— ¡Señorita Tara! ¡Señorita Tara! ¡Por
favor, resista!
Inmersa en la oscuridad a la que fue
obligada a permanecer de por vida, la Patrono escuchó la voz de su fiel guardián.
Sabiéndose de vuelta en la caverna en la
que ha vivido durante largos años, abrió los ojos sin que hubiera una
diferencia para ella, pero significando un gran alivio para el hombre que la
tenía en brazos.
Tendidos en el prado subterráneo junto
al estanque sagrado, Ábbadon había estado cuidando de la Patrono mientras ésta
ayudaba a los santos a destruir al hombre que asesinó a Hécate, su amada madre.
Limitado a sólo observar, el guardián
enmascarado se acongojó cada vez que un mechón de aquel hermoso cabello azul se
volvía blanco, con cada arruga que robaba la juventud de Tara y que reflejaba
el sobreesfuerzo de emplear sus habilidades en la batalla. No era la primera
vez que él veía tal atrocidad, pero sí la única vez en la que cuando ella abrió
los ojos no recobró su hermoso aspecto.
— ¿Qué… qué es lo que hizo, señorita
Tara? ¿Por qué…? —le preguntó muy preocupado. La conmoción despertó cierto
interés en la autista Danhiri, quien se animó a acercarse poco a poco a donde
la pareja se hallaba.
— Lo
logré… cumplí lo prometido —sonrió Tara, luciendo ahora como una mujer
anciana—… Vengué a mi madre… y ahora
podré volver a verla… y también… reunirme con Caesar…
— Señorita… —sollozó el hombre
enmascarado, reteniendo cualquier ápice de reproche.
— Disculpa
mi egoísmo… pero era la única forma de vencerlo—explicó agotada, mientras
su cuerpo comenzó lentamente a deshacerse en fina arena blanca entre los brazos
de Ábbadon.
Tara había excedido su poder no sólo esclavizando a los santos de Andrómeda y
Cisne, sino también protegiendo a sus aliados temporales en el Santuario. Aquel
atrevimiento de rivalizar con la entidad que poseyó al santo de Pegaso fue lo
que terminó por condenarla, pero así fue como logró que por valiosos segundos
éste perdiera el dominio sobre el cuerpo del que se valió para volver al mundo,
concediéndole a Seiya la decisión definitiva: morir por la flecha de Atena, o
sobrevivir y que fueran sus propias manos las que acabaran con la vida de todos
aquellos que amaba y apreciaba. Ella confió en que tomaría la decisión correcta, no necesitaba sus dones de
oráculo para saber que Hades habría
eludido la flecha de Atena sin tal intervención.
— No puede dejarnos, señorita —Ábbadon
le pidió, apesadumbrado.
— Lo
lamento… en verdad lamento que te hayas enamorado de una mala mujer como yo
—musitó, levantando la mano y palpar la máscara del guerrero—… Discúlpame por no ser capaz de vivir en
ese mundo de luz al que querías llevarme… pero en mi corazón sé que allí no
habría sido feliz…
Ábbadon calló, doliéndole las palabras
de la mujer a la que no decidió amar, pero que aun así amaba con el más puro de
los sentimientos.
— Y
tú mereces ser feliz… Lo serás… —predijo, apartándole la máscara que todo
este tiempo ha ocultado su cara.
Por primera vez, Ábbadon no se tensó ni
se apresuró a cubrirse. Los dedos de Tara palparon su piel, conociendo al fin
la malformación de nacimiento por la que siempre se sintió avergonzado.
— Basta
de esconderse… —le pidió con una gentil sonrisa.
El hombre sujetó la mano de la mujer con
cautela y la presionó cuidadosamente contra su mejilla.
— No
tengo derecho de pedirte nada… yo quien te he lastimado tanto… Pero en nombre
de mi madre… por ella, por favor, mantén la promesa que hiciste… cuida de
Danhiri…
Ábbadon miró a la susodicha, quien se
había arrodillado junto a la mujer que no hacía mucho consideraba un espejo de sí
misma, y a la que ahora parecía no poder reconocer.
— Y
olvida todo… no mires atrás… no guardes resentimiento… La guerra de mi padre
está por terminar… Deben irse y formar parte de este mundo una vez más, no
mantenerse aparte… No tengas miedo.
Con sus últimas fuerzas, Tara buscó con
su otra mano la de su hermana, mientras ésta sólo observaba la temblorosa
extremidad hasta que decidió tomarla, pero sólo por imitar lo que veía en el
hombre de cabello negro delante de ella.
— Cuida
de ella… —repitió agonizante, sonriendo con dulzura a su querida gemela—. Algún día se preguntará quién es y tú, Ábbadon,
deberás tomar una decisión… lo veo —profetizó, un poco consternada, como si
su habilidad de oráculo hubiera vuelto sólo para mostrarle una última y alentadora
visión—. Estarán bien… ambos lo estarán
—dijo con alegría y derramando unas cuantas lágrimas —… Veo el mar… un barco… y a un bondadoso hombre que acogerá a ambos… él
los guiará, les mostrará un camino correcto… si lo siguen tendrán una vida que
atesorarán hasta el final… —Tara cerró los ojos, acelerando la
descomposición de su cuerpo—. Aunque no
lo parezca ahora, serán felices… mucho…
—murmuró al final.
Capítulo
65
Batalla
de reyes. Parte III
Antes de que el poder de Apolo escapara
de su dedo y atravesara el corazón de Poseidón, ambos Olímpicos fueron bañados
por una intensa luz proveniente de un bólido cegador que se dirigía hacia
ellos.
Apolo redirigió su mano hacia aquella
manifestación y lanzó el ataque destinado para Poseidón, mas cuál fue su
sorpresa cuando el calcinante rayo escarlata rebotó sobre la aparente estrella
fugaz que los engulló irremediablemente.
Apolo se quedó un mero segundo cegado
por el paso de la feroz corriente cósmica sobre él, la cual no lo hirió o
agredió de ninguna forma, pero sí le arrebató a Poseidón de las manos. Para
cuando Apolo recuperó la visión, vio que en la lejanía aquel resplandor quedó estático,
liberando un fulgor palpitante, como si algo fuera a nacer de él.
Atrapado dentro de aquel halo, el dios
del mar se sobrecogió por la cálida y amigable energía que lo rodeaba. Abrió
con dificultad los ojos, notando algo más allí con él que no logró distinguir
rápidamente, mas cuando lo hizo su sorpresa fue enorme. Su quijada quedó
trabada e imposibilitada de hacer cualquier pregunta, pues no podía creer lo
que volvía a él… Después de milenios estaba allí…. — ¿Por qué?— se preguntó a sí mismo, ignorando su demacrada imagen
reflejada en la reluciente figura que lo había salvado.
