Asgard, 15 años
atrás
Cada mediodía
un poderoso cosmos circula por el aire de Asgard, palpando la piel como una
caricia. Esa era la hora en que la princesa de Polaris viajaba hacia la orilla
del mar para orar con devoción al padre Odín.
La
Princesa dejó de acudir sola a tal rito desde el atentado del emperador del
océano. Todo un séquito de creyentes, incluyendo a su hermana Flare, la
acompañaban en la oración, maravillándose por el pacifico y encantador cosmos
que apaciguaba sus corazones.
Ese
día en especial, Hilda abrió poco a poco los ojos, permaneciendo con las manos
unidas para permitirse un instante de distracción. Lanzó una sutil mirada por
encima del hombro para descubrir una presencia en particular, allá a lo lejos,
por encima de las cabezas de todos los fieles que oraban con fuerza a los
dioses. La regente de Asgard esbozó una sonrisa al reconocer a Bud, quien en la
distancia y apartado de las sombras permanecía como un guardián.
Hilda
se mostró feliz de verlo allí. Bud se veía diferente, algo había cambiado en él
y sabía que era para bien. Mas debía finalizar primero con sus plegarias para
después poder hablar con el guerrero.
El
dios guerrero permaneció de pie en la cima de las escalinatas que conducen al
nuevo altar de Odín. Deseaba hablar con Hilda, pero entendía que debía ser
paciente y esperar el momento más oportuno.
Nunca
ha sido un hombre de oración, por lo que no iba a comenzar ahora pese a que
estaba esforzándose por ser un hombre diferente. Días atrás dio un gran paso por
el sendero que jamás creyó se animaría a andar, pero Hilda tuvo razón desde el
principio.
Fueron
momentos de mucha tensión, pero al final sus padres le demostraron que sin
importar todo lo sucedido aún lo amaban… Pese a que logró expresar su odio
hacia ellos, las lágrimas de su madre tuvieron un poderoso efecto, limpiaron su
corazón de resentimiento. Tras esa demostración de afecto y arrepentimiento,
Bud no pudo seguir negando sus propios sentimientos, por lo que accedió a darse una oportunidad para conocerlos.
Pensaba
en ello cuando fue invadido por una extraña sensación que lo puso intranquilo. No
se trataba del cosmos de Hilda, ni tampoco de una presencia maligna. Agudizó los
sentidos para encontrar su origen, siguiendo el rastro que sentía latente en el
ambiente.
Su
percepción lo condujo hacia unas viejas ruinas que alguna vez edificaron una
mansión. Pasó con cautela por los pasillos, arcos y bóvedas derruidas, llegando
a un claro bajo el cual alguna vez se alzó un jardín con una larga fuente
rectangular, rodeada por estatuas de guerreros vikingos, ahora sólo quedaban
despojos de la bella arquitectura.
Bud
se detuvo ante un monumento del que sólo quedaban las piernas de un hombre en
armadura. Sentía que toda la zona estaba impregnada por esa extraña presencia, pero
no podía ubicar el lugar exacto del que emanaba.
— Parece que lo conseguiste. Felicitaciones
dios guerrero de Zeta —escuchó un eco reverencial justo en el momento en
que se manifestó una luz en medio de la destrozada fuente.
El
resplandor dorado no lastimó sus ojos, pero aun así retrocedió unos cuantos pasos.
La masa resplandeciente se ondeó hasta formar un portal del que emergió una manifestación
divina. Fue difícil de distinguir, pero poco a poco notó una silueta montada
sobre un caballo.
Tal
visión hizo que Bud se palpara la cabeza al ser invadido por un leve mareo,
causándole un poco de dolor… Muchas imágenes se desbordaron en su mente, recordando algo importante… memorias
perdidas de un encuentro con una divinidad.
--------
Herido
y sumamente débil después de enfrentar a los esbirros que Hilda envió para
matarlo, Bud se sorprendió por el potente relinchido de un caballo. Cuál fue su
intriga al volver el rostro, descubriendo que provino de un majestuoso corcel
blanco con herraduras, riendas y silla de oro. La jinete que montaba el robusto
animal llevaba en brazos el cuerpo del caído dios guerrero Syd de Mizard. Se
trataba de una mujer quien lo acunaba como a un niño durmiente.
La
mujer poseía una impecable belleza, de pálida piel que desprendía un aura
celestial. Estaba dotada de un cuerpo fornido pero escultural; cabello largo,
lacio y dorado como hilos de oro blanco; nariz respingada; labios finos,
coloreados con pintura rosada; sus ojos estaban ensombrecidos por un casco
alado que adornaba su cabeza. Su vestimenta consistía en una armadura ligera de
platino con incrustaciones de piedras preciosas, de su espalda crecían dos alas
plegadas de aspecto metálico que formaban parte de la coraza, una túnica blanca
se acentuaba a sus caderas, y un escudo en el que dos cuervos y dos lobos
habían sido plasmados para la eternidad.
Por
las leyendas populares en Asgard es por lo que Bud sabía qué era ella…
— Una
valkiria… —murmuró incrédulo ante su magnificencia.
El
maravilloso corcel golpeó la nieve con uno de sus cascos, pidiendo dar marcha. La
imponente valkiria decidió permanecer ahí un poco más, estudiando con cuidado
al mortal que había quedado sin habla mientras la miraba muy sorprendido.
— Tenía deseos de conocerte Bud de Alcor Zeta —escuchó
que ella le habló, mas la valkiria no tuvo que mover los labios para darse a
entender.
— ¿Me
conoces? —Bud preguntó contrariado.
