Tiempo atrás.
Albert de Géminis echó la cabeza hacia
atrás cuando aquel poder abrasador atravesó su frente. Su casco salió volando para rodar entre las
plantas y el musgo, mientras un hilo de luz azul permaneció dibujado en el aire;
un extremo se conectaba a su frente y el otro nacía de los dedos de Avanish.
En aquellos parajes lejanos repletos de
vegetación, dentro de lo que quedaba de una casona derruida, tres hombres
estaban por cerrar un pacto.
— Dime santo de Géminis, ¿qué se siente
ser golpeado por tu propia técnica? —el primer Shaman King cuestionó con voz
calma, alzándose lentamente de la silla de madera en la que estuvo
descansando—. Admitiré que es una interesante
y eficaz manera de arrear al rebaño, pero jamás optaría por algo como esto. Me
confunde viniendo de alguien como tú, no es algo digno de un hombre que aspira
a alzarse por encima de los ochenta y ocho guerreros de Atena —comentó con
cierta desilusión—. También es innoble de mi parte realizar tan mezquino acto,
sin embargo tu osadía lo amerita, mereces vivir en carne propia el mismo dolor,
humillación y desesperación que este poder ha causado a otras personas a través
de las eras. No es placentero, ¿cierto? —El hilo de luz que golpeaba a Albert
en el punto medio de su frente se desvaneció en cuanto Avanish bajó la mano.
Albert cayó de rodillas totalmente
conmocionado. Interpuso las manos para no desplomarse totalmente, pero terminó
poniendo los codos sobre la tierra húmeda. Intentó decir algo, mas las palabras
no salían.
Unas gotas de sangre cayeron al suelo
desde su frente herida. Aun con su poder mental le era imposible contrarrestar la
energía que estaba nublando su conciencia y plantando nuevas convicciones.
— Aunque respeté los principios básicos
de lo que llaman “Satán Imperial”, lo
he modificado un poco— Avanish
explicó, más para oídos del Patrono de Nereo que para el mismo Albert—. Si
deseara una marioneta sin voluntad simplemente la crearía del barro.
Iblis, Patrono de la Stella de Nereo, se
levantó un poco lastimado tras recibir el ataque del santo de Géminis. Observó
satisfecho la forma en la que Albert se encontraba a los pies de su señor.
— Espero estés complacido, mi fiel Iblis
—habló el señor de los Patronos, aguardando a que su vasallo se aproximara.
— Me honra, mi señor. Sé bien que este
acto podría ser desfavorable para usted en el futuro, pero le prometo no
defraudarlo. —El Patrono se inclinó en señal de sumisión y respeto—. El
Santuario y los tesoros que en él se resguardan serán suyos.
La sangre que brotaba de la frente del
santo de Géminis brilló en un tono celeste, causándole un insufrible dolor que
lo llevó a alzar la cabeza y gritar sonoramente.
Las líneas azules cobraron vida y
trazaron un símbolo que flameó unos instantes, quemando la piel, sellando un
maleficio que dejó una cicatriz que su cabello cubrió por completo.
El dolor se disipó de un momento a otro,
por lo que el santo de Géminis volvió a inclinarse hacia adelante, tratando de
recobrar el aliento.
— ¿Qué es… lo que me has hecho? —Albert
logró preguntar, aún con el cuerpo tembloroso.
— Has vuelto a nacer, Albert de Géminis,
y con ello puedes volverte parte de este gran
juego —respondió Iblis con sorna—. Tu mente debe sentirse un poco más
ligera ¿o me equivoco? Libre de pensamientos banales, quedando sólo aquellos
que provienen de tu verdadero interior… Sí, esos que te causaban tanto temor y
reprimías ya que si salían a la luz le dejarías ver a todos lo despreciable que
en verdad eres.
Albert levantó la vista y contempló con
ojos furiosos al Patrono de Nereo.
— Sí, eso mismo —celebró Iblis con
descaro—. ¿Cuándo fue la última vez que el rostro del gran Albert de Géminis se ha contraído con un genuino rictus de
cólera?
— Ya basta Iblis —Avanish ordenó—.
Nuestro invitado aún se encuentra demasiado aturdido como para entender que ha
sido liberado de las ataduras que él mismo se impuso desde el día en que murió su hermano.
Albert se pasmó al escucharlo mencionar
a “su hermano”, resintiendo el choque de sentimientos encontrados que el
recuerdo siempre desataba en su ser.
— Tú puedes leer mentes —añadió Avanish,
percibiendo su temor—, pero existimos quienes leemos las almas, y la tuya no es
tan diferente a la de aquellos que han decidido seguirme, torturadas por sus
propios corazones afligidos —explicó con una abrumadora calma—. Sé que me
consideras tu enemigo, pero si me escuchas te prometo que ambos llegaremos a
entendernos.
Capítulo
54. El día más oscuro. Parte I
Star Hill, Grecia.
Tiempo
Presente
Albert mantuvo la mirada clavada en el
vacío por el que el cuerpo de su maestro había desaparecido. Sus pies
permanecieron al filo de la cima de tal manera
que cualquier otra persona creería que estaba a punto de cometer suicidio.
Sin embargo, Adonisia de Piscis se aproximó a él sabiendo que el antiguo santo de Géminis estaba lejos de
terminar con su vida… no ahora que de
verdad iniciaba.
— Supongo que ya podrás ponerte esto
—dijo ella, mostrándole el casco dorado que momentos antes coronaba al
Patriarca—. ¿Es lo que querías, o no?
Albert desvió la vista hacia el objeto,
notando las chispas de sangre en él.
— Todo a su tiempo —musitó, volviendo a
mirar hacia el abismo y después al horizonte, preocupado por el avance de la
luna en el firmamento.
— Casi es hora —dijo la amazona,
resguardando el tocado del Patriarca bajo su brazo—. ¿No deberíamos reunirnos
con los demás?
— Tienen sus órdenes. Nosotros aún
tenemos cosas que hacer aquí —Albert respondió, dando media vuelta, avanzando
hacia donde alguna vez se alzó el templo de Star Hill. Se detuvo en un sitio
sobre el que proyectó su cosmos, ocasionando
una pequeña explosión de rocas que descubro un acceso hacia el interior
de la montaña sagrada.
— ¿Qué es lo que encontraremos allí?
—preguntó la amazona, intrigada por el pasaje secreto.
— Lo que Iblis tanto codiciaba —Albert
respondió, sonriendo ampliamente.
/ - / - / - / - / - /
En una de las alcobas dentro del Templo
Principal, cinco niños dormían entre cobijas después de una velada de juegos y
muchas golosinas. En su inocencia, los problemas de los adultos no los
alcanzaban, ni siquiera a aquellos que eran aprendices o escuderos de ciertos
guerreros del Santuario.
En la cama, la niña lemuriana dormía
abrazada del príncipe de Asgard como si éste fuera un muñeco de felpa. Aunque
Arun decidió compartir el espacio se
recostó apartado de ellos, casi en la orilla, un pequeño movimiento y seguro
caería del lecho.