— Entiendo
—pensó, como si hubiera recibido una respuesta que sólo él pudo escuchar.
Apolo percibía cómo es que dentro de ese
huevo cósmico un gran poder estaba creciendo en su interior y latía, cada vez
con más fuerza. El Olímpico observó cómo el perdido Tridente de los Mares cruzó
el universo a gran velocidad y se impactó contra el ovalo luminoso, rompiéndolo
y liberando todo el poder dentro de él.
El cosmos de Apolo y su propia
magnificencia quedaron eclipsados por la del dios rival, quien emergió de entre
los deslumbrantes resplandores.
Los alargados ojos de Apolo se
congelaron en un gesto azorado al contemplar el magnífico fulgor azul que
rodeaba a Poseidón.
— ¡Es
inaudito!— el dios clamó con desconcierto—. ¡Esa kamui… creí que había sido destruida junto a tu cuerpo en la Era Mitológica!
Poseidón irradiaba en poder al verse
totalmente cubierto por su armadura divina, la
original que creyó perdida tras su primera derrota ante Atena. Escamas de adamantio
azulado como el zafiro con vistosos detalles dorados reflejaban la exquisita
belleza de las profundidades marinas y representaban dignamente la nobleza de
quien regía sobre los mares. En su espalda dos grandes aletas curvas simulaban
las alas que lo alzaban como una auténtica divinidad.
El poder de las tormentas y maremotos
moraban en el cosmos radiante del hijo de Cronos, siendo sobre su armadura donde
algunas descargas eléctricas viajaban como estelas luminosas.
Poseidón permaneció con el rostro
ensombrecido un momento, permitiéndose disfrutar aquel reencuentro con su
preciada armadura. Sentía un palpitar junto al suyo, un aliento sobre sus oídos,
una calidez que fue capaz de exorcizar de su cuerpo el dolor y las heridas, regresándole
la forma, juventud y vida que ya creía
perdidas.
Manteniendo los ojos cerrados Poseidón
habló—: Yo también lo creía así, Apolo. — Sujetó el Tridente de los Mares que
flotaba frente a él, el cual sufrió una leve transformación en cuanto fue tocado
por el dios, cambiando sus colores dorados por el mismo azul de su kamui—. Pero
tal parece que tu sabia hermana tenía otros planes para ella. Nunca dejó de
creer que algún día la necesitaría de regreso.
— ¡¿Atena
hizo tal cosa?! ¡¿Cómo es que se atrevió a engañarnos?! —Apolo cuestionó
con indignación—. ¡¿Por qué intercede por
aquel que fue su enemigo durante todos estos siglos?!
— Para mí es claro. —El dios del mar
abrió los ojos, mostrando una mirada que fulminaría legiones enteras del Olimpo
con sólo desearlo—. Atena clama ser la diosa de las guerras justas, el destino de la Tierra y de la humanidad se
decidirá en igualdad de condiciones. —Su cosmos creció, creando una feroz
tormenta cósmica que nubló los astros del universo.
Su kamui no sólo estaba allí para
reparar y proteger su cuerpo mortal, sino que también le garantizaba que sería capaz
de emplear todo el poder del que era dueño sin poner en peligro su existencia.
— No
dices más que disparates —masculló Apolo con el ceño fruncido—. Esto no cambiará nada, sigues siendo un dios
inferior para mí.
— ¿Inferior,
dices? He aprendido lo que los mortales veneran de un dios— apuntó su tridente
hacia el corazón de Apolo con desafío—: su sentido de la justicia y su
compasión. Dos cosas que alguien como tú jamás comprendería, por estar sumido
en una existencia vacía y egoísta durante siglos. Tú y el resto de los dioses
que se resisten al cambio están destinados a desaparecer y ser olvidados por
los hombres, ya que no pueden ganarse su devoción permaneciendo sentados en sus
tronos celestiales. Sólo hasta que hayas peleado al lado de ellos, hasta que
hayas sangrado por ellos, es que realmente serás digno.
— ¿Un
dios, dando su sangre por un humano? — La indignación del dios del sol se
reflejó en el cosmos llameante de sus ojos—. Poseidón, es toda una ofensa tenerte ante mi presencia. Desaparece,
eres tú quien merece el olvido, me aseguraré de ello. A diferencia de Atena, no
permitiré que tu alma errante regrese a desafiarme. ¡Tu círculo de derrotas
interminables finaliza aquí! ¡Sucumbe ante el poder de un auténtico dios!
/ - / - / - / - /
Territorio Sagrado, ante los Grandes Espíritus.
Yoh Asakura no tenía por qué contener la
fuerza del espíritu que lo acompañaba, en ese lugar sagrado que existe entre el
mundo de los vivos y la antesala al más allá, las consecuencias de cualquier
batalla no afectarían a nadie, salvo a los participantes de tan titánica
contienda.
El colosal espíritu de la tierra se
abalanzó contra el gigante alado que flotaba unos cuantos metros sobre el
suelo. Como réplica del primer ataque de Yoh hacia Avanish, el ángel con corona
extendió una sola mano para contener el puñetazo de su rival. Para sorpresa de
Yoh, el brazo de su espíritu acompañante se quebró en miles de fragmentos en
cuanto impactó la mano azul del ángel.
El espíritu dorado rugió molesto y
adolorido, mas rápidamente una gran cantidad de tierra se alzó del suelo para
reformar el brazo destruido. En contra de todo pronóstico, pese a su
inmensidad, el espíritu de la tierra lanzó golpes con sus brazos a una
velocidad impresionante, sin detenerse pese a que cada que era bloqueado sus
extremidades se rompían, pero con la misma velocidad eran reemplazadas por la materia
bajo sus pies.
A diferencia de Avanish, Asakura decidió
apoyar a su compañero, lanzando grandes ataques cortantes nacidos de su espada,
logrando impactar el flameante cuerpo azul.
Cortes se abrieron en el cuerpo del
gigante alado, mas en vez de salir sangre emergieron gritos de dolor de cientos
de almas combatientes.
— ¡¿Pero qué…?! —Yoh exclamó confundido,
buscando respuestas en el hombre que se mantenía flotando por encima de la corona
de llamas blancas del coloso.
