Capítulo
56
El día más oscuro, Parte III
Egipto.
Assiut de Horus divisó al Patrono de
Estéropes aun junto a la fosa oscura. Sennefer le dedicó una mirada victoriosa
al verlo llegar herido y debilitado.
— Dejar
atrás a tu amiga es algo de lo que te aseguro te vas a arrepentir —le
prometió al guerrero de Egipto.
— Alguna vez fuiste un Apóstol, sabes
bien que no existe arrepentimiento en una batalla —Assiut dijo, preparado para
la lucha de su vida.
— Porque
lo fui es que sé de lo que hablo —sonrió de manera siniestra—. Pero si tanto deseas luchar contra mí,
adelante, anexaré tu alma a mi ejército y podrás marchar al lado de tu padre y
el resto de tus compañeros caídos.
Sennefer dio un paso y Assiut alistó su
defensa.
— Podría
invocar a tantos guerreros como deseara, pero quiero cambiar mi destino con mis
propias manos…
— No tienes por qué fingir conmigo —Assiut
le dijo con osadía—. En otras circunstancias te creería, y seguro podrías invocar a todo un ejército de los guerreros
más feroces que has aprisionado en el cetro de Anubis… Sin embargo, no creo que
ni aun con el poder que has adquirido puedas llegar a tanto, no ahora que
empleas tu fuerza en mantener abierto el portal, darle vida a los esbirros en
el desierto y a dos guerreros de elite al mismo tiempo.
Sennefer se detuvo y sólo miró al joven
guerrero sin admitir nada.
Para Assiut aquello fue una afirmación,
por lo que confiado prosiguió—: No importa lo que hagas Sennefer, con tu poder
dividido en tantas tareas sólo la armadura que robaste de nuestro reino es tu
única ventaja contra mí. —Assiut elevó su ka dorado, guardando los sables de
Horus en su espalda y regresándole las majestuosas alas metálicas a su alba
sagrada.
—. ¡Y tu zohar no es indestructible!
Revestido con su ka, Assiut se impulsó
hacia el Patrono, impactándose contra él y arrastrándolo hacia la columna negra
dentro de la que desplegaron golpes y estallidos, rodeados por sonidos
infernales que viajan en la negrura del portal.
En un momento que pareció una eternidad,
ambos cuerpos atravesaron la fuente de sombras, emergiendo por el extremo
opuesto, mas era Sennefer quien sujetaba el cuello del Apóstol de Horus, a
quien golpeó contra el suelo y lo arrastró, dejando una zanja a su paso.
— ¿Crees
que puedes vencerme? ¡¿En verdad lo crees?! ¡¿Pese a todo lo que he hecho, todo
lo que te he quitado, aún conservas tan absurda esperanza?! —Sennefer cuestionó
con maldad, golpeándolo repetidas veces en el rostro y en el pecho—. ¡Ya
basta! ¡Basta de promesas falsas, basta de valentía mundana! ¡Antes de que
mueras haré pedazos no sólo tu cuerpo sino también tu espíritu, y una vez que
tenga tu insignificante alma en mis manos la torturaré hasta el cansancio sólo
por el placer de hacerlo! ¡¿Qué me dices? ¿Crees que hasta entonces podrás
sostener tu fe?!
De un fuerte puñetazo, Sennefer arrancó
el casco de la cabeza de Assiut. El Apóstol cerró fuertemente la mandíbula,
atragantado por el dolor de cada golpe recibido, el cual lo tenía que
transformar en rabia para no quedar inconsciente.
Assiut de Horus logró retener el puño de
Sennefer antes de que volviera a incrustarse sobre su rostro ensangrentado, y
con un esfuerzo sobrehumano apartó la mano que apretaba su garganta.
— Nunca tendrás mi alma —alcanzó a decir
con los labios partidos—… no me pertenece ni siquiera a mí como para que
alguien como tú pueda reclamarla, Sennefer.
Assiut concentró su cosmos una vez más,
esperando que su próximo intento fuera más efectivo.
— Dijiste que querías conocer nuestra
verdadera naturaleza y por ello indagas en nuestra desesperación— Assiut sonrió
inesperadamente ante el Patrono, que se rehusaba a soltarlo—. Yo también quiero
ver cuál es la tuya….
Sennefer se sorprendió al ver cómo los
ojos de Assiut se incendiaron, el derecho con fuego dorado y el izquierdo en
plateado. Dos gigantescos ojos se dibujaron por el cosmos del Apóstol.
—
¡Esto es…!
— ¡Sucumbe ante la mirada de Horus, el Udyat!
—exclamó Assiut.
Sennefer echó la cabeza hacia atrás al
resentir un golpe en la frente. Aunque su cuerpo quedó allí, fue su mente la
que salió disparada hacia otro lugar.
Cuando fue capaz de detenerse, vio que
aún se encontraba en el interior de su fortaleza en ruinas, donde el portal aún
estaba activo, mas no había enemigos cerca, ni siquiera podía sentir estragos
de las batallas.
Le tomó sólo un par de segundos
reconocer que aquello no era más que un asalto psíquico.
— Ya
veo… así que como te es imposible dañar mi cuerpo, crees que combatiendo mi
mente tendrás una mayor oportunidad —Sennefer rió—. ¿En serio piensas que tu psique es más fuerte que la mía?
— Tienes razón—escuchó de Assiut, quien
se había vuelto un ser incorpóreo dentro de ese lugar—, pero no empleé esta
técnica esperando derrotarte con ella, sino para encontrar una clave para tu
destrucción.
— ¿Qué
dices? —Sennefer cuestionó, confundido.
— Nada escapa de los ojos de Horus, y
estos revelarán cuál es tu mayor temor. Observa, allí viene.
El Patrono se giró hacia donde escuchó
ligeros pasos viniendo a su encuentro. Sennefer se reprochó el sentirse nervioso,
sabía que no era más que una ilusión, y sin embargo sus instintos se alarmaron.
Sin saber por qué, su cuerpo se echó de
rodillas al suelo, soltó el cetro de Anubis y unió sus muñecas una sobre la
otra como si estuvieran atadas con cuerdas invisibles.
Dejó de tener control sobre sí mismo, y
cuando sus ojos miraron los pies de un individuo que arrastraba una desgastada
túnica ocre, alzó la vista rápidamente. Ante él se recreó el escenario en el
que hace cientos de años fue condenado a la inmortalidad por un Shaman King. Ahí
estaba él de nuevo, pero no era el
rostro del hombre de antaño sino el de aquel que ahora lleva el título de Rey.
Yoh Asakura le dedicó una mirada
pacifica, mostrando cómo sostenía el Cetro de Anubis con una naturalidad tal
cual él fuera su dueño legítimo.
— Aquel
que te dio la inmortalidad lo hizo buscando un castigo… pero un hombre malvado como
tú lo volvió una bendición —dijo el rey de los shamanes en cuanto el cetro
místico comenzó a desmoronarse entre sus manos—. Lo que te mantenía lejos del alcance de la muerte no está más en ti…
Sennefer vio cómo es que alrededor del
Shaman King una bruma negra y nauseabunda comenzó a formarse, jamás adaptando
una forma humana, pero sí simulando las extremidades afiladas de una bestia. La
sombra permaneció flotando alrededor del Shaman King, encendiéndose dos pupilas
doradas en la parte superior de la misma.
— Nos
conocemos al fin… —escuchó de la fusión de miles de voces, todas ellas
proveniente de esas dos linternas doradas dentro de las que sintió perderse,
como quien se lanza al océano de noche sin rumbo o salvación. Hechizado por el
toque de la muerte, el terror había congelado la quijada y los ojos de Sennefer.
