14 años atrás, en el extremo norte de Europa.
Durante la noche una intensa tormenta azotó los valles congelados,
dejando los caminos intransitables y a los pueblos incomunicados. En la mañana
el cielo se encontraba totalmente despejado y azul, sumiendo todo en una atmósfera
tranquila en la que hasta el mismo viento dejó de soplar.
Sólo una figura se atrevía a andar por las llanuras limpias, rompiendo
la armonía del pacifico ambiente, manchando con su presencia y con su pecado la
pureza del paisaje. Se trataba de un joven.
Su cabello turquesa se encontraba enmarañado y cubriéndole gran parte
de la cara, sólo un pantalón entallado lo privaban de la desnudez total.
Caminaba de manera torpe y cansada, arrastrando los pies en la nieve. Sus
brazos colgaban con pesadez de sus hombros, encorvado hacia al frente como si
estuviera a punto de dejarse caer.
Respiraba con una dificultad tremenda, exhalando el aire como un
animal desesperado. En su cuerpo había rastros de sangre, sobre todo en las
manos, brazos, mentón y cuello, pero no había heridas visibles en él...
Con el rostro ensombrecido llegó hasta el tronco de un árbol seco al
que se sujetó con el mismo énfasis que un niño abrazaba a su madre.
Tensando la mandíbula, el joven sufría de dolores y sensaciones que no
era capaz de soportar. Era dominado por un hambre voraz imposible de controlar,
un apetito que lo ha llevado a varias chozas, dejando un camino de muerte y
devastación del que no era consciente.
Ahora buscaba más. La necesidad de devorar
era el anhelo que sometía su humanidad, relegándola a lo más profundo de su mente
casi al punto de extinguirse. Sólo podía seguir caminando como un ente errante
hasta encontrar más comida.
Volvió a ponerse en marcha, encontrándose con más arboles marchitos
por el camino sobre los que solía impulsarse para avanzar. De pronto, se detuvo
al escuchar un sonido que casi lo hizo entrar en frenesí. Se giró hacia un
costado sabiendo que allá encontraría más presas.
Avanzó por el bosque, siguiendo el constante sonido que terminó por
conducirlo a la orilla de un río. Caminó
un tramo más, acercándose a donde nacían esos lamentos. Sintiéndose morir de
hambre, trotó lo más rápido que pudo, sintiéndose exasperado conforme los
llantos se hacían cada vez más fuertes.
En cuanto lo tuvo a la vista disminuyó la velocidad de sus pasos,
acercándose lento y vacilante.
Se encontró con un bebé, envuelto en una franela blanca dentro de la
que se revolvía llorando desconsolado. Era tan pequeño, dos meses de edad como
máximo.
El joven errante se detuvo en cuanto tuvo al infante a sus pies, observándolo
en silencio. Se acuchilló sobre él para después mirar hacia los alrededores,
sin encontrar a alguien más, ni siquiera huellas que delataran la presencia de
otro ser vivo que hubiera podido dejar al bebé allí junto al río.
Su cuerpo tembló de manera frenética, sujetándose la cabeza en un
efímero intento por detenerse o cuando menos obligarse a dar media vuelta y
correr, pero no era tan fuerte…
El joven tomó al bebé entre sus manos ennegrecidas por la sangre,
apartando el manto que envolvía a la criaturita de piel suave y sangre tibia.
Descubrió que se trataba de un varoncito de cuyo cuello colgaba un largo collar
dorado con un emblema circular, pero no le tomó importancia. Ni el llanto ni
las lágrimas lo hicieron desistir, abrió la boca como un animal salvaje,
dispuesto a arrancarle la vida al niño a mordidas. Sin embargo cuando estuvo a
punto de cerrar las fauces sobre él, la insignia dorada destelló con un cegador
fulgor, impidiendo tal atrocidad.
El joven aulló como bestia embravecida sintiendo que esa luz le
quemaba la piel. Soltó al bebé, tapándose los ojos adoloridos mientras
retrocedía tropezando contra sus propios pies. Invadido por un profundo
malestar, cayó de rodillas, comenzando a expulsar por la boca una gran cantidad
de sangre de aspecto desagradable.
El joven vomitó de manera incontrolable hasta que se purgó de todos los
falsos nutrientes con los que había envenenado su cuerpo mortal. Cada segundo
fue una tortura asfixiante de la que no podía escapar. Cuando finalmente
terminó, se desmayó exhausto sin saber de sí.
Al despertar el cielo lo recibió con un color gris muy pálido, el
joven contempló hipnotizado los copos
blancos que comenzaban a caer. Pestañeó un par de veces, confundido, débil y
muy desorientado.
Escuchó unos sollozos y pucheros que hicieron que moviera la cabeza
hacia un lado. Sorprendido, descubrió al bebé que apenas se movía a unos
cuantos metros de él.
El joven intentó levantarse con dificultad, arrastrándose hacia el
infante. Notó el charco de sangre en el que despertó, deduciendo cosas
terribles en su mente.
Dudó en tomar al bebé con sus manos sucias, encontrando el manto con
el que volvió a envolverlo. Al ponerse de pie, llevando al niño en brazos, se
topó con una horrible visión de si mismo gracias al reflejo en el río.