— Los espíritus de la tierra, agua,
fuego y aire pueden ser los regentes dominantes de este planeta, mas el tiempo nos ha permitido atestiguar que
su grandeza y majestuosidad pueden desaparecer y corromperse ante la presencia
y labor de los humanos —explicó Avanish con placer, permitiendo que por un
instante el ángel mostrara su auténtica forma, la de millones de almas humanas
de todas las edades, razas, géneros y tiempos, que unificadas se volvieron una
fuerza imparable.
En cuanto recobró su forma titánica, el
ángel azul precipitó un puñetazo contra el coloso dorado, destrozándole la
cabeza.
Asakura salió disparado junto a las
piedras y tierra, manteniéndose en el aire gracias a sus habilidades.
— Valerte de almas prisioneras no te
servirá, las liberaré de tu dominio —sentenció, frustrado por aquel acto tan
abominable.
— ¿Prisioneras? —Avanish sonrió—. No juzgues
tan deprisa, Asakura. Tú y yo sabemos que un alma leal es mucho más poderosa y
efectiva que una esclavizada… ¿Crees que yo me rebajaría a imitar actos tan
viles como los tuyos? —le recordó pasajes de sus vidas pasadas—. Puede que sea uno
de tus más odiados enemigos, pero hay cosas que hasta yo sé respetar... Estas
almas, estas personas, están aquí
porque así es su deseo —aclaró entre el estruendo del gigante descabezado
cayendo al suelo—. He pasado los últimos siglos
conociendo a cada uno de ellos y han decidido pelear a mi lado.
En ese instante, del inmóvil cuerpo del
espíritu de la tierra crecieron centenares de brazos que, como los de una araña,
lograron sujetar al ángel azul.
— Desde las almas que fueron abatidas
por el primer diluvio divino —Avanish continuó relatando con tranquilidad pese
a ver que el espíritu dorado recobró su cabeza, la cual se duplicó numerosas
veces por todo su torso, simulando ahora ser un centimanos* de la Era Mitológica—,
hasta aquellas que se negaron a partir al otro mundo después del último Gran
Eclipse y otras más que rescaté del Cocito cuando el Inframundo estalló en caos…
De repente, el colosal centimanos se vio
acompañado por cinco réplicas de él mismo que emergieron del suelo para rodear
al ángel y a su creador.
Simultáneamente, los centimanos
descargaron toda la fuerza de sus golpes contra el inmóvil ángel, alzando grava
y polvo como si fuera una violenta erupción volcánica que obligó a Yoh a
alejarse.
El Shaman King no se engañó, por lo que
permaneció atento a cualquier contraataque que no demoró en ocurrir.
De un sólo aleteo de aquellas alas de
luz, el colosal ángel destruyó a tres de los seis gigantes dorados, liberándose
en el proceso. Voló veloz por el cielo, siendo perseguido por brazos de roca
serpentinos que no lograban más que rozar sus piernas, sin percatarse de que
otros tres colosos enemigos se alzaban del suelo para suplantar a los que
fueron destruidos.
A cierta altura, el ángel se detuvo y,
antes de que fuera alcanzado por los numerosos brazos, de sus alas liberó una
ola expansiva de energía que desintegró a
cada uno de sus titánicos enemigos, aplastándolos contra la misma tierra
dentro de la que sus restos se fundieron. Kilómetros de suelo se hundieron tras
el estruendoso aleteo por el cual el espíritu de la tierra no volvió a materializarse.
— Y eso es sólo un juego de niños… —Yoh
escuchó a su diestra, girándose sólo para recibir un único golpe en el estómago
que lo dobló hacia al frente.
Avanish mantuvo su puño contra el
vientre de Asakura, la armadura sagrada no se rompió, pero el dolor por poco y
dejó en blanco los ojos de su sucesor.
— Pienso que lo mejor es matarte de una
vez —el peligris musitó al levantar la cabeza de Asakura, tocándole el cuello
con la punta de su dedo flamígero con la clara intención de perforarle la
yugular.
Asakura aprovechó la corta distancia y
logró asestar un mandoble en el cuerpo de Avanish que le permitió alejarse de
él. El filo de la espada no se vio manchado por ningún fluido, mas el ataque
diagonal no sólo cortó el ropaje de su enemigo sino también la piel en su
pecho, creando una abertura por la que pudo ver el interior del primer Shaman
King. Allí sólo había energía en su estado más puro, una intensa y poderosa esencia
espiritual indescriptible… Una gota de poder divino que la misma Gran Voluntad vertió allí.
Como si aquello no pudiera ser visto más
que por los mismos dioses, Yoh Asakura sintió el castigo de tal atrevimiento en
sus ojos, los cuales ardieron y se cegaron.
— Ah, debí haber esquivado eso —Avanish
dijo divertido, volviendo a cubrirse con su capa resplandeciente—. Perdona que mi
descuido te haya costado la vista— dijo de manera siniestra—. ¿Lo sabes no? Una
vez cumplido el ritual de iniciación debes dejar tu cuerpo atrás para que
permanezca en el trono del Rey, sólo para que sea lo primero que el próximo
elegido se encuentre al llegar allí, una inservible pila de huesos... La última
señal de advertencia —añadió, custodiado una vez más por el ángel azul—. Afortunadamente
logré recuperar mis restos y con ellos recree mi cuerpo original… pero sin
importar las apariencias, es sólo un cascarón que oculta la divinidad que tanto
temes. ¿Acaso ver ese montón de huesos
en tu trono fue lo que te aterrorizó, Asakura? —preguntó con curiosidad.
Logrando sobrellevar el dolor Yoh
mantuvo los ojos cerrados, pero con firmeza y seguridad sostuvo su katana.
— ¡No has ganado todavía como para que
tenga que responder a eso! —clamó, sonriendo pese a las adversidades.
Antes de que Avanish decidiera el
siguiente movimiento, un sonoro grito de guerra se anticipó a la manifestación
de un gran poder que cayó de los cielos.
— ¡Ave Fénix!
El primer Shaman King alzó la vista para
que en sus pupilas se reflejaran las infernales llamaradas rojas que lo
cubrieron.
Asakura fue envuelto por un ventarrón de
aire que lo alejó del peligro sin demasiada delicadeza. Para cuando todo dejó
de dar vueltas en la oscuridad, sintió que alguien lo tenía sujeto del brazo
como si él fuera un mero niño pequeño.
— Por poco y fallo —dijo una voz
femenina carente de emociones—. Si está impedido para luchar lo mejor es que se
abstenga de estar en la batalla.
