Capítulo
64
Batalla
de reyes. Parte II
Templo de Apolo
Cuando los falsos dioses de la Tierra desaparecieron de aquel reino lejano del
cosmos, el silencio prevaleció entre ambos Olímpicos.
Los alargados ojos del dios del Sol se
entrecerraron demostrando curiosidad, pues era la primera vez que veía a
Poseidón envuelto por tan burda materia. Aunque la fuerza de su dunamis*
irradiaba en cada átomo de tal cascarón,
el brillante cosmos del hijo de Cronos se veía eclipsado por tan débil
apariencia.
— Creí
que no te atreverías a presentarte ante mí —dijo Apolo con tranquilidad— y que como Atena, a quien ahora pareces
imitar, enviarías a tus subordinados en un iluso intento por detener mi
prominencia solar. Pero parece que aún hay un vestigio de dignidad en ti, Poseidón.
— Lo dice quien envió a sus ejecutores a
por mi cabeza —recordó Poseidón con indiferencia; eso no importaba más—. El
mundo que habito necesita de ese sol para subsistir, sería fácil extinguirlo,
pero no la solución apropiada —comentó el hermano de Zeus, apoyando el tridente
en el suelo.
— Sobreestimé
a mis heraldos y pagarán su fracaso en el Tártaro —el dios dijo con
severidad—. Veo que has dejado el peso de
mi castigo divino sobre los hombros de tus
humanos —supo Apolo, sintiendo que un poder inferior había tomado el
lugar de Poseidón como sustento del pequeño planeta azul—, mientras tú has venido con la intención de eliminarme.
— Estoy en mi derecho —aclaró el dios
del Mar—. No pienso parlamentar, tú encendiste esta Guerra Santa y te conozco
bien como para saber que no retrocederás.
— También
creía conocerte, Poseidón —alegó Apolo con sosiego—, y te respetaba lo suficiente como para evitar cualquier conflicto entre
nosotros… Pero de aquel dios inclemente que castigaba la corrupción de la
humanidad, sólo queda un lastimero recuerdo. Atena eligió bien tu castigo y te
destruyó por completo… Me basta con nuestro previo enfrentamiento para tener la
certeza de que yo venceré.
— Eres tan mordaz e ingenuo como tu
padre, Apolo. —Poseidón frunció el ceño, dejando que su cosmos aguamarina se
manifestara como gigantescas olas respaldándolo—. Espero no busques su ayuda,
mucho menos su perdón.
— Hay
mucho de mi padre en mí, mas no su ingenuidad, ni su clemencia —dijo el
dios, manifestando un radiante cosmos que mezclaba el cálido tono del amarillo
y rojo con un contrastante blanco, el cual osciló la dimensión de su reino tras
su despertar—… Él dista mucho del gran Rey
que alguna vez fue, sus últimas decisiones no me dejan duda de que ha llegado
el tiempo de que se cumpla el destino que las Moiras trazaron para él y que con
tanto esmero se ha dedicado en posponer.
— La ambición es grande en ti Apolo
—Poseidón comprendió—, siempre supe que ansiabas derrocar a Zeus, como muchos
otros, mas te sabía lo suficientemente cobarde como para sólo soñarlo… Si te
atreves a hablar de tus anhelos tan abiertamente es porque algo ha cambiado.
Una débil sonrisa se marcó en el
bronceado rostro del Olímpico.— El último
pacto de mi padre con la humanidad será aquello que lo condenará, pues es
gracias a él que he podido fortalecer mi cosmos —levantó la mano derecha y
la cerró con determinación—, ya no hay
razón para temer a los hijos de Cronos.
El inmenso y majestuoso templo de Apolo
se incendió completamente, transformándose en torrentes de fuego divino que
arremetieron contra Poseidón como si una infinidad de dragones soplaran a la
vez.
Poseidón arremolinó su cosmos como un
oleaje salvaje que colisionó con las llamas cósmicas, causando una estridente
fractura en el reino de Apolo que tiñó el firmamento de colores escarlatas y
azules, mientras que el suelo de mercurio pareció extenderse hasta el infinito.
Aquel primer choque de poderes hizo que
uno de los pies del dios del Mar retrocediera un mero centímetro, algo que
inquietó a Poseidón y deleitó a Apolo.
En cuanto las grandes llamas y el océano
se consumieron entre sí, Apolo extendió un brazo hacia el cielo, creando tres
esferas luminosas, una roja, una amarilla y una blanca, estrellas que él podía contener en las puntas de sus dedos. Las
estrellas comenzaron a girar a su alrededor como satélites alrededor de un
planeta.
— ¿Creíste
que al venir hasta aquí la contienda se tornaría a tu favor? —cuestionó el
hijo de Zeus con una satisfactoria calma—. Espero
que ya hayas comprendido que tu valentía no cambiará nada. La Tierra
desaparecerá de este universo, borrando todas las ofensas pasadas, presentes y
futuras hacia los dioses…y una vez que te derrote, la fuerza de tu cosmos
formará parte de mi dunamis—decretó.
La diminuta esfera carmesí se dividió en
cuatro, cruzando el firmamento para transformarse en gigantescas estrellas
rojas que se precipitaron hacia el Emperador del Mar.
Poseidón movió su tridente dos veces y
los soles fueron cortados por la mitad, extinguiéndose tras un apocalíptico
estallido que dejó al dios del mar envuelto por una violenta atmosfera roja.
Resintiendo el calor de tales
explosiones, y al ver que su scale vibró por la radiación desatada, Poseidón
descubrió algo.— ¿Acaso tú has…? — calló, admitiendo que el poder de Apolo
superaba con creces lo que recordaba en él.
— ¿Comprendes
ahora mi ascenso? —se burló Apolo, permitiendo que Poseidón concibiera el
auténtico sentido de sus palabras.
— …Te has apoderado del dunamis de otros
dioses —musitó Poseidón con evidente desagrado—. ¡¿Te das cuenta del agravio de
tal acto?!
— Despojar
del poder del universo a seres que han deshonrado su existencia complaciendo a
los mortales no es una falta, sino un acto de purificación —Apolo dijo en
el momento en que la estrella amarilla en su mano se agigantara y soltara un
fulminante rayo dorado.
Poseidón liberó de su tridente un fulgor
incandescente que impactó contra la llamarada. El choque de ambos torrentes
celestiales deformó el mundo que pisaban, derritiéndose por tal colisión. Ambos
dioses quedaron varados en la infinidad del espacio, cuyo entorno era un lienzo
para agresivas pinceladas de colores cálidos y fríos.
— Y
ahora es tu turno, Poseidón —el dios del Sol sentenció—. Al venir aquí te anticipaste a mis planes,
pero no hay razón para postergar lo que ya he determinado. Destruiré ese sucio
caparazón que pareces apreciar tanto… —Los ojos de Apolo brillaron con la
fuerza del sol amarillo, cediéndole un poder mayor a su ataque.
Poseidón sintió el tridente de los mares
temblar en su mano cada que el rayo solar se acercaba más a él.
Poseidón sabía bien que si tales amenazas
eran ciertas, su existencia misma quedaría a merced del dios del sol. Perder el
cuerpo del mortal conocido como Julián Solo sería condenarse a algo peor que a
lo que Atena lo sentenció en la Antigüedad… pero al mismo tiempo, no podría
salir victorioso de tal batalla si continuaba limitándose por preservar su
actual forma… y es por ello que tomó la única decisión posible.
Los ojos azules de Poseidón desbordaron
cosmos como llamas aguamarinas, borrando toda humanidad en ellos. Apretó con
decisión el tridente en su mano y todo el poder que emergía de éste se
transformó en una única y delgada línea de luz que fue capaz de partir en dos
el fuego divino de Apolo, cortándolo y pasando a través de él con un único
objetivo.
