Grecia.
El Santuario de Atena. Gran Biblioteca.
Elphaba, amazona plateada de Perseo, se
adentró sola a aquel sitio donde se encontraban almacenados tomos históricos y
papiros antiquísimos. La Gran Biblioteca no era un lugar que ella frecuentara,
es más, esforzándose por recordar el número de veces que estuvo en ella podría
decir que sólo fueron una o dos y en ambos casos fue para entregar un mensaje
al custodio oficial del lugar: Giles, santo de plata de la constelación del
Reloj.
A diferencia de sus otros compañeros
plateados, el santo del Reloj permanecía la mayor parte del día dentro de la
Gran Biblioteca, sumergido en la historia antigua, restaurando o traduciendo
tomos, preservando y cuidando cada una de las reliquias históricas que allí se resguardaban;
asesorando a quienes visitaban el recinto buscando determinada información en libros,
e incluso impartiendo clases de idioma a quienes lo necesitaran. “Giles el bibliotecario” lo apodaban,
pero en vez de molestarse lo tomaba con agrado y aceptación.
Pero Elphaba no estaba allí para algo
que tuviera ver con el santo del Reloj, sino que recibió la instrucción de
presentarse ante el santo dorado de Géminis.
Cuando la amazona cuestionó la razón de
aquel encuentro, el mensajero dijo desconocerla. Intrigada es que dejó su
puesto y viajó hasta allí.
Pese a que el Tercer Templo del Zodiaco
estaba por ser completamente restaurado, Albert de Géminis decidió permanecer
en la Gran Biblioteca, donde hacía tiempo mandó a construir un aula privada que
serviría como su lugar de estudio.
Los santos de Géminis y Reloj compartían
el mismo gusto por el saber y la Historia, por lo existía una respetuosa
amistad, algo que asombraba a muchos al conocer el carácter del santo dorado.
La Gran Biblioteca era un edificio
modesto pero enorme. Al entrar hay una doble puerta que todos deben asegurarse
de cerrar. La amplia sala está repleta de estantes, unos detrás de otros que
dan la impresión de formar un laberinto, mas en el centro de ella se mantiene
un espacio abierto que divide el recinto en dos mitades. Este camino cruza de
norte a sur la estancia, marcándola con una alfombra roja de bordes dorados y
en el centro se halla un mueble de madera con su respectivo asiento en el que
el bibliotecario suele estar para trabajar en cualquiera de sus proyectos y
atender a los visitantes.
Elphaba avanzó hacia allá, alzando la
vista para contemplar una parte del segundo piso en el que se encontraban
algunos de los ejemplares más antiguos del Santuario, así como aulas especiales
en las que se resguardaban algunos documentos históricos invaluables que sólo
las grandes autoridades del Santuario podían solicitar ver.
Había mucha iluminación por las grandes
ventanas que se ubicaban muy arriba en los muros y por los tragaluces en el
techo.
Elphaba buscó a Giles, encontrándolo
entre aparadores en los que acomodaba algunos libros. El santo del Reloj era un
hombre joven de estatura media y delgada complexión, cabello corto oscuro pero
con largas patillas cubriendo sus mejillas. Lo que más resaltaba a la vista,
omitiendo que no vestía su cloth pese a que se encontraban en tiempos
peligrosos, era el monóculo que cubría su ojo izquierdo.
— Elphaba, qué sorpresa verte aquí —dijo
él, sin voltear a verla—. Supongo que no es por aprendizaje o lectura. ¿Traes
algún mensaje?
— No estoy aquí por eso —respondió
ella—. El señor Albert pidió verme, ¿podrías mostrarme el camino? El lugar es
enorme y no deseo andar por allí perdida o entrar por accidente a zonas
restringidas.
— ¿Albert? —preguntó, guardando silencio
un instante—. Ya veo. Últimamente ha recibido a varios santos aquí.
— ¿Sabes con qué motivo? —la amazona
inquirió.
— Él es reservado —respondió, caminando
por los pasillos con la intención de llevar a la amazona a su destino—. Pese a
que nos encontramos con frecuencia aquí y charlamos de cosas triviales, no soy su
confidente.
— Es sólo que me pone nerviosa —explicó
la joven que portaba la máscara de Medusa—. No somos cercanos y he cruzado
pocas palabras con él.
— En el fondo es un buen sujeto —intentó
tranquilizarla.
Giles la condujo por la primera planta,
llegando hasta el fondo del recinto y deteniéndose frente a una puerta de
madera.
— Es aquí— el santo dijo, llamando a la
puerta con los dedos.
Un lejano —“Adelante”— fue escuchado por ambos, a lo que fue la señal de Giles
para marcharse y seguir con sus deberes.
Elphaba le agradeció y giró el pomo de
la puerta. En cuanto se asomó a la habitación escuchó una bienvenida.
— Elphaba, gracias por venir —dijo el
Santo de Géminis, quien se encontraba sentado en su silla de terciopelo azul,
detrás de un escritorio de caoba oscura en la que había libros ordenados y
otros utensilios como plumas, hojas de papel, sellos y un tintero.
— Por favor pasa y toma asiento— le
pidió al dejar de leer un documento que seguramente había terminado de escribir
minutos antes de su llegada.
Las ventanas estaban cubiertas con
cortinas de color tinto, por lo que los candelabros de los muros se encontraban
encendidos. Había un alto biombo de madera que separaba con elegancia el
espacio de estudio del de descanso.
Elphaba inspeccionó discretamente el
lugar, sentándose en la silla en la que se le indicó.
— Sé que tienes tus obligaciones, por lo
que prometo ser breve —prosiguió el santo de oro, entregándole toda su
atención—. Te preguntarás por qué te llamé.
— Admito que me siento intrigada
—Elphaba respondió con honestidad, pues aunque Albert era quien mejor
organizaba las defensas del Santuario jamás le había transmitido una orden
directa—. Pero dígame, ¿qué es lo que puedo hacer por usted?
— Supongo que estás enterada de la
verdadera situación que rodea al Santuario. Hay poderosos enemigos que nos
acechan desde el exterior y que en cualquier momento podrían reiniciar la
guerra.
— El Santuario se encuentra en alerta
máxima y esperando responder cualquier nuevo altercado —dijo la amazona,
defendiendo el esfuerzo de sus compañeros.
— Lo sé —Albert aclaró, sonriendo débilmente—.
El problema es que no importa cuántos sean los guerreros o la voluntad de los
mismos, el Santuario caerá.
— ¿Qué? —la amazona se contrarió—. ¿Cómo
puede decir algo como eso? —reprochó, ocultando su sobresalto.
— Porque no sólo tenemos que lidiar con
el peligro del exterior, sino también del que se encuentra en el interior. Aquí
dentro hay muchos peligros de los que no están enterados. —. Albert la miró
fijamente a la cara, donde suponía se encontraban sus ojos, detrás de los
parpados sellados de Medusa.
— ¿Se refiere a esos dos niños? —La
amazona sabía el secreto, Seiya de
Pegaso se lo confió así como a otros dentro de la Orden de Plata—. Sin importar
su origen, son seres indefensos que merecen protección. No creo que usted se
haya acercado a ellos, de lo contrario sabría que son chicos incapaces de herir
a alguien. Me sorprende que un hombre como usted juzgue de esta manera.
— Ja. Esas dos entidades es el menor de
los problemas, Elphaba —explicó hilarante antes de continuar—. La verdad es que
el enemigo está por hacer un movimiento con el que podrá poner el mundo a sus
pies en cuestión de un día, tal vez menos. Y no está en mis planes que el
Santuario se desmorone ante mis ojos.
La situación sonaba grave, pero había
algo en la forma en la que el santo de oro se expresaba que parecía ocultar
algo. Elphaba comenzó a desconfiar.
— ¿El Patriarca está informado de esto?
—ella preguntó.
— Sólo pocas personas de mi entera
confianza lo saben —el santo respondió con tranquilidad—. Y temo que el
Patriarca no se encuentra entre ellas.
Elphaba tragó saliva, sabiéndose en una
situación delicada y comprometida.
— ¿Por qué…? —La mujer iba a hacer una
pregunta, mas Albert la interrumpió.
— No me malentiendas. Admiro al
Patriarca Shiryu, hizo una excelente labor alzando el Santuario en esta nueva
era y lo aprecio por haberme entrenado durante años —Albert musitó con calma—.