La sombra estiró su esencia hacia él, estrechándolo
con amabilidad fingida, sólo para estrujarlo con una fuerza feroz con la que
extrajo el alma podrida del recipiente de su cuerpo, el cual se carbonizó al
instante.
Fuera de su trampa mental, luchando por
mantener a su enemigo encerrado en ella, Assiut giró el rostro hacia la mano en
la que Sennefer sujetaba el Cetro de Anubis. El santo de Cáncer ya había
compartido con ellos las instrucciones del espíritu de la muerte, pero era
ahora en que en verdad comprendía la razón. Hasta el mismo Horus le ha
permitido verlo casi como una premonición.
Esta era la oportunidad perfecta, quizá
la única para destruir el artilugio maldito. Mas antes de siquiera intentar cualquier
acción en contra del cetro, los ojos del Apóstol estallaron en el instante en
que Sennefer rompió el poder de
Horus.
Assiut aulló de dolor cuando sus glóbulos
oculares explotaron dentro de sus cuencas, extinguiéndose con las flamas
doradas del Udyat la propia luz de sus ojos.
Completamente ciego y adolorido, Assiut
sintió que Sennefer lo sujetó por el cabello y lo apuñaló en el pecho con la
parte inferior del Cetro de Anubis.
— Mi
más grande temor, ¿no es así? —el Patrono le preguntó tras haber herido su
corazón, asegurándose de que la que la muerte no llegaría rápido, sino que
sería una larga y agónica espera—. Es
cierto, le temo al Shaman King —admitió, arrojando a su enemigo al suelo—, pero tu ilusión mostró sólo el peor escenario, no el auténtico. ¿Crees
que no tengo la fuerza como para luchar contra él? Yo no soy el mismo al que juzgó hace siglos,
ni siquiera él es el mismo hombre— explicó, caminando en sentido opuesto a
donde Assiut yacía agonizante y en shock.
— Además,
las probabilidades de que él intervenga en esto son nulas —sonrió, pues en
el futuro expuesto por Ehrimanes el Shaman King no se presentaría.
Assiut se pasó las manos temblorosas por
el rostro, sintiendo la sangre brotar de sus cuencas vacías, mas fue en su pecho
donde las mantuvo, presionando la herida mortal por la que resentía cada
respiro como si fuera fuego lo que entrara a su cuerpo y no aire.
— Dime,
¿aún crees que en verdad puedes derrotarme? —Sennefer preguntó, sabiendo
que no obtendría una respuesta verbal—. Eres
tan inocente que seguramente “sí” es algo que saldría de tus labios… No termino
contigo no porque no pueda, sino porque te juré que destruiría no sólo tu
cuerpo sino también tu espíritu, y esto es sólo el principio, antiguo custodio
de mi cripta. Tu desesperación apenas comienza —sentenció, siendo una orden
para que uno de sus vasallos actuara y arrojara algo junto al Apóstol de Horus.
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Una vez que el cuerpo de Harakthy perdió
la totalidad de su sangre y fluidos, Kaia de Isis supo que no existía otra
alternativa más que el combate directo.
Con su ka al máximo y con la protección
de los siete escorpiones celestiales de la diosa Isis se lanzó rápido al
contraataque.
Harakthy se limitó a retroceder y defenderse
de los poderosos golpes de la Apóstol interponiendo sus sables sagrados, los
cuales no rebanaban las extremidades de la mujer debido a que el ka que los
rodeaba repelía los ataques como si se trataran de espadas.
— Los
siete escorpiones celestiales, aquellos que custodiaron a la diosa Isis durante
su travesía por el desierto en búsqueda de los restos de Osiris— dijo la
voz de Sennefer proveniente del guerrero espectral—. En esa historia se basa tu técnica y al mismo tiempo se deriva tu
armadura.
El espectro creó distancia tras un gran
salto, llevando a Kaia a detenerse.
— No me sorprende que sepas eso, fuiste
un Apóstol hace mucho tiempo —dijo la guerrera sin perder el temple.
— El
mejor de ellos sin duda —Sennefer rectificó con sorna—. En este instante tu ka se ha incrementado
gracias a siete posesiones de objetos en diferentes partes de tu alba. No te
sorprendas, para un ojo bien entrenado en las artes del shamanismo es fácil de
distinguir.
— Ja, en mi combate con la amazona de
Tauro ella se percató de lo mismo y aun así fui capaz de vencerla —Kaia alegó,
confiada.
— En
efecto, lo hiciste, sin embargo, la derrotaste gracias a la otra técnica que
acabo de neutralizar —Sennefer recalcó—. El Dominio del Nilo no
volverá a servir en este cuerpo, por lo que me pregunto si tendrás otra técnica
con la cual sorprenderme o esto será todo lo que la Apóstol Sagrada de Isis
tiene para ofrecer.
— ¡No me subestimes! Puede que las lágrimas de la diosa no sean suficientes
para ti, pero hasta la más leve llovizna puede provocar una inundación —la
Apóstol clamó al extender su ka, con el cual formó una cúpula circular dentro
de la que Harakthy se vio prisionero. Las paredes estaban formabas por millares
y diminutas gotas luminosas que reflejaban la imagen del guerrero.
— ¡Castigo divino! —Kaia gritó,
liberando el poder contenido de cada gota brillante. Cada una de éstas liberó
un fino rayo de luz capaz de atravesar al oponente limpiamente, rebotar en el
suelo para volver al muro energizado y redirigirse hacia el enemigo incontables
veces.
Dentro de la cúpula los numerosos rayos
consumieron la silueta de Harakthy, y al llegar a su punto máximo toda la energía
implotó en el centro.
El estruendo retumbó por la mastaba,
soltando un vendaval de humo celeste que corrió como ola por el lugar.
Con la respiración agitada, Kaia mantuvo
los brazos extendidos en dirección a donde su enemigo se encontraba momentos
antes.
Aunque mantener la posesión sobre los siete espíritus en su armadura le brindaba un
gran poder, lo cierto es que la fatigaba en poco tiempo; mas esta era la
primera vez que en un combate real el enemigo resistía tanto la pelea como para
que estuviera por llegar al límite.
Pidió a los dioses que aquello hubiera
terminado, pero tras unos segundos de paz, el horror y pesar la invadió al
distinguir un brillo dorado entre el nubarrón celeste que dejó su poder.
Una coraza de metal dorado se encontraba
incólume justo donde ocurrió la
implosión, para sus ojos simulaba un huevo ovalado del que surgió Harakthy de
Horus al desplegar lentamente las enormes alas que formaban parte de su alba
sagrada.
En el último instante, el espectro
permitió que los sables de Horus volvieran a su forma original para que
pudieran servir como escudo contra la monstruosa técnica de la que seguramente
no habría salido indemne.
— Desesperación…es
todo lo que quería ver —escuchó de la voz de Sennefer cuando éste se
lanzara sobre ella a una velocidad impresionante y la sujetara del cuello con una fuerza abrumadora,
misma con la que la azotó al suelo.
Antes de que Kaia pudiera reaccionar o
intentar levantarse, Harakthy ya pisaba sus brazos contra la tierra,
manteniéndolos extendidos cual crucifixión.
Kaia se arremolinó bajo el peso de su
rival, pero ni siquiera su fuerza incrementada pudo hacerlo a un lado. La
guerrera miró con ojos asustadizos a su oponente y éste sonrió prepotente.