Apolo interpuso la palma de la mano ante
aquel resplandor. El impacto lo obligó a doblar el brazo hasta quedar contra su
pecho mientras sus dedos contenían la incandescente luz que disparó centellas
en todas direcciones, siendo uno de esos haces el que le golpeara el rostro y
le abriera una profunda herida diagonal en la mejilla derecha.
El icor divino corrió rápidamente por el
rostro de Apolo y manchó la gargantilla de oro que cubría su cuello. El dios
del Sol terminó aplastando todo ese poder, triturándolo entre sus dedos hasta
volverlo polvo estelar. Miró de soslayo su mano humeante y las leves
magulladuras sobresaltadas en la piel.
— Los hijos de Zeus no han hecho más que
causarme disgustos con el paso de las eras —Poseidón dijo con una retumbante
voz. Ahora el cuerpo del Olímpico se había incendiado completamente en cosmos,
siendo las flamas aguamarinas contenidas por la scale dorada. En el rostro
llameante sólo dos intensos brillos eléctricos resaltaban a la altura de las
cuencas oculares.
— ¡Ninguno volverá a desafiarme!—determinó,
retándolo con el Tridente de los Mares.
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Territorio Sagrado, ante los Grandes
Espíritus.
Avanish entrecerró los ojos al ver la
katana dorada en manos de Yoh Asakura, una posesión espiritual del más alto y
sagrado nivel al emplearse la fuerza de uno de los grandes espíritus naturales de
la Tierra para darle forma.
El primer Shaman King no tenía ninguna
influencia sobre ese joven espíritu. De tratarse del elemento de la tierra
original de seguro habría podido ponerlo de su lado o someterlo con unas
simples palabras… Pero éste ya no era el mundo en el que nació pese a las
similitudes.
— ¿Eso será todo? —Avanish inquirió,
para nada inquieto por el poder que fluía del shaman y su arma espiritual.
— Tendrá que serlo —Yoh sonrió,
confiando en sus habilidades y en lo que estaba por venir.
El rey Asakura volvió a movilizarse con
una sublime velocidad equiparada a la de los imbatibles santos de Atena.
Avanish empleó su brazo carbonizado para
repeler la hoja brillante. Pese a la apariencia frágil de la deformada y
flameante extremidad, la negrura de ésta era lo suficientemente resistente para
no ceder ante los violentos espadazos del enemigo. Esta vez requirió los cinco
dedos y no sólo uno para contener la ira del Rey de los shamanes.
Aunque cada espadazo hacía temblar el
suelo, el señor de los Patronos no retrocedió ni un milímetro, sólo le bastaba
la agilidad de su brazo llameante para mantener a raya a su oponente.
— No será suficiente —reiteró Avanish
con decepción, dando un fuerte manotazo para quebrar la ofensiva del shaman y
precipitar su mano llameante contra el pecho descubierto de Yoh.
Cuando el puño flameante estuvo por tocarlo,
una brillante placa de metal se materializó alrededor del cuerpo del Shaman
King, expulsando un viento huracanado que impulsó a Avanish hacia atrás.
Manteniéndose en el aire, el peligris
vio con aprobación que Yoh había invocado una segunda posesión con la que
materializó una esplendorosa armadura samurái dorada. Aun sin casco, la máscara
negra se mantenía adherida a su rostro, dejando
a la vista sus ojos, boca y un poco de piel alrededor de estos.
— ¿Crees que así aumenten mis
posibilidades? —preguntó Yoh, permaneciendo con los pies en la tierra.
— Una posesión sagrada… nacida de Egipto
si no mal recuerdo. La finada faraona Inet les transmitió ese conocimiento a ti
y a tus amigos en tiempos oscuros —relató Avanish, conocedor de dicho evento.
— Una armadura cuya resistencia es la
equivalente a la fuerza del alma de quien la invoca, ¿sabes lo que significa? —Asakura
blandió la espada a su costado, sujetándola con las dos manos—: Que en mí es realmente una armadura indestructible.
— Pero por cuánto tiempo —cuestionó
Avanish con sorna—. En tu condición de humano la energía que requieres para
sostener tu inquebrantable defensa es limitada —recalcó con malicia.
— El tiempo que sea necesario —Asakura
respondió tras volver al ataque.
La nueva posesión le concedió al Shaman
King un incremento de velocidad y fuerza
que combinaron a la perfección con su rugiente espada. Cada embiste empujaba al
antiguo dios de la Tierra, quien se dedicaba a defenderse con su brazo
demoniaco.
Entre los rápidos sablazos, los ojos de
Avanish destellaron y las llamas en su brazo se desataron en un gran torrente
que envolvió a Asakura y lo precipitaron al piso.
Los pies de Yoh se enterraron en el
suelo mientras interponía su espada contra la terrible corriente cuyo fulgor derretía
todo lo que su radiación alcanzaba.
Con un rápido mandoble Yoh liberó una
ráfaga cortante que partió en dos la llamarada conforme ascendía hacia el
enemigo.
Avanish la esquivó desapareciendo de su
camino, reapareciendo junto a Asakura, a quien sujetó del rostro con su
llameante mano. La fuerza con la que estrujó a Yoh pudo haber acabado con
cualquier hombre o bestia, mas la máscara negra impidió que triturara y derritiera
el rostro de su oponente. El antiguo Shaman King estampó la cabeza de Asakura
contra el suelo una sola vez, reteniéndolo allí. Antes de que el Shaman King
pudiera reaccionar para defenderse, la capa de luz que envolvía a Avanish se
deformó a su espalda y adaptó una forma siniestra y bestial, como si hubiera
sido poseída por un monstruo de diabólico rostro y letales zarpas con las que
retuvo sus brazos y piernas al suelo.
— Es cierto que tu protección es espléndida
y sería muy efectiva contra la mayoría de los enemigos de este mundo, pero creo
que estás olvidando contra quién estás luchando. —Inclinado sobre él, Avanish
lo miró con soberbia y perversidad—. El primero con el título, el único con el
nombre… Para mí destruir un alma es algo insignificante, ¿puedes verlo? —preguntó
en cuanto la armadura facial de Yoh comenzara a cuartearse entre sus dedos—. ¿Sentirlo?
Con esta posesión le has concedido una gran protección a tu cuerpo físico, es
verdad, pero expones lo que es realmente importante, tu propia alma, por lo que
el dolor debe ser terrible, ¿verdad?
La mandíbula de Yoh permaneció tensa,
reflejando que con cada nueva fisura en su máscara lo castigaba un dolor que
sobrepasaba todo lo que hubiera sentido antes.
— El que llegaras a pensar que me
vencerías tú solo es risible, Asakura. Tu poder espiritual es grande, equiparable
al que yo poseía cuando era mortal, pero he sobrepasado todo lo que puedas
conocer por la bendición de la Gran Madre, la Gran Voluntad. —El inmortal miró
un momento hacia el torbellino de luz que giraba delante de ellos—. ¿Qué me
dices ahora? ¿Acaso no te arrepientes de haber evitado el ritual? ¿Dar ese paso
a la inmortalidad y al poder?
Cuando los dedos de Avanish llegaron a tocar
finalmente sus mejillas Yoh dijo—: Jamás lo haré… aunque fue mi objetivo
durante dos encarnaciones, en esta vida he aprendido que lo imposible puede ser
efectuado si se tiene la voluntad suficiente… y los aliados adecuados —sonrió
pese al dolor.