En el suelo, los pequeños Víctor y Mailu
improvisaron unas bolsas de dormir con cobertores y almohadones que no
resultaron nada incómodos para ellos, algo que se reflejaba en los ronquidos
que emitían durante sus sueños.
Aunque se encontraban rodeados por tal
tranquilidad, Arun despertó exaltado. Su breve gemido se perdió entre los
resoplidos de sus amigos, por lo que no alarmó a nadie. Se mantuvo petrificado,
con los ojos bien abiertos y temerosos, sin entender las sensaciones que lo
alertaban de un inminente desastre. En su cabeza no había respuestas, pero sí
un sentimiento de preocupación que se centraba en una sola persona: —
¿Patriarca?— susurró en la oscuridad.
/ - / - / - / - /
Ciudad
de Meskhenet, Egipto.
Dentro de una morada lejos del Palacio
Real, el santo del Fénix se despedía de un ser querido.
— Eso es lo que pasará —dijo Ikki,
sosteniendo las manos de una mujer morena y delgada, de ojos grises, cabello
oscuro y corto hasta las orejas. Vestía una blusa sin mangas azul y una falda
larga blanca, su conjunto para dormir.
— Entiendo. No te preocupes por mí, estaré
bien —respondió ella sin temor, pues sabía bien que él era un guerrero de los
dioses y entendía sus deberes.
— Nicte, cuando todo esto termine
podremos continuar con nuestro viaje —Ikki le aseguró de la manera más suave
que su recio carácter le permitía.
— Comienza a gustarme este lugar —dijo
ella, sonriendo con complicidad, mirando el interior de la vivienda de adobe
que había adornado con todo aquellos que le obsequiaron sus amigas en Egipto—,
y las personas son muy amables. Algún día, cuando nos cansemos de viajar, esta
podría ser una opción ¿no lo crees?
— No lo descartes —él dijo, inclinándose
para besar los labios de su mujer,
siendo un acto correspondido.
La conoció en su andar, coincidiendo en
puertos de diferentes costas. En un principio la creyó una espía, lo gracioso
es que ella también pensó lo mismo de él, mas ambos eran viajeros errantes en
búsqueda de sus propias respuestas y aventuras.
Nicte nació en el continente americano,
siendo una trotamundos que desde adolescente ha vivido sin asentarse en un
lugar fijo, aprendiendo oficios de diferentes tipos y empleándose en diversas
actividades, la mayoría trabajos pesados que le han permitido ganar un cuerpo
atlético y fuerza mayor al promedio. Asimismo poseía un carácter fuerte y vivaz
que no se amedrenta fácilmente, por lo cual podía discutir con el marinero más
malhablado y agrio existente en el planeta y ganar la disputa.
No fue amor a primera vista, pero sí uno
que se disparó en el tiempo y lugar indicado años atrás. Desde entonces han viajado
juntos y convivido como una pareja de aventureros por el mundo, son marido y
mujer sin que algún rito o documento lo determinara. Así, ella lo ha acompañado
a donde su vida como santo lo guía, sin entrometerse; se separaban cuando
debían y se reencontraban cuando todo era propicio. Se amaban, y de alguna
forma esa clase de vida les satisfacía a ambos.
“Esmeralda” era un recuerdo luminoso en
el corazón de Ikki que jamás desaparecería, mas Nicte era su presente, la
oportunidad que se dio a sí mismo para conocer un nuevo tipo de felicidad en la
madurez de su vida.
- / - / - / -
En las afueras del palacio de Meskhenet,
un grupo variopinto se disponía a marchar a la batalla.
— Un asalto antes del amanecer… me
vuelvo a sentir un adolescente. —El shaman Horokeu respiró el aire fresco de la
madrugada, sin que el sol aún se asomara por el horizonte.
— Mientras menos tiempo le sigamos
concediendo a ese sujeto para llevar a cabo sus planes es lo mejor —aseguró el
jefe de la familia Tao.
— Nuestros exploradores han asegurado su
posición —explicó Assiut, Apóstol Sagrado de Horus—. Cuando Clyde de Megrez nos
reveló su ubicación me costó creer que Sennefer decidiera volver al recinto que
fue su prisión por tantos siglos… pero resultó ser cierto.
— Eligió un escondite en el que estaba
seguro nadie lo buscaría —comentó Calíope, amazona dorada de Tauro.
— ¿Sólo nosotros iremos? —preguntó Kenai
de Cáncer, mirando en redondo y contando a los presentes.
— Salvo Ikki, quien se nos unirá pronto,
sí, y tendrá que ser suficiente —respondió Kaia, Apóstol Sagrada de Isis—. No
podemos dejar desprotegida la ciudad, mucho menos a nuestro Faraón, por ello el
resto de los Apóstoles permanecerá aquí.
— Con nosotros bastará —aseguró Ren Tao,
permaneciendo de brazos cruzados.
— Ustedes dos tendrán que guiarnos
—Clyde de Megrez decidió, mirando a los Apóstoles Sagrados.
— Intentaremos mantener el factor
sorpresa lo más posible, aunque tarde o temprano esa serpiente nos percibirá,
estoy seguro —aclaró Assiut, visiblemente ansioso por la idea de enfrentar al
asesino de su padre una vez más.
— Los que puedan imitar el paso de
Assiut síganlo, yo guiaré al resto —indicó Kaia, a lo que la mayoría asintió.
En un despliegue de rapidez, Assiut,
Clyde, Calíope y Kenai desaparecieron dentro del desierto.
Horokeu soltó un silbido, impresionado
por la forma en la que todos ellos se desvanecieron, dejando atrás sólo una
estela borrosa.
— Es por allá, hacia el sureste —señaló
la mujer, dispuesta a rezagarse por los visitantes.
Ren Tao frunció el entrecejo para
decir—: El que no vistamos ostentosas armaduras como ustedes no significa que
seamos lentos.
El poder espiritual de Ren Tao se
manifestó como un soplo de viento que hizo aparecer de la nada un corcel blanco
de aspecto inquietante. La crin y las pezuñas del caballo estaban revestidas
por llamas verdes. El shaman subió a la montura sin que las flamas lo
lastimaran y tras un chasquido de sus dientes el corcel fantasmal salió a todo
galope, a una velocidad fuera de los estándares que sorprendió a la misma Kaia.
— Dicen que los santos pueden moverse
incluso a la velocidad de la luz —dijo Horokeu, poniendo una tabla de surf en
el suelo arenoso—, eso sí que asusta. Mas en la vida no todo es velocidad,
todos tenemos nuestros trucos.
El shaman se impulsó con un pie sobre su
tabla un par de veces, siendo hasta el tercer empujón que ésta adquirió una
potencia extraordinaria que desató una ventisca detrás de sí.
Kaia se apartó el cabello del rostro
antes de que Syaoran Li se pusiera a su lado.
— No tienen que preocuparse por nosotros
—dijo el hombre ciego—. Aunque no lo aparentamos, podemos cuidarnos solos. Yoh
nos llamó para apoyarlos, pero estoy seguro de que espera que sean ustedes
quienes derroten a Sennefer. Vamos, que nos dejarán demasiado atrás.
Para sorpresa de Kaia, el hombre
oriental comenzó a levitar en el aire, manteniendo una baja altura para después
volar hacia el punto donde el resto
de sus amigos se lanzaron.