—
Al final, no importa cuán fuerte o indomable te muestres a los demás, es hasta
que miras el rostro de la muerte que expones tu verdadero ser— dijo Sennefer
mientras las alas doradas en su espalda se extendían. Cada pliego que simulaba
una pluma adquirió una extraña flexibilidad, formando un total de diez
cuchillas que precipitó contra la mujer, golpeando los siete puntos en los que
los escorpiones se encontraban grabados en el ropaje de Isis.
Kaia expulsó su ka en un intento por
fortalecer sus posesiones espirituales, logrando crear un vacío entre su
armadura y las afiladas cuchillas difícil de cruzar.
El ka de Harakthy se manifestó también—.
Kaia de Isis, ha sido placentero, mas
todo termina aquí para ti.
La Apóstol abrió los ojos enormemente al
sentir y escuchar que las cuchillas de oro clavaron sus afiladas puntas en su
armadura, comenzado a avanzar través de
su ka protector.
— ¡No! —gimió angustiada al recibir las primeras inyecciones de dolor
y ver que su sangre comenzó a manchar
las extensiones de oro.
En sus brazos, en sus piernas, en su
vientre, en su pecho y en su frente, Sennefer clavaba lentamente aquellas
navajas sin ninguna consideración ni clemencia.
Los gritos de la mujer fueron una
canción para él y verla resistirse hasta el último segundo el mejor recuerdo
que tendrá de ella.
La tortura terminó sólo hasta que las diez
cuchillas se clavaron en el suelo al mismo tiempo.
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Ciego y agonizante, Assiut
accidentalmente palpó aquello que dejaron caer a su diestra, un cuerpo sin duda.
Por instinto sus manos se volvieron sus
nuevos ojos, y tras una leve exploración, aun cuando el dolor acalambraba su
cuerpo, fue capaz de reconocer a quien yacía a su lado.
— ¿Ka-Kaia? —la llamó, estando en lo
cierto—… No, Kaia… ¡no! —No hubo respuesta, ni un vestigio de ka, y al tocar aquel
cuello herido en búsqueda del más leve pulso descubrió la verdad.
— ¡¡KAIA!! —gritó destrozado al saber
que su querida amiga fue vencida y asesinada. Un río de lágrimas habría surcado
por su rostro, mas la sangre de sus ojos reventados era una mejor expresión de
su auténtico sufrimiento.
Harakthy de Horus se inclinó ante
Sennefer como el títere que tras finalizar sus funciones espera el siguiente
llamado.
—
Esa mujer intentó librarte de una gran pena, y sin embargo terminó volviéndose la
causa de una mayor angustia —dijo el Patrono de Estéropes, quien disfrutaba de
la escena ante él.
— Pero
no te preocupes, sólo tomaré su alma y ella volverá a levantarse así como tu
padre —sonrió, con toda la intención de avanzar hacia ellos y hacerlo.
— ¡¡No te atrevas a tocarla!! —reaccionó
Assiut, aun con su ceguera fue capaz de ubicar al enemigo y arrojarse de manera
encolerizada hacia él.
Tras una sonrisa burlona, el Patrono
extendió la mano hacia el Apóstol, desplegando su ka, el cual abatió al joven
guerrero como si se tratara de un tsunami, destrozando lo que quedaba de su
ropaje sagrado para generar más heridas.
Lanzado hacia atrás, Assiut cayó de
cabeza al suelo donde por unos segundos pareció muerto, mas los temblores
involuntarios de su cuerpo indicaron que su corazón se negaba a detenerse.
— Tus
intentos seguirán siendo inútiles —dijo Sennefer al pararse junto al
cadáver de Kaia de Isis—. Sólo para y
quizás tenga piedad de ti —intentó provocarlo.
En respuesta sólo pudo escuchar gárgaras
y bufidos, Assiut ni siquiera se sentía capaz de hablar, mucho menos ponerse de
pie… ¿De verdad todo terminaría así? ¿Será incapaz de vengar a su padre, a sus
amigos? ¿De cumplir con la misión que le encomendaron?...
— ¿Hay
algo que pueda hacer? — fue el último pensamiento lúcido que cruzó por la mente de Assiut antes
de desmayarse.
— Y
así hemos cambiado la historia —Sennefer masculló, mirando a su rival
derrotado.
Pero antes de poder regocijarse por su
victoria, una punzada en la frente lo alertó de una irregularidad.
— ¿Pero
qué…? He perdido la conexión con mi espectro, ¿qué es lo que sucedió?—
Sennefer era capaz de ser testigo y partícipe en las batallas de sus
extensiones espectrales sin importar lo lejos que se encontraran, por lo que su
desconcierto se incrementó al no entender el motivo de la brusca ruptura con el
espíritu del Santo de Escorpión. Si su cuerpo hubiera sido destruido junto con
aquella explosión lo sabría con certeza, la conexión con su alma aún
persistiría ¿entonces qué sucedió? Buscó la respuesta con sus poderes, mas
durante el rastreo sensorial percibió una presencia precipitándose hacia él.
Sennefer se giró exaltado al sentirse
amenazado, las repentinas sorpresas entorpecieron su reacción, por lo que
recibió directamente el ataque cósmico del Santo de Cáncer quien logró abrirse
camino y atacarlo a un paso de distancia.
El cosmos dorado que desprendió el santo
de Atena lo lanzó hacia las alturas, haciéndolo girar sin control alguno, siendo
arrastrado por el vendaval que lo precipitó hacia tierra, donde impactó.
Sennefer se recuperó de inmediato,
observando a su próximo oponente envuelto por las sombras del entorno y al
mismo tiempo brillante por su cosmos dorado. El santo de Cáncer se encontraba
ileso, incluso su armadura dorada parecía restablecida de algún modo.
— Parece
que has vencido a mi sirviente de alguna forma, pero ahora que el número de
aliados ha disminuido, ¿de verdad piensas que un solo guerrero bastará para
derrotarme? —Sennefer cuestionó, ególatra.
El santo de Cáncer no respondió, volvió
a canalizar su cosmoenergía y la disparó en un poderoso torrente que fue
bloqueado por Harakthy, quien cerró las alas de su alba para que funcionaran como
escudo.
Aprovechando el duelo entre ambos,
Sennefer apareció detrás del santo y atravesó limpiamente su espalda con un
relámpago.
El santo de Cáncer se abalanzó hacia el
frente por el impacto, mas sólo trastabilló un poco antes de volver a erguirse
y girarse hacia el Patrono de Estéropes.
Sennefer no logró mantener la sonrisa de
satisfacción en su rostro al ver el hueco que su ataque dejó en la armadura de
su enemigo, pues no vio sangre ni carne chamuscada, sólo un vacío limpio por el
cual podía ver del otro lado a su sirviente Harakthy.
—
¡Esto es…!
Mas antes de que Sennefer o su espectro
pudieran hacer algo más, Harakthy de Horus fue alcanzado por un torbellino de
cortes, tan veloces e inclementes que lo hicieron pedazos sin importar su
fuerza, ni la fortaleza de su alba. La sangre de su cuerpo había sido extraída
por Sennefer, por lo que no bañó al hombre responsable de su desmembramiento.
En el centro de la danza de cuchillas y
miembros mutilados estaba un hombre sin armadura, sólo vestía las ropas que usaban
los santos en el Santuario de Atena, dañadas por las heridas sufridas durante
la batalla. La guadaña en su mano descansó a su diestra tras lanzarle una
mirada fulminante a Sennefer.
El Patrono de Estéropes sostuvo la
mirada asesina que ahora decoraba el rostro del santo de Cáncer, Kenai.
