Capítulo 47
Imperio Azul, Parte
XI
Paladines de
cristal
Asgard, Palacio Valhala.
Nergal, Patrono del zohar de
Brontes, temblaba de impotencia dentro de la
prisión de cristal en la que fue retenido. Sin descanso, segundo a segundo,
luchaba contra la técnica que logró petrificarlo
en esa ridícula posición en la que su pie izquierdo se apoyaba en el suelo, de
puntilla, cargando con todo el peso de su cuerpo, que se inclinaba hacia el
frente; mientras su brazo derecho se encontraba extendido, con el puño cerrado
a la altura del pecho del santo de Acuario.
De haber tenido aunque fuera
un poco más de tiempo, Nergal habría impactado a Terario con su técnica mortal,
probablemente matándolo u ocasionándole un daño irreparable.
La rueda del destino volvió a girar
a favor de los guerreros de Atena, con la aparición de Kiki, maestro herrero de
Jamir.
Terario lanzó una rápida
mirada por encima de su hombro para distinguir la silueta del lemuriano, quien
arribó para salvarle la vida.
— ¿Tú? —cuestionó el santo de
Acuario, con evidente extrañeza—. ¿Por qué estás aquí?
— No hace falta que me lo agradezcas, Terario de Acuario — respondió
Kiki, sarcástico, a través de sus habilidades telepáticas—. Pero ahora tienes que escucharme, no tenemos
mucho tiempo, no podré contener a este hombre por siempre.
El santo de Acuario notó que
la lluvia de fuego y hielo terminó en el momento en que el Patrono fue
aprisionado por el poder del lemuriano; por ello fue libre de retroceder y prestar
atención a sus palabras.
— Aunque lo hayas inmovilizado
—dijo el santo, con claro desagrado ante lo que iba a confesar—, mi técnica de
hielo no podrá afectarlo como para vencerle. Lo he intentado todo —musitó, sin
apartar su vista de Nergal, quien les devolvía una mirada furiosa, con la que
les prometía vengarse de manera terrible por cada segundo que lo mantenían en
ese estado.
— ¿Preferirías huir? —cuestionó Kiki, sin bajar los brazos—. Podríamos sólo desaparecer y regresar al
Santuario en cuestión de un parpadeo.
— Esa no es una opción.
— Es la respuesta que esperaba —el lemuriano sonrió, complacido—. Terario, he estado viendo tu pelea hasta
ahora y, aunque tu puño de cristal parece ineficiente contra él, la verdad es
que no es del todo cierto.
El santo recobró ciertas
esperanzas. — Explícate.
— Por experiencia sé que todo objeto, sin importar su origen, forma,
tamaño o composición, tiene un punto de rompimiento; eso aplica incluso en las cloths
de los santos— explicó—. Escuché que
las armaduras de los Patronos parecen irrompibles, ya que ni las armas de Libra
las afectaron —recordó lo que escuchó en el Santuario—. Al principio creí que estaban en los cierto, con mis habilidades no
pude distinguir nada, ni siquiera una línea de fractura que me condujera hasta
el punto de rompimiento, es decir, el punto exacto más débil de toda la
estructura, en el que, aplicando la fuerza correcta, se lograría su destrucción.
Terario se sorprendió, pese a
que no debería extrañarle que el experto en armaduras tuviera la habilidad de
encontrar formas tan simples para destruir una de ellas.
— Y lo que intentas decirme es
que… —el santo intentó apresurarlo, al notar cómo es que el Patrono se inclinó
un poco pese a la fuerza de la prisión de cristal que lo rodeaba.
— Que no vi esas líneas hasta que impactaste tu “Ejecución Aurora” en
ella —respondió, concentrándose en no perder el duelo contra el Patrono—. Fue tan sólo por un segundo que sufrió un
daño mínimo. A simple vista nadie podría haberlo notado, fue a un nivel
subatómico que escasas líneas de fractura aparecieron. Sin embargo, como si la
coraza tuviera la habilidad de sanarse al instante, desaparecieron, pero duró
el tiempo suficiente para permitirme descubrir el punto más vulnerable de ese
zohar.
— ¿Dónde? —preguntó en voz
baja, como si temiera que el Patrono pudiera escucharlo.
— Puedo decírtelo, pero no puedo asegurarte que vayas a destruirla…
lamentablemente su resistencia es indiscutible. ¿Conseguirás abrir un boquete
del tamaño de un maní o del tamaño de mi cabeza? No lo sé, todo esto es apenas
una suposición.
— Ya sea que pueda lograr la
abertura de un alfiler, es más que suficiente —Terario aclaró cuando sus labios
se curvearon un poco, casi en una sonrisa.
— Sería fácil darte indicaciones, pero esto requiere una puntería casi
divina. Te lo mostraré a través de mis ojos, abre tu mente, permite el enlace
—Kiki pidió, en el instante en que las pupilas de sus ojos se tornaran doradas.
El santo de Acuario sintió una
extraña presión en su cabeza, y tras un parpadeo involuntario, su visión había
perdido la capacidad de distinguir los colores del entorno. Todo se tiñó de un
color gris roca, dentro del que resaltó un pequeño punto amarillento y luminoso
en el zohar de Nergal.
— Allí —escuchó a Kiki decir.
— Lo veo —Terario aseguró.
Era un espacio diminuto en el
costado derecho, cerca de la axila, donde el brazo lo podría ocultar y proteger
sin dificultad.
— Esta es tu oportunidad, hazlo ahora que no puede mo… —Kiki calló de
manera abrupta al percibir un cosmos agresor.
Terario compartió su
sobresalto, pero para cuando ambos pudieron percatarse del peligro, fue tarde
para uno de ellos.
Quizá, de no haberse
encontrado efectuando su técnica, Kiki habría reaccionado mejor que ningún
otro. El impacto lo recibió en el pecho, aturdiéndolo. Se tambaleó un poco,
retrocediendo algunos pasos de forma presurosa, bajando los brazos y perdiendo
toda su fuerza y poder.
El santo de Acuario alcanzó a
interponer su mano izquierda, en la que algo se encajó y lo hizo sangrar: se
trataba de una flor de pétalos amarillos. El tallo se incrustó en la palma de
su mano, y con el contacto de su sangre comenzó a germinar aún más.
De ella crecieron hojas y
lianas que se enredaron en su brazo rápidamente. Terario sintió que sus
sentidos se nublaban por el contacto con esa planta, pero logró emplear su
cosmos invernal para detener su crecimiento y frenar su hechizo. En un
instante, la flor y sus raíces quedaron hechas de hielo, pero en cuanto apartó
la escarcha de su brazo, Nergal de Brontes le propinó una potente patada en la
cabeza.
El santo de Acuario salió
despedido por el impacto, perdiendo el sentido por unos instantes en los que su
cuerpo rompió la barandilla de piedra de la explanada y se precipitó montaña
abajo.
— ¡Hécate! —bramó Nergal,
mirando en dirección hacia donde su compañera de armas se encontraba de pie y
expectante—. ¡Creí haber sido claro contigo de que no interfirieras en mis
asuntos!
La Patrono permaneció con un
semblante tranquilo tras haber sido ella quien hiriera a los guerreros del
Santuario.
— Lo siento Nergal, pero el
señor Avanish fue muy claro al pedirme que permaneciera contigo —la mujer le
recordó con infinita paciencia—. Perdona por haber detenido la conspiración que
se elaboraba en tu contra.
— Gracias, “mamá” —Nergal dijo, sarcástico—. Espero
que me permitas terminar con ese santo sin más interrupciones, tú ya te
llevaste tu trofeo, permite que yo tenga el mío —pidió—. Además, ¿qué es lo que
estás haciendo aquí? ¿Acabaste ya con tu misión? —cuestionó.
La Patrono negó con la
cabeza—. No del todo. Por desgracia este hombre intervino antes de que pudiera cumplir
con mi cometido—respondió, acercándose al abatido lemuriano, quien permanecía
de rodillas, inmóvil y con la cabeza colgando hacia adelante.
— ¡¿Qué estás diciendo?!
—Nergal se extrañó.
— No sé cómo anticiparon
nuestra presencia aquí, pero él no fue el único factor sorpresa que apareció de
pronto. Una amazona dorada se entrometió en mi camino primero, y aunque pude
eludirla, para cuando arribé a los aposentos reales, ni el niño ni su madre
estaban allí… Presumo que él tuvo algo que ver —explicó Hécate, apuntando al
lemuriano.
— ¿Y dónde está esa amazona
ahora? —se interesó Nergal, sin percibir un cosmos poderoso cercano al palacio.