Sus ojos verdes se abrieron enormemente, apenas se reconoció bajo ese
aspecto descuidado y deteriorado, pero sobretodo quedó absorto por los rastros
carmesí en su cara. El darse cuenta que su
experimento fracasó le quitó el aire, el joven pareció olvidar cómo
respirar
Le fue evidente que había hecho cosas horribles... ¿a cuántos habría
matado esta vez? Se preguntaba con horror. Sólo le bastaba mirar al bebé para
imaginar que había asesinado a sus padres pero… ¿cómo es que seguía vivo? ¿Por
qué no lo mató también?
El joven reprimió un grito de frustración, casi lloró, pero ahogó todo
enojo y desilusión en cuanto el niño volvió a llorar con fuerza. La necesidad
de salvarlo se volvió el único pensamiento lúcido del que podía valerse por
ahora. Se centró en tratar de descubrir en qué lugar estaba. Le tomó un poco
descubrirlo, pero gracias a la formación de los árboles y la anchura del arroyo
supo que se encontraba frente al río “Aifor”.
Capitulo 28.
El vórtice de la tormenta, parte IV.
Hermanos del abismo
Aifor de Merak alcanzó a interceptar a la horda enemiga que subía por
la empinada vereda al sur del acantilado. Ese camino era tan estrecho y
peligroso que los habitantes de la región lo evitaban. Sin mencionar que
ocasionaba vértigo gracias a la gran altura que alcanzaba.
Aifor contó a ocho guerreros que se detuvieron ante su presencia. El
tener dominado el terreno alto era una ventaja táctica por la que aseguraba su
victoria.
— Todos ustedes se han condenado a terminar en el mar congelado que
hay abajo —el joven expuso la falta de consideración que tendría hacia ellos.
Ninguno de los guerreros poseía un cosmos peligroso, pero aun así
entendía que permitirles avanzar complicaría la situación en el Valhalla. Sin
miramiento alguno, Aifor comenzó a bajar los escalones hacia ellos. Por el
reducido espacio enfrentó uno a uno cuando se lanzaban con sus puños sobre él.
El dios guerrero les sujetaba los brazos, les torcía las muñecas con gráciles
movimientos que los confundía hasta golpearlos en el pecho de manera
inesperada, dejándolos caer hacia las violentas olas que estallaban contra las
paredes de roca. Cuando le hizo lo mismo a
tres de ellos, el resto retrocedió para que un cuarto valiente empleara
su poder. Las ráfagas de luz se dirigieron hacia el dios guerrero quien atinó a
mover los brazos y que su cosmos creara una gruesa capa de hielo que recibió el
impacto, estallando en cientos de fragmentos.
Aifor aprovechó la distracción del estallido para emplear su técnica de viento gélido. El aire
congelado empujó a otros tres al vacío en un torbellino de alaridos.
Avanzó más, notando la conmoción en sus enemigos. Uno se aventó contra
él, Aifor únicamente movió el brazo para derribarlo hacia el acantilado con un
solo puñetazo. Llegó hasta el último invasor, quien del mismo modo intentó
probar su destreza en combate cuerpo a cuerpo, pero no tuvo éxito alguno.
El dios guerrero lo sometió, torciéndole un brazo con tremenda
facilidad para mantenerlo de rodillas al suelo.
— Ahora que ya no hay más distracciones, dime ¿qué pretenden al venir
a Asgard? —Aifor cuestionó con frialdad, tirando de ese brazo que estaba a
punto de dislocarse de su hombro.
El guerrero gimió adolorido, apretando los dientes y lanzando una
mirada furiosa al joven como respuesta.
Aifor encendió su cosmos flameante, incendiando todo el brazo del
hombre quien gritó con desesperación ante el dolor y las llamas.
— Si no me dices lo que quiero saber el fuego irá cubriendo otras
partes de tu cuerpo —explicó, sin que las flamas se apagaran por la fuerza de
la tormenta—. Será una tortura agonizante por lo que te advierto que no es el momento
de ser valiente.
El hombre balbuceó presa de la agonía, algunas palabras empezaron a salir pero resistió
hasta el final.
Cuando Aifor de Merak percibió cómo el cosmos de Clyde de Megrez se
extinguió, perdió total concentración. Su mismo cosmos se esfumó con el de él,
girando la cabeza hacia donde fue el último lugar en el que lo sintió.
La inesperada impresión lo sumergió en un profundo trance que le
impidió estar preparado para no caer por el acantilado.
Un grueso látigo se enredó por su pierna, jalándolo hacia el vacío. Al
mirar por la orilla, Aifor notó cómo uno
de los guerreros había alcanzado a aferrarse a la pared rocosa. Pudo haber
maniobrado para zafarse pero, cuando el hombre que tenía de rodillas se impulsó
sobre él todo fue inútil.
Se sofocó como si un toro lo hubiera empujado hacia el abismo. El
hombre se sujetó a él para asegurarse de que no pudiera escapar, del mismo modo
lo hizo el dueño del látigo con quien unió fuerzas.
Aifor resintió varios golpes contra las piedras salientes, chocando constantemente
contra la pared rocosa, perdiendo su casco en el trayecto.
En la caída, uno de los invasores se aferró tanto a su brazo que
terminó rompiéndoselo por los bruscos golpeteos.
Por el dolor sufrido dentro de ese bólido de confusión y fuerza, Aifor
expulsó su cosmos, envolviéndose completamente en llamas. La energía expulsó a
los enemigos fuera de la bola de fuego que por un instante formaron.
Con un sólo brazo para buscar detenerse, el dios guerrero manoteó desesperadamente
contra el muro rocoso hasta que por obra de Odín logró sostenerse de algo
firme.