— Te
has de creer muy listo —Sennefer dijo, dándose cuenta de que la amazona de
Tauro también estaba cerca, atendiendo al agonizante Apóstol de Horus—. Utilizando tus poderes le has dado “vida” a
tu propia armadura.
La cloth de Cáncer saltó hacia atrás,
colocándose a la izquierda de Kenai.
— No
hay un cuerpo dentro de ella, sólo estas usando tu energía espiritual para
darle movimiento —Sennefer sonrió, burlesco—. ¿Esta es la forma en la que planeas sustituir a tus compañeros caídos?
— No creas que todos los shamanes somos como
tú, pero admito que enfadado puedo
ser un hombre bastante amoral… —respondió Kenai con una voz gélida e hiriente—.
Las cloths de los santos son más especiales de los que crees. A diferencia del
resto, estas realmente están vivas, y por ende poseen un espíritu propio, el
cual reacciona a la voluntad de sus portadores. Yo, que he convivido con ella
desde el día de mi nombramiento como santo de Cáncer, puedo darle la autonomía
para luchar por sí misma—explicó—. ¿Y adivina qué? Es también su deseo el verte
exterminado.
La confusión de sombras y luces habían
impedido a Sennefer notar la ausencia de un cuerpo dentro de la armadura dorada,
pero ahora que Kenai desveló el misterio, fue claro que en ella había energía
espiritual manteniéndola en pie y regenerando los pedazos perdidos por el
ataque previo del Patrono.
— Y el de ella — musitó Kenai, quien
miró por encima del hombro del Patrono, obligando a Sennefer a ladearse un poco
y ver que el cadáver de la Apóstol de Isis se había levantado.
— Espero que no te importe que me haya
adelantado a capturar su alma, tardaste demasiado —añadió el santo sin que su
seria expresión cambiara.
— No
es como si una insignificante alma fuera a cambiar las cosas —respondió
Sennefer sin dejarse intimidar—. Pero me
sorprendes santo de Cáncer, utilizas algo prohibido en esta era con tal de
vencerme.
— Como ya te dije, puedo ser bastante
amoral y egoísta al enfadarme… y en este instante no tienes idea de cuánto lo
estoy —dijo. Pese a que la furia sólo se centraba en el brillo de sus ojos,
tanto su respiración como habla estaban carentes de sentimientos —. Pero eso no
es lo único imperdonable que haré ahora — de entre su ropa sacó un pedazo de
papel antiguo, en el cual había algo escrito con sangre visiblemente seca.
— Tras ganarme su confianza y probar mi
habilidad, el Patriarca me confió dos preciados objetos, con la promesa de que
sólo los utilizaría para el bienestar del Santuario y nuestra diosa.
Kenai de Cáncer llevó ese pergamino a
tocar el filo de su hoz espiritual, adhiriendo el papel a la hoja afilada. En
un instante éste desapareció tras fundirse con el arma.
— Utilicé uno para mi propio capricho
—explicó, instantes antes de lanzarse al ataque—, por lo que esto deberá
compensarlo.
Sennefer reconocía la fuerza espiritual
del santo de Cáncer, mas no era nada que no pudiera controlar… o eso creyó
hasta que al interponer su mano para contener el golpe de la guadaña ésta logró
cortar seriamente su brazo.
— ¡Imposible…!
—pensó en el intervalo en que vio cómo su extremidad se separó en dos por un
corte desde el entremedio de su dedo índice y pulgar hasta el codo. Ver su
sangre brotar no era lo impresionante, sino que el brazal de su Zohar también
había sido partido con tal facilidad, por ello logró reaccionar y esquivar el
siguiente ataque. Desesperado por marcar una distancia entre él y su enemigo,
impactó contra el muro que formaron el espíritu de la cloth de Cáncer y el
cuerpo de Kaia de Isis, quienes lo sujetaron con toda la fuerza que poseían.
Fue apenas un segundo en que lograron
inmovilizarlo y exponerlo a su maestro,
quien no tardó en lanzar un corte vertical con su arma, la cual pasó a través
de Sennefer y marcó con una línea de luz dorada su camino.
El casco, peto y cinturón del Zohar de
Estéropes se partieron por la mitad, saltando en el aire junto con la sangre pútrida
que emergió de las heridas generadas en el Patrono.
El rostro y el pecho de Sennefer
quedaron ennegrecidos al cubrirse con su sangre, mas antes de que Kenai pudiera
atestar un siguiente golpe, el ojo monstruoso que se encontraba incrustado en
el pecho del inmortal se abrió, liberando un violento ka en un soplido
huracanado. El santo y sus espíritus fueron revolcados por la onda de poder
hasta que ésta dejó de expandirse.
— Imposible
—Sennefer volvió a repetir, mirando con frustración la sangre amontonada
bajo sus pies —. ¡¿Cómo…?! ¡Si sólo eres
un shaman ordinario! —se dijo a sí mismo, centrándose en regenerar su
cuerpo y mantener alejado a sus oponentes.
— ¿Y crees que voy a decírtelo? —Kenai
se mofó, respaldado por sus guerreros espirituales—. No, prefiero mantener esa expresión de duda y temor en tu rostro
hasta el final.
En la distancia, Calíope observaba la
situación, sorprendida y admirada de que las suposiciones de Kenai resultaron
ciertas.
Sobrevivieron a la técnica de Souva quedando
muy malheridos, mas el santo de Cáncer fue capaz de aprovechar la conmoción para
realizar su movimiento y emplear uno de los
sellos de Atena en el espectro de Escorpión y así impedir que siguiera
moviéndose por voluntad de Sennefer.
— Escuché
alguna vez de una antigua espada en la que Athena vertió su sangre, se decía
que su filo era formidable, capaz de destruir cualquier barrera o sello divino
—le había contado Kenai durante los segundos que tuvieron para reponerse de la
batalla mientras contemplaban el cuerpo inmóvil del santo de Escorpión. Éste
permanecía dormido y en cuclillas
gracias a que en su frente se encontraba adherido el sello de Atena.
— ¿Y
tú la tienes? —ella cuestionó mientras lo curaba un poco.
— No,
fue destruida en una anterior guerra santa. Sin embargo, si la sangre de Atena
es capaz de otorgarle tal don a un arma, quizás sea posible replicar el efecto
en otra —el shaman le explicó, mostrándole a Calíope el último de los dos
sellos que el Patriarca le confió tiempo atrás—. Si tengo éxito seré capaz de otorgarle a mi posesión de objetos la
misma fuerza, pero sólo por un corto tiempo.
— Logró cortar el zohar tal cual imaginó
—recordó Calíope mientras proyectaba su cosmos para sanar la herida mortal en
el corazón de Assiut—… Kenai, eres sorprendente.
Sennefer apretó los dientes en un rictus
de furia e impotencia, pero logró calmarse al ser consciente de que no debía
perder los estribos, un descuido ahora y sería el fin de todos sus esfuerzos y
aspiraciones.
Al ver su sangre y los trozos de su Zohar
en el suelo lo hizo reír, primero sonidos leves, mas cuando intentó apaciguarse
terminó soltando en una carcajada demencial.
Kenai aguardó, pues aunque Sennefer
parecía distraído, el ojo monstruoso en su cuerpo miraba fijamente en su
dirección con hostilidad.
— Increíble…
tantos problemas para obtener esta armadura legendaria y un simple santo de
Atena la hace pedazos tan fácilmente… —dijo el Patrono, pasándose la mano
por el rostro para apartar el exceso de sangre. Sus heridas se cerraron de
manera instantánea, dejando una cicatriz escamosa de color negro en vez de la
pálida piel humana que envolvía el resto de su ser.
