Ese día, minutos atrás…
Seiya de Pegaso cerró los ojos,
entregando de manera voluntaria la victoria a Elphaba de Perseo, víctima del
infame Satán Imperial.
Él esperaba que una vez que Elphaba
quedara libre podría revertir la maldición de Medusa y continuar la lucha en su
lugar, pues sabía bien que sus días como combatiente habían terminado…
Algo atravesó su corazón, el dolor fue
insoportable pero ningún alarido emergió de su boca. Cayó en la oscuridad total
y todo dolor desapareció de repente. Imaginó que eso era todo, que la Espada de Perseo cumplió su labor y el
más allá era el próximo destino… pero no fue así, pues de repente sus sentidos
volvieron a conectarse con su cuerpo, sacándolo de la ilusión del descanso y
alivio eterno.
Cuando Seiya abrió los ojos apenas pudo
creer el escenario frente a él: Elphaba de Perseo y Giles del Reloj muertos a
sus pies.
Vio el rostro de horror impreso en el
pálido rostro de Elphaba, cuyo peto tenía un gran boquete ensangrentado por el
que podía verse su corazón aplastado; sin duda su muerte fue lenta y
agonizante. Víctima de una muerte instantánea, Giles tenía el cuello roto, en su cara se perpetuó la desesperación que
sufrió y se llevó consigo al otro mundo.
— … ¿Pero qué…? ¿Cómo…? —Seiya
retrocedió abrumado, mirándose las manos cubiertas de sangre que aún goteaba de
sus dedos, y las numerosas salpicaduras escarlatas en su blanca cloth—. No…
Esto es… No puede ser… ¡¿Qué sucedió?! — se cuestionó, estupefacto.
— … No… ¡Yo no…! —desesperado intentó
encontrar una respuesta a toda esta situación. ¡Él había decidido perdonar a
Elphaba! ¡¿Por qué era ella quien se encontraba muerta en el suelo?!
El santo se dejó caer de rodillas junto
a ella, temblando de desesperación y terror al no entender lo que pasó.
— Estoy
conmovido, nunca imaginé que alguien como tú pudiera poseer un corazón tan
bondadoso. En verdad pensabas dar tu vida a cambio de la suya, pero temo,
Pegaso, que eso está fuera de discusión — escuchó de pronto.
Seiya se alarmó y miró en todas
direcciones con evidente espanto al reconocer esa voz… La recordaba perfectamente, ¿cómo olvidarla? Pero ¿podría
ser cierto o es que finalmente había terminado por enloquecer?
— ¡No…! ¡No puedes ser tú! — El santo se
levantó con la guardia en alto, buscando a un enemigo que se mantenía
indetectable—. ¡¿Hades?! —clamó con furia, alistando su cosmos para combatir
cualquier amenaza.
Pero en cuanto la chispa de su cosmos se
encendió fue que el dolor volvió a su corazón como fuego que lo consumía. Seiya
intentó ignorar sus dolencias. — Maldito… ¿permanecías con vida?— pudo decir, luchando
contra el dolor que le hizo vomitar sangre y caer de rodillas una vez más al
suelo—. ¡¿Dónde estás?! ¡Manifiéstate!
En respuesta, su propio brazo le sujetó
la garganta con brusquedad.
—
Estoy aquí, Pegaso.
— ¿Qué…? ¿Qué significa esto…?
—cuestionó, atragantado y sorprendido por el que su extremidad no respondía a
su voluntad.
—
Es vergonzoso… es inconcebible que yo, un dios, hijo de Cronos y Rea, se haya
visto obligado a permanecer oculto dentro de tu sucio cuerpo desde el día en
que me enfrentaron en los Campos Elíseos.
— ¡¿Dentro de mí?! ¡Eso no puede ser,
no!— Seiya de Pegaso se revolvió por el intenso tormento que le quemaba la caja
torácica.
— En
el momento en que cambiaste lugares con Atena, recibiendo mi estocada final, te
marqué con mi odio; uno que se ha fomentado desde la era mitológica y que
finalmente te ha alcanzado —explicó la lúgubre voz—. No herí
sólo tu corazón, sino también tu cosmos, tu alma. Tu cuerpo se volvió mi
santuario, uno en el que he debido permanecer silencioso y empequeñecido para
que entidades como Poseidón y el Shaman King no se percataran de mi presencia
hasta que llegara el momento propicio.
Seiya se puso de pie en contra de sus
deseos. Con voluntad buscaba oponerse al
dios, sin importarle que fuera
destrozado por el esfuerzo.
— ¡¿Cuáles… son tus intenciones
Hades?... No posees un reino, espectros, ni aliados… —preguntó, respirando con
dificultad —. El mundo ha cambiado… ¡Y tú no tienes nada en él!
— A
través de tus ojos pude ver todo lo que les ha acontecido a los hombres en los últimos
tiempos. Una nueva guerra santa se ha desatado, siendo los humanos la mano
ejecutante; los dioses ignoraron mi advertencia y ahora existen más como tú que
ponen en peligro nuestra divinidad.
— Mi
intención era esperar hasta que todos los bandos se destruyeran entre sí,
eliminar a los vencedores e iniciar mi renacimiento. Pero mi despertar se ha
adelantado gracias a tu elección, Pegaso. A pesar de las molestias que me he
tomado por mantenerte a salvo y fuera de cualquier adversidad tú siempre estás
buscando tu propia destrucción. Ahora, la sangre de esta mujer será el
sacrificio perfecto para iniciar con mi cruzada…
Ante las palabras de Hades ya emergentes de la boca del santo
de Pegaso, la sangre alrededor de Elphaba comenzó a deslizarse por el suelo,
subiendo por los pies de Seiya hasta llegar a su cabello, el cual se tornó del
color de la oscuridad.
Capítulo
62
Lealtad.
Asis de Sagitario miró con desconfianza
a aquel que se veía como Seiya de Pegaso, o cuando menos una versión
ensombrecida del renombrado santo.
Seiya sostuvo su
mirada sólo un segundo para después dirigirla hacia el Templo del Patriarca. Sagitario
lo notó, tomándolo como un mal presagio.
— Tú no eres el santo de Pegaso
—sentenció para atraer su atención—. ¿Quién eres?
Seiya volvió a
mirarlo antes de responder con brevedad —: Sólo
en cuerpo.
— Así que Pegaso ha caído víctima de la
maldición —Asis dedujo al escuchar una voz diferente saliendo de la boca de
Seiya.
— ¿Cómo
osas confundirme con uno de los impuros esbirros de Nyx? —Pegaso cuestionó con claro desagrado,
empleando su velocidad para aparecer al final de las escalinatas junto a Asis,
quien se sobresaltó—. Ningún humano debe
estar por encima de mi vista —murmuró instantes antes de que sus ojos
destellaran en un resplandor rojo.
Sagitario sintió el impacto de una
fuerza extraordinaria que lo despegó del suelo, siendo arrojado escaleras
abajo.
El santo de oro se sobrepuso con
agilidad, perturbado por lo que acababa de pasar. Había sido capaz de vencer a un
heraldo del Olimpo gracias al despertar de su nueva cloth, ¿qué clase de
adversario era el que había poseído al santo de Pegaso para que lo sorprendiera
de esa manera?
— Posees
una armadura celestial, ¿por qué? —Seiya
se preguntó al verlo detenidamente—. ¿Acaso
Atena volvió a cometer el infame error de derramar su sangre para fortalecer a
las huestes humanas?
— No sé de qué diablos estás hablando,
pero intuyo que no tienes buenas intenciones al venir aquí.
— ¿No
lo puedes descifrar? Sin importar mi posición actual mi deseo sigue siendo el
mismo, seré yo quien termine con estos infames conflictos de una vez por todas.
— ¿Qué dices? —Sagitario pestañeó con
incredulidad.
— Los
dioses se han rendido a las falsas promesas de los hombres, ¿y qué es lo que
ustedes han hecho? Aprovecharse de su credulidad para eliminar a cuantos les ha
sido posible —Seiya espetó.
— Por
su forma de hablar… y este cosmos… ¿Acaso... acaso él es…? —Asis pensó para
después completar en voz alta —: ¿Eres un dios? ¡¿Cómo es posible?!
Sin mostrar emoción alguna el dios respondió —: Si te cuesta creerlo te lo haré entender del único modo que los santos
de Atena comprenden las cosas. —sus ojos volvieron a destellar, liberando
una ráfaga invisible que esta vez Asis logró resistir con la viveza de su
propio cosmos. Pese al esfuerzo el santo terminó siendo empujado hacia el mural
que conmemoraba a los doces santos dorados que dieron sus vidas frente al Muro
de los Lamentos.
El cuerpo de Sagitario quedó empotrado
en medio del muro, logrando despegarse a tiempo para eludir un segundo ataque
que hizo explotar la obra de manera violenta.
Desplazándose entre los pedazos que
volaron en todas direcciones, Asis atacó al estoico Seiya en la cabeza.
Para sorpresa del santo, Seiya atrapó su mano a pocos centímetros
de su rostro, iniciando un duelo de fuerza por el que el dios no mostró sobreesfuerzo alguno.
— En
el pasado los subestimé y por ello fui derrotado —musitó la deidad al utilizar su mano libre para
generar una esfera escarlata que impactó contra el estómago de Sagitario—. Lo perdí todo… No volveré a cometer ese
error.