Resintió todo el peso de la caída y la velocidad en su hombro, pero
logró resistir. Aifor permaneció conmocionado, sujetando la milagrosa roca que
le salvó. Con ojos asustadizos mantuvo la vista hacia el frente. Se aventuró a mirar
hacia abajo y ver en la distancia los peñascos contra los que azotaron sus
enemigos quienes fueron devorados por el mar y las furiosas olas.
Aifor observó su brazo derecho colgando como un miembro inútil que le dificultaría todavía más las cosas.
Alzó la vista, viendo el imposible trayecto que debía escalar si quería salir
de allí.
Él mismo golpeó su frente contra las rocas, un insignificante castigo para tan patético
descuido. Desde pequeño, cuando cometía errores como esos solía recibir una
paliza por parte de su maestro para aprender la dura lección, y ahora…
Su maestro… ¿de verdad habría muerto? Se preguntaba acongojado, pegando el
rostro contra el muro como si se tratara del hombro de un amigo en el cual
deseaba llorar, mas las lágrimas no llegaron a brotar. Aifor se sorprendió e
ilusionó cuando volvió a detectar el cosmos de Clyde de Megrez en la lejanía. Levantó
una vez más la vista hacia la cima con esperanzadora actitud pese a que no
entendía lo que estaba ocurriendo a lo lejos. Es cierto que se trataba de la
presencia de su mentor pero… había algo diferente en él… su esencia se había
vuelto un poco más caótica que de costumbre.
No tenía más opción que subir y averiguarlo por él mismo. Guardó todos
los dolores y miedos en una parte recóndita de su ser, sólo así encontraría una
salida de su penoso problema.
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La guerrera Elke permanecía de guardia en una de las terrazas del
segundo piso. Vistiendo su ropaje sagrado resaltaba entre la tormenta,
imponiéndose a la furia de la naturaleza que no lograba mover más que sus
cabellos.
Pese a todo logró mantenerse en la mansión, supervisando con sus
sentidos el curso de las batallas y los movimientos de amigos y enemigos. Debió
reprimir su verdadero humor sólo por petición de Freya.
El príncipe no necesitaba saber lo que estaba pasando, era muy pequeño
por lo que no querían conmocionarlo. Entre Freya y su madre lograron distraerlo
una vez que notara la ausencia de Bud, algo con lo que Elke no estaba de
acuerdo. Syd no era un niño ordinario, nació en una cuna que exigía una crianza
diferente, una en la que entendiera con rapidez la clase de vida que le
aguardaba en su adultez, por lo que ciertas consideraciones no deberían serle
cedidas.
La mujer permaneció con los ojos cerrados la mayor parte de su
estancia como vigía, pero Freya notó la repentina impaciencia de su compañera
cuando ésta comenzara a golpear el piso con un movimiento repetitivo de su pie.
Freya abandonó la calidez del interior de la mansión para pasar hacia
la terraza y decir: —Elke, sé lo que estás pensando. Desiste, es una orden
—exigió con tono autoritario.
— ¿Me ordenas? Ja, sólo cuando te conviene quieres el puesto de
comandante, eres bastante oportuna —la guerrera Elke respondió, manteniéndose
de espaldas.
— El señor Bud fue quien dispuso que mantuviéramos nuestro puesto,
esto no tiene nada que ver conmigo —le recordó, suspirando—. Entiendo tu
sentir, créeme, pero nuestro deber es claro.
— No sólo Sergei ha caído, hace un momento el cosmos del mago
quejumbroso también sucumbió —explicó para sorpresa de Freya—. Aún sabiendo eso
¿te atreverás a decirme que debemos permanecer aquí?
La pelirroja lo meditó en silencio, pero al final su convicción seguía
siendo la misma —El príncipe es nuestra prioridad. Debemos confiar en nuestros
camaradas, ¿crees tan poco en ellos?
Elke de Phecda Gamma finalmente se giró para confrontarla, dudando un
instante al descubrir algo que decidió no compartir con Freya— No tienes idea
de la clase de cosas que están allá, caminando entre la nieve —dijo con fuerza,
señalando hacia la tempestad—. Es cierto, Sergei, Clyde y Aifor han logrado
reducir la cantidad de enemigos pero los más peligrosos siguen intactos y
avanzan hacia donde se encuentra la señora Hilda —explicó malhumorada—.
¡¿Quieres tener un rey con un corazón endurecido por la orfandad y la
tragedia?! ¡Bien, si eso es lo que quieren adelante, en todo caso yo no soy
asgariana, me importa muy poco el futuro de esta tierra, puedo irme cuando lo
desee!
— ¡Elke, no es momento para que hables así! —Freya se enfureció.
— Sólo digo la verdad, hasta el mismo Bud no parecía muy seguro de que
pudiera volver con vida, incluso nos ordenó escapar si la situación se complicaba.
Pues te lo digo de una vez Freya, lo hará —predijo—, más te vale tomar al niño
y huir cuanto antes, pero yo no tengo que obedecerlos.
— ¡Eres una guerrera sagrada de Odín, sabes tus deberes!
— Yo soy libre de hacer lo que me plazca —Elke espetó con
determinación—, ese es el convenio que tengo con la señora Hilda. Hasta ahora
no había tenido objeciones, por lo que era fácil seguirles el juego, pero en
esta ocasión no será así.
Freya se acercó más, conteniendo las ansias de abofetearla —Dices que
no te importa el futuro de Asgard pero aun así te empeñas en ir a pelear. No
eres buena mintiendo —aclaró, desafiándola con la mirada.