Aquello sirvió como una orden que desató
un terrible sismo por el que el suelo bajo ellos se alzó, elevándolos en el
cielo mientras un brazo gigantesco de tierra emergía.
Avanish miró sobre su hombro, observando
las crestas del coloso que no hace mucho se manifestó para proteger a los
hombres de la maldición de Sennefer.
Avanish se transportó lejos de él,
viendo cómo Asakura se reponía sobre la palma del gigante, al mismo tiempo que
el coloso abandonaba su forma pétrea para volverse de resplandeciente energía
dorada.
— Creí que tu intención era protegerlo,
y ahora lo expones sin más… Espero no estés haciéndolo pensando en que me
contendré —Avanish aclaró.
— Él no va a morir —explicó Yoh sabiendo
los riesgos, pero confiando en que todo resultaría bien. Pasó su mano por el
rostro y la máscara destruida se reconstruyó al instante—. Ni él dejará que me
mates, aún no es tiempo.
— Entonces deberé asesinar tanto al padre como al hijo —sentenció Avanish, esperando el siguiente ataque.
En cuanto Yoh se colocó encima de la
cabeza del titán, éste extendió los largo brazos hacia el frente y acumuló energía en sus
manos, soltándola en un potente y amplio rayo que blanqueó el territorio
sagrado unos segundos, barriendo con todo árbol y montaña que estuviera en el
horizonte.
Al volver los colores a la normalidad,
una flama azul se mantenía flotando en el aire, envolviendo al ileso Avanish,
quien sólo miró en silencio a sus oponentes.
La llama se extendió y volvió a adquirir
la flexible apariencia de la capa unida al primer Shaman King, manteniendo un
fulgor azul celeste.
— Si estás tan empecinado en combatirme,
supongo que podremos alargar un poco más nuestro juego, Asakura —Avanish dijo,
respaldado por aquella capa flameante que rápidamente comenzó a ensancharse
para adquirir una nueva forma —. Las reglas seguirán siendo las mismas, pero
esta vez seré yo quien imite lo que tú hagas.
Yoh Asakura observó cómo un ser de energía
azul se formó detrás de su enemigo, de la misma magnitud que el espíritu de la
tierra, mas con una aspecto más humano pese a la carencia de facciones; en su
espalda crecían diez majestuosas alas emplumadas echas de luz, mientras que en
su cabeza cargaba una corona de llamas blancas.
— Luchemos como shamanes entonces —Avanish
sonrió con complicidad.
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Al borde de la Eternidad.
Del tridente de Poseidón emergió la
destrucción en infinidad de saetas aguamarinas que, al dirigirse contra el hijo
de Zeus, fueron devoradas por cientos de soles que nacieron y murieron ante Apolo
con el único fin de servirle de escudos. Las detonaciones nucleares generaron
olas masivas de incandescente cosmos que cubrió a ambos contendientes.
Rompiendo la nubosidad, el tridente de
Poseidón viajó como un arpón hacia el dios del Sol. Apolo divisó la agresión,
por lo que interpuso ambas manos, repeliendo con su poder el paso del furtivo
proyectil, frenándolo a pocos metros de distancia.
Como si tuviera voluntad propia, la
estridente arma luchó por continuar su camino pese a que el cosmos de Apolo buscaba
destruirla. Poseidón apareció para recuperar su tridente y darle el empuje
necesario para superar el cosmos del enemigo.
Ante el resplandeciente filo, Apolo
movió su túnica, la cual se encendió con un intenso fuego blanco que le
concedió una dureza y flexibilidad extraordinaria capaz de repeler el golpe
directo de Poseidón.
Sólo el primer estallido metálico
sorprendió al dios del mar, quien continuó con certeros ataques con su tridente
divino.
El manto que cubría el cuerpo de Apolo
se extendió aún más, perdiéndose en la distancia del infinito y repeliendo cada
estocada con la misma efectividad como lo haría con una espada. El dios del sol
no tenía que moverse en absoluto para defenderse de los aguerridos movimientos del
enemigo.
— Tu
poder te precede, Poseidón —admitió Apolo, aún ardiéndole la herida en su
mejilla—, es una lástima que tu tiempo se
agote, tu recipiente está por volverse polvo y entonces serás una presa fácil—dijo
al alejarse, dejando una estela blanquecina en su recorrido—. Pero, por el respeto que alguna vez te mereciste,
te derrotaré antes de que eso ocurra. —El cosmos de Apolo creció aún más, reflejándose
en el brillo de su túnica resplandeciente, obligando a que Poseidón entrecerrara
los ojos—. Seré yo quien te consuma por
completo.
De cada hebra de luz que conformaba la
capa del dios del sol se liberó una
diminuta pero letal estrella; así el vasto espacio alrededor del hijo de Zeus
se volvió enteramente blanco conforme cada astro se liberó y a velocidad divina
se dirigió hacia a Poseidón como una mortífera lluvia de estrellas.
Rodeado por tan devastador poder,
Poseidón en vano intentó protegerse con su cosmos, pues cada que uno de esos haces
golpeaba su barrera cósmica ésta se debilitaba. Al final, sólo su tridente
logró resistir el embiste de todas ellas.
Para cuando el poder de Apolo se
apaciguó y las estrellas a sus órdenes sucumbieron, la imagen de Poseidón se descubrió
una vez que los vapores estelares se disiparan.
Aunque el dios del mar sujetaba su
tridente con firmeza, el resto de su cuerpo herido temblaba de manera
involuntaria. De su scale sólo los dañados brazales y peto permanecieron unidos
a él. Las majestuosas llamas de cosmos que antes lo cubrían de la cabeza a los
pies quedaron reducidas a pequeñas flamas que apenas se mantenían encendidas en
sus piernas, brazos y en el lado izquierdo de su rostro; la piel que quedaba a
la vista estaba tan reseca y agrietada que daba la impresión de que con
cualquier golpe se rompería como si fuera una figura de cerámica.
Poseidón tragó el sabor de la sangre que
se escurría por el lado izquierdo de su boca y miró a Apolo con la visión
borrosa, pero aun así fue capaz de notar la sonrisa de satisfacción que se
marcó en la cara de éste.
Esa insignificante curvatura en los
labios del hijo de Zeus encendió en Poseidón una ira imparable que reavivó la
fiereza de su cosmos, con el que volvió a cubrirse por completo, acelerando más
el desgaste de su carne al punto en que su brazo izquierdo se desintegró en ese
instante.
El poder del dios del Mar creció hasta
abarcar gran parte del espacio a su alrededor, levantó el tridente y ante su
comando el manto del infinito reaccionó como si fuera un océano de aguas
negras, arrastrando las estrellas y otros astros hasta formar un rugiente y
monstruoso remolino.
— Desaparece — ordenó Poseidón antes de
que la fuerza que giraba a su espalda desatara el poder de su dunamis. De las
feroces aguas que arrastraron el universo emergieron millones de colosales fieras
marinas que desde la Antigüedad no han sido vistas por los hombres y que
parecía siempre estuvieron ocultas en la oscuridad de las galaxias.
Todos y cada uno de esos seres se
dirigieron contra Apolo. Leviatanes, sirenas y tritones lanzaron ráfagas de
cosmos mientras que el resto de la horda marina avanzó como una estridente
estampida hacia el dios.
Con un sólo latir de su cosmos, alrededor
de Apolo creció un inmenso sol anaranjado, siendo él el núcleo de tan incandescente
escudo contra el que las ráfagas y ejercito divino colisionaron.
Los primeros millares de seres que se
impactaron contra las llamas fueron desintegrados por el cosmos del dios del
sol, convirtiéndose en polvo estelar. Sin embargo, cada criatura que moría
fortalecía al resto del ejército de criaturas; Apolo se percató de ello hasta
que la horda comenzó a ejercer una presión en el escudo solar dentro del que se
resguardaba, volviéndolo cada vez más pequeño.