La pequeña esfera se introdujo en el
cuerpo de Asis, quien salió despedido hacia el cielo por el impacto inicial,
mas no todo terminó allí, la diminuta luz roja liberó una explosión cósmica dentro de su cuerpo, siendo
sus residuos los que emergieron de entre
sus poros como llamas rojas.
El dolor fue abismal, por lo que no fue
capaz de contener el grito que lo acompañó todo su descenso a tierra, donde
cayó de cabeza como un cometa escarlata. Aún consciente, pero muy lastimado, el
santo de Sagitario giró pecho a tierra y luchó por reincorporarse, dejando que
el casco cayera de su cabeza.
Su armadura estaba intacta, pero bajo
ella sentía su cuerpo desgarrado y sangrante. Por un momento pensó en que la
situación no podía complicarse más, pero se equivocó cuando escuchó una voz
conocida.
— ¡Señor Asis!— Siendo el inoportuno
Arun quien había salido del Templo del Patriarca en el momento justo en que el santo de
Sagitario fue atacado por el sombrío dios.
— ¡Lárgate de aquí, ahora! —Asis exclamó
con todas sus fuerzas, esperando que su furia lo ahuyentara y le hiciera entender
al chico que había cometido una gran
estupidez.
Arrastrada al sitio por el insensato
movimiento de Arun, Shunrei apareció para abrazarlo en un intento por llevarlo
al resguardo, pero ya era tarde, Seiya
se volvió y miró al individuo que en principio buscaba.
Arun quedó paralizado de la impresión,
de alguna manera mirar dentro de ese par de ojos oscuros le permitió predecir las
siniestras intenciones de Hades.
Hilda de Polaris apareció presurosa
junto a Shunrei, en su gesto había una mezcla de confusión y horror, pues
momentos atrás percibió un cosmos que sólo podía pertenecer a su hijo Syd, pero
al llegar allí sólo se encontró con el oscuro santo de Pegaso, de cuya
presencia caótica vislumbraba vestigios del cosmos del príncipe asgardiano.
Los ocho shamanes que acudieron a
auxiliar al Santuario, acompañaron a la sacerdotisa de Odín para ser testigos
de lo que acontecía. Para sus sentidos muchas cosas eran un enigma, pero la
clara peligrosidad de la situación los hizo dudar de si serían o no capaces de
defender a los presentes.
— ¿Por qué tú…? —Hilda intentó encontrar
la pregunta apropiada, por lo que guiada por sus instintos cuestionó enfurecida
—: ¡¿Qué es lo que le hiciste a mi hijo?!
La entidad la contempló un instante antes
de responder—: Con mis actuales
limitaciones no seré capaz de salvar
este mundo e imponer el orden que necesita —explicó, volviéndose hacia los
indefensos humanos—. Debo recobrar mi
autentica esencia… ¿Quién diría que las actividades encubiertas de Apolo me ayudarían
a descubrir un método por el que podré recuperar mi magnificencia? La fuerza de otros
dioses me permitirá regresar a ser como era antes. ¡Yo, Hades, genuino dios del
Inframundo, resurgiré! —clamó con el rostro impasible—. Ahora. —Sus ojos volvieron a brillar e
hicieron que el cuerpo de Arun flotara
un poco, con la intención de atraerlo hacia él.
Asis logró ponerse de pie, ya estaba por
impulsarse hacia el autodenominado Hades
cuando un sonoro rugido detuvo toda acción de los allí reunidos.
El aullido retumbó de tal forma que
cualquiera pensaría que el cielo se rompería y se desplomaría sobre ellos.
Los mismos cimientos del Santuario
temblaron cuando el inmóvil coloso de oro que protegía Grecia repentinamente
lanzó un gruñido de advertencia. La entidad que sólo había mostrado un rostro
sin facciones y que permaneció como silencioso espectador de todo, finalmente
mostró unas grandes fauces de las que liberó un aullante soplido de guerra,
sabiéndose Hades blanco de su ira.
— ¡Oh
no, no puedes! —el shaman Kenta gritó, preocupado al ver la reacción del espíritu
de la Tierra.
Por su inmensidad, el espíritu se vio
limitado a controlar la tierra y roca de la montaña para atacar al dios, de otra manera cualquier
movimiento de su cuerpo terminaría por destrozar el Santuario de un sólo
manotazo.
Estalagmitas nacieron del suelo con una
potencia descomunal, mas para Hades
fue fácil eludirlas al ascender al cielo, desde donde contempló sin miedo
alguno al entrometido coloso.
— ¿Te
atreves a retarme, o es que tu maestro
te lo ha ordenado? —Hades
inquirió, sabiendo que aquello era una manifestación viviente de uno de los
seis espíritus sagrados de este mundo, una extensión de la misma gran madre Gea
que dejó en posesión de los débiles humanos.
El retador coloso no se amedrentó y
lanzó un potente rayo de energía blanca por la boca hacia el dios.
Los ojos de Hades destellaron antes de ser alcanzado por la devastadora
corriente, creando un escudo que lo protegió de cualquier daño.
— Me
has permitido ver que no eres un simple gigante, percibo una fuerza divina en ti…
sería un desperdicio el destruirte, por lo que sólo tomaré tu esencia y la haré
mía para fortalecerme —le advirtió, a lo que el titán sólo frunció el
entrecejo con evidente disgusto.
Antes de que Hades ejecutara cualquier movimiento, vio que siete siluetas
voladoras se interpusieron en su camino y lo rodearon, siendo una octava la que
pasó de largo para aproximarse al rostro del testarudo espíritu con el que
pareció discutir.
Hades miró a los
shamanes que volaban gracias a las posesiones espirituales que mantenían.
Ninguno de ellos presentaba un peligro para él.
— Shamanes… los de su clase son el tipo de seres humanos que más desprecio
—musitó al ver que tramaban atacarlo con armas espirituales.
— Se
atreven a pensar que pueden manipular a la muerte, engañarla, someterla y tomar
de mi reino las almas de los caídos para compensar sus propias debilidades… Qué
ilusos al creer que tienen más influencia que yo sobre los condenados.
Dos shamanes decidieron atacarlo por la
espalda, mas cuando los ojos de Hades destellaron ambos perdieron todas sus
posesiones espirituales, precipitándose a una caída que claramente los mataría.
Una compañera se lanzó en su auxilio, sucediéndole lo mismo que a aquellos que
intentó salvar.
Los guerreros shamanes sabían que no
tendrían ninguna oportunidad, pero debían proteger al espíritu de la Tierra
incluso a costa de sus propias vidas.
Hades ni siquiera se
movió cuando los cuatro restantes lo atacaron; manipuló a los fieles espíritus
de cada shaman para que estos mismos los obligaran a quitarse la vida, por lo
que al mismo tiempo los cuatro hombres se abrieron el estómago ante el dios del Inframundo, cayendo
irremediablemente al vacío.
El Oficial Kenta intentaba hacer entrar
en razón al titán, pero él no tenía ningún poder sobre la sagrada entidad más
que el intentar apelar a su conciencia, algo inútil considerando que el
espíritu quería luchar.
El Oficial se giró al escuchar a sus
compañeros morir, viendo que Hades se
aproximaba. En medio de ambas entidades era claro que Kenta terminaría
aplastado por ese par de titanes, pero el destino todavía tenía otros planes
para él.
Después de haber salvado a los tres
shamanes que cayeron al perder sus posesiones, Asis de Sagitario voló a toda
velocidad hacia Hades, metiendo sus
brazos por debajo de los hombros del dios
para llevarlo lejos en un intento de alejarlo del Santuario y sobre todo del
gigante.
— ¡No
permitas que lo destruya! —fue lo que le suplicó una de las mujeres que
salvó al dejarla en el suelo—. ¡No dejes
que lo devore!
El espíritu comenzó a moverse en un obvio
intento por perseguir a los guerreros, mas en cuanto escuchó un sonido muy familiar
terminó por quedarse quieto, después de un involuntario y peculiar sobresalto.
Kenta también lo oyó, el sonido de unas
cuentas chocando entre sí con una extraordinaria claridad, como si alguien estuviera
meciendo un rosario justo contra su oreja.
Shunrei, Hilda y Arun lo escucharon de
igual forma, mirando escaleras abajo del templo por donde dos personas estaban
subiendo.
El de atrás era un Oficial, evidente por
su ropa tribal, la máscara metálica en su rostro y la placa que colgaba de su
pecho. Éste parecía ser la escolta de la mujer que subía los peldaños calzando
zapatillas de tacón alto.
— Al fin, parece que llegamos a la cima
—dijo la acalorada mujer de largo cabello rubio cuando llegó a la explanada.
Shunrei e Hilda la miraron con extrañeza,
sin saber qué decir, mucho menos cuando ésta se giró hacia ellos. Ella llevaba
puestas unas gafas oscuras para el sol, por lo que su mirada quedaba en el
misterio.
¿Acaso era una shaman? Pensaron por
venir acompañada de un Oficial, pero al verla vestida con ese sencillo vestido
negro de tirantes que le llegaba hasta la pantorrilla y la estola azul con
bordados dorados rodeando su cuello, no parecía serlo…
Lo más insólito para ambas era que ella traía consigo un bebé durmiente en
una cangurera que colgaba contra su pecho.
Al parecer Arun fue el único que se
percató de que la enigmática mujer sujetaba en una de sus manos un largo
rosario de cuentas transparentes, el origen de los sonidos que atraparon la
atención de todos.