— Ridícula pregunta —sentenció la hija de
Odín—. Por supuesto que sé quién eres,
así como conozco a todos los hombres y mujeres que nacieron en las tierras de
nuestro gran padre, Odín. Después de todo, soy una de las responsables de tejer
los tapices del destino bajo el fresno Yggdrasil, mi nombre es Skuld*.
Skuld,
una de las tres nornas encargadas de
los hilos del destino, y que al mismo tiempo sirve como una valkiria más a las órdenes
de Freya.
Por
un inexplicable sentimiento de respeto Bud se mantuvo arrodillado ante la
divinidad nórdica, empequeñecido por la intrigante presencia que inundó el
lugar.
—
¿Has venido a llevarte a mi hermano? —se atrevió a preguntar.
— Odín lo ha llamado a su lado, su valor será
recompensado y junto al resto de los dioses guerreros gozara de los placeres
del Vingólf… Aunque originalmente, también venía por ti. Curioso, sigues con
vida pese a que el hilo estaba por llegar a su fin —comentó para oídos del
asustadizo Bud— ¿Te gustaría verlo?—
inquirió al extender la mano hacia el guerrero. Los cabellos casi blancos de la
valkiria se agitaron un poco, siendo uno de ellos el que se alargó hasta llegar
al pecho de Bud, tocando justo donde se encontraba su corazón.
El
dios guerrero quedó boquiabierto, ¿Acaso ese era el hilo de su vida?, ¿Un
simple cabello de la norna Skuld?
En
ese largo hilo de oro, Bud notó franjas oscuras, casi invisibles, que marcaban
unas divisiones en el tramo del cabello.
— No cabe duda que los mortales son
interesantes, algunos como tú logran desafiar lo tejido en el Yggdrasil y
extienden el hijo de sus vidas, ya sea por su gran voluntad, la intervención de
algún dios o el ferviente deseo de un ser querido. Observa bien guerrero de
dios, en dos ocasiones has debido morir pero tu hilo continúa extendiéndose—
sus palabras eran ciertas, había dos anillos oscuros en ese cordón dorado.
— … ¿Y
eso qué significa?...— el tigre blanco preguntó preocupado.
— Que hay
un destino más grande del que yo pude vislumbrar para ti — anunció—. Y con los eventos que han azotado a Asgard
gracias al poder de Poseidón, finalmente lo comprendo. El señor Odín tiene
planes para su pueblo y para él mismo… Él te ha elegido Bud, pero sólo eres una
opción… Necesitas más que haber sobrevivido hasta ahora para ser realmente
digno.
—
¿Qué estás tratando de decirme, norna Skuld? —un deje de desconfianza hizo
brillar los ojos del joven guerrero.
— No tienes ningún poder sobre mí como para
que tenga que revelártelo, pero mi misión es ‘tejer lo que deberá ser o lo que es necesario que ocurra’. Si yo
quisiera, podría terminar con tu existencia aquí y ahora, o convertirte en un
trovador por el resto de tu vida… Lo que yo considere necesario— explicó.
—
Parece que los dioses gustan de jugar con los humanos— dijo resentido, después
de todo ha tenido una vida llena de infortunio.
Skuld
sonrió divertida— Despreocúpate, cuando
se trata de hombres con un espíritu como el tuyo es difícil trenzar algo como
eso. Además, puede que seas la hebra que necesito para hilar los deseos de mi
dios padre. Aunque todavía no estás listo, necesito que me demuestres algo más…
Eres fuerte y poderoso, es cierto, pero se necesita de otra clase de fortaleza
si es que en verdad serás de quien Odín vaya a aprender.
—
¿Aprender?... ¡No entiendo nada!— renegó, levantándose.
— No necesito que lo entiendas, sólo que lo
hagas. Sé digno Bud, demuestra que puedes enfrentar tus miedos más profundos y
vencer tus oscuros instintos. Haz eso y tejeré para ti algo grande.
—
¡Espera, me rehúso, yo no…!
— No recordarás nada de esto hasta el momento
en que nos volvamos a ver… Y si eso llega a pasar, significará que has sido elegido como la mejor opción.
---------
—
Skuld… Tú… ¿Cómo pudiste jugar con mi mente así?— poco a poco apartó la mano de
su frente, sobreponiéndose al dolor.
— Era necesario— dijo la valkiria sin
abandonar la montura de su dócil corcel— Creí
en ti, y no me defraudaste. Y antes de que digas algo erróneo, te diré que yo
no tuve nada que ver con las decisiones que tomaste los últimos días. Debes
saber que las nornas no controlamos todos sus movimientos en la vida, sólo
aquellos que sabemos son necesarios para lograr el futuro.
—
¿Cómo creerte?
— No espero que me creas, pero es la verdad.
Eres otro hombre ahora, ya no eres ese niño huérfano y resentido, has escapado
de la mediocre existencia en la que bien podrías haberte perdido. Estoy
sorprendida y muy satisfecha.
— ¡No
quiero ser un juguete de los dioses Skuld, ya no más!
— No muestres ingratitud ¿acaso no aprendiste
nada durante tu prueba? —la valkiria cuestionó con tranquilidad—. Tu padre rogó a Odín para que te salvara
esa fría noche, y él respondió. Tal vez no viviste como un príncipe, pero
conociste la generosidad a manos de un hombre honesto. Todo lo que has superado
era necesario para que llegaras hasta aquí… Tendrás tu recompensa.
— No
necesito nada de ustedes, no planeo ser su herramienta en lo que sea que traman
—Bud respondió con el ceño fruncido.
— ¿Acaso me veré en la necesidad de borrar tu
memoria de nuevo, Bud? Creí que esto te alegraría— añadió seriamente la
valkiria—. Deberías sentirte honrado.