Pero cierto es que no es el más capacitado de los hombres como para continuar a
la cabeza.
— Señor Albert esto… — La amazona de
Perseo se mantuvo en la silla sólo por prudencia, no porque le gustara escuchar
tales sacrilegios—… Sus palabras podrían malinterpretarse.
— ¿Crees que me equivoco? —Albert la
cuestionó, divertido —. El Patriarca ha
sido descuidado, tal vez fue el mejor en épocas de paz pero no es bajo su
dirección que el Santuario podrá sobrevivir a lo que viene.
— ¿Y quién lo está entonces? ¿Tú? —Elphaba
olvidó la formalidad en sus palabras. El hombre frente a ella no hacía más que
blasfemar, pero no sabía qué hacer.
¿Por qué es que el santo de Géminis
estaba exponiendo su rebelión contra el Patriarca? ¿Acaso creyó que ella
aceptaría seguirlo? ¡Qué ridículo!
Sin embargo ¿qué podía hacer ella? Si él
se lo decía tan abiertamente es que no temía una negativa de su parte. Tal vez
esperaba que por presión aceptara estar de su lado o asesinarla en cuanto fuera
evidente su rechazo.
Su vida peligraba, ahora estaba
convencida de ello. —Tengo que hacer algo… ¿pero qué? —pensó, y en cuanto ese
pensamiento cruzó por su mente un borbotón de sangre comenzó a chorrear por su
cuello.
Fue confuso pues primero vio las chispas
rojas escapar de su cuerpo y manchar los papeles del escritorio, después la
sensación de un líquido tibio corriendo por su cuello y empapando su pecho, e inmediatamente
vino la asfixia que la hizo llevarse las manos al cuello donde un largo y
profundo corte se hallaba.
En pánico y conmocionada, Elphaba se
levantó, tumbando la silla tras de sí, sintiéndose desfallecer. Miró al santo
de Géminis quien continuaba apacible, viéndola morir.
La amazona chocó su espalda contra la
puerta, siendo allí donde se derrumbó. Todo se oscurecía a su alrededor, hasta
que la muerte cerró sus ojos…
— ¿Crees
que me equivoco? —escuchó de la voz de Albert—. El Patriarca ha sido descuidado,
tal vez fue el mejor en épocas de paz pero no es bajo su dirección que el
Santuario podrá sobrevivir a lo que viene.
De un gran sobresalto sus ojos se
abrieron una vez más, llenándose de luz y color para encontrarse a sí misma
sentada en la silla del estudio justo como segundos antes lo estuvo. No había
sangre en el suelo ni herida en su cuerpo.
Albert sonrió con cierta malignidad al
verla pasar las manos por su cuello.
— ¿Qué fue eso? — ella pensó alterada y
respirando con fuerza por aquella pesadilla… ¿o acaso fue una advertencia? ¿Una
premonición de su inminente muerte?
Y como si Albert hubiera leído sus
pensamientos, respondió—: Yo creo que es más una segundad oportunidad, Elphaba.
— ¿Qué dices?... —la amazona preguntó un
poco temerosa.
— Es mejor que lo tomes con calma —le
pidió, sabiendo de la conmoción de sus pensamientos—. No tengo interés en
herirte, si decidí hablarte de todo esto es porque confío en tus capacidades
para lograr mi meta. Necesito de tus habilidades para proteger al Santuario de
lo que está por venir, ¿acaso no te preocupan tus compañeros o las personas en
Villa Rodorio?
— Dudo que en verdad te importe la vida
de los demás —dijo la amazona con rencor, dispuesta a actuar—. ¿Qué te ha
pasado? ¿Acaso lo que los demás decían terminó siendo cierto? ¿Planeas seguir
los pasos de tu antecesor? ¡No llevarás al Santuario a otra era de oscuridad!
¡Nadie lo permitirá!
Los ojos de la máscara de Medusa se
abrieron rápidamente, mas la velocidad de un santo dorado supera eso y más.
La amazona ni siquiera gritó cuando fue
decapitada como la misma medusa de la antigüedad. Su cuerpo cayó a los pies del
santo de oro mientras su cabeza rodaba por el suelo.
Las tinieblas volvieron a nublar su
visión, mas como la última vez la luz y los colores regresaron a sus ojos para
verse sentada en su silla.
— ¿Crees
que me equivoco? —escuchó de la voz de Albert—. El Patriarca ha sido descuidado,
tal vez fue el mejor en épocas de paz pero no es bajo su dirección que el
Santuario podrá sobrevivir a lo que viene.
— No —musitó perpleja, atrapada en aquel
deja vu—. ¡¿Qué es lo que estás
haciéndome?! —preguntó furiosa —. ¡Basta! —exigió.
En esta ocasión la amazona no esperó
dialogar. Convencida de encontrarse atrapada en las ilusiones del santo de
Géminis, decidió huir de allí, esperando que Giles se percatara de lo que
sucedía.
Pudo salir, derribando la puerta;
avanzando por la biblioteca distinguió al santo del Reloj justo en el centro
del lugar. Giles la miró, pero en vez de
preguntarse por su angustiosa huida, sólo movió una mano y, tras un parpadeo,
Elphaba volvió a encontrarse frente a Albert de Géminis.
— ¿Crees
que me equivoco? —escuchó de la voz de Albert una vez más—. El
Patriarca ha sido descuidado, tal vez fue el mejor en épocas de paz pero
no es bajo su dirección que el Santuario podrá sobrevivir a lo que viene.
Elphaba quedó en shock tras haber
comprendido al fin—: No eres tú… no es tu cosmos lo que provoca esto… Giles… él
está contigo, está de tu parte —dijo, casi sin aliento.
— Sus habilidades lo vuelven un aliado
muy valioso junto a los demás que ahora están de mi lado. Espero que ya lo
hayas entendido Elphaba, ¿o cuantas veces más necesito matarte para que comprendas que no tienes
salida? —Albert cuestionó con sorna.
Elphaba sabía que Giles tenía el
extraordinario poder de regresar el tiempo un máximo de cuarenta segundos pese
a ser sólo un santo de plata. Aun cuando pudiera luchar contra él para buscar
una salida, el verdadero peligro era el santo de Géminis.
¿Pero qué podía hacer? ¿En verdad estaba
obligada a aceptar? ¿Cómo era posible que Giles decidiera ayudar a Albert en su
rebelión? ¿Cuántos más de sus compañeros han tenido que pasar por esto?
— Para tu tranquilidad te diré un
secreto, Elphaba—dijo Albert tras escuchar cada palabra de esa mente confundida
y aterrada.
El santo se levantó, provocando que la
amazona lo imitara con movimientos nerviosos.
— Nadie ha cedido por entera voluntad.
Todos y cada uno se han resistido así como tú lo haces —comentó, caminando por
el estudio, alejándose unos metros más de la amazona—. Es una lástima, creí que
serías la primera. La opción más practica sería matarte pero no me gusta que un
potencial como el tuyo se desperdicie… no mentí cuando dije que requiero de tus
poderes y dominio sobre la Máscara de Medusa.
— ¡Jamás te serviría! ¡Estás demente si
crees que lucharía por alguien como tú! —la amazona espetó, regresando a su
cuerpo la convicción de no rendirse—. ¡Por lo que no importa cuánto me tortures,
jamás inclinaré la cabeza ante ti, tendrás que matarme!
— Me suplicas por la muerte pero no
deseo dártela. —Albert sonrió sarcástico—. Hay cosas peores en la vida, Elphaba
de Perseo.
La velocidad de la luz ocultó para los
ojos de la amazona el movimiento que Albert realizó con su puño derecho, concentrando
su cosmos en su mano y liberándolo en un fino rayo de luz que golpeó la frente
de la mujer, atravesando su cabeza, golpeando su cerebro en el que la energía
cósmica comenzó a actuar sobre sus pensamientos.
La amazona quedó inmóvil, su cuerpo
temblaba de manera inconsistente, como un reflejo de resistencia ante las
nuevas señales que estaban sometiendo su ser. Con la quijada trabada no pudo
hablar, sólo un quejido leve emergía de vez en cuando.