— Es alentador que personas con tales
dones continúen en este mundo —pensó la guerrera con una sonrisa en el rostro.
Dio un último vistazo a la ciudad de Meskhenet, esperanzada de que aquella no
fuera la última vez que la vería. En su mente hizo una breve plegaria en la que
se encomendó a los dioses, después se impulsó hacia donde los demás la esperaban.
- / - / - / -
Alguien lo llamaba con cansina
insistencia, pero no podía responder. Sus fuerzas eran nulas y no sentía su
cuerpo ¿acaso estaba muerto y la oscuridad que sellaba sus párpados era la
neblina perpetua del más allá?
La angustia que le transmitía esa voz
tan lejana lo llevó a esforzarse por encontrar una salida de la inconsciencia a
la que fue sometido. Logró abrir los ojos de manera perezosa, pero en cuanto
pudo hacerlo reconoció un rostro que se inclinaba sobre el suyo.
— Al fin despertaste, Sugita —le dijo la
chica de cabello rojizo.
Tumbado de lado sobre el suelo frío, el
santo de Capricornio tardó en poder hablar. Entendió que su último recuerdo no
fue una pesadilla, sino una precaria realidad. Pero ni siquiera el sobresalto
que le ocasionó recordar esos momentos le inyectó a su cuerpo la adrenalina
suficiente como para ponerse de pie.
— ¿Dónde…? ¿Dónde estamos? — Sugita
preguntó alarmado, sobre todo al notar el rostro sucio y magullado de Freya,
así como la forma en la que los brazos de la guerrera estaban atados a su
espalda por unos extraños grilletes—. ¿Qué sucedió?
— No sé a qué lugar nos han traído —ella
respondió, sentada sobre sus piernas y despojada de su armadura sagrada—. Un
monstruo llamado Ehrimanes se tomó muchas molestias para arrastrarte hasta este
lugar —explicó, mirando por enésima vez a su alrededor, sin distinguir más que
negrura, bruma terrosa, hedor a cadáveres y ecos pavorosos arañando los muros y
el techo perdidos en la oscuridad—. Me percaté de su intento pero no pude
evitarlo, de verdad lo siento.
— Soy yo quien debería… avergonzarse —se
apresuró a decir el santo—. No es tu culpa, sino mía ya que no puedo… ni
siquiera ponerme de pie… —dijo, apretando las manos con coraje, apenas notando
que sus muñecas también estaban rodeadas por un par de grilletes negros que
buscó romper en vano.
— También lo he intentado —Freya dijo—.
Y aunque me encontraba en perfectas condiciones… entrar por el portal que el
monstruo utilizó para salir del Santuario me ha debilitado de una manera que no
comprendo… —Tosió un poco, acentuándose más su demacrado y enfermizo aspecto.
Recordaba la terrible tortura sufrida
dentro de aquel túnel en el que perdió el sentido, y al despertar ya se
encontraba allí, prisionera de la maligna entidad. Sin saber cuánto tiempo
había pasado desde entonces, le costaba creer que no pudiera recobrar algo de
fuerza, avivar su cosmos o sanar un poco. Freya comenzó a creer que el ambiente
a su alrededor era venenoso para cualquier ser viviente, por lo que mientras permaneciera
allí jamás lograría reponerse lo suficiente como para intentar escapar.
Muy
acertado.
— ¿Tienes idea del por qué te trajo
hasta aquí? ¿Qué tienes que ver con él? —Freya cuestionó de pronto.
Sugita pareció meditarlo un poco, mas no
podía estar seguro. Al final negó con la cabeza.
Con cierta decepción Freya aceptó la
respuesta. — De cualquier forma, tenemos que pensar en cómo saldremos… Temo que
estamos solos en esto. No he visto ninguna especie de guardias que nos impidan
movernos de aquí. Ahora que has recobrado el sentido podríamos avanzar y buscar
una salida —lo animó a que intentara levantarse.
Sugita asintió, y aunque las ataduras y
debilidades mutuas dificultaron el intento, apoyándose el uno contra el otro
lograron ponerse de pie.
El santo de Capricornio miró con temor a
su alrededor, sintiéndose acechado por una presencia perversa y muy peligrosa.
Sin entender la razón, su cuerpo sufrió de un ligero temblor que Freya notó.
— ¿Aún te duelen tus heridas? —ella
cuestionó, imaginando que fue a causa de dolor y no de terror.
El santo negó con la cabeza, teniendo
que permanecer recargado en la guerrera para no perder el equilibrio y volver
al suelo.
— Es sólo que este lugar —dudó en sus
palabras, pero al final musitó—:… No nos dejará ir—. Era lo que le advertían
los susurros que sólo él podía escuchar.
— No te acobardes ahora— Freya pidió un
poco enfadada—. No es momento de que te comportes como un mocoso asustado.
— No, no lo entiendes… hay algo aquí, en
este sitio que… Un vacío —dijo, desorientado por lo que sus sentidos intentaban
advertirle—… Esas voces... todas ellas… uñas arañando la roca bajo nosotros,
como si quisieran salir pero no pueden… están atrapados… todos ellos —miró sus
pies con pánico—… nos jalaran hacia el interior….
Freya intentó que volviera en sí a base
de regaños, de haber podido lo habría abofeteado, pero sus réplicas no hicieron
efecto alguno, el santo estaba completamente ido y musitando cosas cada vez más
siniestras. Pensó en darle un fuerte cabezazo, mas no le convenía hacerlo
perder el sentido después del tiempo que tardó en reanimarlo, por lo que eligió
una segunda opción.
Cuando Freya lo besó, todas las
conexiones de sus sentidos se centraron únicamente en la presión que había
sobre sus labios.
Sugita mantuvo los ojos bien abiertos
mientras la asgardiana le enseñaba, por primera vez, la delicia de un beso. Le
desconcertó el momento, el lugar y no encontrar razón para que tal cosa
sucediera… pero al final se dejó llevar por las sensaciones de tal caricia, aunque
fuera por unos breves segundos. Terminó cerrando los ojos también, imitando por
instinto el movimiento de labios hasta que Freya se detuvo y fue quien separó
sus bocas.
La joven sonrió, cautivada por un débil
sonrojo visible en las mejillas del inexperto santo de Capricornio. Al ver que
su plan funcionó, se limitó a pegar delicadamente su frente contra la de él y
decir—: Qué vergüenza… la comandante de los dioses guerreros de Asgard, besando
a un chiquillo tonto del Santuario—sonrió, bromista—. No estás solo, pase lo
que pase, no moriremos, ¿entendiste?
Sugita se sentía tan abochornado por la
situación que no encontraba las palabras adecuadas para responder a aquello…
Habría querido decir mucho, pero todo quedaría pendiente.
En cuanto la joven le dio un último y
corto beso en la frente para sellar su confesión
de amor, el peligro se hizo presente y una fuerza descomunal oprimió sus
cuerpos. Como si invisibles manos gigantes los hubieran atrapado, aquella
fuerza los arrastró por el lugar.
Buscaron resistirse pero fue inútil.