— Pero
supongo que es lo que merezco por prestarme a jugar tanto con ustedes
—musitó, más para sí mismo que para sus enemigos.
Sennefer lanzó una mirada retadora al
santo de Cáncer y sus ahora espíritus acompañantes.
— Admito
que me tienes sorprendido, Kenai de Cáncer. ¡Si hay un mortal que debe
destruirme ese debes ser tú! —lo señaló, manteniendo una sonrisa que sobre
su rostro ennegrecido resaltaba de manera aterradora—. ¡¿Es eso?! ¿Serás tú el que logre lo que tantos otros han jurado con
sus vidas? —pensó en voz alta.
— No hago promesas vacías, Sennefer. Te
destruiré pase lo que pase —aseguró Kenai con una tremenda confianza.
— …
Te creo —dijo el Patrono, recobrando la serenidad repentinamente—, la posesión que has invocado es de alguna
manera “peligrosa”… me lo grita mi interior —explicó, palpándose el pecho,
justo al lado del ojo injertado en su piel.
— Ya
no más juegos… —sentenció Sennefer, moviendo el Cetro de Anubis, el cual
abrió un portal de sombras del que emergió el espectro de Escorpión, quien cayó
de rodillas y permaneció así.
Sennefer lo jaló del cabello para
exponer su frente y el sello adherido a él. Lo estudió por un instante y se convenció de su próximo movimiento.
— Sellaste
el alma de tu amigo en este cuerpo para que no pudiera obedecerme más, bien
pensado. No me interesa volver a utilizar el mismo truco, esta marioneta ya
cumplió su objetivo al obligarte a exponer tu verdadero rostro Kenai, a
revelarte como mi auténtico y más peligroso enemigo… pero aún necesito algo de
él.
Con un rápido movimiento, Sennefer metió
su mano en la espalda del espectro de Escorpión para arrancar algo de su
interior con brusquedad.
El santo de Cáncer vio que Sennefer
tenía en su mano ensangrentada una esfera traslúcida y llameante.
— ¿Qué es lo que planeas ahora?
—preguntó el santo, ocultando su inquietud.
—
Pelear como un auténtico shaman. ¡Posesión de almas!
Sennefer golpeó contra su pecho la
esfera espiritual, la cual desapareció dentro de él. Su ka oscuro se incendió
sin demostrar un aumento o descenso de poder, sin embargo algo había cambiado
en él, y Kenai lo supo cuando el Patrono desapareció de su vista para
reaparecer a su costado para propinarle un potente golpe en el rostro.
El santo de Cáncer se alejó empleando su
velocidad, pestañeando incrédulo ante la rapidez de su enemigo.
Sennefer no lo persiguió, se mantuvo de
pie mirando el puño con el que había logrado impactar a su oponente.
— Una
velocidad que supera a la de los santos dorados… Souva de Escorpión tenía sus
secretos, ahora los veo —Sennefer comentó, abriendo la palma de su mano y a
voluntad transformar sus uñas en afiladas ponzoñas carmesís—. ¿Preparado?
- / - / - / - / -
Clyde de Megrez no daba crédito a la
destreza y velocidad que Ehrimanes había obtenido pese a su inmensa estatura.
El dios guerrero debió enfocarse en la defensa para no terminar aplastado bajo
los pies de su oponente. Saltó para evitar un pisotón, mas fue alcanzado por un
manotazo que le quebró un par de huesos y lo lanzó violentamente por la
mastaba. Pese a la distancia recorrida durante el combate, Clyde no se topó con
el muro que limitaba el lugar, pero por las energías malignas que revoloteaban a
su alrededor imaginó que no podría reunirse con sus compañeros a menos que ellas
se lo permitieran.
En cuanto cayó al suelo, la sombra de Ehrimanes
ya estaba sobre él, mas en esta ocasión el asgardiano lanzó un poderoso ataque
en forma de relámpagos que golpearon al monstruo — ¡ Tordenbrak!
Los rayos se esparcieron por todo el gigantesco
cuerpo de Ehrimanes, produciéndole varios espasmos, mas ninguna agonía, sólo
una sorpresiva risa. —Los relámpagos no
te servirán.
Ehrimanes abrió la boca y sus colmillos atrajeron
toda la corriente eléctrica que surcaba a su alrededor para engullirla.
— ¡Ni
tan poco el hielo! —aclaró, atacando con su zarpa gélida. Clyde lo eludió,
pero de la garra congelada salieron disparados delgados trozos de cristal.
Con atinados movimientos de su espada el
asgardiano repelió más de la mitad, el resto se clavaron en su cuerpo. Antes de
poder quitárselas de encima, Ehrimanes empleó su habilidad para que las estacas
de hielo se electrificaran, inyectando poderosas descargas en Clyde, quien gritó
hasta caer de rodillas.
Los trozos de hielo se evaporaron segundos
después; el calor cauterizó las heridas del dios guerrero, mas no disminuyó el
dolor
— Aun en esa forma... continúas
utilizando las habilidades de Aifor — dijo, molesto.
— Pese
a que nuestro convenio fue roto, temo que aún necesito de él para asegurar mi
estancia aquí. Contra eso ni yo, ni ningún otro de mis hermanos puede hacer
algo al respecto.
La zarpa izquierda de Ehrimanes se
encendió en llamas y destiló magma, lanzando su cosmos llameante hacia el
asgardiano quien atinó a interponer las manos.
El fuego se extendió sin control al
golpear una barrera que Clyde materializó como escudo.
La criatura notó la superficie amatista
que impidió el paso de sus flamas, por lo que se detuvo y corrió hacia ella,
impactándola con su enorme cuerpo y volviéndola pedazos.
En la confusión perdió de vista al dios
guerrero de Megrez, quien había saltado para ocultarse dentro de la negrura del
techo y ejecutar un ataque inesperado.
Clyde manipuló los gruesos trozos de
amatista que volaron por doquier y los precipitó sobre Ehrimanes, llevando
consigo el fuego que absorbieron del ataque anterior.
Ehrimanes rugió al ser vapuleado por la
lluvia de cristal y fuego, pero su gruesa piel apenas obtuvo heridas
superficiales.
Sólo porque lanzó un gruñido hacia
arriba es que pudo ver el momento en que Clyde caía justo sobre él. Fortuna o
no, aquel movimiento evitó que la criatura recibiera el castigo de la espada de
Megrez en su cabeza, siendo su ojo derecho donde la hoja se clavó.
En cuanto Clyde vio que la mitad de la
espada de fuego se hundió dentro del monstruo, proyectó su cosmos a través de
ella, propagándose como lava dentro del gigante al mismo tiempo en que murmuraba
un encantamiento lo más rápido que sus labios se lo permitían.
Ehrimanes rugió frenético mientras su
cuerpo humeaba al recibir el tormento del dios guerrero. Mas el dolor sólo
enfureció a la bestia, que precipitó una de sus gigantescas manos hacia Clyde.
El dios guerrero terminó de recitar su
conjuro justo cuando la zarpa del monstruo lo atrapó. Ehrimanes lo apretó y
jaló esperando retirar la espada de su ojo también, pero Clyde la soltó con
toda la intención de que permaneciera allí.
— ¡¿Crees
que esta pequeña astilla significa algo para mí?! —la criatura se mofó pese
a que la sangre negruzca salía en abundancia por su ojo herido.