Se sorprendió cuando una centena de
colosales krakens y calamares pudieron acercarse tanto como para intentar
golpearlo con sus tentáculos.
— ¡Cuánta
insolencia! —vociferó el dios, por primera vez sobresaltado, liberando el
cosmos que le daba forma al sol a su alrededor, produciendo una titánica
explosión que barrió con gran parte de las bestias.
Detrás de su ejército, Poseidón se
mantuvo sereno y resguardado por ellos, volviendo a invocar más criaturas,
manifestaciones de su dunamis, para enviarlas de nuevo al ataque.
Apolo debió desplazarse de un lado a
otro, exterminando a centenares de monstruos con cada movimiento de sus manos,
miles con las llamas de su cosmos, millones tras la explosión de las estrellas,
pero la horda no parecía disminuir. Intentó en varias ocasiones llegar hasta
Poseidón, mas las criaturas se amontonaban como murallas que a toda costa protegerían
a su rey.
El dios del Mar comenzó a atacar desde
la lejanía con resplandecientes ráfagas de poder emergente de la punta de su
tridente, logrando golpear más de una vez a su agobiado rival.
En cierto momento, la horda marina se
aglomeró alrededor de Apolo, dejándolo fuera de la vista del Rey del Mar, que
se alistaba para un último movimiento, sin embargo, el hijo de Zeus se
adelantó.
Poseidón quedó pasmado cuando un rayo
resplandeciente salió del muro de monstruos que contenía al dios del Sol,
despedazando a la mitad de ellos para seguir a través del espacio, incinerando
a todos los que osaran estar en su camino, ya sea por voluntad o por accidente.
Fue tan rápido, incluso para los
sentidos de Poseidón, que apenas y pudo percatarse del proyectil hasta tenerlo
incrustado en el estómago.
Poseidón se negó a gritar, pero el dolor
y gravedad del impacto fue evidente cuando su ejército desapareció sin dejar
rastro, volviendo a fundirse de nuevo con la oscuridad del espacio.
Poseidón contempló confundido la flecha dorada
que se alojaba en su vientre, para después mirar hacia donde Apolo se mantenía
expectante con un hermoso arco entre sus manos. La mirada del dios del sol era
sombría y maligna, acompañada de una sonrisa de confianza al saber que
finalmente había derrotado al hermano de su padre.
El cosmos de Poseidón, momentos antes
iracundo y majestuoso, se empequeñeció, tanto que quedó a la vista un maltrecho
hombre que parecía haber envejecido cincuenta años más; su cuerpo se
desmoronaba en pequeños trozos secos y de las heridas no emergía sangre, sino
luz aguamarina, dunamis, la esencia divina de su ser.
Con la mano y fuerza que le quedaban,
intentó retirar la flecha de su cuerpo, pero no logró moverla ni un milímetro.
— Es
inútil —dijo Apolo, quien ya flotaba sobre él—. ¿Acaso no reconoces esa flecha? —le preguntó, mostrando el precioso
arco de adamantio dorado que sujetaba—. El
trabajo de Hefesto debería ser reconocido por ti —recalcó—. Si esto me permitió derrotar a Python*, hija
de Gea, un descendiente de Cronos deberá sucumbir de igual manera.
Por supuesto que Poseidón conocía la
labor de Hefesto y sólo por ello desistió de extraerla, sin mencionar que el
poder de Apolo estaba presente en esa flecha sagrada inamovible… Le costaba
admitirlo, pero en verdad el hijo de su hermano se había vuelto una deidad muy
poderosa.
Débil y furioso ante tales humillaciones,
Poseidón sujetó su tridente e intentó atacar al dios del sol, mas Apolo lo
anticipó, golpeó y pulverizó el brazo derecho del anciano Olímpico con el extremo
de su arco de adamantio.
No hubo dolor por la extremidad perdida,
toda la agonía se centraba en el centro de su vientre, con tal intensidad que
reprimía su cosmos y cualquier fuerza restante que pudiera emplear para defenderse.
Los ojos de Poseidón luchaban por no ceder ante la pesadez de los párpados,
pero todo parecía haber llegado a su fin…
Apolo lo sujetó por el cuello, alzándolo
hasta donde su brazo quedó completamente estirado. Sus ojos celestes
contemplaron una vez más el cuerpo maltrecho del que Poseidón tanto se
engrandece sin entender la razón, era tan frágil, tan imperfecto… tan profano
para un dios.
Aun con la más leve presión de sus dedos,
Apolo sintió que el cuello del avatar se deshacía en partículas de materia que llegaron
a rozar sus mejillas.
— Poseidón,
acabaré ahora con tu sufrimiento— sentenció con gesto de desagrado. Encendió
su cosmos y cubrió con éste a su enemigo—. Te
liberaré de la prisión en la que mi querida hermana te ha obligado a
permanecer, la penitencia que te ha hecho perder el juicio y que te ha
degradado a esto. La fuerza de tu cosmos se unirá al mío, lo intensificará más
allá del mismo Zeus y cualquier otro Olímpico.
Poseidón cerró los ojos por el
abominable dolor que sentía conforme su fuerza vital era arrebatada. Al borde
del desmayo no podía moverse, ni ver u oír, la lucidez de sus pensamientos, su
individualidad y existencia se perdían entre el breve abrir y cerrar de sus párpados.
Pesó en su alma el terminar así… Aun
cuando prometió que saldría victorioso, parece que tal hazaña requería de algo
que él aún carecía. En sus desvaríos, propios de un moribundo, pensó en Atena y
para ella fueron sus últimos pensamientos, pidiéndole que de algún modo salvara
a la Tierra y a la humanidad que ella tanto se esmeró en que los considerara
una raza digna de defender. Fue una petición sincera, efectuada desde lo más
profundo de su corazón, pues se había dado cuenta de que ella siempre tuvo
razón en algo, él nunca contó con lo necesario para ser el dios encargado de
mantener el bienestar de ese pequeño planeta azul.
El radiante cosmos de Poseidón
desaparecía con rapidez, siendo devorado por el abrasador dunamis del hijo de
Zeus.
Apolo permaneció solemne, sujetando la
garganta de Poseidón como si fuera una copa de la que estaba por tomar un
elixir que le concedería un poder mayor al que jamás hubiera soñado. Enarcó una
ceja cuando el cuerpo destrozado de su enemigo dio un inesperado espasmo.
— ¡No
importa cómo, pero tiene que regresar! — Esas fueron las palabras exactas
que Tetis clamó antes de que él abandonara la Atlántida.
— ¡…tiene
que regresar!—se repitió en los oídos del agónico dios, quien sólo había
respondido con una mirada gentil antes de partir—. ¡No importa cómo…!
— No…
no puede terminarse así —el Olímpico se dijo a sí mismo, abriendo los ojos
con vivacidad—… No hay nadie más que
pueda evitar tal catástrofe… ¡Nadie!
Confiando en la victoria y embelesado
por el momento, Apolo no vio venir la patada que Poseidón le impactó en la
quijada.
La agresión lo tomó totalmente
desprevenido, hasta conmocionado por ser víctima de ese movimiento salvaje que le partió el labio inferior
y lo llevó a escupir su sangre divina. En su estupefacción, vio cómo las manos
de Poseidón se cerraron sobre sus brazos, quedando cara a cara.
El dios del mar reconstruyó en un
instante sus extremidades perdidas, empleando su dunamis reunió las partículas
de sus propios despojos para volver a darles forma.
