La creencia popular dice que los cuervos son aves que traen
infortunios y su existencia está muy asociada a las desgracias, por lo que
seguir el vuelo de un cuervo sólo podía llevarte por un camino hacia la
tragedia o a la tierra de la muerte. En ello pensaba Elphaba de Perseo durante
su caminar, intentando no perder de vista al ave negra que les ha servido de
guía.
La amazona de plata se detuvo al pie de la colina, en cuya cima se distinguía
una clase de poblado. Bajo el sol del mediodía, aguardó a que su compañero la
alcanzara, mas el santo de Leo parecía tomar todo aquello como una excursión.
Elphaba admitía que el paraje era bello, con mucha vegetación y árboles a
diferencia de los paisajes montañosos y secos que rodeaban el Santuario, pero
no por ello iba a distraer su atención de la misión.
Por los últimos acontecimientos en el Santuario, Jack de Leo fue el
elegido para suplir a Calíope de Tauro en la encomienda de viajar en búsqueda
de una de las cloth perdidas. Ésta era su primera tarea como santo, por lo que
sentía algo de inseguridad.
— ¿Por qué demoras tanto? ¿Percibes algo malo? —cuestionó la amazona,
cuyo rostro se mantenía oculto por una máscara ordinaria mientras la máscara de
Medusa dormía en el interior de la caja de pandora.
— No, es sólo que este lugar me recuerda mucho a la villa donde nací,
me trajo algunos recuerdos —explicó, sujetando las correas que sostenían la
caja dorada a su espalda.
— Entiendo —Elphaba señaló hacia la cima de la colina —. Parece que es
por allá, pero no percibo movimiento alguno.
— Avancemos despacio, usualmente las personas que viven en aldeas como
ésta suelen desconfiar de los forasteros — Jack aconsejó antes de proseguir su
camino.
Subir la empinada colina no fue un gran esfuerzo. Al llegar, quedaron
confundidos al encontrarse con una aldea pero ningún ser humano habitándola.
Había numerosas casas, las más grandes de dos niveles de alto, las calles bien
trazadas con pavimento de piedras coloridas, pero lo más enigmático y a la vez
hermoso, era ver cómo es que los muros de cada construcción estaban cubiertos
por altos y frondosos rosales, cuyas hojas y flores parecían incluso crecer desde
del interior de las viviendas al emerger por ventanas, chimeneas y puertas.
— Pero… ¿qué es todo esto? — preguntó Elphaba, completamente
desconcertada al sentirse en un laberinto.
Jack buscó algún indicio de vida humana, pero ni siquiera encontró la
presencia de algún animal, sólo el cuervo que les acompañaba descendió sobre el
pozo que estaba en medio de la calle.
Elphaba se acercó a las rosas con curiosidad, todas de un radiante
color rojo. Habría querido entrar a alguna de las viviendas, pero todos los
accesos estaban obstruidos por los rosales espinosos.
Ella alzó un brazo para tocar una de las rosas pero, detuvo su
intención cuando un extraño escalofrío le advirtió que desistiera. Al mirar cómo
es que Jack estuvo a punto de hacer lo mismo, lo frenó con una advertencia
—¡Espera, no las toques!
El santo de Leo bajó la mano de
manera inmediata.
— Puedo sentir… que algo muy malo sucedió en este lugar, hace mucho
tiempo… —Elphaba dijo, guiada por su sexto sentido.
El cuervo pareció concordar con ella, ya que después de unos segundos
voló hacia uno de los rosales, usando sus picos y patas contra las ramas.
La inesperada acción obligó a los santos a acercarse, aguardando a que
el ave se detuviera o les mostrara la razón de su tarea.
Finalmente, algo comenzó a mostrarse. Jack y Elphaba quedaron
sorprendidos al ver un cráneo humano oculto dentro de los muros de rosas, pero
no sólo se trataba de la cabeza, el esqueleto entero estaba allí, envuelto por
espinas y lianas de las que florecían las despampanantes flores color escarlata.
El ave graznó antes de volar a otro rosal para repetir el mismo
proceso, descubriendo un segundo esqueleto que terminó por revelar que en todo
ese jardín seguramente se hallaban muchos más cadáveres.
— No puede ser… ¿acaso todos en este pueblo fueron…? —Elphaba musitó,
consternada.
— ¿Se puede saber quiénes son ustedes? —preguntó una voz desconocida,
que tomó por sorpresa a los santos.
Jack de Leo y Elphaba de Perseo voltearon para descubrir una figura junto
al pozo. Se trataba de una mujer, cuya ropa ajustada dejaba ver un cuerpo
escultural pocas veces visto incluso en el Santuario. Lo que delató su
identidad fue la máscara de oro que resguardaba su rostro.
La mujer de largo cabello esmeralda no dijo nada más al esperar una
respuesta, pero los recién llegados parecían tan absortos en sus propios miedos
que prefirió continuar —Usas una máscara similar a la mía, y las cajas que
traen consigo —señaló con curiosidad—… ustedes son como yo.
— No puedo garantizarte eso aún — se adelantó Jack—. Pero mi nombre es
Jack y ella es Elphaba, hemos venido desde Grecia. ¿Podrías decirnos tu nombre?
La mujer de máscara dorada se mantuvo tranquila —Me llamo Adonisia, es
un placer conocerlos—respondió. Vestía un traje desmangado de color violeta,
totalmente ajustado a su cuerpo, en su cintura llevaba atada una estola larga
de color blanco. Cualquier hombre la admiraría y muchos se sonrojarían al sólo
contemplar sus perfectos atributos, incluyendo a Jack, quien sentía que era la
primera vez en que una mujer lo intimidaba con su sola presencia.
Elphaba era inmune a tales impresiones, por lo que fue fácil para ella
decir —¿Qué es lo que sucedió aquí? ¿Quiénes atacaron este pueblo? ¿Tuviste
algo que ver?
Adonisia no respondió, avanzó hacia los forasteros diciendo — Sabía
que algún día me visitarían personas como ustedes.
La voz de Adonisia sonaba tan suave y mística, como si se tratara de
una sirena.
— Entonces tú debes ser la poseedora de lo que estamos buscando, la armadura
de Piscis — el santo dijo.
Adonisia asintió una vez que llegara junto a Jack, un movimiento que
Elphaba desaprobó, pero el santo de Leo no lo consideró peligroso.
— La armadura de Piscis
—Adonisia repitió, como si fueran palabras desconocidas para ella—… sí, ella
vino a mí hace un par de años, me auxilió cuando más la necesitaba —dijo con
gratitud, andando hacia el rosal más próximo del que tomó una de las flores con
dulzura, por el recuerdo—. Y desde entonces he aprendido muchas cosas… Sabiendo
que algún día otros como yo vendrían en mi búsqueda. Ese día al fin ha llegado.