Freya resintió el azote contra el suelo cuando la dejaron caer. Buscó
levantarse rápidamente, pero los grilletes en su cuerpo se magnetizarse contra
el suelo, impidiéndole abandonarlo.
— ¡Sugita! —ella gritó al ver que el
santo continuó siendo arrastrado hacia un abismo gigantesco en el cual no cayó,
sino que su cuerpo continuó su camino violando las leyes de la gravedad hasta
que bruscamente se detuvo ante una figura que lo aguardaba en el centro del
mismo.
—
Nos volvemos a ver, guerrero que hace llover sangre.
Sugita de Capricornio reconoció ese tono
de voz, encontrándose con los ojos amarillentos de Sennefer, Patrono del Zohar
de Estéropes.
— Imaginaba
que nuestro reencuentro sería inevitable, mas jamás creí que sería bajo tales circunstancias…
—dijo él con una malévola sonrisa.
Freya empleaba lo que tenía de fuerzas
para liberarse, pero no lograba nada.
— No
importa cuánto te retuerzas, tus ataduras no cederán —escuchó de una
segunda voz espectral, la de Ehrimanes, quien se materializó de entre las
sombras a su diestra.
— ¡Tú...! ¡¿Qué es lo que sucede?! ¡¿Qué
planeas hacer con nosotros?! —Freya bramó furiosa.
Ehrimanes mantuvo su distancia de la
guerrera, tomando precauciones al no querer repetir la incómoda situación de
tener que salvarle la vida sólo por las
letras pequeñas de su contrato.
— ¿Yo
a ti? Nada —respondió, mirando fijamente hacia donde los dos hombres se
mantenían levitando sobre el abismo—. Aunque
no puedo decir lo mismo de tu amiguito. Consuélate sabiendo que tuviste la
oportunidad de despedirte de él.
— ¡¿Qué?! —Freya exclamó asustada,
mirando en la misma dirección que su enemigo, presintiendo que algo terrible
estaba por suceder.
— ¿Sennefer, qué es lo que pretendes
ahora? —el santo logró preguntar, dedicándole una mirada hostil y retadora pese
a la situación.
— Entiendo
que Engai te explicó tu inusual origen ¿o me equivoco? —Sennefer evadió la
cuestión con otra—. Un espíritu
primigenio encarnado en el cuerpo de un ser humano, jamás creí que alguien se
atrevería y sin embargo aquí estás. —El Patrono estiró la mano y sujetó con
fuerza el cuello del santo dorado, estrujándolo con claro resentimiento—. Es irónico que uno de aquellos mismos
espíritus que ayudaron a destruir la antigua Era vuelva a ser la herramienta
que provoque otro estruendoso final.
La fuerza que mantenía a Sugita flotando
se desvaneció y sólo era la mano de Sennefer la que evitaba que cayera al pozo
infernal.
— ¿Tú
también? —pensó el santo al recordar palabras parecidas del finado
Patrono—. Te diré lo mismo… que le dije a Engai… yo nunca… serviré al mal, sin
importar lo que digan de mí…
— ¡No, no lo hagas! ¡Detente! —gritaba
histéricamente la joven guerrera de Asgard.
— De
verdad que tienes fuertes sentimientos por ese muchacho—se mofó Ehrimanes,
sin girarse—. No deberías, ¿sabes por
qué? Porque él es un monstruo incluso peor de lo que yo o Sennefer podríamos
llegar a ser.
— ¡Mientes! —fue la respuesta inmediata
de la guerrera, cuya frustración apenas y podía seguir siendo contenida por su
cuerpo, por lo que algunas lágrimas comenzaron a luchar por salir de sus ojos.
— ¿Por
qué te mentiría? Quizá es el corazón de Aifor que aún late en mi interior, pero
no deseo que una querida amiga muera
desconociendo que el hombre al que parece amar es un monstruo.
Pese a la veracidad y honestidad que tal
sentencia llevaba consigo, Freya se aferró a sus sentimientos.— No es cierto…
no puede ser un monstruo porque yo… yo lo…
Dudó un instante al pensar en la
posibilidad, ¿qué tal que sí lo fuera? ¿Pero cómo? ¿Por qué? Es cierto que no
lo conocía del todo, pero en lo que sí ha podido observar desde el día de su
aparatoso encuentro, no había nada que le obligara a creer las palabras de
Ehrimanes.
— Aunque fuera verdad… yo… ¡No quiero
que muera! —ella clamó.
— No
moriré —escuchó en su mente. Fue un breve mensaje a través del cosmos que
la hizo volver la mirada a donde Sennefer estaba por actuar—… Freya, pase lo que pase yo… ¡no moriré!
— Si
esas son tus últimas palabras, te desilusionarás —musitó Sennefer segundos
antes de encajar su afilado pulgar en la yugular del santo de Capricornio.
El dolor fue agudo, pero momentáneo, se
diluía con el brote de sangre que provocó el corte realizado por el Patrono.
Sennefer tenía pensado retenerlo entre
sus manos hasta desangrarlo por completo y vanagloriarse de ello, sin embargo lo olvidó en el momento
en que la sangre del santo dorado hizo contacto con su piel y ésta comenzó a
quemarlo como si se tratara de ácido. El Patrono recordó aquella ocasión en
Meskhenet, en la que una de sus criaturas se alimentó de la sangre del santo de
Capricornio y terminó con las entrañas derretidas, jamás imaginó que él mismo
sería vulnerable a tal poder. Por
ello no demoró en dejarlo caer al vacío.
Fueron tres individuos los que
observaron el descenso de Sugita de Capricornio hacia el Abismo, pero sólo uno
de ellos lanzó un gritó desolador que coincidió con el inicio de sonoros
crujidos provenientes del interior del agujero infernal.
Sennefer y Ehrimanes aguardaron
expectantes, sintiendo que sus cuerpos se fortalecían por la energía que
comenzaba a emanar de aquel foso.
/-/-/-/-
— ¿Kenai? ¿Qué es lo que sucede?
—preguntó consternada la amazona de Tauro, al ver cómo su compañero de armas se
quedó rezagado de un momento a otro, frenando al resto del grupo en medio del
desierto.
El santo de Cáncer no reaccionó de
inmediato, pues intentaba encontrar la razón de su repentino malestar. Con una expresión de
extraviado se giró hacia la amazona cuando ésta le puso la mano en la hombrera
de su armadura.
— ¿Escuchan eso? —alcanzó a decir el
santo al instante en que fueron alcanzados por el resto de los guerreros.
— ¿De qué hablas? —cuestionó Calíope,
sin escuchar nada en particular.
— No se muevan —alertó seriamente el
shaman Ren Tao, mirando en la misma dirección que el santo de Cáncer.
— Parece que llegamos tarde —secundó el
shaman Horokeu.
— O justo a tiempo según el caso —añadió
Syaoran Li.
Assiut y Kaia se miraron con
desconcierto, siendo Clyde de Megrez quien se adelantara a decir—: La muerte se
ha abierto camino…
Situados en una alta duna dentro del
desierto, el grupo de guerreros pudo observar la inquietante manera en que a
kilómetros de distancia la arena comenzó a volverse oscura. Aquella alfombra de
cenizas se extendió rápidamente, deteniéndose
hasta alcanzar los cinco kilómetros de diámetro.