La guerrera de Phecda la miró a los ojos sólo unos segundos ya que
prefirió sostener la mirada de alguien más.
— Si eso crees entonces tendrás la oportunidad de mostrarme tu
habilidad para mentir Freya. Quizá pueda aprender a hacerlo mejor.
La sonrisa de Elke le advirtió a la pelirroja que alguien más los
acompañaba en la terraza. Se volvió rápidamente para encontrarse con el joven
príncipe quien las miraba con claro espanto y sobresalto.
— Syd —lo llamó Freya casi sin aliento—… ¿desde cuándo estas…?
— ¿Qué está pasando Freya? —preguntó el niño—. ¿Es cierto que mi papá
no va a volver?
Freya se giró furiosa hacia Elke quien le dedicó un gesto prepotente.
El príncipe estuvo escuchando la mayor parte del tiempo y ella no se lo
advirtió.
— Por supuesto que regresará, no tienes porque dudarlo —le dijo la
pelirroja, sujetándolo por los hombros en un intento por hacerlo entrar a la
vivienda. Sin embargo Syd no le creyó, de un movimiento se agachó para pasar
por un lado de ella y preguntárselo a la guerrera de Phecda —¿Es cierto todo lo
que dijiste?
— Syd, por favor —Freya le suplicó, volviéndolo a tomar por los
hombros— Elke, guarda silencio —le advirtió con resentimiento.
Mas Elke no se sintió intimidada. Lanzó una mirada hacia el horizonte
para después volver a prestarles atención —Tú eres el príncipe de Asgard, no
tengo porque mentirte. Ordénamelo y te hablaré con la verdad —fueron sus
palabras.
— Suficiente —Freya cargó al príncipe pese a que intentó oponerse—.
Elke, márchate si eso es lo que deseas, pero no creas que me olvidaré de esto.
Yo misma castigaré tu desacato una vez que todo haya terminado —le avisó sin
mirar atrás.
Elke de Phecda Gamma sonrió satisfecha. Sin remordimiento alguno se
lanzó a correr entre la ventisca, siendo claro su objetivo.
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Masterebus sobrevoló varios kilómetros entre la tempestad siguiendo la
presencia de uno de los dioses guerreros. Aunque detectó que otros esbirros lo
retaron era fácil saber que no tendrían oportunidad para vencerle, por lo que
se apresuró a darle caza y tal vez salvar a una que otra desdichada alma.
Aumentó la velocidad al percibir el extraño escenario en que ese
cosmos desapareció unos minutos para renacer con una fuerza y esencia
diferente. Intrigado por tal suceso es
que llegó hasta el lugar.
Distinguió dos siluetas tendidas en el suelo, con nieve carmesí bajo
ellas. Un tercer individuo era el único que se movía, estaba acuclillado sobre
uno de los cuerpos.
Masterebus descendió a espaldas del sujeto, batiendo las alas para
dejarse notar pues no estaba en él atacar a traición.
El hombre de cabello turquesa permaneció encorvado sobre el cadáver
del que estaba alimentándose.
Sin bajar la guardia, Masterebus estudió el cuerpo femenino que se
encontraba tirado a unos cuantos metros de distancia, perturbándole un poco la
forma en la que su abdomen fue abierto con brusquedad, como si alguien hubiera
estirado la piel hasta romperse. También tenía perforado el pecho y en ninguno
de esos dos agujeros era visible algún órgano.
El escenario le fue muy familiar, mucho más cuando el dios guerrero le
habló.
— Tenía mucho tiempo sin ver a
otro hermano en este plano de existencia… Debo admitir que eso me causa dicha —dijo
en un dialecto que le sorprendió escuchar de la boca de un humano, un lenguaje
que sólo las criaturas de las profundidades conocían.
El dios guerrero de Megrez se levantó, caminando por encima del
cadáver para girarse hacia el recién llegado
— Ven. Ya que este encuentro
debe celebrarse compartiré contigo mi alimento —le ofreció servirse de lo
que yacía a sus pies.
Masterebus prestó atención a los ojos centellantes y a las grietas
luminosas en el rostro del dios guerrero.
— ¿Quién eres tú? —preguntó con
desconfianza en la misma lengua.
— Tengo demasiado tiempo sin
usar mi nombre… para los Alberich sólo fui una sombra que decidieron olvidar
dentro de una bóveda… pero puedes llamarme Ehrimanes.
— ¿Qué eres?
— ¿Acaso no reconoces a alguien
de tu propia especie? Supongo que en este patético estado no puede resaltar mi
verdadera esencia, pero es algo que podré arreglar pronto —explicó,
sosteniendo la recelosa mirada del guerrero alado—… No me mires de esa manera, según percibo tú también vives una
situación similar a la mía… eres un habitante del Abismo, como yo.
— No somos como tú… —Masterebus aclaró, dudando de lo que escuchaba.
— Que ustedes hayan podido venir
a este mundo con sus cuerpos originales es algo que envidio, pero no todos tenemos
esa suerte. Yo fui uno de los muchos que los humanos arrancaron de la Profundidades
hace cientos de años. Me degradaron a una existencia de parásito y peón para
involucrarme en sus absurdas guerras… Sólo hasta que dije “Basta” comprendieron el peligro que representaba, y desde entonces
fui confinado a la oscuridad… pero siempre esperé el momento en que algún rayo
de luz me mostrara la salida… y así fue… —se palpó el pecho, sonriente—. Debí aguardar durante años a que un mocoso
curioso girara la llave de mi liberación —explicó con ironía.