— Y justo a tiempo —completó ella,
sacudiendo el rosario que sostenía.
La rubia giró hacia donde el espíritu de
la Tierra sabía que la observaba—. Oye tú —le habló pese a la distancia—, si
viniste aquí era para proteger, no para causar alboroto. Tu trabajo terminó,
¿no lo sabías? Regresa a tu lugar, ahora —ordenó.
El gigante pareció cohibirse como un
niño asustado ante una figura de autoridad. Pese a su inmensidad y ferocidad,
había mucho que compartía con su padre,
entre esas cosas era el respeto y absoluto terror hacia su madre.
El Espíritu de la Tierra dudó unos
instantes, como si fuera a atreverse a replicar, mas cuando la mujer rubia
sacudió con fuerza el rosario, el sonido que desencadenó simuló el de un
despiadado látigo que le recordó quién era la que mandaba, sintiéndose obligado
a obedecer sin más.
De un instante a otro el coloso comenzó
a desmoronarse en inofensivas pizcas de tierra, las cuales se dispersaron en el
aire para volver a ser parte de las montañas, dejando a la sacerdotisa de Odín
y a la esposa del Patriarca sorprendidas ante el poder de convencimiento que poseía la misteriosa mujer.
/
- / - / - /
Cielo sobre el Mar Mediterráneo.
Albert fue abatido por el cosmos de
Shiryu de Dragón, rompiendo su zohar y magullando su cuerpo con gravedad.
Mientras caía en dirección al mar, pensó por un momento que todo terminaría
allí, pues comprobó que la fuerza del Patriarca era algo que no podría superar,
después de todo ese era el poder que es capaz de oponerse al de los dioses…
Pero ese fugaz y derrotista pensamiento se borró de su mente por un agudo dolor
de cabeza. Albert palpó con desesperación su frente, como si intentara
extinguir las flamas azules que ardían sobre el símbolo marcado en ella.
— ¡No!
¡Esto no ha terminado! —se dijo a sí mismo, volviendo a despertar su cosmos
y así frenar su caída a pocos centímetros de zambullirse en el océano.
— No lo acepto… no acepto ser derrotado
de esta manera —murmuró, mirando con odio al santo del Dragón, quien aguardaba
en las alturas.
Shiryu detuvo cualquier ofensiva, no por
piedad, sino porque sus sentidos se percataron de una terrible presencia
proveniente del Santuario. Al principio lo detectó como una nueva amenaza, mas
rápidamente fue invadido por un espantoso déjà
vu. — Este cosmos es… No puede ser, ¡es imposible! —clamó, alarmado al
reconocer la presencia de Hades, dios del Inframundo, a quien él y sus hermanos
enfrentaron en el pasado.
Ante el enigma, Shiryu estuvo a punto de
marcharse, olvidándose por completo de su actual contrincante.
— ¡No te atrevas a darme la espalda!
—Albert gritó —. ¡Esto no ha terminado!
Shiryu giró sólo el rostro hacia donde
sabía se encontraba el Patrono. — Albert, ¿acaso no lo percibes? Hay un gran
peligro cerniéndose sobre el Santuario, uno que jamás pudimos prever y que nos
pone en un terrible riesgo a todos… Si aún una parte de ti genuinamente se
preocupa por sus habitantes es momento de demostrarlo. Abandona tu inútil
cruzada, es la última oportunidad que te doy… ¡Reacciona de una maldita vez!
—advirtió con un gesto casi suplicante.
El Patrono también sentía el gran cosmos
proveniente de Grecia y entendía la peligrosidad del mismo, mas el dolor en su
cabeza lo llevó a decir —: No tienes por qué temerle, yo mismo erradicaré todo
mal de este mundo. —Sonrió de manera siniestra, sin que su cosmos dorado se
debilitara.
Rodeado por un brillante cosmos, el
cuerpo de Albert se ensombreció por completo, volviéndose una autentica sombra
de la que sólo la blancura de sus ojos y dentadura se mantuvieron tal cual. En
su oscura silueta se proyectó el paso de las estrellas, nebulosas y galaxias a
gran velocidad sólo para desaparecer en la oscuridad de su ser, entonces
comenzó—: Galactic extinction! (¡Extinción
galáctica!)
Shiryu entendió la gravedad de tal poder
cuando sintió que una fuerza extraordinaria estaba jalándolo hacia donde Albert
se encontraba. Por los sonidos de su alrededor pudo saber que el agua del mar,
el aire y cualquier materia cercana comenzó a ser succionada por la técnica del
Patrono de Géminis, quien había llevado la Otra
dimensión a un nivel monstruoso por el que su cuerpo se convirtió en un
agujero negro que sería capaz de devorar el mundo entero si se lo proponía.
— ¡¿Qué es lo que intentas hacer?!
—espetó Shiryu, resistiéndose a ser arrastrado por la fuerza del agujero negro—.
¡¿En verdad es tanto tu afán por vencerme que arriesgarás al mundo entero sólo
para conseguirlo?!
— No me malentiendas, esta no es una
técnica suicida —aclaró son sorna—. El mundo sobrevivirá, sólo arrancaré de él
todo organismo inútil de su faz—explicó mientras su sombra absorbía remolinos de
agua y aire.
— En verdad que has perdido la razón…
Sabes bien que no te dejaré hacer algo como eso. — Shiryu atacó sin miramientos
—. Rozan
Hyaku Ryu Ha! (¡Cien Dragones de
Rozan!)
Albert extendió los brazos y permitió
que los dragones se aproximaran, absorbiendo la energía del ataque con la que
pudo aumentar la intensidad y alcance de su técnica, así como triplicar el
tamaño de su propio cuerpo ennegrecido.
Shiryu se percató del incremento de
aspiración cuando fragmentos de roca comenzaron a separarse de una isla cercana
para acabar dentro del agujero negro, sabiendo que tenía pocos segundos para sellarlo
antes de que ocasionara daños irreversibles.
Como si hubiera podido leer su mente,
Albert añadió—: Si tanto te preocupa la seguridad del mundo, cruza este umbral voluntariamente.
¡Juro que lo cerraré una vez desaparezcas en la Otra dimensión! —el Patrono se mofó con un gesto demencial.
— Ojalá pudiera creerte —el santo dijo
con tristeza, eligiendo su próxima acción.
— ¡Tú nunca has confiado en mí! — Albert
reprochó con resentimiento—. ¡Ni como tu discípulo, ni como tu aliado! ¡Siendo
ahora tu enemigo no esperaba menos de
ti!
Escondiendo la aflicción que le causaban
las palabras de aquel que entrenó como a un hijo, Shiryu se alistó para
realizar un último ataque.— Mis errores contigo los pagaré en el futuro… Ahora
es tiempo de que tú pagues los tuyos, Patrono.
El santo de Dragón se lanzó a toda
velocidad hacia Albert, quien intensificó su cosmos, distorsionando más la
realidad a su alrededor con lo que
esperaba capturar a su enemigo y aplastarlo.
— ¡Excalibur! — El brazo del santo
lanzó un golpe de espada que cortó más allá de las capas dimensionales,
buscando la fuerza de origen que desenfrenó tanto caos… encontrándolo.
Los remolinos de agua, tierra y aire se desvanecieron
de forma estruendosa, volviendo cada elemento a su sitio mientras que los
sólidos cayeron en el mar.
El santo del Dragón mantuvo su brazo derecho
rígido, pues había atravesado por completo el pecho del Patrono de Géminis, su
mano cubierta de sangre emergía por la espalda del guerrero peliazul.
El entendimiento de Albert demoró pocos
segundos en asimilarlo, pero cuando lo hizo apenas y le quedaban fuerzas como
para sostener la cabeza. Se negó a mirar el rostro del Patriarca, quedando su
mentón prácticamente sobre el hombro del que fue su mentor. Ambos guardaron
silencio, en espera del último respiro quizá… mas Albert tenía una última cosa
que hacer.
En un esfuerzo final, logró levantar la
mano, tocando con su palma ensangrentada la cabeza del Patriarca. Shiryu se lo
permitió al no percibir agresión en ello, por lo que pudo ver las imágenes que Albert
proyectó en su mente y escuchar la voz de sus pensamientos.
Shiryu vio el momento en que Albert fue
engañado por el Patrono Iblis y su intento por combatir a Avanish, mas el señor
de los Patronos revirtió su técnica y fue el santo de Géminis quien terminó
siendo esclavo de su propia maldición.
— Albert… entonces tú no… —Shiryu se sobrecogió,
manteniendo su inmovilidad—. ¿Has vuelto a ser tú?
— Agradezco
que haya sido precisamente usted quien me haya derrotado —Albert le dijo a
través de sus pensamientos. La marca que antes flameó en su frente terminó por
extinguirse en cuanto su corazón fue destruido, dejando sólo una capa de piel
quemada bajo el fleco de su cabello.
— Yo… No sabía… De haberlo sabido…
— No
se martirice por esto —Albert lo interrumpió—. Es lamentable que pese a mis esfuerzos, al final lo eché todo a perder—se
lamentó, libre de rencores hacia su antiguo maestro—. Hice todo lo que alguna vez juré no haría… que Atena me perdone por
todo lo que he causado…
— No fue tu culpa, estabas bajo la influencia
de ese maldito hechizo —Shiryu dijo de manera comprensiva.
