— Hace poco más de quince años, Atena y Hades tuvieron su última
confrontación después de eras de conflictos. Sin embargo, en el mundo de los
mortales se suscitó una batalla igual de encarnizada, protagonizada por guerreros
shamanes y hechiceros*… Aunque ambos sucesos no estaban del todo ligados,
cierto es que el resultado del exterior fue lo que definió el futuro —dijo
Hilda, intentando explicar de la manera más sencilla lo que se le fue
confiado—…Una fuerza espiritual primigenia fue el enemigo a vencer, un joven
Yoh Asakura y otros guerreros fueron los responsables de enfrentarla, pero
desde el comienzo el resultado de esa batalla sólo traería muerte y desolación a la Tierra. Ese
espíritu sería la fuerza ejecutora que exterminaría toda la vida en nuestro
mundo tal cual era el deseo de Hades, pero tras haber devorado a otras
entidades primigenias, su destrucción traería un severo desequilibrio al
planeta.
— Murieron muchos guerreros ese día, pero al final, el actual Shaman
King tomó la decisión que nadie se atrevió a tomar. Con sus manos destruyó a
ese espíritu maligno, y con ello desencadenó el fin del mundo.
Bud de Mizar, Sergei de Alioth y Terario de Acuario escuchaban en
silencio sin atreverse a interrumpir a la gobernante.
— Pero, en ese instante se volvió a tomar una decisión igual de delicada,
a manos de una sacerdotisa, quien logró crear nuevos espíritus elementales que
podrían devolverle la vida a nuestro mundo con un precio. Algunos en esta
habitación eran unos niños cuando todo esto ocurrió, pero los demás que tenemos
la capacidad de recordar… Bud, Sergei, ¿acaso ustedes recuerdan cómo era el
mundo del hombre antes del último despertar de Hades?
Bud pensó en la respuesta. Cuando era más joven, fueron raras las
ocasiones en las que se alejó de Asgard, pero al tratar de recordar sus viajes
a Japón y a Grecia acompañando a Syd de Mizar, se topó con una sensación que
nublaba su intento.
Algo similar sintió Sergei. Antes de ser enclaustrado en aquel
laboratorio, Sergei vivió toda su vida en el campo, pero… ahora que lo
cuestionaban de tal forma, se preguntó cómo es que pudieron existir tales máquinas
y métodos de alta tecnología con los que lo torturaron tantos años si en la actualidad todos los
instrumentos y conocimientos son tan rudimentarios o místicos. ¿A dónde se
había ido todo eso?
— Esa falta de memoria, la confusión y desorientación de las personas
en aquellos días fue como resultado de lo ocurrido —Hilda confesó al verlos
dudar—. Verán, en este mundo habitábamos miles de millones de personas, pero tal
número se redujo exponencialmente ese día en que todas las luces se apagaron… Para encender la vida que se extinguió
de este mundo, se necesitó de la fuerza vital de numerosas almas que fueron
seleccionadas para volver a ser uno con Gea,
o como los shamanes la llaman: “Los
Grandes Espíritus”.
— Hilda… estás diciendo que… ¿se sacrificaron a tantos seres humanos
para tal fin? —Bud susurró con asombro.
La sacerdotisa asintió— La diosa Gea estuvo de acuerdo, por lo que empleó
toda esa energía vital para asegurar que este mundo pudiera renacer y
permitirle a la humanidad el comenzar una nueva era…
— “Una nueva era”… ¡¿así hay
que llamarle a tal genocidio?!
—cuestionó Sergei, furioso.
— Hay algo que deben de entender… la extinción de este mundo era
inevitable, las mismas nornas me lo confirmaron, pero al encontrarse la forma
de dar algo de luz a las tinieblas, se tomó dicho camino… No es como si todos
los demás a nuestro alrededor hubieran muerto, no, la verdad es que ese día todos morimos, en cuanto el fuego de
los seis espíritus primigenios se desvaneció de este mundo —la sacerdotisa
apretó con fuerza las mantas que cubrían sus piernas—… La luz volvió y seleccionó
a aquellos que serían benéficos o esenciales para el reinicio de la humanidad….
El resto finalmente descansa en paz, en espera del proceso de la reencarnación.
— La bruma en nuestras memorias… ¿es de esa manera como ocultan lo
sucedido? —preguntó Bud, intrigado.
— Se hizo lo posible, aunque no del todo perfecto… hubo mucha
confusión para aquellos que vivían en las grandes ciudades. Aquí en Asgard no
lo resentimos pues siempre hemos vivido de manera humilde y alejados de todo,
pero conforme fueron llegando caminantes que buscaban un refugio, la mayoría
presentaban casos de amnesia o desorientación. El trabajo del Shaman King fue
encaminar a todos a un lugar seguro, hasta que finalmente el arduo trabajo nos
condujera a reconstruir nuestra sociedad.
— Creo que voy a vomitar —musitó Sergei, bastante afectado por lo
escuchado.
— ¿Ahora entienden por qué esto se tenía que mantener oculto? Imaginen
la respuesta de la humanidad —cuestionó Hilda—. Yo ni siquiera lo sabía, las nornas
me lo revelaron aunque en ocasiones hubiera preferido no saberlo —explicó con
cierta congoja—. Tengo entendido que son muy pocos los que tienen la desdicha de recordar esos tiempos. El
Patriarca del Santuario y los otros santos de bronce que salieron victoriosos
del Hades son algunos de ellos, mas desconocen los eventos que les he relatado…
Por supuesto el Shaman King, así como algunos shamanes y hechiceros que
participaron activamente en el proceso conocen esta historia… Poseidón también
debe estar al tanto de todo, pues al final los dioses tuvieron que hacer un
pacto.
— ¿Un pacto? —Terario de Acuario se interesó.