— Hasta el más fiero león cae ante la
incomodidad de una pequeña astilla — el asgardiano sonrió sarcástico, sin
intimidarle lo cerca que estaban las fauces de su enemigo.
Ehrimanes intentó retirar la espada de
fuego con su propia mano, pero a centímetros de tocarla ésta reaccionó y liberó
una potente descarga que lo impidió, lastimándolo aún más.
Rabioso, Ehrimanes lo volvió a intentar,
mas sus zarpas no podían retirarla sin importar cuánto lo deseara, y conforme mayor
era su insistencia, más dolor sentía en su interior.
— ¡¿Qué
es lo que me has hecho?! —replicó, apretando al dios guerrero entre sus
garras.
Clyde escupió sangre, pero reprimió todo
gemido de dolor pese a que sus huesos y armadura estaban crujiendo al unísono.
Su cosmos se materializó en un intento por aumentar la resistencia de su
cuerpo.
— No tengo por qué decírtelo —Clyde
logró reírse, procurando mirarlo al ojo sano—, pero eso no sería divertido.
Puede que haya perdido mi grimorio negro, pero tantos años de estudio y
búsqueda por un método de deshacerme de ti me llevaron a memorizar muchos
encantamientos útiles para lidiar con alguien como tú… Fue la magia lo que te
selló durante siglos y es la magia la que te continuará castigando, Ehrimanes…
— ¡¿Magia?!
¡Imposible, Aifor de Merak debería de darme inmunidad a cualquier de tus
conjuros!
— Tú lo has dicho: Aifor de Merak es inmune —Clyde volvió a reír—. Su cuerpo te servía
como un escudo natural, pero al tomar esta nueva y grotesca forma has
exteriorizado tu verdadera naturaleza y por ende perdiste esa ventaja… ¡Y yo te
he quitado otra más!
— ¡Mientes!
— Lo oprimió todavía con más fuerza, logrando que al dios guerrero se le
desorbitaran los ojos y abriera toda la boca, de la que esta vez sí emergió un
grito agónico—. ¡Un insignificante hombrecillo
como tu jamás podría…!
— ¡Mírate! —le gritó Clyde—. ¡Tus
heridas… ya no están sanando!
La criatura se permitió unos segundos
para confirmar tales palabras. Aunque había sido herido por Clyde desde el
inicio de la batalla todas las lesiones habían sanado por su habilidad regenerativa,
sin embargo ahora veía que las últimas de ellas continuaban abiertas.
— Si fuera tú, sería más cuidadoso a
partir de ahora —Clyde murmuró, sintiendo que
Ehrimanes aflojó un poco su agarre—. Te he atrapado en un cuerpo que no
podrá reconstruirse —explicó con aire victorioso pese a su lamentable estado
físico—... Y al mismo tiempo toda esa
masa de carne servirá como un escudo para el verdadero Aifor —pensó con
alivio.
La criatura del Abismo se quedó estática
y en silencio, con la vista perdida en la oscuridad del entorno. Fueron
momentos de una extraña y lúgubre tensión entre ambos rivales, la cual se
rompió cuando Clyde fue súbitamente mordido por la criatura.
Ehrimanes cerró sus fauces sobre el dios
guerrero de Megrez y la sangre tibia corrió rápidamente entre sus colmillos de tiburón.
Clyde quedó en shock ante las intensas
corrientes de dolor que atravesaron su cuerpo, y por encontrarse en una
situación en la que sólo su cabeza, brazo y pierna derecha estaban fuera de la
boca del gigante. Los colmillos rompieron limpiamente el ropaje sagrado y
perforaron la piel, músculos y otros órganos internos, sólo la resistencia de
la armadura de Megrez evitó que fuera partido en pedazos en el primer mordisco.
—
Que yo te devorara siempre fue tu destino —escuchó la voz de la criatura,
quien permaneció con las fauces rígidas al no querer matar todavía a su
enemigo—. Una muerte indolora no es algo
que merezcas, por lo que permaneceremos así, muy quietos, mientras yo saboreo
tu sangre hasta la última gota.
El asgardiano no pudo decir nada, pues
estaba ahogándose con su propia sangre.
— ¿De
verdad creíste que te saldrías con la tuya? No Clyde, sé que por voluntad jamás
desharías este maleficio, por lo que en cuanto mueras me aseguraré de que
Sennefer invoque tu asquerosa alma para que lo hagas —Ehrimanes dijo.
Mientras su cuerpo se retorcía en el
hocico del gigante, Clyde sentía que sus sentidos se desvanecían con rapidez,
por ello el mismo dolor iba apagándose junto con las conexiones de su mente con
su cuerpo agonizante. Pero pese a que todo parecía perdido, ni así se resignaba
a morir. Alguna valkiria ya estaba
cerca sin duda, pero no moriría para que un asqueroso monstruo defecara sus
restos días después. Con su puño libre comenzó a golpetear la boca de la
bestia, mas ésta sólo se rió por los lastimeros intentos que sonaban como los
golpeteos de un tambor.
Ehrimanes no pudo evitar soltar una
carcajada airosa y mórbida, pero calló de repente cuando vio aparecer una silueta
delante de su hocico.
En la oscuridad, esa entidad fue tan rápida y silenciosa que
no la detectó hasta que ya había saltado para estar a la altura de sus fauces,
las cuales logró separar con un rápido y simple movimiento de manos.
Todo pareció congelarse ante el
incrédulo Ehrimanes, quien no logró cerrar de nueva cuenta su mandíbula sobre
Clyde. Sólo el choque de sus propios colmillos resonó por el lugar.
Exaltada, la bestia buscó a la
entrometida entidad con desesperación, encontrándola varios metros en la
distancia.
Esta venía enfundada con una armadura
negra, difícil de distinguir entre tantas sombras y la visión de un solo ojo.
Quien quiera que fuera estaba depositando al asgardiano moribundo en el suelo.
— ¡¿Cómo
te atreves a entrometerte?! —gruñó rabioso, lanzándose con el puño
extendido en su dirección, esperando pulverizarlo.
El misterioso guerrero se percató de la
intención, por lo que de manera temeraria se adelantó con un largo salto hacia
la bestia.
Ehrimanes sintió que golpeó su objetivo,
su puño era tan grande que esperó ver sus nudillos bañados con la sangre del
entrometido ser, sin embargo le azoró que su golpe fuera bloqueado en seco por
un sólo par de manos.
El casco con la forma de un dragón negro
y de ojos amarillos emergió por encima del puño del gigante, el cual se adhería
a una cabeza pelirroja.
— No sé si es mi imaginación pero creo
que antes eras más fuerte —dijo la entidad con una voz femenina.
— ¡¿Tú?!
—Ehrimanes bramó, manteniendo el brazo estirado sobre el que empleaba toda su
fuerza, la cual no era suficiente para hacer retroceder a Freya Dubhe de Alfa —.
¡¿Cómo es que…?!
— ¿Me recuperé? —lo interrumpió,
manteniendo el equilibrio en ese duelo de fuerza con suma facilidad—. No estoy
segura, pero creo que se lo debo a la magia de dos grandes hechiceros: el viejo
Clyde curó el veneno de mi cuerpo, y la madre
de Aifor liberó mi cosmos.
En un instante, Ehrimanes vio un
resplandor dorado colgando del cuello de la diosa guerrera, distinguiendo el
misterioso medallón que tanto lo ha combatido desde que encontró a ese bebé
junto al río Aifor.