— Abandonó el Valhala,
desconozco la razón. Pero en vista de que el motivo principal por el que vinimos
se ha ido, nuestro trabajo aquí terminó. Debemos marchar y apoyar a los demás
que luchan en el reino de Poseidón.
— Será un profundo placer,
pero primero quiero acabar con ese fastidioso santo de hielo —aclaró Nergal,
caminando hacia la orilla por la que Terario cayó. Miró hacia abajo, buscándolo
en la ladera de nieve—. El lemuriano no me interesa, además, seguro querrás
conservarlo, como a los otros.
— Nergal, debemos irnos ya
—insistió la Patrono.
— No me fastidies, mujer. Adelántate
si gustas, no creo tardar —concluyó, dejándose caer por aquel borde.
Hécate maldijo en silencio,
llevando su atención a Kiki… pero en eso, sus oídos captaron el sonido de una
melodía.
* - * - * - * - * -
Terario, desorientado, abrió
con dificultad los ojos, teniendo la sensación de que permaneció inconsciente
por un largo periodo de tiempo, pese a que sólo fueron breves segundos.
Con las manos y la vista en la
nieve, Terario distinguió una sombra que se engrandecía justo debajo de él. Intuitivamente
rodó por el suelo nevado, apartándose antes de que el Patrono del zohar de
Brontes cayera del cielo, de manera estruendosa, hundiendo aparatosamente el
suelo y alzando la nieve como la ola de un tsunami.
La avalancha empujó al santo
de Acuario, alejándolo aún más del palacio. Sumergido en la blanca ola, le fue
fácil controlar el torrente nevado para emerger de entre la nieve y manipularla
como si se tratara de la corriente de un río; solidificándola antes de que llegara
a un poblado cercano.
Terario estaba preocupado por
Kiki, mas nada podría hacer por él si no vencía al Patrono de Brontes primero.
El santo dorado trazó un plan,
el cual, si el lemuriano no se equivocaba, terminaría con la pelea de una vez
por todas. Sabía que sus técnicas eran capaces de infligir un gran daño al
poseer un amplio rango de alcance, pero ante un enemigo como Nergal, debía
centrar todo el poder del cero absoluto en un único punto. Nunca lo había
intentado, pero la presión del momento no le dejaba otra alternativa.
Maximizó sus sentidos,
cerrando los ojos para alcanzar una mayor concentración. Su cosmos se
materializó en el centro de sus manos, donde un resplandor blanco se encendió, el
cual absorbía el aire frío de la tundra y el del cosmos del santo de Acuario.
Terario escuchó la risa de
Nergal en la cercanía, pero ni así se movió, ni se perturbó.
— Sin duda eres alguien con
mucha suerte, no he podido matarte y vaya que lo he intentado—comentó Nergal,
cruzado de brazos en la distancia—, pero yo también soy un hombre afortunado… lo
he sido desde el día en que me negué a ir a
la luz que envolvió a los míos y los arrastró fuera de este mundo.
Terario abrió un poco los
ojos, admitiendo por un breve instante que comprendía un poco a su rival, pues
él también escapó de la muerte cuando era un niño, pero ésta se llevó a sus
padres.
Los dos fueron señalados por
el destino, su voluntad de vivir por encima de todo los llevó a sobrevivir y
buscar una razón que justificara el haber burlado a la muerte… Ambos
encontraron un propósito que valiera la pena y respondiera al por qué ellos
seguían respirando mientras otros murieron en su lugar… Pero eso es un tormento
personal que jamás conocerán del otro, pues la vida los llevó a encontrarse en
bandos opuestos y en los que luchaban por lo que creían correcto.
— No hay fortuna que
prevalezca por siempre —musitó Terario, girándose hacia su enemigo.
— Es cierto, la tuya termina
ahora —el Patrono sentenció.
— Las oportunidades que tenías
para matarme se han terminado —aclaró el santo, en el momento en que una vara
de hielo creció desde el interior de la luz brillante que acunaba en sus
manos—. Y yo no fallaré en la última que se me ha dado.
La vara era tan larga como la
altura del santo de Acuario, quien la sujetó con su mano izquierda. Sus
extremos terminaban en una punta muy afilada, volviéndola una lanza de hielo. Su
estructura, implacablemente lisa, emitía un aura blanca de la que brotaban
pequeños copos de nieve y cristal diamantado.
Nergal se percató de que la
mano izquierda del santo adquiría un tono azulado conforme los segundos pasaban
y él continuaba sosteniendo la lanza de cristal; incluso vio que el brazal
izquierdo comenzó a congelarse por la estela gélida que ésta despedía.
— ¿De nuevo esas absurdas
técnicas de magia? —Nergal se mofó, preparándose para contraatacar —. Es
evidente que no lo comprendes… pero ya me cansé de repetírtelo, ¡tu obstinación
es ridícula!
Nergal hizo estallar su
cosmos, logrando que el silencioso Terario lo imitara.
— ¿Últimas palabras, maguito?
—dijo burlón.
Pero ante el mutismo del santo
de Acuario, Nergal decidió tomar la iniciativa y se impulsó hacia él. Terario lo
secundó, lazándose hacia su enemigo, pero, en el camino que lo llevaría a colisionar
con el guerrero, logró emplear su destreza para eludir por muy poco el puño de
Nergal y abrirse camino hacia su verdadero objetivo.
El Patrono sintió que sus
nudillos alcanzaron a rozar la frente del santo de Acuario. Vio los hilos de
sangre que danzaron por el aire, pero en el momento en que sintió satisfacción
por contemplar las líneas escarlatas en su puño y en el rostro del santo, también
se estremeció al ser víctima de una sensación que no debería sufrir.
Azorado, Nergal vio que el
santo de Acuario logró encajar el arma de hielo en su cuerpo.
— ¡Esto es… imposible! —gruñó,
perplejo ante la visión de su coraza siendo profanada por el filo de la lanza
de cristal.
Aunque Terario empleó toda su
fuerza, la lanza se incrustó pocos centímetros en el costado de Nergal. El
Patrono sintió el pinchazo de la herida en su piel, pero no fue lo
suficientemente eficaz como para debilitarlo ni herirlo de gravedad, sólo lo
enfureció más.
El Patrono lanzó un puñetazo
que Terario rechazó al retroceder de un salto.
Nergal golpeó la lanza con su
codo, quebrándola, quedando un fragmento incrustado en su armadura y cuerpo al
que no le dio mayor importancia.
— Debo admitirlo, esto sí me
ha impresionado —el Patrono comentó, mirándolo con desafío—. Tú, por encima de
cualquier otro al que haya enfrentado en combate, has podido herir a mi zohar. Aunque
apenas ha sido un mordisco —rió—. Necesitarías de muchos más para lograr
matarme, y por tu estado actual dudo que puedas volver a repetir la hazaña.
— Quizá has olvidado que en la
antigüedad, existieron personajes de gran renombre que alardeaban
constantemente de su fuerza e invencibilidad —comentó Terario, ocultando su
agotamiento—, pero al final cayeron por las más insignificantes circunstancias
o por el enemigo menos esperado. Nergal, tal como Aquiles y Orión, un solo
pinchazo ha bastado para ti… tu suerte se terminó —sentenció con frialdad—. Tu
vida es mía.
Nergal rió estruendosamente—. Sí
que has comenzado a desvariar, yo… — el gorgoteo de sangre que subió por su
garganta le impidió terminar su frase. Comenzó a sentirse invadido por un
indescriptible frío que crecía más y más en su ser. Nergal miró su reciente herida,
de la cual todo el dolor fluía y se esparcía por su cuerpo.
— ¡¿Qué demonios?! —clamó,
desconcertado—…. ¡N-no! ¡¿Cómo… es posible?!... ¡¿Qué es esto?! — rugió, horrorizado
ante el diminuto orificio del que no emergía sangre, sino un brote de hielo que
empezó a extenderse tanto por el exterior, como por el interior de su armadura.
El frío se le inyectaba en las entrañas, haciéndolo estremecer y gritar de
manera agonizante, dificultándosele la capacidad de respirar cuando el aire helado
llegó a sus pulmones.
— Era absurdo que continuara
utilizando técnicas inefectivas contra ti. Puede que la perseverancia gane
batallas, pero no la estupidez —dijo el santo de Acuario, siendo testigo del
calvario de su enemigo. La piel de Nergal se volvía cada vez más azulada, y el
aliento que escapaba con fuerza de su boca y nariz salía como vapor blanco.
Nergal se mantenía de pie,
pese a la agonía del congelamiento de su cuerpo.