— He
ahí el problema, Patriarca… Todo lo que dije, todo lo que hice… es lo que
estaba guardado en lo más profundo de mi ser. No hice nada que no deseara… la
marca borró todos mis temores e inhibiciones, sacó lo mucho que reprimía y
negaba de mi mismo, torciéndolo y volviéndome el monstruo que siempre temí
llegar a ser… Pese a que me daba cuenta de eso no podía detenerme… fui consciente
de todo lo que hacía, pero no podía detenerme… En verdad lo siento. Todos
tenían razón al dudar de mí… Al final no pude escapar de mi destino…
— Ya todo terminó —musitó Shiryu,
abrazando contra sí a su antiguo pupilo, olvidando por un momento el tiempo y
el espacio en el que vivían, trasladándose a viejos panoramas en el que el
pequeño Albert se frustraba por sus propias carencias y debilidades durante su
aprendizaje; la mayoría de las veces intentó consolarlo con palabras sabias y
disciplina, pero en otras se permitió un acercamiento paternal como ese.
— No te preocupes más —le dijo con los
ojos humedecidos, esperanzado de que si las palabras del guerrero eran ciertas,
los dioses le darían un destino justo a su alma—. Deja el resto en mis manos,
yo arreglaré todo, te lo prometo — siendo las últimas palabras que fueron
escuchadas por el Albert Géminis en vida.
/ - / - / - /
Interior del Templo de Atena.
El humeante y carbonizado cuerpo de
Adonisia de Piscis cayó de espaldas en cuanto el resplandor en el pecho de Shai
de Virgo cesó.
Terario de Acuario se tambaleó un poco,
terminando con una rodilla en el suelo mientras la cúpula de cristal dentro de
la que se resguardó junto a sus compañeros se deshacía en copos de nieve. El
pelirrojo tosió un poco de sangre, pero ver que las marcas azules en su piel
desaparecían les permitió a los demás santos entender que había sido liberado
del embrujo que sometía su voluntad.
Jack y Nauj le dieron su espacio, siendo
el santo de Leo quien tuviera la urgencia de acercarse al espíritu de la amazona
de Virgo.
— ¿Shai? —la llamó, a lo que el espíritu
se giró lentamente hacia él.
— Jack
—ella pronunció su nombre con un gesto risueño.
— ¿Qué es lo que…? —Leo intentó hacer una
pregunta adecuada, pero terminó diciendo—: Lo cierto es que no comprendo lo que
pasó… ¿en verdad eres tú?
El espíritu asintió.— Soy yo… una proyección de mi alma cuando
menos. Me alegra que estén a salvo.
Nauj avanzó hacia el cadáver de
Adonisia, observándolo con cuidado. — Esta bruja sigue con vida —anunció con
desagrado.
El ataque de Virgo no sólo había
calcinado su cuerpo, sino también su mente, era evidente por sus ojos desviados
y la saliva que salía de sus labios malformados. La mujer apenas respiraba
mientras su cuerpo temblaba de manera errática, como si hubiera olvidado cómo
funcionaba cada parte del mismo.
— No
por mucho, sólo lo suficiente para que nos encarguemos de un par de cosas
—Shai se elevó aún más en el aire, abriendo los brazos sobre los que su cosmos
dibujó enormes alas en el firmamento, dándole la apariencia de una autentica
divinidad—. Formo parte de este lugar,
mas es su vida la que lo mantiene en balance —explicó—. Adonisia nunca dejó de tener una influencia mayor sobre su
invernadero, pero pude actuar gracias a la energía que tomé de los espíritus
que están cautivos aquí, de lo contrario no habría podido hacer nada por
ustedes. —Con solemnidad la amazona juntó las manos por encima de su
cabeza—. De haber recibido el
entrenamiento adecuado, Piscis se habría dado cuenta de que aprisionó las almas
de todas sus víctimas en este lugar, por lo que al formar parte de ellos pude
tomarlo como una ventaja. Empleé esa energía para impedir que Terario siguiera
siendo su marioneta, y el resto en una técnica cuyo alcance depende de los
pecados existentes en el corazón y alma del enemigo a vencer, por eso fue tan devastadora
para ella...
Los santos notaron cómo es que del
centro de algunas rosas pequeñas esferas luminosas comenzaron a aparecer, para tímidamente
iniciar su ascenso hacia el cielo.
— De
no ser por el poder de estas pobres almas, seguramente todos seríamos parte de
este infierno. Cumpliré la promesa que les hice, gracias por todo. Ahora, sean
libres —dijo a los espíritus luminosos.
Las numerosas almas se animaron unas a
otras a seguir el camino que sentían debían seguir. Después de años de ser
prisioneras, la recompensa a su sufrimiento había llegado de la mano de lo que
para ellos era una diosa.
Los santos dorados se mantuvieron
inmóviles para no entrometerse con el ascenso de las esferas de luz, la mayoría
de ellas silenciosas, pero de otras se llegaban a escuchar risitas y hasta agradecimientos.
Todas y cada una subieron al cielo azul
de aquella dimensión y desaparecieron de la vista de los presentes.
Shai descendió hacia Terario, quien
apenas y se estaba poniendo de pie. Aunque había permaneció inconsciente la mayoría del tiempo, el
santo de Acuario de alguna manera entendía lo que había pasado, y más
importante, que era libre gracias a la amazona de Virgo, cuya voz era la única
que ahora podía escuchar.
— Toma
esto —dijo ella. Del suelo, una rosa blanca se alzó en el aire,
desfloreciéndose ante Terario hasta quedar sólo una semilla roja—. Sé lo que Adonisia le hizo a tu amiga, por
lo que no te preocupes, aún hay tiempo para ella, sólo asegúrate de que trague esto.
El santo de Acuario tomó la semilla sin
pensarlo dos veces. Asintiendo con agradecimiento.
—
Ya sólo queda una última cosa que hacer aquí —Shai dijo, mirando a sus
camaradas para después señalar el capullo que, pese a la distancia, era fácil
de ubicar pues ya había comenzado a expulsar un espeso vapor rojo—. En mi condición soy incapaz de hacerlo yo
misma, por lo que deben ser ustedes quienes terminen con esta pesadilla.
— No estarás diciendo que… —Jack no pudo
terminar su frase.
Shai asintió.— Aunque Adonisia muera, ese capullo infernal no lo hará con ella y no
desaparecerá cuando este invernadero sucumba. Es mi corazón y sangre lo que le
da vida, nos volvimos un solo ser, por lo que deben destruirnos antes de que
libere el veneno que ha llegado a niveles tóxicos muy elevados —explicó con
pesar—. Si se acercan ahora, de seguro
morirán.
— No —se negó Jack.
— No
hay otra manera —Shai aseguró.
— Debe haberla —el santo Leo insistió—.
Debe existir una forma en que podamos salvarte.
— Adonisia
es la única capaz de controlar su crecimiento, ella morirá pronto. Cuando eso
pase esta dimensión desaparecerá y esa monstruosidad estará en nuestro mundo. ¿Deseas
eso? ¡¿Qué germine allí?! ¡No, yo no quiero! —exclamó, desesperada—. ¡No deseo traer más mal al Santuario! ¡No
después de que lo que tuve que hacer a causa de los Patronos…! Por favor,
ustedes son santos de Atena, deben proteger el Santuario a toda costa de
cualquier calamidad.
El santo de Leo miró el suelo apesadumbrado.
Nauj cerró los ojos y rogó para que el cabeza hueca entendiera que no existía
alternativa, por muy cruel que fuera. Terario guardó silencio, tomando una
decisión él mismo.
— Se
los ruego… De cualquier forma mi vida ha terminado, mi cuerpo ha sido
degenerado a un nivel irreparable, no hay nada que pueda hacerse. ¡Por lo que me
niego a convertirme en una plaga que acabe con la vida de otros! ¡Por favor,
permítanme cumplir con mi deber, protegerlos aún si con ello debo sacrificar mi
vida! —suplicó, antes de soltar un
quejido y su cuerpo se encorvara como si hubiera sido golpeada en el estómago.
El espíritu de Shai se desvaneció sin
explicación alguna, alertando a los presentes de un inconveniente.
Nauj rápidamente miró hacia sus pies,
donde pudo ver a Adonisia estirando la mano en dirección al capullo rojo. Desde
el suelo la mujer le dedicó una sonrisa y mirada perturbadora. —Mi último
regalo— ella sentenció, mas antes de que el santo pudiera hacerle algo, con sus
propias uñas se degolló la garganta para adelantar su muerte.
Sin la fuerza de las otras almas para
mantener su voluntad, Shai volvió a su cruel condición, la de una rosa más que seguía la voz de su señora,
y en su cabeza sólo una orden resonó —: Florece
para mí, Muerte Roja.
— ¡Maldita sea! —bramó el santo de Libra
al ver morir a la amazona y que inmediatamente la dimensión se empequeñeciera,
regresando a ser sólo el interior del Templo de Atena.
Los tres santos miraron hacia el altar
donde el capullo se perdió entre la espesa bruma roja que expulsó con un
potente soplido.
Los tres retrocedieron por instinto, mas
al saber que no podían sólo huir Nauj fue el primero en concentrarse para
expulsar su cosmos y generar un campo de energía con el que pudo encerrar el
veneno carmesí y su fuente.
Jack le prestó su fuerza y lo imitó,
reforzando los muros que contendrían la hecatombe.