La flecha incrustada en el estómago de
Poseidón comenzó a cuartearse lentamente, reflejando la lucha del dios por
liberarse de la maldición en ella.
— Jamás te permitiré utilizarme como una
herramienta para tus fines —susurró lleno de ira.
— ¿Y
qué es lo que pretendes hacer para evitarlo? —cuestionó el arrogante dios
del sol, sin buscar liberarse de aquellas aguerridas manos.
— ¿Quieres mi cosmos, Apolo? Lo tendrás.
— en un extremo esfuerzo en el que sus heridas se abrieron todavía más, la
energía que rodeaba a Poseidón recobró un intenso brillo.
— ¿Cómo
es esto posible? —preguntó Apolo, resintiendo el agresivo dunamis de su
oponente—. Estabas a punto de perecer y
aun así puedes manifestar tal cantidad de poder.
— No espero que lo entienda un dios como
tú, que ha vivido recluido en un paraíso personal sin un propósito, entérate
que yo no tengo permitido perder…
El poder de ambos dioses luchó
fuertemente uno contra el otro, pues Poseidón intentaba extinguir las llamas
del sol con el titánico poder del océano que lo respalda.
— ¡No volveré a fracasar!
Apolo
de inmediato entendió que Poseidón planeaba hacer estallar su dunamis sin
importarle perder la vida en el proceso, una técnica de autodestrucción ante la
que sólo logró sonreír con lástima
— ¿Tanta
es tu desesperación, Poseidón? ¿A esto llega tu amor por los humanos? —se mofó sin pelear—. ¿Pero de verdad crees que yo podría morir
por tu iluso intento? —preguntó Apolo con cruel calma.
— Los siglos tal vez te han hecho
olvidar el alcance de mi verdadero poder Apolo, pero pienso recordártelo, así
como a todos los Olímpicos que seguramente observan y esperan mi caída— aclaró,
convencido de que era la única salida. Si de cualquier forma moriría, lo haría acabando
con la amenaza que representaba Apolo para su reino y todos aquellos que juró proteger.
Apolo rió con presunción al ver la
decisión de Poseidón en su mirada.— No es
que yo quiera impedir que acabes con tu vida Poseidón, pero antes de arrojar tu
existencia al vacío ¿por qué no miras más de cerca?— pidió, conforme su túnica
blanca se deshacía por la colisión cósmica.
— Saldré
lastimado, eso no lo niego, pero sobreviviré gracias al obsequio que llevo
siempre conmigo— sonrió malicioso, conforme las placas de adamantio dorado,
blanco y rojo que protegían el cuerpo del dios del sol quedaban a la vista.
Poseidón frunció el ceño con rabia,
atragantándose al reconocer el brillo divino en esa armadura. — ¡Kamui*!
De la espalda de Apolo emergió una
estructura circular, de la que crecieron afiladas puntas doradas que simularon la
corona de un sol.
Los ojos de Apolo brillaron y su
luminoso cosmos creció nuevamente, con tal intensidad que los brazos que
Poseidón regeneró volvieron a volverse cenizas por el contacto que mantenía con
él.
Antes de pensar en siquiera retroceder,
Apolo sujetó la flecha que aun se encontraba incrustada en el cuerpo del Olímpico,
enterrándola aún más dentro del reseco cascarón.
El grito de dolor de Poseidón complació
a Apolo, quien miraba con gesto placentero el quebradizo y furioso rostro de Poseidón.
— ¿Ya
has terminado de comprender? No importa cuánto te aferres a vencerme, estabas
condenado a la derrota incluso antes de pensar en venir a enfrentarme.—
Apolo generó una llamarada en la punta de su dedo índice, el cual apuntó hacia
el corazón de Poseidón—. ¡Muere ahora Poseidón,
únete a Hades en el olvido! —sentenció.
/ - / - / - / - /
Santuario de Atena, Grecia.
Para cuando los heridos Jack de Leo y
Nauj de Libra emergieron del templo de Atena, no esperaban encontrarse con un
variopinto comité reunido en la derruida
explanada.
Shunrei fue la primera en acudir a su
encuentro, seguida por el shaman Kenta al ver que entre ambos cargaban de los brazos
a un agónico Terario de Acuario.
Cuando Anna Hiragizawa decidió pasar a
través del Templo del Patriarca y acceder a esa vista panorámica del Santuario,
todos la siguieron. Asimismo, a la caravana se les unieron los curiosos niños y
un malherido Bud, quien al ver la situación de su hijo no fue capaz de permanecer
más tiempo convaleciente. Impedido para luchar, lo que menos podía hacer era
unir sus esfuerzos a los de Hilda para mantenerlo vivo.
La sacerdotisa Anna avanzó con su bebé a
la orilla del lugar, poniendo las manos sobre la losa de piedra que dividía la
zona peatonal del vacío. Miró hacia abajo con detenimiento por unos segundos
hasta que alzó los dedos y los tronó con mandato.
El sonido alertó al shaman que fue asignado
a acompañarla en la incursión, un poco amargado al ser tratado como si fuera un
esclavo.
— Anfinn, hay algo allá abajo que
necesito que me traigas.
— ¿Qué?
—fue evidente su extrañeza.
— Deprisa —insistió ella sin mirarlo, ni
con intenciones de dar más explicaciones.
— ¿Y
qué es exactamente lo que debo traerle? —preguntó tras un suspiro de
resignación, conociendo el carácter de la sacerdotisa.
— Lo sabrás en cuanto lo veas. Anda, no
me hagas esperar.
El shaman invocó alas espirituales en su
espalda antes de descender a aquel vacío, siguiendo una ineficiente pista.
Ayaka, la niña lemuriana, fue la primera
en anticipar una inesperada aparición. Se giró hacia las escalinatas de la
explanada y allí, materializándose tras los efectos de la teletransportación, vio
a su maestro Kiki, vivo y a salvo.
— ¡Maestro! —gritó ella, corriendo a su encuentro
sin importarle nada más. Para su suerte, el maestro herrero de Jamir fue
liberado del maleficio que dominaba su voluntad en cuanto la flor incrustada en
su pecho se marchitara por sí sola.
Kiki se tocó la frente con evidente
malestar, como de quien acababa de despertar y con una terrible resaca. Ayaka
llegó en el momento en que él bajó una rodilla al suelo y lo abrazó, con lágrimas
de felicidad mojando su cara sonrosada.
Con recuerdos confusos y mente cansada,
Kiki pudo reconocer a su efusiva pupila, respondiendo el abrazo con una genuina
paternidad.
— Ayaka… Yo… ¿Qué es lo que sucedió? —le
preguntó, mirando en redondo— … Estamos en… ¿el Santuario…?
— ¡Maestro, si lleva días desaparecido!
—lo reprendió la niña, mirándolo con ojos llorosos—. ¡No vuelva a hacerme eso,
por favor! —suplicó, limpiándose las mejillas—. ¡Me tenía muy preocupada!
— Lamento haberte asustado —le susurró,
exhausto, sabiendo que ella no podría responder sus dudas, pero tenía el
presentimiento de haber visto a Hyoga y a Shun en algún lugar…
Con Víctor yendo al lado del santo de Acuario
y Ayaka reuniéndose con su maestro, sólo Mailu permaneció junto al afligido y
conmocionado Arun.
El rubio Arun nunca había presenciado
nada como lo que ese día ha traído, ni siquiera cuando fue perseguido por ángeles
y Patronos. Tantos heridos, tristeza, peligros y sufrimiento pesaban en su
corazón… y comenzaba a jurar que cada que posaba los ojos en alguien escuchaba
voces, ¿sus pensamientos tal vez?