Elphaba cayó al suelo, interponiendo las
manos para no derrumbarse por completo, permaneciendo de rodillas y aún con
espasmos recorriendo su cuerpo.
— El malestar es pasajero, pronto todo
quedará más claro para ti —dijo Albert
al volver a su asiento, esperando el resultado que se ha repetido dentro de esa
habitación—. Por lo que volveré a preguntarte Elphaba ¿pelearás por mí y me
ayudarás a llevar al Santuario a la auténtica nueva era?
La amazona tardó en responder, mucho más
que cualquiera de los anteriores a ella. Resistiéndose a vomitar esas palabras que para lo que quedaba de su mente libre
resultaban nauseabundas.
— Sí, señor Albert… —logró decir,
levantándose lentamente hasta adaptar una respetuosa pose en la que cruzó el
brazo derecho sobre el pecho—, será un honor seguir su mandato.
Capitulo
52
Oscura
rebelión, Parte II.
Grecia,
el Santuario de Atena.
Nauj, santo dorado de Libra, dejó atrás
las doce casas en total clandestinidad. Avanzó por los páramos desérticos
durante la noche hacia un destino en particular.
Nada ni nadie se interpuso en el camino
que lo llevó directamente a la zona retirada en donde se hallaba el cementerio
del Santuario.
Conocía su ubicación no porque lo frecuentara
o tuviera un interés particular en él, fue simple trabajo de campo en el que se
vio atareado desde que llegó a Grecia. Su intención fue conocer cada rincón de
la fortaleza que ha albergado a los santos desde la época del mito, y lo logró.
Había mucho viento esa noche, por lo que
la luz de la luna iba y venía con el paso de las nubes en el cielo.
Al adentrarse al lugar todo podía verse
a simple vista: las lápidas enfiladas, la estatua de la diosa que se erigía en
medio de todas ellas y una silueta resplandeciente que se encontraba junto a
una de las losas.
Nauj frunció el entrecejo al verlo allí,
decidiendo avanzar hasta él sin titubeos. Se detuvo tras pesados pasos para
resaltar su presencia y distancia. Había un gesto de reproche en su rostro pero
logró mantenerse pasivo.
Ambas vestimentas doradas brillaron con
el paso de los rayos lunares, resaltando la presencia de los santos en el gris
cementerio.
— ¿Recibiste mi mensaje? —cuestionó el
santo dorado de Géminis, quien miraba con detenimiento la lápida frente a él.
En respuesta, el santo de Libra arrojó al
suelo un objeto que estrujó una última vez en su mano.
A sus pies Albert vio una pieza
maltrecha que alguna vez fue parte de la tiara del ropaje sagrado de Pavo Real.
— Si vas a decir algo, dilo de una vez —respondió
el santo de Libra—. Esta clase de artimañas me son insoportables, por lo que
habla, ¿qué pretendes con eso?
— Entiendo tu hostilidad —dijo Albert al
girarse un poco hacia él. Su sombra cubría las más recientes lápidas fúnebres
en las que se marcaban los símbolos del Escorpión, Loto y Pavo Real
consecutivamente.
— No percibo guardias o algún otro santo
—señaló Nauj—. Ni tampoco veo aquí al Patriarca, por lo que supongo que tienes
otra clase de planes. ¿Me equivoco?
— Eres perspicaz.
Nauj no perdería tiempo en inventar
excusas u ocultar lo evidente. Se supo descubierto
en el momento en que aquel insignificante soldado arribó a su templo con un
mensaje del santo de Géminis. —El señor
Albert desea verlo, dice que es importante… qué usted entenderá— dijo un
poco nervioso al entregarle un paquete envuelto por un trapo blanco. Siendo
cuidadoso y sin que el contenido quedara a la vista del soldado, Nauj se
encontró con aquella insignia fisurada.
— Tal vez no hemos cruzado más de dos
palabras tú y yo, pero te he estado observando Albert de Géminis, entiendo cómo
funciona tu manipulación.
Albert suprimió la risa, pero sus labios
se curvearon:— Es cierto, me percaté de que evitabas cualquier tipo de
acercamiento a mi persona, y también a Kenai de Cáncer —comentó Albert—.
Entendía por qué tu posible repulsión hacia mí, pero no a la de él… Hasta
ahora.
Albert abrió la mano y la deteriorada
insignia levitó desde el suelo hasta su palma.
— Antes no me atrevía a sondear las
mentes de los demás… Más bien no podía,
reprimía mi propio poder, ahora lo sé. Necesitaba estar así de cerca como
estamos ahora, e incluso tener que tocar al individuo en cuestión —explicó, contemplando
la pieza en sus dedos—. No indagué demasiado cuando llegaste a Grecia. Confiaba
en que si existía algo impío en ti Atena nos lo revelaría durante el rito de
nombramiento, por lo que imagina cuál fue mi desconcierto al descubrir que ella
le permitió a un asesino de sangre fría como tú permanecer impune y ser uno de
los guardianes de las Doce Casas.
Nauj permaneció tranquilo, sin negar la acusación.
El santo de Géminis guardó silencio los
segundos que le tomó dirigir la vista hacia la estatua de Atena en ese
cementerio y después volverla hacia el santo de Libra.
— Pero no puedo juzgar a mi diosa, sus
razones tendrá… Soy un hombre razonable, y donde el Patriarca y otros verían
escándalo y deshonor yo encuentro “oportunidad” —aclaró con complicidad.
Nauj intentó mantener sus pensamientos
ocultos, una habilidad que se obligó a ejercitar al enterarse de las
habilidades mentales de Géminis.
— No tienes por qué esforzarte de esa
manera, he visto lo necesario, desde hace días —añadió al percatarse del
alzamiento de barreras psíquicas de un nivel amateur que fácilmente podría
quebrantar—. Fuiste tú quien asesinó al santo de Loto y Pavo Real… Temías que
lo averiguara y que Kenai de alguna manera viera los fantasmas de tu pasado al
creer que un shaman sería capaz de olfatear tu pecado.
El santo de Libra frunció más el
entrecejo, persistiendo en no hablar.
— Desconozco si Kenai sería capaz de ver
algo así en una persona, pero ya no hay de qué preocuparse. Ahora que sé la
verdad eres libre de ese secreto.
— ¿”Libre”, dices? Al contrario —dijo el
santo de Libra, sintiendo como si un grillete se hubiera cerrado sobre su
cuello—. Lo que me inquieta es que no pareces molesto por el descubrimiento.
¿No piensas acusarme, buscar justicia?
— En estos tiempos sería imprudente
desviar la atención con algo tan insignificante.
Tenías un motivo, la venganza es demasiado trillado pero entendible. Esa
experiencia de tu niñez no sólo dejó cicatrices en tu cuerpo sino marcas
imborrables en tu vida que formaron al santo que eres ahora —narró Albert como
si él mismo hubiera vivido aquello—. Pese a que no se trataba de los mismos
desdichados, en el instante en que los viste los transformaste en ellos y
actuaste no como el hombre que eres sino como el niño resentido al que
pisotearon sin piedad. Puedo entender eso.
— ¿Planeas chantajearme, no es cierto?
—Nauj cuestionó, sin equivocarse.
— Te ofrezco una sociedad. En estos
momentos necesito de aliados que estén dispuestos a hacer lo necesario para
regresarle al Santuario su auténtica gloria. Algo que no será alcanzado por los
patéticos mandamases que tiene ahora.
— A mi ver, el actual Patriarca hace un
buen trabajo. ¿Acaso crees que tú lo harías mejor? —Nauj de Libra cuestionó con
ironía.
— Es mi destino —respondió, convencido
de ello.
— ¿Y crees que por tan sólo conocer mi
secreto aceptaría? —Nauj rio con tono sarcástico—. Vaya, pese a haber sido
capaz de leer mi mente y visto mi pasado, tienes una impresión errónea de mí.
— ¿No me permitirás convencerte? —Albert
preguntó con aire tranquilo. Se percató de que no sería tan sencillo añadir al
santo de Libra a su causa, pero una negativa de su parte era algo que había
previsto.
— Si hubieras hecho mejor tu investigación
habrías entendido que jamás me prestaría a una maquinación así —Nauj
respondió—. Es cierto, asesiné a esos dos santos con alevosía y ventaja
—confesó sin remordimiento—. El destino los colocó frente a mí tal vez como una
prueba o como una compensación por lo sufrido, pero en cualquier caso decidí
vengarme pese a que no fueron ellos quienes victimizaron a mi gente.