Masterebus recordó a su amo ante tal historia. Para encontrar la
verdad se dejó guiar por sus instintos, pudiendo reconocer la naturaleza
atrapada bajo esa apariencia humana— Entiendo,
eres como un pez que jamás podrá abandonar su pecera.
— Podría decirse… Si hablamos así tienes razón,
jamás podré regresar al profundo mar del que fui sacado… pero como te dije
antes no te sientas superior a mí, tú no eres diferente. Tu pecera fue
destruida y sólo sobrevives ya que otro de los nuestros accedió a hospedarte en
la suya, ahora están destinados a compartir el mismo espacio… a eso llamo
hermandad.
Masterebus se impresionó un poco, no tuvo que explicar nada y la
criatura comprendió todo sobre él.
— Escogiste un mal momento para
emerger de tu prisión. No sé qué tanto sepas pero los dioses guerreros de
Asgard deben ser aniquilados, tenemos
órdenes.
— Oh, me suena como un desafío
¿acaso piensas retarme? —el llamado Ehrimanes inquirió sarcástico—. Por supuesto que sé lo que pasa, sé lo mismo
o incluso más que el mismo Clyde de Megrez. A mí no me interesa lo que tú y tus
amos buscan aquí, pero gracias a todo esto me vi beneficiado así que me-e…
siento ligeramente-e… en… deud-a… —balbuceó sin quererlo.
El cuerpo del dios guerrero de Delta se contorsionó como un títere
cuyos hilos se enredaron unos con otros. Interpuso las manos para no caer
completamente al suelo.
Ehrimanes lanzó un bufido furioso antes de poder volver a hablar —Como ves… no estoy en el mejor de mis
momentos… aunque tenga el control… no puedo deshacerme de Clyde… Necesito
fortalecerme… para que no me estorbe… ¡Debo comer… más, mucho… más!
—explicó con altibajos de voz, intentando arrastrarse inútilmente en la nieve
para ir en búsqueda de carne fresca.
Masterebus lo miró con lástima, sintiéndose identificado pues él
también sufrió la agonía de perder su cuerpo. Recordó lo mucho que agonizó y
pensó ante su amo hasta que éste finalmente le salvará la vida. Sennefer le dio
la oportunidad de renacer como una criatura nueva y más poderosa ¿acaso él no
podría ayudar a un hermano caído de
la misma forma?
Se reprendió por pensar así, él no tenía la habilidad del Patrono,
pero al tratarse de alguien como Ehrimanes intuyó que algo podía hacer. Sin
pensarlo más, Masterebus caminó hacia un delirante Ehrimanes quien balbuceaba
incoherencias por su lucha contra la voluntad de Clyde de Megrez.
Masterebus se hirió la muñeca, sus garras se marcaron en el guantelete
de la armadura, dejando salir el fluido negruzco que tanta conmoción causaba ante
quienes peleaba.
El olor de la sangre atrajo la atención de Ehrimanes quien sólo se le
quedó mirando fijamente.
— Hermano, entendemos
tu aflicción. No hemos vivido lo que
tú pero al ser hijos del Abismo nos
causa un conflicto que podríamos
catalogar como pena… Parte de nuestra sangre aún no ha sido corrupta por la
humanidad que nos da forma, compartiremos contigo la fuerza de esa
misma sangre, la que esperamos te
permita prevalecer.
Ehrimanes escondió la cara, pudiendo sonreír con clara maldad. Tal
oportunidad no la desperdiciaría, jamás imaginó que se reencontraría con
alguien de su especie, ni mucho que éste lo ayudaría.
Masterebus aguardó a que su congénere hiciera el resto. Lo vio
revolverse en espasmos dolorosos, incluso en un momento pensó en defenderse ya
que parecía que el guerrero tenía intenciones de atacarlo. Ehrimanes logró
sujetarlo por el brazo, y tras un gran sobreesfuerzo pudo llenar su boca con la
preciada sangre.
Masterebus permaneció inmóvil e indiferente, pero cuando comenzó a
sentir dolor y debilidad, exigió que lo soltara, mas su hermano estaba poseído por un apetito insaciable. No tuvo más
remedio que apartarlo de un golpe con sus alas.
Ehrimanes cayó en el suelo, pareciendo muerto. Tras unos cuantos
segundos pudo ponerse de pie por sí mismo, sonriendo satisfactoriamente tras
haber recuperado el control total.
— Eso… estuvo bien…
— No te acostumbres —aclaró
el sirviente de Sennefer, sanando su herida—. No lo volveremos a hacer. Esperamos encuentres el tiempo
suficiente para solucionar tu problema.
— Ya tengo algo en mente… Lo que
has hecho por mí jamás lo olvidaré —respondió la criatura que había usurpado
el cuerpo del dios guerrero de Megrez, haciendo una reverencia—. Puedes considerarme tu aliado a partir de
ahora.
— No necesitamos nada de ti.
— Desearía conocer a la persona
a quien le sirves —insistió.
— Él está fuera de tu alcance
por ahora.
— ¿Podrías saciar mi curiosidad
cuando menos? Nada te cuesta charlar un poco conmigo. Tengo muchas preguntas.
— Nada de esto te concierne… —Masterebus
susurró en advertencia.