Arun permaneció con la vista clavada en
el suelo, temiendo estar perdiendo la cordura. Sus manos temblaban por la
ansiedad, algo de lo que Mailu se dio cuenta.
El chiquillo de piel oscura vio tanta
aflicción en él que sintió que debía hacer algo por su amigo. Él, quien fue
vendido por su madre a la bruja Althea por uno de sus remedios milagrosos, no ha
tenido una infancia normal, ni llena de afecto, pero en el corto tiempo que ha
permanecido allí en el Santuario, conviviendo con Ayaka y los demás, sólo se le
ocurrió una manera de lograrlo. Le sujetó la mano, como si lo hubiera hecho por
accidente y no se diera cuenta de ello, incluso miró hacia otro lado para
evitar dar cualquier explicación bochornosa.
Arun apretó la mano de su amigo y
permaneció así hasta que escuchó que alguien lo llamó a lo lejos.
El Oficial Anfinn volvió a la plataforma
en poco tiempo, mostrando a Anna lo que él creía ser el objetivo de la
búsqueda. La sacerdotisa asintió con aprobación y contempló la daga dorada en
la mano del shaman, la misma con la que antiguos hombres intentaron asesinar a
un dios.
Mas antes de que la mujer decidiera lo
que se haría con ella, se volvió, sorprendida al escuchar el inesperado aleteo
de un búho en las cercanías. Anna contempló con curiosidad al niño rubio que
ahora estaba ante la efigie de la diosa en la que Niké y el escudo dorado se
encontraban sellados, en espera del reclamo de su legítima dueña.
/ - / - / - / - /
— Acepte
o no mi ayuda, ésta es suya —concluyó la Patrono Tara, quien sólo podía ser
vista y escuchada por el Patriarca del Santuario.
La semidiosa, invadida por el espíritu
de la venganza, decidió compartir las bendiciones de su poder con los santos de
Dragón y Sagitario. Ellos, sin saber la razón, dejaron de sentir dolor y la
sangre que fluía fuera de sus cuerpos se detuvo sin más. Tal y como apoyó a sus
antiguos compañeros en batalla, Tara les privaría de afrontar la realidad que
sus cuerpos sufrían, deteniendo el tiempo de cada uno y sólo hasta el final enfrentarían
los pormenores de sus heridas de guerra.
En el cielo, Hades se liberó de la cadena de Andrómeda, mirando con desprecio al
osado santo. Shun, engañado por las habilidades de Tara, lanzó la cadena
triangular que ferozmente golpeó la espada del dios miles de veces, siendo el
mismo número de ocasiones en que fue repelida por el implacable filo.
Un mortífero rayo emergió de la espada
divina, Andrómeda hizo girar la cadena circular a su alrededor para protegerse,
mas fue embestido por el atronador cosmos de Hades.
— ¿Ustedes,
de nuevo? —inquirió, anticipando la llegada del santo del Cisne, quien lo
atacó desde un punto más alto con la Ejecución Aurora.
El aire frío lo golpeó de lleno, mas
ante su imbatible poder se encontró con un muro que jamás congelaría. Hades expulsó cosmos, atrapando a Hyoga
en un torbellino de poder dentro del que se le dificultó defenderse de los
meteoros rojos.
Hades descubrió que
Dragón y Sagitario regresaban a la batalla.— ¡No importa cuántos más vengan a enfrentarme, esta vez no ocurrirá
ningún milagro! —clamó, desatando una mortífera tormenta de relámpagos que
enrojeció el cielo, atrapando a los cuatro santos en una telaraña de muerte y
los atacó con innumerables cometas—. ¡Atena
no vendrá a salvarlos!
— Se
vuelve más poderoso a cada momento —Tara advirtió, permaneciendo al lado
del Patriarca en su forma astral.
Aun cuando estaba libre de dolores,
Shiryu no podía moverse con libertad, ya ni siquiera era capaz de acercarse al
dios que se había rodeado por una iracunda tempestad.
Entonces, el cosmos de Shun estalló
desde tierra, liberando un denso vapor que inmediatamente se transformó en una
rugiente tormenta — Nebula Storm! (¡Tormenta
Nebular!) — la cual impactó la colérica corriente emanada por Hades.
El cielo se inundó con una ventisca mortal que destruyó las montañas
que los rodeaban. Anticipando que el santo de Andrómeda terminaría cediendo
ante el creciente poder de Hades, Asis se Sagitario decidió actuar.
— ¡Abriré un camino hacia el enemigo
Patriarca, no fallen!
— ¡Asis! —Shiryu intentó detenerlo,
intuyendo una acción suicida, mas no consiguió frenar al santo, quien se
dirigió a la mortífera tormenta maximizando todo su cosmos.
Envuelto por un capullo de su propio
poder, y con la bendición de la Patrono Tara, Sagitario logró abrirse camino
entre el choque de ambas fuerzas sólo para llegar al centro de la colisión y
liberar una ventisca al mismo tiempo en que las alas de su cloth se abrieron de
forma majestuosa y radiante.
— ¡Impulso Celestial! — El poder de
Asis se fusionó con el de Shun de Andrómeda, logrando ambos dominar el tifón
y abrir un delgado camino hasta el
avatar de Hades.
Shiryu, Hyoga y Shun lanzaron sus más poderosas
técnicas a través de aquel corredor dentro de la tempestad, la cual Sagitario
pudo dominar por un momento para inmovilizar al enemigo.
La fuerza de los tres santos legendarios
golpeó de lleno a Hades, quien salió
expulsado a gran velocidad por el firmamento. Sin control alguno y recorriendo
kilómetros de distancia, el dios terminó cayendo de espaldas dentro del Coliseo
del Santuario.
Tara compartió con Shiryu la lejana
visión del dios levantándose en aquel lugar, con el rostro bañado en sangre y
nada más.
— No
es suficiente… se necesitará más que este nivel de cosmos para destruir a una
abominación como esa —replicó Tara, volando junto a los tres santos que se
dirigían hacia el Coliseo —. Puede haber
una solución...
Shiryu lo sabía, pero en su mente sólo apareció una respuesta,
imposible para él saber si fue por conciencia propia o por influencia de la
Patrono.
— Creo
que la llaman Exclamación de Atena
—murmuró Tara en ese pensamiento compartido.
— ¡Está
prohibida! — el Patriarca de inmediato rechazó la idea.
— ¿Por
qué preocuparse por el honor de los santo cuando su mejor e invicto campeón ha
sido corrompido por el maldición de Hades? ¿En verdad prefiere la extinción en
vez de la deshonra?
— Jamás
lo entenderías— reclamó Shiryu, habiendo presenciado la ejecución de tan abominable
técnica en el pasado—. Además, la
destrucción que desataría podría ser devastadora para todos.
— Tal
vez tenga razón, pero no hacerlo quizá le traiga un dolor aún mayor… Aquí hay
cuatro santos capaces de lograr la trinidad — Tara murmuró, mencionando sus
opciones—, tengo el control de dos de
ellos, sólo tendría que convencer a uno más.
Para cuando divisaron la circunferencia
del Coliseo, lo vieron incendiado por el flamígero e iracundo cosmos de Hades.
El dios permanecía de pie en medio de la
fosa de llamas rojas que poco a poco parecía consumir la humanidad de su avatar. En las mejillas del dios comenzaron a aparecer grietas de las que su propio cosmos
emergía, como una clara señal de que su poder continuaba en aumento.
Asis de Sagitario quedó rezagado del
grupo, pero aun cuando pudo haberlos alcanzado sin esfuerzo, se contuvo al ver
en su camino al shaman Kenta. El santo frenó estrepitosamente ante el alado
shaman quien le señalaba con las manos que se detuviera.