— ¡Esto es inaudito… mi
armadura…! —se quejó de nuevo, incapaz de asimilar lo que pasaba—. ¡Se supone
que no podrías… jamás…! ¡Nadie…!
— No puedo negarlo —repuso
Terario, con excesiva calma—, tu ropaje es extraordinario y ni mi aire frío fue
capaz de dañarlo. Una vez que comprendí eso, entendí que debía encargarme del
elemento más débil de la simbiosis — explicó, apuntándole con el dedo índice—:
el hombre que se resguarda en ella. Pero aun sabiéndolo, no tenía forma de
llegar a él, y habría muerto en espera de encontrar un método… Fue la oportuna
llegada de Kiki lo que me concedió el triunfo. Sólo necesitaba una pequeña abertura
por el cual introducir mi aire congelado; en pocas palabras, perdiste la
batalla en el instante en que mi lanza hirió tu cuerpo.
El Patrono bufó rabioso,
intentando moverse, pero resintiendo el entumecimiento en cada una de sus
extremidades. La desesperación no lo dejaba pensar con claridad, sus
pensamientos se nublaban mientras el dolor desaparecía. Dio un paso, empleando
toda su fuerza de voluntad, pero el simple acto ocasionó un tronido
espeluznante dentro de su bota, pues su pierna congelada se partió a la altura
de la rodilla.
Nergal cayó de rodillas al
suelo nevado, viendo con horror su congelada extremidad separada del resto de
su cuerpo. No sintió dolor, pero la impresión lo llevó a gritar.
— Como ves, mi aire frío ha
invadido todo tu cuerpo… tu zohar quedará intacto, pero tu carne, tus huesos,
tus órganos, todo tú, terminarán por congelarse y sucumbirán —aseguró el santo
de Acuario, sin una pizca de misericordia para su enemigo.
El guerrero de Avanish apretó
los dientes y las manos, musitando débilmente un nombre — Tara… ¡Tara!...
—tosió por el esfuerzo—. ¿Estás allí?... ¿Me escuchas? … Maldita sea… ¡Maldición!
¡Sálvame… no me dejes morir! —exclamó, furioso—. ¡No así… todavía no! ¡Yo… aún…
no puedo morir…!
Nergal dejó de sentir su cuerpo,
fue incapaz de volver a moverse. En un último vistazo, vio que los dedos de sus
manos se habían vuelto completamente de hielo.
El Patrono del zohar de
Brontes reunió fuerza y aliento para lanzar un último alarido, el cual cesó en
cuanto el hielo que subía por su cuello le cubriera por completo el rostro.
Terario permaneció de pie,
contemplando cómo su enemigo se volvió una escultura de hielo. Perdió todas sus
facciones humanas, quedando sólo una figura de reluciente y pulido cristal,
sobre la que el ostentoso zohar permaneció; como si fuera el maniquí en el que se
exponía en un museo.
Sólo hasta que sus sentidos
dejaron de captar los latidos del corazón y del cosmos de Nergal, es que el
santo de Atena pudo estar seguro de su victoria.
Terario sintió deseos de
derrumbarse en la nieve por los múltiples dolores que oprimían su cuerpo. Mas
cuando sus ojos se cerraron por un segundo, en el que también flaquearon sus
rodillas, imaginó escuchar la voz de Natasha y eso lo obligó a conservar la
conciencia.
Miró hacia donde se erigía el
palacio del Valhala, recordando que allá aún se encontraba otro de los
Patronos. Se mortificó por el bienestar de Kiki, de Natasha, de Singa y de
Velder, por lo que forzó a sus pies a iniciar la marcha hacia allá, cojeando
por su pierna rota.
* - * - * -
Bluegrad.
¡Drakaina Delphyne! —
clamó con voz retumbante la Patrono del zohar de Equidna, Danhiri.
Su zohar carmesí se encendió
en llamas, abandonando su sólida forma para convertirse en puras flamas
anaranjadas y rojizas que se extendieron por la piel de la mujer. La carne y
sangre de Danhiri se fundieron con el fuego escarlata, tomando la apariencia de
una majestuosa criatura, una ninfa de fuego, cuyas alas de dragón se abrieron,
expulsando un cosmos ardiente.
El calor de dicho soplido,
derritió la nieve a su alrededor y sofocó el ambiente a temperaturas que superaban
las existentes dentro de un volcán activo.
Souva de Escorpión admiró a la
dama de fuego, cuyas alas la alzaban en el cielo como a un pájaro. Ella lo miró
a través de su rostro carente de facciones, pero donde la perfilada nariz de
fuego indicaba la dirección de su atención.
— Por tu expresión, creo que has entendido que la muerte está cerca
—la Patrono dijo. Su voz emergía de entre las llamas que le daban forma.
El santo de Escorpión le dedicó
una mirada estupefacta, pero cuando sus heridas comenzaron a arder por el calor
del lugar, logró salir de su estupor.
— Magnifica… de verdad me has
dejado sin palabras —admitió, sudando un poco ante el nuevo desafío frente a
sus ojos.
— Reiniciemos el combate santo de Atena. Tú me mostraste tu mejor técnica
y sobreviví, ahora que te muestro la mía, ¿sobrevivirás?
— No tengo otra alternativa…
te prometí que te vencería, y es lo que pienso hacer —el santo respondió con
osadía.
La Patrono se arrojó sobre él,
como un águila que cae sobre su presa.
Los dedos índices y medios de
Souva se armaron con las alargadas uñas escarlatas, las cuales se tornaron de
un color violeta de manera súbita — ¡Veneno de las sombras!
Cuatro resplandores violáceos
emergieron de sus manos, tomando la forma de estrellas, shurikens que giraron
velozmente hacia la Patrono, quien no cambió de dirección.
Souva confió en que Danhiri
continuaría subestimando sus ataques, por lo que esperó que sus shurikens impactaran
en ella. Sin embargo, quedó boquiabierto al ver que sus estrellas energéticas
pasaron a través de la figura de fuego con facilidad, emergiendo por su espalda
y desapareciendo en la distancia al no haber encontrado un cuerpo de impacto.
— ¡Eso… es…!
La mujer de fuego lo embistió
a una gran velocidad, su figura lo atravesó como si fuera un fantasma que
arrastraba cadenas de fuego por sus entrañas.
Souva de Escorpión soltó un
alarido, apretándose el estómago y el pecho con los brazos.
Danhiri rio, volviendo al
cielo desde donde disfrutaba la agonía del santo dorado—. Pobre tonto, te advertí que no volverías a tocarme —se burló,
volando nuevamente hacia él —. ¿Creíste
que exageraba?
En esta ocasión Souva logró
eludirla, saltando por encima de ella, girando su cuerpo y disparando sus
letales agujas escarlatas.
Los rayos carmesís también
pasaron a través del cuerpo de la Patrono, impactándose en el suelo caliente.
La Patrono desplegó su cosmos
flamígero, generando una onda de llamas que lanzó sobre el santo del Escorpión,
quien aún se encontraba suspendido en el aire. Souva logró maniobrar y eludir
en gran parte el ataque, pero la hombrera izquierda de su armadura estalló por
el paso del rayo de fuego, que terminó lanzándolo violentamente hacia el suelo.
La Patrono lo interceptó antes
de tocar tierra, volviendo a alzarlo por el cielo tras una patada que Souva
resintió en la espina dorsal.
En su ascenso, el santo miró
hacia abajo, viendo la figura de Danhiri que subía en su persecución. El santo
giró su cuerpo, para caer sobre ella con una patada extendida. Pero al
precipitarse sobre la Patrono, su pie no encontró superficie alguna, pasó a través
de las llamas de la ninfa de fuego.
El santo de Escorpión se vio
atrapado en ese torrente llameante, sintiendo que se cocían sus órganos, se sofocaban
sus pulmones y se incendiaba su corazón.
La Patrono permaneció
suspendida en el aire, contemplando cómo el santo incendiado cayó aparatosamente
en el suelo, donde sus dedos y rostro sintieron el intenso calor de la
superficie.
Souva intentó ponerse de pie,
pero su cuerpo humeante se negaba por las quemaduras sufridas en el exterior e
interior de su cuerpo.
— Esto no puede ser… no puedo dañarla con mis técnicas… ni siquiera con
mi puños… en cambio ella… —pensaba con frustración.
Al sentir en su espalda un
intenso calor, lo llevó a mirar por encima de su hombro, contemplando a la dama
dragón justo encima de él. Sus alas se extendieron ampliamente alrededor de
ambos, para impedir cualquier intento de escape.
Souva logró volverse, quedando
totalmente tumbado en el suelo cuando la mujer se inclinó de manera insinuante,
flotando sobre él de tal forma en la que sus cuerpos no se tocaban, pero el
intenso calor que Danhiri transmitía lastimaba al santo.