— Sólo deseo armar el
rompecabezas tan extraño que se ha formado aquí. Los hombres que murieron a
manos de mi homónimo eran seres humanos sin nada especial, pero en cambio este
par —refiriéndose a los caídos—, son…
almas que usurparon un cuerpo vivo. Creí que algo así estaba penado en el mundo
de los humanos, quien lo hizo debe tratarse de alguien de gran poder, aun
muertos siento su influencia sobre
estos restos —Ehrimanes dijo
pensativo—... Igual me desconcierta que
alguien de nuestra especie sea capaz de caminar entre los hombres con tanta
libertad… ¿Qué clase de persona ha sido capaz de reunir tal armada y con qué
motivo? Ese es el enigma.
Masterebus no respondió al instante. El llamado Ehrimanes poseía una
percepción e intuición muy elevada… comenzaba a creer que había sido una mala
idea el haberle ayudado.
— Quienquiera que sea tu amo,
comienzo a entender porque te humillas a la servidumbre.
— Nuestro amo y aquel a
quien admiras sin conocer son individuos diferentes, no te equivoques —Masterebus
corrigió, dándole la espalda.
— Desearía conocerlo.
— Eso no es algo que nosotros podamos arreglar.
— Si permanezco contigo quizá tenga la oportunidad.
— Haz lo que quieras, mas no podemos asegurarte nada. Si Caesar, el
Patrono de Sacred Phyton te considera una amenaza, te eliminará sin titubeos.
Él es el hombre de más confianza del señor Avanish.
— ¿Tan fuerte es ese hombre, o
es que acaso estas subestimándome?
— A nosotros no tienes que demostrarnos nada, si quieres llegar al
señor Avanish haz algo que llame su atención y quizá te dé la oportunidad.
Caesar puede ser la llave que te lleve a él —Masterebus no dijo más, alzó
el vuelo convencido de su siguiente dirección. Aunque tenía muchas dudas
respecto a Ehrimanes, pero estaba seguro que lo seguiría.
— ¿Avanish? —Ehrimanes repitió
el nombre—. Tal vez sea la persona más
interesante de este mundo... valdrá la pena buscar una audiencia con él
—musitó con malicia.
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Veinte guerreros fueron los que pudieron llegar a vislumbrar el
palacio del Valhalla. Recorrieron las confusas dunas blancas y montañas,
pudiendo reencontrarse conforme se acercaban al castillo. Ninguno de los dos
Patronos apareció entre ellos, mas decidieron no retrasar los planes.
Les sorprendió no hallar guardias que se les opusieran, pudiendo
llegar a la gigantesca entrada sin problemas.
Las altas y gruesas compuertas estaban cerradas, pero no las consideraban
un impedimento para abrirse camino por la fortaleza.
Frenaron cuando divisaron una única silueta interponiéndose en su
andar. El rojo de su ropaje sagrado resaltó entre los copos de nieve.
La sola presencia de Alwar de Benetnasch detuvo a la horda de
guerreros. Los forasteros desconfiaron por lo sucedido anteriormente en el
lago, mantenerse alerta fue una precaución que tomaron todos.
El dios guerrero de Benetnasch los miró desde el último escalón,
siendo el obstáculo que impediría a los invasores entrar al recinto sagrado. La
frialdad de sus ojos rojos intimidó a más de uno pero no fue suficiente para
hacerlos desistir.
— Retírense —escucharon con claridad pese al sonido del viento—. Esta
será la única advertencia. Si uno, quien sea, se atreve a avanzar un solo paso
más, condenará al resto —advirtió con rudeza.
Alwar sabía que era inútil intentar razonar con ellos, pero lo sintió
como una obligación hacia la señora Hilda.
Para su beneplácito, no se equivocó. Alguien dio el paso que
necesitaba para excusar las ejecuciones.
Los hombres se extrañaron cuando el peliblanco se armó con una harpa
negra. Sus dedos tocaron una sola nota que resonó en los oídos de los intrusos,
siendo el preludio de una terrible agonía.
Aunque todos se lanzaron al ataque, del harpa emergieron un sinnúmero
de hilos brillantes que se les enredaron por todas partes. Se sintieron
sometidos como si se trataran de pesadas cadenas, irrompibles pese a su
delgadez.
Estaban totalmente confundidos, sin poder moverse forcejearon sólo
para herirse ellos mismos pues los hilos que estaban en contacto con la piel
cortaban con suma facilidad.
Al escuchar las exaltaciones de sus enemigos, Alwar comenzó a tocar
una bella melodía para silenciar los grotescos sonidos que procederían a
continuación.
El réquiem que se desprendió de esas cuerdas poseía una armonía
celestial, como si un ser divino la estuviera interpretando, sin embargo su
efecto sobre otros era muy contrastante.
En cuanto la música comenzó, los hilos plateados se tensaron sobre todos
los cuerpos a los que estaban adheridos.
Manteniendo los ojos cerrados, el dios guerrero no perdía
concentración pese a los alaridos que el réquiem arrancaba de las gargantas de los
invasores.
Alwar se negó a ver cómo las cuerdas brillantes se enterraban sin
compasión en la piel. Las armaduras que vestían se rompían como cristal,
encajándose con saña sobre los tejidos, cortando con profundidad.
La melodía prosiguió hasta la última nota. La cuerda mortal vibró con
fuerza y todos los hombres murieron en un instante tras gritos ensordecedores.
Las cuerdas cortaron miembros y cabezas, desbaratando sus cuerpos como
piezas de juguetes deshechos. La sangre saltó por todos lados, empapando las
escalinatas.