Pero Yoh Asakura no necesitaba sus ojos
para contemplar lo acontecido, no mientras continuara unido a su espíritu
acompañante, quien le compartía la vista omnisciente que él tenía en aquel
mundo.
— Ikki, ¿tú acabas de salvarme? —Yoh preguntó risueño, anticipando el
acercamiento del santo del Fénix, cuya cloth ardía con el brillo divino que
ganó en el Eliseo.
— Yo lo salvé, él tiró a matar —lo acusó
la joven de cabello rosado que vestía una scale bendecida por la sangre de
Poseidón.
Mientras las llamas del fénix
continuaban ardiendo en una alta hoguera que enrojeció el entorno, el ángel
azul quedó impedido de auxiliarlo cuando de manera inesperada nueve tritones
colosales lo empalaron con sus tridentes. El aullido de todos esos espíritus
fue monstruoso, más de bestias que de hombres, quedando aletargados por los
hechizos ancestrales puestos en las armas de los Pretorianos de Atlantis.
— Tenéis
subordinados que creyeron apreciaríais un poco de ayuda —dijo Atlas de
Aries, quien contemplaba todo desde el suelo erosionado. Su cloth de oro lucía
radiante pese a la batalla contra los ángeles de Apolo.
— ¿Subordinados? —repitió Yoh,
entendiendo rápidamente —. Esos niños
astutos —murmuró, agradeciendo las atenciones que siempre han tenido para con
él—. Gracias por venir, como pueden apreciar no me está yendo tan bien como
creía…
— No me sorprende de ti, Asakura, pero las
charlas tendrán que darse después —comentó Ikki, adelantándose a la extinción
de las llamas que su cosmos luchó por mantener vivas.
Avanish apareció indemne aun tras la
prolongada estancia entre las iracundas flamas sin que uno solo de sus cabellos
se hubiera rostizado.
— Vaya reunión la que aquí se está suscitando
—dijo al contemplar a los recién llegados—. Héroes, santos, atlantes, humanos,
todos ingenuos siervos de los dioses, y entre ellos un semidiós y un falso dios
—se burló, siendo su risa lo que comenzó a reanimar a su espíritu acompañante—.
Éste sí que es un panorama por el que ha valido la pena vivir tanto tiempo…
—murmuró para sí, dando una orden silenciosa a sus espíritus aliados.
El ángel azul comenzó a retorcerse entre
los tridentes que luchaban por retenerlo dentro del circulo que los nueve
tritones formaron a su alrededor.
— Probemos la fuerza de tal alianza
—Avanish decretó, siendo en ese instante en el que al ángel de flamas azules le
crecieron una veintena de brazos con los que empujó a los nueve pretorianos
armados para liberarse.
Al mismo tiempo, la energía espiritual
de Avanish se incrementó y apuntó con su mano a los guerreros que intentaban
cumplir con la demanda de los dioses.
/ - / - / - / - /
Grecia, Santuario de Atena.
Después de mucho luchar, la tranquilidad
había vuelto al Santuario de la diosa Atena, mas el amargo sabor de la victoria
estaba en la boca de todos aquellos que fueron parte de tan intensas batallas,
ya sea como partícipes o meros espectadores.
Para cuando la presencia de Hades fue erradicada de tierra santa, todo
se sumió en una lúgubre espera por las consecuencias.
En cuanto ocurrió, Shun de Andrómeda
perdió todo sentido, cayendo en un profundo y temporal sueño infligido por la
Patrono Tara quien, pese a ya no seguir el camino de Avanish, no dejaba de ser
una hija que se preocupaba por su padre y por ello jamás lo expondría a
enfrentar a un santo legendario como Andrómeda.
Asis de Sagitario permaneció en la
cumbre de la Estatua de Atena, sabiendo que en aquel momento el corazón de más
de uno de los presentes le guardaba resentimiento, pero él no se arrepentía de
ser quien ejecutara al célebre santo de Pegaso. Sus manos no temblaron en el
momento de disparar pues sintió la guía de una fuerza extraordinaria apoyando
sus actos, y si por ello merecía un castigo terrenal o celestial entonces lo
aceptaría sin más.
Aunque Shaina buscó un último milagro más en el cuerpo tendido de Seiya, no
encontró más que un semblante de paz en el rostro del finado santo. Entre
lágrimas, Shaina vio cómo la mancha de Hades abandonaba los restos del valiente
guerrero, pues la cloth de Pegaso volvió a recuperar su pureza y sus cabellos se
tornaron una vez más castaños.
La amazona colocó con gentileza la
cabeza de Seiya sobre su regazo y ahí aguardó sin que nadie se atreviera a
molestar su luto. Sólo el Patriarca Shiryu permaneció a su lado, mientras el
resto decidió respetar su pena y aguardaron en la cima de las Doce Casas.
Anna Hiragizawa sorpresivamente le
confió el cuidado de su bebé al shaman Kenta, pues ella tenía algo importante que
hacer. Con ayuda de Anfinn bajó rápidamente hacia el destruido templo de Virgo
y, escondiendo sus verdaderas intenciones, se agazapó junto al cadáver del
bravo guerrero para acomodarle las manos en el pecho. Tal acercamiento no
perturbó ni incomodó a nadie, ni siquiera cuando la mujer unió sus propias
manos en un humilde acto de oración de acuerdo a su religión, sin embargo,
Kenta y Anfinn pudieron sentir el poder de la sacerdotisa recuperando el alma
que fue arrancada del infante Syd.
Anna suspiró al saber intacta la
reluciente esfera que tomó entre sus manos, sin que nadie más que ella y los
shamanes pudieran verla. — Un milagro más—
pensó con gratitud.
En silencio la sacerdotisa se levantó y
junto con Anfinn volvieron a donde se encontraban los señores de Asgard.
Hilda miró esperanzada a Anna, quien
sólo se acuclilló un momento y posó su dedo índice sobre los labios amoratados
del agónico príncipe. En tan simple acto el milagro se concretó, Syd tosió
repetidas veces y abrió los ojos para mirar confuso a sus padres cuyos rostros
se llenaron de alegría en cuanto él pudo decirles —: Mamá… papá…
— Aún no termina —escucharon Bud de
Mizar y Shiryu de Dragón respectivamente.
Shiryu creyó que se trataba de la
Patrono Tara, pero en la oscuridad de sus ojos distinguió la aparición de una
nueva figura, una espectral niña de vestido blanco.
Bud miró sorprendido a su izquierda,
viendo a pocos metros de distancia la oscura silueta de una mujer montando un
caballo sombrío.