— Lo intentaste —dijo ella—,
donde otros han sucumbido al horror, tú cuando menos lo intentaste —comentó—.
Pero esta transformación me vuelve
invulnerable a cualquier ataque físico, y ya que tú eres sólo un insecto
inútil, no tienes forma de volver a herirme.
Souva permaneció en silencio,
con los ojos entrecerrados por el intenso resplandor que desprendían las llamas
de la Patrono.
— En cambio yo… soy capaz de tocarte y herirte ignorando la protección de
tu insignificante armadura, la resistencia de tu carne… y matarte de la forma más
horrible que puedas imaginar —musitó, instantes antes de que su mano
llameante atravesara el cuerpo de Souva, manteniéndola dentro de él, justo a la
mitad de su vientre.
El santo de Escorpión sintió
esa mano de fuego, la cual no fracturó su armadura, ni abrió su piel, pero de
alguna manera avanzó hasta sujetarse a una de sus entrañas, desde donde la
agonía comenzó.
El santo gritó todavía más
fuerte que antes por el lento calcinamiento de su intestino, de su hígado y
todos sus demás órganos. Souva se convulsionó por el imparable incendio que se extendía
a cada rincón de su ser.
Intentó apartar el brazo de la
mujer, moverse, pero sus manos sólo atravesaban el fuego, que no perdía su
forma.. Ella lo retenía con fiereza, no estaba dispuesta dejarlo escapar.
El calor que sentía lo comenzó
a asfixiar, los fluidos de su cuerpo empezaron a hervir.
Tal vez pasó un minuto, quizá
menos, pero cuando un vapor rojo comenzó a salir del cuerpo del santo de
Escorpión, la mujer sintió un inmenso placer.
— ¡Arde, arde! —clamó ella, entre risas—. La temperatura de tu cuerpo ha rebasado los límites soportables, es
hora de morir. ¡Veré cómo arde hasta el último gramo de tu ser, te lo prometo!
A punto del colapso, el santo
vio el vapor rojo que desprendía su cuerpo, era su sangre… ¡su sangre estaba
evaporándose!
Supo que iba a morir y no
tenía forma de evitarlo, el dolor no le permitía pensar en nada más. Sentía que
su conciencia se separaba de su cuerpo, el dolor mitigaba, él ya no gritaba
pero aún escuchaba sus propios alaridos. Su visión permaneció fija en la
guerrera flameante, viendo que ésta se alejaba más y más, sintiendo que algo lo
jalaba, arrastrándolo lejos de allí…
Una voz estruendosa lo llevó a
reconectarse con su cuerpo moribundo.
— ¡Impulso Azul!
Danhiri se sorprendió por el
vendaval de nieve que vapuleó sus alas. El aire frío la despegó del suelo, elevándola
por la fuerza de la ventisca helada que minimizó el tamaño de sus llamas. Una
vez que se sobrepuso a la sorpresa, su cosmos llameante le regresó su majestuoso
aspecto.
La Patrono buscó al
responsable de tal agresión, encontrándose con el regente de Bluegrad, Alexer,
quien había abandonado su ropaje azul para vestir la scale marina de Kraken.
— ¡¿Alexer?! ¿Cómo osas entrometerte en esto? ¡¿Acaso olvidaste nuestra
advertencia?! —reclamó la Patrono—. Después
de lo benévolos que hemos sido contigo y con tu pueblo, pese a tu constante altanería,
¿has decidido rebelarte estando el final tan cerca?
— ¿”Benevolencia” dices? —musitó Alexer, enfadado—. ¡Seré tan generoso
contigo como tú lo has sido conmigo, Danhiri! —bramó el marine shogun, elevando
su cosmos invernal. El cosmos de Alexer actuó sobre la fracción devastada de
Bluegrad, devolviéndole su digno aspecto nevado—. ¡Eso te lo juro!
— Vaya que eres un ser despreciable —dijo la Patrono—. En el pasado planeaste llevar a Bluegrad a
la guerra por tus mezquinos deseos; años después te aliaste a Poseidón al ser lo
que más te convenía; traicionaste al dios del mar por los habitantes de tu
reino, y ahora los has abandonado a morir… ¿Para qué? ¡¿Intentas regresar con Poseidón,
que él te perdone?! —cuestionó enfurecida, pero terminó riendo—. ¡Imbécil! ¡Has sacrificado a tu gente en
vano, pues Poseidón muy pronto dejará de existir y no habrá amo al que puedas
regresar!
— Ya no hay razón por la que
tenga que contenerme Danhiri. Mi gente está a salvo y es por ello que puedo,
finalmente, oponerme a ti y a los tuyos… ¡Fuera de mi reino! ¡Impulso
azul!
El ataque invernal golpeó a la
Patrono, pero ésta permaneció inmóvil en el aire. Aunque la tormenta soplaba con
fuerza contra ella, los diamantes del cristal y la nieve se evaporaban al
simple contacto con su cuerpo llameante.
* - * - *
En los instantes en que Alexer
y la dama dragón peleaban, el shaman Vladimir acudió en auxilio de Souva de
Escorpión, cuyo cuerpo magullado presentaba severas quemaduras. Lo levantó un
poco por la espalda, buscando una reacción de vida.
Souva tardó en reaccionar,
pero balbuceó un par de cosas que Vladimir no pudo entender hasta que logró
abrir los ojos.
— … Vladimir —lo llamó, al
reconocerlo—… Maldición, por un momento creí que no lo contaba —sonrió,
adolorido.
— Aún no estás fuera de
peligro Souva —le advirtió, observando su aspecto demacrado y el teñido que la
sangre evaporada dejó en su piel.
— Ella es… muy fuerte… y
ahora… será inútil… ningún ataque físico la dañará… no si permanece con esa
forma… —el santo buscó levantarse, pero la simple flexión en su abdomen lo hizo
retorcerse de dolor y escupir sangre—. Pero no volverá a la normalidad… creo
que la asusté demasiado… —volvió a reír.
— Entonces tendremos que
destruirla de esa forma u obligarla a cambiar. Observa —pidió Vladimir—. Aunque
el cosmos de Alexer parece no afectarla, sus flamas, su cuerpo se empequeñece
un poco. Esa técnica de fuego puede ser muy eficaz contra cierto tipo de
guerreros, pero no contra un maestro en las técnicas de hielo… No sé si ella se
ha dado cuenta que sería mucho mejor regresar a su forma anterior para este
nuevo combate…
— Es posible que… lo sepa,
pero… en el fondo es muy orgullosa —Souva aseguró, como el experto en mujeres que se creía—, quizá sólo quiere ser… capaz
de derrotar a Alexer pese a las desventajas… mostrarse superior a cualquiera de
nosotros… Y es posible que lo haga… ¿Está mal admirar a la fascinante mujer que
podría matarnos a todos? —bromeó, apretando los dientes al lograr arrodillarse,
ayudado por el shaman.
— El aire frío de Alexer no
bastará para extinguirla por completo, deberé ayudarlo… pero si fracasamos y
ella vuelve a la normalidad, habrá que enfrentar otro gran problema.
— Su armadura —el santo de
Escorpión se adelantó a decir, meditando unos segundos más antes de proseguir—.
Si eso llegara a pasar… hay algo que podríamos intentar… Puede o no funcionar,
pero escúcheme… esto es lo que haremos…
* - * - *
El cosmos invernal e infernal
de los guerreros se debatía pintorescamente en el cielo de Bluegrad.
Los rayos glaciares de Alexer
se desvanecían ante el calor de las llamas de la Patrono; mientras que el fuego
incandescente de Danhiri se extinguía con el golpeteo de los cristales de
hielo. Sin embargo, pese a la equidad del combate, la fuerza de Danhiri comenzó
a prevalecer, al buscar la pelea directa contra el marine shogun.
Alexer fue hábil y eludió la
estrella fugaz que intentaba impactarlo. Moviéndose sobre el hielo, en el que
se marcaba el paso de las colas de fuego.
Sin detenerse, Alexer alzaba
grandes torres de cristal, por las cuales Danhiri pasaba, derritiéndolas o
destrozándolas.
Arriesgándolo todo, Alexer
frenó estrepitosamente, proyectando su cosmos para ejecutar su técnica de
hielo.
La tempestad golpeó a la
Patrono de manera directa, y aunque sus llamas se achicaron unos instantes, su
velocidad no menguó; superó el soplido infernal y alargó el brazo hacia el
marine shogun, cerrando la mano sobre su cara.