—
Inténtalo— ante el inexpresivo rostro de la valkiria, Bud alargó sus garras
mortales y encendió su cosmos en advertencia—. Esta vez no será tan fácil.
— ¿Levantas tus puños contra una
mensajera de Odín? —Skuld
preguntó contrariada.
—
¿Por qué no? Tal vez así se entere que no soy una buena alternativa después de
todo.
— Y
sin embargo, no podría pensar en nadie más para ayudarnos, Bud.
En
ese instante, otra voz femenina intervino, conteniendo el violento cosmos del
tigre blanco.
La
princesa Hilda había arribado de manera imprevista, con serenidad caminó por entre
las ruinas y la nieve.
—
Hilda… ¿acaso tú eres parte de esto?—el dios guerrero masculló con recelo.
—
Como soberana de Asgard estoy al tanto de los planes del padre Odín. Te lo dije
antes ¿no es cierto? Que necesitaré a personas como tú de mi lado para forjar
un mejor futuro para Asgard. Y si estás aquí es porque tú has decidido que así sea.
—
Pero no así —apuntó a la valkiria quien permaneció en silencio—. No por alguien
que puede manipular todo lo que hagamos a voluntad.
—
¿Así lo sientes Bud? ¿De verdad crees que todo lo que has hecho no es por mérito
propio? —la princesa se paró junto a él, dedicándole una reverencia a la norna
antes de proseguir—... Tal vez los dioses únicamente te hayan inspirado para
que lo hagas, pero al final, si no hubieras sido lo suficientemente capaz,
habrías fracasado en todas y cada una de tus acciones. Los dioses no son
nuestros enemigos, por lo menos no los de estas tierras. — con suavidad palpó
el brazo de Bud para que bajara sus mortíferas zarpas—. Ellos desean compensar
todos los siglos de sacrificio que hemos tenido que soportar, y dichosos
debemos estar. Trata de entenderlo Bud, ya has llegado hasta aquí, no creo que
debas retroceder.
Bud
dejó la pose de batalla al sentir que debía confiar en Hilda, no podía sentirse
enfurecido con ella, ya no más.
— El
mundo está por cambiar, y Odín necesitará guerreros tanto en el Valhala como en
la Tierra ¿Me ayudarías aquí, Bud?
Hilda
preguntó instantes antes de que el cielo comenzara a oscurecerse. La
sacerdotisa, el dios guerrero de Zeta y hasta la misma valkiria de Odín alzaron
la vista, contemplando cómo es que una mancha oscura apareció en el sol para
ennegrecerlo poco a poco.
—
¿Qué es eso? — Bud cuestionó desconcertado sin apartar la mirada del astro rey.
— La
señal del cambio —Hilda contestó sin
temor—… Es cuestión de tiempo para que el mundo sufra una metamorfosis…
— La prueba tanto para dioses como para mortales
dará inicio cuando el sol vuelva a brillar con todo su esplendor —la norna
Skuld profetizó a la pareja cuyos hilos no había decidido unir todavía, y sin
embargo lo hicieron por sí mismos. Sonrió al ver como las delgadas hebras de
sus vidas se entrelazaban justo como lo hicieron las manos de ese hombre y esa
mujer al estar uno junto al otro.
— Tal
parece que es como dijiste Hilda —Bud habló. Ninguno de los dos parecía consciente
de estar tomados de la mano—. Tenemos que pasar nuestras vidas encarando el
futuro… en una lucha eterna.
—
Pero no siempre habrá que luchar —corrigió Hilda—. No todo se resuelve con
batallas, sino también con palabras y perdón ¿acaso no aprendiste eso?
Bud
sonrió avergonzado. Ya más relajado pudo mirar a Hilda a los ojos ¿acaso todo
esto lo había planeado ella y no la norna? Tal vez jamás lo sabría— Sí… en eso,
te doy la razón.
— No
nos corresponde participar en ese desafío que libran ahora Atena y sus santos—
reveló la princesa asgariana—. Pero ya habrá otros y tenemos que estar listos ¿estarás
conmigo Bud?— preguntó esperanzada.
Bud
soltó la mano de la princesa, hincándose en reverencia ante su señora. Dando
inicio a su vida como guerrero de la luz— El dios guerrero de Mizard Zeta está
listo para iniciar sus funciones. Le serviré fielmente a partir de hoy y para
siempre, princesa Hilda.
Capitulo
27.
El
vórtice de la tormenta, Parte III.
El
bosque oscuro
El lejano aullido
que escuchó claramente dentro de la tormenta trajo a Bud ese viejo e importante recuerdo. Algo que percibió como un mal presagio…
Bud, Freya y
Elke abandonaron sus actividades y charlas dentro de la mansión al escuchar el llamado de Aullido a través de sus
cosmos. Algo grave estaba ocurriendo en Asgard, era su responsabilidad acudir al
llamado.
Freya y Elke se
aproximaron a Bud de Mizard quien miraba desafiante por una ventana, siendo
clara la preocupación que recorría su ser.
Los tres dioses
guerreros extendieron sus sentidos hacia donde sentían el cosmos de Sergei de
Alioth, intuyendo que estaba siendo partícipe de una confrontación. Siendo él
su guía, lograron distinguir las numerosas presencias que ya no podían esconderse
entre la feroz tempestad.
— Son entre
veinte y treinta individuos —dijo Freya, como si pudiera visualizarlos en la
distancia—. ¿Qué está pensando Sergei al ir él solo a enfrentarles? —preguntó
preocupada.
— No, son cuarenta,
ni más, ni menos —corrigió Elke, quien era mucho más a fin a tales
percepciones—. Parece que se han dividido por alguna razón, aunque eso no ha
detenido su marcha… pero Sergei ha iniciado una cruenta lucha con uno de ellos
—describió como si estuviera allá.