— ¡Debimos actuar antes! —Libra
recriminó, intentando mantener el control.
Jack mantuvo silencio, recayendo en él
la culpa, por lo que con ahínco empleó lo que le restaba de poder para
fortalecer la barrera.
El vapor rojo se densificó tanto que
nada podía verse dentro de éste. Nauj pensó en una o dos formas de tratar el
problema, pero ninguna evitaría que el veneno liberado se propagara.
Jack se sorprendió cuando Terario le
sujetó la mano y colocó en ella la semilla dorada que había obtenido de Shai. —
En las habitaciones del Templo de Acuario hay una mujer cuya vida depende de si
come o no esto —explicó con brevedad.
Leo lo miró confundido, pero cerró su
mano para salvaguardar la pequeña semilla.
— Por favor, llévasela cuando esto
termine —pidió, dándose vuelta, posicionándose en un punto distante de la
barrera—. Déjenme entrar —Acuario pidió, para sobresalto de los otros santos.
— ¡¿Te has vuelto loco?! —Libra
inquirió, olvidando que Acuario había perdido el oído hace tiempo.
Terario adivinó sus palabras sólo viendo
su rostro furioso, por lo que añadió—: Una abertura, sólo un instante.
Ciérrenla de inmediato, yo me encargaré de esto.
— ¡Es un suicido! ¡Debo ser yo quien lo
haga! —espetó Jack, imaginando las intenciones de Acuario.
— Ninguno de los dos podrá neutralizar
debidamente la fuente de este mal. Confíen en mí, cumpliré el deseo de Virgo,
el Santuario no sufrirá a causa de esta abominación —pidió sin mirarlos, sólo
aguardando a que cumplieran su petición —. Deprisa, no podrán contener esto por
siempre.
Libra y Leo se miraron un instante,
decididos a confiar en Terario.
Fue menos de un segundo lo que esa
delgada brecha se abrió, y en menos tiempo Terario de Acuario entró, confiando
en su cosmos y la capacidad de su aire frío para permitirle tal cruzada. En el
interior de aquella zona se prohibió el respirar, sencillo para quien nadó
kilómetros bajo los casquetes polares sin perder el aliento desde que era un
niño, sin embargo, el ambiente de muerte era pesado de sobrellevar, por lo que
ejerció toda la fuerza que tenía para avanzar.
Tuvo que hacerlo despacio, pues la
corriente que arremolinaba el vapor encerrado le impedía caminar a prisa. Sus
pies tocaron unos restos, sin duda los de Adonisia, los cuales ya eran huesos
sin carne tras haber estado en contacto con el vapor venenoso por pocos segundos,
y seguían deteriorándose.
Los malestares lo asaltaron a medio
camino, sintiendo que comenzaron a sangrarle los ojos y las encías, pero eso no
hizo más que fortalecer el escudo con el que su cosmos y aire frío le permitieron
avanzar dentro de la Muerte Roja,
sabiendo que debía reservar la energía suficiente para el final del camino.
En los escalones del templo, gruesas
ramas con espinas se clavaban al suelo, palpitando como si fueran un corazón;
de las filosas puntas goteaba agua escarlata, la cual ha ido acumulándose hasta
formar un largo charco de veneno infernal que se extendía cada vez más rápido.
Terario subió los peldaños hacia el
pedestal, encontrándose con un impactante escenario en el que el gran capullo
había florecido, mostrando sus hermosos y brillantes pétalos carmesís, y de su
centro emergía el escultural cuerpo de la amazona de Virgo. El torso femenino se
estremecía en espasmos continuos, reflejo de la posible lucha por liberarse,
más jamás lo lograría, no ahora que sus piernas y brazos se habían fundido con
los pétalos de la maligna flor, formando una sola entidad. Su cabello ahora
escarlata bailaba frenético por el movimiento del veneno que ella misma
desprendía, su piel se había tornado del mismo color rojo sangre de la rosa a
la que estaba unida, sus ojos estaban blancos y vacíos cual perlas y de su boca
abierta emergía continuamente una gran cantidad de vapor marrón por el que
mantenía un gesto de tormento eterno.
Al santo de Acuario le costó creer que
la mujer que momentos atrás se mostró como un ángel de luz que guió las almas
al descanso eterno, ahora se encontraba transformada en un demonio del Hades
que vomitaba una plaga mortal en el mundo. Sus emociones lo golpearon un
segundo, pero tal visión lo motivó a terminar con esa mentira, y darle a la guerrera la apariencia que en verdad merecía.
Extendió sus brazos y colocó sus manos
sobre las mejillas de lo que alguna vez fue Shai de Virgo y sobre ellos dejó su
cosmos arder.
Visiblemente exhaustos, Libra y Leo
continuaron entregando su energía vital para mantener la nube de veneno en su
lugar, pero segundo a segundo sentían que los esfuerzos por reprimir su avance
sólo incrementaban su fuerza y anhelo por estallar.
Ambos sintieron el cosmos de Acuario
llegar al infinito y colisionar contra el de Virgo que se defendió con la misma
intensidad, mas el vapor rojo impedía ver la situación que vivían. Libra y Leo
se esforzaron aún más, pues no deseaban que el sacrificio de sus compañeros
resultara en vano. Además, la batalla cósmica que libraban sólo hizo más
difícil mantener estable el muro de contención.
Nauj pegó las rodillas al suelo,
jadeando, mientras Jack buscaba algo de fuerza a la que pudiera aferrarse para
no caer desmayado. Para ambos las batallas habían sido intensas y sus cuerpos
ya no podían más, sólo sus cosmos los mantenían conscientes.
Entre parpadeos, el santo de Leo vio un
copo blanco viajando entre el vapor rojo, y a los segundos le siguieron más.
— ¡Nauj, mira!— intentó despabilar a su
compañero, pero éste apenas y se concentraba en no perder el sentido, pedirle
otra cosa era imprudente.
Poco a poco, el interior de la barrera
se vio repleta de una ventisca de nieve en vez de una tormenta carmesí. La
bruma escarlata fue desvaneciéndose, conforme ganaba una tonalidad clara y el
cosmos de Virgo desaparecía.
En cuanto el choque de poderes cesó y no
hubo vestigios del veneno rojo, Nauj apoyó las manos en el suelo para descansar
y recobrar el aliento, mientras que Jack logró mantenerse de pie, tambaleándose
al borde del desmayo, pero se negó a caer en la inconsciencia, tenía que ver lo
sucedido, el milagro que Terario de
Acuario logró.
Entró a la zona invernal, resintiendo el
intenso frío, mas sobreponiéndose al distinguir a Terario de pie entre la
neblina blanca. Estaba de espaldas, mirando hacia el pedestal de la diosa con
una firmeza ejemplar, pero de un instante a otro se descompensó, viniéndose
abajo. Leo logró aminorar su caída, ayudándolo a sentarse en el suelo cubierto
de nieve.
El santo de Acuario estaba completamente
helado, su armadura congelada, su cabello cenizo y su piel azulada, pero aún se
movía y sus respiraciones marcadas por el vapor que emergía de sus labios y
nariz, eran una señal esperanzadora. Terario mantuvo los ojos cerrados,
sintiendo la tranquilidad de que había logrado su propósito y un compañero confiable
tenía lo necesario para salvar la vida de Natasha.
Entonces, Jack pudo ver la maravilla que
ahora se erigía en los aposentos de Atena, una majestuosa rosa de hielo dentro
de la que el cuerpo inmaculado de una ninfa
descansaría por toda la eternidad.
Jack se conmovió por el rostro durmiente
de la bella doncella de hielo, el cual transmitía una paz indescriptible,
reflejo de su satisfacción por haber cumplido con su deber como una guerrera de
Atena hasta el final y su eterno agradecimiento hacia a aquel que logró cumplir
su último deseo.
/ - / - / - /
En algún lugar del espacio y el tiempo.
Ángeles y marinos miraron a Atlas, santo
de Aries y antiguo rey de la Atlántida. Los heraldos de Apolo perdieron todo
interés en los heridos marines shoguns, sabiendo que el nuevo adversario poseía
un poder y renombre mayor.
Rápidamente formaron una fila horizontal
al pie de la escalinata que conducía al palacio de la ciudadela, desde donde
Atlas los observaba con un gesto sereno.
— El
rey Atlas en persona —saludó con irónica propiedad el ángel de nombre
Admeto—. A diferencia de estos mortales,
tu nombre te precede santo de Aries…
— Vuestros
nombres también merecen consideración, por lo que sólo os lo diré una vez:
abandonen el reino de Poseidón o afronten las consecuencias —advirtió con
voz pasiva.
— Qué
pretencioso, cree que tiene el poder para enfrentarnos a nosotros cuatro
—rió Castalia, apuntándole con el dedo—.
Aunque poseas la sangre de un Olímpico eres un guerrero incompleto, un solo
brazo no te bastará para detenernos.
— No
estoy solo —Atlas corrigió sin cambiar el tono de voz, mirando por encima
de los ángeles y cruzando miradas con Enoc, Sorrento, Caribdis y Nihil.
— ¿Ellos?