Nauj movió los pies, en una clara
intención de comenzar un combate—. Me convertí en santo impulsado por la
venganza, sí, pero las acciones de un sólo hombre me hicieron ver que así como
todas las personas en el mundo pueden albergar el bien o el mal en sus
corazones, los santos no son perfectos y también pueden ser consumidos por la
maldad. Y como testigo de ello, del mal que pueden ejercer en este mundo, es
que decidí convertirme en el ejecutor de aquellos que vayan en contra de los
principios de la justicia.
— ¿La justicia ejercida por la mano de
un asesino?— se mofó Albert.
— Mis acciones pasadas quizá contradigan
mi convicción del presente, pero así es la raza humana: complicada —dijo con
hilaridad—. Vine al Santuario para comprobar si en verdad era un lugar santo o
sólo una fachada que ocultaba corrupción como décadas atrás. En todo este
tiempo descubrí, a mi pesar, que sus miembros en verdad son hombres y mujeres
de corazones justos que buscan proteger este mundo. Y ahora, en momentos de
gran necesidad tú, Albert de Géminis, buscas traicionar a tus compañeros, a tu
maestro, a Atena sólo por ambiciones personales. En verdad eres malvado… y debes
ser exterminado.
— ¿De verdad crees eso? —preguntó
Albert, para nada temeroso.
— Al revelarme tus intenciones sabías
que sólo habría dos respuestas y resoluciones. Ya te he dado mi respuesta y
supongo que no me permitirás decírselo al Patriarca ni a nadie más. Intentarás
asesinarme así como yo he decidido hacerlo contigo.
— Entre todos los candidatos esperaba
otra cosa de ti. Pero si esa es tu respuesta entonces es como dices —Albert se
giró hacia un costado, como si mirara a alguien más a su lado—. Pero no podemos
combatir aquí ¿verdad? No sin esperar llamar la atención del resto, tendrás que
ayudarme.
El santo de Libra entendió que hablaba
con una tercera entidad en el lugar, alguien que escapaba a sus sentidos.
Una sensación helada recorrió su ser en
cuanto el ambiente se osciló a su alrededor. Los tintes de la realidad se
degradaron hasta volverse grises, borrosos, casi velos trasparentes sobre muros
blancos. Sólo su imagen y la de Albert parecían ajenas al fenómeno, pero lo que
más le contrarió fue ver con claridad a un tercer individuo en el lugar, se
trataba de un hombre pálido, de feroces ojos verdes y cabellera oscura que
vestía una armadura ligera de color azul.
— ¿Qué es lo que acaba de suceder? ¿Qué
han hecho? —Nauj exigió saber.
— Se dice que cuando la fuerza de dos
santos dorados colisionan es una batalla que puede durar hasta mil días. Para
ocultar este enfrentamiento lo mejor será que peleemos aquí, en el plano
astral— Albert dijo.
— ¿Plano astral? —Nauj repitió,
asombrado de que hubiera podido ser llevado allí sin la oportunidad de
resistirse.
— No hay por qué asustarse —habló el
aliado del santo de Géminis—. Sus cuerpos permanecen sanos y salvos en el otro
plano, lo que ven ahora es sólo la proyección de sus mentes y almas que yo he trasportado
a este lugar donde podrán matarse con total libertad y sin interrupciones.
— ¿Y tú quién demonios eres?
— Si deseas saberlo te complaceré, mi
nombre es Iblis, Patrono de la Stella de Nereo.
— ¿Te has aliado con el bando enemigo,
Albert? —Nauj recriminó al santo de Géminis, quien se abstuvo de responder.
Iblis se rio. — Más que “aliado” él trabaja para mí —corrigió, burlón—.
Y ahora que mi plan está por concluir, sólo resta deshacerse de los estorbos de
manera silenciosa. Ha sido muy divertido convertir a la mayoría de los santos
en nuestras marionetas, y aunque insistí en que hiciéramos lo mismo con
ustedes, la élite de Atena, Albert persistió en decir que eso sería demasiado
complicado y más con el reloj en nuestra contra.
— ¿Estás diciendo que han obligado a
otros a aliarse con ustedes? —Nauj cuestionó, preocupado.
— Asaltar desde el exterior la fortaleza
de la diosa Atena es demasiado cliché —Iblis comentó con ironía—, preferí algo
más sutil e inesperado: conquistar desde el interior. Albert fue el peón
perfecto para llevar a cabo ese fin.
— Ya veo. —Nauj les dedicó una mirada
hostil a ambos—. Si para salir de aquí debo matarlos entonces no demoremos más
esto.
Iblis levitó, elevándose para tener una
vista panorámica del enfrentamiento y a la vez mantenerse a salvo. Aplaudió
como un espectador en las gradas de un coliseo.
— La sola idea de ensuciarme las manos
me provoca una jaqueca. Me mantendré al margen ya que esto fue idea de Albert,
no mía.
Nauj no se fiaría de las palabras de un
enemigo, por lo que decidió mantenerse enfocado en sus dos oponentes.
— Y ya que es la primera vez de ambos en
este plano, es mi deber decirles que no se confíen, si mueren aquí también lo
hará su cuerpo allá afuera. En otras palabras, el resultado será tan válido
aquí como allá —Iblis sonrió con sadismo.
— Es bueno saberlo —musitó Nauj,
esperando una reacción del silencioso santo de Géminis.
Pero la única respuesta de Albert fue el
brillo de su cosmos envolviéndolo.
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Santuario.
Templo de Curación.
Althea, la llamada hechicera, bruja y/o ermitaña
por los pobladores de Villa Rodorio, abrió los ojos dentro de la oscura
habitación. Acostumbrada a descansar en
posiciones o lugares que nadie consideraría cómodos, se había quedado dormida
en la silla de madera que colocó junto a la ventana.
No fue coincidencia que su despertar se anticipara
al peligro que caminaba por las afueras del recinto.
La anciana permaneció con la vista en el
suelo, percatándose de cómo las sombras comenzaron a devorar el resplandor de
la luna que se filtraba por el ventanal, empañando los cristales para impedir
cualquier vestigio de luz.
Completamente cegada por las tinieblas,
la mujer se alzó segura de su asiento y avanzó hacia donde recordaba estaba una
mesa. Sólo sus pasos hicieron ruido en la habitación, después hubo una chispa
que encendió una vela de cera roja. La mujer sopló sobre la cerilla al confiar sólo
en el cirio que dejó sobre el mueble.
La vela iluminó muy poco el entorno,
pero en ningún momento fue invadida por el miedo, ni siquiera cuando una
siniestra figura fue revelada por la luz de su cirio.
La anciana le dedicó una mirada gélida
al recién aparecido. Entre ellos solo la burda mesa rectangular los separaba.
— No
está nada mal, anciana —dijo el joven de cabello oscuro y mirada
electrizante—. Nada mal —repitió con
evidente sarcasmo—. No creí que
encontraría resistencia en este lugar.
— Debería admirarte pues no cualquiera
puede pasar a través de mis defensas —respondió la mujer de cabello rojo.
Lo cierto es que había optado por
colocar hechizos de protección alrededor del Templo de Curación que repelerían
a cualquier ser que albergara malas intenciones o un alma podrida. Lo hizo no
sólo por hábito sino por el peligro que afrenta ahora el Santuario, pero jamás
imaginó que recibiría un visitante de tal naturaleza.
Cuando sintió que una de esas líneas de
protección fue rota, se alegró de que el pequeño Mailu le insistiera tanto en
querer pasar esa noche en compañía de sus amigos, lejos de este templo.
— Sí
—El joven movió el cuello de un lado a otro, resintiendo una sensación molesta
pero inofensiva—. La verdad, no esperaba
este tipo de barreras en el Santuario. Por fortuna este cuerpo posee una fortaleza innata a la magia que ni siquiera
una vieja bruja como tú puede detener —sonrió malicioso.
— Creí que estaba en un error, pero
acabas de confirmármelo… Tu hedor podrá ser inadvertido por muchos, pero no
para mí. —Se cubrió parcialmente la nariz—. Un ser del Abismo, jamás creí que
viviría lo suficiente para ver a uno.