— ¡Debemos ir!
—indicó Freya, esperando la autorización del señor Bud.
— Seré yo quien
regrese al Valhalla, ustedes dos deben permanecer aquí y cuidar de Syd —Bud indicó
tras meditarlo unos segundos.
— ¡Pero señor
Bud, el príncipe estará más a salvo si lo llevamos al palacio…! —Freya intentó
oponerse.
—Es peligroso
viajar con este clima y más si en el camino debemos lidiar con guerreros
desconocidos —respondió, caminando hacia la salida tras tomar su abrigo. Si son
los mismos de los que hemos tenido noticias de oriente nos esperan pruebas muy
difíciles. No pienso exponer a Syd de esa manera, estará más a salvo aquí, con
ustedes.
— Dejar a dos
guerreras sagradas fuera del combate sólo para servir de niñeras es una
estúpida idea —dijo Elke sin contemplaciones.
— ¡Elke! —Freya
desaprobó la forma de hablarle a su superior.
— Quizá tengas
razón —dijo Bud—, pero quiero poder enfrentar esta situación con la seguridad
que las dos mejores guerreras de Asgard estarán al lado de Syd. Si algo llegara
a pasar y las cosas resultan como en Egipto, podré confiar en que ustedes lo
mantendrán a salvo y lo llevarán a un lugar seguro —explicó sin cambiar de
parecer, mirándolas con gesto autoritario—. Aunque lo duden este no es un deseo
egoísta de un padre que intenta proteger a su hijo. Asgard necesitará a su
príncipe en el futuro, los dioses así lo han decretado.
Elke sólo cruzó
los brazos bastante molesta, desaprobando las indicaciones que le fueron dadas.
Freya sentía lo
mismo, pero a diferencia de Elke podía sentirse honrada de que el señor Bud le
confiara la vida de su único hijo. A ese grado llegaba la estima que sentía por
ella y no pensaba defraudarlo.
— Dejo a Syd y
el futuro de Asgard en sus manos —Bud dijo con solemnidad, decidiendo emprender
el viaje hacia la batalla sin despedirse del príncipe Syd.
Palacio
Valhalla.
En la sala del
trono, Hilda proyectó su cosmos hacia cada rincón de Asgard para estar al tanto
de la situación. Al percibir el cosmos de Sergei de Alioth estallando en la
lejanía, supuso que algo grave estaba por suceder, un presentimiento que pudo
confirmar gracias a Alwar de Benetnasch, dios guerrero de Eta.
El arpista permaneció
junto a la fuente circular que marcaba no sólo el centro de la habitación del
trono, sino del palacio mismo. Alguna vez escuchó decir que los antiguos
sacerdotes de Odín utilizaban ese espacio como una gran fogata de llamas
embravecidas, pero las aguas cristalinas con brillos platinados reflejaban de
mejor forma la benevolencia de la actual gobernante de Asgard. La luz que emitía
el agua bañaba las paredes de un color azul tan claro que daba la ilusión de
encontrarse dentro de un auténtico palacio de hielo.
— El peligro
avanza de manera incontrolable por las tierras de Odín —la sacerdotisa previno
después de abrir los ojos—. Debemos estar preparados.
A falta de la
presencia del señor Bud, Freya y el resto de los dioses guerreros, Alwar de Benetnasch
sabía que toda la responsabilidad recaía sobre sus hombros. La seguridad de la
familia real de Asgard era su máxima prioridad.
— Los hombres
están preparados, la mayoría ha tomado posiciones para salvaguardar el
perímetro del castillo —Alwar explicó con una reverencia.
— Alwar, tú y yo
sabemos que las sombras que avanzan hacia nosotros no pueden ser contenidas por
hombres ordinarios. Sé que es pedirte demasiado, pero si es posible desearía
que hubiera el menor número de bajas —pidió, preocupada.
El guerrero de
Eta asintió con sumisión —Haré todo lo que esté a mi alcance, señora Hilda.
Pero no tema, confiemos en que el señor Bud regresará pronto, además no olvide
que aún contamos con Clyde de Megrez y Aifor de Merak. Seguramente ellos
vendrán.
Hilda sonrió con
optimismo, volviendo a cerrar los ojos.
— ¿Pedirá ayuda
al Santuario, mi señora? —intuyó el asgariano ante el semblante de la gran
sacerdotisa.
— Aunque ese
fuera mi deseo, no puedo —respondió en total calma.
— ¿Por qué no?
—se animó a preguntar, intrigado.
— Aún no lo
entiendo del todo, pero siento como si algo, o alguien, impidiera que mi cosmos
alcance al Patriarca del Santuario… temo que nuestros enemigos no cometerán el
mismo error dos veces, tendremos que enfrentar esto solos.
— ¡No necesitamos
la ayuda de los forasteros! —clamó Alwar con valentía, obligando a Hilda a
mirarlo a la cara—. Le pido que no se angustie señora Hilda, los guerreros de
Odín no le fallaremos.
La sacerdotisa
sonrió agradecida. Debía creer en la fortaleza de su nación, sería toda una
deshonra volverle a fallar al gran dios Odín.
En
algún lugar de Asgard.
Sin dejarse
amedrentar por el agresivo golpeteo del viento, el dios guerrero de Megrez
observa por encima de un desfiladero. Envuelto por una capa y el manto divino
de Delta, mira hacia el horizonte de manera analítica.
Junto a él, el
joven guerrero de Merak estudia acongojado el panorama. Estuvo al tanto del
cosmos de Sergei de Alioth, y tras un repentino estallido contra su rival
desapareció todo rastro de él. ¿Eso es lo que les esperaba a todos? ¿Era el
significado de su sueño? Se cuestionaba mortificado.