— Hay
un hombre que todavía debe ser castigado —dijo la niña de pálida piel, largo
cabello blanco y poseedora de unos cautivadores ojos verdes.
— El
responsable de que todo esto pudiera ocurrir —dijo la valquiria, una réplica
sombría de la que Bud reconocía como la norna Skuld.
— Tú
que has traído luz y una nueva vida a tantos jóvenes — escuchó Shiryu de la
sonriente niña.
— Tú
que has sido marcado dos veces por la muerte —oyó Bud, viendo cómo los
cabellos de la norna revolotearon y mostraron ese hilo único y especial que lo
representa en el telar del destino.
— ¿Te gustaría tomar mi lugar? —preguntaron
ambas entidades a sus respectivos elegidos.
/ - / - / - / - /
Territorio Sagrado, ante los Grandes Espíritus.
Siendo Yoh, Ikki y Caribdis el blanco de
Avanish, sólo les quedó esquivar el cegador ataque de energía, mientras que desde
el suelo Atlas de Aries se impulsó para atacar con ferocidad al primer Shaman
King.
El puño de Atlas fue atrapado por la
flameante mano de Avanish quien lo miró directamente a los ojos.
— Los legados de Poseidón y Atena
depositados en un mismo hombre, Atlas de Aries. Será una pena tener que matarte
—dijo Avanish, recibiendo un puñetazo en pleno rostro de parte del santo
dorado.
— No
lo haréis —Atlas aclaró, sujetándolo del brazo llameante para arrojarlo contra
la tierra.
Ikki de Fenix lanzó su cosmos flamígero,
embravecido por los vientos huracanados de
Caribdis de Scylla, formando una gran flecha de fuego que cayó sobre
Avanish.
—
Pese a que les ordené el no intervenir en esta pelea se las ingeniaron para no
desobedecerme del todo. —Yoh recordó la última orden que les dio a los otros
cinco espíritus de la Tierra—. No
pudieron sólo mirar, ¿cierto? —descubriendo la estratagema de todos ellos
al haber elegido a un campeón que los
sustituyera en la batalla—. Tendré que reprenderlos otra vez… pero gracias, mis
queridos amigos— murmuró, seguro de que esos traviesos espíritus podían
escucharlo.
La gran flecha golpeó a Avanish,
encerrándolo dentro de una intensa hoguera dentro de la que su silueta se
reincorporó rápidamente sin que el fuego fuera un tormento para él.
— Fuego —miró hacia Ikki—, aire —a Caribdis—,
agua— a Atlas— y tierra —fijando la vista en el actual Shaman King—. ¿Intentas
recrear para mí un nuevo Godaiseirei*?
— No soy la clase de hombre al que se le
da bien hacer planes, sólo echarlos a perder — Yoh confesó, sonriendo de manera
descarada—. Esto no es obra mía, pero si los Grandes Espíritus Elementales han
decidido actuar de esta manera, no pienso rechazar su ayuda.
Yoh bajó una mano, señal que le permitió
al espíritu de la tierra volver a reconstruirse en menos de un parpadeo y
aplastar con su gran puño al pequeño hombre en llamas.
Más allá, los nueve Pretorianos de Atlantis
luchaban con el ángel azul, que se desvivía por eludir los constantes y bien
coordinados ataques de la guardia personal de Atlas de Aries, sin posibilidades
de ir en auxilio de su señor.
Por fortuna, Avanish no necesitaba de ninguna
ayuda para lidiar con los cuatro molestos guerreros. Con su deforme brazo logró
levantar el puño del gigante, y con un pensamiento hacer estallar al coloso de
tierra, desintegrándolo en arena que se esparció como una tormenta que Caribdis
limpió con un simple aleteo de su scale.
Ya en el suelo, Atlas de Aries volvió a
atacar a Avanish con sus más fieros golpes. El primer Shaman King se privó de
la capa que sólo le estorbaba, pudiendo responder los ataques con una agilidad
y velocidad que le permitió mandar hacia atrás al santo con una palmada en el
pecho.
Atlas resintió la presión y el estallido
de ese golpe que lo prendió por completo en llamas rojas. Las flamas se
mantuvieron vivas un par de segundos solamente, mas Atlas estaba confundido al
sentirse tan lastimado como si hubiera recibido una terrible golpiza.
En cuanto el santo de Aries fue
empujado, Ikki de Fénix ya estaba relevándolo en un fiero intercambio de golpes
y cosmos.
— Fénix, tu incandescente cosmos es
impresionante —Avanish le dijo al bloquear cada uno de sus puñetazos—, pero
para alguien que fue abatido por las llamas del mismo dios del Sol, tu fuego es
sólo un cálido soplo sobre mi piel. — Con su palma derecha golpeó la barbilla
del santo de Fenix.
Las llamas estallaron en la quijada de
Ikki, quien fue envuelto por ellas durante el obligado retroceso.
Para cuando Avanish se precipitó hacia
el santo del Fénix para rematarlo, la feroz fuerza del viento aprisionó su
cuerpo, logrando contenerlo por unos momentos.
Las bestias de Scylla que danzaban
dentro del torbellino abrieron cortes muy superficiales en el cuerpo del primer
Shaman King, siendo Yoh Asakura quien se desplazara a toda velocidad hacia el
enemigo ahora inmóvil.
En el efímero trayecto, Yoh materializó
una segunda katana dorada en su mano izquierda. — ¡Corte de los dragones gemelos!—
gritó, chocando ambas cuchillas una sobre la otra, y del estruendo emergieron dos ráfagas de
energía espiritual que avanzaron como hélices hasta formar dos temibles
dragones dorados que golpearon a Avanish con brutalidad.
Los santos de Fénix y Aries se
impulsaron para unir fuerzas, golpeando al primer Shaman King con la cosmoenergía
acumulada en sus puños. Los haces energéticos castigaron al enemigo, quien al
caer al suelo rodó un par de metros hasta que logró dar una pequeña pirueta y
levantarse, quedando completamente de espaldas a sus oponentes.
— ¿Cuánto tiempo ha pasado desde la
última vez que luché así? —alcanzó a murmurar, sabiendo que los cuatro
guerreros se arrojaron sobre él desde los cuatro puntos cardinales.
— Mi humanidad… sólo en la batalla puedo
recordar lo que es volver a ser un ser humano — fueron las palabras, y tal vez
el conjuro, por el que símbolos escarlatas aparecieron en la blanca piel de Avanish,
tatuajes tribales que en su mayoría Yoh reconoció como parte de la cultura de
los Apaches. Asimismo, Atlas y Caribdis distinguieron algunos símbolos
atlantes, e Ikki un par de jeroglíficos egipcios.