— Por todos los dioses, ¿qué rayos es
eso? —cuestionó la Apóstol de Isis, sorprendida por el fenómeno.
Sin que nadie pudiera dar una respuesta
concreta, todos sintieron el estremecimiento del suelo. Un terremoto que
comenzó leve pero segundo a segundo aumentó su intensidad. Escucharon el crujir
del subsuelo, pues algo escarbaba y subía, buscando desesperadamente emerger a
la superficie, y así lo hizo.
El círculo de arena negra estalló cual
erupción de un volcán, pero en vez de fuego o nubarrones de vapor liberó una
densa marejada de energía oscura, disparándola al cielo en un continuo y
ensordecedor cauce.
La explosión no alcanzó a herirlos, pero
de alguna manera resintieron su fuerza y peligrosidad, siendo los shamanes los
más susceptibles a la malignidad que brotaba de la boca de aquel cráter.
Los terribles vientos arremolinaron la
arena formando tornados dispersos por toda la zona, convirtiendo el apacible
desierto en un lugar donde la misma naturaleza aullaba por el desequilibrio
ocurrido.
— ¡Es
un ka lleno de maldad! —percibió Assiut, pasmado por lo que sus sentidos
captaban—. ¡Supera todo aquello que haya
sentido antes, ni siquiera Sennefer irradia tal malignidad!
— ¿Es
esto a lo que se refería el espíritu de la muerte? —Kenai pensó, colocando
su mano sobre el pecho como un reflejo—. ¿Significa
que he fracasado con mi encomienda?
Pese a la ascensión de la oscuridad al
cielo, no cambiaba la forma natural en la que los colores en el campo celeste
pasaban de unos a otros para traer el amanecer, por el contrario, la columna
negra sólo alzó aquellos tornados para despejar cualquier nube perdida.
El señor de los Tao descendió de su
corcel, adelantándose sin temor al grupo y disponiéndose a enfrentar el
escenario caótico.
— He visto escenarios peores, y por
experiencia sé que esto sólo empeorará —aseguró, conservando su temple—. Por lo
que aquellos que no crean tener las agallas para hacerle frente, será mejor que
retrocedan y no estorben. — En su mano se materializó la empuñadura de una
espada de plata, cuya hoja plegadiza se estiró hasta alcanzar su auténtica
longitud tras un simple movimiento de su muñeca.
— Esto se va a poner feo —intuyó Horokeu,
entristecido por aquel abismo que deformó el hermoso desierto.
El sol emergió igual que siempre por las
dunas arenosas, pero su luz nunca había quemado tanto como ese día…
En cuanto les golpeó la espalda, la
mayoría de ellos sufrió un dolor profundo en el pecho que les cortó la
respiración unos instantes. Sólo Ren Tao, Horokeu Uzui y Syaoran Li fueron
inmunes, pero aún así se mortificaron por lo que ocurría a su alrededor.
— ¡Esto… no… no puede ser! —alcanzó a
decir Kenai de Cáncer, conociendo a la perfección la sensación sobre su cuerpo,
pues la experimentó y sufrió mucho siendo un niño que apenas estaba aprendiendo
a controlar sus dones—… ¿Quién o qué… está intentando poseer mi cuerpo?
—cuestionó totalmente confundido.
— No eres el único —dijo Clyde de
Megrez, oprimiéndose la frente al combatir el mismo enemigo invisible que
intentaba desplazar su alma, ¿cómo no reconocer tal sensación después de
haberla vivido tanto tiempo con Ehrimanes?
— ¿Qué es lo que está pasándoles?
—preguntó el shaman Horokeu a sus amigos más allegados.
— ¿Acaso no lo sientes? —recriminó Ren
Tao, volviéndose un poco hacia el sol, alzando una mano para anteponerla sobre
su rostro y ésta recibiera directamente los cálidos rayos de luz.
— Es una maldición— él sentenció, preocupando
a los oyentes.
/-/-/-/-
Grecia,
el Santuario de Atena
Adonisia de Piscis se mantuvo
resguardada en las sombras del Gran Salón, custodiando una pequeña caja de
madera en sus manos, mientras Albert, antiguo santo de Géminis, permanecía de
pie en el balcón que le permitía tener una vista muy completa del Santuario.
Desde allí había observado la ascensión de las tonalidades claras del
firmamento, sabiendo lo que aquel amanecer traerá consigo.
— Llegó el momento—dijo ella con total
calma—. ¿De verdad ocurrirá tal cual dices? No me lo imagino.
— Lo verás por ti misma —respondió sin
volverse, vistiendo una nueva armadura de colores azules y plateados que cubría
por completo su cuerpo, tal cual la cloth de Géminis lo hacía antes—. Sólo
aquellos que me son leales han sido
advertidos, el resto sufrirá de la maldición que está por desatarse y serán
eliminados.
— ¿Y qué hay de los inocentes? —cuestionó divertida la amazona—. Pese a tu
despiadado corazón le ordenaste a la amazona de Perseo que usara su magia sobre todos en Villa Rodorio e
incluso algunos sirvientes del Santuario.
— Yo no deseo la aniquilación de la raza
humana —Albert aclaró—.Esta maldición volverá a poner a prueba a la humanidad,
por lo que preservar un número determinado de personas nos permitirá realzarnos
en una nueva era en cuanto el cataclismo
termine.
— Entonces ¿intentas convertir el
Santuario en una clase de “arca”? Qué encantador suena. —La mujer rió un poco.
— Mi visión tiene un precio —confesó,
sin un vistazo de remordimiento.
— Un escalón más arriba por cada cadáver
en el suelo —comentó hilarante la amazona.
— El señor Avanish me dio la oportunidad
de sobrevivir a esto e imponerme al resto de los Patronos si ese era mi deseo
—Albert explicó, palpando su nueva armadura de combate—. Él sabe que los seres
humanos somos competitivos, por lo que mientras sus súbditos continúen
enfocados en lo que a él de verdad le importa, podemos hacer nuestra voluntad…
Ese fue el convenio.
— ¿Te consideras un Patrono ahora? Te
luce bien tu nueva vestimenta ¿de verdad es indestructible?
— Las batallas que se han librado dejan
en claro que no lo son, pero debo reconocer su poder —Albert respondió—. Ya
entiendo por qué Iblis se empeñó tanto en obtenerla… desafortunadamente para él
no advirtió lo que en verdad desataría al llevarme ante el señor Avanish
—sonrió de manera burlona.
— Es extraño que un Zohar estuviera
sellado dentro de ese templo y que nadie en el Santuario lo supiera.
— Mi antiguo maestro era un hombre
sabio, pero descuidado en muchos aspectos. No culpo su falta de conocimiento,
su ascensión al trono no fue como en los tiempos antiguos en los que el futuro
Patriarca debía ser nombrado e instruido por el actual antes de tomar su lugar,
recibiendo todo su saber. Cada Guerra Santa del pasado ha llevado a que se
pierda valiosa información e incluso hoy el Santuario mantiene secretos… Algún
día pienso descubrirlos todos —se prometió.