— ¿Has
sabido tanto de mí con tan sólo “olerme”? —rio un poco, admirado.
— Sin embargo, no eres como dicen las
leyendas —añadió al recordar los mitos e ilustraciones vistas en un viejo
libro—. Y te ves obligado a usar un cuerpo humano como huésped, de lo contrario
no podrías sobrevivir en este mundo ¿o me equivoco?
El joven le permitió continuar,
sintiendo mucha curiosidad por saber qué tanto más podría adivinar de él.
— Al ser expulsados por nuestros ancestros,
ellos se aseguraron de cambiar nuestro mundo para que aunque ustedes
encontraran una forma de volver no pudieran vagar libremente por la Tierra como
lo hicieron por miles de años.
— Qué
lista resultaste —musitó Ehrimanes, quien puso las manos sobre la mesa que
servía como escudo entre él y la hechicera—. Los magos siempre tan sabiondos… los odio, vaya que los detesto
—comentó, recordando que fue un puñado de ellos los que lo sometieron durante
centurias—. Los eliminaría a todos si
pudiera pero… hay planes mejores…
— ¿Y esa es tu respuesta? ¿Plagiar
cuerpos humanos? —rio la mujer—. Debe ser humillante tener que depender ahora
de quienes dices odiar tanto.
— ¡Cierto!
—gruñó para sorprender a la anciana, mas esta permaneció como estatua ante el
peligro—. Al principio es nauseabundo y repulsivo.
Tantas debilidades, tantas carencias y necesidades, pero una vez que te
acostumbras comienzas a adaptarlo como tu segunda piel —explicó con
hilaridad—. Era escéptico a que esta
forzada unión fuera el futuro —como
proclamaba Sennefer—, pero conforme más
tiempo he pasado unido a él nos hemos
transformado en algo diferente…
—volvió a reír de forma siniestra.
La mujer contempló cómo es que el cuerpo
del muchacho, pese a que estaba vestido sólo con unas ceñidas prendas negras,
comenzó a cambiar. De la piel de sus brazos emergieron gruesas escamas oscuras,
cuya unión tan sólida formó un brazal y guantelete afilado que simulaba la zarpa
de un demonio con cinco cuchillas.
Lo mismo ocurrió en su torso, cintura y
piernas. El muchacho se envolvió con una tétrica coraza que exteriorizaba el endemoniado ser que era
por dentro, aumentando su masa corporal y estatura, sólo su cabeza seguía siendo
la de un humano
— ¿Crees
que no iba a percatarme de lo que estás intentando? —cuestionó sarcástico,
soltando un bufido que generó un descarga eléctrica a su alrededor. Los rayos
iluminaron las cadenas invisibles con los que la bruja intentó estrujarlo y
exprimirle la vida —. Pero te advertí que
tu magia es ineficaz contra mí.
Al sólo estirar su cuerpo, los hechizos
quedaron inservibles. En el rostro de la anciana se trazó una mueca de dolor
que la llevó a sujetarse el brazo izquierdo con fuerza.
— Ja,ja.
¿Qué pasa? ¿Acaso el esfuerzo es demasiado para tus viejos huesos?
—cuestionó, sabiendo lo que pasaba con el corazón de la hechicera al alcanzar a
escuchar su ritmo irregular—. Qué
lamentable, y eso que ni siquiera comenzamos una verdadera contienda —se
mofó, dándole la espalda para dirigirse hacia su verdadero objetivo.
— ¡Detente allí, bestia! — clamó al
intuir sus intenciones. Althea sujetó la vela roja para manipular la llama y
desatar una llamarada que envolvió a Ehrimanes en una bola de fuego ardiente.
La esfera debió aplastar y destruir a su
prisionero, mas las llamas se extinguieron casi al instante y sin esparcir ningún
daño a la construcción ni a quienes se encontraban en la habitación.
— Mujer
necia y ruidosa —habló con total desagrado—. Deseaba ser lo más discreto posible, pero no haces más que causar
alboroto… Pero qué más da, si me informaron bien, en el Santuario sólo quedan
ahora zombis que responden a un nuevo “Patriarca”, por lo que no importa lo que
hagas, nadie vendrá a ayudarte.
La hechicera no tuvo defensa contra lo
que sucedió, sus ojos no lo percibieron pues con un rápido movimiento el demonio
arrojó un objeto que se desprendió de su guante, tan grande y afilado como una
espada que golpeó a la bruja en el pecho, arrastrándola hacia la pared más
próxima donde quedó clavada.
— Te
habría dejado vivir, pero pensándolo mejor no creo que tu decrepito cuerpo
sirva a nuestro propósito —aclaró,
contemplando el rostro incrédulo de la mujer, quien había recibido una herida mortal
en el corazón.
La criatura se permitió un par de
segundos para admirar el cadáver como quien mira un cuadro colgado en la pared.
La coraza infernal que cubrió su cuerpo
volvió a introducirse por debajo de la piel sin dejar marcas o sangre en un
proceso visiblemente doloroso para cualquiera. Sin embargo, ningún gesto de
dolor cruzó por su faz.
Él se acercó a donde su verdadera presa
aguardaba totalmente indefensa y se alegró de que ese chiquillo hubiera
sobrevivido hasta ahora.
/ - / - / - /
Plano
astral
Nauj de Libra arremetió con ferocidad a
su enemigo, Albert de Géminis. Para ambos la fuerza del otro era desconocida,
por lo que los primero ataques fueron apenas un vestigio de su poder que tenía
como objetivo medir sus posibilidades de victoria.
Tal y como el Patrono Iblis explicó, sus
cuerpos astrales contaban con la misma capacidad que sus cuerpos físicos, por
lo que el lugar del combate no presentó una desventaja para ninguno.
Como era de esperarse de una batalla
librada entre santos dorados, la fuerza y velocidad de ambos contendientes
rayaban en la igualdad, siendo el santo de Libra el que se centró en la
ofensiva, mientras que Albert de Géminis se limitó a defenderse.
Nauj lanzó un fulminante rayo de luz
hacia Albert, éste con temeridad desplegó su cosmos en un torrente vertical que
consumió el ataque enemigo tras un estruendoso resplandor.
El estallido sólo meció la capa y los
cabellos azules del santo de Géminis, pero entre los haces de luz distinguió uno
amenazante, aquel que intentó pasar desapercibido entre tantos elementos distractores.
Albert logró impulsarse hacia atrás, evitando una estocada que habría golpeado
el peto de su armadura.
Dio tres saltos para evadir tres golpes consecutivos
que buscaron atravesarle el cuello, pero en un repentino movimiento en el que
cambió su defensa en ataque, con una patada y estallido de cosmos Albert
invirtió el cauce de la batalla y obligó a Nauj a retroceder.
La pelea cesó un instante cuando el
santo de Géminis vio a Nauj empuñar uno de los tridentes de Libra.
— Es bien sabido que Atena desaprueba el
uso de las armas en un combate, sin embargo le asignó al santo de la
constelación de Libra la misión de custodiar doce armas sagradas que serán
utilizada sólo si su juicio lo amerita —Albert dijo con gesto ofendido—. Pero
tú has utilizado esas armas sin el mayor respeto ni dignidad, no entiendo por qué
es que la cloth de Libra le sirve a alguien como tú.
— No me hables de dignidad, Albert —Nauj
giró el tridente dorado con gran destreza—, tú has vendido el Santuario por
caprichos personales, por lo que es debatible quién es la peor escoria aquí
presente.
El cosmos del santo de Libra iluminó los
parajes nebulosos y grisáceos de aquella dimensión.
— Pero si tanto te ofendo, prometo que
me someteré a cualquier castigo que el Patriarca decida para mí… ¡después de
que corte tu cabeza!
A la velocidad de la luz Nauj se
abalanzó sobre el santo de Géminis.
Albert preparó su propia técnica,
moviendo los brazos a los costados y a su paso se crearon miles de minúsculas
partículas de luz, inofensivas a la vista; verlas era como mirar las estrellas
en el firmamento, pero tras deseo de su ejecutante desatan la fuerza de cientos
de soles—. ¡Detonación Galáctica!
Nauj entendió la peligrosidad del
ataque, por lo que de inmediato se cubrió con los escudos de Libra.