Los tatuajes formaban líneas verticales
que cruzaban por el medio de su espalda, brazos, manos, pecho, piernas y
rostro, siendo en su frente donde una águila con las alas extendidas se marcó
como un símbolo de la realeza.
— Que desagradable sensación… pero al
mismo tiempo, nostálgica—el peligris dijo, liberando una onda de energía
espiritual, la cual formó una gran burbuja a su alrededor dentro de la que
pareció detenerse el tiempo, mas no fue así. La velocidad de aquel hombre
sobrepasaba la de cualquiera de los presentes, quienes pese a poder ver sus
desplazamientos no podían moverse tan deprisa como para confrontarlo. Avanish
repartió golpes con las palmas desnudas a los lentos rivales, en sus vientres,
pechos y cabezas.
Los cuatro guerreros escupieron sangre
antes de ser envueltos por las llamas que esos tres simples impactos en cada
uno encendieron.
Rodeado por las cuatro hogueras, Avanish
miró a Yoh al ser el primero en poder levantarse, lastimado y debilitado.
Al ver su armadura desgastada y sentir
su cuerpo herido, Yoh entendió la gravedad de aquellos golpes que eran capaces
de herir a guerreros que portaban armaduras divinas.
— Estás… usando nuestra fuerza contra
nosotros mismos… —alcanzó a decir, reparando su armadura espiritual una vez
más.
— Para alguien que es capaz de destruir
un alma, es sencillo poder utilizar la fuerza que hay en ellas a su favor… Y
ustedes son guerreros virtuosos con almas férreas que jamás se rinden, por eso les
duele tanto —Avanish se mofó, admitiendo la habilidad especial con la que era
capaz de emplear la fuerza espiritual de un oponente contra sí mismo, por lo
que mientras más fuerte sea el alma de un enemigo, más daño ocasionará al
cuerpo del mismo.
— Si
ese es el caso… —meditó Atlas al dar una rápida orden por la que cuatro de
los nueve Pretorianos abandonaron la lucha contra el colosal ángel para atacar
el primer Shaman King.
Conectados no sólo por líneas de sangre
sino por el cosmos que compartían, Caribdis de Scylla supo lo que el santo de
Aries haría, por lo que manipuló el aire para alejar a sus compañeros antes de
que la inmensidad de los Pretorianos aplastaran la zona sobre la que el enemigo
estaba de pie.
Los majestuosos tritones armados notaron
los movimientos audaces con los que Avanish los eludió para buscar refugio en
el cielo, mas los Pretorianos lo siguieron y atacaron sin piedad.
Yoh invocó nuevamente al espíritu de la
tierra para que enfrentara al titán azul de Avanish, permitiéndole a toda la
armada Pretoriana luchar contra el primer Shaman King.
Atlas subió al hombro de uno de sus
soldados, acompañándolos en la persecución mientras el resto de los guerreros se
reagrupaban.
— Esto no está funcionando —anunció
Caribdis de Scylla.
— No es la primera vez que enfrento y
venzo un enemigo temible, pero no siempre el arrojo y la tenacidad son
suficientes parar ganar una batalla. — Ikki miró a Asakura acusadoramente, pues
era consciente de la inefectividad de todos—. Si tienes algún plan, es momento
de decirlo.
Tras unos segundos de silencio Yoh dijo—:
Su cuerpo es sólo una formalidad —apuntó, aún cegado por lo que vio dentro de
Avanish—. Sólo lo utiliza para tener una forma corpórea y proteger su alma ya
que es el único punto débil de cualquier inmortal.
— Destruir el cuerpo, después el alma, entendido
—Caribdis dijo sin encontrarle objeción o dificultad.
— Aun sin una armadura el maldito es
bastante resistente —admitió Ikki con un deje de frustración—. Pero si es lo
que se necesita hacerse se hará —puntualizó—. Eres el único shaman aquí así que
más te vale cumplir tu parte.
— Aunque sea lo último que haga no les
fallaré —Yoh juró.
En el cielo amarillento, los Pretorianos
atacaron de manera incansable al sagaz Avanish, quien se limitó a eludir las
filosas espadas y resistentes escudos sólo hasta que decidió atacar.
El pequeño punto que él era a
comparación de los colosales guerreros saltó hacia uno de ellos, pateándolo en
el pecho sin demasiado esfuerzo, pero el suficiente como para mandar al gigantesco
tritón a hundirse en el suelo.
Cuando otro Pretoriano precipitó su
afilado tridente hacia Avanish, el primer Shaman King sólo estiró el brazo,
permitiendo que la enorme cuchilla chocara contra él para que ésta se rompiera
y quedara inservible.
— Nueve guerreros —dijo Avanish al ver
al antiguo soberano de la Atlántida en la cima de uno de los gigantes—. Uno por
cada hermano asesinado, la representación eterna de una pena que ni siquiera
milenios de castigo te permites dejar atrás. Traer al asesino de reyes en
persona fue un movimiento astuto —comentó sonriente y desafiante.
— Será
un honor ayudar a un rey milenario como vos a encontrar la paz que tanto necesitáis
— respondió Atlas, despertando la curiosidad del primer Rey de los shamanes.
El cosmos aguamarina de Atlas lo cubrió,
creciendo enormemente cada segundo que
pasaba. Centellas comenzaron a cruzar por su armadura dorada, iluminando sus
ojos al despertar la chispa divina que como hijo directo de Poseidón poseía.
Mas no sólo su cosmos cambió; en respuesta a tal poder, la cloth de Aries dejó
atrás su forma original para resplandecer y moldearse de acuerdo al majestuoso
brillo divino que irradiaba. Con dos grandes alas a su espalda, Atlas ahora
pudo elevarse por sus propios medios en el aire, adelantándose a su armada personal.
Ante el paso de su Rey, las armaduras,
escudos y armas de los Pretorianos cambiaron, casi replicando la majestuosidad de
la cloth divina de Aries, mas en hermosos colores azules y dorados.
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Al borde de la eternidad.
Cada que un sol nacía estallaba una vez
que alcanzaba su máximo esplendor. Abriéndose numerosos agujeros negros cada
que el dunamis de los dioses del sol y del océano chocaban, los Olímpicos se
desplazaban en medio de esa devastada fracción del universo desconocido.
Poseidón liberaba fulminantes rayos del
tridente en su mano mientras que Apolo los eludía de manera zigzagueante.