Según escuchó de Iblis, el Zohar que
ahora portaba fue un obsequio que se le entregó al Santuario centurias atrás,
un tesoro de la era mitológica que fue forjado por la misma Gea para sus hijos,
pero que al ver las constantes disputas y tensiones entre su progenie decidió
resguardarlas.
Quizás este Zohar fue dado como un
tributo de paz o una ofrenda a la diosa del Santuario, y su ubicación se perdió
hasta que Iblis, obsesionado por tener su propia armadura invencible, dio con su paradero. Así como en Egipto el Patrono
Sennefer reclamó su vestimenta, ahora él se hizo con su propio Zohar. En cuanto
cubrió su cuerpo, Albert sintió su cosmos fortalecido de alguna manera,
transmitiéndole una sensación de invencibilidad momentánea, pues sabía que si se dejaba llevar por ello terminaría
como el resto de los Patronos derrotados… y él no podía fallar.
— Pero enfrentemos un amanecer a la vez
—dijo, atento a cómo el sol emergía por el horizonte—. Hoy será el primero...
El sol salió, golpeando montañas,
construcciones y personas petrificadas, pues en Villa Rodorio no quedaba ni un
ser de carne y hueso que pudiera ser alcanzado por la maldición impregnada en
los rayos del sol, pero en el Santuario el escenario era diferente.
Los que no fueron transformados en
piedra por obra de la Máscara de Medusa, en cuanto eran alcanzados por la luz
del sol sufrían de terribles convulsiones, terminando en el suelo,
retorciéndose y gritando de dolor. El tiempo en cada individuo podía variar,
pero la señal del cambio siempre llegaba cuando sus ojos se tornaban
completamente blancos.
Sus cuerpos quedaban estáticos, como si
hubieran muerto de manera fulminante tras un ataque cardiaco, los ojos siempre
abiertos y mostrando ese lienzo blanquecino que terminaba por cubrirse de color
oscuro, y sobre el cual aparecían pupilas de color blanco.
Tras eso, cada víctima permanecía unos
segundos aturdida y desorientada, se miraban las extremidades, se tocaban la
cabeza y el rostro; algunos buscaban sus reflejos en agua o superficies
pulidas, pero al final todos y cada uno sonreían de manera siniestra antes de
liberar una carcajada frenética.
El cuadro se repitió no sólo en el
desierto de Egipto o el Santuario, por todo el globo, aquellos que eran tocados
directamente por los rayos del sol terminaban convertidos en avatares de
entidades salidas del Abismo que Sennefere y Ehrimanes abrieron, permitiéndole
así a sus congéneres el regresar a este mundo en nuevos recipientes.
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Egipto
— ¡¿Qué clase de maldición es esta?!
—gritó Assiut, intentando reponerse de la fuerza que, en vano, buscaba
apropiarse de su cuerpo—. ¿Y por qué ustedes no se ven afectados? —preguntó con
desconfianza a los tres hombres peliblancos.
— No lo sabemos —respondió Horokeu de
inmediato, intentando tranquilizar las cosas—. Tienen que creernos, pero desde
que participamos en esa batalla hace quince años algunas cosas cambiaron en
nosotros… para bien o para mal.
— En lugar de comenzar a desconfiar de
sus aliados deben mantener la calma —indicó Ren Tao con severidad—. Esta
maldición tiene una fuerza descomunal pero ustedes también muestran algo de
resistencia, usen la cabeza.
— Tienen razón… sea lo que sea este
maleficio… nos señala como blancos para espíritus que intentan poseer nuestros
cuerpos —se esforzó por decir Clyde, recuperándose un poco—. Créanme, esto es
lo que se siente…
— Es verdad, algo lo intenta pero se ve
repelido. —Kenai logró levantarse—… Soy un shaman… sé cómo luchar contra ello,
pero la fuerza que lo intenta es muy superior a lo que haya combatido antes…
estoy seguro de que de no ser por la protección de mis tatuajes mi alma habría
sucumbido —explicó el santo de Cáncer —. Y aunque Calíope no es como yo, se ha
salvado por la protección que les coloqué a la mayoría de los santos de oro.
La amazona de Tauro asintió,
oprimiéndose el vientre. —Pero no significa que no duela… es como si mil agujas
ardientes se me clavaran en la piel y en las entrañas.
— En nuestras albas han sido grabados
numerosos hechizos y tienen incrustadas joyas sagradas, es por ellas que
seguimos aquí —teorizó Kaia, Apóstol Sagrada de Isis—… Sin embargo, aunque el
dolor físico es leve, nuestras albas han ganado un extraño peso que me
dificulta el moverme con libertad.
Assiut asintió, mirando los brazales de
su ropaje, los cuales le costó alzar.
— Y si eso está pasándonos a nosotros…
¡¿Qué es lo que sucederá con aquellos que no puedan contrarrestarlo?! —se
alarmó Kaia—. ¿Qué lo provoca?
Ren Tao apartó la vista de donde el sol
ascendía, deduciéndolo por sí solo, más prefirió no decírselo todavía.
— Quizás no puedan hacer nada por el
“qué” lo provoca, pero sí saben el “quién” está detrás de ello— habló Syaoran
Li con envidiable tranquilidad.
— No hay que ser un genio para saber que
esa emanación tenebrosa es parte del problema —señaló Horokeu la fosa y la
columna de oscuridad que ascendía hacia el cielo.
— El plan no ha cambiado —dijo el líder
de la familia Tao—. Esperábamos
contratiempos y helos aquí. Ahora deben apresurarse y entrar a la masbataba en
busca del enemigo.
— ¿Y qué es lo que harán ustedes?
—preguntó Kenai de Cáncer.
— La situación ha distraído sus
sentidos, pero el enemigo ya sabe que estamos aquí —aseguró Syaoran Li.
Lo cierto es que de la arena cercana a
los límites del abismo, comenzaron a salir extrañas criaturas. La bruma oscura
los cubría unos momentos y dificultaba la visión, mas cuando avanzaban se
podían distinguir poco a poco sus rasgos. Algunos eran simples cadáveres
putrefactos armados con espadones y viejas armaduras egipcias; otros bestias
bípedas con cabeza de chacal y fornidos cuerpos hechos de la misma oscuridad
tras de ellos; les seguían escorpiones negros que alcanzaban los dos metros de
alto descartando la cola y el temible aguijón; seres mitad hombres mitad
serpientes entre tantas otras abominaciones.
Todos y cada uno poseían una energía
sombría respaldándolos y su número se acrecentaba como si se tratara de un ejército
de hormigas que salía de su hormiguero en búsqueda de presas.
Quizás para tantos guerreros de élite en
el mismo lugar sería simple eliminarlos a todos, sin embargo, no todas las
aberraciones se precipitaban sobre ellos, sino que se esparcían en todas las
direcciones posibles alrededor del foso.
— ¡Son demasiados! —exclamó Calíope.
— No podemos permitir que se alejen.
Será desastroso si alcanzan cualquier comunidad o aldea —añadió Kaia,
preocupada.
— Es por eso que deben irse —dijo Ren
Tao, impávido pese a que la primera horda de criaturas estaba a pocos metros de
alcanzarlos.