Elphaba y Jack se miraron sintiéndose confundidos. La mujer delante de
ellos hablaba de una manera extraña.
— Parece que no estás al tanto de tu verdadera posición ahora —prosiguió
Jack, sintiendo que debía acoger a tan ignorante mujer—. Si la armadura te ha
tomado como su dueña, entonces tú eres la amazona dorada de Piscis, y el deber
de ambas es regresar con nosotros al Santuario, hogar de los santos de Atena,
la orden a la que sirven.
— Atena —Adonisia repitió
con extrañeza, al momento en que el aire arrastró un poco del rocío de las
flores por todo el lugar—. Bien, si ese es mi destino, los acompañaré con gusto.
— Espera Jack —Elphaba le pidió en voz baja, jalándolo para que
retrocediera—, no podemos arriesgarnos… hay algo que no está bien con ella. No
creo que sea correcto exponer al Santuario a su presencia, sobre todo si
consideramos este laberinto de muerte.
Jack lo meditó, y en parte compartió esa misma preocupación.
— Temo que antes deberás explicarnos qué es lo que sucedió en este
poblado —el santo de Leo volvió a preguntar—. Quizá no quieras explicarnos a
nosotros, pero es probable que tendrás que hacerlo ante el mismo Patriarca, el
líder de….— la lengua de Jack pareció haberse paralizado pues le fue imposible
continuar cuando Adonisia habló.
— Por favor, no insistas —dijo la enmascarada, sin siquiera mirarlos
fijamente—. Ya hablaré yo con el
Patriarca si así gustas….
— … Está bien… —respondió Jack para contrariedad de Elphaba.
— ¿Jack? —la amazona de Perseo iba a recriminarle cuando notó algo
extraño en la mirada de su compañero, de algún modo había sido puesto en un
estado de trance del que no era consciente —¡¿Qué es lo que le has hecho?!
—exigió saber.
Adonisia se volteó hacia ellos, colocando la rosa entre su llamativo
cabello esmeralda— No tienes de qué preocuparte, no pienso hacerles daño
—aclaró con una calma en su voz que estaba lejos de sonar como una amenaza—. Además,
noté que esperabas que ese hombre fuera tu vocero, ¿por qué no me hablas
directamente? ¿Acaso me temes? —cuestionó.
— Lo que estás haciendo puede considerarse como una agresión, basta ya
—Elphaba exigió, decidida a proteger al santo de Leo.
Adonisia rió de manera melodiosa— Nadie los invitó a entrar a mi
jardín. De haberse anunciado les habría alertado de las precauciones que debían
tomar. Tienes suerte, tu máscara te da algo de protección, pero aun así,
exponerse al rocío de mis rosas es algo que no aconsejo— Adonisia avanzó hacia
ella, sin señales de agresión—. Lo más recomendable es que salgamos de aquí, el
efecto aún es reversible… Vamos Jack, muéstrame el camino.
Acatando esa orden, el santo de Leo se giró hacia la salida del
pueblo. Elphaba quedó estupefacta al ver la gran influencia que Adonisia logró
en su compañero. ¿Qué clase de embrujo domaría con tal facilidad a un santo
dorado? Miró a la enigmática mujer y sintió algo de miedo ¿qué es lo que debía
hacer? ¿Enfrentarla?
Es cierto que no los ha herido pero, ¿era correcto abrir las puertas
del Santuario para ella?
La amazona de Perseo buscó al cuervo que los acompañó en el viaje,
éste voló hacia ella y se posó sobre su hombro, como si fuera la mano de Kenai
de Cáncer quien detuviera su intención de comenzar una batalla.
De tal manera, Elphaba se tranquilizó, le alegraba que alguien en el
Santuario estuviera al tanto de la situación, así podría informar a los otros
para tomar las precauciones necesarias.
— ¿Vienes? —Adonisia le preguntó.
Elphaba asintió, ligeramente nerviosa, algo que no pasó desapercibido
para la amazona de oro.
— Sé que no comenzamos con el pie derecho… pero lo que los alarma… lo
que les interesa saber sobre este sitio es una cuestión muy personal —Adonisia dijo
con tono comprensivo—… Pero puedo garantizarte algo, lo que sucedió aquí, ellos se lo merecían…
Capitulo 36. La
verdad
En algún lugar
de Rusia.
Sergei de Épsilon lo meditó poco,
pues sus instintos lo impulsaron a abandonar el Valhalla aun cuando el momento
era el menos indicado. Decidió no decírselo a nadie, ni mucho menos pedir
permiso ya que sabía que se le sería negado, y quizá hasta intentarían
aprovecharse de ello para alguna táctica.
Sólo Aullido lo acompañó en ese
viaje, por lo que su carrera entre la nieve fue silenciosa, permitiéndole
vacilar sobre lo que estaba haciendo.
Frenó varias veces, pensando en
desistir y regresar al lado de la señora Hilda, pero ¿qué tal si lo que
presentía era cierto? Tenía que salir de dudas, no podía sólo ignorar la
posibilidad de reencontrarse con un viejo amigo que creyó que nunca volvería a
ver.
Su mente luchó demasiado con la
idea pero, ¿quién más podría conocer esa seña secreta? ¿Si no fuera él, quién
más pudo salvarlo de morir ahogado en el lago aquel día? ¿Quién sino el
verdadero?
Se enfurecía cuando sus dilemas
entraban en conflicto, pero al final sus pies no dejaron de avanzar a
extraordinaria velocidad, convencido de tomar la oportunidad pese a que fueran
pocas las posibilidades, sólo así encontraría paz en sus pensamientos y quizá
descubriría información importante sobre los enemigos que atacaron el reino.
Le resultó desagradable darse
cuenta de que aún recordaba el camino a ese lugar perdido entre la nieve, donde
durante años se alzó una base militar secreta, dentro de la que vivió la mayor
parte de su infancia y adolescencia.
Al volver después de más de
quince años, imaginó con claridad cómo lucían los edificios que la naturaleza
ha borrado y cubierto con la nieve, sólo algunos vestigios de lo que hubo ahí
persistían como monumentos.
Sergei avanzó con lentitud por
ese lugar donde algunos muros de metal se alzaban del suelo como estalagmitas
de acero. Sus sentidos se sobrecargaron por los recuerdos, tanto que llegó a
recordar los sonidos, los soldados, los científicos, las pruebas a las que fue
sometido, la sangre que perdió y las heridas que infligió a otros. Escuchó un
grito que lo obligó a taparse los oídos al ser atormentado por los intensos
recuerdos. Cayó de rodillas bastante perturbado, mas los ladridos lastimeros de
su lobo lo regresaron a la realidad.