Las hojas doradas que formaban el disco
solar en la espalda de Apolo se soltaron de la estructura de adamantio,
convirtiéndose en una centena de flechas por las que el dios no requería
utilizar ningún arco para lanzarlas contra su oponente.
Las flechas se dispararon hacia
Poseidón, arrastrando consigo el fuego más intenso del cosmos.
El tridente del Emperador soltó un
resplandor blanco por el que las flechas se detuvieron antes de tocarlo, mas
ante un deseo de Apolo éstas liberaron el calor de las llamas sagradas que
llevaban en su interior un poder capaz de incinerar las galaxias.
Para el hijo de Zeus los residuos de su
propio cosmos no eran más que una sutil brisa cálida, por lo que no retrocedió
pese a ser alcanzado por la mortal llamarada. Sin embargo, por aquella nube
hirviente se extendió el cosmos de Poseidón en forma de centellas que
arremetieron contra Apolo.
El dios del sol se tensó al ser
alcanzado por tan temibles descargas de poder que llegaban por doquier.
Entumecido por el dolor, logró divisar a
un audaz Poseidón que precipitó las puntas de su tridente contra su cuerpo.
Apolo materializó rápidamente el arco forjado por Hefesto en su mano y,
milímetros antes de que lo impactara contra el arma del Poseidón, se transformó
en una brillante espada dorada que resistió el envite.
Las armas de los dioses chocaron sin cesar
en un duelo inmisericorde que terminó cuando la espada de Apolo partió en dos
la corona en la cabeza de Poseidón y éste retrocediera con el rostro
ensangrentado.
Apolo se permitió una pausa, sólo para
vanagloriarse de ello.
— Sin
importar detrás de cuantas corazas te protejas, continúas siendo un dios débil.
Poseidón se tocó el rostro, manchándose
los dedos con la sangre que fluía de su frente. La miró por un momento, roja, como la de todos aquellos hombres
y mujeres valientes que han luchado y muerto en su nombre; roja, como la de cada recién nacido, joven o anciano que habita el
planeta en el que él mismo nació, ya sea del vientre de Rea como el de la noble
mujer de los Solo.
— Débil
—Poseidón repitió, meditabundo—. Cierto, es así como juzgué a Atena y a los
santos desde la Antigüedad, y aun así ellos —dudó, pero al final pudo decirlo
hasta con orgullo—… me vencieron —
dejando ver una leve sonrisa que se adelantó a la incredulidad de Apolo.
El dios del sol observó anonadado cómo
sobre los brazales, peto y hombreras de su kamui roja comenzaron a abrirse grandes
fisuras, en un efecto tardío del intercambio de ataques del que creyó haber salido
indemne.
— Como yo te derrotaré ahora— sentenció
el Emperador.
El poder de Poseidón volvió a estremecer
el universo conforme su dunamis lo inundaba todo. Sobre el acuoso cosmos
aguamarina las imágenes de infinidad de criaturas marinas resaltaron en líneas
más destellantes que las estrellas mismas, siendo siete las más inmensas y
brillantes que respaldaban al dios.
El rugiente cosmos de Poseidón convirtió
el Tridente de los Mares en un objeto de luz blanca y radiante.
Por un momento fugaz, Apolo sintió estar
mirando un rayo del mismo Zeus, pero no, todo ese poder le pertenecía a Poseidón,
quien parecía haber igualado el poder del Rey de los dioses.
— No
lo acepto —fue el pensamiento por el que Apolo logró salir de su estupor,
alineando su espada para bloquear el tridente con el que el enemigo volvió a
atacarlo.
La espada del dios del sol se partió en
dos antes de siquiera golpear el Tridente de los Mares.
Apolo quedó pasmado cuando el tridente
de Poseidón logró lo impensable al clavarse profundamente en su pecho,
destruyendo por completo el peto de la fracturada kamui. Las tres puntas
salieron con violencia por su espalda, cubiertas de icor divino.
Con cierta solemnidad, Poseidón
permaneció inmóvil y silencioso, sosteniendo con firmeza el tridente mientras
Apolo asimilaba lo que acababa de pasar.
El hijo de Zeus abrió la boca, en un
vano intento por hablar que se obstruyó al sentir que su pecho ardía, producto
de un fuego que ni él sería capaz de extinguir.
El tridente se mantuvo flameante por el
cosmos del dios del mar, quien no parecía impaciente por terminar con el
sufrimiento de quien fue su rival en tal contienda.
— ¡Inconcebible…!
¡Yo, derrotado por ti… aun después de todo el poder que obtuve… es inaceptable!
—Apolo logró musitar con total furia—. ¿Por
qué?... No lo entiendo… —murmuró, intentando ocultar la indignación que
sentía por el destino que las Moiras marcaron sobre él. Buscó respuesta en el
hermano de su padre, mas Poseidón mantenía silencio y una mirada inflexible.
— Qué
deshonroso y lastimero final… Supongo que ahora mi último destino será el que tú
determines para mí… —rió con hilaridad—. ¿Qué harás, Poseidón? ¿Dejarás que mi dunamis desaparezca en el infinito…
o decidirás apropiarte de él?… Nadie te culparía… —sonrió con complicidad.
El serio rostro de Poseidón mostró una
siniestra mueca.— ¿Para qué necesitaría yo el dunamis de un perdedor como tú?
—cuestionó, liberando a Apolo de su
tridente con un rápido y despiadado movimiento.
De las tres heridas en el pecho de Apolo
continuaba resplandeciendo el cosmos aguamarina de Poseidón, el cual rápidamente
comenzó a consumir el icor y cuerpo del hijo de Zeus, así como su kamui.
— Sin embargo… la muerte es un descanso, jamás un castigo —Poseidón dijo, recordando
el último encuentro que tuvo con Atlas de Aries—. No hace mucho dijiste que
admirabas mi inclemencia, ¿alguna vez imaginaste que serías juzgado por mí? —Lo
miró con severidad—. He cambiado Apolo, es cierto, pero no lo suficiente como
para que quedes impune de esto, y por ello he decidido un castigo apropiado
para ti — sentenció, abriendo una de sus manos hacia un costado y ante ella
apareció algo tras un leve resplandor.
La luz rápidamente desapareció,
descubriendo un objeto ante el que Apolo quedó enmudecido.
— ¿La reconoces, cierto? —cuestionó
Poseidón, tomando aquel objeto por la base circular.
— ¡No!
¡Tú…!
— Te haré el mismo favor que tu hermana
me hizo un día, Apolo, y tal vez en el futuro aprendas una valiosa lección. —El
cosmos de Poseidón cubrió la mítica ánfora que por centurias sirvió como
prisión y morada de su alma.