—cuestionó Admeto sin voltear hacia los abatidos marines shoguns—. Si crees que te serán de utilidad creo que
en verdad estás desesperado —sonrió—. Pero
me intriga que seas justamente tú quien se interponga en nuestro camino, después
de lo que Poseidón te ha hecho…
— Mancillar
mi pasado no os servirá, ángel— lo interrumpió de inmediato—. Lo único que importa en este momento es
vuestra decisión, pues la mía es confiar en los guerreros de la Atlántida. Creeré
en ellos tanto como su Emperador lo hace.
— Los
enterraremos a todos juntos entonces —musitó Admeto al dar una discreta señal
con el mentón.
A gran velocidad Admeto, Castalia y
Arctos rodearon a Atlas de Aries, atacándolo al mismo tiempo con sus cosmos. El
santo sólo tuvo que saltar para evadir la sonora explosión. Entre el humo
emergió Castalia quien intentó capturarlo con sus tentáculos de agua, mas el semidiós
los destruyó con descargas de cosmos dorado.
El alto Arctos apareció a su flanco
izquierdo lanzándole poderosos golpes que logró bloquear con su único
brazo. Admeto se unió al intercambio de ataques,
quedando impresionado por el que el Atlas lograra defenderse de ambos al
emplear también la agilidad y fuerza que había en sus piernas.
De un certero puñetazo y un tremendo
puntapié, el santo de Aries empujó a los dos ángeles hacia extremos opuestos,
justo a tiempo para que Castalia lo aprisionara en una gran esfera de agua.
— ¡Qué
molesto eres! —renegó la fémina, esperando asesinarlo del mismo modo que a
Behula de Chrysaor, pero su oponente era hijo de Poseidón, no existía fuerza
acuática que pudiera doblegarlo.
Atlas sopló dentro de la burbuja de agua
y ésta se transformó en un torrente feroz que se disparó hacia Castalia. El
ángel movió con desesperación las manos para cristalizar el agua y evitar el
impacto.
En el suelo, los marines shoguns miraban
asombrados cómo el santo de Aries combatía a los tres emisarios del Olimpo,
siendo algo realmente humillante para sus espíritus.
El cuarto ángel llamado Céfiro no
acompañó al resto de sus semejantes ya que tenía otra encomienda: eliminar a
los marines shoguns, sólo después podría unirse a la batalla.
Enoc lo miró a los ojos adivinando su
intención, por lo que impulsado por el coraje y su orgullo atacó al guerrero enmascarado
primero que nadie.
— ¡Cataclismo marino! —gritó, lanzando
su rugiente cosmos en forma de un maremoto que golpeó al enemigo.
La figura de Céfiro desapareció entre la
fuerza demoledora que destruyó numerosos edificios de la ciudadela, mas en
cuanto el maremoto se aplacó volvió a materializarse sin ninguna clase de
herida.
Antes de que Enoc se lanzara al ataque
directo, Sorrento y Caribdis le impidieron el paso para advertirle—: ¡Eso no
servirá contra él, Enoc! —Siendo Sorrento el más preocupado.
— ¿Entonces qué lo hará? —cuestionó
molesto.
La respuesta llegó tras un sonoro
latigazo cuando Nihil de Lymnades golpeó al ángel con su ataque de fuego.
Céfiro, acostumbrado a que sin importar
quién lo atacara nada lo lastimaba, se permitió ser alcanzado por aquello que
pensó sólo lo atravesaría sin más, pero cuando sintió el impacto en su espalda
se dobló de dolor. Sus ojos brillaron con desconcierto e incredulidad, girando
rápidamente hacia donde el marine shogun que le había provocado tal sensación
estaba de pie. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez pudo sentir dolor?
Tanto como para olvidar lo que era el tacto, por lo que no sabía si agradecerle
a su enemigo o enfurecerse con él, siendo esa duda lo que lo mantuvo inmóvil
por unos segundos.
Sabiéndose blanco del ángel, Nihil se
alistó para contraatacar con el látigo de fuego.
Céfiro estuvo tentado a recibir más de
aquellos golpes por gusto, pero rápidamente apartó esos pensamientos banales y
se impulsó a terminar con Lymnades.
Aun con las manos casi deshechas,
Sorrento pudo poner la flauta en su boca y tocó la melodía que debilitó al
ángel antes de que lanzara su ataque, siendo lo que salvara a Nihil de terminar
destrozado en el suelo. El marine shogun sólo salió despedido hacia el cielo nocturno,
cayendo pesadamente contra el suelo con la scale fracturada y aparentemente inconsciente.
La música molestó a Céfiro, por lo que
se giró de inmediato hacia el origen de ésta. Señaló a Sorrento justo antes de
desaparecer de la vista de los tres guerreros.
Adivinando el movimiento del enmascarado,
Caribdis desplegó su aire tormentoso, sirviendo como barrera que el ángel no
pudo pasar con facilidad. Céfiro se vio frenado unos instantes, mas poco a poco
se abría camino hacia el centro del huracán.
— ¿Aun
afectado por la melodía de Sorrento tiene tanto poder? —pensó Enoc,
abrumado—. ¡Maldición!
Caribdis era consciente de que moriría
si continuaba empleando su cosmos de esa forma, el Emperador se lo advirtió, y
aun así se negó a abandonar la lucha. Suplicarle al Emperador que le brindara
un poco de su poder, mismo que la ha mantenido con vida desde que escapó de la
prisión submarina, no era una elección… pero entonces escuchó una voz en su
mente.
— Descendiente
mía, si el dios del mar no puede brindarte su fuerza en estos momentos, permite
que sea mi cosmos el que te sostenga y te brinde vitalidad para luchar.
Caribdis pestañeó extrañada,
reconociendo la voz de Atlas de Aries, sintiendo el vínculo existente entre
ambos al ser ella miembro de la dinastía maldita del primer rey de la Atlántida.
Caribdis de Scylla estaba confundida; ¿el
aceptar la ayuda de Atlas significaría traicionar al Emperador Poseidón? En su
indecisión, el ángel Céfiro se apropió de los vientos controlados por Scylla y
los utilizó para atacar a los marines shoguns.
Caribdis saltó hacia el ángel decidida a
servir de escudo. Recibió la mayor parte del daño, mas no evitó que Enoc y
Sorrento fueran alcanzados por las ráfagas cortantes.
Sorrento no dejó de tocar, esperando que
Dragón Marino actuara, por lo que fue golpeado por el cuerpo de Scylla cuando ésta
salió disparada por el ataque. Ambos terminaron rodando lejos, quedando un poco
sepultados bajo el último muro que derribaron a su paso.
Enoc concentró todo su cosmos al
lanzarse contra Céfiro, aprovechando la oportunidad que le dio el marine shogun
de Siren con su sinfonía.
— ¡Ira de Leviatán! —clamó, lanzando
infinidad de golpes a la velocidad de la luz que golpearon violentamente al
ángel.
Céfiro recibió las ráfagas, que dejaron
rasgaduras en su manto sagrado y le abrieron heridas en la frente. Conmocionado
por ver su sangre correr después de centurias, se dejó arrastrar por la brillante
técnica, elevándose en el cielo hasta que recobró su auténtica fuerza. Libre de
la maldición de Siren, el ángel se precipitó hacia Enoc, volviéndose un
torbellino imparable.
El guerrero de Poseidón sólo tensó el
cuerpo cuando el tornado lo engulló, cortando su armadura y carne. Para cuando
Céfiro volvió a su apariencia humana, Enoc se tambaleaba, repleto de heridas sangrantes
por todos lados. El marine shogun cayó de rodillas en un charco de sangre.
Si pudiera, Céfiro habría expresado
asombro y alabado la resistencia del guerrero, pero el castigo del dios Apolo
le privó de muchas capacidades, entre ellas la de hablar. Se acercó a Enoc
alzando el brazo con el que pretendía decapitarlo.
Con las manos en el piso y a punto de fallecer,
Enoc aún alcanzaba a escuchar la batalla librada por los otros ángeles y el
santo de Aries en la lejanía. Levantó un poco la vista y contempló al atlante
luchando contra tres heraldos de Apolo…
En vez de que el marine shogun se
sintiera agradecido o en deuda por su intervención, Enoc estaba lleno de
resentimiento… Aún le costaba creer que le debieran la vida del Emperador a un
santo de Atena, sobre todo a uno que traicionó
a la Atlántida en la antigüedad. ¿Acaso ellos morirían y todo quedaría a manos
de Atlas de Aries? ¿Es eso lo que tenía que pasar? ¡No! Se juró a sí mismo que
los marines shoguns no volverían a ser humillados por ningún enemigo, se había
entrenado en cuerpo y alma para ver cumplida esa promesa y aun así parecía
insuficiente. ¡¿Qué es lo que el destino quería de él?! Su vida ha estado llena
de agonías, fracasos e infortunio desde que tiene memoria, siendo su título de
Dragón Marino lo único por lo que podía sentirse orgulloso y agradecido con las
Moiras. ¡¿Planeaban arrebatarle eso también?! ¡Jamás!
La intensidad de sus emociones logró que
su corazón recobrara un fuerte palpitar, convencido de poder demostrar que los
santos y Atena no eran los únicos capaces de lograr milagros. La Atlántida
había cambiado, tanto que hasta el dios del mar vertió voluntariamente su
sangre sobre el ropaje sagrado de sus súbditos y eso significó más para él que
cualquier otra cosa en el mundo.