Aullido lamió la mano de su amo y
éste le regresó una breve caricia en la cabeza antes de ponerse de pie.
— Lo sé Aullido, lo sé —Sergei
musitó—… Habría dado lo que fuera para no volver nunca a este lugar pero… tengo
que estar seguro…
El dios guerrero avanzó con mayor
seguridad, intentando ubicar el lugar donde anteriormente se situaba el
edificio C. Se le dificultó un poco pues casi todo había sido cubierto por la
nieve, sólo distinguió lo que quedaba de la antena que coronaba el techo de
dicho edificio.
Se sujetó a esa asta de metal con
fuerza, donde aguardó en silencio conforme veía a su alrededor.
Sergei sonrió con amargura al
sentirse un completo idiota. ¿Cómo podría haber pensado siquiera que ese hombre
en Asgard era él? Se aferró a una
esperanza ilusa, y eso lo enfureció.
— Maldición… —musitó con coraje,
dando un golpe a la antena que se sacudió con violencia.
La nariz de Aullido lo percibió
primero, Sergei tardó un poco pero terminó detectándolo de la misma manera. El
dios guerrero se giró de manera violenta, extendiendo las manos en reacción de
ataque. Aunque no contaba con su ropaje sagrado, estaba listo para pelear si
era necesario.
Ambos, hombre y lobo se
mantuvieron tensos ante la macabra silueta que se desplazaba por entre las
sombras de los muros derruidos. Sus pisadas se detuvieron a un paso fuera de la
sombra más cercana, permitiendo que la luz del día iluminara una armadura
violeta y oscura.
Sergei reconoció de inmediato a
uno de los guerreros que atacó la tierra sagrada de Asgard, el mismo que estuvo
a punto de aniquilar a sus compañeros. Intentó verle el rostro, pero el casco
que le cubría la cabeza se encargaba de ensombrecer gran parte de éste.
Ambos permanecieron en silencio,
mirándose fijamente, en espera de quién de ellos se atrevería a ponerle fin al
misterio.
Los gruñidos lastimeros del lobo
llamaron la atención de Caesar, Patrono de Sacred Python. El Patrono decidió
romper su silencio, extendiendo despacio la mano derecha hacia adelante— Llegué
a pensar que no recordarías nuestra vieja señal —dijo, para asombro del dios
guerrero.
Sergei no articuló palabra, pues
esa voz al fin le resultó conocida, quizá por efecto de haber regresado a un
sitio de su pasado. Parte de él quería negarse a la verdad, pero al ver como el
Patrono volvía a trazar con sus dedos una cruz sobre su mejilla lo estremeció
todavía más.
El lobo se aventuró a acercársele
aun en contra de lo deseado de su amo, pero el Patrono se mantuvo inmóvil y no
temió a los resplandecientes colmillos de Aullido. Sabía que el lobo sería
capaz de arrancarle los dedos de un solo tajo si se lo propusiera, sin embargo,
cuando el hocico del animal estuvo a escasos centímetros de su mano no le
mostró rechazo o temor.
Sergei sintió el gozo en el que
Aullido se encontraba sumido.
El lobo lamió un par de veces la
mano del Patrono y éste sonrió con amabilidad, animándose a acariciarle las
orejas.
— Siempre tan buen chico, Aullido
—dijo el Patrono.
Aullido permaneció junto al que
se presentó como un enemigo en Asgard, transformándose por un instante en el
cachorro que alguna vez fue, uno que buscaba la atención y jugueteos que sólo
una persona en todo ese maldito lugar le daba.
— …¿Caesar…? — Sergei se atrevió
a pronunciar ese nombre del pasado. Sus brazos y piernas se engarrotaron por la
impresión de su descubrimiento, todavía más cuando el sujeto frente a él se
privó de su casco, permitiendo que su rostro y cabellera se liberaran de la
oscuridad.
Su cabello corto era tan blanco
como la nieve del suelo; tenía la piel pálida y ligeramente rosada; poseía ojos
grandes de un color verde traslúcido que
le cedían una mirada extraña, casi sobrenatural.
— Mi amigo —pronunció Caesar con
nostalgia—… Tal pareciera que fue sólo ayer la última vez que nos vimos en esta
azotea — esbozó una sonrisa, pues la dicha de reencontrarse con tan querido
amigo le alegró el corazón.
— Esto no puede ser —Sergei
susurró, pasmado—… Creí que habías muerto… ¡Me dijeron que habías muerto! —
todavía negándose a creer que tal reencuentro fuera posible, obligándose a
retroceder algunos pasos sin abandonar su posición ofensiva— ¡Esto no es más
que una treta…!
— ¿Y quiénes te dijeron que había
muerto? —Caesar cuestionó, sin moverse de su lugar, acompañado por el lobo que decidió
permanecer a su lado—. ¿No fueron acaso
los mismos hombres que nos encerraron durante años en este complejo, los mismos
que experimentaron con nosotros, el mismo padre que te engañó para llevar a cabo
sus fines? —le recordó con rudeza—. ¿Creerás las palabras de unos desdichados
como ellos o creerás lo que ves con tus propios ojos?
Sergei miró a Aullido, le pidió
regresar a su lado, mas el lobo se impuso y aguardó junto al Patrono.
— ¡No sería la primera vez que
alguien intenta jugar con mi mente! —el dios guerrero alegó con desconfianza.
— Sé que estás confundido, ya
pasé por lo mismo —Caesar sonó comprensivo—… Pero no estoy aquí para pelear, en
este momento no soy tu enemigo —aseguró
con sinceridad ante el rechazo que sentía del guerrero de Asgard—. No confíes
en mí entonces, confía en Aullido quien jamás te ha defraudado. Y si eso no
basta, entonces arriesgaré mi vida para que creas en mis palabras —un
pensamiento fugaz, y la impenetrable coraza que se dice irrompible se
desvaneció del cuerpo de Caesar. Bajo la temible armadura se escondía un joven
albino, un traje ajustado de color negro cubría su delgado cuerpo y fornida musculatura, sobre la
que resaltaba un pendiente dorado con tres gemas color jade que colgaba de su
cuello.
Caesar se encontraba realmente
indefenso, si Sergei lo atacara, bastaría un ataque para herirlo de gravedad —
Ahora ambos nos encontramos en las mismas condiciones.