El guerrero de Eta cortó los hilos sobrantes para liberar su harpa,
abriendo los ojos para contemplar el trabajo. No se consideraba un hombre
despiadado, pero como guerrero de Odín debía actuar de acuerdo a sus
prioridades, y tomar prisioneros no era una buena estrategia.
Alwar jamás pidió esta vida de combatiente, sólo aspiraba a ser un
simple músico, pero no tenía otra salida ya que las nornas lo señalaron como el dios guerrero de Benetnasch años atrás.
Nadie lo sabe pero, intentó rechazar el nombramiento, se negó a tomar la
armadura y por ello fue castigado. La herida en su rostro fue un mínimo pago por
su atrevimiento, pero quedó marcado de por vida en más de una forma. Su cabello
blanco y ojos rojos eran el símbolo de su desacato ante los deseos de Odín.
Dejó de pensar en el pasado cuando escuchó unas cuantas ovaciones de
soldados que celebraron su victoria. Al otro lado del muro había todo un
regimiento, pero sólo unos pocos fueron
capaces de ver lo sucedido, siendo quienes corrieron la voz de lo acontecido.
Alwar estaba lejos de responder las aclamaciones, sólo se giró un
segundo para evitar que se les ocurriera abrir las puertas de la muralla, sabía
que más enemigos rondaban el palacio, debía esperar por ellos.
— Es increíble… te deshiciste de todos ellos con tanta gracia. Los dioses guerreros comienzan a
impresionarme —oyó decir a su costado.
Alwar se volvió rápidamente, quedando pasmado al ver a un hombre de
brazos cruzados sentado muy cómodamente en las escaleras. No se había percatado
de él y se acercó tanto ¡¿cómo podía ser?!
El dios guerrero retrocedió, con la defensa en alto. Inspeccionó
detenidamente al hombre que apareció como un fantasma en el lugar. Tenía la
piel morena, llamativo cabello rubio, pero lo que más resaltaba eran las
pinturas en su cara. Con líneas blancas, azules y negras tenía tatuados dos
pares de ojos, unos arriba y otros abajo de los auténticos órganos, dando una
fuerte impresión.
— ¿Desde cuándo estas aquí? —Alwar preguntó.
— No mucho —respondió alzando los hombros—… Está bien, miento, pude
haber salvado a estos inútiles si hubiera querido pero… la verdad es que eran
un estorbo. Cumplieron su parte por lo que ya no eran necesarios, gracias por
ahorrarme las molestias de tener que hacerlo yo mismo —sonrió con descaro,
dejando ver una dentadura cuyos colmillos habían sido afilados
intencionalmente.
— ¿Salvarlos? Creo que te sobreestimas.
— Tómalo como quieras —dijo despreocupado, levantándose para encarar a
su próximo oponente—. Bueno, la falta de acción ya estaba comenzando a
aburrirme, me alegra que mis compañeros decidieran ir por otro camino, así
tengo todo este parque de juegos para mí solo —el sujeto comentó con burla.
— No voy a permitir que irrumpas en el sagrado palacio del Valhalla
—el dios guerrero de Benetnasch aclaró.
— Al no encontrar a ningún simple soldado durante todo el camino me
hace suponer que todos están escondidos allí adentro —añadió, mirando por
encima de Alwar la gran puerta del castillo—. Sabes que son inútiles y aun así
quieres protegerlos, qué desperdicio.
— Me tiene sin cuidado lo que piense alguien que no valora la vida de
sus propios aliados.
— Je, quiere decir que sufrirás con lo que estoy por hacer —musitó con
malignidad—. Espero te hayas despedido de ellos porque ya no tendrás la
oportunidad.
Ante la amenaza, Alwar lanzó su ken de forma inmediata, de su mano se
dispararon un sin número de hilos de luz que estallaron al golpear el suelo.
— ¡¿Qué?! —se sobresaltó, al ver como el enemigo estaba al pie de las
escaleras. ¡Ni siquiera lo vio moverse!
— Es claro tu deseo por salvarlos, ¡pero sólo provocaste que mi ansía
por matarlos sea mayor! —rió de manera diabólica al mostrar un cosmos tinto
rodeándolo, el cual comenzó a extenderse como una bruma espesa que cubrió poco
a poco el panorama frente al palacio.
— ¡Dementaris! —exclamó,
provocando que entre la neblina tinta se formara un rostro fantasmal, el cual
gruñó mostrando una grandes fauces. El alarido ensordeció a muchos, incluyendo
a Alwar quien no estaba seguro de cómo responder el ataque.
La bruma avanzó como una
marejada, pasando a través del dios guerrero, por los muros del palacio, por
los soldados, por los sirvientes. Como
una peste imparable llegó hasta los lugares más recónditos del Valhalla en
cuestión de segundos, penetrando por debajo de las puertas o cualquier mínima
fractura de los muros.
Cegó, ahogó y aterrorizó a todos, pero no perduró.
Dahack, Patrono de la Stella de Arges vio complacido como todo el
inmenso castillo estaba cubierto por la bruma. Poco a poco, el espesor de la
neblina empezó a disminuir, volviendo la visibilidad.
Pese al azote del viento, la estructura del palacio quedó impregnado
por la extraña bruma que terminó convirtiéndose en polvo, quedando abundantes
granos oscuros en el suelo.