Hilda cerró los ojos y juntó sus manos una sobre la otra— Sólo sé lo
que me permitieron saber los dioses de Asgard… pero ante los eventos que
sucedieron en este reino, llegaron a un acuerdo en que todas las disputas entre
dioses y mortales debían llegar a su fin, y que la Tierra jamás volvería a
convertirse en un campo de batalla por capricho de ellos.“Al hombre lo que es del hombre”, pronunciaron las nornas… Pero si
algún día, un dios quebrantaba este pacto, su existencia y destino quedarían a
juicio de los humanos, y ningún reino celestial podrá intervenir ya que la
guerra con otras fuerzas divinas estaría asegurada…
— Entonces, ¿por qué? ¿Por qué Odín deseó venir a este mundo?
—cuestionó Bud, mirando el rostro durmiente de Syd.
— Tengo entendido que se permitió una excepción al pacto… Ya que
existen muchas deidades que aman a los humanos y su convivencia con ellos
siempre ha sido atesorada. La única forma en que ellos podrían visitar la
Tierra sería sometiéndosea una
experiencia completa, es decir, si aceptaban llegar a este mundo como los
mortales lo hacemos… vivir como nosotros, inconscientes de su verdadera
naturaleza hasta un día morir y volver a su reino celestial con todas esas
experiencias adquiridas— Hilda explicó—… Nuestro dios Odín no me reveló su
verdadera intención pero… me atrevo a creer que su deseo era venir a este mundo
y comprobar por sí mismo si la humanidad era digna de tantas molestias, y a su
vez, conocer el actual mundo de los mortales.
— ¿Lo supiste todo el tiempo?— cuestionó Bud.
— Lo supe desde el momento en que sentí la chispa de una nueva vida
creciendo en mi interior —respondió, palpándose el vientre al recordar
vívidamente las sensaciones de cuando se encontraba abultado—. Mi devoción
hacia Syd no es sólo porque sea la reencarnación de la deidad a la que he consagrado
mi vida… incluso por encima de ello, y mucho más importante, es nuestro hijo. Si nunca dije nada a
ustedes, los dioses guerreros, es porque no quería privar a Syd de una infancia
feliz y digna… y que su padre no lo viera de la forma en la que lo hace ahora
—musitó Hilda, quien contuvo sus deseos de llorar.
Bud cerró los ojos, apenado por las palabras de su esposa.
— Señora Hilda… si el joven Syd es el dios Odín, él no estará a salvo
hasta que los Patronos y todo lo ligado a ellos sea erradicado —Sergei se
esforzó en decir—… Ahora que he escuchado todo… entiendo a lo que se refería
Caesar… Ellos buscan matar a todos los dioses que han reencarnado en este
mundo… creen fervientemente que así evitarán que esta nueva era sea destruida…
temen que esta paz sea pasajera y en cuanto cada uno de ellos se percate de su
identidad, las guerras volverán a estallar…
— Sergei, no me digas que deliberadamente fuiste en búsqueda de los
Patronos —Bud preguntó.
— Lo hice… pero sólo así es que he podido traerles esta información
tan alarmante —el dios guerrero no estaba dispuesto a entrar en detalles—… Señora
Hilda, ¿usted sabe cuántos son los dioses que como Odín habitan en este mundo?
Hilda negó con la cabeza — Eso es algo que sólo las nornas saben. Si
lo que dices sobre los Patronos es verdad, en Egipto debe haber uno de ellos… tenemos
a Syd… y aparte de Poseidón, desconozco cuántos más…
— Todos están en peligro… y quién sabe cuántos de ellos pudieron haber
sido asesinados en estos años… Ahora entiendo que… si los dioses no han actuado
tras estos sacrílegos eventos, es… por ese pacto…. —Sergei se sujetó el pecho
al resentir una horrible punzada que lo hizo gruñir—. Los Patronos están actuando
sin que algún dios los esté respaldando… Avanish
es el nombre del hombre al que sirven… Pero aun así, me resulta sorprendente
que las soberbias divinidades no estén buscando venganza…
Hilda meditó por unos instantes en los que pudo intuir que — Quizá…
alguien esté allá, intercediendo por nosotros….
Capitulo 39.Imperio Azul, Parte III.
Condena
Tras ese salto de fe, Sugita
de Capricornio se vio atrapado por un violento torrente de agua que inclemente
lo arrastró por túneles oscuros y estrechos. La presión y los constantes
golpeteos contra su cuerpo le dificultaron el mantener el aire en su pecho. Se
abstuvo de oponerse a la corriente, sabiendo que sería inútil, pero un vendaval
de ideas y miedos lo torturó hasta que perdió la conciencia por la falta de oxígeno.
Un fuerte impacto en el pecho logró que el agua abandonara sus
pulmones. El santo dorado de Capricornio rodó hacia un lado, tosiendo sin
control, expulsando una gran cantidad de agua en el suelo.
Desorientado, logró sentarse, sólo para ser tranquilizado por la mano
de Nihil, quien le sujetó el hombro.
— Habría sido problemático que murieras en mi compañía… sé más cuidadoso,
por favor —le pidió, impasible.
— ¿Dónde estamos? —Sugita preguntó, alarmado.
— Mira tú mismo —el marine shogun musitó, invitándolo a ponerse de
pie.
En cuanto se alzó, Sugita inspeccionó con sus ojos el entorno. Se
encontraban a la orilla de un estanque donde desembocaba una alta cascada cuya
agua salía a gran presión.
— Por allí llegamos —Nihil señaló—. Es un acceso sólo de entrada.
Parecían haber caído dentro de una enorme caverna subterránea, cuyas
paredes eran de roca sólida y extremadamente duras
Lo más sorprendente era que un gigantesco remolino de agua brillante y
azulada abarcaba casi en su totalidad el techo de la gruta. Su resplandor era
la luz que iluminaba el entorno a falta de cualquier vestigio de luz solar, por
lo que todo lo que allí moraba se cubría con una gama de luz azul.
— ¿Pero qué es eso? —Sugita preguntó, impresionado al ver la corriente
que giraba como las nubes alrededor del ojo de un huracán.
Se encontraban muy lejos del centro del vórtice de tal fenómeno, pero
en la distancia se podía distinguir una especie de columna irregular que
parecía llegar a él.
Nihil inspeccionó con cierta curiosidad, el torbellino se encontraba a
una distancia igual o muy cercana a la existente entre el suelo y el mar en la Atlántida.