Enoc frunció el ceño cuando notó que
Atlas de Aries le devolvió una rápida mirada, una que podía interpretarse de
reproche, quizá hasta de lástima, pero por un instante vio en esa faz el rostro
del Emperador para recordarle una cosa—: Confianza
absoluta — había dicho el dios en aquel momento que les otorgo su bendición—.
Desde este día se convertirán en mis
armas más poderosas.
El marine shogun cerró las manos sobre
el suelo, sujetando varios pedazos de su armadura rota con tanta fuerza que
ciertos fragmentos se le encajaron en las palmas.
— Y no le fallaremos —el guerrero musitó,
sintiéndose dueño de un nuevo poder—.
¿No es así? ¿Sorrento? ¿Caribdis? ¿Nihil?
/ - / - / - /
Atlas de Aries había logrado sobrellevar
la batalla contra los tres enviados de Apolo, mas los ángeles comenzaron a
superarlo. Cuando los tentáculos de agua de Castalia le sujetaron las piernas,
Admeto logró propinarle un poderoso golpe en el abdomen mientras Arctos lo
secundó con un puñetazo en la cabeza que lo lanzó hacia la explanada interior
del palacio.
Aturdido por el impacto, Atlas se movió
lentamente en el suelo sólo hasta que percibió el poder abrasador de Arctos
quien le apuntó con la mano.
A diferencia del marine shogun de
Hipocampo, Aries logró ver el descomunal rayo cósmico que nació del dedo índice
de su enemigo, por lo que respondió con un estallido de cosmos para repelerlo.
Durante el duelo de energías, Admeto apareció por su flanco izquierdo y lo
atacó con el paso de su carruaje ardiente. Atlas buscó desesperadamente
esquivar ambos ataques, mas cuando sus piernas y torso se congelaron por obra
de Castalia le fue imposible.
La explosión cósmica sirvió a los ángeles
para reagruparse, mirando con expectación la humareda desatada. Castalia era la
única que parecía convencida de haber ganado, por lo que cuando vislumbraron al
santo de Aries entre el humo, Admeto fue el que sonrió.
— Me
preguntaba cuándo es que ibas a comenzar a pelear en serio —dijo con un
aire arrogante.
Atlas de Aries permaneció con los brazos
extendidos tras haber bloqueado los ataques anteriores con las palmas de las
manos. El brazal de su brazo izquierdo desapareció por completo mientras la
piel de su mano quedó completamente quemada, siendo su brazo derecho lo que
asombró a Castalia, pues el muñón ahora estaba unido un brazo dorado que se
movía con gran naturalidad.
— ¿Por
qué te contienes, Atlas de Aries? ¿Acaso nos subestimas? —cuestionó Admeto
con curiosidad.
Atlas escupió un poco de sangre
acumulada en sus encías antes de responder.— No seré yo quien os destruya, ese no es mi deber.
— ¿Qué
dices? —preguntó Castalia.
— Como
os dije antes, confiaré el resto a los guerreros de la Atlántida —dijo,
anticipando el despertar de un poderoso cosmos.
/ - / - / - /
Cuando Céfiro precipitó su brazo contra
el cuello de Enoc, éste interpuso el antebrazo para frenar la ejecución. El
ángel abrió enormemente los ojos, teniendo que retroceder cuando el cosmos creciente
de Dragón Marino lo empujó con fiereza.
Desde el aire, Céfiro observó que el
cuerpo de su adversario se encontraba revestido por una brillante energía, la
cual curó sus heridas recientes y se solidificó para brindarle una nueva
armadura en cuanto el marine shogun dio un paso firme.
La scale de Enoc había vuelto a vivir, luciendo
más ostentosa que antes, sus tonos dorados cambiaron a una brillante gama de
colores azules, nuevos relieves marinos sobre cada placa, las hombreras se
engrandecieron mientras que de su espalda crecieron dos enormes alas de dragón
metálicas.
Alertados por tal despertar, el resto de
los ángeles se elevaron para ver al renovado marine shogun.
— ¡Inaudito!
—dijo Admeto, asombrado del cosmos que ahora el guerrero Enoc poseía—. ¿Acaso él…? ¡No! ¡Poseidón no se atrevería!
—miró hacia Atlas, quien no tenía que usar sus ojos para ver lo que pasaba en
sus dominios.
—
No somos nadie para cuestionar las decisiones de los dioses —respondió el
santo, dejando la lucha en manos de los auténticos defensores de Poseidón.
Admeto estaba por espetar contra Atlas
cuando un golpe lo lanzó lejos en el cielo. Castalia y Arctos miraron a Enoc levitando
justo donde instantes antes estaba su compañero.
— ¡Qué
velocidad! —alcanzó a pensar Castalia antes de que el marine shogun se arrojara
en persecución de Admeto—. ¡Vamos! — le pidió a Arctos, dispuestos a ir detrás
de Enoc, mas cuando un violento huracán les impidió el pase y el sonido de una
flauta paralizó sus sentidos, entendieron que ellos tendrían que lidiar con
otras dificultades.
/ - / - / - /
En el momento en que el cosmos de Enoc
dio un paso más allá de lo humano, Sorrento, Caribdis y Nihil abrieron los ojos
al escuchar la orden de su
comandante. Animados por el ardiente cosmos de Enoc, cada uno logró reponerse
lo suficiente para atender el llamado, aquel que les exigía no rendirse y
seguirlo en la nueva vereda que el Emperador Poseidón había abierto para ellos.
Nihil de Lymnades obedeció al instante, con una facilidad que
haría que cualquiera se preguntara si él habría podido despertar ese poder
primero que nadie, mas por respeto y consideración hacia su superior es que
aguardó hasta el momento propicio.
Sorrento de Siren se alzó, decidido a jamás
quedarse atrás de ninguno de sus compañeros, después de todo él era el más
veterano de la élite y el amigo más allegado al dios del mar… No iba a
defraudarlo otra vez.
Caribdis de Scylla deseó imitar al resto
de los marines shoguns, mas su cuerpo permaneció como el de una muñeca rota e
inservible tras haber perdido toda energía, pero aún podía sentir que la proposición
del santo de Aries estaba allí, como una mano que esperaba paciente a ser
aceptada, siendo así que tomó una decisión. No importaba que la consideraran
una traidora al final, con tal de defender el reino de Poseidón afrontaría
cualquier consecuencia futura. El vínculo con el Patriarca Atlas le permitió
moverse nuevamente y dar ese gran paso al lado de sus hermanos de batalla.
/ - / - / - /
El ángel Céfiro fue testigo del
renacimiento de Dragón Marino, y aunque intentó ir detrás de él una voz lo
detuvo. Al principio creyó que lo había imaginado, pero la insistencia lo obligó
a girar hacia el suelo, donde vio a un hermoso hombre llamándolo.
— Céfiro,
aquí— le dijo aquel joven risueño de piel blanca, ojos avellana y largo
cabello oscuro que vestía como en la antigüedad: una corta túnica roja y
calzado de correas negras.
El ángel pestañeó incrédulo, sabiendo
que era imposible que ese hombre estuviera justamente allí, sin embargo, su
raciocinio no fue suficiente para evitar ser atrapado por la nostalgia del pasado y el
inmenso amor que sentía hacia él, Jacinto*, el origen de su condena.
Hechizado por el precioso joven, el
ángel descendió despacio a su encuentro, dudando, desconfiando, pero mientras
más observaba y se aproximaba al joven, más se convencía de que era él… Para
cuando sus pies tocaron tierra, su corazón latía con emoción al reencontrarse
con su antiguo amor. En verdad era él, su presencia, su voz, incluso su aroma
eran los mismos que recordaba.
Fue claro por la expresión de su ceño
que Céfiro intentó hablar, pero el sólido cubre bocas en su quijada impedía
cualquier sonido. El ángel palpó la máscara metálica con desesperación, tratando
de quitársela, tenía tanto que decir que sus expresiones serían insuficientes.
En un intento por tranquilizarlo,
Jacinto le tocó la mejilla. Céfiro se paralizó al ser capaz de sentir ese
tacto, miró a Jacinto a los ojos y se sobrecogió de alegría, pues por unos
instantes volvió a sentirse en ese páramo silvestre donde pasaron extraordinarios
momentos.
— Está
bien, sé por lo que has pasado —murmuró Jacinto con amabilidad, acariciando
la frente del ángel—. Sé que te
arrepientes y créeme, no te guardo ningún resentimiento. Pero me apena ser la
causa de tu sufrimiento —confesó con agobio.
Céfiro le sujetó el brazo, olvidándose de
que tal movimiento podría destrozar a cualquiera, mas la extremidad de Jacinto
estaba intacta, pudo tocarlo sin que su ser se volviera viento cortante.
Cautivado por tal milagro, Céfiro se perdió en la profundidad de los brillantes
ojos de Jacinto.
— Ya
has sufrido demasiado, lamento que Apolo no lo vea así… pero estoy aquí para
ayudarte. —Jacinto le sujetó el rostro como si fuera a besarlo de un
momento a otro.
Céfiro lo miró con desconcierto, pero aun
así permaneció a su lado, completamente a su merced.
— Haré
una oración por ti —murmuró el apuesto joven—: Por el nexo de la antigua hermandad entre la muerte y el sueño, ábranse Puertas del sueño negro.
Céfiro sintió que algo se manifestó a su
espalda. Para cuando miró por encima del hombro vio un enorme portal, cuya
abertura comenzó a absorber aire, polvo y escombros de la cercanía.