— Nosotros evitaremos que se desplieguen
—aseguró el shaman Horokeu—. Mientras ustedes se adentran a las profundidades y
eliminan este mal de raíz.
El resto del grupo se miraron unos a
otros, no muy convencidos de abandonarlos.
— ¿Están seguros de que podrán ustedes
solos? —insistió Assiut.
En respuesta, Syaoran Li liberó su poder
espiritual, generando una onda invisible de la palma de sus manos que arremetió
contra un numeroso grupo de bestias que
intentó embestirlos. Todas y cada una de ellas se volvieron cenizas ante la
corriente que deshizo sus cuerpos.
— ¿Con quienes crees que estás hablando?
—dijo Horokeu de manera risueña, y ante su deseo decenas de estalagmitas de
hielo salieron del suelo para empalar a diversas criaturas que corrían
libremente por el desierto.
— Además no seremos los únicos —indicó
Ren Tao antes de lanzar un golpe con su espada que generó una onda cortante y
abrió una amplia brecha entre las huestes malignas para que avanzaran.
En el extremo opuesto del campo de
batalla, un estallido hizo a todos volverse para distinguir las llamas del Ave
Fénix pulverizando a un montón de seres oscuros en la distancia.
— Les aseguro que en las sombras no
sufrirán del peso de esta maldición— explicó Ren Tao—. El que ustedes
permanezcan en el exterior es una desventaja estratégica que no podemos
permitir. Ahora váyanse —ordenó, siendo respaldado por sus dos colegas.
— ¿En las sombras? —Kenai de Cáncer
repitió, incrédulo—. Entonces, significa que…
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Grecia,
Santuario de Atena. Templo de Virgo.
Shai, amazona dorada de Virgo, abrió los
ojos súbitamente, como si hubiera detectado a un enemigo dentro de la
habitación que estaba por apuñalarla en el próximo segundo. Aunque en su morada
no encontró rastro de algún intruso, permaneció largos segundos buscando la
fuente del peligro por el que se sentía asechada.
Algo no estaba bien, lo sabía en el
fondo de su alma. Como shaman era más sensible a ello que cualquiera de los
demás habitantes del Santuario, pero aún no vislumbraba del todo la respuesta a
su pregunta.
En cuanto colocó la máscara de oro sobre
su rostro, el llanto de un cuervo llamó su atención. El ave aleteó y planeó de
manera errática y asustadiza por el lugar hasta terminar posándose sobre el
respaldo de una silla.
Shai detectó que se trataba de uno de
los cuervos de Kenai de Cáncer por lo que enfocó sus sentidos sobre él. La
amazona escuchó el mensaje que el santo de Cáncer le transmitió a través del ave,
causándole un gran shock.
Kenai buscó originalmente al Patriarca
pero no fue capaz de encontrarle, por lo que recurrió a ella para esparcir la
alerta y confirmar si el fenómeno estaba ocurriendo no sólo en Egipto.
La amazona escudriñó con sus sentidos y
estos le devolvieron imágenes de personas convertidas en piedra y otras que
tras agónicos gritos desfallecían para instantes después ser reanimados por una
fuerza impía.
— ¿Los rayos del sol? Qué abominación
—musitó perpleja, intentando comprender qué clase de magia o ritual sería capaz de volver la belleza y poder del
sol en la fuente de transmisión de una maldición.
Buscó tranquilizar un poco su corazón
antes de enviar su cosmos hacia los demás, esperando que su voz llegara a
ellos.
— ¿Pueden
oírme, santos dorados? Aquellos que oigan mi voz, les suplico escuchen con
cuidado: un mal terrible está azotando al mundo entero.
En los templos de Leo, Sagitario,
Acuario y el Principal, los santos dorados que permanecían en territorio
sagrado sintieron el llamado de la amazona de Virgo a través del cosmos, siendo
seis los que lograron entablar comunicación.
— La
situación es precaria pues el enemigo ha liberado un conjuro siniestro
alrededor del mundo: todo aquel que sea tocado directamente por los rayos del
sol, su alma será suplantada por una entidad maligna y ésta tomará posesión
completa de su cuerpo. Eso es lo que Kenai me ha advertido.
— ¡¿Qué
estás diciendo?! —Jack de Leo espetó sorprendido.
— Sé
que parece increíble, pero es la verdad —aseguró Shai, acongojada—. Apenas está amaneciendo aquí en Grecia, mas
en otros sitios donde el sol ya se encuentra en su cenit la situación debe ser
incontrolable.
— En
estos momentos sólo los guardias en turno se encuentran expuestos a tal
calamidad —dijo Albert, confirmando que sus actividades aún eran
desconocidas para el resto de sus compañeros—.
Shai, siendo tú quien más conoce sobre esto ¿qué podemos hacer? ¿Hay alguna
manera de salvar a aquellos que han sido maldecidos?
— Kenai
afirma que manteniéndonos en las sombras estaremos bien, y que aquellos que
aceptaron el tatuaje que él diseñó podrán moverse en el exterior, sufriendo una
serie de malestares pero estarán protegidos. El resto deberá abstenerse de
abandonar sus templos y no exponerse al peligro. Suficientes problemas tenemos
para que encima alguno de nosotros se vuelva un enemigo.
En aquel entonces, sólo los santos de
Tauro, Leo, Libra, Escorpión, Capricornio y Acuario aceptaron someterse a tal
ritual.
— Kenai
y Calíope se encuentran ahora en Egipto, con ayuda de otros guerreros
intentarán frenar la fuente de este mal. Por el momento debemos evitar a toda
costa que esto se propague entre los habitantes del Santuario, alertemos a
todos y controlemos a aquellos que ya han sido contaminados por la oscuridad.
No es su culpa lo que está sucediéndoles, por lo que debemos respetar sus
vidas.
— ¿Qué
hay del Patriarca? ¿Ya está enterado de esto? —preguntó Terario de Acuario.
— Ni
Kenai ni yo hemos logrado contactar con él —respondió la amazona.
— Se
encuentra en Star Hill —mintió Albert—. Esto
debería ser un secreto, pero en vista de las circunstancias tengo libertad de
decirlo. Está prohibido que cualquier santo ponga un pie en Star Hill, por lo
que será imposible advertirle de lo que aquí acontece. Sin embargo, confío en
que pronto se percatará de ello y tendremos noticias de él. Hasta entonces
estamos solos.
— No
podemos distraernos del todo… ¿Acaso no lo ven? Esta podría ser la mejor
oportunidad del enemigo de invadirnos y tomar lo que tanto ansían —dijo
Asís de Sagitario, preocupándose por el niño que juró proteger y sabía se
encontraba en el Templo Principal.
— Alertaré
a los santos que vigilan sus moradas, ellos los mantendrán a salvo y a la
señora de Polaris —dijo Albert.
— Albert,
Asis y Adonisia, al no contar con la protección que Kenai marcó en los demás,
lo mejor será que permanezcan en sus respectivos templos; si el enemigo intenta
invadirnos serán los encargados de repelerlos —sugirió la amazona de
Virgo—. De ese modo yo, Jack y Nauj
podremos socorrer a los civiles y retener a los que han caído víctima de la
maldición.