Los numerosos rayos luminosos que
emergieron de las estrellas impactaron ambos escudos, casi derribando al santo
de Libra, sin embargo Nauj terminó resistiendo tal embestida pese a que el
cosmos de Albert continuara dándole fuerza a tal ataque.
— ¿Dices que te someterás a las palabras
del Patriarca? —Albert se mofó, sabiendo que era cuestión de tiempo sobrepasar
la resistencia del manto dorado de Libra—. Bien, cómo su próximo sucesor no hay
razón para demorar tu juicio, mi condena para ti es la muerte. Acéptala con
gusto.
Aunque Albert de Géminis confió en la
fortaleza de su cosmos, se sorprendió al ser alcanzado por una onda de poder
que lo obligó a interrumpir su técnica.
Ante él, los escudos de Libra se
encontraban desbordando energía dorada, como si estos hubieran absorbido la
fuerza enemiga que contuvo todo este tiempo.
— Aún es muy pronto para coronarte con
tal título, Albert— Nauj sentenció—. Además jamás inclinaría la cabeza ante
alguien como tú. ¡Escudo Aplastante!
El santo de Libra se lanzó contra Albert
con el escudo de su brazo izquierdo al frente. El bólido avanzó como un muro
sólido que desencadenaba centellas a su paso, desintegrando todo aquello que se
encontrara a su paso.
Albert esquivó la técnica a duras penas;
los residuos de cosmos desintegraron su capa atada a sus hombros. Se preparó
para contraatacar, teniendo al santo de Libra completamente de espaldas, sin
embargo éste superó su velocidad en el último momento y arrojó con todas sus
fuerzas el escudo de su brazo derecho.
Géminis fue alcanzado por el destellante
escudo de Libra. El impacto lo tomó desprevenido, se le dificultó creer lo que
había pasado aun cuando el escudo lo empujó sin dejar de girar como una sierra
contra el peto de su armadura dorada.
El dolor le sacó un corto grito,
resintiendo el calor del cosmos que hacia girar al escudo de Libra. Luchó
contra la fuerza que deseaba partirlo por la mitad y sólo su armadura lo
salvaba de tal destino.
Al sentir la sangre correr por su rostro
y pecho, se obligó a realizar un esfuerzo sobrehumano para quitar su cuerpo de
la trayectoria de aquella sierra de luz, cayendo de espaldas al suelo.
Nauj no había terminado de recuperar el
escudo lanzado cuando arrojó el que ya tenía en mano contra el único espectador
del combate.
Iblis se percató de ello pese a su
aparente embobamiento, bastándole desvanecerse en el aire para evadir la fugaz
agresión.
— Oye, oye, oye, creí que había sido
claro sobre que yo no participaría en esta contienda —dijo el Patrono al
reaparecer en un diferente lugar del cielo—. Y sigo sin cambiar de parecer. Además,
creo que es demasiado presuntuoso de tu parte creer que con esa pequeña
demostración de poder ya le has ganado a tu oponente, ¿no crees lo mismo,
Albert?
Nauj se giró rápidamente sólo para
recibir un brutal puñetazo en el rostro, el cual separó sus pies del suelo. Sólo
con una voltereta fue capaz de caer de pie, trastabillando por la fuerza del
impacto.
Albert de Géminis permaneció de pie, con
el brazo extendido y una mirada hostil.
Para enojo de Nauj de Libra, los daños en
el santo Géminis eran ligeros. No entendía cómo es que su técnica no surtió un
mayor efecto pese a que empleó no sólo su fuerza sino la del cosmos que el
escudo de Libra absorbió en el anterior ataque.
Con hilos de sangre en su rostro y una grieta vertical en el peto de su ropaje
dorado, Albert habló—: Parece que la brutalidad es la manera más efectiva de
lidiar con una bestia como tú. Ahora entiendo que necesito golpes más certeros
para someterte.
— Eres un guerrero muy diestro Albert de
Géminis —Nauj dijo al salir de su estupor—. Aunque la armadura de oro es
resistente terminó cediendo ante el paso de mi escudo, sin embargo fuiste lo
suficientemente hábil como para escapar de su trayectoria y evitar un daño
irreparable.
— Es cierto que las armas de Libra
poseen un poder que debe ser respetado, pero continúan siendo sólo eso, objetos
que en manos incapaces no pueden hacer nada. —Albert inclinó ligeramente el
cuerpo, acomodando brazos y piernas en una posición marcial.
— No subestimes mi habilidad —Nauj
musitó, ofendido.
— Te lo mostraré… Comprenderás que tu
nivel y el mío están lejos de ser el mismo —aclaró totalmente confiado—. Vamos,
elige el arma que más te acomode, el resultado no cambiará.
Nauj de Libra frunció el entrecejo,
dudando por un instante de su propia seguridad. Estaba consciente de que el
santo de Géminis tenía una reputación por la cual era considerado el santo
dorado más fuerte de esta época.
— Si así lo prefieres, está bien… todo
se decidirá en el próxima ataque. —Nauj abandonó los escudos para sostener
entre sus manos la empuñadura de la espada de Libra—. Te prometí que te
cortaría la cabeza, por lo que fue una fácil elección.
Albert sonrió con malicia, elevando su
cosmos al mismo tiempo que Nauj manifestaba el suyo.
Sus cosmos destellaron con una belleza
aterradora que Iblis admiró en silencio. Confiaba a plenitud en que Albert
vencería, conocía bien su poderío, no por nada lo eligió como colaborador.
Nauj blandió la espada de Libra, siendo
cuando unió ambas en la empuñadura que dio un desplazamiento sideral hacia su rival.
Sus brazos subieron por encima de su
cabeza, atestando un golpe vertical con la espada, esperando ver reventada la
sien del santo de Géminis al siguiente instante… mas no sucedió.
Las resplandecientes manos de Albert
atraparon la hoja de la espada entre sus palmas.
El desconcierto del santo de Libra fue
evidente en su faz y en su voz —: E-esto… ¡no puede ser! ¡¿La espada de Libra
detenida sólo con las manos desnudas?! ¡Es imposible!
Nauj luchó por retomar el control de su
arma, pero las manos de Albert no se separaron ni la dejaron avanzar ni
retroceder.
— ¿Por qué tan sorprendido? ¿Acaso has
olvidado quién fue mi maestro? —Albert preguntó, sin que el esfuerzo por
mantener prisionera la espada de Libra se notara en su cuerpo—. El hombre que
empuña Excalibur y está por encima de las ochenta y ocho constelaciones
rigiendo sobre el Santuario. Desde muy joven lo idealicé como la meta a
superar, aprendí todo lo que él me enseñó incluyendo las artes marciales de Oriente…
y me especialicé en todas aquellas que me serían de utilidad para enfrentarlo
en el futuro —confesó, con su cosmos engrandeciéndose a cada instante.
Nauj empleó toda su fuerza física y
cósmica, deseando ver las manos de Albert cercenadas por su arma, mas su deseo no
se vería realizado.
De un repentino movimiento, superando la
fuerza del santo de Libra, Albert le arrebató la espada de sus manos, arrematando
con una combinación de veloces patadas que le impidieron a Nauj luchar por
recuperarla.
Nauj retrocedió, adolorido y alerta al
imaginar que su oponente usaría su arma perdida para atacarlo. Con prontitud
buscó defenderse con alguna de sus otras once armas, pero a base de veloces y
certeros puñetazos Albert se lo impedía. El santo de Géminis arrojó la espada
al suelo, dejando en claro que no la necesitaba para ganar la pelea.
Nauj decidió combatir con sus puños y
piernas, intercambiando golpes con el santo de Géminis que estaba lejos de
darle tregua.
Libra atrapó entre sus manos los puños
de Albert, apretándolos tan fuerte como si deseara pulverizarlos. Nauj invocó
la fuerza de su cosmos para emplearlo en un ataque a corta distancia. Soltó las
manos de su enemigo, dando un ligero salto hacia atrás sólo para liberar una infinidad
de rayos de luz de su puño: —¡Estallido relámpago!
— ¡Detonación galáctica! —respondió
Albert, dejando que su cosmos se disparara contra aquella fuente de luz.
Cuando ambas técnicas colisionaron generaron
una abrumadora explosión que lanzó a ambos contendientes en direcciones
opuestas.