— ¿Qué es este lugar? —Sugita de Capricornio musitó con cierto temor—…
¿Qué es lo que la cloth de Aries está haciendo aquí?
— Si buscaba un lugar en el cual permanecer oculta, eligió sabiamente
—respondió Nihil con su peculiar tono de voz, carente de emoción y sólo con
objetividad—. Si su intención era buscar a un nuevo dueño, quizá lo encontró.
Nihil de Lymnades comenzó a avanzar, su destino sin duda era el
pináculo que miraba a lo lejos.
— ¿Dueño? ¿Quieres decir que
hay personas viviendo en este lugar? —Sugita cuestionó, siguiéndolo.
— Debe de… si estuvieran todos muertos no percibiría nada —respondió, saltando
para avanzar ya que la zona se tornó cada vez más difícil de seguir.
— ¿Muertos? ¿Qué quieres decir? ¡Oye, espera! —Sugita clamó al no
obtener respuestas.
El santo de Capricornio rebasó a Nihil sólo para interponerse en su
camino y obligarlo a detenerse.
— Creo que antes de dar un paso más es justo que me expliques qué es
este sitio. Si tendremos que lidiar con alguna situación adversa es mejor que
me lo adviertas —pidió, mostrándose molesto con el marine shogun que le
dedicaba una mirada impasible.
— Eres demasiado inestable… un momento puedes estar decidido, otro
temeroso, al siguiente acobardado y al final malhumorado, ¿cómo puedes ser un
guerrero eficaz si no controlas todo eso? —cuestionó, mirándolo fijamente.
— No hablemos de mí ahora —Sugita pidió sin cambiar de actitud—.
Hablas de eficacia, y no advertirle a tu compañero lo que encontrará más
adelante no es la mejor de las estrategias. Estamos juntos en esto, ¿o no?
Nihil guardó silencio por unos minutos en los que sólo pestañeó un par
de veces. Sugita de Capricornio creyó que se había puesto en alguna clase de
trance, pero sólo estaba tomando una decisión al respecto.
— Es una prisión —Nihil respondió para incredulidad del santo de
Capricornio—. Mira, nuestra llegada ya ha sido percibida por los nativos
—señaló, a lo que Sugita volteó para comprobar sus palabras.
En efecto, entre las grandes piedras y los montículos que éstas
formaban, se alcanzó a divisar una silueta agazapada. Por la distancia y la
penumbra perpetua, fue difícil de distinguir, mas una voz llegó a ellos.
Las palabras les resultaron desconocidas, de un idioma extraño que de
alguna manera ambos sintieron que las entendían pese a que carecían de
significado para su comprensión.
— Está asustado, pero a la vez curioso por nuestra presencia… no se
irá —musitó Nihil a su compañero.
— ¿Acaso lees la mente? —Sugita preguntó sin apartar la vista en
dirección a donde ese individuo se ocultaba.
— Algo mejor —respondió brevemente.
El santo dorado se animó a adelantarse un poco y buscar la comprensión
de quienquiera que los había descubierto.
— Disculpe, pero no comprendemos su dialecto. No le haremos ningún
daño, puede salir —se le ocurrió decir.
Una cabeza se asomó por encima de las rocas que creía el mejor de los
escudos.
— Habláis en la lengua de los
dioses del Olimpo… —entendieron cuando la persona cambió de dialecto,
Sugita lo identificó como griego con un acento y pronunciación bastante anticuados.
— Le comprendemos —Sugita le alertó, entusiasmado por el que existiera
forma de entenderse.
Tras unos momentos, la figura comenzó a andar hacia ellos,
distinguiéndose a un anciano ligeramente encorvado que debía apoyarse de un
bastón para andar entre el difícil terreno. Vestía un largo camisón cuyo color
era imposible de saber ante el monocromático entorno. Tenía cabello corto y
canoso, así como una larga barba que le adornaba la cara arrugada. Lo que más
resaltaba a simple vista era cómo toda su frente se encontraba tapizada con lo
que parecían escamas… escamas que adquirían ligeros destellos al reflejarse la
luz del torbellino sobre ellas.
El anciano exhaló aire con un gesto de sorpresa y admiración— Vos sois… Esos ropajes brillantes —avanzó
con la mano extendida hacia Sugita, quien no supo cómo reaccionar ante el viejecito
que terminó palpando el peto de su armadura—. Mi padre me compartió la imagen que a su vez su padre le obsequió… es
muy parecida… Sí, mucho… vos debéis ser… santo… sí, un santo de la diosa Atena
—el anciano comenzó a temblar conforme sus ojos se llenaron de lágrimas que no
se molestó en contener.
— ¿Q-qué es lo que le pasa? ¿Se siente bien? —el santo de Capricornio
se preocupó.
— ¿Bien? Por supuesto que estoy
bien... es sólo que, no… es demasiado el gozo que este viejo corazón siente… al
fin, por fin la diosa ha venido a salvarnos… al fin ha respondido al sacrificio
de nuestro sagrado patriarca —el anciano continuó llorando, pero con una
expresión alegre.
— Yo… la verdad no entiendo qué es lo que quiere decirme, anciano.
Tiene que calmarse —Sugita lo sujetó por los hombros, estaba sobrecogido por la
esperanzada mirada que el anciano había puesto en él.
— ¿Así que en vez de rezar por el perdón a su dios, decidieron orarle
a la diosa enemiga? —cuestionó Nihil, quien hasta entonces había optado por el
silencio—. Es evidente que no han aprendido nada…
El anciano miró al marine shogun, resaltando a sus ojos los adornos y
rasgos marinos que había en su ropaje sagrado, algo que reconocía por las
leyendas contadas entre su gente.
El anciano se giró hacia el marino y acusadoramente lo señaló con el
bastón, clamando de nuevo en esa lengua indescifrable. Había miedo, pero sobre todo
rencor en la mirada del anciano cuyas lágrimas continuaron fluyendo pero esta
vez por la clara tristeza e ira que burbujeaban en su pecho.
— No hace falta que te entregues a la ira, noble viejo… A diferencia
de lo que crees, el Emperador personalmente me ha pedido escoltar al guerrero
de Atena hasta aquí.