— ¿Acaso
te has olvidado de mí? —recriminó Terario.
— Ni
por un momento —aclaró ella—, pero
tampoco olvido que estás herido y no te has recuperado de tu última batalla.
Aunque cuentes con el sello de Kenai, en tu estado sería peligroso que te
expongas al maleficio, por lo que te suplico, evítanos la pena de tener que
someterte si te conviertes en un enemigo.
Terario deseó objetar, mas terminó
aceptando ya que no deseaba transformarse en algo sin voluntad y que pudiera
dañar a otros, sobre todo a Natassha, quien dormía aún en su cama.
— No
logro percibir el cosmos de Nauj —indicó Jack, siendo el primero en
percatarse de su ausencia en el enlace mental.
— ¿Habrá
salido del Santuario? —cuestionó la amazona de Piscis —. ¿O es que acaso ha caído víctima de este
embrujo? —inquirió con complicidad hacia Albert—. Él siempre vaga por inusuales rincones del Santuario, no puedo ser la
única que lo ha notado.
— Es
cierto… pero dudo que alguien como él pueda caer víctima de tal maleficio
—dijo Jack de Leo.
— Es
algo que descubriremos, Jack —aseguró la amazona de Virgo—. Por lo pronto, es lo que debemos hacer y
confiar en que Kenai y Calíope tendrán éxito en su cruzada.
/ * / * / * / *
Egipto.
— ¿Lo
quieres salvar? —escuchó apenas en un susurro, pero extrañamente lo
bastante claro pese a los estruendos, risas y su propio llanto atiborrando sus
oídos.
—Puedes…
Confía…
Freya escuchaba de una voz proveniente
de su interior, ¿su conciencia?, ¿su
corazón? No podía determinarlo mientras era vapuleada por aquel vendaval
desatado.
En cuanto el santo de Capricornio se
perdió dentro de la negrura del Abismo, de las profundidades estallaron fuerzas
malignas que se alzaron como un sonoro géiser que destruyó el techo sobre ellos
y liberó su poder en el mundo exterior.
Freya se sintió morir al estar en medio
de todo aquello, debía morir, una parte de ella lo sabía, pero su corazón
continuaba latiendo y su alma continuaba dentro de su cuerpo.
Aún prisionera, pudo ver cómo Ehrimanes
se encorvó hacia atrás mientras su cuerpo se incendiaba con llamas oscuras y un
gesto de éxtasis desencajaba sus ojos,
manteniendo una amplia y grotesca sonrisa desencajando su mandíbula.
El Patrono Sennefer lanzó un grito
despavorido, pero no de dolor, fue un aullido de júbilo total. Él fue golpeado
directamente por el torrente que quebró el techo y ascendió al cielo, el cual
no lo arrastró fuera del complejo, ni siquiera lo hirió, en su lugar lo
revitalizó tal cual esperaba. Con el Cetro de Anubis en su mano podía sentir un
poder descomunal fluyendo por su cuerpo, recargándolo, fortaleciéndolo para
poder contener su nueva fuerza.
Su cuerpo sanó completamente, y aunque
en su aspecto no hubo cambios notorios, en su cosmos la diferencia era abismal.
Lo mismo podía sentir Enrhimanes, quien
compartía la raíz del Abismo en su ser, por lo que se vio beneficiado por la
abertura de aquel portal por el que sus hermanos estaban entrando al mundo
humano después de milenios de exilio.
Ehrimanes comenzó a carcajear de manera
demencial, pues sentía todo ese poder fluyendo en él, uno que le daba la
certeza de que podrá romper todas las barreras que le han impuesto en este
mundo… No existían más cadenas que lo detuvieran para ver cumplidos sus anhelos
y estaba por comprobarlo.
Mientras aquel par de monstruos se
regocijaban con lo obtenido de su ritual, Freya se esforzó por no perder la
conciencia, concentrándose en la cálida sensación en su pecho. Sabía que eso era lo que mantenía latiendo su
corazón pese a que la energía demoniaca que fluía a su alrededor le helaba los
huesos en un intento por absorber su vida.
Ella no podía moverse, no podría
defenderse y eso no le importaba en lo más mínimo a Ehrimanes, quien se acercó
a paso firme y la miró detenidamente. Abrió las palmas de sus manos y dejó que
en su mente quedara clara una idea…
Él sonrió ampliamente, pues esta vez no
sintió su cuerpo temblar, ni fue advertido por aquello que le impedía romper su trato. Ese silencio lo animó a precipitar sus manos
sobre el cuello de la chica, apretándolo con brusquedad, alzándola del suelo
para verla a los ojos mientras la estrangulaba.
Ehrimanes volvió a reír a todo pulmón
pues se sabía libre de la atadura que la
magia y la sangre sellaron tiempo atrás en Asgard. Se mofó de todos aquellos
que había engañado y manipulado para llegar a este punto de su existencia,
sintiendo un creciente frenesí por alimentarse.
— Sé
que serías mucho más útil si te vuelves un recipiente más para mi especie, sin embargo
esto… este momento merece ser celebrado —dijo la criatura, agarrándola
fuertemente del cabello para exponer su yugular—. Es gracias a mí que ha ocurrido, por lo que nadie podrá reclamarme el
que tome una insignificante vida. —Abrió la boca que se deformó en
grotescas fauces que estaban por cerrarse en el cuello de la guerrera
asgardiana.
Sangre fluyó ante a él y manchó su
rostro, mas no provino de la mujer, sino de sus propios brazos que fueron
cercenados ante sus ojos.
Pasó demasiado rápido y culpó su falta
de atención a la dicha de su triunfo.
Ehrimanes miró hacia donde un fuego
anaranjado brillaba con intensidad, uno que nacía de una espada que era
sostenida por un hombre que no esperó tener que volver a ver en su vida, y que
al mismo tiempo le acababa de arrebatar a la mujer que sería su alimento.
— Esto
sí que es una sorpresa —dijo la criatura, sin inmutarse por sus brazos
cortados y la sangre que borboteaba de
las heridas—. Hola Clyde, no te esperaba.
El dios guerrero de Megrez, con su
ropaje intacto y espíritu combativo en alto ladeó la espada flamígera para
iluminar al resto de sus acompañantes.
— Traje compañía—Clyde de Megrez
respondió desafiante, sin soltar a la aturdida Freya.
Respaldándolo se encontraban Assiut de
Horus, Kaia de Isis, Kenai de Cáncer y Calíope de Tauro.
— Bienvenidos
—se escuchó la voz de Sennefer, cuyos ojos serpentinos brillaban desde la
fuente de oscuridad—. Es un placer volver
a ver reunidos a Apóstoles y a Santos sólo por mi sencilla presencia
—sonrió—. Tal vez mi hermano no los esperaba, pero yo sí —admitió—. Ansiaba que llegaran hasta aquí los
primeros sacrificios con los que pueda experimentar mis renovadas fuerzas.
— Todo termina aquí, Sennefer —se
adelantó Assiut, Apóstol Sagrado de Horus.
— Sí
que lo hará —concordó el demonio.
- FIN DEL CAPITULO 54 -