— Se acercan…
una horda de ellos subirá por la vereda del sur muy pronto—el guerrero de
Megrez señaló con el dedo—. Pero tenemos la ventaja en este terreno —explicó,
sonriendo malicioso al ver como una roca cayó por la orilla hasta perderse en
el fondo del acantilado.
— ¿Cómo puede
estar tan seguro? Yo no percibo nada —aclaró, esforzándose por ver más allá de
la tormenta.
— Muchacho tonto
—Clyde se mofó con descaro—. No me sorprende de tu cabeza hueca, nunca has sido
bueno para escuchar a las personas, mucho menos entender lo que tu alrededor te
grita a los oídos —sonrió sarcástico.
Aifor ignoró el
comentario con naturalidad, por su convivencia con el guerrero de Megrez había
ganado cierta invulnerabilidad a cualquier insulto.
— Pongámonos en
marcha, debemos aprovechar que estaremos en terreno elevado —sugirió Aifor de
Merak, avanzando por un costado de desfiladero, mas se detuvo al notar que
Clyde de Megrez caminó hacia el sentido contrario, rumbo al bosque.
— ¿A dónde va?
—inquirió, a un paso de seguirlo.
— También vienen
por esta dirección, yo me encargaré. Tú ocúpate de los otros.
— P-pero… —quiso
disuadirlo.
Al saber su
preocupación, Clyde se detuvo un momento para decir— Tu sueño… dijiste que
serías testigo de mi muerte ¿o no?
—cuestionó irónico—. Mantener la distancia sería lo mejor, ¿no lo crees? No hay
que apresurar las cosas, el día aún no termina —prosiguiendo su marcha—. Quiero
divertirme un poco antes de que las nornas corten mi hilo, además no podemos permitir que esos hombres vuelvan a
reunirse.
Aifor de Merak
se atragantó por la pesadez que sentía en el pecho, no concebía que su maestro
tomara tan a la ligera la idea de morir,
como si tal sentencia la hubiera estado esperando desde hace mucho tiempo. Pero
en algo tenía razón y lo mejor era alejarse de él por ahora. No podía preocuparse
nada más por Clyde de Megrez, tenía que velar también por la seguridad de todos
sus compañeros y los habitantes de Asgard.
Con
determinación, Aifor bajó las lentillas de su casco sagrado para reiniciar el
andar hacia la batalla.
Clyde de Megrez
caminó casi un kilometro para adentrarse al bosque oscuro que conoce como la
palma de su mano. Los altos y frondosos árboles crean una resistente bóveda que
ni la misma tormenta es capaz de traspasar. Todo el lugar estaba sumido en una
penumbra espectral, rodeado por los fieros gritos del viento que sacudían las
hojas y las ramas.
En ese lugar entrenó
y perfeccionó durante largos años las artes que los Alberich han guardado con
recelo durante generaciones. No le pesaba en lo absoluto ser el último de tal
linaje, ni siquiera se preocupó por engendrar cuando menos uno o dos vástagos
que pudieran continuar con el apellido, ni se permitió tener algún bastardo
entre las mujeres de la región. No se
arrepentía de ello, ni siquiera ahora que tiene la certeza que su vida está
llegando al final.
Tales decisiones
hacían difícil de comprender la razón por la que decidió mantener bajo su protección a Aifor de
Merak. Algunos se aventuraban a preguntar y otros a hacer conjeturas, Clyde
sólo guardaba silencio pues el chico era su boleto
de salida, de una forma u otra.
El dios guerrero
de Delta se detuvo al visualizar a la primera sombra que venía a su encuentro, así
como a las otras que se posicionaron en las ramas de los arboles. En un
instante se vio rodeado por una docena de guerreros con armaduras de colores
variados. Clyde de Megrez giró sobre sus talones con lentitud, mirando a cada
uno de ellos sin temor. Él no era la clase de adversario que se interesaba en
buscar razones para no pelear, por lo
que le desagradó escuchar a uno de ellos hablarle.
— Clyde, esbirro
de la Casa Alberich, tiempo sin vernos.
El guerrero de
Odín se giró lentamente hacia el hombre que se atrevió a avanzar a su
encuentro. Ni su presencia, ni su armadura gris despertaron alguna clase de
interés en el dios guerrero.
El hombre de
cabello castaño y piel bronceada sonreía con arrogancia, guardando silencio
como si esperara ser reconocido.
— ¿Y se supone
que nos conocemos? —Clyde de Megrez preguntó con indiferencia.
Al guerrero le
cambió la expresión a una de completa indignación, pero mantuvo los estribos —Parece
que en Asgard continúan con su mala costumbre de enterrar los actos deplorables
que cambian el rumbo de la historia. ¡Está bien que finjas no reconocerme, pues
yo Kolbeinn de la casa de Yttredal he regresado para tomar lo que por derecho
nos pertenece! —clamó, respaldado por el vitoreo de los hombres que lo
acompañaban.
Clyde permaneció
pensante sin expresión alguna, algo que irritó al llamado Kolbeinn. Él fue de
los principales promotores del intento del derrocamiento de Hilda de Polaris
años atrás, el exilio fue su castigo, ¡¿pero cómo se atrevían a olvidarse de
él?!
En aquel tiempo,
sólo hubo dos grandes impedimentos para ver logrado su fin: el feroz tigre de
Zeta y el hechicero oscuro de Delta. Sin ellos, Hilda hubiera sido despojada
del trono y alguno de sus aliados habría tomado el control.
Ahora que el
destino les brindó la oportunidad de vengarse de tal humillación, aceptaron
tomar el camino de la venganza, un sentimiento que permaneció latente pese al
haber sido acogidos por el reino vecino donde vivieron en paz.
