen títere, Albert — su voz comenzó a deformarse, cambiando de tono al mismo tiempo en que su rostro se desvanecía para mostrar otro—. Aunque hubo momentos en los que me dificultaste las cosas. Me tomó años el que llegaras hasta aquí.
— ¡¿De qué demonios hablas?! —exigió saber.
Aquel que había tomado su imagen regresó a su aspecto original, un hombre pálido y delgado portando una armadura azul. Tenía una feroz mirada de color verde  y una melena corta café. Una barba enmarcaba su sádica sonrisa — Mi nombre es Iblis, Patrono de la Stella de Nereo, apréndetelo bien pues soy el hombre que piensa abrirle las puertas del Santuario al señor Avanish, siendo tú la llave.
— ¿Acaso estás demente? ¡Jamás traicionaría al Santuario!
— Oh, eso es lo que dices, pero sabes bien que conozco tu verdadero secreto… Amas ese pedazo de tierra con todo tú ser y matarías por la oportunidad de estar al mando de él.
— No sé quién o qué seas, pero jamás me prestaré a tus maquinaciones —Albert espetó, volviendo a elevar su cosmos para reiniciar la batalla.
— Pero ingenuo muchacho, ya lo hiciste —el Patrono sonrió victorioso—. Mientras mis compañeros se preparaban para sus respectivos movimientos, yo aspiré a lograr el éxito sobre el Santuario que mi señor Avanish deseaba. Necesité esperar hasta que el indicado arribara,  tenía que encontrar al eslabón más débil ¿y adivina qué Albert? Fuiste tú.
— ¡Silencio, imbécil! ¡Sabes bien que mi fuerza supera a la del resto de los santos dorados!
— Te sobreestimas Albert, y es ese exceso de confianza lo que te vuelve inferior. Yo encontré las dudas que habitan en tu corazón y pude manipularte a través de tus miedos —rió una vez más— ¿Y adivina qué? Yo ya he decidido tu destino, y es el mismo que más temes.
— ¡Cállate! —Albert exclamó al liberar la explosión de galaxias.
Iblis no logró moverse para evitar el ataque que lo alzó con violencia hacia el cielo. Albert esperó a que ese cuerpo regresara por efecto de la gravedad y cayera a sus pies, más en ese lapso, instantes antes de escuchar el impacto en el suelo, Albert advirtió un inesperado resplandor que estaba por golpearle el rostro.

FIN DEL CAPITULO 37


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