Entre
los residuos cósmicos flotando en el aire Nauj resintió la detonación.
Sentía sangre correr por su cara y el sabor de ella en sus labios. Todo pareció
alentarse a su alrededor, incluso su caída al suelo se prolongó más de lo
imaginado, pero entonces sus sentidos volvieron a su lugar y le alertaron de un
extraño fenómeno, su cuerpo no caía, sino que flotaba.
Cuando la bruma se disipó por completo, el panorama había cambiado,
abandonando los colores grises para encontrarse a si mismo suspendido en el
espacio exterior.
Su cuerpo no respondía a sus deseos,
estaba atrapado por una fuerza que lo jalaba hacia el infinito.
— ¡¿Qué es esto?! ¡¿Qué es lo que estás
haciendo?! —Nauj bramó, intentando volver al suelo, mas la extraña gravedad lo
alejaba cada vez más y más.
Allá en tierra distinguió a Albert de Géminis,
quien se mantenía de pie y exento de aquel fenómeno.
— Tenía mis dudas sobre si mi técnica
sería capaz de funcionar en este lugar… Ahora me intriga saber a donde podrá ir
a parar un alma que es atrapada por la Otra Dimensión dentro del Plano
Astral—dijo Albert.
— ¡Maldito! —gritó, resintiendo un dolor
desconcertante en todo su ser.
— Hasta nunca, Nauj de Libra. En la
oscuridad lamenta las decisiones que tomaste.
La abertura a otra dimensión se cerró
sin más.
/ - / - / - /
Grecia,
Santuario de Atena.
Freya aún no entendía cómo se dejó convencer
para aceptar esa invitación a cenar. Al regresar al Santuario esperó recibir
reproches o insultos de sus compañeros y amigos por su engaño, pero aunque le
hicieron saber su disgusto no había rencores, sólo perdón y entendimiento,
incluso algunas bromas. Admitieron sentirse unos tontos por no haberse
percatado de que debajo de toda la tierra y fango siempre hubo una linda chica,
y se disculparon por las numerosas veces en las que se portaron como una panda
de patanes.
Fue sólo una hora lo que se permitió
distraerse de sus obligaciones, y en ese breve tiempo revivió la típica cena
que tomaban todos juntos alrededor del fuego afuera de las barracas. Aunque lo
disfrutó mucho, la culpa la golpeó como una flecha, sobre todo en el instante
en que su mente suplantó las imágenes de los presentes por las de sus
compañeros en Asgard.
Se despidió amablemente y agradeció el
alimento, alejándose del lugar sin mirar atrás. No tenía razones por las cuales
delegar sus obligaciones como dios guerrero, ni aunque la señora Hilda se lo permitiera
o incluso se lo propusiera.
Apretó el paso por el camino terroso que
la regresaría a los aposentes de su señora. Creyó que alguien más venía
caminando por el otro extremo, pero no fue más que una estatua situada al lado
del sendero, ni siquiera se detuvo a admirarla.
Volvió a ocurrir lo mismo, dejó atrás
una segunda estatua y sólo hasta toparse con una tercera es que le extrañó. Por
curiosidad se detuvo ante ella.
Se trataba de una mujer de ropas
holgadas. Fue esculpida en piedra y el realismo era sorprendente. Aun en la
oscuridad de la noche, se podían apreciar las líneas de la edad en las mejillas
y ojos de la estatua, que tenía una expresión de incógnita.
Al moverse un poco, Freya pisó unos
trozos pertenecientes a un jarrón de cerámica roto. Se agachó a mirar las
piezas, descubriendo que algo en él se derramó, posiblemente vino por el aroma
a vid fermentado. Sólo en ese ángulo, al volver a admirar la escultura, notó la
forma en la que estaban situados sus brazos, como si hubiera dejado caer el ánfora
antes de ser perpetuada en piedra…
Un pensamiento fugaz cruzó por la mente
de Freya, y por un instante se sintió encarnar a la mujer de la estatua, caminando
por el sendero y detenerse al ver algo, o alguien, que la dejó confundida y
asustada, tanto como para haber soltado el jarrón que cargaba con tanto cuidado.
Freya retuvo la respiración al recordar
cierto evento del que fue testigo en el Santuario, cuando Elphaba de Perseo
luchó contra sus compañeros asgardianos; ¿podría ser qué esto fuera obra del
mismo embrujo? Se preguntó consternada,
mirando fijamente la estatua como si esperara que ésta pudiera responderle.
¿Pero por qué? Qué motivos tendría la
amazona de Perseo para hacerle esto, no sólo a esta mujer sino a las demás que
vio en el camino.
Miró hacia atrás, pensando en que tenía
que regresar y comprobarlo por sí misma, sin embargo, sus sentidos percibieron
algo más.
Primero fue una punzada en la cicatriz
de la herida que Clyde de Megrez dejó en su corazón, como si de nuevo hubiera
sido apuñalada. La fría sensación se dispersó por todo su sistema nervioso, formando
una borrosa visión al mismo tiempo en que reconoció un cosmos particular en la
distancia.
— ¿Aifor? —preguntó en un susurro,
oprimiéndose el pecho en un intento de aminorar la incómoda sensación —. Es… el
cosmos de Aifor… —musitó; la presencia que sentía era apenas un hilo en el
infinito, pero estaba segura de que se encontraba allí, en el Santuario.
Freya estaba consciente de lo que
sucedió con el dios guerrero de Merak, sabía lo peligroso que era, sin embargo
no podía sólo ignorarlo.
Tomó la decisión de hacerse cargo, es lo
menos que podía hacer por su antiguo compañero de armas. Usando la agilidad que
su entrenamiento le permitía, se alejó del sendero que conducía hacia las Doce
Casas.
En el trayecto su armadura restaurada la
cubrió sin frenar su andar. Freya palideció al descubrir que la presencia de
Aifor provenía del interior del Templo de Curación.
Fue casi por instinto que avanzó por los
pasillos a la habitación correcta. Vio a pocos residentes tirados en el suelo,
vivos e inconscientes a causa de contusiones que no acabarían con sus vidas.
Freya empujó la puerta con la mano sin
imaginar que una ventisca detendría su avance. Fue como abrir las puertas del Helheim*,
pues llamas negras cubrieron su visión. Interpuso los brazos hasta que el
desagradable vendaval aminoró su intensidad.
A través de sus brazos entrecruzados
distinguió una figura que cargaba un cuerpo desvalido. Ambas siluetas estaban
cerca de un umbral naciente de la pared, creado por sombras y brumas violetas
por las que tenían la intención de desaparecer.
— ¡Aifor! —la guerrera lo llamó,
pudiendo entrar al recinto contaminado por fuerzas impías.
Fue por mera curiosidad que Ehrimanes
giró el rostro hacia quien pronunció aquel nombre. Grande fue su sorpresa, y a
la vez preocupación, al ver allí a la guerrera Dubhe de Alfa. Ocultó su
sobresalto para que una sonrisa torcida cruzara por sus labios.
Freya reconoció con facilidad a su
antiguo camarada pese a que ahora lucía el cabello grisáceo; sus ojos brillaban
por las centellas que emergían constantemente de sus cuencos oculares.
Era tal y como fue informada, pero aun
así la embargó el pesar al ver el destino del guerrero de Merak. Hubo un gesto
de lástima en su mirada, el cual pasó a uno de desconcierto al ver cómo la
criatura sujetaba a Sugita de Capricornio por las vendas de su cuello.
El santo hacia muecas de inquietud,
deseando poder abrir los ojos y despertar, mas no le era posible. Ya sea por
influencia de Ehrimanes o por los brebajes que la bruja le hizo beber durante
su recuperación, no podía resistirse.
— ¡Aifor, para ya! ¡Tienes que entrar en
razón! —gritó la joven, meditando la mejor forma en la que pudiera ayudar al
santo de Capricornio.
— Aún
estás viva —dijo Ehrimanes, alzando más el cuerpo del santo para cubrirse
de cualquier agresión—. Eso sí que es una
sorpresa… y un infortunio.
Aunque se trataba de la voz de Aifor,
había un tono en ella que delataba su posesión.
— Maldito monstruo, debí haberte
eliminado cuando tuve la oportunidad —Freya dijo, reconociendo al oponente que
la hirió de muerte aunque ahora luciera un rostro diferente.