— ¡Detente!
—pidió con un rictus de furia total, gritando por el dolor que el cosmos de
Poseidón lanzó sobre su ser, destruyendo el cuerpo bendito que la sangre de
Zeus le heredó, volviendo polvo la kamui que vistió en cada una de sus
batallas, extrayendo de todo ese montículo de partículas el alma divina que contenía
la esencia de su enemigo y confinándola en la misma ánfora que Atena empleó en
la Antigüedad.
Los furiosos alaridos de Apolo se
silenciaron en cuanto la tapa del ánfora tomó su lugar y apareció un largo
sello sobre el que Poseidón imprimió un hechizo poderoso que fortaleció con su
sangre y cosmos; así, sólo con su divino permiso es que alguien podría
removerlo.
Poseidón contempló la ánfora por largos
segundos, tomándola por una de las asas, sellando así su implacable victoria.
Antes de poder siquiera dar un suspiro
de alivio, escuchó unos repentinos y sarcásticos aplausos. Para cuando Poseidón
giró un poco el rostro, alguien más lo acompañaba en la tela del espacio.
— Felicidades,
querido tío, venciste— dijo la divinidad que se encontraba dentro de una
densa bruma carmesí, sólo su silueta oscura se dibujaba en tal cortina de
poder—. Aposté contra ti, pero qué
importa, adoro esta clase de sorpresas inesperadas —dijo con voz animada.
Poseidón miró con desprecio al aparecido
antes de pronunciar su nombre—: Ares.
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Territorio Sagrado, ante los Grandes Espíritus.
— ¿Armadura divina? —cuestionó Avanish
al ver al semidiós como todo un campeón del Olimpo.
— El
último obsequio de mi padre —fue la única respuesta de Atlas antes de que
su cosmos estallara con violencia y volara hacia Avanish.
La cloth de Aries quedó destruida tras
su batalla contra el Patrono Caesar, por lo que cuando le fue devuelta
totalmente restaurada en la Atlántida, intuyó que Poseidón estuvo detrás de su
renacimiento… y ahora lo comprobaba.
El primer Shaman King quedó sorprendido
cuando el puño de Atlas se incrustó en su mejilla y le volteó el rostro. Por
tal rapidez, fuerza y precisión, Avanish quedó indefenso ante los fulminantes golpes
del santo de Aries, sintiendo por primera vez en muchísimo tiempo lo que era el
dolor.
Alertado por Caribdis, Aries decidió
atacar al enemigo con todo su poder con el fin de destrozar su cuerpo.
Aunque Avanish intentó repetidas veces
bloquear los ataques de Atlas, estos no paraban de castigarlo. Aunque por segundos el shaman salía despedido
por la fiereza de los impactos, los veloces Pretorianos se encargaban de regresarlo
a la trayectoria por la que su Rey surcaba, ya sea golpeándolo con los escudos
o aprisionándolo entre sus gigantescas manos.
Avanish logró salir de ese círculo
interminable de golpes, frenando en el aire antes de que cualquiera de los
tritones lo alcanzara, expulsando su poder espiritual con el que logró mantener
a raya a todos esos peces impertinentes.
Avanish permaneció en las alturas,
mirando hacia abajo con una extraña calma. Su pálido cuerpo presentaba arañones
y moretones negros por donde la piel comenzó a cuartearse un poco.
— Ahora entiendo por qué Caesar murió enfrentándote…
no tenía ninguna oportunidad —masculló con la mirada ensombrecida, analizando,
decidiendo su siguiente paso.
Ante la extraña pausa del enemigo, Atlas
decidió ejecutar su poderosa técnica, una por la que los nueves Pretorianos se
enfilaron a su espalda, alineando sus tridentes para formar una gran esfera de
energía azul que giraba rápidamente sobre su propio eje. El santo de Aries la
empujó y dirigió finalmente con su cosmos— ¡Astro Marino!— enviándola hacia el inmóvil
Avanish a quien estuvo a poco de impactar.
— No— dijo el peligris, y como si sus
palabras llevaran un conjuro en el que le ordenaba a tal fuerza detenerse, lo
hizo.
Atlas abrió enormemente los ojos al ver
cómo la inmensa esfera energética quedó estática ante Avanish, irradiando en
poder mas incapaz de seguir su camino o siquiera estallar.
Antes de que Avanish o Atlas actuaran, tres
centellas atravesaron el cielo e impactaron la esfera de poder, ayudándola a
detonar y liberar toda la energía encerrada en ella.
El ataque de Atlas estalló, la energía engulló a Avanish, quien
desapareció en su interior. La esfera de plasma creció tanto hacia el cielo como hacia la tierra
mientras el torrente que le daba forma giraba sin control, pulverizando todo lo
que hubiera dentro de ella hasta finalmente explotar.
El místico territorio se iluminó por la
explosión blanca, dejando una estela resplandeciente en todo el lugar por
largos segundos.
Atlas miró a su izquierda, pudiendo ver
a Yoh, Ikki y Caribdis volando en la cercanía, pues fueron ellos quienes al
unir sus fuerzas lograron que el Astro Marino pudiera detonar, mas
ninguno de ellos esperó realmente que aquello terminara con la batalla... y así
fue.
Entre la densa estela de polvo cósmico,
vieron un cuerpo descubrirse poco a poco, se trataba de Avanish pero de su
pecho emergían dos cuchillas resplandecientes, una hecha de energía dorada y la
segunda de un metal azul celestial.
Ikki y el resto de los guerreros se
sorprendieron al ver a otros dos hombres detrás del herido Avanish, ambos
sujetando las espadas con las que atravesaron al primer Shaman King por la
espalda. Se trataba de Shiryu de Dragón y Bud de Mizar Zeta.
FIN DEL CAPÍTULO 65
* La
kamui de Poseidón está inspirada en el Fanart hecho por el artista Maxa-art
(pueden verla en su galería en Deviantart) Me encantó desde el día en que la
vi.
*Centimanos: también
conocidos como los Hecatónquiros (‘los de cien manos’), eran gigantes con 100
brazos y 50 cabezas, hijos de Gea y Urano.
* Godaiseirei: En el manga de
Shaman King así se les llama a “Los Cinco Grandes Espíritus Elementales”,
siendo estos el Espíritu del Fuego, Tierra, Lluvia, Trueno y Viento, pero por
situaciones antiguas y personales que no puedo corregir, en este universo son
SEIS: Fuego, Tierra, Agua, Viento, Vida y Muerte.