La Patrono arrastró a Alexer,
manteniendo su mano izquierda sobre su rostro, sujetándole el cuello con la
derecha.
Los gritos del marine shogun
se ahogaban entre las llamas que quemaban su piel.
— La carrera se acabó, y yo
gané. Como castigo, voy a freírte el cerebro —Danhiri le dijo con una voz
tranquila y victoriosa.
El cuerpo de Alexer se
retorció por el dolor, pero la agonía lo llevó a que su cosmos estallara de
forma violenta, generando un tornado helado. Danihiri no lo soltó hasta que las
manos de Alexer lograron lo impensable; sujetó sus muñecas, puntos en los
cuales una capa de hielo comenzó a crecer, encapsulando las llamas.
Impresionada por el milagroso
acto, la Patrono arrojó a Alexer al suelo, como si fuera la criatura más grotesca
que hubiera sujetado jamás con sus manos. Miró el hielo que formaron dos aros
alrededor de sus brazos, pero con un pensamiento intensificó sus flamas y las
evaporó.
En el suelo, Alexer se cubrió
el rostro, que sentía derretirse bajo sus dedos. Sólo su ojo izquierdo le brindó luz, el otro permaneció
en la oscuridad total.
* - * - *
Vladimir se levantó, dejando
al santo de Escorpión en el suelo. Souva parecía prepararse para alguna clase
de rito, por lo que permanecía arrodillado.
— ¿Estás seguro, Souva de
Escorpión? —preguntó Vladimir, a lo que el santo asintió—. Podrías esperar, no
es necesario que arriesgues así tu vida.
— No hay nada más qué decir…
tengo que intentarlo. Debes hacer tu parte, aunque sé que también es arriesgado
para ti.
— Yo ya he vivido mucho
tiempo, no sería una pérdida. Pero tú, que eres joven y con gran porvenir, eso
sí es lamentable —añadió el shaman, doliéndole la idea de que el santo de
Escorpión muriera en la batalla.
— No menosprecies tu vida,
viejo. Si mueres, habrá una hija e hijos
que llorarán por tu partida… Además, ¿quién dice que voy a morir? —cuestionó,
sonriente—. Ya te lo pedí antes, dejemos de hablar de la muerte, no sea que lo
tome como una invitación.
En el rostro de Vladimir se
dibujó una suave sonrisa. Asintió, dándose media vuelta, alejándose de Souva
para poder ejecutar su propia técnica—. Fue un placer conocerte, Souva de
Escorpión —susurró al viento.
— Mi poder como shaman sería insuficiente para apoyar a Alexer —pensó
Vladimir, al abandonar todas sus armas y posesiones espirituales—. Él necesita al verdadero maestro de los
santos de cristal.
La fuerza espiritual del
shaman cubrió su cuerpo, con la que fue capaz de trazar un par de símbolos en
el aire con los dedos—. A ti, oh gran
espíritu, uno de los seis hermanos, custodio de las puertas del más allá, te imploro
escuches mi suplica — recitó Vladimir, con gran solemnidad. Ante él, con la
luz de su energía espiritual, dibujó las líneas de una puerta—. Al poseer una de
las diez llaves, te ruego que le permitas a aquel a quien invoco escuchar mis
palabras… Te llamo a ti, con quien hice un pacto, ayúdame una vez más.
Souva observó aquello desde la
distancia, pestañeando repetidas veces pues no sabía si era algo producido por
su delirio, o porque en verdad estaba ocurriendo.
Contempló cómo ese portal se
abrió por la mitad, dando paso a alguien. Por la distancia no logró verle bien,
pero de manera súbita, el shaman tocó con su mano a ese aparecido, y
enérgicamente exclamó.
— ¡Posesión de almas!
La figura frente a Vladimir se
osciló como si estuviera hecha de aire, formando una pequeña esfera remolinante
que el shaman sujetó con su mano derecha, para después golpearla contra su
propio pecho.
— ¡Fusión de almas! — le
escuchó gritar, en cuanto su energía espiritual se acrecentara y generara un
vórtice a su alrededor.
Souva alzó el brazo para
cubrirse la cara, pero aun así, la nieve que se alzó le impidió ver más allá de
su extremidad. Cuando todo se silenció, el santo de Escorpión miró a Vladimir;
allí estaba él, dándole la espalda, mirando en dirección a donde la pelea de la
Patrono y el marine shogun se llevaba a cabo.
El santo pestañeó incrédulo,
ya que, pese a no existir un cambio visible, el cosmos de Vladimir era
totalmente distinto y… más poderoso. Antes de que él le hablara, el shaman se
volvió por unos segundos, dedicándole una simple mirada.
Souva sufrió un severo
escalofrío al haber sido alcanzado por esos ojos que, aunque fueran los mismos
del shaman, se contraían en una expresión diferente… como si se tratara de otra
persona la que allí se encontraba de pie.
Ninguno se dirigió palabra.
Vladimir partió hacia la batalla, mientras que el santo dorado prosiguió con su
decisión.
Reavivando su cosmos dorado,
el par de uñas carmesís volvieron a crecer en su mano derecha, mientras la
izquierda apartaba el peto dañado de su armadura.
— Estoy listo… si debo o no
liberar todo este poder, ya será por el destino que esa mujer elija para sí…
—musitó, sonriendo débilmente. Pudo imaginar a su maestro parado junto a él,
recordándole el gran riesgo que corría al efectuar la técnica que estaba a
punto de iniciar.
Sin vacilar, Souva extendió su
afilado dedo índice, el cual destelló por el fulgor de su cosmos—. Katakeo*…— murmuró con sofoco, clavándose en el
pecho la afilada aguja escarlata.
* - * - *
Alexer eludió las veloces
descargas llameantes que Danhiri lanzaba desde el cielo. Cada que impactaban en
el suelo, la energía regresaba disparada a la superficie como potentes chorros
de magma, hasta tomaban una consistencia liquida y espesa, los cuales poco a
poco acorralaron al marine shogun. El aire congelado sucumbía rápidamente ante
el terreno volcánico que la Patrono había creado a base de su poder.
— Parece que los afamados guerreros de los dioses no saben otra cosa más
que correr. Son unos cobardes, difíciles de matar cierto, pero unas verdaderas
molestias —comentó ella, cerrándole el paso al marine shogun, quien quedó
en medio de un extenso lago de magma místico.
Con únicamente un bloque de
hielo que lo alzaba por encima del fuego, Alexer miró con desprecio a la
Patrono que volaba en el aire.
— El fin te llegó Alexer. Una vez que termine contigo, te prometo que
reduciré a Bluegrad a un cementerio de cenizas, donde el invierno jamás volverá
a llegar —aseguró, incrementando su poder, manipulando la energía que
convirtió en espeso magma, para que girara a la velocidad de un tornado—. ¡Despertar
del dragón!
Ante el eco de su voz, la lava
se alzó en numerosas columnas, enjaulando al marine shogun. Alexer sólo atinó a
mirar hacia el cielo, donde los chorros de energía incandescente chocaron entre
sí y precipitaron una cascada de lava ardiente sobre él.
El regente de Bluegrad se
rodeó con su cosmos gélido, pero hasta él dudó de ser capaz de salir bien
librado de toda esa marejada de poder ardiente.
— ¡Freezing coffin! —clamó
la voz de un nuevo participante en la batalla.
Ese estruendoso grito de
guerra no evitó que la cascada cubriera al marine shogun. Sabiéndolo acabado,
Danhiri se alegró de que esta vez no habían sido capaces de robarle la muerte
de un enemigo. Buscó al entrometido que intentó imponerse a sus deseos,
encontrando a un hombre de edad avanzada y carente de alguna armadura que lo
protegiera del calor de su cosmos.
— ¿Y quién se supone eres tú? —cuestionó con ligera curiosidad, en el
fondo le alegraba la aparición de nuevos enemigos. Luchar era un placer que difícilmente podía saciar en estos días.
— Aquel que fue invocado para
vencerte— el guerrero respondió con gran seriedad y temple.
— ¿Tú? ¿Qué puede ofrecerme alguien como tú en una batalla, donde un
santo de Atena y un marino de Poseidón no pudieron?
— Jamás subestimes el poder de
un santo de Atena —aclaró Vladimir, desplegando un intenso cosmos dorado. Él
abrió la palma de su mano derecha, y en ella se creó una esfera de cristal
Danhiri rió divertida—. ¿Otro guerrero que manipula el hielo? Qué
creativos son…
Pero su risa calló al ver que,
una vez que su técnica dejó de fluir del cielo, una enorme estructura de hielo
permanecía de pie tras el paso de su poder volcánico.