— ¡Una
trampa! —pensó tardíamente al ser liberado del conjuro que nubló por
completo su entendimiento.
Para cuando volvió la vista hacia al
frente, era el marine shogun de Lymnades quien estaba allí de pie, luciendo una
renovada scale azul adornada por un par de alas esqueléticas de metal. Céfiro
intentó moverse, pero su cuerpo había quedado totalmente inmóvil por el cosmos
de Nihil.
— No mentí cuando dije que iba a
ayudarte —dijo el estoico marine shogun al ponerle una mano en el pecho —. Si
un dios te condenó a una existencia tan miserable, quizá otro pueda liberarte.
Descansa en paz, Céfiro.
Nihil empujó al ángel sin decir nada
más. Céfiro fue absorbido por las Puertas del sueño negro que
conducían directamente al reino de la muerte, allí las fuerzas del más allá se encargarían
de asignarle un justo lugar en el otro mundo.
/ - / - / - /
Castalia encaró a la marine shogun de
Scylla cuando ésta le dijo—: Tú mataste a Behula —con un semblante carente de
emoción.
Embellecida por la sublime scale azul
que ahora la cubría, la guerrera de cabello rosado permanecía en el aire junto
a la que había escogido como rival. Las alas de murciélago de su espalda se
engrandecieron y se volvieron más flexibles a los movimientos de su portadora.
— ¿”Behula”?
¿Ese era el nombre de esa patética mujer? —el ángel cuestionó, sin verse
intimidada al estar frente a la usuaria de una god cloth.
— Mataste a mi amiga —Caribdis volvió a
insistir, sin demostrar odio, enojo o tristeza en su faz.
Castalia rió. — No te preocupes, ¡me encargaré de que te reúnas con ella pronto!
Los tentáculos de agua arremetieron
contra Caribdis de Scylla, mas ésta sólo movió los brazos para liberar a la
tormentosa águila, que remolineó el
aire convirtiendo toda el agua en inofensiva llovizna.
Castalia cruzó los brazos sobre su
rostro para resistir los residuos del viento huracanado.
— A mi hermana —prosiguió la marine shogun, tocándose el pecho—, y eso me
oprime aquí… No entiendo por qué. Es incómodo, casi doloroso —intentó
explicar—… Y cuando te miro la sensación sólo empeora. Quiero que desaparezca…
Quiero que tú desaparezcas —enfatizó.
Antes de que Castalia pudiera mofarse,
sintió un extraño ardor en el cuello que liberó una sensación tibia en su piel.
De inmediato el ángel se atragantó, sujetándose el cuello y notando la sangre manchándole
las manos.
— Dime, ¿crees que es lo que ella sintió
cuando tú la ahogabas? —Scylla preguntó tras haber utilizado al murciélago para degollarla—. ¿Estás
sufriendo igual que ella? No lo creo…
El viento con forma de un poderoso oso
capturó a Castalia, oprimiendo su cuerpo como si deseara exprimir todo lo que había
dentro de ella. Con los ojos desorbitados la guerrera intentó liberarse, pero
en su atragantamiento y dolor todo se volvía oscuro. Entendió tarde que el
poder de la marine shogun la había superado de manera abismal y que la muerte
era su futuro inminente.
Las presión del viento cortante terminó
por hacerla pedazos sanguinolentos que cayeron al suelo. Aun tras la despiadada
escena, Caribdis continuó con una expresión imperturbable contemplando los
restos de su oponente.
— … La incomodidad continúa —murmuró
para sí, buscando el significado de los sentimientos que poco a poco querían
aflorar en su ser—. ¿Por qué, si la destruí? No lo entiendo… Behula ya no está
aquí para explicarme todo esto… ¿Por qué Behula, por qué tenías que morir?
—cuestionó, callando al sentir algo corriendo por sus mejillas.
Limpió rápidamente su rostro, pensando
que se trataría de sangre, pero no, sólo eran incoloras lágrimas que no dejaban
de salir de sus ojos.
/ - / - / - /
Luciendo una renovada scale azul,
Sorrento tomó como adversario al ángel de armadura negra. Con un nuevo par de
alas adornando su espalda, el marine shogun parecía poder desplazarse con mayor
rapidez.
El alto Arctos miró al flautista, quien
se preocupó por plantarse como su rival. El marine shogun apareció tocando su
melodía, una que comenzó a lastimarle los oídos y rápidamente se convirtió en
una sensación dolorosa. Sorprendido de que la música lo afectara, el ángel lo
atacó de inmediato, liberando el rayo mortal que acabó con Tyler de Hipocampo,
mas Sorrento desapareció en el aire, eludiendo la técnica y volviéndose indetectable
para quien sea.
Arctos se concentró en encontrarlo, mas
de él sólo podía escuchar la sinfonía, la cual parecía venir de todas partes.
Cuando el dolor comenzó a ser
insoportable se tapó los oídos, gritando mientras su cuerpo temblaba en agonía
extrema, sólo hasta entonces escuchó la breve risa de Sorrento de Siren. — Descuida, la conclusión está próxima… serás
el primero en escuchar el final de mi Dead
End Climax (Clímax Mortal).
En el instante en que la tonada se
volvió aguda e insufrible, una onda sonora de choque golpeó con brutalidad al
ángel Arctos, arrastrándolo con una fuerza tremenda que rápidamente comenzó a
despedazar su armadura y su cuerpo. Entre funestos alaridos y crujidos, Arctos
terminó convertido en polvo.
/ - / - / - /
Admeto logró salir del estupor que le
provocó recibir ese golpe que le fracturó el pómulo y la quijada. Sus sentidos
se desubicaron unos instantes, pero pudo percibir un zumbido en el aire que le
indicó que alguien se aproximaba. El ángel frenó de manera repentina, dejando que
su cosmos liberara centenas de saetas de fuego contra aquello que lo perseguía.
Las llamas se extinguían en cuanto tocaban la god cloth del imparable Enoc.
— ¡Esto
es inaudito! —bramó Admeto una vez más con sangre en los labios—. ¡El señor Apolo tiene razón, este mundo
debe ser destruido cuanto antes!
El ángel atacó con su puño, mas el
marine shogun frenó el poderoso golpe interponiendo sólo su pie, transmitiendo
un incómodo dejá vú al heraldo del
Olimpo.
Sin sonreír o mostrar alguna
satisfacción, Dragón Marino lanzó un golpe diagonal que impactó fieramente a
Admeto, pulverizando el peto de su armadura. Un segundo golpe con el otro brazo
deshizo el resto de la inmaculada gloria
y le dislocó algunos huesos.
Aturdido y moribundo, el ángel estaba
por desplomarse hacia el suelo cuando Enoc lo tomó del cuello con una brusquedad
y saña capaces de quebrarlo en dos si lo deseara, mas sólo permaneció así,
sujetándolo con una fuerza inclemente.
Atragantado y al borde de la asfixia,
Admeto luchó por liberarse, pateando a su adversario con todas sus fuerzas, mas
sus intentos resultaban insignificantes y lastimeros para el guerrero de Poseidón.
— ¡…
E-esta es la prueba! —se esforzó por
decir, adolorido por la temible presión en su garganta— ¡Poseidón finalmente ha enloquecido… y justo como Atena se atrevió… a
tal infamia!
Dragon Marino sólo lo miró con frialdad.
— Permitirles
a ustedes tal bendición… Inconcebible ¡No son dignos!… Pero qué podía esperarse
de un dios igual de indig…
Enoc le impidió terminar la frase,
aplastando fuertemente el cuello, tanto que de los lagrimales del ángel
comenzaron a salir gotas de sangre.
— Te atreves a hablar de los dioses con
una familiaridad irritante… Pero comienzo a cuestionarme qué es lo que en
verdad te mortifica más: el que un mortal pueda superar a un ángel del Olimpo…
o que tu dios sea incapaz de compensar tu lealtad como a mí se me ha honrado.
Admeto hubiera replicado, mas las
palabras no salían y la muerte estaba próxima.
— En un reino, lo común es que los
súbditos den la vida por su señor… pero cuando un Rey decide sacrificar su
sangre para el beneficio de su pueblo es algo que va más allá de lo ordinario,
marca una diferencia —musitó Enoc al desdichado que bien podría ya no estar
entendiendo nada—. La Tierra ha cambiado, por lo que tú y los tuyos deberán
entender que al fin este mundo tiene al dios protector que merece.
Admeto murió, estrangulado por la firme
mano de Enoc. Su cuerpo se deshizo en débiles estelas de luz que desaparecieron
en el aire.
Para cuando Atlas de Aries abrió los
ojos dentro de su palacio, se vio cara a cara con los cuatro marines shoguns
que se reunieron delante de él.
No hubo necesidad de palabras cuando el
santo asintió con la cabeza en un claro gesto de aprobación y respeto hacia los
guerreros que han sido bendecidos por el Emperador Poseidón.
Pero la guerra aún no había terminado…
FIN DEL CAPÍTULO 62
* Hay varias versiones sobre el mito de
Céfiro y Jacinto, pero para esta historia tomé aquella en la que Jacinto
también era amado por el dios Apolo, así que por celos Céfiro fue el
responsable de la muerte del joven. En su tristeza Apolo convirtió a Jacinto en
la flor que lleva su mismo nombre, mientras que a Céfiro lo castigó convirtiéndolo
en una entidad de viento, incapaz de
volver a tocar y hablar con otros seres.