Al escuchar eso, el viejo quedó en completo silencio, contrariado.
— Pudiste haber dicho que entendías su lenguaje… —Sugita reprochó.
— Habría mentido, el idioma de los atlantes
me es totalmente desconocido. Sólo me basta ver su rostro para imaginar las
numerosas blasfemias que ha dicho —Nihil aclaró, totalmente imperturbable.
— ¿Atlantes? —Sugita repitió—... Creí que ustedes…
Nihil se adelantó a explicar— Los auténticos
atlantes, la descendencia directa del emperador Poseidón con la dama Clito**…
Este anciano y todos los que moran aquí pertenecen a la casta manchada de
Atlas, el primer rey de la Atlántida, y fue por la traición de su rey que todos
fueron condenados a la oscuridad.
*-*-*-*-*
Sennefer, Patrono del Zohar de Esteropes, se encontraba dentro de una estancia
subterránea donde se recrea la arquitectura de una mastaba del antiguo Egipto.
En medio de la cámara inundada por la penumbra, había un gran agujero que
parecía no tener fondo. Sobre éste se mantenía a flote el renombrado cetro de
Anubis, cuya energía parecía alimentar el vacío o tomar fuerzas de él.
El Patrono estaba sentado en completa meditación junto a él, mientras su
cosmos lo levantaba a escasos centímetros del suelo.
Privado de su zohar, en su torso desnudo resaltaba a la vista la
cicatriz en su pecho de la que emerge grotescamente el ojo de un posible
demonio, el cual pestañeó y miró hacia cierta dirección.
— Así que… tú eres Sennefer
—escuchó de una voz para nada familiar
en su cámara.
El Patrono se limitó a abrir los ojos, en búsqueda del que siseó de
tal forma.
— He escuchado mucho sobre ti,
cosas muy interesantes.
— El que oses interrumpirme mientras medito quiere decir que vienes de
parte del señor Avanish… sólo así es que me hablarías con tanta familiaridad
como para creer que sobrevivirás. Muéstrate —pidió, sin abandonar su posición.
Su petición fue concedida al instante en que apareció un joven justo delante de él, sólo el hueco en el
suelo y el Cetro de Anubis los separaba.
Para Sennefer fue fácil reconocer la verdadera naturaleza de ese joven
de cabello oscuro.
— Así que eres tú… la bestia que mi
Masterebus ayudó y ocasionó tanta conmoción en Asgard —Sennefer lo sabía.
— Parece que estás bien enterado —sonrió el joven.
— ¿Qué asuntos puedes tener conmigo? Es cierto que perdí una mascota, ¿acaso vienes a pedirme que te
deje tomar su lugar?
— No precisamente.
— Entonces, ¿cuál es la razón por la que me importunas, Ehrimanes?
— Sentía curiosidad por llegar a conocer a la persona que conoce tanto
sobre el Abismo… un posible hermano…
— Detente justo ahí, criatura insolente —Sennefer advirtió—. Tú eres
un demonio que poseyó el cuerpo de un chico, yo soy un hombre que se volvió un
demonio… no somos iguales…
— Compartimos el origen de nuestra naturaleza —dijo Ehrimanes, con
orgullo—. Es impresionante que en tu cuerpo hayas absorbido a uno de mis
hermanos y uses su fuerza a tu beneficio… ¿pero quién domina a quién?
— Sennefer, el antiguo Apóstol Sagrado de Seth, y el demonio que
llamas hermano, dejaron de existir
cuando pactaron hace ya tantos siglos —explicó, mostrando una mirada
intimidante—…. Soy el resultado de esa unión, alguien que supera a los hombres
y a los demonios.
— Admiro lo que eres, por lo que mi sentido de supervivencia me ha
encaminado aquí, a ponerme a tus servicios.
— Pensé que no te interesaba el puesto de mascota—Sennefer sonrió
sarcástico.
— Seré un aliado que puede ayudarte en tus propósitos —Ehrimanes
realizó una reverencia tras la cual terminó con una rodilla en el suelo, mostrando
completa sumisión—. Masterebus jamás podría haber sido tan eficiente como yo lo
seré para tu fin…
— Explícate…. —dijo, con desconfianza.
— No temas. No fue mi intención, pero cuando Masterebus compartió su
sangre conmigo, fui capaz de ver mucho de lo que él ha presenciado y escuchado…
Sabes que en la sangre está la vida de los seres vivos y su conocimiento.
— Entiendo… Vaya, en qué dilema me has puesto —Sennefer estiró las
piernas para volver a pisar el suelo—. Podría destruirte aquí mismo y nadie se
atrevería a preguntarme la razón.
— No deberías temer a la traición Sennefer, después de todo el señor
Avanish no está interesado en lo que le ocurra al mundo después de que termine
con su tarea —Ehrimanes le recordó, permaneciendo en el suelo—. Ha dicho que
les dejará el mundo a ustedes como recompensa por tan buena labor…
— Es cierto que no debo temer de él, pero no es algo que me gustaría
que se esparza por allí… ¿crees que el resto de los Patronos estarán de
acuerdo?
— Si es que sobreviven…. —musitó Ehrimanes al ponerse de pie.
Sennefer lo miró con renovado interés — ¿No sobrevivirán?
— Pocos realmente…
— ¿Cómo puedes estar tan seguro?... —Sennefer cuestionó, intrigado.
— Este niño tiene la habilidad de ver el futuro en sus sueños, una
habilidad que pienso utilizar a tu favor —prometió.
— Tara también es capaz de ver el futuro —Sennefer aclaró sin
sorprenderse—, mas no es sabio confiarse de lo que los videntes son capaces de
ver, el futuro siempre está en movimiento y por ende en constante cambio. No
confío en esa magia tan inexacta.
— Es cierto, pero cuando se mueven bien las piezas, el futuro es capaz
de manipularse —Ehrimanes dijo con clara malicia—… Es algo que hice desde el
momento en que obtuve este cuerpo. ¿Fastidié toda su operación en Asgard con
una simple acción no es así? Puedo hacer eso y más… colocar lo que se necesite
en el tablero del destino para labrar el futuro que deseamos.