Azorada, vio cómo es que
dentro del témpano de hielo, Alexer se encontraba resguardado y con vida.
El marine shogun quedó
perplejo cuando ese magnífico hielo lo rodeó y protegió. Incluso él, siendo un
guerrero azul, resintió el frío por el cual tal estructura fue forjada. Se
obligó a quedarse quieto, pues sólo un pequeño espacio le fue concedido para
refugiarse y no formar parte del ataúd de cristal.
— ¡Diamont Dust! (¡Polvo de diamantes!) —Vladimir aplastó
la esfera de cristal en su mano, rompiéndola entre sus dedos, y los fragmentos
cristalinos permanecieron orbitando su brazo. Precipitó el puño en dirección a
la Patrono, liberando una imparable ráfaga gélida.
El aire frío y pequeños
diamantes alcanzaron a Danhiri. La Patrono del zohar de Equidna confió en sus
incandescentes llamas para protegerse, pero en esta ocasión, el aire congelante
ondeó su cuerpo de manera abstracta, como una flama luchando por mantenerse
encendida ante el soplido del aire destinado a apagarla.
Sus llamas danzaron con miedo
a extinguirse, pero la mujer aumentó el tamaño de sus alas carmesís, rodeándose
por un capullo de fuego y magma que generó para protegerse.
El cosmos de Vladimir continuó
proyectándose hacia la guerrera, hasta que el cúmulo de energía calcinante se
enfrió, como lo haría el magma al chocar contra las aguas del mar, quedando una
estructura amorfa y tétrica.
El shaman percibía el cosmos
de su rival intacto, pero acorazado en el interior de tal caparazón oscuro.
Por el grosor del ataúd de
cristal, Alexer no pudo ver claramente lo ocurrido, pero mientras agudizaba la
vista, la protección de hielo a su alrededor se desmoronó en copos de nieve y
cristal, que viajaron de regreso hacia al hombre que la creó.
El marine shogun miró perplejo
a Vladimir. En su anterior batalla no mostró tan alto nivel de cosmos, pero
ahora… un cosmos así, sólo ha podido percibirlo de los santos de Atena. ¿Cómo
era posible?
— ¿Quién eres tú? — era la
cuestión que escapaba al entendimiento de Alexer, consternado por la confusión
de sus sentidos.
Vladimir lo miró con ese par
de ojos fríos que antes hicieron temblar a Souva de Escorpión.
— Sólo un antiguo maestro de
cristal —respondió con brevedad—. Pero no podemos perder el tiempo en dichas
cuestiones, Alexer de Kraken —el shaman señaló—. Si la fortuna está de nuestro
lado, la batalla se decidirá en los siguientes minutos. Ahora necesito de tu
aire frío, el más bajo que seas capaz de lograr.
— ¿Qué planeas exactamente? — el
marine shogun deseó saber, con un deje de desconfianza.
— El poder de un maestro de
cristal se define con qué tan cercano llega su cosmos al Cero Absoluto. Alcanzarlo es casi imposible, pero entre los dos es
probable que podamos generar un aire tan frío que lo simule… o incluso llegar
más allá de él.
— El Cero Absoluto —musitó
Alexer.
— En vida me acerqué lo
suficiente, pero no tanto como hubiera deseado…
— ¿Dijo “en vida”?— Alexer pensó, alarmado.
— Tal esfuerzo puede trazar
dos caminos, pero al final el mismo resultado: la derrota de esa mujer.
Alexer deseó tener la misma
confianza que el shaman, pero él era mucho más meticuloso antes de elaborar un
plan.
— Aunque lo lográramos y
tuviéramos éxito… el frío que generaríamos juntos podría matarnos… sobre todo a
ti. Yo cuando menos porto una scale sagrada, seré capaz de resistir más tiempo,
¿pero tú?
* - * -
— ¿Estás escuchando Vladimir? No sólo soy yo quien te alerta del peligro al
que expones tu vida —pensó el maestro de cristal, quien recibió una
respuesta dentro de su propia mente.
— Lo sé, pero no hay otra
alternativa. Es mi deber como shaman y protector del mundo ponerle fin a esta
batalla. Si se lo permitimos, esa mujer arrasará Bluegrad y quien sabe cuántos
más reinos —respondió la voz
del auténtico Vladimir—... Ésta será la última vez que uniremos
nuestras almas, amigo mío. Sé que te prometí que no habría más necesidad cuando
Terario obtuvo tu armadura, lamento no haber podido cumplir mi promesa
—añadió con tristeza.
— No, gracias a ti. Me alegra ser capaz de hacer algo más por esta nueva
era, que sólo haberte ayudado a entrenar al siguiente santo de Acuario —agregó
el maestro de cristal—. Fue un honor
laborar contigo.
— Entonces no lo dudes, yo
también emplearé mi propio poder en este ataque —lo animó el shaman—. Será
un placer que me escoltes hacia el otro mundo. ¡Adelante!
* - * - * -
— No te preocupes por mí
—fueron las tajantes palabras del maestro de cristal para Alexer—. El
sacrificio es parte de la vida de todo guerrero, eso deberías saberlo. Si
tienes miedo, entonces puedes marcharte.
Vladimir y Alexer percibieron
el cosmos de la Patrono, el cual comenzó a romper la lava petrificada, como si
fuera un cascarón.
— No digas estupideces… deseo
matarla tanto como tú. Estoy contigo —dijo el marine shogun, elevando el poder
de su cosmos—. Expondré mi vida tanto como tú lo haces. Derrotarla no lavará mi
pecado hacia el señor Poseidón, pero complaceré mis propios deseos.
Vladimir lo imitó, encendiendo
su cosmos. Permanecieron lado a lado, preparándose para el final.
La Patrono Danhiri emergió del
capullo como el majestuoso fénix que resurge de las cenizas.
Se alzó al cielo con sus
llameantes alas extendidas, gritando con clara furia y deseo de sangre.
Miró hacia donde dos
insignificantes puntos se mantenían de pie, aguardando su actuar.
— ¡Ustedes…! —empezó a decir, rabiando desde el fondo de su ser. La
furia se proyectaba en la extensión de sus llamas.
Las alas de fuego que la
mantenían en el aire se abrieron de par en par en el instante en que su cosmos
explotó, formando un gigantesco sol rojo por encima de su cabeza— ¡Sí que son un fastidio! ¡Extinguir sus
insignificantes vidas no bastará para apaciguar mi furia! ¡Sólo hasta que transforme
esta tierra helada en un reino volcánico, me sentiré satisfecha! ¡Vuélvanse
cenizas! ¡Hecatombe solar!
De ese incandescente sol rojo,
emergieron miles de rayos escarlatas que se precipitaron hacia el suelo, en una
lluvia que fulminaría no sólo la zona de la batalla, sino que heriría a la
tierra misma, generando sismos violentos y grietas por las que el magma natural,
fortalecido y contaminado por Danhiri, emergería y se extendería por
kilómetros.
— ¡Rugido Ártico de Kraken!
—Alexer desplegó su técnica mortífera, la cual se transformó en una tormenta
que subió hacia el cielo.
— ¡Aurora Execution! (¡Ejecución Aurora!) —lo secundó Vladimir, lanzando la mortal ráfaga de cristales
emergentes de sus manos.
Aunado a ello, el poder
espiritual de Vladimir actuó sobre el ambiente nevado; de la vasta alfombra de
nieve, comenzó a desprenderse el intenso aire frío de la tundra. Como si los
mismos espíritus de la nieve les ayudaran, la naturaleza también sopló su
castigo invernal contra la Patrono y su fuego mortal.
Danhiri retuvo la respiración
al ver cómo es que su técnica fue frenada por la tormenta de hielo, obligándola
a retroceder.
— ¡No, no! ¡No seré vencida por esto! ¡¿Se creen tan fuertes como para
creer que podrán apagar el sol?! ¡Nunca! —gimió enfurecida, empleando todas
sus energías en vencer a los paladines de cristal.
El choque de hielo y fuego era
un fenómeno por el cual el cielo sufría; se tornó oscuro, repleto de nubes
rojas y centellas azules que rugían como dragones encolerizados.
Alexer y Vladimir no
desistieron, mantuvieron todas sus fuerzas en alto, sin flaquear pese a que sus
cuerpos comenzaron a cubrirse con escarcha helada.
— ¡Es tan fuerte…! ¡¿Cómo
puede serlo?! —se preguntó Alexer, pesando en su ser un sentimiento de
humillación que lo llevó a superar su propio limite, acrecentando el poder de
la gran tempestad.