— Jum, la basura
sigue siendo basura, no me disculparé por no recordar el nombre de un traidor
—Clyde sonrió tras encontrar un viejo recuerdo sin importancia de aquellos días
de guerra—. Esto comienza a tomar sentido… ¡Ja! Le dije a la Señora que
debíamos de cortarles la cabeza a todos. Será una lección para ella que vea que
la piedad no trae ninguna recompensa —rió sonoramente—. Concuerdo con lo que dijiste
antes, es una pésima costumbre enterrar la porquería ya que no desaparece y
tiende a volver a la superficie. Todos ustedes son la prueba de ello.
— ¡Maldito!
—rugió el guerrero mientras el resto de los hombres tembló por la furia.
— Cierto es que
tienen uno que otro motivo para levantar sus puños contra Odín, pero no
recuerdo que fueran tan inteligentes como para ser el origen de los ataques a
Grecia y a Egipto ¿o me equivoco?
— Esas son cosas
que no nos conciernen.
— Quiere decir
que en efecto se han vendido para
lograr sus ridículas intenciones —Clyde dedujo sin quitar su sonrisa altanera.
— ¡A callar! ¡Tú
que estás cegado por el fanatismo ha dioses ausentes jamás lo entenderías!
¡Asgard será una nueva tierra donde los hombres gobernarán su propio destino!
— ¿Aún después
de tantos años continúan con lo mismo? Son patéticos —Clyde se echó la capa
hacia atrás, dejando sus brazos al descubierto—. En ese entonces fracasaron,
hoy no será diferente, es claro que sólo son peones sacrificables de un rey que
se esconde en algún lugar —llevaba consigo un grueso libro de pasta negra y
grabados plateados—. Así que, ya que los han enviado al matadero con mucho
gusto seré el verdugo que finalmente los ejecutará como tenían merecido.
— ¡En esta
ocasión todo será diferente! ¡Ataquémoslo todos juntos! — Kolbeinn
ordenó iracundo.
Los gritos de
batalla superaron los silbidos del viento, mas Clyde se mantuvo inmóvil y
sonriente pese a que los doce hombres se lanzaron sobre él por todas
direcciones.
En respuesta, el
guerrero de Megrez Delta encendió su cosmos blanco al abrir el libro que
sostuvo con una mano. Las hojas se movieron por sí mismas a gran velocidad
hasta detenerse en una página específica.
— Invoco al
espíritu del trueno —Clyde musitó con un tono místico— ¡Tordenbrak! —su voz tronó
como un relámpago, desencadenando un fuerte temblor a su alrededor. En el suelo
se abrieron una serie de grietas de las que emergieron saetas eléctricas,
tomando por sorpresa a los guerreros. La mayoría alcanzó a retroceder, mas dos
hombres fueron atrapados y golpeados por los rayos.
El guerrero de
Megrez permaneció en medio de la barrera eléctrica, observando cómo sus
primeras dos víctimas se calcinaban por el golpeteo continuo de los relámpagos
hasta quedar ennegrecidos.
— Vuelvo a darte
la razón Kolbeinn de la casa de Yttredal, esta vez será diferente… No habrá
piedad —Clyde aclaró con soberbia.
Los cuerpos
carbonizados cayeron al suelo, marcando conmoción en el rostro de los invasores.
El dios guerrero desvaneció la magia que lo protegió con un movimiento de su
mano.
Los exiliados
estaban estupefactos, es cierto que en el pasado habían sido testigos del poder
oscuro del último de los Alberich, ¡pero nada como aquello!
— Que no les
sorprenda. En esta ocasión no tengo por qué contenerme, la señora Hilda no está
aquí para salvarlos —rió al imaginar lo que cruzaba por sus mentes.
— ¡Mantengan sus
posiciones, podemos vencerle, despliéguense! —dirigió un guerrero de ropaje
magenta.
— Estúpidos —Clyde
se mofó cuando cuatro de los enemigos decidieron atacarlo por diferentes
flancos al mismo tiempo.
El dios guerrero
de Megrez cerró los ojos para volver a quedarse inmóvil. Con horror los exiliados
notaron como las hojas del maléfico libro negro volvieron a moverse— La unidad de la naturaleza —susurró el
asgariano cuando los enemigos estuvieron lo suficientemente cerca para
escucharlo.
Gritos de
espanto cruzaron por todo el bosque cuando las torcidas ramas de los arboles
cobraron vida de forma espeluznante. Como serpientes atraparon por las
extremidades a todos los enemigos allí reunidos. Algunos intentaron escapar o
destruir las ramificaciones que caían sobre ellos, pero resultó inútil
resistirse a todo el bosque que los envolvió rápidamente como una telaraña, sobre
todo cuando las raíces de los mismos arboles también salieron de la tierra.
La desesperación
creció rápidamente en todos ellos, mucho más al verse unos a otros forcejear
sin que alguno pudiera liberarse.
La madera
marchita crujió de manera horripilante conforme los guerreros fueron
arrastrados hacia donde se encontraba el maligno hechicero.
El dios guerrero
aguardó paciente a que todos quedaran alrededor de él, como toda una araña que estaba a punto de saciar su
hambre con un amplio festín.
Clyde de Megrez
rió al verlos como auténticos insectos retorciéndose entre las enredaderas. Los
hombres que colgaban de las ramas notaron como en el rostro del hechicero
comenzaron a notarse unos inusuales resplandores que le cedían todavía un
aspecto mucho más macabro e intimidante.
—Escogieron este lugar creyendo que sería ventajoso
para ustedes… —musitó conforme numerosas ramas con puntas afiladas se situaron
sobre los prisioneros, quienes aterrados intuyeron lo que estaba por ocurrir.