Sennefer lo meditó, mirando de soslayo al enigmático Ehrimanes.
— ¿Por qué te interesa?
— Porque yo he experimentado lo que es la vida fuera del Abismo, a
través de un cuerpo humano —Ehrimanes se palpó el hombro, sonriendo—. El que el
resto de mis hermanos tengan la misma dicha,
la que tú también has experimentado, ése es mi deseo…
— ¿Es eso todo? —Sennefer se rió—. No intentes engañarme, somos de la
misma calaña por lo que preguntaré nuevamente, ¿qué beneficio buscas al fingir
aliarte conmigo?
Ehrimanes sonrió descaradamente, sabiendo que no tenía que ocultarle
nada a ese hombre.
— Bien, ¿buscas una asociación basada en la verdad? No es propio de
nuestra estirpe, pero está bien. Puede que suene una razón anticuada, sin
embargo lo vale: Venganza… simple venganza —repitió con gozo—. Los humanos
nos expulsaron fuera de su mundo y nos confinaron a las tinieblas. ¡Redujeron
nuestra existencia a menos que nada! Quiero ver a los shamanes retorcerse de
dolor cuando sus cuerpos se vuelvan moradas de los espíritus que sus
antepasados oprimieron… ¡Quiero que les arrebatemos el control de este mundo y
lo volvamos nuestro! Lo he visto, es posible, a través de ti, tus poderes, el
cetro de Anubis, el sello de reemplazamiento de almas… ¡La era de los hombres y
los dioses terminará y nosotros podremos reclamar este mundo!
Sennefer lo miró silenciosamente, buscando las mentiras detrás de cada
palabra y exaltación, no podía fiarse de todo lo que salía de esa lengua
convenenciera, sin embargo decidió no ocultar que compartían algo en común.
— Y lo haremos —respondió, esbozando una sonrisa igual o inclusive más
siniestra que la del propio Ehrimanes—. Pero a su debido tiempo —aclaró—.
Incluirte en mis planes es algo que debo meditar con cautela. Ahora me es
imposible ya que estoy a punto de comenzar un gran asalto… —Sennefer explicó,
devolviendo su atención al cetro de Anubis, hacia el cual extendió los brazos.
La energía que rodeaba el artilugio mágico se extendió hasta cubrir el cuerpo
del Patrono, cuyos ojos se llenaron de oscuridad en la que resaltó el color
dorado de sus pupilas.
— Ah, el próximo enfrentamiento dará inicio, ¿no es así? —Ehrimanes se
alejó un poco, decidiendo ser sólo un espectador —. No tuve oportunidad de
estudiar sus variantes con cautela, será divertido ver el resultado final.
Aunque de algo estoy seguro… las muertes están garantizadas.
*-*-*-*-*
El anciano tomó un poco de musgo creciente de las piedras para
mostrarle al joven santo cómo lograba encender un fogata, usando un aceite
especial que prendió con una peculiar cerilla.
Una vez iluminados por luz anaranjada, la pálida piel del anciano fue
visible, así como el color plata de las escamas en su frente que reflejaban los
colores cálidos de las flamas.
El viejo atlante había dejado de mostrarse hostil ante el marine
shogun una vez que éste aclaró su misión allí. Acordaron sentarse alrededor del
fuego, para proseguir con la conversación.
— Un marine shogun…. ayudando a
un santo de Atena —murmuró el anciano, sobándose las manos con nerviosismo—… ¿Cómo es posible? Nuestros abuelos
narraban su rivalidad encarnizada, así como la de vuestros dioses…
— En la Tierra han pasado siglos desde que fueron juzgados y
condenados a esta prisión bajo el mar… Muchas cosas han cambiado, entre ellas
la gracia del emperador Poseidón.
— Entonces… ¿será posible? ¿El
dios del mar… está dispuesto a perdonarnos?¿Nos liberará? —preguntó el
viejo, con la voz temblorosa.
— No es algo que pueda saber —respondió Nihil en total tranquilidad—…
pero ha dado el primer paso ¿no lo crees? Después de milenios de mirar hacia
otro lado, ha vuelto a prestarles atención… Podría ser una señal.
El anciano cerró las manos frente a su rostro y agradeció en su lengua
natal antes de proseguir — Las señales
han estado ocurriendo, es posible… desde el momento en que ese cometa dorado cayó
en nuestro reino, supimos que se trataba de un buen augurio… y ahora, con la
llegada de un santo de la magnánima Atena y un sagrado marine shogun de Poseidón,
todo… hay esperanzas… esperanza —el viejo permaneció cubriendo su rostro,
de nuevo entregándose al llanto y a su propio gozo.
— ¿Un cometa? Podría tratarse de la armadura dorada… —musitó Sugita
para sí mismo.
— Nihil— Sugita lo llamó—, ¿podrías hablarme de lo que aquí ocurrió?
Sólo soy capaz de entender que… este hombre y su familia son prisioneros en
este lugar… su rey traicionó a Poseidón, por lo que este fue su castigo.
— Quizá es lo único que necesites saber —contestó, mas al ver el gesto
del santo supo que no estaría jamás conforme con ello—. Pero para evitarte
distracciones y conjeturas erróneas, es mi deber contarte lo que has pedido…
Nihil miró las llamas como si en ellas pudiera ver los sucesos que
estaba por narrar— Todo se remonta a la era mitológica, cuando los dioses
gobernaban a los humanos y existía un convivio constante entre las deidades y
los mortales. El mundo de la superficie le pertenecía a Zeus, el del mar a su
hermano Poseidón y el mundo de los muertos a Hades. Se dice que Zeus era un
dios que se ausentaba demasiado, por lo que nombró a Atena como la regente de
sus dominios. En aquellos días, el emperador Poseidón aprovechó una de esas
ausencias para hacerse del dominio de Zeus, por lo que así fue que inició la guerra
contra Atena y los mortales que le servían.
— El Emperador tenía demasiado a su favor ya que había preparado a su
armada con antelación, todo un ejército de guerreros
atlantes capaces de exterminar a los mortales y apropiarse de la
superficie. Su propia estirpe, protegidos con armaduras que se conocieron desde
entonces como scales, ropajes creados
con oricalco, por instrucción y bendición del mismo Emperador.