— ¡¿Qué rayos haces?! —el santo
cuestionó con clara urgencia.
— Debes
venir conmigo, ahora —respondió el shaman lo más autoritario que podía ante
un santo dorado.
— No tengo tiempo para sus tonterías
—Asis fue tajante, pero el shaman insistió al ponerle una mano en el pecho.
— ¿Quieres
destruir a Hades antes de que sea demasiado tarde? Entonces ven conmigo.
/
- / - / - / - /
Arun caminó hacia el Templo de Atena una
vez que soltara la mano de su amigo, más precisamente hacia la estatua de oro
que en el exterior se encontraba bajo una capilla.
Mailu se cruzó de brazos ofendido y
avergonzado, pensando en que había sido malinterpretado su gesto lo dejó ir
solo hasta allá.
El niño rubio se detuvo a pocos pasos de
la efigie de oro, mirando el casco brillante sobre el que un búho de ojos
grises se posó tranquilamente.
Entre tantas situaciones, a nadie
pareció importarle, ni extrañarle, excepto a la sacerdotisa Anna quien decidió mantener
la distancia y las apariencias.
— ¿Quién eres? — cuestionó Arun, mirando
al búho con suma curiosidad. Después de dudar si aquello no era más que locura,
el infante accedió a seguir sus instintos y acercarse a donde escuchaba emerger
esa dulce y pacifica voz. Había algo tan familiar en ella que le dificultó
creer que podría estar en peligro.
Él pareció recibir una respuesta que lo
conmocionó, pues abrió los ojos con sorpresa y su boca quedó entreabierta por
largos segundos.
— ¿Tú…? —preguntó de nuevo, temeroso—.
¿Mi hermana? Yo-yo no… ¡Ah!
Arun tragó saliva varias veces,
intentando comprender lo que se le
estaba revelando. Aunque se mostró temeroso al inicio, terminó por comprender
algo de vital importancia que le permitió confiar y ser valiente.— ¿En verdad
podré ayudar a todos?
La respuesta sólo él la escuchó.
— Sí quiero —dijo él, mirando con
determinación el gran escudo circular en la mano de la estatua, así como la
estatuilla que había en la otra palma de ésta.
— El Santuario es mi hogar ahora… y
quiero vivir aquí, con todos ellos, para siempre —dijo, tocando con sus delgadas
manos los sagrados tesoros de la diosa.
Cada santo, shaman, hombre, mujer, niño
o adulto vivo dentro del Santuario sintió
un alentador palpitar en el corazón en el momento en que Arun tocó el escudo de
Atena.
Santos como Jack de Leo, quien en cuanto
pudo corrió al Templo de Acuario para cumplir la promesa hecha a Terario, resintieron
un cálido y gentil cosmos expandiéndose por su ser, sanando sus malheridos
cuerpos y reanimando sus cosmos.
Para cuando Natasha abrió los ojos en el
onceavo Templo del Zodiaco, Jack a su lado veía que su brazo fracturado se
reponía con propiedad y el resto de sus lesiones se desvanecían sin dejar
rastro.
Bud de Mizar, Nauj de Libra, Terario de
Acuario, Kiki de Jamir, Shiryu de Dragón, Asis de Sagitario, Shun de Andrómeda,
Hyoga de Cisne y todos los demás sobrevivientes heridos en tan oscuro día
fueron alcanzados por una milagrosa bendición.
Anna Hiragizawa y el shaman Anfinn
miraron al niño de cabello rubio que ahora brillaba como el mismo sol y
permanecía aferrado al escudo y a la estatuilla con un gesto de claro
sobreesfuerzo y rápido cansancio.
— Señora
Anna, ¿qué es lo que está pasando? —preguntó el shaman enmascarado.
Anna se volvió a colocar las gafas de
sol para resistir el intenso resplandor dorado, cubriendo a su hija
protectoramente entre sus brazos.— Lo que siempre pasa cuando la voluntad de
los hombres y los dioses coinciden en este mundo: un milagro.
Asis y el shaman Kenta aterrizaron en la
plataforma ligeramente cegados por tal manifestación de poder.
Arun pudo haber sentido la llegada del
santo de Sagitario, pues abrió los ojos y miró sobre su hombro sólo para verlo
y sonreírle ampliamente.
— Yo
también puedo dar mi mayor esfuerzo — Asis pudo leer en ese gesto puro e
inocente antes de que el niño cayera desmayado.
/ - / - / - / - /
Consciente de la situación en la cima
del Santuario, la Patrono Tara anticipó el siguiente movimiento de Hades.
—
Irá a por el niño…
El despertar de ese poder llevó a la
oscura entidad dentro de Seiya a responder por mera voracidad y no con sensatez.
Una esencia divina que devorar para fortalecerse, la ansiedad por un dunamis
que consumir nubló sus pensamientos racionales para dirigirse hacia allá.
Las cadenas de Andrómeda buscaron
detenerlo a toda costa, mas no fueron capaces de sostener al veloz dios que pasaba por encima de los
templos zodiacales como un bólido imparable.
Shiryu se adelantó y dejó que la cólera
de su cosmos golpeara al imbatible dios.
Hades sólo cruzó los brazos sobre su
rostro y pasó a través del torrente de dragones, encajando un salvaje rodillazo
en el vientre del Patriarca, quien vomitó sangre tras sentir reventados ciertos
órganos internos. Sólo el poder de Tara de ignorar el dolor lo mantuvo consciente,
pero quedó postrado sobre el techo del templo de Leo.
La intervención de Shiryu permitió que
la cadena circular se aferrara al tobillo de Hades, frenando su ascenso un instante y permitiendo que la punta
triangular reventara su hombrera negra, hiriéndolo levemente.
Hyoga se desplazó delante del dios, esperando congelarlo con su cosmos
llevado al Cero Absoluto, mas fue
inútil ante la mirada de Hades que lo
paralizó, impidiéndole cualquier movimiento. La espada del dios pasó a través del torso del santo de Cisne, partiéndolo limpiamente por la cintura.
La Patrono resintió el espadazo mortal
como si lo hubiera recibido ella misma. Sabiendo que mantener vivo al santo del
Cisne requeriría de una fuerza que no se podía permitir perder, dejó que la
muerte actuara sobre él de una vez. Fue sincera con el Patriarca sobre liberar
al santo del Cisne y Andrómeda una vez que aquello terminara, pero no poseía el
don de regresar a alguien a la vida por mucho que lo intentara. Además, no
estaba dispuesta a anteponer la sobrevivencia de totales extraños por encima de
su propio deseo. Sólo tenía que resistir un poco más y esperar a que la pieza
que decidió colocar en el tablero hiciera su jugada.
El cuerpo del santo de Cisne cayó
partido sobre la casa de Libra, conmocionando a Shiryu y a Shun quienes
gritaron su nombre con dolor, rabia y frustración.
/ - / - / - / - /
Shunrei sostuvo a Arun y anunció que
estaba con vida, sólo exhausto por el esfuerzo que realizó para todos.
Asis de Sagitario miró al chico inconsciente
unos instantes sólo para fijar su vista en aquello que destellaba aún en la
mano alzada de la estatua de oro.
— ¿Es esto a lo que te referías, shaman?
—inquirió Asis a Kenta, quien esperó a que la sacerdotisa Anna y Anfinn se
acercarán al lugar.
— No, de hecho, la solución que planeábamos
darte está acá —respondió Anna, asegurándose de que Anfinn mostrara la daga de
oro que se dice es capaz de matar a un inmortal —. Pero parece que tu diosa ha
decretado una mejor solución a través de este niño.