Sergei debía sentirse dichoso por
hallar la verdad que esperaba encontrar, mas su instinto se encargaba de
alertarle de todos los posibles escenarios peligrosos, quizá todo esto no era más
que una trampa… Pero pese a todas esas posibilidades, Sergei no podía sentir
odio por el enemigo que se ocultaba detrás del rostro de un querido amigo.
Aullido se acercó cuidadoso a su
amo, y con un leve gemido suplicó su atención.
Sergei miró a su fiel amigo a los
ojos, y tras unos instantes es que el noble animal disipó las dudas de su amo.
Finalmente, el guerrero de Odín bajó los brazos y aceptó con sumo pesar la realidad.
— Nunca creí, ni en mis sueños
más profundos, que te encontrabas con vida —Sergei confesó, oprimiendo los
puños—. No en este lugar en donde la gente moría continuamente… Recuerdo
perfectamente ese día, pues fue cuando decidí que esa misma noche intentaría
escapar de esta maldita prisión. Es de lo que siempre hablabas ¿lo recuerdas? —
Sergei lo miró a los ojos, afligido por la frustración del pasado que no se puede
cambiar.
— Sí, te decía que debíamos
volvernos más fuertes, cooperar de buena forma con esos hombres y aprovechar
todo lo que ellos nos enseñaban para algún día utilizarlo en su contra y salir
de aquí... Pero nunca te sentiste listo —Caesar le recordó, sonriendo de manera
fraternal y sin resentimientos.
— ¡No sabes lo mucho que me
arrepentí por eso…! — el dios guerrero se apresuró a decir — …Si lo hubiéramos
hecho, los dos… no hubieran podido detenernos. Fue muy tarde Caesar, y siempre
quise decirte cuanto lo siento… Mi cobardía evitó que cumplieras tu sueño, es
por eso… que intenté hacerlo por ti, pero fracasé… No pude hacer eso siquiera
por ti.
— Ese día —el albino entrecerró
los ojos con tristeza—… Lo que realmente pasó ese funesto día me perseguirá por
siempre —su mente se pobló con imágenes de guardias entrando a su celda de
manera estrepitosa, llevándolo a rastras por túneles subterráneos del complejo de
los que no tenía conocimiento que existían, cómo lo sujetaron a un asiento con
amarras, los científicos con cubre bocas, las luces blancas y brillantes que ocultaron
los rostros de todos los implicados, el tirón de cabello que lo obligó a alzar
el cuello, la inyección que se adentró en su yugular y le privó de toda su
fuerza — No fui más que una rata de laboratorio Sergei… No tuve conciencia de
lo que estaban haciendo conmigo, sólo sé que al despertar yo había crecido. Me
encontraba suspendido como un maldito animal de pruebas en un contenedor del
cual pude salir, encontrando a mi despertar todo esto en ruinas —recordó,
susurrando—… No había forma en la que pudiera saber lo que ocurrió, fui como un
recién nacido sin padres que recibieran mi nacimiento.
Sergei sintió una pesadez en el
corazón que no lo dejaba respirar. Se alarmó cuando el albino comenzó a dar pasos cortos hacia
él. Sus sentidos de supervivencia lo obligaron a que alzara los brazos,
tensando la dentadura como la de una bestia esperando ser atacada.
Caesar se detuvo y lentamente
posó su mano sobre el puño del guerrero de Alioth, quien lo amenazaba para que
no diera ni un paso más— Tú también fuiste victima de esos lunáticos, puedo
saberlo a simple vista— los colmillos ligeramente alargados de Sergei, las
respuestas corporales que mostraba ante las situaciones, los ojos alargados y
salvajes le recordaban a los del mismo Aullido.
— He aprendido a controlarlo… —
el dios guerrero permitió que Caesar apartara su mano, quedando al fin frente a
frente.
— Me alegra verte de nuevo, a ti
y a Aullido. Estoy sorprendido… El haberte encontrado en Asgard fue toda una
sorpresa, mírate ahora, eres un guerrero de esas tierras congeladas…— se animó
a ponerle las manos sobre sus hombros como muestra de camaradería.
Sergei pudo haberse dejado llevar
por la nostalgia del pasado, incluso pensó en abrazar a ese hombre que fue como
un hermano mayor para él durante su infancia, sin embargo, su deber como dios
guerrero apartó de forma abrupta esos pensamientos para decir— Debo
preguntarte… Caesar ¿qué haces vistiendo esa extraña armadura? ¿Por qué
atacaste a los míos? —siseó con algo de resentimiento—. Una de las cosas que me
hizo dudar de que fueras realmente tú es que el Caesar que yo conozco jamás se
prestaría a dañar inocentes. ¿Qué significado tiene para ti declararle la
guerra a mi pueblo? —gruñó al reprochar.
El semblante del albino se torno
serio, frunció el entrecejo por tales cuestionamientos— No soy yo quien decide el orden en que deben
llevarse a cabo las cruzadas —dando algunos pasos hacia atrás—. Sirvo a alguien
más grande, al sabio hombre que vino en mi ayuda. Él, quien me salvó y liberó, permitiéndome
ver de nuevo la luz del sol y el turquesa de los cielos —habló con admiración y
agradecimiento.
— ¿De quién estás hablando?
—Sergei se interesó, afligido al imaginar por todo lo que su amigo debió pasar.
Un sentimiento de culpa comenzó a
abrumarlo, después de todo él estuvo aquí cuando la organización fue destruida
por el ahora Patriarca del Santuario… Si hubiera sabido… si hubiera decidido
buscar un poco más habría podido salvar también a Caesar— ¿Se trata acaso de algún
dios? Dime Caesar ¿a quién sirves?
El albino rió inesperadamente—
¿Un dios? No seas estúpido, ¿sabes cuál fue el origen de este laboratorio? —cuestionó—.
Lo debes de saber bien pues tu padre fue el encargado de este lugar —Sergei se
avergonzó—. Crear guerreros que pudieran lidiar con la fuerza de los santos, dioses
guerreros, marinos y demás órdenes fascistas que sirven a esas entidades
milenarias y que se dicen inmortales. ¿Crees que yo serviría a un dios? Temo
que iría en contra de todo lo que hicieron conmigo. Fastidiaron todo lo que éramos
sólo para cumplir con ese objetivo…
— ¡¿Acaso eres tan débil?!
—Sergei espetó furioso al escucharlo, pues fue como haber revivido el instante
en que su padre le confesó la horrible verdad— ¡¿Acaso me ves a mi continuar
con el infame legado de esos sujetos y su vacía ambición?! ¡¿Me estás diciendo entonces que planeas llevar
a cabo esa absurda idea?! ¡Ellos ya no existen! ¡No estás obligado a proseguir
con esas tonterías!