— La
tuviste, pero estaba lejos de tu alcance —Ehrimanes le recordó con burla.
— No sé cómo es que pudiste entrar en el
Santuario ¿Qué es lo que planeas? —La mujer se preparó para combatir—. ¡Suéltalo!
Esto es entre tú y yo.
— Temo
que eso está lejos de ser verdad —se mofó el demonio—. Esto es entre él y yo —enfatizó al sujetar al santo de Capricornio
por los cabellos, alzándolo con brusquedad.
Ehrimanes tuvo que reprimir sus
instintos de batalla, pues sabía bien que si alzaba una sola mano contra la
guerrera de Alfa sería una violación a su contrato.
Esa cláusula era la más peligrosa de
todas, pero creyó que podría eludir cualquier enfrentamiento con los dioses
guerreros al contar con las habilidades de Aifor. La presencia de Freya Dubhe
de Alfa no estaba dentro de las visiones del futuro. ¿Qué otra fuerza estaba
cambiando el flujo del futuro?
Ehrimanes intentó entrar dentro del
portal con la esperanza de dejar tal amenaza atrás, pero un segundo de
resistencia que Sugita logró imponer de manera milagrosa le permitió a Freya
avanzar hacia ellos.
La criatura del Abismo jaló al santo
dorado y ambos desaparecieron dentro de las llamas púrpuras. Sin vacilación, la
guerrera terminó impulsándose hacia el portal antes de que se disipara por
completo.
La
Umbra
era un espacio por el que seres como Ehrimanes son capaces de desplazarse de un
sitio dentro del mundo humano a otro. Durante milenios nadie había tenido
acceso a ella, pues fue sellada al mismo tiempo en que su especie fue lanzada
al exilio. Pero recientemente Sennefer logró reabrir tales caminos para su
beneficio.
Dentro de la Umbra las criaturas como
Ehrimanes no pueden esconder su verdadera forma, por lo que al transitar por
aquella dimensión su recipiente humano se volvió totalmente oscuro como el alquitrán,
despidiendo centellas y cenizas a su paso por el lúgubre túnel.
En la Umbra los seres humanos no tienen
cabida, y si por accidente alguno llegar a entrar moriría en el acto. Al sentir
un corazón latente en el santo de Capricornio era la prueba final que necesitaba
para que Sennefer creyera en sus profecías.
En contraste con su propia imagen, el
cuerpo de Sugita era una silueta totalmente blanca y brillante en ese mundo de
oscuridad.
Ambos eran conducidos por las fuerzas
del lugar hacia su destino. Ehrimanes pensaba en lo cerca que estaba de ver cumplido
su deseo. Repasaba las visiones que estaban por cumplirse, añorando verlas
realizadas, cuando se llevó un tremendo susto: alguien le sujetó la pierna con
fuerza.
Ehrimanes giró incrédulo, siendo
infinita su sorpresa al ver que no fue otra más que la guerrera de Alfa.
— ¡¿Cómo?!
¡Esto es inaudito, es imposible! —el demonio bramó como una fiera.
Pero la guerrera estaba lejos de ser una
amenaza, parecía que toda la fuerza que le quedaba en el cuerpo estaba enfocada
en sujetar a Ehrimanes por el tobillo.
Freya respiraba de manera angustiosa,
como si el aire le resultara venenoso y poco a poco consumiera sus pulmones. No
podía mantener los ojos abiertos, incluso de sus lagrimales, nariz y boca
comenzaron a salir hilos de sangre.
Al percatarse de ello, Ehrimanes dejó de
temer y rio con locura.
— ¡Estúpida,
no puedo decir que aplauda tu valentía, pero es la primera vez que veo a un ser
humano resistir dentro de este espacio por tanto tiempo! —pausó,
regocijándose por el visible dolor que convulsionaba el cuerpo de la mujer—. Deberías estar muerta… ¿por qué no has
muerto? Tú no eres como él, ¿qué te hace vivir? —se preguntó en voz baja,
intentando encontrar la respuesta de aquel espectáculo.
— … ¡Yo —la mujer alcanzó a decir,
reprimiendo gemidos que luchaban por salir de su pecho—… no voy a morir!
Su armadura sagrada se encontraba
intacta, los agravios a su persona provenían de una fuerza maligna que ignoraba
su protección y se colaba por su cuerpo, castigándolo como si estuviera siendo
devorada por cientas de hormigas carnívoras y una presión monstruosa licuara
sus intestinos.
Hasta que un diminuto destello resaltó
ante sus ojos, Ehrimanes encontró su respuesta en el medallón de oro que
colgaba del cuello de la joven pelirroja.
— ¡¿Qué
conspiración es esta?! ¡Ese maldito artilugio…! ¡¿Hasta cuándo dejará de
atormentarme! —rugió, recordando todas esas veces que se ha interpuesto en
su camino, protegiendo a Aifor y ahora a Freya—. ¡Pero todo terminará aquí! ¡Desaparezcan los dos! —En cuanto el
pensamiento de soltarse de la mano de Freya pasó por su mente, una angustiante
sensación recorrió su ser, un temblor involuntario que puso rígida sus
extremidades.
Esa sensación… no era la primera vez que
la experimentaba, la conocía bien. Era una advertencia disparada por su cuerpo
hacia mente: el contrato peligraba.
— ¡Maldición!
¿Tendré que esperar a que sus fuerzas colapsen y me termine soltando?
—pensó, mortificado—. ¡No! ¡Ni eso me
liberará de la responsabilidad! —descubrió con ayuda de sus instintos y
saber—. ¡Maldita, con tan sólo tocarme ha complicado todo! ¡Es por mi causa que
su vida está por terminar, dejarla morir aquí sería el equivalente a sacarle el
corazón con mis propias manos!
Ehrimanes sujetó a Freya por la muñeca
instantes antes de que ella se soltara al perder el conocimiento. Enfurecido
por la situación él la envolvió en un capullo de su propia esencia en un
intento de protegerla de la Umbra.
Maldiciendo su mala suerte, no le tomó
mucho tiempo llevar a ambos humanos al final del recorrido.
/ - / - / -
Sennefer descansaba echado en un
pedestal de piedra pulida. Abandonó la cámara principal de su fortaleza esperando
recuperar las fuerzas pérdidas durante la meditación.
Pese a que parecía encontrarse
indefenso, en ese estado es cuando más despiertos y conectados se hallaban sus
sentidos a su entorno. Podía escuchar hasta al escarabajo más lejano dentro de
su dominio, así como los sonidos de los prisioneros que sollozaban en la
oscuridad de las mazmorras, por lo que anticipó el regreso de Ehrimanes mucho
antes de que las llamas violetas brotaran del suelo a un par de metros de su
lecho.
Dentro de la cámara subterránea aquel
borboteo de flamas y neblina se extendió del suelo hasta el techo,
extinguiéndose rápidamente para dejar a la vista a tres entidades. Dos de ellas
cayeron pesadamente al suelo mientras que sólo una permaneció de pie.
Sennefer se sentó y miró fijamente al
recién llegado, alzando una ceja con desconcierto.
— El número de invitados resultó más que
el previsto —comentó con sorna—. ¿Problemas? —cuestionó con curiosidad.
—
No tiene la menor importancia —Ehrimanes respondió con enfado—. Puedes hacer lo que te plazca con ella
—aclaró al alejarse de Freya, sintiéndose aliviado de que su cuerpo recuperó
ligereza y estaba bajo su completo dominio.
— Veo que pese a los contratiempos
tuviste éxito.
— Albert
de Géminis facilitó mi intrusión al Santuario, tal y como dijiste —explicó
la criatura, cruzándose de brazos—. Tal
parece que esta noche pondrá en marcha sus planes… Seguro estará muy
decepcionado al amanecer.
— Él es sólo una marioneta que Iblis ha
moldeado para una burda causa, pero no es de nuestra incumbencia.
Sennefer chasqueó los dedos y al
instante emergieron de entre las sombras dos sirvientes cadavéricos que en
silencio alzaron a los prisioneros para trasladarlos a otro lugar.
— Dejemos que terminen sus pequeños
juegos, nosotros tenemos mucho por hacer —sentenció con una macabra sonrisa.
FIN DEL CAPITULO 52
Helheim*: infierno de la
mitología nórdica.