El misterioso maestro de
cristal no tuvo más alternativa, creyó que con ese nivel de aire frío sería
suficiente, pero comprobó que no había forma de salvar el cuerpo del shaman.
Quizá fue un error dejarse llevar por el sentimentalismo, pero lo tuvo que
intentar… En silencio, lamentó tener que destruir a Vladimir para obtener la
victoria, pero había llegado la hora...
El maestro de cristal aspiró una
gran bocanada de aire por la boca y, con un pensamiento, liberó por completo su
cosmos, generando una oleada glacial que le otorgó todavía más fuerza a la
tormenta de hielo. La tempestad al fin pudo continuar con su ascenso,
extinguiendo el cosmos flamígero de la Patrono, hasta alcanzarla.
Danhiri resintió el golpe de
la ventisca, pero su ser resistió la fuerza invernal. Gritó al sentir dolor
pese a la carencia de un cuerpo físico.
Intentó protegerse una vez más
con sus alas, para precipitarse a tierra y caer sobre los causantes de su dolor
como una bomba. Sin embargo, conforme más se acercaba al origen de la tormenta,
más sufría y sus llamas reducían su tamaño. Asustada, intentó alejarse, volar
por encima de las nubes y escapar de la corriente glacial, pero una poderosa
onda de aire sopló en su contra, obligándola retroceder en su vuelo.
Ese nuevo viento giró velozmente a su alrededor, arrastrando el frío,
la nieve y los diamantes, atrapándola en medio de una gran esfera dentro de la que
se comprimía y fusionaba todo el poder de los guerreros de cristal y de la misma
naturaleza.
Incapaz de moverse, siendo
vapuleada por el movimiento de todo ese poder concentrado, Danhiri escuchó una
voz que no esperó volver a escuchar a través del cosmos.
— Dijiste que mi viento sólo servía para acrecentar la fuerza de tus
llamas, pero jamás imaginaste que también ayudaría a intensificar una tormenta
de nieve.
— ¡Tú! —bramó ella.
Atrapada en esa prisión de aire
frío, Danhiri no fue capaz de ver al maltrecho marine shogun de Hipocampo, de
pie, junto a su compañero de armas.
Para cuando Tyler de Hipocampo
recobró la conciencia, no tuvo mucho tiempo para comprender la situación. Pero,
al percibir que Alexer luchaba contra la mujer que lo venció, no dudó en ir
hacia allá en busca de respuestas.
Aun cuando el estigma de
traidor recaía sobre Alexer, le bastó verlo pelear contra la enemiga de la Atlántida
para prestarle su ayuda. Logró que su cosmos moribundo recobrara fulgor. Inspirado
por la fuerza de los guerreros de cristal, alcanzó nuevos niveles al
armonizarse con el poder de Vladimir y Alexer.
La fuerza cósmica de los tres guerreros
desbarataba el cuerpo flameante de la Patrono, quien sentía cómo se dividía y
se volvía a unir de manera descontrolada. En Danhiri despertó un horror que
jamás creyó sentiría en su vida. Cuando
su mente y cuerpo comenzaron a desvanecerse por segundos, supo que su vida
terminaría si la situación continuaba.
Fue tal y como lo previó el
santo de Escorpión.
Antes de que las llamas de su
cuerpo desaparecieran por la tempestad, la Patrono cambió, su armadura carmesí
destelló una vez más sobre su cuerpo mortal.
Danhiri resintió un poco de
frío en sus huesos, pero de una manera más leve y llevadera gracias a su zohar,
su armadura eterna e irrompible. Se cobijó con tales ideas y promesas, creyendo
que sólo tendría que esperar a que sus enemigos se agotaran y el infierno
nevado terminara.
— Allí viene —detectó el alma dentro del cuerpo moribundo de
Vladimir—. Souva, espero tengas razón…
Danhiri optó por una posición
fetal para resistir el golpeteo imparable de las ventiscas dentro de la
esférica prisión, pero entonces, sin esperarlo, una figura se desplazaba por el
paisaje ártico; corrió por el terreno en el que la tormenta era tan fría como
para detener los átomos de la materia; saltó hacia la magnánima prisión de aire,
introduciéndose en ella sin que su cuerpo se congelara por las fuerzas que allí
giraban sin cesar. Danhiri lo vio entrar…
Como si el tiempo y el espacio
se hubieran congelado a su paso, desprovisto del peto de su armadura dorada,
ungido únicamente con su cosmos carmesí, Souva de Escorpión atravesó sin
problemas todas las capas de hielo y tormenta para alcanzarla.
Danhiri sabía que no era el
tiempo el que estaba corriendo de manera lenta, ni tampoco que había sido
afectada por alguna técnica que engañara su percepción, sino que el santo de
Escorpión se movía tan rápido que todo el mundo se detuvo alrededor suyo,
incluyéndola.
Él caminó hacia ella, con una
actitud presuntuosa, mostrándole las afiladas uñas escarlatas que adornaban sus
manos.
Pese a las numerosas heridas
que Danhiri infligió en el cuerpo del santo dorado, la que llamó su atención no
era una de ellas: un agujero sangrante a la altura del corazón, del que no sólo
emergía sangre, sino también un aura extremadamente caliente. Esa energía
ardiente cubría todo su cuerpo… ni ella misma podría despedir ese tipo de
calor.
Souva de Escorpión no se veía
afectado por la letal tormenta. ¿Qué es lo que había hecho? ¿Cómo ocurrió tal
cambio? ¿A quién le vendió su alma para ser capaz de llegar a tal nivel de
habilidad? Se cuestionó Danhiri en las profundidades de su mente.
Con un color escarlata
coloreando sus pupilas, el santo de Escorpión sólo musitó — Escorpión…
de nueve aguijones ardientes…
Y como si su voz hubiera
desvanecido el hechizo que detuvo el
tiempo, los sentidos de Danhiri no pudieron captar los veloces movimientos con
los que Souva la derrotó, sólo fue consciente de ello cuando sintió su sangre
correr por diferentes puntos de su piel.
— ¡No…! —alcanzó a murmurar,
antes de que su boca se llenara de sangre y la escupiera por el dolor.
Al percibir que el agresivo
cosmos de la Patrono de Equidna casi desapareció, fue la señal para que
Vladimir, Alexer y Tyler apaciguaran sus fuerzas y frenaran el infierno blanco
que crearon en la Tierra.
Los cuerpos de los marines
shoguns temblaban de manera incontrolable por el frío que penetró sus huesos y
heló sus corazones; el errático aliento que emergía de sus narices y labios
dibujaban una blanca neblina en sus rostros. Las scales perdieron sus hermosos
colores brillantes, quedando en estado de congelación, perdiendo toda su
fortaleza y vida.
Con los cabellos blancuzcos,
Alexer cayó de rodillas al suelo, pero aferrado a vivir. Vio preocupado cómo es
que Tyler cayó exánime a su lado, pero continuaba respirando.
— Lo logró… —escuchó decir a
Vladimir, quien miraba en dirección a donde Souva se encontraba con la Patrono.
Lejos, en ese punto en donde
segundos antes fue el centro sobre el que giró toda una mortífera tempestad, la
nieve volvía a caer gentilmente del cielo nublado. El lugar de la batalla
estaba impregnado por una neblina gélida y húmeda, que permanecería de manera
perpetua en la zona.
El cuerpo de Danhiri se
encontraba en el suelo, con manchas de sangre por doquier. Souva la miraba, de
pie y listo para darle muerte, pues aun tras todos sus esfuerzos y poderes
combinados, la mujer continuaba con vida, pero convaleciente.
El zohar, irrompible y eterno
como aseguraban muchos, presentaba ocho perforaciones que se realizaron
simultáneamente, en las hombreras, en los brazales, en las botas, en el peto y
en el cinturón, siendo nueve impactos contando la que recibió limpiamente en la
frente.
Las agujas ardientes del santo
de Escorpión destruyeron parte de la coraza e hirieron profundamente el cuerpo
de la joven que se resguardaba en ella. Aunque recibió una técnica letal, la
resistencia de la armadura absorbió el daño suficiente para preservar la vida
de su portadora.
Nadie involucrado en tan
cruenta lucha, imaginó que todo resultaría tan bien. Actuaron más a base de
presentimientos y fe, lo que fue la elección correcta, no la sensata, pero la atinada.
El zohar era capaz de resistir
los vientos helados pero, a niveles subatómicos, la fuerza que sobrepasó el cero absoluto debilitó internamente la
armadura, y su flujo constante le impidió sanarse lo suficiente como para
resistir la técnica del santo de Escorpión.
Tales factores permitieron la derrota
de Danhiri, quien abrió los ojos lentamente, buscando el rostro del rival ante
el que había caído. Sentía su cuerpo destrozado por las nueve puñaladas que
ardían infernalmente en su ser.