— No, te veo como un lobezno huérfano
que tuvo la buena suerte de encontrar afecto y cariño de otros, el calor de un
hogar… Tú puedes negar tu programación fundamental por la pacífica vida que te
tocó vivir —le apuntó acusadoramente con el dedo—… Pero no aplica lo mismo para
mí. Mi señor, el gran Avanish, me encontró cuando toda esa ambición se
encontraba implantada ya en mi mente, tan profundo, tan irreversible que… en
ocasiones me cuesta pensar en otra cosa que no sea cumplir con el objetivo que
esos malditos dejaron aquí —se tocó la cabeza sonriendo de forma sarcástica.
— ¡Lucha! ¡Debes luchar entonces
contra esos pensamientos que no son tuyos! ¡Tu voluntad siempre ha sido fuerte!
—le pidió, sabiendo de los drásticos experimentos mentales que solían realizar
en ellos.
— Temo que es algo imposible—el
Patrono susurró con amargura y resignación—… Porque ya lo he aceptado, el señor
Avanish ha transformado mi tragedia en una misión, me ha dado un propósito por
el que deseo permanecer un poco más en este mundo… Pues alguien como yo sólo
encuentra el descanso y la paz en la tumba…
– ¡No Caesar, estás equivocado!
¡Pasaste todo ese tiempo siguiendo órdenes, y encontraste la libertad sólo para
volver a someterte! ¡¿Es eso correcto?!
— No es justo… lo sé —concordó—.
Pero el señor Avanish me ha dado una razón para que todo ese sufrimiento y
dolor signifiquen algo. A diferencia de ti, yo jamás podría fingir que eso
jamás pasó, hombres como yo no deberíamos existir en esta época de paz, pero…
todavía quedan cabos sueltos que deben ser erradicados, y eso es lo que
intentamos reparar. La era de los dioses terminó, y los muy canallas han
decidido mezclarse entre los mismos hombres a los que han buscado exterminar y
someter desde épocas remotas —explicó con rencor.
— ¡¿De qué diablos estás
hablando?!
— Ja, parece que no te has dado
cuenta… Incluso tu suprema princesa asgardiana no les ha revelado el pequeño secreto —se mofó—. Pero estoy
aquí hoy, Sergei, para contarte la verdad, para advertirte que esta paz es sólo
superficial, que los dioses
estratégicamente están volviendo a este mundo —alzó los brazos de forma diagonal
sobre los hombros, contemplando el cielo que comenzaba a verse habitado por
nubes de tormenta—. Fingen acatar el orden que se ha logrado imponer gracias al
actual Shaman King, pero los dioses son obstinados y jamás permitirán que los
humanos seamos libres, es por eso que los exterminaremos, nos aseguraremos de
que jamás vuelvan a poner un pie en nuestro mundo para ocasionar guerra y
atrocidades sólo por egoísmo.
— Espera… ¿Me estás diciendo
que…? —murmuró Sergei, quien comenzaba a entender.
— Sigues sin comprender me parece
—Caesar dijo al verlo tan desconcertado—, al señor Avanish le importan muy poco
esas tierras heladas de Asgard, nuestro objetivo era eliminar al dios Odín
quien apenas es un niño y es el príncipe heredero de lo que llamas tu pueblo.
— ¡No te creo, Syd no puede…!
—Sergei exclamó, apenas podría creerlo, el príncipe Syd nunca demostró ser
diferente a los demás, ¿cómo podría ser que posible? ¿Qué razón tendría la
señora Hilda de ocultarlo, a ellos, los dioses guerreros de Odín?
— No tienes que mortificarte,
algún día regresaré a reclamar su vida…
— ¡No…! ¡No! ¡Nunca te lo
permitiría! ¡Sea un dios o no, no tienes derecho! ¡¿Qué mal te ha hecho a ti Caesar?! —Sergei se
opuso, tenso y totalmente iracundo. El
animal dentro de él estaba tomando control de su ser.
— Es precisamente eso lo que pienso
evitar, que ni él, ni ningún otro de su especie vuelva a causar daño… En este
momento parecen frágiles e indefensos ¿pero qué sucederá cuando vuelva a ser consciente
de sí mismo? ¿Crees que no ha sucedido antes? ¡Es un círculo interminable que
debe ser destruido!
Sergei se impulsó contra Caesar en un
intento de golpearlo, el Patrono se hizo a un lado y bloqueó el puñetazo que
estuvo por atinarle en el pecho. Caesar le propinó una fuerte patada en la
mejilla, mas el guerrero de Asgard alcanzó a jalarlo del tobillo para hacerlo
perder el equilibrio y caer en la nieve.
Sergei cayó sobre él, en un intento por clavarle
los dedos en los ojos o estrangularlo, mas Caesar le sujetó las manos e igualó
su fuerza para evitarlo.
— ¡Caesar, ya no te reconozco! —espetó
el dios guerrero sin abandonar su intento—. ¡A pesar de todo yo… no puedo
dejarte con vida si eso significa más muertes!
— Lo dice aquel que se ha vuelto más
animal que hombre… ¿Crees que eres diferente a mí? —cuestionó, manteniéndose
sereno pese a encontrarse en una situación peligrosa—. Sólo porque has
encontrado la forma de apaciguar tu programación no significa que no seas un
arma homicida…
Sergei gruñó de frustración al escucharlo—
¡Sólo quiero saber una cosa…! ¡¿Por qué… por qué me salvaste si sabías que
seríamos enemigos?! ¡¿Acaso creíste que me uniría a tu causa?! ¡Qué equivocado
estabas!
Caesar tuvo más destreza y con un rápido
movimiento de sus pies lanzó al dios guerrero hacia atrás, dándole el tiempo
suficiente para acuclillarse. Sergei rodó en el suelo, pero rápidamente se
volvió hacía su oponente, optando por una postura semejante a la de un
verdadero lobo.
Ambos se miraron de manera desafiante.
Hubieran colisionado nuevamente de no ser por Aullido, que saltó como mediador
entre ambos, ladrando y gruñendo para impedir que un derramamiento de sangre
diera inicio.
Tal situación fue una recreación de su
juventud, cuando discutían o entrenaban excediendo los limites, era Aullido
quien les recordaba quienes eran y su amistad.
Caesar fue el primero en abandonar todo
intento de agresión, levantándose sobre sus dos piernas a diferencia de Sergei,
quien permaneció a la defensiva.