Dahack mostró un gesto de sorpresa al ver el brillante cosmos de Alwar
de Benetnasch. El asgariano esperó alguna clase de dolor cuando la neblina
chocó contra él. Atinó a envolverse con su cosmos, sirviendo como barrera
impenetrable, mas nada ocurrió. A simple vista nada estaba fuera de su lugar,
alcanzaba a escuchar como los guardias tosían pero respiraban lo suficiente
para saberlos vivos.
— ¡¿Qué fue eso?! —el dios guerrero de Eta exigió saber.
— No te preocupes, se escuchará en —pensativo, se rascó la barbilla
para comenzar a contar—… tres… dos… uno.
Un extraño barullo dio inicio en el interior del palacio. Alwar oyó
como los guardias gritaban aterrados y confundidos.
— ¡¿Qué es esto?! ¡Aaargh!
— ¡¡Monstruos!!
— ¡¡Malditos!! ¡¿Cómo entraron?!
— ¡¡Ayuda!! ¡¡¿Dónde están?!! —entre otras fueron las exclamaciones que llegaron
al dios guerrero.
Alwar estuvo por correr hacia el palacio pero, se detuvo por el
enemigo al que le descubriría la espalda.
Dahack permaneció inmóvil, escuchando las frenéticas reacciones
provenientes del Valhalla.
Alwar escuchó como la batalla inició entre los soldados y lo que sea
que hubiera aparecido en el interior de la fortaleza. El sonido de espadas
chocando contra otras, los golpes de escudos, los arcos dando en un blanco, el
derramamiento de sangre y los gritos de batalla alarmaron al dios guerrero. Al
ver su indecisión, el Patrono decidió ayudarlo a revelar la situación.
Dahack extendió el brazo hacia la puerta, generando una tremenda
ráfaga violácea que impactó contra el grueso portón.
Alwar esquivó el ataque con facilidad al no ser el blanco primario. La
puerta estalló sonoramente, los escombros salieron despedidos por todas partes.
En cuanto el golpeteo de la nieve y el humo le permitieron ver, el
guerrero de Eta quedó absorto al observar que los soldados peleaban entre
ellos, sin tregua ni consideración.
Poseídos por una furia y miedo irracional estaban matándose entre
ellos, ya unos cuantos yacían inertes en el suelo, y el resto estaban heridos
por las armas de sus propios camaradas.
— ¿Pero qué significa esto…? —musitó perplejo— ¡Deténganse! ¡Paren en
este instante! —gritó con voz de mando, pero fue totalmente ignorado.
La risa del Patrono de Arges retumbó en sus oídos.
— ¡Tú! ¡¿Qué es esta brujería?! —Alwar le exigió saber en cuanto desplegara
numerosas cuerdas plateadas hacia los hombres. Como inofensivas sogas
contuvieron a los soldados que estaban al alcance. Pese a su intento de evitar
que se maten entre ellos, los guerreros que estaban más retirados emplearon
flechas para acabar con los aprisionados entre sus cuerdas.
— Que ironía… cuando se nos encomendó venir a aquí no imaginé que
seríamos espectadores de una pequeña pero dramática reproducción de lo que
ustedes llaman el Ragnarok ¿no te
parece? —Dahack cuestionó sarcástico, subiendo poco a poco los escalones—.
Según entiendo las leyendas dicen que vendrá el invierno llamado Fimbulvetr, con inmensas nevadas, hielos
y vientos gélidos en todas las direcciones —el Patrono extendió los brazos para
sentir la nieve en sus dedos—. El mundo se sumirá en grandes batallas, y los
hermanos se matarán entre sí. Bastante épico —comentó burlón.
Alwar se giró por completo al enemigo que subía lentamente por las
escalinatas.
— Todo esto es obra tuya, sólo tú puedes detenerlo.
— Podría claro, si quisiera… pero no es mi deseo. El veneno de mi
técnica es difícil de resistir. Los débiles sucumben ante la toxina, teniendo
una muerte lenta y dolorosa; pero aquellos que tienen algo de fuerza sufren
alucinaciones intensas que les impide reconocer a amigos de enemigos, se ven a sí
mismos rodeados por criaturas monstruosas sin darse cuenta que están destazando
a sus propios compañeros de lucha —Dahak sonrió con cinismo, mostrando los
colmillos que parecían los de una poderosa serpiente—. La agonía se acabará
hasta que una mano piadosa los asesine. Claro que es inútil con guerreros de
élite como los dioses guerreros, pero es suficiente para ahorrarnos la
necesidad de lidiar con microbios.
A la mente de Alwar saltó la preocupación. La señora Hilda, la señora
Flare y sus hijas ¿acaso ellas también han sido víctimas de ese maleficio?
Benetnasch preparó la lira en sus manos, haciendo sonreír al Patrono
quien esperaba otra danza de hilos plateados, sin embargo cual fue su sorpresa
cuando tras una simple nota salió expulsado en el aire.
Dahak sintió como una serie de golpes lo empujaron. Cayó de pie sobre las escaleras. No vio nada que
hubiera podido esquivar, por lo que el asombro se le acentuó en la cara.
Alwar volvió a pasar los dedos por las cuerdas y de nuevo Dahack
resintió una serie de golpes invisibles que lo llevaron a cubrirse la cabeza con
los brazos.
— Haz osado manchar el Valhalla con la sangre de los hijos de Odín,
pagarás caro tu atrevimiento— sus ojos rojos brillaron como rubíes por la furia
que borboteaba en su ser—. Aquí encontrarás tu final.
FIN DEL CAPITULO 28