—Esperaban que fuera mi tumba, pero terminará siendo
la suya —sonrió despiadadamente, cerrando el libro negro con fuerza. Dicha
acción fue la orden que siguió el bosque para masacrar a los guerreros.
Las ramas atravesaron sus cuerpos con la efectividad
de cientos de lanzas. Los alaridos y gritos agonizantes se escucharon al unísono,
quedando atrapados en la espesura de los árboles. Unos tuvieron la dicha de morir
de forma instantánea, otros sobrevivieron a la primera ola de dolor sólo para
sucumbir ante los movimientos de la naturaleza pensante que los arremató con
crueldad y sadismo.
Los sonidos fueron apagándose poco a poco hasta que
volvió a reinar el silencio dentro del oscuro bosque.
Clyde de Megrez contempló satisfecho cómo la sangre
goteaba de todos los cuerpos colgantes. La lluvia carmesí hizo vibrar cada uno
de sus sentidos, provocándole una dicha indescriptible.
El dios guerrero alargó la mano para mancharla con
la sangre que caía sobre él. Sus dedos comenzaron a temblar conforme se los
llevaba a la boca. Pasó la lengua por las yemas de estos, saboreando la
cautivadora esencia de la sangre.
Cuando buscó probar más, prefirió golpearse el
rostro con la mano extendida, como si deseara asfixiarse a sí mismo.
Clyde soltó
un bufido de desesperación antes de caer de rodillas al suelo, temblando
de manera frenética sobre las manchas carmesí.
El dios guerrero se dobló sobre sí mismo, atacado
por un intenso dolor que conocía a la perfección. Con esfuerzo, buscó entre sus
ropas algo que se le dificultó coger por el entorpecimiento de su cuerpo.
Con dificultad bebió el contenido de un delgado
frasco, respirando agitadamente sin poder levantarse del piso.
— Maldito seas… veinte años de esto y… ¡Es
suficiente! —rabió—… Mi único consuelo es que… hoy será nuestro último día
juntos… Todo terminará… —susurró desafiante.
Con un claro sobreesfuerzo, el dios guerrero tomó el
libro negro antes de ponerse de pie. Sudoroso y debilitado dio media vuelta,
sabiendo que debía marchar hacia el Valhalla para asistir a sus jóvenes
compañeros.
Clyde avanzó unos cuantos pasos nada más cuando
percibió un poderoso cosmos desplegándose por el bosque. Se giró con rapidez
sólo para ser testigo de cómo todo estaba siendo cubierto por una gruesa capa
de hielo de tonalidades verdes, desde el piso hasta la hoja más pequeña. El
hechicero vio como ese fenómeno también envolvió a los cadáveres, por lo que
saltó para no ser atrapado por el manto de hielo, cayendo sobre el duro y
resplandeciente cristal.
— ¿No te alegra haberme escuchado? Te dije que si
aguardábamos un poco quizá seriamos testigos de algo asombroso —un hombre dijo
entre la oscuridad— ¿Cuál es la lección de todo esto? —inquirió presuntuoso.
— No me vengas con tus sermones ahora, ya entendí
que ser cauteloso no significa cobardía —respondió la voz impaciente de una
mujer.
— Perfecto, había más alimañas escondidas después de
todo —Clyde fingió despreocupación al detectar a dos individuos que habían
escapado de su mirada.
— Sí que me dejaste perpleja con esa demostración de
poder, dios guerrero de Delta —elogió la mujer de armadura verde jade que
emergió de las sombras—. Pero no te servirá más.
— Permanecieron como espectadores todo este tiempo y
no se dignaron en intentar salvar a sus compañeros. Sospecho que los asuste un
poco ¿no es cierto? —Clyde inquirió ante las precauciones de ese par.
— Hemos esperado mucho tiempo como para que nuestra nueva vida termine aquí y de manera tan
cruel —respondió el hombre quien portaba una armadura verde olivo.
— Me es claro que ustedes no son como estos
estúpidos —el dios guerrero señaló a las estatuas de hielo. Percibía algo
diferente en ellos dos que aún no alcanzaba a comprender.
— ¡Para nada! —la mujer de cabello rubio permaneció
junto a su compañero—. A nosotros no nos interesan sus políticas o rencillas
sociales. Tenemos una misión, y los dioses guerreros interfieren en ella.
— ¿Puedo saber a quién sirven con tal devoción?
—Clyde indagó, concentrándose en reunir fuerzas— ¿Qué es lo que buscan retando
la ira de Odín y del Valhalla?
Hombre y mujer sonrieron con complicidad — Pronto ya
nadie tendrá que volver a temerle a tu gran Odín—la guerrera respondió,
invocando un intenso cosmos esmeralda por el que el bosque de hielo empezó a
romperse.
Clyde la imitó al ver como el guerrero se abalanzó
sobre él en un ataque directo. Una vez más invocó el espíritu del rayo, pero el enemigo logró abrirse paso por entre
las centellas en una temeraria encrucijada, pudiendo asestarle un puñetazo en
el abdomen y un rodillazo en el pecho.
Clyde raspó el hielo con su cuerpo hasta ser
detenido por una pila de rocas congeladas. Lanzó una mirada furiosa al enemigo
quien sólo le dedicó una sonrisa burlona cuando expulsó su propio poder.
Los dos invasores unificaron sus cosmos esmeraldas
para producir un estallido cuya ola de destrucción quebró todo lo que estaba
bajo el hielo. En pocos segundos el bosque entero fue reducido a miles de
fragmentos de cristal que permanecieron flotantes en el aire.