— Al verte luchar tan ferozmente como un
guerrero de Asgard, entendí que nunca abandonarías a los asgardianos, por lo
que jamás pasó por mi cabeza el pedirte que te unieras a mi causa —respondió
Caesar—… No sé la razón por la que el destino nos llevó a encontrarnos en estas
circunstancias, Sergei, pero… en ese momento en que estuvieron a punto de
morir, pensé que de mi pasado, sólo tú y Aullido eran lo único que merecía preservarse…
—respondió, para sorpresa del dios guerrero, cuya mirada se suavizó sólo un
poco.
— Por la amistad que existió entre
nosotros, es por lo que me he arriesgado a este punto… desearía que tomaras la
oportunidad que te di para que cambiaras tu vida y te alejaras de los dioses
guerreros, ya que tarde o temprano volveremos con la misma intención… No
repetiré el mismo acto de misericordia, por lo que deberías reconsiderar tu
posición…
— No tengo por qué considerar nada… yo… ya
he elegido cual es mi lugar… el que pudo haber sido también el tuyo si tan sólo
yo… si yo hubiera podido… —Sergei se lamentó el no haber podido hacer nada por
él— ¡Maldición! ¡¿Por qué tuviste que elegir este camino?! ¡Es una locura! ¡¿Atentar
contra la vida de un dios?! ¡¿Acaso no ves las repercusiones que hay en eso?! ¿Crees
que ellos se quedaran de brazos cruzados
mientras los suyos son asesinados por los mortales? ¡Ustedes son los que darán
inicio al desastre, a la destrucción de este mundo, no ellos!
— Cada uno de nosotros es sólo un engranaje
que mueve el futuro, hasta tú Sergei… Mi tarea es llevar la muerte a los
inmortales, sólo eso… lidiar con las consecuencias será de alguien más —explicó
con total indiferencia.
— Caesar… en verdad que te has vuelto un
ser inhumano… Yo… no puedo permitirte seguir viviendo de ese modo —Sergei se
decidió a hacerle frente, elevando su cosmos aun ante los reclamos de su lobo—.
Tarde o temprano tendremos que enfrentarnos ¿no? ¿Por qué retrasarlo?
Caesa calló, permaneciendo inmóvil.
— Sigues siendo tan testarudo como
siempre —el Patrono musitó, envolviéndose con energía violácea—. Sabes cómo
terminará esto… jamás has podido vencerme, mucho menos ahora —advirtió.
— ¡Eso nunca me ha detenido! ¡Garra Nocturna! —Sergei clamó,
liberando una serie de medias lunas cortantes que fueron directo hacia Caesar.
El Patrono de Sacred Python extendió el
dedo índice de su mano, dejando que un fino rayo de luz emergiera, tan rápido,
casi invisible, que el dios guerrero quedó perplejo cuando le atravesó el lado
izquierdo del pecho.
Con los ojos desorbitados, Sergei cayó
al suelo, donde un charco de sangre comenzó a formarse entre la nieve.
Caesar fue alcanzado por la energía
cortante, múltiples y profundas heridas se marcaron en su cuerpo, mas
permaneció de pie sin verse afectado físicamente por ellas.
El Patrono vio cómo Aullido buscaba
reanimar a Sergei, pero éste no parecía reaccionar. Dio media vuelta en un
intento por retirarse cuando escuchó — E-espera… aún sigo aquí.
Caesar no se sorprendió, continuó
dándole la espalda al dios guerrero, quien se había levantado sobre sus
rodillas.
— Fallaste… —musitó sonriente, presionando
la herida sangrante en su pecho, un poco más y el golpe le habría perforado el
corazón. Pero aunque no hirió ningún órgano vital, esa herida lo debilitó lo
suficiente como para saberse incapaz de vencer a su oponente.
— ¿De qué hablas? Con ese golpe acabo de
matar a mi amigo —añadió Caesar, sin mirarle —, y él acabó con el suyo… sus
cuerpos finalmente quedarán sepultados con el resto de sus compañeros en este
sitio, dejemos que sus almas y recuerdos descansen aquí, en paz —musitó de
manera respetuosa—… Sólo quedamos un Patrono y un dios guerrero como testigos
de tal batalla, y en honor a los caídos es por lo que yo, el Patrono de Sacred
Python, me marcharé sin tomar la vida de mi enemigo… pero si nos llegamos a
encontrar de nuevo, no habrá tregua —aclaró de manera amenazadora.
Su cosmos lo rodeó, y al instante el zohar
oscuro cubrió su cuerpo nuevamente. Sergei no fue capaz de decir nada más, bajó
la cabeza, afectado por el malestar en su cuerpo y en su alma. Cerró su mano
sobre la nieve, entendiendo el significado de la acción… Caesar no lo mató
porque hubiera errado el disparo… y no esquivó no porque no hubiera podido sino
que se dejó alcanzar por sus garras… con tales acciones, Caesar cortó ese hilo
que los unía, ya eran libres de toda promesa o consideración.
El Patrono extendió las alas de su
zohar, alzando el vuelo, frente a él se abrió un oscuro portal al cual se
dirigió sin mirar atrás, desapareciendo del lugar.
El aullido que su lobo soltó sonó como
un profundo lamento, Sergei maldijo repetidas veces golpeando el suelo con
furia. Resintió tanto odio e impotencia en su cuerpo que bien podría perderse
en ese mar de instintos salvajes para ir en busca de un desquite, pero un fugaz
pensamiento mitigó tal furia, sabía que su deber era regresar a Asgard, alertar
a todos de lo que realmente buscaban sus enemigos… La pesadilla para su pueblo
estaba lejos de terminar, el futuro cada vez se tornaba más sombrío.
*-*-*-
Asgard, Palacio del Valhalla. Salón del
trono.
El trono de Asgard permaneció vacío pese
a que un grupo de personas debatían y se informaban sobre lo ocurrido en el
país. La princesa Hilda aún se encontraba delicada de salud, por lo que Bud de
Mizar les dio la bienvenida a los emisarios del Santuario: los santos de Acuario
y Escorpión.
Terario de Acuario expresó los deseos
del Patriarca de apoyar a Asgard, por lo que estaban allí para prestar su
ayuda.
A Bud no le gustaba la idea de tener que
depender del Santuario, más la situación por la que pasaban no le dejaba otra
alternativa.
— Agradezco sus intenciones, santos de
Atena. Es mi deseo y el de Hilda que nos centremos en proteger a nuestra gente
—Bud dijo—. Como han notado, nuestras defensas han sido destruidas, y pocos son
los guerreros que podrían asistirnos si algo más se llegara a suscitar.
— Pondremos nuestras habilidades en ello
—accedió Terario.
— Son muchas las preocupaciones que
tengo en este momento, pero me atreveré a compartir una de ellas con ustedes.