— ¿Cómo… cómo es que tú… te
convertiste en el titán… que me venció…? —ella masculló, tosiendo—… No lo
entiendo… estabas más muerto que vivo… y aun así… ahora… luces invencible…
Souva, todavía protegido por el
ardiente cosmos carmesí que nacía de su pecho, le dedicó una mirada pacifica,
digna de un vencedor que respetaba a un rival caído.
— No debes sentirte mal,
linda. Fuimos varios contra ti… Se necesitaron cuatro guerreros, cuatro
—enfatizó con los dedos—, para finalmente vencerte… Eso es admirable.
— Mordaz hasta el final… —musitó
la mujer, riendo un poco.
— Además, nos llevaste al
extremo de nuestras fuerzas… a poner nuestras vidas en juego, a lo prohibido
—confesó—… No sé si mis amigos de allá sobrevivirán… pero yo te garantizo que
te seguiré más pronto de lo que crees —dijo, sonriendo con extraña gentileza.
— ¿Por qué… te perforaste tú
mismo el corazón? —Danhiri preguntó, descubriéndolo al verlo tan de cerca.
— Un truco que me enseñaron…
con probabilidades fatídicas—explicó—... Es una vieja técnica, que le perteneció
a un antiguo santo de Escorpión… él empleaba el fuego de su corazón enfermo, la
llama de su misma vida, para incrementar la fuerza de todo su ser, de su
cosmos… Así que, de esta forma, obligué a mi corazón a simular las condiciones
necesarias que me permitieran ejecutar dicha técnica: Scarlet Needle Katakeo*
—rió un poco para admitir que—… Aunque la cambié un poco con mis propios
trucos, y la empleé con la más letal de mis técnicas…
— Una técnica suicida… Va con
tu forma de ser —agregó la joven al haber escuchado con atención—… Siempre
creí… que los guerreros que servían a los dioses, eran hombres egoístas… y mezquinos…
Si hay mortales como tú en sus filas… quizá… —pero no se atrevió a terminar la
frase. Apretó los labios, arrepentida, pues sería contradecir al señor Avanish
y muchas de las creencias por las que había peleado.
— Mátame ahora… —pidió ella.
— Pensaba hacerlo…
— Te estás tardando… no sé si
a propósito… o por lástima...
— ¿Últimas palabras? —inquirió
el santo.
— Je, ¿de verdad las transmitirías?
—preguntó ella.
— Todo por una dama…
Danhiri lo meditó un poco,
pero al final negó con la cabeza —. No… ella
sabe —determinó, cerrando los ojos en espera de una muerte digna, perdiendo por
completo el sentido.
Entrenado como un fiero
asesino, el santo de Escorpión no era la clase de hombre que dudara en eliminar
a un oponente vencido. Entendía que para muchos guerreros, la muerte era preferible
cuando la derrota llegaba… Aunque también habría perdonado la vida de la chica
si ésta se lo hubiera pedido, pero no, ella estaba lista para una muerte
honorable, y es lo que le daría.
Alzó la mano derecha, en la
que su uña carmesí brilló con intensidad.
— ¡Anta…!
Sin embargo, el golpe fatal del
Escorpión nunca llegaría al corazón de Danhiri, pues el brazo del verdugo fue desprendido de su cuerpo
cuando una estela radiante pasó a través de él, rebanándolo.
Souva no pudo reaccionar a su
pérdida, ni a ningún otro tipo de dolor cuando una serie de cortes, causados
por una cuchilla invisible, se ensañaron sobre él.
El santo se tambaleó,
confundido, sintiéndose mortalmente herido y cortado, mas sólo la herida de su
brazo sangraba.
* - * - * - *
Calíope, la amazona dorada de
Tauro, corría a toda velocidad para llegar al sitio en el que la mortal contienda terminó. Guiada por sus
sentidos, con el cosmos del santo de Escorpión como su faro, abandonó el
palacio Valhala; impulsada por sus sentimientos y no por la razón.
Se angustió todavía más cuando
el cosmos de Souva, intenso y magnánimo, decayó a niveles alarmantes en un santiamén.
Fue golpeada por un terrible presentimiento, sobre todo al recordar las últimas
palabras de su aprendiz moribunda. Calíope decidió ser fuerte y se aferró a la
idea de que podría cambiar el destino expuesto por la armadura de la Copa…
La amazona se detuvo en seco
una vez que entró a la zona de frío extremo, pues el clima resultaba incómodo
incluso para ella.
Avanzó con pasos rápidos, examinando
el campo de batalla, notando a los tres hombres semicongelados a su derecha y,
a lo lejos, otras tres siluetas más que permanecían inmóviles.
Distinguió que una de ellas era
Souva de Escorpión, tendido en el suelo blanco, en un charco de su propia
sangre. Calíope, sin importarle la identidad de la persona que socorría a la
guerrera enemiga, decidió ir al lado de su compañero, asfixiada por una
preocupación y congoja que no podía contener.
Presurosa, la amazona se
arrodilló junto al santo de Escorpión, encontrándose con el rostro impasible de
Souva, quien mantenía la vista en el firmamento.
— ¡Souva! —ella lo llamó, notando
que sus ojos carecían del brillo vivaz que siempre caracterizó su espíritu. Era
una mirada que Calíope reconocía perfectamente bien, la de alguien que estaba
sumergiéndose en la interminable oscuridad del reino de la muerte.
— ¡Souva, aguanta, ya estoy
aquí! —la amazona suplicó con desesperación. Sintiéndose incapaz de tocarlo, pero
tenía que examinar su condición si quería sanarlo.
— ¿Calíope? —pronunció Souva,
con una voz tan débil que casi se perdió entre la brisa del entorno—.
¿Preciosa… eres tú…? —insistió.
La amazona vio las numerosas heridas
en el cuerpo del santo dorado; lo más misterioso eran las delgadas y casi
imperceptibles marcas situadas sobre sus puntos vitales. Recordando viejas pláticas
y experiencias al lado del santo de Cáncer, le permitió concluir que esas no
eran heridas ordinarias, fueron infligidas para causar un daño más allá de lo
que el ojo humano es capaz de ver… y de sanar.
— Sí, soy yo— respondió ella, sujetando
la mano tambaleante que el joven alzó y llegó a palpar la máscara metálica que
cubre su cara.
Souva sonrió de forma tan
lastimera, que Calíope logró adivinar su último deseo. Sin dudarlo, la mujer
apartó la máscara de su rostro, reteniendo la mano del guerrero contra su
mejilla.
Souva de Escorpión esbozó una cálida
sonrisa al momento en que sus dedos no tocaron una fría superficie, sino tibia
y tersa piel—. Qué lástima… finalmente estás frente a mí… al descubierto… sin
tu máscara, y yo —le acarició la mejilla con una ternura que la amazona no
había sentido jamás en su vida, ni siquiera en aquel íntimo momento que compartieron en el pasado—… yo no puedo ver tu
rostro —musitó, cansado y ciego—, pero de seguro… debe ser como siempre lo
imaginé… muy hermoso…
Con lágrimas saliendo de sus
ojos, Calíope logró hablar, intentando usar ese tono impaciente con el que
siempre lo ha tratado — ¿Aun ahora no puedes dejar de decir tonterías como
esas? —lo reprendió, con profunda tristeza—. Souva, no morirás aquí —dijo, más
como un deseo que como una promesa. Sus lágrimas no eran desapercibidas para el
santo, cuya mano helada dejaba de percibir el calor desbordante de su rostro.
— Preciosa… cuida de los demás…
Protege… a los otros —Souva se esforzó para decir, cautivado por el vano
aliento que Calíope intentaba darle, y por las lágrimas que mojaban sus dedos—.
Dile al Patriarca que… me perdone…
Y, en un último susurro, esforzándose
para no rendirse ante la muerte todavía, dijo—… Calíope —pronunció su nombre una
vez más—, mis… sentimientos… Y-yo siempre… fu-i sin… cero… conti… go…
La cabeza del santo de
Escorpión se ladeó un poco, dando una respiración final. Murió sin que sus ojos
terminaran de cerrarse.
— … ¿Souva?… —Calíope masculló,
incrédula ante lo ocurrido—. ¡¡SOUVA!!
FIN DEL CAPITULO 47
*Katakeo (o Katakaio) : En griego significa
“quemar” o “completamente quemado”.
*Scarlet Needle Katakeo (o
Aguja escarlata ardiente): es una técnica utilizada por Kardia de Escorpión en
Saint Seiya Lost Canvas.