Sagitario miró la daga al mismo tiempo
en que presentía que el arribo de Hades
era algo inminente, y con todos ellos allí reunidos seguro la explanada se
volvería una carnicería dantesca.
— La elección es tuya —lo apresuró Anna,
también consciente del siniestro destino que se cernía sobre todos los
presentes.
Sagitario no vaciló, tomó la reluciente
flecha en la que la efigie de Nike se había transformado por voluntad de la
diosa Atena.
Saltó rápidamente hacia la gran estatua
de la diosa, posándose sobre ella al ser el punto más elevado en el que puede estar
de pie, sólo por un viejo hábito de una antigua profesión que no recordaba.
Tensó el arco con determinación y poder, dejando que sus sentidos restaurados
encontraran al mortífero enemigo.
/ - / - / - / - /
La furia al unísono de Dragón y Andrómeda
empujó a Hades de regreso al templo de Virgo, el cual se derrumbó en cuanto el cosmos del dios rugiera con mayor
intensidad y sometiera a los santos con incontenibles meteoros rojos.
Shiryu y Shun cayeron en lados opuestos,
agotados, pero sin deseos de rendirse.
Hades los miró con
desprecio un momento, sólo para darse cuenta de que a lo lejos estaba siendo
acechado por una seria amenaza.
Sobre la gigantesca estatua que se erigía
en la cima de la montaña sagrada, Asis elevó su cosmos, poniendo toda su fuerza
en esa flecha de esperanza, despertando el fulgor divino que le dio forma y una
misión concreta.
Hades no miraba allí
al santo, ni la flecha, sino el rostro de la diosa viva que durante milenios le
ha impedido cumplir sus ambiciones.
— ¡¿De
nuevo te atreves a retarme, Atena?! —espetó el dios hacia el cielo —. ¡Éste
ya no es tu reino, lo abandonaste! — bramó, alzando la espada oscura con la
que iba a defenderse.
En ese instante, bajo los hombros de Hades aparecieron un par de brazos que
lo sujetaron para inmovilizarlo.
— ¡Shaina! — se exaltaron Shiryu y Shun
al reconocer a la aguerrida mujer.
Tara retuvo la respiración. Tras haber
aprendido de sus errores pasados, la Patrono había ideado un plan alternativo
imaginando que sería la última oportunidad que tendría para vengar a su madre. Transmitiendo
una secuencia de imágenes claves en la mente de la amazona de Ofiuco, le hizo
entender a ésta algo vital. Así pues, cuando Shaina encontró la oportunidad, se
aferró con todas sus fuerzas a Hades.
— ¡Mujer
ingenua, apártate! — El dios expulsó
más de su colérico cosmos, hiriendo a la amazona quien dejó escapar un grito al
sentir que su cuerpo iba a deshacerse. La armadura de plata que aún la protegía
estalló irremediablemente, mas ella continuó aferrada al sombrío guerrero.
— Nunca —logró musitar, ahogada por el
dolor que sufría—… ¡¿Me oyes?! Estaré junto a Seiya hasta el final…
Con el corazón a punto de estallarle, el
cosmos de Shaina la revistió para mantener una voluntad firme y una fuerza
inflexible con la que intentaba impedir que el dios escapara de su destino.
Ese acto de sacrificio logró algo en Hades,
un fugaz momento en que se quedó estático y confuso, invadido por recuerdos que
no le pertenecían y sentimientos que su avatar tenía muy arraigados en su ser.
En su perplejidad Hades pudo ver una silueta fantasmal acercándose con las manos
extendidas hacia él, siendo sólo el dedo índice de la Patrono Tara que le tocó
la frente musitando—: Kairos…
En la distancia, Asis encontró el tiro
certero, por lo que disparó sin contemplaciones pese a los gritos de aquellos
que se preocupaban por la vida de la amazona de Ofiuco.
Shaina estaba decidida a sacrificarse si
con ello podría terminar con el mal de Hades
de una vez por todas. Por más que le doliera en el alma, ella no podía permitir
que esa entidad corrompiera más al heroico y amable hombre que amaba. Tenía que
detenerlo sin importar el costo, es lo que el santo de Pegaso también querría…
Un poderoso rayo de luz emergió del arco
de Sagitario. Hades sufrió una ligera
convulsión que pudo confundirse con un intento por escapar de la fatalidad que blanqueó
su faz y de la que creyó escuchar—: Decide,
Pegaso…
La amazona cerró los ojos y murmuró—:
Todo está bien… siempre supe que tenía que ser así —remontándose a las veces en
las que ella le sirvió de escudo.
En el último instante, Shaina sintió que
Hades la sujetó de un brazo y la jaló
de tal forma en la que simuló un malogrado paso de baile por el que la amazona
giró. Sin soltarse de las manos, hombre y mujer quedaron separados sólo por la
distancia de sus brazos estirados.
Conmocionada, Shaina miró a Hades quien soltó la oscura espada en un
claro signo de rendición. El dios le
devolvió la mirada, y aun tras su apariencia de cabello negro, sus ojos
brillaron con la humanidad y valentía característica del santo de Pegaso una
vez más. Aquel hombre mostró una débil sonrisa con la que le susurró un mensaje
con su auténtica voz antes de que el fatal resplandor le impactara en el pecho.
— ¡SEIYA! —ella gritó con todas sus
fuerzas, reconociendo que el santo obtuvo el control sobre su cuerpo una última
vez.
La flecha de Atena entró justo por el
mismo lugar en la que la espada de Hades lo hizo hace quince años.
Hades exhaló un grito
desgarrador, abrumado por el que la flecha entró a su pecho pero no emergió
inmediatamente por su espalda. Dentro del avatar, el cosmos de la flecha divina
estaba consumiéndolo todo, obligándolo a abandonar ese cuerpo, ordenándole desaparecer.
Aquellos con sentidos especiales
pudieron ver con claridad la batalla cósmica que estaba por despedazar el
cuerpo del santo de Pegaso. Mientras la energía majestuosa de la flecha
intentaba exorcizar la oscuridad de Hades,
éste se aferraba al alma de Seiya, dispuesto a arrastrarlo con él hacia el
olvido, ambos desaparecerían en la nada… Algo que Seiya aceptó con valentía.
Víctima de tal agonía, Hades se movió frenéticamente por los
escombros del destruido templo zodiacal, temblando y tropezando, alejándose de
aquellos que estaban aproximándose al lugar sin saber qué hacer.
—
Hades, hemos sido enemigos desde la era del mito —escuchó desde su
interior—. Si para que en este mundo se
respire una autentica paz ambos debemos desaparecer, entonces que así sea.
Hades
cayó
de rodillas, y al poner las manos en el suelo dio un gran alarido cuando la
flecha finalmente logró salir por la espalda del santo de Pegaso, perdiéndose en
la distancia como una estrella fugaz que se apagó tintineante en el firmamento.
FIN DEL CAPÍTULO 64
* Dunamis: se le nombra así al cosmos
de los dioses en el Episodio G.
* Python/Pitón: en la mitología
era una gran serpiente hija de Gea. En algunos relatos se dice que Hera le
ordenó perseguir por todo el mundo a Leto (madre de Apolo y Artemisa) hasta que
le diera muerte. Para proteger a su madre, Apolo le suplicó a Hefesto un arco y
una flecha que le fueron concedidas. Así, Apolo arrinconó y mató a Pitón.
* Kamui: Nombre que se le da a las
armaduras de los dioses.
* Aunque entiendo que el Escudo de Atena
parece servir sólo para salvar y/o sanar a la diosa, decidí que alguien como
Arun pudiera expandir esa habilidad como una curación general.