Se trata de Bluegrad.
— ¿Bluegrad? —repitió Souva de Escorpión,
al serle desconocido.
— Es la ciudad azul, hogar de los
llamados Blue Warriors, en Siberia —respondió el santo de Acuario—. Mi maestro
me habló sobre ellos, allí habitan guerreros que originalmente fueron devotos a
Atena, pero por diversas circunstancias se desligaron del Santuario. Entiendo
que ahora están bajo la protección y servicio del emperador Poseidón, el dios
del mar.
Bud asintió —Gracias al trabajo del
santo del Cisne, Hyoga, contamos con una alianza con ellos. Sin embargo, antes
de que todo esto diera inicio, el dirigente de Bluegrad, Alexer, solicitó su
presencia allá. En otras circunstancias no sería algo de lo que habría que
preocuparse, era algo frecuente, pero… no hemos tenido noticias de él desde que
partió, justamente el día en que fuimos atacados por los Patronos.
Los santos de oro comprendieron la
sospecha existente.
— Estoy seguro que con la ayuda del
santo del Cisne, las batallas anteriores habrían sido menos desafortunadas —a
Bud no le molestó admitirlo. Hyoga era un guerrero poderoso al que aprendió a
respetar.
— Hyoga no es la clase de hombre que se
ausentaría de esta manera, y menos si su familia corría peligro —añadió,
ocultando la pena que lo embargaba al pensar en Flare, quien se encontraba
desconsolada por la pérdida de su hija más pequeña… necesitaba de Hyoga para
confrontar su muerte.
— Entonces cree que Bluegrad se ha
aliado con las fuerzas enemigas —Terario indagó.
— O quizá los hayan aniquilado a todos
antes de venir a Asgard —el santo de Escorpión meditó.
— No me he atrevido a enviar a algún
mensajero para confirmarlo, y los dioses guerreros se encuentran heridos e
imposibilitados… Creo que en Bluegrad se encuentra una pista sobre nuestros enemigos que no
podemos ignorar.
— Es una manera sutil de decir que
quiere que vayamos a la boca del lobo, ¿no lo crees Terario? —dijo el
Escorpión.
— Si pudiera ir, yo mismo lo haría —el
dios guerrero aclaró—. Pero si es demasiado para ustedes…
— Iremos —Terario aclaró—.
Investigaremos si algo extraño ha ocurrido en Bluegrad.
Bud asintió, agradecido —Si ven
necesario que alguien más los acompañe, tienen la libertad de pedirlo.
— No será necesario, iré yo solamente
—intervino el santo de Escorpión.
— ¿Qué estás diciendo? ¿Qué sucederá si
en verdad te encuentras con enemigos allá? —cuestionó el santo de Acuario.
— ¿Y qué pasará si uno de ellos llega
hasta aquí y ninguno de los dos estamos para ayudarlos? —preguntó Souva,
desafiante.
Terario no objetó.
— Si tanto te mortifica, podría llevar a
alguno de tus amigos conmigo, así, si algo malo de verdad está pasando allá,
podrá venir a advertirles.
A Terario no le agradaba la idea de
tener que arriesgar de tal manera a uno de sus camaradas, sin embargo, debía
apartar lo personal de su deber.
— Es arriesgado, y no lo apruebo… pero
entiendo que quizá no haya remedio —Terario accedió.
— Permíteme ir, además este lugar es muy
aburrido, la caminata entre la nieve es preferible a estar aquí sin hacer nada
—el Escorpión se cruzó de brazos, pensativo—. No hay nada que hacer, todas las
chicas parecen tan atareadas que apenas me prestan atención de todos modos.
Terario se avergonzó de escucharle decir
eso, miró discretamente a Bud, quien permaneció inexpresivo.
— Si no tomas esto con seriedad no creo
que deba dejarte ir —Acuario comentó, acompañándolo fuera de la sala del trono
una vez que Bud les autorizara la partida.
— No te preocupes tanto, además, si me
quedo aquí seguro que la linda enfermera de cabello dorado terminaría enamorada
de mí, no puedo interferir entre ustedes dos —Souva bromeó con total descaro.
— ¿Cómo es que alguien como tú terminó
como un santo de oro? —Terario se preguntó en voz baja—. Escucha, quizá sea
difícil para ti pero sé precavido, no te expongas inútilmente, ni tampoco
arriesgues la vida de la persona que te acompañará. Si confirmas la presencia
de los Patronos en ese lugar actúa con prudencia, retírate si ves que no tienes
oportunidad. En todo caso sería una misión de reconocimiento, nada más.
— Sí, sí —el Escorpión puso gesto de
fastidio, como el de un joven que reniega con su padre—. Ya suenas como el
Patriarca… de acuerdo, espero que seas tú quien elija a mi compañero. Lo
esperaré en la salida principal —Souva se alejó, alzando la mano en señal de
despedida —Ah, y por cierto, eso que te conté de la armadura de la copa parece
que no eran más que mentiras, no vi nada, ni siquiera mi propio reflejo, eso sí
fue extraño —comentó con desilusión, pero de inmediato abandonó sus
lamentaciones y prosiguió su camino.
*-*-*-*
Grecia. Santuario de Atena. Templo de
Curación.
— ¿No ha despertado? —preguntó el
Patriarca una vez que Calíope lo condujera a la habitación donde el santo de
Sagitario estaba recibiendo tratamiento.
— Temo que no —fue su respuesta, mirando
a lo lejos la cama donde el herido yacía inconsciente—. Llegó con heridas
graves pero ahora se encuentra estable, se recuperará. El proceso sería más
rápido si contáramos con el ropaje sagrado, pero usted dispuso que fuera
enviado a Asgard —le recordó con un leve reproche en su voz.
Shiryu sonrió, pasándolo por alto.
Entendía que Calíope era muy devota a sus deberes como sanadora.
— ¿Y el pequeño? —preguntó Shunrei al
ver la cama donde lo había visto dormir y que ahora se encontraba vacía.
— Mejor, pero continúa sin hablar
—respondió la amazona de Tauro—. Seguro aún se encuentra muy afectado por las
experiencias que tuvo que pasar para llegar hasta aquí.
Shunrei lo recordó, creyó que cuando
despertara el niño estaría tan asustado que lo mejor era que un rostro amable
estuviera a su lado en ese momento, por ello permaneció junto a él. Pero cuando
abrió los ojos, ese niño no expresó ningún temor, de hecho, no reaccionó para
nada, ni siquiera quiso probar bocado. Era todo un muñeco que sólo se limitaba
a parpadear y a veces mover la cabeza.