— Es bien conocido que los primeros santos de Atena carecían de la
defensa de los ropajes que actualmente poseen, pero aun así, los mortales
mostraron tanto valor ante los enemigos del mar, que el entregar sus vidas a la
causa conmovió el corazón de la diosa y así es como ella les concedió las
nombradas cloths… pero hay ciertas
omisiones a la historia que explican toda esta tragedia, ¿no es así, anciano?
El viejo se limpió el rostro con la manga de su ropa antes de
responder— Sí… dicen… que el arrojo de
los mortales no sólo cautivó a la diosa de la sabiduría, sino al mismo rey
Atlas, primogénito del emperador Poseidón, uno de los diez reyes del glorioso
reino de la Atlántida... Aunque, también se especula que fue la diosa Atena
quien pidió ayuda a nuestro rey —el viejo permaneció cabizbajo—… Fuera como fuera… el rey Atlas convenció
a los herreros artesanos del continente Mu que aceptaran aliarse con Atena en
su necesidad. Sin embargo, los muvianos tenían una estrecha relación con la
Atlántida, el miedo hacia el dios del mar impidió que prestaran su ayuda con
facilidad… En cierto momento, nuestro rey convenció a una familia de herreros
capaces de trabajar el oricalco y el polvo de estrellas… y así fue como
nacieron las cloths de los santos.
— Debes saber —prosiguió Nihil— que dicha situación balanceó la
sangrienta guerra y finalmente los santos lograron causar bajas al ejercito del
Emperador, desencadenando el fin de la historia como la conocemos. El emperador
Poseidón fue derrotado, la Atlántida se hundió bajo el océano y todos los
atlantes murieron… excepto la casta de Atlas, quien tras haberse aliado con
Atena luchó a su lado y juntos trajeron la paz.
— … Pero entonces… el castigo
cayó sobre nosotros —musitó el anciano, deprimido al recordar nuevamente
las razones por las que tenía que vivir en esa gran prisión de roca.
— Se dice que tras el final de la guerra, los dioses se reunieron
alrededor de Zeus, algunos exigiendo justicia por lo acontecido, otros pidiendo
clemencia para los involucrados —explicó Nihil—. El dios del trueno tenía mucho
que considerar, y aunque las acciones del Emperador fueron una afrenta hacia sus
dominios y autoridad, la derrota de un dios a manos de los mortales resultó
algo imperdonable. Aunque Atena tomó la decisión, excusando proteger a los
humanos y el reino de su padre, el proporcionarle a los hombres armas y
conocimientos para oponerse a los dioses resultó intolerable para muchos. Al
final, Zeus decidió que el castigo de Poseidón fue el que llegó a manos de su
hija, pero Atena y sus aliados también tendrían que someterse a la voluntad de
los dioses —el marine shogun terminó por ponerse de pie, contemplando el
desolado y lúgubre paisaje frente a sus ojos—. Al dios Poseidón se le permitió
hablar ante los demás dioses, le cedieron la oportunidad de elegir cuál sería
el castigo para sus enemigos. Es claro que el Emperador exigió que se condenara
a Atlas, a su linaje y a los muvianos por la traición cometida. Me atrevo a suponer
que fue su manera de vengarse también de Atena, que ella atestiguara cómo es
que todos aquellos a los que volvió en su contra sufrieron las consecuencias de
su victoria y no poder hacer nada al
respecto.
— Nuestro rey, y todos los
atlantes que lo siguieron en su cruzada, fueron condenados a esta prisión
fortificada, a jamás ver el sol, ni los campos verdes —el anciano dio un
largo suspiro—… A morar en la oscuridad,
comiendo de los pocos peces que llegan en los riachuelos de agua salada, con escasa
agua dulce… Nuestros antepasados, hicieron todo lo posible para sobrevivir en deplorables
condiciones… ellos pasaron la peor parte… algunos resistieron y se aferraron a
vivir, otros prefirieron buscar el descanso o la expiación con la muerte…
Sugita de Capricornio se sentía impresionado por el relato. La visible
tristeza y desesperación del viejo lo hacían sufrir, pues él no estaba allí
para liberarlos. Con congoja pensaba en que el corazón del anciano se romperá
en cuanto se lo aclare.
— Se intentó vivir en comunidad…
Generaciones han nacido y perecido aquí. Las historias y el origen de nuestro
encierro es algo que se ha procurado transmitir a los más jóvenes… enseñándoles
a guardar esperanzas de que algún día se nos concederá el perdón si somos lo
suficientemente buenos… creyendo que si el Emperador veía nuestro
arrepentimiento se apiadaría de nosotros, sus hijos perdidos… Muchos han sido
los que se resguardaron en tal esperanza, pero han muerto de vejez sin haber
atestiguado su sueño…
— Irradiaste de esperanza cuando viste a este santo de Atena, ¿por
qué? —le recordó Nihil, con curiosidad ante lo que pudiera comentar.
— Yo nací aquí, en cautiverio…
mi abuelo fue uno de los exiliados que lograron sobreponerse a todas las
carencias… La sangre que corre por nuestras venas nos permite una larga
juventud y una larga vejez… pero en este sitio, eso es una maldición —el
anciano miró hacia el techo con amargura—…. Soy
de los más viejos ahora, pertenezco a una de las últimas generaciones que se
animaba a creer, pero…. Fue natural que los más jóvenes comenzaran a
cuestionarnos… que comenzaran a odiar… que soñaran con salir de aquí con
desesperación… Las leyendas que ellos escucharon como cuentos, los llevaron a
creer que quizá Atena sería quien los liberara… en pago por lo que nuestro rey
y su pueblo sacrificó por su victoria…. No nos importó demasiado ya que, era
preferible que se aferraran a esa idea en vez de subir por el Pináculo de
Piedra…
— ¿El Pináculo de Piedra? —Sugita repitió, a lo que el viejo apuntó
hacia aquella lejana torre que sube justo hacia el vórtice del feroz remolino.