— ¡Ahora me cobraré todas las que me
debes, Ehrimanes! —gritó la pelirroja al liberar su cosmos invernal, empujando el
puño de su enemigo contra el suelo y utilizando su largo brazo como un puente por
el que corrió a una súper velocidad.
El monstruo del Abismo recibió un
tremendo impacto debajo de la quijada que lo levantó un metro del suelo para
que Freya lo pateara en el pecho y lo lanzara hacia las sombras.
La diosa guerrera trastabilló antes de
ir en su persecución, volviéndose hacia donde estaba Clyde de Megrez.
El asgardiano sufría de espasmos en el
suelo, mas se encontraba lo suficientemente lúcido como para reconocer a Freya
y no confundirla con la valkiria que lo llevaría al Valhalla… sin embargo, ante
él ahora lucía tan radiante y poderosa como una de las mismas emisarias de Odín.
Cuando Clyde intentó hablar, sólo un borboteo carmesí salió de su garganta.
De los agujeros que dejaron los
colmillos de Ehrimanes en su cuerpo la sangre salía sin parar, su brazo y
pierna derecha apenas y se mantenían pegadas a su cuerpo por hilos de carne,
era claro para ambos que iba a morir.
— Y sin embargo yo misma también estuve
a punto de morir antes —reflexionó Freya, quitándose el colgante del cuello
para dárselo a Clyde y asegurarse de que él lo sujetara con ambas manos.
— Una mujer me dijo que hay magia muy
poderosa en este artefacto —le explicó, sabiendo que él le prestaba atención al
mirarlo a los ojos y ver que estos no habían perdido los deseos de lucha—. Yo
no sé nada sobre magia, pero salvó mi vida y ha protegido a Aifor de ese monstruo
en el pasado ¿no es así? Confío en que encontrarás la mejor forma de emplearlo
—estrechó sus manos con hermandad—… Tú que fuiste su padre, intenta escuchar la voz de la madre que resguarda dentro.
La guerrera de Alpha se levantó,
anticipando el rugido colérico de Ehrimanes en la distancia. Sin dudar dejó
atrás a su compañero y fue en búsqueda de la batalla.
Sofocado, Clyde sujetó el medallón
contra su pecho, intentando comprender las palabras de Freya, mas entre sus
pensamientos caóticos difícilmente logró ordenar sus ideas hasta que escuchó—: Despertémoslo…
- / - / - / - / -
El
Santuario de Atena, Grecia.
Seiya de Pegaso corrió a toda prisa por
las escalinatas hacia el Templo de Aries, percibiendo el violento choque de energías
que allí se suscitaba. Se exaltó todavía más al reconocer a quiénes les
pertenecían los cosmos en colisión.
A mitad del camino las presencias se
desvanecieron, como si una intentara ocultarse de la otra, o tal vez porque
sintieron que él se aproximaba. Al poner un pie dentro del templo sólo el eco
de su pisada se escuchó. Visiblemente la batallaba se quedó marcada en los
muros, pilares y suelo del lugar, siendo la carencia de cuerpos en el piso lo que
lo alivió un poco.
Se adentró a paso lento, extendiendo sus
sentidos para encontrar indicios de los combatientes, si es que aún se
encontraban allí.
Se detuvo cuando escuchó un par de pasos
avanzar hacia el centro del salón de batallas, reconociendo a Elphaba de Perseo.
La amazona de plata salió de su escondite
y lo miró fijamente a través de la tenebrosa máscara de Medusa.
— Maestro… —pronunció ella con un
genuino dolor. Su armadura presentaba algunas fracturas y un par de heridas se
abrían en su piel.
— ¿Elphaba? ¿Qué es lo que te pasó? —Seiya
inquirió preocupado, avanzando hacia la joven que durante años fue su discípula.
— ¡Seiya, no! —escuchó de una segunda
voz que intentó advertirle del peligro, pero todo ocurrió tan rápido que fue
incapaz de actuar en medio de la confusión, sobre todo cuando los párpados de
Medusa se abrieron y le dirigieron su mirada mortal.
Un cuerpo se interpuso entre él y la
magia oscura de Medusa, lo suficientemente grande para bloquear su visión y
evitarle la burla de ser convertido en piedra, aunque el precio resultó alto.
— ¡Shaina! —Seiya miró perplejo a su
compañera, quien se aferraba a él como una recreación de las veces en las que se
arrojó a su rescate. Transformando su cuerpo en un escudo recibió la maldición,
pero al haber sido alcanzada sólo por un vestigio indirecto no se convirtió
completamente en piedra.
— ¡No la mires! —Shaina alcanzó a
decirle, manteniendo ella misma los ojos cerrados y temblando de dolor—.
¡Seiya, Elphaba y los santos de plata ahora son nuestros enemigos! —logró decir
antes de perder el sentido, ya sea por la fuerza del embrujo que carcomió su
cuerpo o por la intensidad de la batalla que había estado librando contra la
amazona de Perseo.
El santo de Pegaso la sostuvo en sus
brazos, horrorizado al ver la mitad del pecho de Shaina convertido en piedra,
así como su hombro, brazo y el lado derecho de su rostro sin máscara.
— ¿Por qué…? —fue la pregunta que salió
de sus labios, alzando la vista para confrontar a la que fue su discípula,
olvidando que eso era lo último que debía hacer.
— ¡¿Qué significa esto?! —recriminó
furioso—. ¡¿Es cierto Elphaba?! ¡Explícame qué es lo que pretendes con tu
traición!
Con los ojos de Medusa cerrados, la
amazona habló—: Yo —dudó, tocándose la cabeza con una de sus manos, la cual
terminó empuñando para responder—… sólo sigo las órdenes del nuevo Patriarca.
— ¿Nuevo Patriarca? —Seiya repitió,
confundido—. No puedes hablar en serio… ¿Quién? ¿Por quién es que levantas tu
cosmos contra tus compañeros, contra mí? ¡Respóndeme!
Elphaba retrocedió un poco, como si
pensara en huir, más rápidamente se volvió. — ¡Ya no recibo órdenes tuyas!
—clamó con ira.
Los ojos de Medusa se abrieron,
liberando la fatal maldición. En esta ocasión el santo de Pegaso no fue
sorprendido, reaccionó y atinadamente su velocidad le permitió resguardase al
avanzar entre los pilares del templo, dejando a la inconsciente amazona de
Ofiuco en un rincón apartado donde estaba seguro no peligraría.
Seiya de Pegaso decidió no alargar una
batalla innecesaria. Elphaba era alguien hábil y conocía a la perfección su
manera de pelear, desventajoso para ella pues jamás le mostró su verdadero
poder, aquel que le permitió avanzar a la velocidad de la luz y sujetarla del
brazo, el cual rompió como si fuese una rama.
Elphaba quedó sorprendida, no había alcanzado
a parpadear cuando ya el santo de Pegaso se desplazó por el templo y se paró
junto a ella. Ni siquiera pudo sentir el dolor de su brazo roto cuando un
brusco bofetón despegó la máscara de Medusa de su rostro.
Sólo hasta que el santo la tumbó al
suelo, sin soltar su brazo herido, es que todos los dolores pudieron ser
asimilados por su cerebro.
La mujer reprimió un angustioso grito,
mirando con una mezcla de rabia y estupor al santo de Pegaso.
Seiya miró por primera vez el rostro
descubierto de Elphaba de Perseo, encontrando en él una mirada de rencor que
pocas veces ha visto en sus enemigos. La amazona siempre fue una chica amable, ¿cómo
era posible que esa clase de ojos le pertenecieran?
Cuando la mujer intentó liberarse, Seiya
aplicó presión en el brazo lastimado para que desistiera, manteniendo el
control de la situación.