El dios guerrero quedó pasmado ante la manera en la
que podían manipular cada trozo de hielo para convertirlo en una mortal
avalancha.
— Tu vínculo con la naturaleza no es algo que
pudiéramos a superar, pero nos enseñaste que podemos usar el entorno a nuestro
favor. ¡Muere ahora!
Los pedazos cristalinos se arremolinaron como un
enjambre embravecido, cayendo como un tsunami de hielo cortante contra el dios
guerrero.
Clyde logró ponerse de pie, luciendo tan abatido
como si llevara días luchando sin descanso. Estuvo a punto de remover las páginas
del libro de hechizos para defenderse, cuando una imagen resaltó a su vista.
Dicha visión lo dejó contrariado por un momento, sin
embargo terminó por ablandar la mirada y sonreír como si lo hiciera para una
querida amiga a la que estuvo esperando por mucho tiempo. Con la imagen de esa
hermosa mujer y su corcel blanco se dejó arrastrar por la marejada.
La ola de cristal causó grandes estruendos,
fundiéndose con la nieve para alterar la formación del terreno conocido. La
tormenta zumbó en los oídos de los guerreros que, victoriosos, observaban el resultado
de su fuerza combinada.
El hombre
parecía el más satisfecho de poder estar allí sobre sus dos piernas, capaz de
sentir el frío en la piel, la emoción acelerándole el corazón, percibir el
sutil perfume de los cabellos de su compañera. Habían sido bendecidos con una
segunda oportunidad para ver cumplidos sus sueños de antaño, por lo que estaba
dispuesto a pasar por encima de cualquiera para conservar lo que se les obsequió.
Una vez que se
convencieron de que habían acabado con el asgariano, caminaron por la alfombra
de nieve y cristal en dirección hacia donde sentían otros cosmos luchando entre
sí.
El guerrero
corría al frente mientras la mujer permanecía un poco rezagada. Sus pies se
hundían ligeramente en el suelo a diferencia de su pesado compañero, sin
embargo en un último paso sintió que algo la sujetó por el tobillo, jalándola
con una fuerza descomunal para hundirla en la nieve. Fue tan rápido que apenas
un débil sonido de sorpresa se le escapó de los labios para alertar a su
camarada.
El hombre miró
sobre su hombro, alcanzando a ver como el brazo de la mujer se sumergía en la
blancura de la llanura.
— ¿Elier?
¡Elier! —gritó, corriendo hacia el punto donde había desaparecido. La tormenta
cubrió rápidamente el espacio sin dejar pista de su paradero. La llamó
repetidas veces, escarbando con desesperación.
Se paralizó de
forma repentina al percibir una presencia que poco a poco estaba aumentando su
intensidad. Se levantó abrumado, buscando en todas direcciones ese cosmos que superó
con facilidad el suyo.
Lo sentía
provenir de todas partes, sintiéndose asechado por un ente siniestro.
Entonces escuchó
un sonoro grito cuando un destello blanco emergió del suelo, borboteando como
un violento géiser que se alzó hacia la inmensidad del cielo nublado. Sangre le
cayó en la cara cuando el cuerpo de su compañera salió expulsado de la columna
de luz.
Impresionado por
lo ocurrido, ni siquiera intentó moverse para atraparla. La mujer cayó al suelo
inerte y exánime a pocos metros de él. Con horror pudo ver el amplio agujero
que le atravesaba el vientre.
El guerrero dio
un paso en falso hacia atrás, chocando contra alguien que ya estaba a su
espalda. El leve contacto le transmitió un intenso escalofrío que casi le
detuvo el corazón. Invadido por un terror incomprensible no se atrevió a mirar
atrás.
Una lúgubre
respiración zumbaba en su oído, nublando todo pensamiento o acción de valentía.
Reconoció esa sensación que sólo una vez se experimenta en la vida, aquella que
te abraza antes de morir.
— El amo no
estará complacido… —el hombre musitó con resignación.
Justo en ese
momento un brazo se cruzó por delante de su pecho para sujetarle la quijada —Pero yo sí —le dijeron con una voz
espectral—, gracias por brindarme la
oportunidad que necesitaba.
De un sólo
movimiento esa mano quebró el cuello del guerrero, volteándole el mentón hacia
la espalda. Su rostro quedó congelado con una expresión llena de confusión y
espanto, mirando fijamente al dios guerrero de Delta.
Clyde dejó caer
el cuerpo de su enemigo, contemplándolo en silencio. Pese a todo, el dios
guerrero se encontraba completamente ileso, salvo por tener rastros de
abundante sangre seca en la barbilla y en el contorno de los labios, siendo
evidente que no le pertenecía a él.
Sus ojos habían
cambiado, destellaban con un aura eléctrica que parecía encontrarse atrapada en
el interior de su cuerpo, marcándose delgadas grietas luminosas alrededor de
los ojos, por la frente y las mejillas.
Ese rasgo tan
inhumano reflejaba lo que en verdad pasaba en su interior. Clyde comenzó a reír
por lo bajo, aunque conforme iba aumentando la dicha en su ser la transformó en
una fuerte carcajada que sobrepasó los sonidos del viento.
FIN DEL CAPITULO 27
Skuld*. Es
una de las tres Nornas principales de la mitología nórdica junto a Urd y
Verdandi. Junto a sus hermanas tejía los tapices del destino bajo el fresno
Yggdrasil.
También desempeñaba un trabajo de valquiria, cabalgando en los campos de batalla mientras decidía sobre las vidas de los combatientes y decidiendo la suerte que llevaría a la victoria.
También desempeñaba un trabajo de valquiria, cabalgando en los campos de batalla mientras decidía sobre las vidas de los combatientes y decidiendo la suerte que llevaría a la victoria.