— Cuando la desesperanza volvió a abatir a nuestros
jóvenes, construyeron ese pilar, creyendo que si se dejaban arrastrar por esas
aguas acabarían en la superficie… Intentamos detenerlos pero, no escucharon
razones… mi hijo fue uno de ellos… Fue desgarrador verlo partir tras prometerme
que sin importar lo que le costara, saldría de aquí y volvería por todos
nosotros… Sólo los vimos desaparecer dentro de ese agujero que los absorbió y
borró todo rastro de ellos… jamás los hemos vuelto a ver…. Puede parecer tonto
pero, aún después de tanto tiempo espero el día de su regreso….
— No tienes por qué esperar más —dijo Nihil—. Tu hijo y todo aquel que
se entregó al remolino han muerto.
— ¡Nihil, basta! —Sugita espetó.
— La corriente los arrastró hacia la superficie, es cierto, pero en el
trayecto la fuerza en ellas destrozó sus cuerpos causándoles una muerte casi instantánea.
Ni siquiera tuvieron la suerte der ver la imagen del sol a través del agua
antes de morir. De sus restos se ocuparon las criaturas marinas…
El marine shogun se dio media vuelta, anticipando la reacción del
santo de Capricornio quien lo empujó y retuvo contra el muro más próximo.
— Cierra la boca… ¿Acaso no sientes nada de pena por este hombre? —
Sugita murmuró con evidente resentimiento— ¡¿Qué clase de seres son ustedes que
pueden vivir sabiendo lo que pasa aquí?! ¿Cómo... cómo es que Poseidón puede
tratar con tanta benevolencia a la gente de allá arriba mientras aquí —se
atragantó—… permite que pasen tantas calamidades? ¡¿Cómo es eso posible?!
—deseó saber.
— ¿No te has detenido a pensar que si te permitió llegar hasta aquí
fue por alguna razón? —Nihil musitó, paciente—. Como ya dije, el primer paso se
ha dado, ¿ayudarás a que se den los siguientes?
— Por supuesto…
— Entonces prosigamos con nuestra verdadera tarea —Nihil apartó con
facilidad las manos que lo retenían contra el muro— Es evidente que intentarás
interceder por estas personas. A través de nuestra experiencia, el Emperador
podrá saber lo que aquí ha sucedido, y quizá, sólo quizá, puede que en verdad
haya esperanza para ellos.
El anciano dificultosamente se puso de pie con ayuda de su bastón. Observó
de modo melancólico a los dos jóvenes guerreros una vez que entendiera que su
misión estaba lejos de ser la esperada por él.
— Vosotros… ¿qué es lo que
realmente esperáis encontrar aquí?, ¿a qué habéis venido? —preguntó.
Sugita miró con vergüenza al anciano —Buscamos… una cloth de oro como
la mía. Ese es el motivo por el que vine… pero tras ver lo que aquí se oculta
no pienso quedarme con los brazos cruzados… haré lo posible para que todo esto
se resuelva.
El anciano contempló con tristeza al joven santo, y por un momento
fugaz recordó a su hijo y su despedida.
— Parecéis tan convencido de
lograrlo… pero no puedo permitirme caer en vuestras palabras, estoy muy viejo
para sufrir más desilusiones —dijo el desanimado viejo—... Todo esto… vosotros, yo mismo, mi gente, Poseidón, Atena, Atlas…
es un trágico capitulo que debe llegar al final… Tal vez vosotros son el final…
soñamos con la libertad… cuando os vi llegar pensé que serían los verdugos que
finalmente nos traerían la muerte… Pero ahora parecéis bravos caballeros de la
esperanza… quizá la última que podamos soportar— el viejo suspiró, y tras
una breve plegaria silenciosa decidió decir—…
Yo ayudaré a que os decidáis… ser verdugos o caballeros… ya da igual.
Las palabras del anciano los contrarió un poco, esperaron a que les
explicara lo que ocultaba detrás de ellas, mas el viejo comenzó a andar por la vereda.
— Seguidme… Si buscáis una armadura
de oro, yo sé dónde está. Cayó aquí hace tiempo, la recogimos y se la
entregamos a nuestro líder, desde entonces ha permanecido a su lado.
— ¿A su líder? —Sugita se interesó.
— Sí… hablo del rey Atlas, por
supuesto.
*-*-*-*-
Templo de Poseidón. Salón Principal.
Alrededor del trono del Emperador de los mares, cuatro de sus marines shoguns
se habían reunido para enterar a los que se encontraban ausentes sobre los
recientes acontecimientos en el reino.
— Envié a Tyler según tus indicaciones, Enoc. Espero que pronto arribe
en compañía de Alexer —comentó Behula de Krysaor, sosteniendo su lanza sagrada.
— El comportamiento de Alexer… no es propio de él —añadió Sorrento de
Siren, vistiendo su scale.
— Es por eso que quiero respuestas antes de que tengamos que lidiar
con los llamados ‘Patronos’ —habló
Enoc con serenidad.
— Todos aquellos que busquen agredir al Emperador deben ser
aplastados… —dijo la voz de una joven de cabello rosado. Su piel bronceada se
encontraba revestida por la scale de Scylla.
— He enviado a la mayoría de las tropas a las ciudades del exterior.
El Emperador fue claro en su deseo por proteger a la población como una
prioridad —explicó Enoc, quien se sujetó al trono vacío de su dios.
— Supongo que permaneceremos aquí hasta que se llegue a advertir algún ataque— dijo Behula de Krysaor.
— Aun si los hubiera, no podemos dejar indefenso el palacio —comentó
Sorrento de Siren.
— Sorrento, tú permanecerás en vigilia del Emperador —indicó el dragón
marino—. Sería deshonroso que él tuviera que involucrarse en una contienda con
enemigos impíos, recuerden eso.
— Enoc, ¿qué debemos esperar de la incursión de Nihil en compañía de
los santos de Atena? —Sorrento se animó a preguntar.
El marine shogun tardó en responder— Nihil recibió sus instrucciones
de boca del mismo Emperador… desconozco la naturaleza de la misión que le fue
asignada —explicó, para intriga de los presentes—. Es incierto saber cuánto
tiempo le tomará, hasta entonces deberemos unir esfuerzos por cubrir sus
funciones… así como las de Alexer.