Intentaron comunicarse utilizando varios
idiomas, pero él no respondió de ninguna forma, por lo que Calíope intentó algo
diferente…
— La presencia de ese niño que Terario
de Acuario cuida, Víctor, ha sido positiva —la amazona explicó—. Lo ha cuidado
bien, incluso lo convenció de salir del templo a jugar. Se los permití sabiendo que es lo mejor para su
recuperación.
— Es un alivio que haya respondido a la
amistad de Víctor —comentó Shunrei.
Calíope asintió— No podemos presionarlo,
la psique de un niño es delicada y a la vez complicada… confío en que tarde o
temprano se abrirá. Mi preocupación sigue con este hombre… Patriarca ¿cree que
haya tenido un enfrentamiento con nuestros enemigos? ¿O serán eventos que no se
encuentran ligados?
— Es probable que sea algo relacionado
—Shiryu respondió—. Debemos estar alerta, si este hombre los enfrentó y llegó
hasta aquí con ese pequeño, nuestro deber es protegerlos hasta que puedan
contarnos su historia… Continúen vigilándolo. Calíope, agradezco tu trabajo, lo
dejo todo en tus manos.
La amazona asintió, permaneciendo en el
cuarto mientras el Patriarca y su señora abandonaron el lugar.
Shiryu tenía interés de conocer al niño
ahora que estaba despierto. Shunrei se lo había descrito, tenía alrededor de
ocho años, máximo diez por la destacada altura y lo delgado de su cuerpo. Tenía
el cabello rubio ligeramente rizado y los ojos azules más tristes que jamás ha
visto.
Los buscaron en las cercanías del templo
de curación, mas nadie logró darles señales de ellos, por un momento se
preocuparon pero un soldado les confirmó el camino que tomaron.
Les resultó extraño, pero encontraron a
los niños en el área del cementerio, donde numerosas placas con nombres y signos
de difuntos santos se alzaban como un ejército alrededor de una estatua
conmemorativa de la diosa Atena.
Shunrei vio cómo Víctor iba y venía
cargando piedras pequeñas y las más
grandes que pudiera encontrar y cargar. Dejaba las piedras a un lado del otro
niño sin nombre, el cual las estaba apilando.
Cuando Víctor los divisó, los saludó
animosamente en la distancia, apresurándose a correr a su encuentro. Estaba
todo cubierto de tierra, pero con propiedad se inclinó ante ellos.
— Víctor, los estábamos buscando ¿qué es
lo que hacen aquí? —Shunrei preguntó.
El pequeño hizo muecas que delataban sus
esfuerzos por entender y buscar las palabras correctas para responder, después
de todo su japonés y griego aún no eran muy buenos.
— Arun
quiso venir aquí… dijo que… tumbas para sus muertos —le costó decir.
— ¿Se llama Arun? —preguntó Shunrei, a
lo que Víctor asintió con la cabeza— Te ha hablado entonces —a lo que volvió a
asentir.
— No
habla mucho, pero lo ayudo con piedras —
se giró sonriente hacia donde su amigo continuaba trabajando—, iré a buscar flores —dijo
animadamente, corriendo lejos de allí.
Shiryu se aproximó al niño rubio, quien
estaba trabajando en un sencillo montículo con las rocas. Arun no detuvo su
actividad pese a saberse acompañado por alguien más, ni siquiera le dedicó una
mirada cuando ya había comenzado la quinta de esas torrecitas de piedras.
El Patriarca se acuclilló, y tras un
corto silencio tomó una de las piedras para colocarla sobre lo que el niño
construía. Arun se detuvo unos instantes,
pero accedió a permitirle su ayuda.
— ¿Son para tu familia?— Shiryu se aventuró
a preguntar, recibiendo una tardía respuesta cuando el niño asintió con la
cabeza.
— ¿Tus padres? ¿Tus hermanos?... — el
Patriarca deseó saber.
— Mamá… Papá… Giovanni…. Josquin y… Thomas
—dijo, palpando el último de los cinco montículos que había terminado.
Permaneciendo de rodillas sin quitarles la vista de encima.
— Descansarán bien aquí —Shiryu dijo con
amabilidad, permaneciendo a su lado en un intento por lograr alguna conexión.
Pasaron algunos minutos, cuando Víctor
regresó, pero esta vez acompañado de la pequeña lemuriana, Ayaka, la aprendiz
de Kiki.
Arun se mantuvo impávido pese a que Víctor
le presentara a esa otra niña que traía unas cuantas flores en las manos.
Dividió las flores en cinco pequeños racimos, los cuales colocó respetuosamente
en las tumbas.
Ayaka y Víctor se trataban como buenos
amigos de juegos, después de todo eran quizá los únicos niños que vivían
actualmente en el Santuario. Víctor era el más entusiasmado por la idea de
contar con un tercer miembro dentro de su grupo.
Shunrei llamó a ese par en un intento de
permitirle a Shiryu tratar a Arun en privado.
Arun los siguió con la mirada, viendo cómo
se fueron, y la manera en la que la señora les extendió las manos como una
madre a sus hijos. Ver tal escena lo llevó a girar el rostro hacia otro lado
con gran pesar.
Fijó la mirada en la escultura que se erigía
en medio del cementerio, encontrando algo de paz en el serio rostro de esa
mujer.
— ¿Quién es ella? —preguntó apenas en un
susurro.
— Ella es Atena, la diosa a la que
servimos aquí en el Santuario —Shiryu explicó.
— Una diosa… diosa —repitió en
voz baja conforme su rostro poco a poco comenzó a mostrar un gesto perturbado—…
un dios… yo no… soy uno… yo no soy un
dios… —masculló para extrañeza de
Shiryu.
Los ojos de Arun se abrieron con horror
como si ante él escenas atroces se recrearan. Sus memorias, una tras otra lo
hicieron temblar conforme continuaba hablando— Soy… sólo soy el hijo de dos humildes músicos... Nada más —sonrió, con lágrimas
en los ojos—… Nada de lo que ellos dijeron tiene sentido— rió de manera
nerviosa—. Debe haber alguna clase de error… Thomas, Giovanni y Josquin trabajaban
para mi padre… yo los ayudaba a cuidar las ovejas… ¿cómo un pastor puede ser un
dios? —preguntó con ironía— ¡No puede ser cierto! —gritó, llevando sus brazos
al suelo sobre los que precipitó su rostro para llorar con fuerza.
Shiryu tardó un poco en confortarlo, pues sus
palabras le causaron conmoción ¿podría ser cierto? ¿Arun era el avatar de un
dios?
FIN DEL CAPITULO 36