— Sé muy bien que eres capaz de revertir
el hechizo de Medusa a voluntad, por lo que más vale que lo hagas en este
momento.
— Eso nunca pasará —Elphaba respondió,
adolorida.
— No hagas esto Elphaba, no me obligues.
— … Tal vez sea la única y tu mejor
opción —musitó ella, sonriendo con amargura.
Seiya percibió el conflicto en la
amazona, deseando poder entender el motivo por el que la locura pareció haber
invadido a todos en el Santuario.
Antes de poder tomar cualquier elección,
percibió un cosmos que cubrió el templo de Aries, y al siguiente segundo se
encontró a si mismo desplazándose por el salón de batallas como poco antes lo
había hecho para llegar hasta la amazona de Perseo.
—
¡¿Pero qué…?!
—pensó en el trayecto. La confusión le impidió ejecutar los mismos movimientos,
por lo que Elphaba se adelantó, siendo ella quien le propinó un severo golpe en
la quijada y una serie de patadas en el estómago.
Seiya se repuso en el aire, todavía más
confundido al ver que la máscara de Medusa había vuelto al rostro de Elphaba y
su brazo estaba ileso.
No hubo tiempo para pensar demasiado,
pues los ojos de Medusa volvieron a abrirse. De nuevo fue capaz de eludirla,
decidiendo que tenía que acortar la distancia entre ambos si deseaba ganar.
Seiya apareció detrás de la amazona, sujetándola
del cabello para impedir que moviera su cabeza con libertad, siendo con su mano
libre con la que generó una esfera cósmica que impactó contra la abominable máscara,
estallándola en el rostro de Elphaba.
El dolor sólo la motivó para moverse con
brusquedad, dejando atrás una gran extensión de cabello negro en la mano del
santo de Pegaso. Elphaba atacó con toda la velocidad que sus brazos y piernas
le permitieron, mas Seiya esquivaba sus golpes sin siquiera retroceder.
— ¡Meteoros! —Elphaba disparó su
cosmos sin piedad.
El santo movió sus brazos para bloquear
cada impacto, respondiendo de la misma manera—: Pegasus Ryusei Ken! (¡Meteoros de Pegaso!)
La diferencia de poder continuaba siendo
abismal, por lo que la amazona de Perseo terminó abatida por la técnica de su
maestro, siendo arrojada contra el muro más próximo contra el que se impactó,
quedando empotrada mientras los pedazos de su cloth caían de su cuerpo
convaleciente.
No era su intención matarla, debía
llegar al fondo de tanta locura y descubrir al responsable de ella.
Seiya volvió a percibir el mismo cosmos
extraño cubriendo el templo de Aries, justo antes de verse a sí mismo
sosteniendo a Elphaba nuevamente por el cabello.
El salto hacia atrás en el tiempo lo desconcertó
aún más, ¿o es que acaso el mal misterioso que lo aqueja había elegido el peor
de los momentos para jugar con su cabeza?
Como fuera, Elphaba logró liberarse
antes de que su máscara plateada fuera destruida, arremetiendo contra el santo
de Pegaso.
Acongojado por el efecto de dejavú, Seiya intentó defenderse como la
primera vez, sin embargo la velocidad de Elphaba había cambiado, siendo mucho
más veloz que antes… ¡No...! ¡Más bien, era él quien sentía su cuerpo más
lento!
Pese a que logró mantener en alto su
defensa, sus movimientos cada vez se volvían más lentos, llegando al punto en
que los meteoros de la amazona lo lanzaron contra el techo, cayendo de bruces
al suelo. Seiya sacudió su cabeza, reponiéndose pronto.
Elphaba aguardó como si deseara darle un
momento de descanso, luciendo su armadura y máscara intactas.
Para el santo de Pegaso quedó claro que
Elphaba no era su única rival en el Templo de Aries, por lo que volvía a estar
en desventaja. Intentó encontrar el origen del cosmos que sentía actuaba en su
contra, pero era alguien que podía mantenerse oculto de sus sentidos.
— El único capaz de lograr esta clase de
fenómenos eres tú —dijo Seiya en voz alta—, Giles, santo del Reloj.
El santo aguardó una respuesta que no
demoró en dejarse escuchar—: Tardó un
poco más de lo esperado, me sorprende viniendo de usted, señor Seiya.
— Ahora
entiendo por qué Shaina no fue capaz de derrotarlos —pensó Seiya al
confirmar su temor—. Ya que te has descubierto es momento de que se acaben los
juegos. ¿De qué se trata todo esto? ¿En nombre de quién es que se han vuelto
traidores al Santuario?
— Gracioso,
nos llama traidores cuando nosotros los vemos a ustedes de la misma forma
—respondió Giles, su voz se expandía como eco por el lugar—. Pero no importa, una vez que todo esto
termine los ganadores decidirán quiénes son o no los traidores en la historia.
El señor Albert no nos defraudará.
— ¡¿Albert?! —repitió Seiya,
sorprendido.
—
Él nos eligió para servirle, y nos ha pedido que erradiquemos a los impíos del
Santuario. Ahora que está aquí morirá, las órdenes son claras —aseguró con
maldad.
Elphaba de Perseo se preparó para
reiniciar la lucha.
— Conoce
mi habilidad, por lo que espero y entienda que toda resistencia es inútil —dijo
Giles.
— Es verdad, tienes la capacidad de
utilizar tu cosmos para retroceder el tiempo los segundos suficientes para ser
un fastidio —Seiya explicó, confiado—, por lo que no importa cuántas veces
derrote a Elphaba, tú te asegurarás de regresarla un momento atrás y evitarlo.
Y no sólo eso, puedes alentar los movimientos de tus enemigos, como has estado haciéndolo
desde que puse un pie en esta casa.
Giles rió un poco. — No esperaba menos del santo legendario, en
efecto, todo eso es correcto.
— Pero también sé que una vez que luche
en serio, tus poderes no serán capaces de afectarme. —El santo de Pegaso
manifestó su cosmos, el cual llameó por todo su cuerpo para convertirse en un
escudo protector, tanto que las flamas cósmicas se solidificaron hasta formar
la reluciente armadura de Pegaso.
Aunque a la vista seguía siendo una
armadura de bronce, la bendición que recibió de la diosa del Santuario dormía
dentro de cada átomo que la conformaba. Con ella sabía que podría repeler el
cosmos que Giles proyectaba sobre él.
El cosmos de Seiya iluminó todo el recinto,
permitiéndole a sus sentidos encontrar al escurridizo santo del Reloj, quien se
resguardaba en la estancia subterránea del Templo de Aries.
Empleó toda su velocidad en ir a su
encuentro, sin embargo, cuando Elphaba se adelantó para interponerse en su
camino, debió virar para esconderse de la mirada de Medusa detrás de un pilar.
— ¡¿Cómo
pudo…?! — pensó angustiado, pues poco le faltó para ser víctima de la
maldición de Medusa.
— Admito
que perdí el factor sorpresa sobre usted y que mi cosmos no podrá afectarlo
como antes, pero mi habilidad también sirve para ayudar a mis compañeros en
batalla —explicó, como si hubiera leído su mente—. Siendo capaz de cumplirle a Elphaba el sueño más añorado por los santos
de plata: ¡alcanzar la velocidad de la luz!
En ese momento, Elphaba de Perseo
apareció a su costado, casi pegado a él, siendo así que no pudo evitar ver
directamente los ojos destellantes de Medusa.
FIN DEL CAPÍTULO 56