— ¿Crees que en verdad Alexer haya decidido desafiar a la Atlántida? —Sorrento
cuestionó una vez más.
— Ese es el problema… no encuentro razones que hayan impulsado a
Alexer a tomar tal decisión —Enoc respondió—. Todos hemos sido testigos de lo
benevolente que el Emperador ha sido con el reino de Bluegrad... ¿Cómo podrían
pensar siquiera en traicionar a su máximo benefactor?
— Es fácil juzgar sólo por las apariencias —comentó Behula en total
calma—, pero hasta que la verdad no se muestre tal cual es, le brindaré a
Alexer el beneficio de la duda.
— Tampoco me siento muy cómodo con la idea… Sin embargo, experiencias
pasadas me han hecho ver que los traidores se pueden esconder hasta en los
compañeros más entrañables —recordó Sorrento—. Considero que Enoc ha tomado la
decisión correcta al confrontar a Alexer antes de que sea demasiado tarde.
— Por el contrario —agregó el dragón marino, volviéndose hacia sus
compañeros—. No estoy dispuesto a perder tiempo en intrigas. Enviar a Tyler fue
una manera de presionar a Alexer. Si todo esto es sólo una equivocación acudirá
a mi llamado y se someterá a mi juicio; de lo contrario lo tomará por sorpresa
y se verá obligado a actuar, de ese modo desenmascaré rápido su obra.
— Por eso enviaste a la mayoría de nuestras fuerzas a la superficie.
Buscabas que las bajas fueran mínimas en caso de que decidan atacar —entendió
Behula.
— Aun cuando Alexer se sintiera atrapado, ¿cómo estás seguro de que no
acudirá aquí fingiendo? —cuestionó Sorrento.
— Por Nihil —respondió la distraída Caribdis de Scylla, quien miraba
en dirección opuesta a la que se encontraban sus compañeros—... Alexer sabe que
jamás podría mentirle a Nihil.
— Ya lo ha dicho Caribdis —Enoc sonrió.
— Espero Tyler sea capaz de manejar cualquiera que sea la situación
—musitó Behula, preocupada.
— Entonces, deliberadamente esperas que estalle la guerra —Sorrento
musitó, pensando en cada una de las posibilidades.
— No me malinterpretes, Sorrento —aclaró Enoc—. Pero tampoco soy de
los que gusta vivir bajo la sombra de un mal presagio. Prefiero atacar el mal
que ser acechado por él.
— En eso estoy de acuerdo —dijo Behula, notando lo distante que se
mantenía Scylla.
Caribdis de Scylla siempre ha sido una chica misteriosa, por lo que
todos los ahí reunidos ya se habían acostumbrado a su forma de ser así como a sus
inesperadas reacciones.
Pese a ello, se le consideró lo suficientemente capaz y habilidosa
para que se le fuera otorgada una de las siete scales de los marines shoguns y convertirse así en la guardiana del océano del Pacifico Sur.
La primera vez que la conoció, Behula y ella parecían compartir la
misma edad, pero pese a los años transcurridos ella había crecido mientras Caribdis
permanecía en la misma línea de juventud.
La marine shogun de Scylla no era como los demás marinos, su origen
era desconocido y su pasado un enigma, pero aun así, Behula sentía la necesidad
de velar por ella como si fuera su hermana mayor.
Cuando Behula de Krysaor puso su mano sobre su hombro, la joven Caribdis
llegó a decir — Allí viene… el gigante y los condenados…
— ¿Qué dijiste Caribdis? —preguntó la marine shogun de Krysaor, justo
antes de que un estruendo golpeara sus sentidos y la barrera de su cosmos.
— ¿De dónde provino eso? —Sorrento preguntó, percibiendo extrañas
presencias en el reino submarino.
— Respondieron más rápido de lo
esperado —Enoc se colocó el casco de su ropaje y con tranquilidad advirtió a
los enemigos que llegaron al reino de Poseidón.
— Es…. un grupo numeroso —presagió la marine shogun de Krysaor
mientras Caribdis de Scylla endureció la mirada al estar consciente de la clase
de individuos que habían invadido su hogar.
*-*-*
Los centinelas que custodiaban las puertas principales del reino de
Poseidón, fueron sorprendidos por una ventisca que se introdujo por uno de los
portones cuando éste se abriera tal cual era costumbre.
Pese a que fueron alertados de posibles intrusos, no imaginaron que a
través de la puerta que conducía hacia Bluegrad entraría una estampida salvaje
que arremetió contra toda vida que encontraron en su camino.
En un santiamén, yacían ocho marinos de la Atlántida muertos bajo los
pies de una brigada de guerreros que fácilmente los sometieron.
Uno a uno, comenzaron a pasar a través del portal, hasta que un grupo
de cincuenta hombres y mujeres vestidos con armaduras azules se aglomeró en ese
recinto.
Aguardaron hasta que las últimos cuatro siluetas pusieran un pie en el
reino submarino, esperando instrucciones.
— Así que esto es la Atlántida
—dijo una joven que emergió del umbral luminoso, seguido por un hombre de gran
altura, que emergió y se alzó como un gigante de cinco metros envuelto en una
portentosa armadura que le cedía un aspecto impresionante.
— ¿Es hermosa, no lo creen? —preguntó la misma joven de cabellera azul,
respaldada por todo el sequito de guerreros que la acompañaba—. Es una lástima
que tenga que desaparecer —Leviatán de Coto sonrió con malignidad—. Ya sabes
que hacer grandulón, esta vez no queremos entrometidos en nuestra reunión —dijo
ella, por lo que el gigante de armadura negra se volvió hacia las puertas, y
tras lanzar un golpe al aire todas y cada una de ellas explotaron en un efecto
dominó—. Después de todo, esto será una bella reunión familiar…
FIN
DEL CAPITULO 39
* Eventos que ocurrieron en un fic antiguo llamado “Lost Souls”, un crossover que escribí
hace años y que no necesitan leer, pero cuyo final fue el punto de arranque
para darle vida a este nuevo mundo.